Capítulo 1
¡Arriba el telón!
En este capítulo
Tu primera cita con el género operístico
La ópera, música popular del siglo
XIX
Las siete características de las mejores
óperas
Somos los primeros en admitirlo: la ópera es
algo extraño y misterioso
Usan maquillaje y cantan todo el tiempo. Y cuando lo hacen en nuestro idioma, lo cual es raro, tampoco entendemos las palabras. Su universo es tan extraño que en él las mujeres representan papeles de hombres y los cantantes de cuarenta y cinco años encarnan a adolescentes. Por si eso fuera poco, los protagonistas parecen destinados a morir al final. Pero antes de que expelan su último aliento y caigan desplomados sobre el escenario, aún son capaces de encontrar fuerzas para cantar durante diez largos minutos.
Pero, por Dios, ¡si se trata del mayor espectáculo que existe en el mundo!
Sin embargo, todo ese misterio termina por intimidar a muchas personas, incluyendo a los autores de este libro cuando eran jóvenes, más ignorantes y llenos de prejuicios. Lo mismo que al esquiar, bailar o comprar un automóvil, las personas tienden a evitar todo aquello que las hace sentir inseguras. Muy dentro de sí, una vocecilla les dice que si van a una ópera sin tener ni idea de lo que pasa en ella, los esnobs operísticos se darán cuenta y se reirán del osado iluso en las mismas puertas del teatro.
Pero hay un gran secretillo acerca de la ópera: nadie sabe lo que pasa si no cuenta con una ayuda, por pequeña que sea. Ni siquiera los esnobs.
Y aquí estamos nosotros para ayudarte.
Definición de la ópera
La ópera es una pieza dramática como cualquier otra obra teatral, pero con la diferencia de que en ella los personajes cantan sus partes en lugar de recitarlas. Incluso muchas comedias musicales de Broadway, en las cuales la música no deja nunca de sonar, tales como Los miserables, Evita y Tommy, son en realidad óperas.
La ópera se inventó con el fin de combinar lo mejor de todos los mundos posibles: canto maravilloso, orquesta envolvente, drama cautivante, danza asombrosa, decorados espectaculares, lujoso vestuario, iluminación de fantasía, efectos especiales… Mediante la unión de todas estas artes, los padres fundadores de la ópera se propusieron crear una forma de arte superior a cualquier otra.
De hecho, con el paso del tiempo, la ópera se ha vuelto más divertida que nunca, por las siguientes razones:
Además, hoy los cantantes ya no son unos señores voluminosos que se plantaban en el escenario, cantaban su aria y punto, sino que se mueven, actúan y se tiran por el suelo como cualquier actor sin dejar por ello de cantar un solo instante. Y eso hace que el espectáculo sea aún más intenso.
El mito de lo popular y lo clásico
Dejando de lado el asunto de la inseguridad, algunas personas evitan la ópera porque piensan que es una forma artística anticuada e intelectual, reservada para aquellos que usan vestido de etiqueta y traje largo mientras hablan de bailes de sociedad en sus limusinas. La mayoría de la gente “normal” se iría más bien al cine.
Lo bueno
es que hasta hace muy poco tiempo, por lo menos en términos
geológicos, ir a la ópera era como ir al cine. La gente iba a la
ópera como se va hoy a un concierto de rock: ¡a divertirse! Iba a
ver a sus artistas favoritos y a escuchar sus melodías predilectas;
se vestía informalmente y llevaba consigo comida y bebida. Hasta
aplaudía, abucheaba o arrojaba flores o tomates durante el
espectáculo si le daba la gana. La música clásica era música
pop.
De hecho, cuando Giuseppe Verdi (si quieres saber más sobre él, pasa al capítulo 6) estrenó su ópera Otello, la gente se volvió loca. El público presente en el teatro ovacionó de pie al ya septuagenario compositor, llamándolo una y otra vez al escenario. Luego lo llevó en hombros al hotel y más tarde le ofreció una serenata bajo su ventana. Ni siquiera Prince o Madonna reciben hoy esa clase de tratamiento.
La ópera sigue siendo tan entretenida como siempre, pero hoy se ha convertido en algo mucho menos familiar. Eso es todo. Una vez que el lector se familiarice con esta forma artística, verá cuán divertida puede ser.
