Capítulo 11

Ric no respiró aliviado hasta que no entró con Piper al vestíbulo del hotel. Fue entonces cuando tomó conciencia de la enormidad de su imprudencia. Nunca debió haberse dejado convencer por ella. Aunque habría hecho casi cualquier cosa con tal de hacerla feliz...

Pulsó el botón de llamada del ascensor y la urgió a entrar rápidamente. Si a Townsend se le había ocurrido llamar a su puerta para algo, a esas horas estaría furioso. Y Raine lo estaría probablemente aún más. Justo antes de que las puertas se cerraran, alguien volvió a abrirlas con gesto enérgico.

Tenso, con el arma levantada, se hizo prudentemente a un lado mientras las puertas terminaban de abrirse. No se olvidó de proteger a Piper con su cuerpo. Frente a él apareció un hombre alto, fuerte, de pelo rubio rojizo y gesto adusto. Entró en el ascensor mirando a Ric con expresión seca, imperturbable.

Jack Raine. Ric maldijo para sus adentros. Sin dejar de mirarlo en ningún momento, pulsó el botón de su planta y se apoyó relajadamente contra la pared. Por la manera que tenía de apretar la mandíbula, resultaba obvio que estaba enfadado.

Ric, por su parte, estaba demasiado exhausto emocionalmente para enfrentarse con él. Sabía que había cometido un gravísimo error. Volvió a guardarse el arma en el pantalón.

—Martínez —murmuró Piper en voz baja. Se volvió hacia ella, leyendo la pregunta en sus ojos.

—No te preocupes, querida. Está de nuestro lado —se preguntó si habría reconocido a Raine como el chófer de la limusina de aquella primera noche.

El ascensor se detuvo en el último piso y Raine salió primero. Ric y Piper lo siguieron. Cuando llegaron a la puerta de la suite, el agente se volvió hacia él.

—La habitación está despejada, así que la señorita Ryan puede entrar, pero nosotros tenemos que hablar, Martínez.

No era una petición, sino una orden.

—Bien.

Piper se mostró vacilante, pero obedeció cuando Ric le indicó que entrara con un movimiento de cabeza.

Nada más verla desaparecer tras la puerta, se volvió hacia Raine.

—¿Dónde están Townsend y Green?

Raine señaló la puerta del otro lado del pasillo.

—Te has metido en un buen lío, amigo. De hecho, ahora mismo no me gustaría estar en tu pellejo.

—Llamaste a Lucas.

—Pues claro que sí. Tú me llamaste para informarme de que la señorita Ryan y tú ibais a salir, cuando sabes perfectamente que estaba confinada. Y luego desapareciste del local nocturno con dos perseguidores detrás.

—Los despisté —explicó Ric, sonriendo.

—Ya lo supongo. De lo contrario no estarías ahora aquí. Sabes arreglártelas bien, Martínez. El problema es otro.

—Mira, hasta ahora yo he sido el único que la ha salvado —estalló de pronto—. Así que no me compliques tú aún más la vida...

—Oh, me temo que me has entendido mal, compadre —Raine se rió por lo bajo—. Yo no tengo ningún problema con tus aptitudes para el trabajo. Diablos, formaría equipo contigo sin dudarlo. Pero da la casualidad de que yo no me estoy acostando con la sobrina de Lucas. Se va a enfadar mucho contigo, amigo mío. Te compadezco.

Puedes estar seguro de que asistiré a tu funeral.

—Lo que pase entre Piper y yo no es asunto tuyo, amigo —replicó, indignado.

—Tienes razón, claro que no. Pero cuando Lucas se te eche encima, tú tampoco desearás que lo sea tuyo —señaló la puerta con el pulgar—. Ah, por cierto... te está esperando.

La furia de Ric se disolvió al instante. Lucas Camp estaba allí. Dentro. Y sin duda alguna dispuesto a exigir su cabeza.

—Oh, sí —dijo Raine, advirtiendo la repentina palidez de su compañero—. Tenlo bien presente, Martínez: cuando Lucas Camp ordena algo, se le obedece. Sin rechistar.

—Yo también tengo que decirte algo. La rubia de la subasta benéfica de la otra noche estaba con el tipo que nos persiguió.

—Ya. Fue precisamente por perseguirla por lo que os perdí a los dos.

—¿La atrapaste?

—Por supuesto —Raine miró su reloj—. Pero no quería hablar.

Ric frunció el ceño.

—¿La mataste?

—No hubo necesidad. Cuando se dio cuenta de que no tenía salida, se disparó ella misma.

Ric maldijo entre dientes.

—Lucas está esperando —le recordó Raine. Y le lanzó una última mirada de compasión antes de marcharse.

Era hombre muerto. Si Lucas Camp no lo mataba personalmente, lo haría la propia Victoria Colby.

