Capítulo 5

—Esto no está funcionando —Piper se encontraba de pie frente a su jefe, mirándolo con las manos en las caderas y la expresión más dura que había podido adoptar. Prefería seguir así a sentarse, en un evidente intento por intimidarlo. Intento que, mal que le pesara, sabía que estaba condenado al fracaso.

Recostado en su cómodo sillón, Dave la miró durante unos segundos antes de hablar.

Piper detestaba que hiciera eso. Era un indicio seguro de que no tenía la menor idea de lo que iba a decirle, y menos aún de cómo manejar la situación. Con mucha frecuencia, indicaba además que no iba a hacer absolutamente nada para resolver el problema, aparte de negar su existencia.

—Personalmente —pronunció al fin—, no veo dónde está el problema. Parece que Martínez está haciendo un buen trabajo.

—Pero abandonó su cámara. Y con la cinta.

Dave arqueó una ceja.

—Pero para salvarte a ti el pellejo, según tengo entendido.

Soltando un resoplido de impaciencia, Piper se dejó caer en la silla más cercana.

—Sabes tan bien como yo que la historia es siempre lo primero. Los buenos periodistas se arriesgan todo el tiempo. Esa cita con Taylor no fue distinta. Estamos en el negocio de las noticias, no en el de los héroes.

Dave se inclinó hacia delante, apoyándose en la mesa y sosteniéndole la mirada.

—Piper, llevo treinta años en este negocio y eso yo lo sé mejor que nadie. Pero... —se quedó en silencio, buscando un efecto dramático para sus palabras—... mi perspectiva sobre el tema ha cambiado recientemente. A veces creo que quizá hacemos demasiados sacrificios en nombre de las noticias y para mantener informada a la gente. Y quizá la gente no necesite saber algunas de las cosas que les mostramos.

Piper no podía dar crédito a lo que estaba oyendo. Dave Sullenger, el gran periodista que le había enseñado todo lo que sabía, se estaba ablandando. Algo no encajaba.

Estaba segura de ello.

—¿Qué diablos está pasando, Dave? —inquirió, desconfiada—. ¿Ha estado hablando Lucas contigo?

—Pues sí —admitió, suspirando. Antes de que Piper pudiera protestar por la injusticia de una intromisión de su tío, Dave pulsó el botón del intercomunicador—. Keith, tráenos dos cafés, ¿quieres?

Un instantáneo “sí, señor” reverberó a través del aparato. Y Dave volvió a fijar su solemne mirada en Piper.

—Mira, sé que no es justo, pero estoy de acuerdo con tu tío —alzó una mano para adelantarse a sus protestas—. No es seguro que sigas andando por ahí, en las calles.

Así que voy a pedirte una vez más que te tomes unas vacaciones hasta que todo esto haya terminado.

—Ni hablar —parpadeó varias veces para contener las lágrimas que le anegaban los ojos. Se negaba a llorar—. Admito que todo este asunto del SUS me está poniendo muy nerviosa, porque no sé de dónde vienen los golpes. Pero no estoy dispuesta a rendirme. Me lo he pensado mucho, Dave, y no me echaré atrás. ¿Qué ganó Sorrel con esconderse de ellos?

Keith entró en aquel momento con las dos tazas de café. Primero sirvió a su jefe y después se volvió hacia Piper.

—Se lo he traído con leche, como a usted le gusta, señorita Ryan —sonrió como si aquella sencilla tarea le proporcionara un inmenso placer.

—Gracias, Keith —tomó la taza y bebió un sorbo. Necesitaba algo, cualquier cosa, para tranquilizar los nervios. Y una pequeña dosis de cafeína no le haría daño, teniendo en cuenta las pocas horas que había dormido aquella noche.

Cuando el secretario se hubo retirado, Dave continuó:

—Muy bien, Piper, no insistiré más —bebió a su vez un sorbo y se quedó pensativo—.

Llevo esperando tres días a contarte algo con la esperanza de que cambiaras de idea, pero como no piensas hacerlo, no veo razón para ocultártelo por más tiempo.

Piper casi se atragantó con el café.

—¿De qué se trata?

—Supongo que sabes que hace tres días el presidente de la nación creó su propia unidad de combate contra el terrorismo en este país.

—Por supuesto que lo sé. Precisamente yo preparé la noticia poco después del anuncio oficial.

—Han elegido al senador Rominski, de Georgia, como responsable de la organización.

Piper asintió. La noticia no era nueva. Había sido anunciada más de una semana atrás.

—El senador visitará Atlanta la semana que viene para coordinarse con las autoridades locales.

Piper se irguió, expectante.