¿Cómo saber si me gustará?
No todas las óperas te emocionarán en el acto, lo cual es natural y normal. Lo mismo pasa con el cine o las novelas o las series de televisión.
Como decimos eufemísticamente en el mundo de la música clásica, algunas óperas son más accesibles que otras, lo cual significa que unas contienen hermosas melodías que puedes tararear de inmediato, mientras que otras, por el contrario, suenan en la primera audición como un gato en un triturador de alimentos. Pero no hay que desesperar por ello. Basta un poco de curiosidad, apertura de miras y constancia para que más pronto que tarde descubras el repertorio que mejor se adapta a tus gustos y sensibilidad.
Además, así como tienes tus músicos populares favoritos, de igual manera estás predestinado a tener tus compositores operísticos preferidos. Tal vez, al comienzo, un estilo te llamará más la atención que otros.
Es necesario que averigües lo que te gusta
más en este preciso momento. Así pues, consigue un compact disc con
selecciones de óperas famosas —alemanas, italianas, francesas,
eslavas, estadounidenses o, ¿por qué no? españolas— de diferentes
compositores y de distintas épocas, y escucha el primer minuto de
cada corte. Aquí no hay respuestas buenas y malas; se supone que la
ópera es divertida de escuchar. Si una selección te atrae más
que las otras, comienza tu
exploración del género sondeando obras del mismo estilo o del mismo
compositor.
Pero si luego resulta que te gustan todas, ¡excelente! Nuestro trabajo será entonces mucho más sencillo.
Siete características de las mejores óperas
A pesar de la increíble variedad de estilos presentes en el mundo de la música, hay ciertas cualidades consistentes que hacen admirable una ópera. Aunque es imposible calcular cuántas óperas se han escrito y representado en el mundo desde que el género nació allá por los inicios del siglo XVII, el repertorio habitual que hoy se interpreta suma un centenar de títulos. (Tantos no, pero en los capítulos 13 y 14 te hablamos de una muestra muy representativa de ellos, nada menos que de 75 obras maestras.)
A continuación te presentamos siete razones por las cuales algunas óperas han logrado permanecer vigentes en los escenarios y en el corazón de los aficionados.
Salen del corazón del compositor
En las mejores óperas, los compositores se vieron profundamente motivados por el material que tenían entre manos: escogieron temas que sentían con pasión.
La única ópera de Ludwig van Beethoven, Fidelio, trata de la lucha individual por romper las cadenas de la tiranía y la opresión, pero puede verse también como el combate que el propio compositor libró contra su sordera. Die Fledermaus (El murciélago) es la opereta más popular de Johann Strauss hijo, lo cual no debe sorprendernos puesto que la obra rebosa de valses y polcas chispeantes, cualidades que hicieron del músico una superestrella de su tiempo. Giacomo Puccini pasó años como un compositor joven al borde de la inanición y vertió esa experiencia en La bohème, su mayor éxito. (En el capítulo 13 tratamos estas tres obras maestras.)
Giuseppe Verdi, uno de los máximos compositores de óperas, se consideraba a sí mismo un hombre corriente y, efectivamente, sentía gran afinidad por las historias de gente común en situaciones extraordinarias.
Por ejemplo, otros compositores leyeron y rechazaron el libreto de Nabucco; Verdi, en cambio, quedó prendado por esta historia de esclavos hebreos que añoran la libertad y rápidamente supo establecer un paralelismo con su propio pueblo italiano, entonces dividido y subyugado por potencias extranjeras. Casi de manera inevitable, la ópera se convirtió en su primer gran éxito.
En todos los casos, cada compositor logró escribir la música para una historia que le era muy próxima, de ahí que los resultados sean siempre convincentes.
Reciben impulso de las emociones humanas fundamentales
Todas las buenas óperas —como todas las buenas películas y las comedias musicales de Broadway, si a ello vamos— expresan emociones humanas.
No hablamos de las emociones corrientes de todos los días, como la frustración porque se ha ido la luz cuando estábamos viendo en televisión la tan esperada final de fútbol, sino a emociones intensas como el amor, la ira, el orgullo, el placer, la codicia y la envidia. En las mejores óperas son el motor que conduce la acción.