—Tío Lucas, no tienes ningún derecho a gobernar mi vida —insistió Piper, impaciente.

Qué descaro el de aquel hombre por haberse presentado allí de madrugada, abroncándola por haber salido del hotel... Ya no era ninguna adolescente.

Tenía veintisiete años. No necesitaba que nadie le dijera a qué hora tenía que volver a casa... Pero la expresión de Lucas le decía que estaba perdiendo el tiempo si acaso pretendía convencerlo de algo.

—Te recuerdo que estás bajo custodia policial, señorita. En esas condiciones, uno no se escapa así como así, cuando le da la gana —añadió con tono tranquilo.

Pero Piper sabía que no estaba tranquilo. De hecho, no recordaba haberlo visto nunca tan furioso, tan alterado. Tenía la cara colorada, con una gruesa vena latiéndole en medio de la frente. Dándose por vencida, se dejó caer en la silla más cercana. No quería a que a su tío le diera un ataque cardíaco por su culpa...

—Ahora ya saben que estás aquí. Y te recuerdo que el sentido de este viaje a Washington no era otro que el de evitar que te encontraran.

Piper sacudió la cabeza.

—Tenían que saberlo desde antes. Seguramente ya me estaban vigilando.

—Quizá. Pero no tenías por qué presentarles un blanco tan fácil.

—De acuerdo, no debí haber salido del hotel. Supongo que fue un error —admitió, cansada—. Pero ya sabes lo mucho que odio esta ciudad... —cerró los ojos, ahuyentando las dolorosas imágenes que empezaban a cobrar forma en su mente—. Me trae malos recuerdos.

Lucas caminó tres pasos y se sentó a la mesa, frente a ella.

—Ya sé que no te gusta estar aquí, Piper, pero era la única manera que tenía de garantizar tu seguridad y facilitarte al mismo tiempo la entrevista que tan decidida estabas a hacer, por las buenas o por las malas —le dio unas palmaditas en una mano—.

Sabes que siempre me he preocupado por ti, de compensar en parte la ausencia de tu padre...

Piper no quería volver a hablar de aquello. Recordar el pasado no le serviría de nada.

—Lo sé, tío Lucas, y te estoy muy agradecida por todo lo que has hecho por mí —le acarició tiernamente una mejilla—. Te quiero, pero ya no soy una niña—. Soy consciente de que lo que hice esta noche no estuvo bien, y siento que te hayas preocupado tanto, pero tenía a Martínez conmigo.

La expresión de Lucas Camp se transformó al instante. Un brillo de furia resplandeció en sus ojos grises.

—Ya me he enterado.

Piper frunció el ceño, extrañada de aquella reacción.

—Ya sé que sólo es un cámara, pero me salvó la vida. Varias veces. Incluso me protegió con su cuerpo cuando me dispararon —añadió, enfática—. Por eso, sabía que estaría a salvo con él. Lleva una pistola y sabe defenderse —tomó las manos de su tío entre las suyas—. Espero que me perdones...

—Sabes que no te culpo, Piper —se la quedó mirando durante unos segundos antes de continuar, con voz tensa—: Raine me ha dicho que Martínez y tú estáis... liados.

Piper se ruborizó hasta la raíz del cabello. Jamás había hablado de sexo con su tío. Ni siquiera con su madre.

—¿Es eso cierto?

—No puedo creer que me estés haciendo una pregunta tan íntima como ésa —reaccionó indignada—. Soy una mujer adulta. Mi vida sexual y los hombres con quien quiera relacionarme no son de tu incumbencia...

Lucas desvió la mirada.

—Lo mataré.

Consternada por aquellas palabras, Piper se lo quedó mirando con la boca abierta. Lo miró a los ojos: estaba hablando en serio. Martínez, por su parte, escogió aquel preciso momento para entrar. Por su expresión supo que Raine ya le había advertido que Lucas no estaba precisamente muy contento. Frunció el ceño. ¿Cómo podía ser que Ric lo supiera todo sobre Raine y ella no?

Se quedó plantado ante Lucas. Ignorando su mirada de odio, desvió la vista hacia Piper, sonrió y le hizo un guiño. Estaba tan hermosa... No le importaba lo que Camp tuviera que decirle: lo que había compartido con Piper no tenía precio.

—Ya es hora de que le digamos a Piper la verdad sobre ti —le espetó Lucas.

Ric esbozó una mueca al ver la expresión asombrada de Piper. Recordó lo que acababa de pensar. Ese precio en particular era demasiado alto...

—¿Podemos hablar antes en privado?

Lucas negó con la cabeza.

—Debiste habérselo dicho desde el principio y ahorrarle el disgusto que va a llevarse ahora por tu falta de profesionalidad.

