Capítulo 10
La habitación de hotel estaba casi a oscuras, apenas iluminada por la lámpara del salón. Piper permanecía de pie frente a la ventana, contemplando la noche. No había vuelto a abrir la boca desde que subieron al avión privado y abandonaron Atlanta.
No había mostrado ningún interés por la cena y se había retirado a la habitación poco después. Ric la observaba desde el umbral, deseoso de decirle algo, cualquier cosa, para levantarle el ánimo.
Suponía que lo mejor era dejarla en paz. Pero no estaba muy seguro de que pudiera hacerlo. Era como si formara parte de su ser. Desde el principio había percibido algo especial entre ellos, y la había deseado como jamás había deseado a ninguna mujer.
Pero lo que había ocurrido aquella tarde, el episodio amoroso que habían compartido, había sellado su destino. Sabía que nunca más volvería a ser el mismo.
Ignoraba lo que le había hecho, pero sólo quería estar con ella. Y, por desgracia, todo eso iba a terminar demasiado pronto.
Ric cerró los ojos, sobreponiéndose al dolor que acompañaba aquel último pensamiento. Toda su relación estaba fundamentada sobre una mentira. Él no era quien ella pensaba que era. Y tenía el mal presentimiento de que, cuando se lo dijera, tampoco comprendería las razones por las que le había ocultado su verdadera identidad... sobre todo después de lo que habían vivido aquella tarde. Se tragó el nudo que le atenazaba la garganta y abrió los ojos. Había cometido un error. No debería haberse acostado con ella con aquel engaño de por medio. Había tenido la oportunidad perfecta de decírselo cuando ella le preguntó dónde había aprendido a desenvolverse tan bien en un tiroteo. Pero había pecado de cobarde al elegir el camino útil.
Reflexionó sobre las próximas cuarenta y ocho horas. La suite que compartían tenía dos dormitorios. ¿Querría compartir su cama con él esa noche? Y si lo hacía... ¿se acostaría con ella con aquella mentira de por medio? Townsend y Green estaban al otro lado del pasillo, en una suite propia. Lucas había elegido el hotel. Raine andaría por alguna parte. Aunque se moriría de ganas de hacerlo, Lucas no se acercaría al lugar. No podía correr el riesgo de que lo vieran y comprometer así el secreto de la localización de Piper.
Junto con su equipo, Lucas Camp seguía trabajando a marchas forzadas para parar a los del SUS. Ric no había rezado desde que era niño, pero ese día lo había hecho.
Quería proteger a Piper. Maldijo para sus adentros: quería hacerle el amor de nuevo.
El pensamiento lo excitó. Más que cualquier otra cosa, quería darle la oportunidad de llegar a conocerlo, al verdadero Ric Martínez, y perdonarlo por haberle hecho el amor con aquella mentira pendiendo sobre sus cabezas. Soltó un profundo suspiro, demasiado exhausto para pensar.
—¿Sabes? Odio esta ciudad —le confesó de pronto Piper, en voz baja.
—¿Por qué? —atravesó el salón y se apoyó en la pared de la ventana—. No es el lugar más bonito del planeta, pero no está tan mal.
Piper permaneció callada durante un buen rato, con la mirada clavada en el paisaje nocturno.
—Tenía ocho años cuando murió mi padre —dijo al fin—. Vivíamos no muy lejos de aquí.
—¿Qué clase de trabajo hacía tu padre? —Ric ya sabía parte de la respuesta, pero quería saber más.
Piper cruzó los brazos sobre el pecho, todavía sin mirarlo.
—Mi tío Lucas y él trabajaban para la CIA. En operaciones especiales de alto secreto.
Ric asintió. Lucas encajaba perfectamente en aquel perfil.
—Fue así como mi madre lo conoció —continuó ella—. Lucas lo trajo a casa después de una misión y fue un flechazo a primera vista. Pero, como suele ocurrir, mi madre sólo fue una amante para él. Porque estaba casado con su trabajo. Amaba su trabajo por encima de todo y de todos.
Ric creyó descubrir en su tono a la niña dolida y amargada que había sido. Aquello le desgarró el corazón.
—La CIA exigiría de él una dedicación exclusiva —sugirió en un intento por enfocar el asunto con una luz diferente.
—Era más que eso —pronunció, decidida—. Yo no puedo explicármelo. En aquel tiempo era demasiado joven. No le quedaba nada para nosotros. En las escasas ocasiones que paraba por casa, era como un hombre agotado, vacío. Ni siquiera intentaba jugar o hablar conmigo.