La razón es simple: estas emociones son universales. No importa cuál sea la historia, ni la época, ni el lugar extraño en que ocurra: las emociones permanecen iguales. Y ésta es la razón por la cual la gente canta las óperas. La emoción puesta en música queda, de cierta manera, inmortalizada, como moldeada en piedra. Se convierte en algo como la vida misma.
A propósito de piedra: cuando los amantes enterrados vivos cantan “Oh terra, addio” (“Adiós, tierra”) al final de la Aida de Verdi, uno llora, no porque dos personajes del Egipto de los faraones vayan a ser emparedados, sino porque dos seres humanos como nosotros tienen que sufrir tanto por su amor. ¡Fundamental, hombre! ¡Fundamental!
Cuentan buenas historias
Las buenas óperas cuentan buenas historias. Y éstas, por lo general, se ven aderezadas por una buena dosis de sexo y violencia. (En el capítulo 2 te presentamos algunos casos concretos.)
Pero el sexo y la violencia ininterrumpidos pueden aburrir. Los grandes compositores (y los libretistas, que escriben las palabras y de cuyo trabajo te hablaremos más extensamente en el capítulo 2) saben cómo usar la variedad para mantener la atención. Si el libretista incluye algunas escenas divertidas para dar relieve a lo cómico, el horrible final será aún más chocante. De manera análoga, si el compositor emplea ideas musicales diferentes y variadas, juega con las dinámicas (mayor o menor intensidad del sonido) y es generoso con las melodías y armonías, es más probable que logre mantener vivo el interés del espectador.
En la ópera, como en el cine, un instante de violencia llevado al clímax puede ser conmovedor si se aborda mediante un suspense bien construido. Los grandes compositores saben cómo manejar la tensión dramática; su música construye el suspense que antecede al clímax; tienen cuidado de que no haya escenas superfluas, de que las arias no sean demasiado largas y de que la acción, como esta parrafada, progrese siempre hacia la inevitable conclusión, que destroza corazones, altera el pulso, produce sudoración facial y uñas comidas, temblores de tierra y ruido de pies.
Exhiben decorados y vestuario exóticos, y efectos especiales
Desde que el género dio sus primeros pasos
en 1600 con la Euridice de Jacopo Peri,
casi todas las óperas han transportado al público a lugares y
tiempos diferentes. Fíjate en ese título, la primera ópera que ha
llegado hasta nosotros: aun siendo una obra de una época tan lejana
como el Renacimiento, su acción acontece en tiempos todavía más
remotos, nada menos que en la Grecia mitológica.
La acción de la Aida de Verdi tiene lugar en el antiguo Egipto; la de Les troyens, de Hector Berlioz, en las no menos antiguas Troya y Cartago. Y la del ciclo El anillo del nibelungo de Richard Wagner no sólo remite a una época también lejana de cierto aire medieval, sino que se lleva a cabo en espacios tan poco comunes como bajo el agua, en las profundidades de un bosque primitivo, en el cielo…
La palabra clave es “exótico”. Cuanto más exótico sea el lugar de la acción, mayores serán las posibilidades de presentar decorados interesantes, vestuario y efectos especiales. Es el caso de la mencionada Aida, pero también de Lakmé, de Léo Delibes, ambientada en la India británica; de Madama Butterfly y Turandot, de Puccini, en Japón y China respectivamente, o de Carmen, de Georges Bizet, que traslada al espectador a la no menos exótica Andalucía del siglo XIX.
Aunque
no te hagas falsas ilusiones, que también hay óperas sobre temas
bien contemporáneos, o que al menos lo eran en el momento de su
composición. El mismo Verdi abrió ahí el camino con La traviata, una ópera que fue un escándalo no sólo
por la profesión de la protagonista (si no la sabes, pasa al
capítulo 13), sino porque retrataba demasiado bien la sociedad en
la que vivía el público asistente al estreno. Lo mismo que la no
menos escandalosa Neues vom Tage
(Noticias del día), del alemán Paul Hindemith. Todo en esa ópera
(estrenada en Berlín en 1929) era tan cotidiano y actual que en su
escena más famosa la soprano hacía un canto apasionado a los
progresos de la fontanería moderna… desnuda en la bañera.
Ya en época más reciente, el estadounidense John Adams decidió unir exotismo y actualidad en una misma ópera, y le salió Nixon in China, en la que puso música a algo en principio tan poco musical como el encuentro (histórico) del presidente estadounidense con su homólogo chino Mao.
