Giovanni Morelli, detective

Recibí un telegrama solicitando una descripción de la oreja izquierda del doctor Shlessinger.

Watson en «La desaparición de Lady Frances Carfax».

AUNQUE a primera vista puede parecer puramente fortuita la relación entre los métodos de Morelli y de Sherlock Holmes, se sabe que entre las familias de ambos existía más de una conexión Michael Shepherd nos revela que un tío del escritor («Unele Henry»), fue director de la Galería de Arte de Dublín y gran admirador de Morelli, quien a su vez se refirió a él como «el espléndido Mr. Doyle». Más allá de la influencia directa entre ambos autores, la semejanza de sus métodos ha dado lugar a una abundante bibliografía, en la que destacan los trabajos de Cario Ginzburg y de Enrico Castelnuovo, quien estableció una minuciosa comparación entre el método del connoisseur y el del detective en su entrada «Atribución», escrita para la Encyclopaedia Universalis.

Castelnuovo explica que si no fuera por los esfuerzos de expertos como Wilhelm Bode, Bernard Berenson y el propio Morelli, los museos estarían llenos de obras de arte de autor desconocido o con un nombre nacido de la pura fantasía. Castelnuovo va más lejos y asegura que el método de Morelli responde al espíritu de la época, a la tendencia dominante entonces, que era la búsqueda de la precisión, el examen de lo minúsculo, la catalogación del universo entero. Según Castelnuovo, la necesidad de poder saber quién es el autor de una obra siempre ha existido, pero no cobró verdadera importancia hasta que en el siglo XVIII los caballeros ingleses se aficionaron a recorrer Europa para admirar el arte antiguo, en lo que llamaban el «Grand Tour». Fue entonces cuando la figura del conocedor adquirió una gran importancia, como revela la aparición del ensayo de Jonathan Richardson The Connoisseur (1719) y la compra de objetos artísticos a precios cada vez más desorbitados.

Ante la ausencia de criterios fiables, no hace falta decir que también proliferaron las falsificaciones. En el siglo XIX, nos dice Castelnuovo, comienza la búsqueda de un método más riguroso y científico, al servicio de los museos y galerías de arte que se abren en toda Europa, porque muchas de las obras albergadas son de autor desconocido, o se atribuyen a una escuela o un estilo de manera indiferenciada, o incluso se les asignan nombres de conveniencia (Notnamen), como Pseudo Boccaccino o «Maestro de San Severino», algunos de los cuales todavía perviven hoy en día. Todo esto cambió cuando Morelli, o mejor sería decir Ivan Lermolieff, comenzó a aplicar sus métodos y descubrió varias atribuciones erróneas, como la Venus dormida del museo de Dresde, que se atribuía a Sassoferrato a partir de un original de Tiziano y que él asignó a Giorgione.

El ojo atento, detectivesco, de Morelli se concentra en los detalles insignificantes y descubre en cada pintor un rasgo característico, una manía si se quiere, el equivalente pictórico a la escritura automática. Los discípulos y falsificadores imitan con especial cuidado los rasgos más destacados de un maestro, como la expresión de la boca en los rostros pintados por Leonardo, pero descuidan lo que nunca ha tenido un significado especial en la historia del arte, como las orejas. Aquí es donde Castelnuovo establece una gran semejanza entre Morelli y Holmes: «Este método, claramente afectado por las tendencias de la época, tiene un carácter científico innegable, pero, por otra parte, parece seguir un método paralelo a la puesta en escena en la investigación policial por Sir Arthur Conan Doyle[57]». Del mismo modo que Sherlock Holmes busca las huellas de los criminales en los lugares en los que no miran los expertos de Scotland Yard, Morelli encuentra al artista en los lugares que nadie observa con atención, ni siquiera los críticos de arte: «Para el especialista en las atribuciones artísticas y para el detective se aplica la misma norma: el detalle visible, el elemento que llama la atención es el menos seguro, lo que hay que encontrar son pistas ocultas, que conducirán inevitablemente al autor[58]». Ante las críticas por lo poco espiritual de su método, Morelli responde con ingenio que más bien sucede todo lo contrario; eso que los críticos consideran puramente material, como una oreja, una uña o un dedo pintados en un cuadro, no lo es, pues en realidad es la expresión del alma del artista: «Esta forma exterior de la figura humana no es accidental, como muchos creen, sino que depende de causas espirituales». En efecto, esos pequeños detalles tienen, dice Morelli, una causa interna en la mente o la sensibilidad del artista: es en ellos donde no finge, donde, al casi no esforzarse en copiar o representar con meticulosidad algo como un tapiz, una puerta ornamentada o un paisaje, se muestra verdaderamente a sí mismo.

Volvamos ahora a aquellos pequeños detalles morellianos y holmesianos, para conocer a alguien que literalmente hizo su carrera gracias a una oreja.

No tan elemental
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