—Pero usted no lo entiende... —protestó Ric. Si antes le había hervido la sangre en las venas, ahora se le había congelado.

—Lo entiendo perfectamente —lo interrumpió, furioso—. Te has permitido la libertad de relacionarte sentimentalmente con mi sobrina mientras estabas de guardia.

—¿De guardia? —Piper se había levantado, mirando a su tío en busca de una explicación.

—No es lo que tú piensas... —se apresuró a decirle Ric, en un esfuerzo por ahorrarle el dolor que le provocaría la noticia de Lucas. Por desgracia, no tenía modo alguno de explicarle los hechos de otra manera.

—La culpa no es enteramente suya —admitió Lucas, tenso—. Fue idea mía que entrase a trabajar como cámara, disimulando su condición de agente. Diablos, incluso me las arreglé para instalarlo en el apartamento de tu vecino para que estuviera más cerca de ti. Pero nunca esperé que las cosas llegaran a un nivel tan... personal —se volvió para fulminar a Ric con la mirada—. Se supone que tenía que protegerte... y nada más.

Al verla palidecer, Ric se quedó consternado. Había querido decírselo él mismo, intentar que lo comprendiera de alguna forma...

—Yo quería que te enteraras por mí primero —apenas reconocía su propia voz.

La expresión destrozada de Piper le desgarraba el corazón. No importaba lo que le dijera: nada conseguiría borrar el dolor que veía en aquel momento en sus ojos. Y

sabía que ese dolor crecería. No imaginaba motivo alguno por el que pudiera perdonarlo. Debió habérselo dicho desde el principio. Había tenido la oportunidad perfecta, pero el egoísmo había podido más. No había querido renunciar al escaso y precioso tiempo que habían disfrutado juntos. Y ahora ambos iban a pagar por su propio egoísmo.

Piper se sentía débil, como si fuera a desmayarse en cualquier momento. Aquello no podía estar sucediendo en realidad. Sacudió varias veces la cabeza, negando las acusaciones de su tío. Pero las palabras de Martínez confirmaban sus peores miedos:

“yo quería que te enteraras por mí primero”. Estaba trabajando para su tío. No era un cámara. No era el hombre que había creído conocer. Le había mentido. Era un absoluto desconocido. Y había confiado en él, había hecho el amor con él...

—Déjame explicarte —le pidió Martínez, acercándosele—. Yo no quería que las cosas sucediesen así...

Estaba furiosa. No quería escuchar sus excusas, ni sus explicaciones. Alzó una mano para interrumpirlo.

—No —se estremeció al ver su mirada de dolor, pero intentó sobreponerse. Se estaba muriendo de dolor y la culpa era suya. Le había mentido.

—Me pareció lo más acertado —murmuró Lucas—. Contraté a Martínez como tu guardaespaldas personal. Quería que alguien estuviese a tu lado cada minuto del día, para mantenerte a salvo. Alguien que no fuera del FBI. Yo decidí mantener en secreto su identidad. La decisión fue mía, no suya.

Lanzó a su tío una mirada mordaz, de una cruda ironía.

—¿Se supone que me estás diciendo eso para que me sienta mejor?

—No. Pero es la verdad.

—¡La verdad! Ambos me mentisteis —miró a uno y a otro, con las manos en las caderas—Y tú... —se volvió hacia Martínez con una expresión cargada de desprecio—... tú pudiste habérmelo dicho mientras me hacías el amor —le tembló la voz y maldijo para sus adentros. No quería llorar—. ¿O es que acaso te lo estabas pasando demasiado bien?

Supongo que no querías aguarte la fiesta.

Continuó mirándolo. ¿Cómo podía parecer tan sinceramente arrepentido? Ella misma estaba conmovida. Vio que abría la boca para hablar, pero tardó unos segundos en formular las palabras.

—Me marcharé si eso es lo que quieres —dirigiéndose a Lucas, añadió—: Pero preferiría quedarme y terminar el trabajo para el que me contrataron.

Una mezcla de dolor y rabia desgarró el corazón de Piper.

—Quiero que te vayas —pronunció con voz inestable, al borde del llanto. ¿Cómo podía pensar en quedarse después de lo que había hecho?

Martínez se la quedó mirando en silencio, consternado. Y Piper apenas fue capaz de sostenerle la mirada. Se odiaba a sí misma por ser tan débil.

—Se queda —anunció Lucas con tono imperativo.

—Ni hablar —protestó ella—. No quiero ni verlo —se abrazó, intentando desterrar de su mente las imágenes de Martínez haciéndole el amor con exquisita ternura...

—Me mantendré a distancia —le propuso Ric—. Pero, por favor, no me eches de tu lado.