Nota: Por muy exótica, o actual, que sea la ambientación de una ópera, si no va acompañada de buena música y buenas voces, el fracaso está garantizado.
Su estilo es original y creativo
Todos los días oímos decir que muchos de los
grandes compositores fueron incomprendidos en su tiempo, y que su
música fue considerada demasiado “moderna”. No toda la gente podía
sentir afinidad con las óperas de Georg Friedrich Haendel,
Beethoven, Piotr Ilich Chaikovski o Puccini cuando fueron
presentadas por primera vez. Sin embargo, esas obras se consideran
hoy de fácil audición.
La razón para este rechazo inicial reside en la falta de familiaridad. El lenguaje musical único de cada compositor era completamente nuevo, y precisamente ésa es una de las razones por las cuales sus óperas son tan magníficas. Los grandes compositores operísticos tienen ideas propias.
¿Has visto la película Amadeus? El compositor Antonio Salieri que aparece en ella está caracterizado como uno de los más famosos compositores mediocres. Salieri fue contemporáneo de Mozart, escribió óperas como Mozart y alcanzó gran éxito en su tiempo, tanto como para eclipsar a su rival. Pero, con el paso del tiempo, su música se olvidó, mientras que la de Mozart generaba más y más admiración. La explicación es muy sencilla: Salieri no era mal compositor; de hecho era muy bueno, pero su música no era original. Triunfaba porque era lo que la gente de aquella época quería escuchar, pero en el fondo sonaba igual que lo que escribían muchos otros entonces. La de Mozart, en cambio, era especial, y aunque al principio chocó, sobrevivió a su tiempo y hoy sigue sonando igual de fresca y maravillosa.
Contienen melodías pegadizas
En el mundo de la música popular moderna, la palabra “estribillo” se refiere al elemento repetido y pegadizo de una canción. Las canciones de los Beatles son pegadizas porque casi todas tienen su estribillo que ejerce de gancho. Piensa si no en “Help”, en “A Hard Day’s Night” o en “She Loves You” (“Yeah, Yeah, Yeah!”). Lo pegadizo no es una cualidad que se pueda medir científicamente, pero uno puede distinguir un estribillo cuando lo escucha.
El mismo concepto se aplica a la ópera. Un
estribillo ayuda a recordar e identificar un aria en particular, un
dueto o un coro. Las óperas de Mozart, Rossini, Verdi y Puccini
tienen melodías pegadizas en cantidad. La música de los grandes
compositores está llena de elementos que golpean la mente, te
atrapan y te hacen salir del teatro tarareando ese tema en
particular.
Entre todos los compositores que acabamos de mencionar, Verdi y Puccini se llevan la palma, pues una persona no habituada al mundo operístico puede tararear varias de sus melodías sin ni siquiera ensayar ni saber que pertenecen a óperas. Por eso no debe sorprendernos que sean los dos compositores de ópera más populares de todos los tiempos.
Permiten a los cantantes mostrar sus dotes
¿Qué es una buena melodía si nadie puede cantarla? Una de las características de las grandes óperas del repertorio es que se ajustan a los grandes talentos del mundo de la ópera.
Por lo menos durante trescientos años, los compositores de ópera han sabido que un magnífico cantante en el papel principal puede significar el éxito de la obra. ¿Y qué mejor manera de destacar a esa superestrella que dándole una gran aria de lucimiento?
La mayoría de los compositores de ópera, desde Haendel hasta hoy, han escrito pensando en cantantes específicos. Si, por ejemplo, una obra en particular tiene muchos dos agudos, podemos apostar a que el compositor sabía quién los cantaría. Y si otra da la sensación de evitarlos por completo, es porque, probablemente, el compositor tuvo buenas razones para no escribirlos.
Combinación de las cualidades anteriores
Una ópera no tiene por qué poseer estas siete características en su totalidad para ingresar al Salón de la Fama. Por ejemplo, las óperas que se mencionan en la parte V de este libro logran generalmente exhibir como máximo cinco o seis de ellas, si bien unas pocas especiales, como Don Giovanni de Mozart o Rigoletto de Verdi, las combinan todas. ¡Qué buenas son estas dos óperas!