—¿Tenemos a alguien dentro para cubrir la noticia?

—Mejor que eso. El senador ha aceptado que lo entrevistemos para nuestra cadena. Y

ha pedido que la entrevistadora seas tú.

—¿Qué? —dejó la taza sobre la mesa—. ¿Me ha pedido... a mí?

—El senador dice que dado que fuiste invitada a la rueda de prensa clandestina del SUS, por fuerza tenías que estar también ahí. Pero yo todavía no he dado el visto bueno.

—Espero que no se te haya pasado por la cabeza negarme esta oportunidad —le advirtió Piper. Aunque quería mucho a su tío Lucas, detestaba que interfiriera en su carrera profesional. En el pasado, Dave jamás habría vacilado a la hora de asignarle una entrevista semejante.

—La entrevista tendrá lugar en un estudio, bajo estrictas condiciones de seguridad.

Pero existe el riesgo de que el SUS atente contra ti, e incluso quizá también contra el senador. Piénsalo bien, Piper. ¿Estás segura de que quieres hacerlo?

—Sabes de sobra que sí.

Dave asintió, sonriendo levemente.

—Lo imaginaba. Dado que todo está dispuesto, sólo una cosa más. Todavía no puedo hacerte promesas, pero es muy posible que alguna de las grandes cadenas nos compre la entrevista.

—¿Una gran cadena? ¿A nivel nacional?

—Sí. Hay muchas posibilidades.

Piper apuró el resto de su café. Ese día iba a necesitar de toda la cafeína que pudiera asimilar. Tenía que documentarse muy bien sobre la nueva unidad antiterrorista. Y

estaba decidida a hacer una entrevista memorable.

—¡Señorita Ryan! —Keith irrumpió en el despacho justo cuando Piper se disponía a marcharse. Parecía entusiasmado.

—¿Qué pasa?

—He recibido esta llamada para usted —le entregó un largo mensaje—. Era una mujer. Le pedí que esperara para pasársela, pero me dijo que no podía e insistió en que tomara el recado.

Piper frunció el ceño cuando leyó la palabra “SUS” en el texto del mensaje.

—Es la madre de un miembro del SUS. Quiere hablar con usted. Está muy preocupada por su hijo —Keith señaló una dirección en la nota—. Aquí es donde vive. Al parecer está dispuesta a hablar y a contar su historia a la prensa para evitar ese sufrimiento a otras madres.

Un torrente de adrenalina empezó a circular por las venas de Piper. Aquella podía ser la noticia del siglo.

—¿Dónde está Martínez?

—Está examinando la localización con los agentes del FBI y comprobando que es segura.

—¡Vaya! Como si él tuviera algo que ver en esto... —masculló.

—Piper. Haz caso a Martínez —le ordenó Dave—. Él sólo tiene en mente tu seguridad.

Se mordió la lengua para no ilustrarle acerca de lo que había tenido en mente la noche anterior. O del beso del que llevaba intentando en vano olvidarse durante toda la mañana. O del sabor, del contacto de sus labios contra los suyos... Apenas había podido pegar ojo en toda la noche mientras revivía aquellos instantes.

Pero no podía pensar en eso ahora. Por nada del mundo se permitiría que algo semejante volviera a ocurrir. Ella era una profesional. Martínez era su cámara. En una semana Jones estaría de vuelta y Martínez sería asignado a otro periodista. No estaba dispuesta a arriesgar su puesto en la cadena, o su reputación, por una noche de sexo con un tipo así.

De manera automática su mente conjuró la imagen de su cuerpo esbelto, moreno, moviéndose contra el suyo. Apretó los dientes, obligándose a desterrar aquella fantasía. Definitivamente no daría ese paso. Nada de besos, ni de tocamientos. A partir de ese momento su relación sería estrictamente profesional. Lo que había sucedido la noche anterior no volvería a repetirse.

Por mucho que su traicionero cuerpo así lo quisiera...

—Me temo que no la estoy entendiendo bien, señora Olsen —dijo Piper, interrumpiendo el largo monólogo de la mujer.

Ric permanecía de pie muy cerca del sofá donde se hallaba sentada Piper. La mujer había insistido en que la entrevista no fuera grabada en vídeo. Se había mostrado tan firme que Ric había vuelto a guardar la cámara en la camioneta para que se sintiera más cómoda. La entrevista había tomado un giro inesperado. Nada de lo que les estaba diciendo tenía que ver con el recado que había dejado por teléfono.

—Usted no lo entiende, señorita Ryan —insistió la mujer—. Nosotros queremos que este país sea lo que siempre habría debido ser... lo que todavía puede ser.