Ya sabes que no permitiré que te suceda nada. Haré lo que sea con tal de mantenerte a salvo.

Piper se frotó los ojos. Sabía que tenía razón en lo de protegerla. Se lo había demostrado más de una vez. Aparentemente animado por su silencio, se volvió hacia Lucas buscando la confirmación definitiva. Y fue en aquel preciso instante cuando ella recordó algo:

—Fuiste tú —le espetó, sobresaltándolo—. Tú fuiste quien tumbó al tipo que intentó atacarme durante el atasco de tráfico —parpadeó varias veces, incrédula—. Fuiste tú...

Lo recordó todo. Había estado tan ciega... ¿Por qué no le extrañaron tantas coincidencias? Su repentina aparición en la cadena de televisión, en el apartamento del vecino... El esmoquin. ¿Quién guardaba siempre un esmoquin a mano? se había tragado su historia acerca del barrio duro y problemático en el que había crecido. Era un guardaespaldas bien entrenado, no el hombre que le había hecho creer que era.

—Martínez es bueno en lo que hace —sentenció finalmente Lucas—. Lo necesitamos en nuestro equipo. Deberíamos dejar este asunto al margen... por el momento. Lo único importante ahora es tu seguridad.

Piper volvió a sentarse, como si sus piernas fueran incapaces de sostenerla. Si todo lo que sabía acerca de él era una mentira... entonces la verdadera identidad de Martínez no tenía por qué importarle. Sólo había estado haciendo su trabajo, nada más. Él era uno de ellos. Uno de aquellos profesionales que siempre se limitaban a hacer su trabajo. Como Lucas. Como su padre. Sintió ganas de gritar de dolor. Había hecho la única cosa que nunca había querido hacer: se había enamorado de un hombre que era igual que su padre. Un hombre que haría cualquier cosa con tal de cumplir su misión. Incluso llevársela a la cama...

—¿Me estás escuchando, Piper? —Lucas se sentó de nuevo frente a ella, al otro lado de la mesa—. Tenemos que hacer lo que sea con tal de que esos maníacos no se acerquen a ti. Eso es lo único que importa ahora.

Lo miró y comprendió que tenía razón. No importaba lo que fuera Martínez, sino el hecho de que era un buen profesional. La había salvado más de una vez. Y dado que ella no quería morir... ¿qué más podía decir al respecto?

—De acuerdo —cedió, y se volvió hacia Martínez—. Pero no me hables a no ser que sea estrictamente para mi seguridad.

Se apresuró a desviar la mirada. No podía soportar ver el dolor que se reflejaba en aquellos ojos oscuros.

Todo había terminado. Había sido una estúpida. Pero no volvería a suceder.

Necesitaba estar sola. Sola para lavarse el olor de Martínez de su cuerpo... y para llorar por lo que nunca llegaría a ser.

Ric estuvo sentado a oscuras durante horas, después de que Piper se fuera a acostar.

Debía habérselo dicho la primera vez que hicieron el amor. Si se lo hubiera dicho entonces... Pero no lo hizo. Se pasó una mano por la cara, maldiciéndose a sí mismo por caer en aquellas absurdas especulaciones. Era demasiado tarde para eso. Piper jamás lo perdonaría.

Aunque, en cualquier caso, poco futuro habría tenido su relación. El encajaba bastante bien en la descripción de lo que Piper no quería en un hombre. A buen seguro encontraría demasiado arriesgada su ocupación profesional y su disposición a morir por un cliente, el que fuera. Dados sus antecedentes, no podía culparla por ello.

¿Relación? No, ellos no habían tenido una relación. Habían tenido una aventura.

Suspiró profundamente y se levantó. Tenía que dormir un poco. Era necesario. Se detuvo al pasar por delante de la puerta de Piper. Ansiaba tanto abrir aquella puerta y mirarla... Pero no podía hacerlo.

Se dirigió a la ducha. No quería pensar más: resultaba demasiado doloroso. Pero los terribles comentarios de Lucas seguían resonando en su mente. Aquel hombre habría podido escribir un libro sobre técnicas de tortura. Cerró los ojos bajo el chorro de agua caliente. La deliciosa sensación empezó a relajar sus cansados músculos. Apoyó la frente contra la pared de azulejos y dejó que al agua obrara su magia mientras caía por su espalda. Antes de que pudiera evitarlo, gráficas imágenes de los episodios amorosos con Piper asaltaron su cerebro. Cerró los puños, esforzándose por dominar las emociones que lo ahogaban como una marea.

Quería abrazarla, persuadirla de que en ningún momento había querido hacerle el menor daño. Quería prometerle el mundo con tal de que volviera a confiar de nuevo en él.

Pero eso jamás ocurriría. Había tenido su oportunidad y la había desperdiciado.

Y ahora todo había terminado.