—Y te quedaste resentida con él cuando te abandonó al morir.
Piper soltó entonces una amarga carcajada.
—Estaba resentida mucho antes de eso. Creo que incluso desde antes de nacer, por haber hecho tan desgraciada a mi madre —sacudió la cabeza—. Ella se dejó engañar completamente. Seguía viéndolo como un hombre bueno y cariñoso que la amaba por encima de todo. Y lo peor es que lo recuerda así. Pero la realidad es que estaba casado con su carrera.
Ric se acercó más a ella. Quería que la tocara; podía sentirlo. Le tomó una mano.
—¿Por eso tienes miedo de enamorarte?
—En ese sentido, no se puede confiar en nadie.
La atrajo hacia sí, obligándola a que lo mirara.
—Quizá de quien tengas miedo de confiar sea de ti misma, querida —vio que se sobresaltaba ante aquella sugerencia—. Tal vez tengas miedo de anteponer tu carrera a una relación personal... al igual que tu padre hizo con tu madre.
La capacidad de penetración de aquel hombre no dejaba de asombrarla. Tenía razón.
Aquella posibilidad se le había pasado alguna vez por la cabeza, pero se había negado a detenerse demasiado en ella. Aunque su madre había dejado de sufrir por su padre, aunque había superado su largo duelo, todavía lo amaba. Y Piper no quería descubrirse un día a sí misma sumida en aquel perpetuo estado de infelicidad.
—Supongo que hay un poco de todo —admitió, reacia. Se recordó que lo fundamental era la supervivencia. Y ella no estaba dispuesta a terminar como su madre—. No quiero enamorarme de alguien como mi padre. Me conformaría con un tipo normal y corriente que no tuviera ninguna aspiración de salvar el mundo.
Ric deslizó un dedo todo a lo largo de su mejilla, provocándole una punzada de deseo. Lo deseaba de nuevo. Y seguiría deseándolo después. Una sonrisa despejó su ceño. Sus caricias parecían alejar aquella tristeza que le anidaba en el alma.
—Pero tú arriesgas tu vida por aquello en lo que crees —repuso él—. ¿Por qué no habrías de permitir que el hombre que amas hiciera lo mismo?
Piper le tomó la mano entre las suyas.
—Sé que suena egoísta, pero simplemente no puedo evitarlo. Me dolería demasiado perder a esa clase de hombre. No quiero enamorarme de un héroe, Martínez —se quedó en silencio, recordando—. Una noche, mucho después de que muriera... —se encogió de hombros—... no sé, yo tendría unos once o doce años, me desperté en mitad de la noche con la sensación de que acababa de estar en mi habitación —miró rápidamente a Ric—. Esto es, como él solía hacer. En las raras ocasiones que volvía a casa, entraba en mi habitación y se quedaba viéndome dormir. Mi madre me dijo que era en aquellos momentos cuando tomaba conciencia de lo mucho que me quería y echaba de menos —sacudió la cabeza—. Pero yo no la creía.
—Te despertaste y no estaba allí. ¿Y luego qué pasó?
Piper dejó que los recuerdos afloraran, algo que no hacía con frecuencia.
—Estaba tan segura de que había estado presente en aquella habitación... Casi podía sentirlo —se llevó la mano de Ric al pecho—. Así que corrí escaleras abajo, buscándolo.
Y me caí —añadió, tocándose la pequeña cicatriz de la barbilla—. Mi madre tuvo que llevarme a urgencias. Al parecer fue algo muy extraño. No había sangre en el suelo, ni tampoco en mi ropa. Pero al día siguiente encontró un pañuelo ensangrentado dentro de la lavadora, uno con las iniciales de mi padre. Mi madre sostiene que su fantasma acudió en mi ayuda cuando yo estaba inconsciente —soltó otra amarga carcajada—. Pero, sabiendo lo histérica que se pone mi madre en emergencias de ese tipo, seguro que ella misma usó ese pañuelo y luego se olvidó.
Martínez la abrazó, estrechándola contra su pecho.
—Bueno, todos tenemos nuestros fantasmas particulares.