A Ric no le pasó desapercibida la expresión mezclada de sorpresa y disgusto que se dibujó en el rostro de Piper. Todo aquello había sido una completa pérdida de tiempo. Townsend y Green habían revisado bien el lugar. Allí no había nadie excepto la propia señora Olsen. Y sin embargo, Ric tenía un mal presentimiento. No podía sacudirse la sensación de que habían caído en una trampa.

—Pero cuando llamó a la cadena, usted dijo que estaba preocupada por su hijo.

—Y estoy preocupada —mantuvo la señora Olsen, con las manos entrelazadas en el regazo—. Pero mis temores se dirigen a esos detestables periodistas —un brillo de maldad iluminó por un instante sus ojos grises—. Ellos hablan de mi hijo como si fuera un criminal, cuando lo único que hace es defender sus ideas —ladeó la cabeza y la miró de una manera extraña, como si fuera una demente—: A usted no se le ocurrirá decir nada malo sobre mi hijo, ¿verdad?

Ric se dispuso a intervenir si llegaba a producirse alguna escena de violencia. Pero Piper puso una mano sobre las de la mujer, en un gesto de confianza y consuelo.

—Tiene mi palabra de que no diré nada falso ni mentiroso acerca de su hijo. Yo sólo intento comprender sus motivaciones, así como las del resto de sus compañeros. Y de momento no las entiendo, porque... ¿qué es lo que pretenden conseguir matando a gente inocente?

Piper esbozó una mueca. Y Ric se tensó, sobre todo cuando vio que la expresión de dolor de la señora Olsen se profundizaba. Pero la mujer continuó hablando:

—Tenemos planes, señorita Ryan. Planes que la incluyen a usted. Habíamos confiado en que usted y los demás seleccionados contemplaran con simpatía nuestra causa, pero no lo han hecho...

—Yo informé de lo que vi y oí, así como de los actos que observé de primera mano

—explicó Piper, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. El SUS parece decidido a eliminar a cualquiera que no vea las cosas desde su punto de vista. ¿Dónde ha quedado la libertad que dicen defender, señora Olsen? En este país se supone que somos libres y que elegimos nuestras creencias, nuestras opiniones. Pero aquellos que apoyan al SUS querrían arrebatarnos la libertad al resto. ¿Acaso es eso democrático?

La señora Olsen se limitó a sonreír pacientemente.

—Pero nos darían tanto a cambio... Acabarían con la pobreza. ¿Cuándo fue la última vez que no ha tenido nada que llevarse a la boca, señorita Ryan? Este país se ha perdido a sí mismo por acoger a demasiados extranjeros. ¿Por qué los refugiados de otros países reciben comida y medicinas cuando buena parte de los nacidos aquí carecen de todo lo necesario? Es hora de que los ciudadanos puros de este país tengan lo que les corresponde, lo que se merecen.

—Por “ciudadanos puros”, supongo que usted se referirá a los ciudadanos de sus mismas creencias, ¿verdad? —quiso saber Ric.

La señora Olsen lo miró de reojo, despreciativa.

—Por supuesto, querido. ¿Qué se había pensado?

Ric ignoró aquel desaire. Aquella mujer no era la primera persona fanática e intolerante con la que se encontraba, ni sería la última.

—Yo creo que... —Piper iba a decir algo, pero de pronto se puso pálida. Se levantó bruscamente—. Perdone, ¿puedo usar el servicio?

—Claro que sí —la señora Olsen le señaló el pasillo, detrás de ella.

Piper se dirigió apresurada hacia allí. Ric resistió el impulso de seguirla para asegurarse de que se encontraba bien. Dudaba sin embargo que ella le agradeciera el gesto. Tal vez esa mañana había comido algo que le había sentado mal, porque de camino hacia allí no habían probado bocado.

La señora Olsen lanzó otra de sus desaprobadoras miradas a Ric, pero éste la ignoró.

Se removió, incómodo, evocando el episodio de los lavabos en el hotel de la gala benéfica.

Afortunadamente, Piper apareció justo cuando ya había decidido ir a buscarla.

—Muchas gracias por el tiempo que nos ha dedicado —pronunció, todavía muy pálida, tendiéndole la mano.

La otra mujer se puso en pie y, tras una corta vacilación, se la estrechó. Pero en lugar de retirarla, se la retuvo mientras añadía con tono de advertencia:

—No sea estúpida, señorita Ryan. Abrace nuestra causa y quizá el Señor tenga piedad de usted.

—No se trata de lo que yo crea o deje de creer —insistió Piper—. Yo informo sólo de lo que veo y lo que oigo. Es la audiencia quien debe formarse una opinión.

