El hermano más listo de Sherlock Holmes

Llegué a creer que era un huérfano al que no le quedaba ningún pariente vivo; pero un día, para mi sorpresa, empezó a hablarme de su hermano.

Watson en «El intérprete griego».

Casi todo el mundo sabe que Sherlock tenía un hermano que era más listo que él. En «El intérprete griego», Watson se entera de la existencia de Mycroft Holmes cuando discute con su amigo acerca de si existen facultades hereditarias. Watson dice que parece obvio que la capacidad de observación y deducción de Holmes es producto del aprendizaje, pero el detective replica que algo de hereditario puede haber, puesto que su hermano también posee esas facultades, y «en más alto grado que yo». Watson no se acaba de creer que alguien pueda superar los extraordinarios poderes mentales de Sherlock, pero poco después tiene ocasión de asistir, en el selecto y casi secreto Club Diógenes, a un duelo improvisado entre los dos hermanos Holmes. Vale la pena citar en extenso este encuentro legendario:

Se sentaron junto a la ventana mirador del club.

—Este es el lugar adecuado para todo aquel que quiera estudiar la humanidad —dijo Mycroft—. ¡Mira qué tipos tan magníficos! Fíjate, por ejemplo, en esos dos hombres que vienen hacia nosotros.

—¿El jugador de billar y el otro?

—Precisamente. ¿Qué sacas en limpio del otro?

Los dos hombres se habían detenido frente a la ventana. Unas marcas de yeso sobre el bolsillo del chaleco eran las únicas señales de billar que pude ver en uno de ellos. El otro era un individuo bajo y muy moreno, con el sombrero echado hacia atrás y varios paquetes bajo el brazo.

—Un militar veterano, por lo que veo —dijo Sherlock.

—Y licenciado hace muy poco tiempo —observó su hermano—. Con graduación de suboficial.

—Artillería Real, diría yo —señaló Sherlock.

—Y viudo.

—Pero con un crío de poca edad.

—Crios, muchacho, crios[64].

Watson no puede más y, riéndose, dice que el juego ya está resultando difícil de creer, por lo que los dos hermanos proceden a explicarle todo su proceso deductivo:

—Seguramente —repuso Holmes— no sea tan difícil decir que un hombre con este porte, una expresión de autoridad y una piel tostada por el sol es un militar, algo más que soldado raso y que ha llegado de la India no hace mucho tiempo.

—Que ha dejado el servicio hace poco lo demuestra el hecho de que todavía lleve sus «botas de munición», como suelen llamarlas —observó Mycroft.

—No tiene el paso inseguro del soldado de caballería y, sin embargo, llevaba su gorra inclinada a un lado, como lo demuestra la piel más clara en ese lado de la frente. Su peso no es el propio del soldado de ingenieros. Ha servido en artillería.

—Y, desde luego, su luto riguroso muestra que ha perdido a un ser muy querido. El hecho de que haga él mismo sus compras da a entender que se trató de su esposa. Observa que ha estado comprando cosas para los chiquillos. Lleva un sonajero, lo que indica que uno de ellos es muy pequeño. Probablemente su mujer muriera al dar a luz. Y el hecho de que lleve bajo el brazo un cuaderno para pintar denota que hay otro pequeño en el que ha de pensar[65].

Sin embargo, por muy impresionantes que sean los poderes deductivos de Sherlock y Mycroft, no eran nada comparados con los del tercer hermano Holmes, Sherrinford. El más célebre de los biógrafos de Holmes, Baring-Gould, nos explica la relación entre los tres: «Sherrinford Holmes, el primogénito, llamado así en honor de la familia de su madre, vino al mundo en 1845. Su segundo hijo, Mycroft, llegó en 1847. El tercero, Sherlock, no nacería hasta siete años después[66]».

Se sabe poco de Sherrinford, pero al menos se conserva una anécdota de una de sus aventuras en Estados Unidos, que él mismo cuenta a Sherlock, en presencia de Watson, y que nos permite comprobar sus poderes de inferencia, que casi rozan la adivinación. Sherrinford Holmes estaba desembarcando en el puerto de Nueva York cuando se dio cuenta de que había olvidado en el camarote del barco un abrigo y un reloj de pulsera de gran valor. Regresó apresuradamente a su camarote y descubrió que los dos objetos habían desaparecido. Convencido de que el ladrón era alguien de la tripulación, hizo reunir a todos los camareros del barco y les pidió que se pusieran en fila:

Fui de un lado a otro de la fila y hablé un poco con cada uno, tan dégagé como pude, de cualquier cosa sobre la que él (el ladrón) pudiera hablar con interés, esperando que yo fuera tan loco como para ser capaz de detectar alguna pista que me indicara quién era el ladrón. Cuando ya había ido de un lado a otro de la fila, me volví y me separé de ellos pero sin alejarme, y me dije a mí mismo «no tengo ni la más pequeña luz hacia la que dirigirme». Pero, entonces, mi otro yo (pues los dos están siempre comunicándose, dialogando) me dijo: «simplemente tienes que señalar a un hombre. No importa si no aciertas, debes decir quién crees que es el ladrón». Hice un pequeño rodeo en mi camino, lo que no me llevó ni un minuto, y cuando me giré hacia ellos, toda sombra de duda se había desvanecido.