Aun así —empezó de nuevo tras un largo silencio—, he podido sentirlo muchas otra veces —frunció el ceño, haciendo memoria—. Como en las ceremonias de graduación del instituto y de la universidad. Era como si alguien me estuviera observando
—sacudió la cabeza—. No, no alguien... él —suspiró, irritada consigo misma por haber expresado algo tan absurdo—. ¿Qué hay de ti, Martínez? ¿Cómo fue tu infancia?
Apenas me has hablado de ella.
—Me temo que fue muy diferente de la tuya, querida —sonrió, triste—. Éramos muy pobres. Mis padres trabajaban en una tienda muy modesta. El trabajo era duro y apenas ganaban lo suficiente para sobrevivir.
—¿Tienes hermanos o hermanas?
—Uno más pequeño. Nos cuidábamos el uno al otro durante las largas jornadas de trabajo de nuestros padres. Vivíamos en un barrio muy difícil. Fue un milagro que saliéramos adelante.
—Pero lo conseguisteis. Los dos. Por cierto, supongo que tu hermano recibiría los nombres de los otros hermanos de tu madre, ¿no? —le preguntó, divertida.
—Efectivamente —respondió con una sonrisa—. Carlos Jorge se llama.
—¿Dónde vive tu familia?
—Carlos Jorge en Chicago. Nuestros padres murieron hace mucho.
—Lo siento —murmuró Piper. Sabía que todavía los echaba de menos—. La relación que tengo con mi madre siempre ha sido tan tensa, tan tirante... que a veces me olvido de que eso no es lo normal, lo habitual. Ella siempre está fuera, descansando en algún centro turístico, y yo lo prefiero. De hecho, ni siquiera sabe nada sobre todo este asunto del SUS.
Ric le dio un beso tan tierno en la frente que le entraron ganas de llorar.
—El amor no es siempre así, querida.
—Duerme conmigo esta noche, Martínez —apoyó la mejilla contra su pecho, necesitada de escuchar y sentir el fuerte latido de su corazón—. No quiero estar sola.
—No te preocupes. Te prometo que no lo estarás.
El día siguiente se le hizo eterno a Piper. Lucas llamó varias veces para preguntar por ella, pero no tenía ninguna noticia nueva. Por la tarde, la tensión la había dejado agotada. Se sentía inquieta, nerviosa. El antiguo dolor que le había revelado a Ric la noche anterior parecía haberse reavivado. Era como si el hecho de hallarse en aquella ciudad la pusiera enferma. A ese paso, no estaría en absoluto en forma para la trascendental entrevista de la mañana del lunes...
En cuanto a Ric, finalmente había comprendido por qué su trabajo significaba tanto para ella. Al principio había creído que era porque había ansiado triunfar lo antes posible, pero ahora sabía que no era así. Su trabajo, su carrera profesional, era lo único que tenía. Era lo único que podía controlar, y por tanto lo único en lo que confiaba. El se había criado en un ambiente de miseria, pero afecto y cariño nunca le habían faltado. Su familia siempre había estado a su lado, en cualquier circunstancia.
Su hermano y él siempre habían estado muy unidos.
Se dijo que tenía que encontrar una forma de distraer a Piper de sus preocupaciones, de su actual situación: la incertidumbre la estaba devorando por momentos.
Desafortunadamente, el sexo no era la respuesta. Por mucho que hubieran disfrutado la noche anterior.
Townsend se había pasado todo el día entrando y saliendo, siempre pendiente de Piper. Green no había dejado de caminar de un lado a otro por el salón como una fiera enjaulada. Debía de ser tan claustrofóbico como ella. Finalmente, a eso de las nueve, los dos agentes se habían retirado a su suite. Ric miró su reloj: eran las nueve y media. Se preguntó si podría convencer a Piper de que se acostara temprano.
Se volvió para mirarla. Seguía paseando inquieta, sin poder parar un momento. Poco podía hacer para ayudarla. No estaba muy seguro de que su corazón pudiera soportar otra noche como la anterior, aunque su cuerpo estaba deseoso. Habían hecho el amor dos veces, y en cada una Piper había logrado meterse más profundamente debajo de su piel. Cerró los ojos. Se había prometido a sí mismo que no volvería a hacerle el amor... y allí estaba, loco por una mujer que nunca podría amarlo a él...
Por supuesto, no tenía duda de que Piper sentía algo por él. Pero no era suficiente, no bastaba para retenerla a su lado. Al margen de las diferencias que los separaban, tenía la fuerte sospecha de que jamás le perdonaría el secreto que seguía ocultándole.