Para su sorpresa, la señora Olsen la atrajo hacia sí y la, abrazó.

—Que Dios la perdone, hija, por no conocer su verdadero destino.

Fue Ric quien la libró de aquel incómodo abrazo.

—Vamos.

Piper no se resistió mientras se dejaba empujar suavemente hacia la puerta. Ric lo tenía claro: aquella mujer estaba loca y no pensaba permanecer allí ni un segundo más.

—Espera —le pidió de pronto ella, deteniéndose, y se volvió hacia la señora—: ¿Cuál es mi verdadero destino?

—Déjalo, Piper... —insistió Ric.

La mujer sonrió, con un extraño brillo de odio y júbilo en la mirada.

—Usted será el instrumento de nuestro poder y nuestro compromiso.

Piper sacudió la cabeza, entre confundida y temerosa.

—Vámonos —le dijo Ric al oído—. No necesitamos escuchar más.

Piper se dispuso a decir algo, pero de repente se puso lívida. Aspiró profundamente y se llevó una mano al estómago. Sin previo aviso, se dobló sobre sí misma y soltó un grito de dolor.

—¿Qué pasa? —sobresaltado, se arrodilló junto a ella.

Soltó otro grito.

—No... lo... sé... —respiraba a jadeos—. El dolor... —una mueca de angustia se dibujó en su rostro. Cerró con fuerza los ojos y se mordió el labio.

—Mierda —Ric se levantó como un resorte—. Tengo que llevarte al hospital.

—Hay un hospital privado muy cerca de aquí —le informó la señora Olsen con expresión preocupada—. En el segundo bloque de esta misma calle.

No se molestó en darle las gracias. Su mente rebobinaba una y otra vez el abrazo que le había dado aquella mujer. No podía haberle provocado ese efecto... Cuando Piper se quejó de nuevo, la levantó en vilo. Acababa de salir al sendero de entrada cuando Townsend corrió hacia él.

—Abre la puerta de la furgoneta —le ordenó Ric.

—¿Qué ha pasado?

—No lo sé —la instaló en el asiento del pasajero y le abrochó el cinturón de seguridad.

Vio que tenía el rostro bañado en lágrimas. Literalmente se estaba retorciendo de dolor—. Voy a llevarla al hospital que está en esta misma calle.

Townsend masculló un juramento.

—Te seguimos.

Después de lo que le pareció una eternidad, Ric frenó delante de la entrada de urgencias del hospital. Piper seguía agarrándose el estómago entre gemidos y sollozos. Cuando la levantó del asiento, soltó un grito desgarrado. Sabía que al moverla incrementaba su dolor, pero no tenía más remedio.

Corrió con ella en brazos hacia el mostrador de recepción.

—¡Necesito ayuda!

La enfermera se levantó para avisar al celador.

—¿Sabe usted lo que le pasa, señor? —le preguntó mientras se disponía a examinarla.

—No lo sé —se encogió de hombros, impotente—. Simplemente empezó a tener dolores y...

El celador aproximó una camilla y Ric la depositó cuidadosamente en ella. Sin dejar de gritar, Piper se encogió en posición fetal. Ric estaba estupefacto. El pulso le atronaba con tanta fuerza en los oídos que apenas podía pensar en nada. ¿Qué diablos estaba sucediendo?

—Tranquilícese, señor. La cuidaremos bien —le aseguró el celador antes de llevársela.

—Tengo que acompañarla.

—Espere, señor —lo llamó la enfermera—. Necesito que me rellene la solicitud de ingreso...

Ric observó cómo Piper desaparecía al otro lado de las puertas dobles, desgarrado entre seguirla o cumplir con los trámites.

—Yo me haré cargo del papeleo —se ofreció Townsend, apareciendo a su lado—. Vete tú con ella.

—De acuerdo. Su bolso está en la furgoneta —sin esperar la respuesta de la enfermera, echó a correr y abrió las puertas dobles a tiempo de ver la habitación donde la metían. Cuando entró, otra enfermera le estaba tomando las constantes vitales.

—Lo siento, señor, pero tendrá que esperar en la sala.

El celador le indicó la puerta con un gesto de impaciencia, pero Ric lo fulminó con la mirada.

—Ni hablar.

—Muy bien —el hombre alzó las manos, nada deseoso de discutir—. Hable entonces con el doctor —y abandonó la habitación.

Ric se alegró de ello. Lo último que necesitaba en aquel momento era pelearse con nadie.

—¿Sabe si ha estado tomando algún medicamento contra la alergia? —le preguntó la enfermera mientras seguía examinando a Piper.

