Capítulo 8

El detective y el superintendente regresaron a Crays Lodge. Ambos Iban silenciosos. Sir Robert los recibió con una exclamación.

—¿Dónde diablos iban ustedes tan de prisa?, preguntó con curiosidad.

Sexton Blake se lo explicó y ti anciano frunció las cejas.

—¿Quién podría ser?, —murmuró—. Como no fuera un vagabundo…

—Creo que era algo más que un simple vagabundo, —interrumpió Blake—. Debía tener una cita en el bosque.

—¿Con quién?, preguntó Alperton.

—No sé; tal vez fuera con Arthur Warrender. Esto no es más que una suposición, desde luego.

Y sin pronunciar una palabra más se puso a examinar las huellas que ya había observado anteriormente junto al arbusto donde yacía el cadáver de Warrender. Tras unos minutos de observación, se volvió a Hailsham.

—Veo aquí huellas de dos zapatos diferentes, —dijo. Un par de zapatos es basto, ancho de punta y muy pesado. El otro es un calzado más elegante, y o mucho me equivoco, o fue la misma víctima quien imprimió estas últimas huellas.

—Ordenaré que saquen fotografías, —dijo Hailsham—. Mientras tanto Cowloy se encargará de que nadie se acerque por aquí.

—¿Entendidos, Cowley?

—Sí, señor, contestó el policía, que rígido como una estatua, permanecía Junto a su jefe.

—El cuerpo está entre los matorrales, pero yo creo que fue transportado ahí después de muerto.

—Estas manchas de sangre cerca de las huellas prueban mi afirmación, observó Blake indicando unas manchas coreanas a la cuneta en la carretera.

Hailsham asintió, y se había inclinado para registrar los bolsillos del muerto, cuando una súbita exclamación de Tinker le interrumpió con su labor. El joven detective se hallaba en la cuneta opuesta, y miraba atentamente el suelo. Sexton Blake v Hailsham se acercaron intrigados.

—Miren dijo Tinker señalando algo con el dedo extendido.

La mirada de los dos hombres siguió la dirección indicada por el joven y Blake fue el primero en descubrir lo que había llamado su atención. Era un cuchillo, una navaja, medio escondida entre la hierba de la carretera. Era de regulares dimensiones, hoja ancha y afilada y maneo blanco. Pero lo más interesante de aquella arma, según pudo observar Blake cuando la recogió del suelo con su pañuelo, era que la hoja tenía grandes manchas de sangre coagulada.

—O mucho me equivoco, dijo, o esto es el cuchillo con el que fue muerto Casselll.

—Pero, ¿cómo diablos ha podido llegar hasta aquí?, preguntó asombrado Hailsham.

Lo, más probable es que fuera el mismo asesino quien lo trajo, contestó el detective.

—Después de matar a Casselll vino a Crays Lodge y por el camino se encontró a Warrender y lo mató. Es la suposición más verosímil.

—Pero, ¿por qué no mató a su secunda víctima con el cuchillo? ¿Por qué disparó contra Warrender en vez de apuñalarle?

En aquel cuchillo se encontraron huellas dactilares que, lejos de solucionar el asunto, lo complicaron todavía más, como veremos más tarde.

Apenas acababa Hailsham de guardarse el cuchillo en el bolsillo, bien envuelto en el pañuelo de Blake, cuando llegó el doctor Yarde, médico forense.

—Me han dicho que se ha cometido un nuevo crimen, —dijo—. ¿Es verdad?

—Sí, —contestó el superintendente—. El señor Warrender ha sido asesinado.

—¡Arthur Warrender!, exclamó el doctor, abriendo mucho los ojos.

—¡Qué horror! ¡Es Increíble! ¿Dónde está?

Hailsham le señaló el sitio.

Blake le oía murmurar mientras examinaba la, herida Tras un corto intervalo se reunió con el pequeño grupo.

—Murió instantáneamente, —dijo—. Me inclino a creer que cuando cayó al suelo ya estaba muerto.