—No puedo soportarlo más —estalló al fin Piper, sacándolo de sus reflexiones—. Tengo que salir de aquí —añadió, desesperada.
—Sabes que no es seguro salir de la habitación.
Piper se pasó las manos por el pelo y cerró los ojos.
—Dios mío, odio todo esto. ¿Es por esto por lo que tuvieron que pasar Sorrel y Weaver?
Ric sabía lo que estaba pensando. Sus dos colegas se habían mostrado tan precavidos, a salvo en sus escondites... y aun así estaban muertos de todas formas.
—No lo sé —respondió, sincero.
—Tengo que salir de aquí —recogió su bolso de la mesa y se dirigió hacia la puerta—. Si voy a morir, quiero que sea bajo mis propios términos. No voy a dejarme asesinar en esta habitación como un animal acorralado.
—Espera, querida —se interpuso entre la puerta y ella—. No puedes hacer eso. No es seguro. Tenemos que quedarnos aquí.
—¿Por qué? El SUS no sabe que estoy en Washington, ¿recuerdas? ¿Acaso no era éste el propósito de este viaje? Estoy a salvo porque nadie sabe que me encuentro aquí.
—Quizá —le acunó el rostro entre las manos—. Pero no puedo dejar que corras ese riesgo.
—Estoy tan cansada de esto, Martínez...
—Lo sé, querida.
—Por favor, déjame que salga de aquí aunque sólo sea por un rato... —lo miró suplicante—. Tú podrás cuidar de mí. Ya sé que no es tu trabajo, pero confío en ti.
Estás armado. Podrás cuidar tan bien de mí como Townsend... mejor quizá.
—No me pidas que haga eso —murmuró con voz ronca.
—Por favor, sólo un rato... Además, el SUS ignora que estoy aquí. ¿Para qué preocuparse?
Ric conocía bien la capital. Según el último informe del agente infiltrado, el SUS no sospechaba que Piper había abandonado Atlanta. La cadena incluso había emitido un par de imágenes antiguas de archivo, presentándolas como actuales, en las que aparecía informando desde Atlanta.
—De acuerdo —consintió al fin—. Pero yo fijaré las reglas. Harás exactamente lo que te diga y cuando te diga.
Asintió con la cabeza, con la expresión repentinamente iluminada de alegría.
—Sé de un lugar donde podremos perdernos en la multitud.
—¿Cuál es? —inquirió, expectante.
—Un lugar donde podremos... —la abrazó de nuevo—... olvidarnos de todas nuestras preocupaciones.
—Dame cinco minutos para cambiarme.
Nada más verla desaparecer en su habitación, sacó su móvil y marcó el número de Raine. No tenía ni idea de cómo iba a explicarle esto, pero algo se le ocurriría.
Las puertas se cerraron a su espalda inmediatamente después de abordar el vagón del metro. Piper se sentía llena de vigor, completamente renovada. Viva. Se había sentido así nada más abandonar el hotel y salir a la callé. Miró al hombre que estaba a su lado y no pudo resistir el impulso de tocarlo, de acariciarlo.
A modo de respuesta Ric la besó apasionadamente, indiferente al hecho de que estuvieran en un lugar público. Como si no le importara nada más en el mundo.
El trayecto hasta Columbia Square no duró más que unos minutos. Subieron las escaleras mecánicas tomados de la mano. Momentos después salieron a la acera atestada de gente.
—Por aquí —señaló, rodeándole los hombros con un brazo.
—¿Adónde vamos?
—A un lugar que solía frecuentar cuando vivía aquí —contestó, misterioso.
—¿Con alguna novia? —le preguntó ella con tono inocente.
—Prefiero no responder a eso —sonrió.
—¿Cómo te atreves a llevarme a un sitio donde has estado con otra mujer? —exclamó, bromeando.
—Bueno, me han llamado cosas peores.... Mira, ya casi hemos llegado.
Casi tuvo que correr para seguirle el paso. El local al que la llevó ocupaba la esquina de un edificio. Encima de unas dobles puertas se podía leer, en enormes letras plateadas, un único nombre: Milenium. La música los envolvió nada más entrar. El trepidante ritmo parecía engullirlos, atraparlos, arrastrarlos al interior de aquel extraño santuario.
