Capítulo 23
Durante el ligero refrigerio con que el señor Holling obsequió a sus dos visitantes, Sexton Blake no pudo averiguar nada de particular. En vista de ello, ambos detectives no se entretuvieron mucho, y después de dar las gracias a Holling, regresaron a Whitchurch.
Por el camino, Blake trató de animar a Hailsham, a quien la última visita acababa de sentar como un tiro.
—Si tiene usted alguna noticia, comuníquemela Inmediatamente, encargó el detective al despedirse del superintendente en Whitchurch.
Y esta vez llegaron las noticias mucho antes de lo que nadie esperaba. Apenas había llegado Sexton Blake a Stiltley Manor cuando recibió una llamada telefónica de Hailsham, comunicándole desde la comisaría, que ya había sido encontrado el tercer gnomo.
El detective colgó el auricular y salió precipitadamente de la biblioteca. En el vestíbulo sé encontró con Benson que trajinaba de aquí para allá. Casi siempre que recibía un aviso telefónico se encontraba al mayordomo cerca de la puerta de la biblioteca. Tal vez no fuera más que una simple coincidencia; pero por otra parte era indudable que el asesino tenía un cómplice dentro de la casa, y Blake empezó a sospechar.
Pensativo, se fue en busca de Tinker.
—Voy a la comisaría, le dijo cuando lo encontró en la sala del billar, y tengo un pequeño trabajo para ti.
—Me alegro, —exclamó Tinker—. Ya estaba harto de no hacer nada. ¿De qué se trata?
—Quiero que vigiles a Benson, dijo el detective, y Tinker no pudo evitar un gesto de asombro.
—Es conveniente no perderlo de vista; claro está que disimuladamente, sin que él se entere.
El joven asintió, y recomendándole mucha precaución, Blake se despidió de él, y se dirigió al garaje del palacio, donde había dejado el coche. Por el camino se encontró con sir Robert.
—Parece que está usted hoy muy ocupado, comentó el anciano.
—Si; y es muy posible que le traiga buenas noticias cuando regrese, contestó Blake, y sin darle tiempo a que le hiciera nuevas preguntas continuó rápidamente su camino. Pocos segundos después avanzaba por la carretera en dirección al pueblo. Un ciclista seguía su coche a distancia.
Hailsham no podía, disimular su entusiasmo. En cuanto llegó a la comisaría, pocos minutos antes, le comunicaron la aparición del tercer gnomo.
—Fue comprado por dos señoras ancianas que viven en una villa de Goring, en las márgenes del río, —le dijo a Blake—. Se llaman Driscol y son hermanas.
—Estupendas noticias, comento Blake.
—Supongo que querrá usted ir a ver a esas dos señoras inmediatamente, propuso Hailsham, pero con gran sorpresa suya, el detective no aceptó aquella proposición.
—No, —dijo—. ¿Está usted completamente seguro de que la figurilla encontrada es nuestro gnomo?
—Segurísimo; pero ¿por qué no quiere usted verla?
—Porque no hace falta, contestó.
—Y ahora fíjese bien en lo que voy a decirle.
—Y durante unos minutos Sexton Blake estuvo hablando rápidamente exponiendo un plan de acción madurado en aquellos últimos días. Hailsham le escuchaba en silencio y con profunda atención.
—Está bien, —aprobó por fin—. Si no falla nada…
—No puede fallar, —interrumpió Blake con vehemencia—. Dígale a sus hombres que vigilen estrechamente la villa de esas señoras. Que detengan a toda persona, que salga de ella, y sobre todo, que lo hagan con mucho disimulo. A ser posible ni las mismas señoras Driscol deben enterarse de 1a vigilancia de que es objeto su vivienda. En cuanto oscurezca nos pondremos también nosotros de guardia, y confío que esta misma noche liquidaremos nuestro asunto.
—¿Podría usted decirme a quién diablos espera usted?, murmuró el superintendente.
—Tenga paciencia y ya lo verá, —contestó su enigmático colega—. Una única cosa, le advierto: vaya usted armado, pues tendremos que habérnoslas con un desesperado que se jugará el todo por el todo.
Cuando Sexton Blake abandonó la comisaría se leía en sus ojos una decisión irrevocable de conseguir el triunfo costara, lo que costara. Tal vez no lo consiguiera aquella noche; era muy probable que el asesino no acudiera inmediatamente a recoger el producto de su crimen. Pero el detective estaba convencido de que tarde o temprano acudiría. Si era cierto que tenia, un cómplice dentro de la casa, no tardaría mucho en enterarse del paradero del gnomo. En caso contrario tardaría más.