A continuación, Sherrinford habló con el sospechoso e intentó convencerlo de que le devolviera los objetos, pero no lo logró «ni con la razón, ni con amenazas, ni siquiera prometiéndole cincuenta dólares». Como no podía resignarse a perder aquel reloj, Sherrinford tomó un taxi y se presentó en la oficina de la agencia de detectives Pinkerton, que es mencionada en varias aventuras de su hermano[67]; allí se entrevistó con un detective llamado Bangs y le dijo lo siguiente:

«Un negro de la Fall River Line, llamado tal y tal (le di su nombre) me ha robado el reloj, la cadena y un abrigo. El reloj es un Charles Frodsham y este es su número. El ladrón huyó del barco a la una en punto, e irá inmediatamente a empeñar el reloj, por el que le darán cincuenta dólares. Quiero que se convierta en su sombra y que tan pronto como tenga en su poder la papeleta de empeño haga que lo arresten». Mr. Bangs dijo: «¿Qué le induce a pensar que es él quien le robó el reloj?». Dije: «No tengo ningún motivo para pensarlo; pero estoy totalmente convencido de que es así».

Bangs no podía detener al hombre basándose tan solo en el testimonio de Sherrinford, por muy hermano que fuera del más célebre de los detectives (además, en 1879 Sherlock Holmes todavía no había empezado a asombrar al mundo), así que se limitó a asignar para la misión a un agente, quien prefirió investigar, sin resultados, a otro de los camareros. Solo quedaba una posibilidad de recuperar el reloj: ofrecer una recompensa a cualquier prestamista entre Nueva York y Boston. Pocos días después, un prestamista les entregó el reloj a cambio de la recompensa; además «describió tan plásticamente al individuo que había empeñado el reloj que no cupo la menor duda de que había sido mi hombre», dice Sherrinford. Ya sin dudarlo, se dirigió al domicilio del sospechoso, pero el agente no quiso entrar, así que Sherrinford lo hizo solo, prometiendo que regresaría en veinte minutos:

Me abrió una mujer amarilla [hay que suponer que era de origen chino]; pero otra… estaba justo detrás de ella. Entré y dije: «Su marido ahora mismo está camino de Sing Sing por haberme robado un reloj. Sé que la cadena y el abrigo, que también me robó, están aquí y vengo a buscarlos». Las mujeres empezaron a chillar amenazándome con enviarme inmediatamente a la policía.

Sherrinford mantuvo la calma y les dijo que si llamaban a la policía solo perjudicarían al ladrón, porque él ya sabía dónde estaba la cadena del reloj. Mientras decía esto, aprovechó para mirar toda la habitación:

En aquella habitación no vi ningún sitio donde pudiera estar la cadena, y entré en otra. Había pocos muebles aparte de una cama de matrimonio y un baúl de madera en el rincón más apartado de la cama. Dije: «Bien, mi cadena está en el fondo de aquel baúl, bajo la ropa; voy a cogerla…».

Sherrinford abrió el baúl y empezó a buscar bajo la ropa hasta que logró dar con la cadena, que ató inmediatamente a su reloj, pero entonces se dio cuenta de que una de las mujeres ya no estaba allí, «a pesar del enorme interés que había puesto al principio en mi manera de proceder». Volviéndose hacia la otra mujer, el hermano de Holmes dijo: «Ahora tan solo me falta encontrar mi abrigo». La mujer, muy tranquila, le invitó a registrar toda la casa, a lo que él contestó: «Estoy en deuda con usted, señora, por este tan extraordinario cambio de tono que ha experimentado desde que empecé a hurgar en el baúl y con ello me convence de que el abrigo no está aquí…». Se dirigió entonces a otra vivienda en el mismo rellano, llamó, le abrieron la puerta dos mujeres y pudo ver una sala con un hermoso piano, y sobre él un paquete:

Dije: «He llamado a la puerta porque aquí hay un paquete que me pertenece; oh sí, ya lo veo; solo pretendo cogerlo». De esta manera, cortésmente, las aparté para poder entrar, cogí el paquete, lo abrí, encontré mi abrigo y me lo puse. Bajé a la calle, y llegué hasta donde estaba mi detective aproximadamente quince segundos antes de que mis veinte minutos hubieran transcurrido.

La de Sherrinford es sin duda una investigación increíble, en la que se combinan el poder de observación, la intuición y la deducción, pero quizá resulta poco verosímil, puesto que, al contrario que las deducciones de Holmes, Sherrinford no parece capaz de explicar por qué sospecha de ese camarero y no de cualquier otro. Sin embargo, ese detalle inverosímil se convierte en asombroso cuando descubrimos que este suceso no pertenece a un cuento, sino que tuvo lugar en la vida real.

El lector me perdonará el pequeño engaño, que ha consistido en contar una historia real como si fuera de ficción. En el relato tan solo he cambiado un nombre, el de su protagonista: no se trataba de Sherrinford, el supuesto hermano más listo de Sherlock Holmes[68], sino del psicólogo y filósofo pragmático estadounidense Charles Sanders Peirce, considerado también uno de los fundadores de la semiótica. Creo que, gracias a este pequeño ardid, ha quedado muy clara la gran similitud entre los métodos de Peirce y los de Holmes. Muchos expertos han llegado a la conclusión no solo de que las semejanzas entre Holmes y Peirce hacen que podamos considerar al detective como uno de los padres de la semiótica, sino también que Peirce fue quien mejor definió el método de Holmes. Peirce nos ayudará a desentrañar el misterio del verdadero método de Sherlock Holmes y quizá también la técnica que le permitió descubrir al ladrón de su reloj, pero ahora es el momento de examinar la estrecha relación de Holmes con la semiótica.

No tan elemental
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