Martínez entregó un billete a la mujer que los recibió. Durante el apretón de manos que se dieron, a Piper no le pasó desapercibida la sonrisa que le lanzó, y experimentó una violenta punzada de celos. Por supuesto, aquella pobre mujer no tenía la culpa de que su acompañante pareciera un dios romano de visita en la tierra. Los ajustados pantalones negros y la camiseta ceñida no dejaban absolutamente nada a la imaginación. Había descubierto, por cierto, dónde guardaba su pistola cuando se vestía así: fijada al tobillo. La pista de baile, de forma redonda, era inmensa. La barra tenía forma de media luna y una terraza rodeaba el recinto entero. Varias escaleras en espiral facilitaban el acceso. La pista se hallaba atestada de bailarines: no parecía caber un solo cuerpo más.
—¿Quieres beber algo ahora o después? —le preguntó Martínez.
—Después —gritó Piper para hacerse oír.
Asintió y la llevó a la pista de baile. Sorprendentemente, la multitud les abrió paso. A Piper se le aceleró el corazón, expectante. Hacía tiempo que no bailaba, pero no era ése el motivo de su inquietud. La simple perspectiva de verlo bailar la estaba volviendo loca...
Parecía sentirse perfectamente cómodo con aquel tipo de música, un rápido ritmo de hip hop. Piper apenas pudo concentrarse en bailar mientras lo veía mover las caderas, aquellas mismas caderas que tan bien recordaba presionándose contra las suyas... Se le quedó la boca seca. Nunca había visto a un hombre moverse así: ni siquiera en sueños. Todo su cuerpo parecía sintonizarse al máximo con la música. Y
sin dejar de mirarla un solo momento.
Hacia el final de la segunda canción, Piper ya había logrado seguirle el ritmo.
Cuando terminó el tema, Ric se detuvo y la miró fijamente a los ojos. El tiempo pareció detenerse en el instante en que empezó a sonar una balada. Los bailarines que los rodeaban se retiraron mientras avanzaba hacia ella.
La tomó de la cintura, adelantando un muslo hasta colocarlo firmemente entre sus piernas. Piper alzó los brazos hasta su cuello y ladeó la cabeza para no romper aquel intenso contacto visual. La caricia de su aliento en los labios era una provocación constante: se moría de ganas de saborear de nuevo aquella boca tan deliciosa.
Ric bajó una mano a su muslo, deslizándola por debajo del borde de su vestido corto.
Piper perdió el aliento al sentir su palma recorriendo la piel desnuda. La atrajo aún más hacia sí, buscando un mayor contacto de su pierna contra su sexo... Mientras tanto, seguía mirándola fijamente. Aquellos movimientos tan íntimos, aquella hipnótica cadencia la estaba inflamando de deseo. Con una mano firmemente asentada en su cintura, la otra viajaba deliciosamente por su cuerpo, tocando, tentando, seduciendo. La llama de deseo que ardía en sus ojos le indicaba que estaba tan afectado como ella. La acercó aún más hacia sí, a punto de provocarle un orgasmo. Pero la música cesó de pronto y Piper creyó morir cuando él se separó.
—Tenemos que tranquilizarnos un poco. Vamos a por una copa —propuso.
Empezó a sonar otro tema, rápido y trepidante, antes de que ella pudiera contestar, así que asintió con la cabeza. Martínez la tomó de la mano y la llevó hacia la barra.
Le dijo algo al camarero que ella no llegó a escuchar. Piper se sentó en una banqueta libre y él la imitó en el instante en que les servían dos copas altas y estilizadas.
Arqueó una ceja, escéptica, mientras observaba la bebida de exótico aspecto.
Martínez se inclinó para susurrarle al oído:
—No te preocupes, querida. Te gustará.
Piper bebió un sorbo por la pajita y casi gimió de placer. Aquella bebida afrutada era maravillosa. Martínez sonrió, aprobador. Estaba tan contenta de que la hubiera llevado allí... Con la copa en la mano, se giró en su asiento para contemplar el mar de cuerpos bailando. Hasta ese preciso instante no se había dado cuenta de lo mucho que había echado de menos una salida nocturna como aquélla.
De repente Ric vio algo por el rabillo del ojo que llamó su atención, detrás de la barra. Un hombre, que los había estado observando fijamente, se apresuró a desviar la vista. Una sensación de reconocimiento le aceleró el pulso. Había visto aquella cara en alguna parte antes. No había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvo en aquel local. Quizá se tratara de un cliente regular.