Pero Blake se propuso precipitar los acontecimientos; quiso que el asesino cayera cuanto antes en la trampa, que le tenía preparada. Cuando entró en Stiltley Manor se encontró a Benson, como de costumbre, en el vestíbulo, y con cara risueña le preguntó dónde se hallaba sir Robert.
—En la biblioteca, señor, contestó el mayordomo.
Blake entró en la biblioteca. Alperton leía en un sillón junto al fuego.
—¡Hola! Bienvenido, —saludó—. ¿Qué me cuenta de esas noticias que me prometió hace poco?
—Tenga todavía un poco de paciencia, —dijo el detective—. Creo que mañana mismo quedará solucionado todo.
El anciano apartó el periódico que estaba leyendo y se quitó las lentes.
—¿En serio? —interrogó—. ¿Ha descubierto ya al culpable de Ion tres crímenes?
—Casi, repuso Blake. Más tarde satisfaré cumplidamente su justa curiosidad, pero ahora ¿quiere hacerme el favor de ordenar que nos den cuanto antes de comer a Tinker y a mí? Necesito irme inmediatamente a Londres para recoger las últimas pruebas.
—¿Y cuándo regresará?, preguntó Alperton.
—Mañana por la mañana, fue la contestación.
Evidentemente sir Robert deseaba hacer muchas más preguntas; pero comprendiendo que era impertinente e inútil, metió su curiosidad en el bolsillo, y sin abrir la boca se levantó y llamó al timbre. Pocos segundos después Benson entraba, en la biblioteca.
—El señor Blake y su ayudante desean salir cuanto antes para Londres, —le dijo el anciano caballero—. ¿Quiere usted ordenar que les sirvan inmediatamente la comida?
El mayordomo se inclinó respetuosamente y abandonó la estancia. Blake creyó advertir cierto brillo de sospecha y asombro en sus ojos.
—¿Sabe usted dónde está Tinker?, le preguntó a sir Robert.
—No; como no esté en el salón con los demás no sé dónde pueda estar.
Pero el joven no estaba en el salón. El detective se lo encontró en el primer piso.
—Ahora mismo vamos a comer, le dijo cogiéndole de un brazo y conduciéndole a su cuarto, y luego a Londres.
—¿A Londres?, —repitió Tinker—. Entonces ¿por qué…?
—¡Calla!, —ordenó Blake en voz apenas perceptible—. Entra en mi cuarto.
Tinker obedeció maquinalmente, y mientras su jefe se mudaba rápidamente de ropa, escuchó atentamente las instrucciones que le daba. Cuando entraron en el comedor, Benson les había preparado ya la comida, y despachándola en un decir amén salieron echando chispas, en el coche con dirección a Londres.
Veinte minutos después de su partida apareció Hailsham en Stiltley Manor. El superintendente venía sofocado y muy excitado preguntando por Blake.
—Salió para Londres con su ayudante, hace poco, le contestó Benson.
Hailsham soltó una, maldición.
—Ya sabía que se iba a ir, —dijo—; pero creí que todavía no habría salido. ¡Lástima! Hemos hecho un descubrimiento importante y quería comunicárselo. En fin ¿qué se le va a hacer? ¿Está sir Robert?
—Sí, señor; pase, contestó el mayordomo luchando por ocultar la curiosidad que le salía por los ojos, e introduciendo a Hailsham en la biblioteca.
—Buenas tardes, sir Robert, —saludó el superintendente—. Venía con la esperanza de encontrar a Blake y ya que no está he querido pasar a saludarle y rogarle que me permita utilizar el teléfono.
—No faltaba más, —contestó el anciano—. Está a su disposición.
Fuera de la puerta, Benson escuchaba afanosamente, y no tuvo necesidad de aguzar el oído, pues la potente voz del superintendente llegaba fácilmente hasta él.
—¿Vive ahí el señor Blake? Si, ya sé que no está, pero no tardará mucho en llegar. Tengo un recado importantísimo para él. Dígale que ya hemos encontrado el tercero. Está en el jardín de una villa llamada «Overstream» en Goring al lado del río. La villa es propiedad de dos hermanas llamadas Driscol. Dígale también al señor Blake que como los otros dos están vacíos, lo que buscamos tiene que estar forzosamente en éste y que no haré nada hasta que él regrese mañana. ¿Se ha, enterado? Bien, gracias.
Las pálidas mejillas de Benson enrojecieron de satisfacción, ya sabía lo que desea saber. Ahora no tenía más que comunicarse con su compinche y dejarle la última parte del negocio.