—No. Y tampoco tiene alergia alguna —Lucas había insistido en que se documentara bien sobre ella, de modo que incluso se había leído su historial médico—. ¿Se pondrá bien?

—Eso tendrá que decirlo el doctor —contestó, rotunda—. Lo único que puedo decirle es que tiene el pulso y la presión muy altos.

—Martínez.

Al escuchar aquella voz tan débil, Ric desvió inmediatamente la mirada hacia Piper.

—Te pondrás bien, querida, ya lo verás —le apartó delicadamente el cabello del rostro—.

Aquí cuidarán muy bien de ti.

Cerró los ojos y soltó un gemido, presa de una nueva punzada de dolor.

—Esa mujer... —logró murmurar.

Se refería a la señora Olsen. Ric se acercó para que pudiera hablarle al oído.

—¿Te hizo daño? ¿Te hizo algo para que te pasara esto? —aunque le parecía algo tan absurdo como improbable, tenía que preguntárselo.

Piper negó con la cabeza.

—No. Estaba intentando decirnos algo. Manda a Townsend a... —se interrumpió, desgarrada de dolor.

A Ric se le encogió el corazón. Maldijo entre dientes. No podía quedarse de brazos cruzados...

—¿No puede darle nada para el dolor? —le preguntó a la enfermera, que seguía controlando sus constantes vitales.

—No hasta que la examine el médico —respondió, molesta.

Piper lo agarró de la manga, acercándolo hacia sí.

—Tienes que escucharme...

—No intentes hablar ahora, querida —la urgió—. Ya me lo dirás después.

Pero ella negó con la cabeza y se humedeció los labios como si estuviera sedienta.

—Creo que necesitas beber agua —comentó Ric, y a continuación clavó en la enfermera una mirada acusadora. ¿Qué diablos estaba haciendo ahí parada?

¡No estaba haciendo nada!

—El médico tiene que verla primero —repitió la mujer.

—Manda a Townsend —insistió Piper—. Dile que hable con ella.

—Lo haré —le aseguró. Él mismo tenía unas cuantas preguntas que hacerle a aquella loca. Pero en aquel momento tenía que concentrarse absolutamente en Piper.

—Tiene que esperar fuera, señor —un hombre alto y enjuto, el doctor Petersen, según podía leerse en su placa, entró en la habitación y se detuvo a su lado con una carpeta en la mano—. Descuide, lo mantendré informado — añadió, sonriendo.

Ric asintió. No sabía qué más hacer. Nunca en toda su vida se había sentido tan inútil, tan impotente. Se quedó mirando a Piper por un momento antes de besarla en la frente. Sin mirar atrás, se giró en redondo y abandonó la habitación.

Se quedó de pie en el pasillo vacío, esforzándose por recuperar la compostura. A través de la puerta cerrada, el sonido de sus gritos y gemidos seguía torturándolo.

Cerró los ojos con fuerza e intentó desterrar la imagen de Piper sufriendo terriblemente, empapada en un sudor frío... Su intuición le decía que todo aquello estaba relacionado de algún modo con el SUS. Pero... ¿cómo?

Cuando se convenció de que las piernas no le fallarían, con los ojos todavía cerrados, apoyó la frente en la pared y repasó hasta el último minuto de aquel día. No recordaba nada fuera de lo normal que pudiera estar mínimamente relacionado con la súbita enfermedad de Piper.

—Señor Martínez.

Alzó la mirada para descubrir al médico, de pie frente a él.

—¿Sí? —inquirió, expectante.

—Mi primer diagnóstico es que se trata de un ataque de apendicitis aguda, pero hay que confirmarlo —detrás del doctor, el celador con quien antes había discutido Ric entró apresuradamente en la habitación—. Así que vamos a hacerle varios análisis y a tratarla con ultrasonidos.

La enfermera y el celador sacaron a Piper en la camilla y desaparecieron al fondo del pasillo.

—¿Se pondrá bien? —tenía que saberlo ahora. No podría resistir ni un minuto más con aquella incertidumbre.

—Estoy seguro de ello —esbozó una seca sonrisa—. Sólo tenemos que hacer un diagnóstico exacto y atenderla debidamente.

Ric asintió, demasiado conmovido para hablar.

—Cuando sepamos más, seguiré informándole.

Ric lo vio desaparecer por el mismo pasillo. Suponía que debería volver a la sala de espera y decírselo a Townsend, para llamar luego a la cadena. Y notificárselo también a Lucas, si Jack Raine no lo había hecho ya. Pero sus pies se negaban a funcionar, de modo que se quedó donde estaba, esperando.

Rezando con toda la fuerza de su alma para que se pusiera bien.