En aquel instante se le acercó una rubia. Esa vez Ric la reconoció al instante: era la misma que había entrado en el servicio de señoras después de Piper, durante la subasta benéfica, varias noches atrás. Sus miradas se encontraron. Sabía que la había descubierto, pero aun así hizo como si nada: simplemente se limitó a volver la cara.
Ric se levantó, dejó un billete sobre la barra y tomó a Piper de la mano. Su primera reacción fue de protesta, pero cambió de idea al ver su expresión. Apuró su copa y se apresuró a bajar de la banqueta,
Se abrió paso entre la multitud, sin detenerse en ningún momento y apretándole la mano con fuerza. Dos manzanas los separaban de la estación de metro, seis minutos de trayecto y luego otras dos manzanas hasta el hotel, a no ser que tomaran un taxi.
Si aquel tipo o su socia los seguían, tendrían que despistarlos antes de entrar al metro, porque una vez dentro ya no tendrían ningún lugar donde esconderse.
Empujó las puertas de la calle y echó a andar en dirección opuesta a la que habían llegado.
—Espera, ¿a dónde vamos? —Piper se detuvo, en un intento por frenarlo.
Se volvió para mirarla, pero no aminoró el paso.
—Todavía no lo sé —mintió. No quería alterarla.
Procuró acercarse a un grupo de paseantes y miró hacia atrás. Definitivamente, aquel tipo los estaba siguiendo. No había señal alguna de la rubia. Maldijo entre dientes.
Acercó a Piper hacia sí, tirando de ella, y se inclinó como para besarla.
—Me temo que nos siguen.
—¿Qué vamos a hacer? —inquirió, alarmada.
Ric sonrió con más confianza de la que sentía por dentro.
—Intentar despistarlo —esperaba que la rubia no hubiera tomado otro camino para darles caza.
Piper entrecerró los ojos con expresión decidida, negándose a revelar su miedo.
—Suena divertido.
Echaron a correr. En la siguiente esquina Ric se metió por el agujero de una valla metálica que rodeaba un edificio en rehabilitación. Si la rubia asomaba al otro lado de la calle, se daría de bruces con su compinche. Medio a oscuras, saltaron por encima de los escombros. Piper se escondió detrás de una de las paredes interiores y él la protegió con su cuerpo.
Sacó su pistola y aguzó los oídos. Escuchó un ruido metálico y una maldición ahogada, justo al otro lado. Estaba claro que el tipo no estaba dispuesto a ceder tan fácilmente. Con exquisito sigilo, recorrió a tientas la pared que los separaba de su enemigo. Piper hizo lo mismo y entraron por la puerta que daba a las escaleras del edificio en obras. Ric escuchó de nuevo. Su perseguidor había seguido el rumbo contrario, al menos por el momento. Otro afortunado respiro. Pero... ¿dónde estaría la rubia?
Subieron las escaleras lentamente, conteniendo el aliento a cada paso. En el tercer piso salieron del rellano para internarse en un laberinto de tabiques en ruina. Ric no se detuvo a recriminarse por haberse dejado convencer por Piper de que salieran del hotel, ni a preguntarse dónde andaría Raine en aquel momento. Tenían que encontrar un buen escondite hasta que su perseguidor se diera por vencido. O hasta que el propio Raine apareciera.
Al alzar la mirada descubrió la rejilla suelta de un conducto de ventilación, a algo más de dos metros de altura. Perfecto. Se la señaló a Piper e hizo un estribo con las manos. Asintió, comprendiendo al instante. Se quitó los zapatos y, sosteniéndolos con una mano, se aupó con su ayuda hasta la abertura. Tardó en entrar más de lo que le hubiese gustado, pero al final lo consiguió.
Ric se detuvo a escuchar de nuevo. Podía oír a su perseguidor caminando por el piso de abajo. Al parecer su visión nocturna no era tan buena como la suya, porque tropezó un par de veces. Disponía de tiempo. Agarrándose al borde de la abertura, tomó impulso y subió ágilmente. Una vez dentro, volvió a colocar la rejilla en su sitio. Tuvo que agacharse, ya que permanecer sentado era imposible en un espacio tan estrecho.
Piper estaba justo detrás de él, respirando aceleradamente. Se volvió hacia ella y le puso un dedo sobre los labios antes de acercarla hacia sí.
—Voy a descalzarme y a pasar delante, para abrir camino —le informó.