Sus ojillos iban rápidamente de una persona a otra.

—¿Qué pasa en esta vecindad?, —continuó—. ¿Anda algún loco suelto por los alrededores? ¡Dos asesinatos en una noche! ¡Horroroso! El pánico cundirá en el condado en cuanto se enteren de estas terribles novedades.

—No se trata de un loco, —corrigió Blake con calma—. Estos dos asesinatos obedecen más bien a un plan premeditado y ejecutado con decisión y sagacidad.

—Supongo que llevarán el cadáver al depósito judicial, —añadió el doctor dirigiéndose a Hailsham, y como éste asintiera, continuó:— Entonces ya pasaré por allí más tarde. Tengo que hacer todavía muchas visitas.

—Por ahora ya no tenemos nada que hacer aquí, —dijo el detective; y cogiendo a Hailsham aparte añadió:— La servidumbre de Warrender no tardará en llegar. No creo que cuenten nada interesante, pero, sin embargo, es conveniente interrogarla. Confió también que me comunicará si han encontrado huellas dactilares en el cuchillo.

El superintendente prometió hacerlo así.

—Le diré a sir Robert que se lleve a la señorita Warrender a Stiltley Manor, continuó Blake.

—Así podrá usted registrar cómodamente la casa Por mi parte, creo que en Crays Lodge no falta absolutamente nada; sin embargo, como no conocemos los papeles de Warrender, no podemos afirmar nada en concreto.

El detective no mencionó para nada el enigmático papelito descubierto por él entre los papeles de la mesa del despacho. Estaba seguro de que aquello no le serviría a Hailsham para nada, y además quería examinarlo con más detenimiento.

Acercándose a Alperton le sugirió la Idea, de que propusiera a Kathleen Warrender que permaneciera en Stiltley Manor, hasta que se solucionara aquel endemoniado asunto.

—Naturalmente; pues no faltaba más —aprobó instantáneamente el anciano. ¿Cómo no se me había ocurrido ya? No podemos dejar a la pobre criatura sola en Crays Lodge. Voy a buscarla.

Sir Robert se fue en dirección a la casa, y Sexton Blake se acercó a Tinker.

Tengo trabajo para ti, viejo, —le dijo—. Después de comer, irás a Lodres y te traerás lo imprescindible para una estancia de unos cuantos días.

—¿Piensa usted quedarse aquí?, preguntó el joven.

—Sí; este asunto me interesa sobremanera, y me alegro mucho de haber venido.

Pocos momentos después llegaron sir Robert y la señorita Warrender y todos juntos emprendieron el regreso a Stiltley Manor, dejando a Hailsham y a sus hombres dueños absolutos de Crays Lodge. En el trayecto comunicó el detective a sir Robert su decisión de permanecer en su palacio hasta la completa aclaración de aquel asunto. El anciano respiró satisfecho, parecía que le quitaban un peso de encima.

—Me da usted una alegría inmensa, Blake, —dijo—. Si no me lo hubiera usted dicho pensaba proponérselo.

El mayordomo, Benson, estaba en el vestíbulo cuando llegaron a Stiltley Manor, y sir Robert le ordenó que preparara las habitaciones para los nuevos huéspedes.

—¿Cuándo estará preparada la comida, Benson?, preguntó Blake.

—Dentro de un cuarto de hora, señor, contestó el mayordomo.

El detective se volvió entonces hacia sir Robert, y le preguntó donde estaba el teléfono.

—En la biblioteca, —contestó sir Robert—. Pero le advierto a usted que no funciona. Ya le dijo Benson…

—Precisamente porque no funciona quiero verlo, interrumpió Blake, y sin dar lugar a que sir Robert manifestara su extrañeza, se dirigió a la biblioteca.

El detective descolgó el auricular y pudo comprobar por sí mismo que la avería no estaba en el aparato. Tenía pues que estar forzosamente en la línea. Saltando por la ventana, fue siguiendo el cable, y no tardó mucho en descubrir que estaba cortado con unas tijeras o con cualquier otro instrumento cortante.