Se quitó los zapatos y los dejó al lado de los de Piper. Volvió a enfundarse la pistola en la cartuchera del tobillo. Sin perder el tiempo, empezó a arrastrarse por el conducto haciendo el menor ruido posible.
Unos cinco metros más adelante, el conducto giraba en ángulo recto hacia la derecha.
Después de un segundo giro a unos cuatro metros, continuaba hacia arriba, de modo que tuvieron que detenerse. No podían seguir, pero al menos podían ponerse de pie.
Piper le preguntó al oído, poniéndose de puntillas.
—¿Y ahora qué hacemos?
—Esperar —susurró.
Pensó que era una suerte que hiciera una noche tan fresca. De otra manera, las conducciones se habrían llenado de aire. No podía ver a Piper en medio de aquella oscuridad tan absoluta, pero sí podía oírla respirar, oler su dulce aroma. Era tan maravilloso estar cerca de ella... Reinaba un completo silencio, que consiguió aplacar sus temores.
Piper deslizó una mano por su pecho. Ric tragó saliva para contener el gemido que le subió por la garganta. Sintió que le acariciaba una tetilla con el pulgar. Una, dos veces. A través de la tela de la camisa, la caricia lo desquició de deseo. Le apartó la mano. Estaba jugando con fuego, y no era precisamente la ocasión más adecuada...
Ella, sin embargo, no parecía compartir esa misma opinión, porque pasó a lamerle el mismo pezón con los labios, succionándoselo a través de la camisa. Luego se puso de puntillas para capturar sus labios. Lo besó loca, apasionada, frenéticamente. Y él le devolvió el beso con igual o mayor intensidad.
Alzó las manos para soltarle los tirantes del vestido. La oyó ahogar un gemido cuando cerró las manos sobre sus senos. Acto seguido sitió sus dedos luchando ávidamente por desabrocharle el pantalón. Aquello era una locura. No podían hacer eso... Gruñó contra sus labios mientras se dejaba desnudar. Oh, sí...
Todo su cuerpo reverberaba de necesidad. Después de subirle el vestido hasta la cintura la levantó en vilo, estrechándola contra su pecho. No había espacio suficiente para que enredara las piernas en torno a su cintura, así que la alzó a pulso hasta que sintió su húmedo sexo en contacto con su miembro excitado. Sosteniéndola con una mano, le apartó la braga con la otra, impaciente, y se colocó en posición. Lenta, tentativamente al principio, se deslizó en su interior. La besó. Fue un beso tierno, lánguido, que hablaba de desesperación, de pura necesidad.
Lo urgió a que se moviera. Con cuidado, la apoyó contra la pared de metal y empezó a empujar. Despacio. En silencio. Hacia dentro, hacia fuera. Una y otra vez. Estaba tan húmeda, tan excitada... La adrenalina pulsaba en sus venas ante la sensación de peligro... del riesgo que estaban corriendo, pero no podía detenerse. Imposible. Entró de nuevo, profundamente. Y se retiró hasta casi salir. Sintió los dedos cerrándose sobre su camisa, y los suyos sobre su fina cintura. Y continuó moviéndose.
El ruido de algo metálico raspando contra el suelo de cemento lo sacó de aquella niebla de deseo. Se quedó inmóvil, escuchando con la respiración acelerada. Otro sonido llegó hasta sus oídos. Fue entonces cuando Piper se movió. Ric casi gruñó en voz alta. Intentó detenerla, pero seguía moviéndose. Muy lentamente, pero seguía moviéndose.
Tensó los dedos en torno a su cintura. Necesitaba escuchar... pero ella no dejaba de moverse. La oyó gemir mientras alcanzaba el orgasmo. Podía sentir su cuerpo retorcerse, convulsionarse hasta el dolor. La explosión los golpeó a ambos al mismo tiempo. Un mar de luces estalló detrás de sus párpados cerrados mientras la sangre atronaba en sus oídos. Le cubrió la boca con la suya, tragándose su grito como ella se tragaba el suyo.
Permanecieron abrazados, esforzándose por controlar la respiración. Por encima de sus jadeos, Ric intentó escuchar algo. Nada. Esperaría un poco más para asegurarse de que el tipo no regresaría. Luego volverían por el mismo camino y saldría él primero. Sólo cuando estuviera seguro de que no había peligro la ayudaría a salir a su vez y volverían al hotel.
Pero, por el momento, lo único que podía hacer era abrazarla y rezar para que siguieran juntos cuando todo aquello terminara.