18
La flecha.
Tanis miró los rostros de los presentes, uno tras otro, y en todos ellos vio la misma expresión acusadora. Sólo Flint mostraba no estar convencido de que el semielfo hubiera matado al consejero.
—¡Lo visteis! —gritó Tanis—. ¡Todos vosotros lo visteis! Disparé hacia la derecha, al cuerpo de la bestia. Xenoth estaba a mi izquierda cuando la cola del tylor lo alcanzó. ¿Cómo pudo acertarle mi flecha?
—Y sin embargo lo hizo, Tanis —repuso Porthios con voz queda.
Tyresian gesticuló y varios elfos se adelantaron con el propósito de detener al semielfo.
De un salto, Flint, que todavía blandía su hacha, se interpuso entre Tanis y los hombres que se acercaban a él. Enarboló el arma y dirigió una fiera mirada a los elfos.
—¡Deteneos! —gritó.
Algo atemorizados ante la estampa de un enano bien pertrechado para la batalla y evidentemente dispuesto a luchar, los nobles se detuvieron.
—Nos ofrecimos voluntarios para esta expedición sabiendo que corríamos el peligro de perder la vida —dijo furioso Flint—. ¿No es verdad?
Ulthen, que estaba arrodillado con Litanas al lado del cuerpo de Xenoth, se incorporó. Tenía la capa manchada de sangre.
—Pero esperábamos que la muerte nos llegara de las fauces de un tylor, maestro Fireforge, no a manos de uno de nuestros compañeros —respondió el noble.
Los elfos murmuraron y fruncieron el entrecejo. El consejero no había contado con la simpatía de muchos cortesanos, por lo que no parecía que su muerte fuera causa de un gran duelo; lo que los había conmocionado era el hecho de que lo hubiera matado otro elfo.
—¿Y quien afirma que fue Tanis quien lo mató? —inquirió el enano.
Tyresian dejó escapar un sonoro suspiro antes de responderle.
—Es la flecha de Tanis, maestro Fireforge. Y ahora, procedamos…
—Lord Xenoth ya estaba muerto cuando la flecha le acertó —insistió Flint.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó con sorna Tyresian. Detrás del comandante, Litanas había extraído la flecha de plumas amarillas y escarlatas del pecho de Xenoth y cubría con la capa el cadáver del que había sido su superior. Unos cuantos elfos se mantenían aparte, empujando con la punta de la bota el cuerpo del tylor, mirando de soslayo a Tanis y a Tyresian, y comentando en voz baja.
—Porque lo vi. —Flint se cruzó de brazos, aunque sin soltar el hacha.
—No seas ridícu…
Flint no lo dejó terminar; su voz se alzó hasta retumbar en el claro del bosque:
—Yo estaba aquí, lord Tyresian. Tú y los demás os encontrabais en la orilla opuesta del barranco. Tenía buena perspectiva. Tú, no.
—Se enfrentaron en los establos —argumentó el noble con obstinación—. Sólo faltó que Tanis lo amenazara. ¿Quién asegura que la sangre humana del semielfo no lo indujo a tomar venganza? ¿Y quién va a confiar en la palabra de un enano que, además, da la casualidad de ser el mejor amigo del semielfo? —Se volvió hacia Litanas y Ulthen—. Maniatadlo. Regresaremos a Qualinost y expondremos el caso ante el Orador de los Soles.
Pero Miral, ayudado por Porthios y Gilthanas, se había incorporado al fin. Avanzó con pasos inseguros, sujetándose la ensangrentada mano derecha, que había metido bajo los pliegues de la túnica. Tenía los ojos vidriosos por el dolor y la furia.
—Te equivocas, Tyresian —dijo.
—Mago, olvidas quién está al mando aquí —replicó encrespado el noble.
—Poseer el mando no infunde sabiduría, Tyresian —espetó con sequedad el mago.
—Examinemos el cuerpo de Xenoth —intervino Flint—. Tal vez nos descubra algo.
Tras una larga pausa, durante la cual varios elfos se acercaron desde distintos puntos del claro hacia el cadáver del consejero, Tyresian aceptó la sugerencia con un breve cabeceo y se abrió paso entre los reunidos para llegar hasta el cuerpo de Xenoth. El noble se arrodilló y levantó la capa. El rostro del consejero tenía la inexpresividad de la muerte, y, cosa sorprendente, no mostraba herida alguna. La brisa movía su cabello blanco. Daba la impresión de que en cualquier momento abriría los ojos y empezaría a hablar.
—Retira más la capa, Tyresian —instó el enano—. Mira su pecho.
El señor elfo aspiró hondo y levantó del todo la prenda. La afilada cola del tylor había abierto una profunda herida en el torso. Gilthanas dio un respingo y su faz se demudó. Porthios posó una mano firme sobre el brazo de su hermano.
—¿Dónde está la flecha? —preguntó Flint.
—Aquí. —Fue Litanas quien respondió. El joven noble se abrió paso entre sus compañeros y dejó la flecha en la mano enguantada de Tyresian. Un tercio del astil estaba manchado de rojo. Litanas, cuyos ojos brillaban coléricos, lo señaló—. Con la sangre de Xenoth.
—No discuto que sea la sangre de Xenoth —repuso con calma Flint.
—Bien, pues la flecha pertenece sin duda a Tanis —porfió el comandante.
—En efecto —concedió el enano—. Tampoco lo discuto. De hecho, fui yo quien fabricó la punta de esa flecha.
Tyresian cubrió de nuevo el torso y la cabeza de Xenoth con la capa y se puso en pie.
—¿Entonces, qué, enano? —espetó.
—¡Por Reorx, utiliza el cerebro, elfo! ¿Es que no te llama la atención algo en esta flecha? —La voz de Flint estaba cargada de sarcasmo.
Porthios se adelantó y examinó el arma.
—Es una flecha perfectamente formada, manchada de sangre, pero sin marcas de ningún tipo —comentó por último el heredero del Orador, con tono comedido.
—Exactamente —dijo Flint.
—¿Y bien? —La cólera hacía temblar la voz de Tyresian—. Has admitido que es la flecha del semielfo. ¿Y que?
Porthios dejó escapar una exclamación contenida, y la mirada del enano se volvió hacia el primogénito del Orador, en cuyos ojos había un brillo de comprensión.
—Te das cuenta, ¿verdad? —preguntó Flint.
Porthios asintió en silencio.
—Si la flecha de Tanis hubiera acertado a lord Xenoth antes de que lo alcanzara la cola del tylor, el golpe de la bestia habría roto el astil —explicó el hijo del Orador—. Y, como todos podéis ver, la flecha está intacta.
Los penetrantes ojos azules del comandante se abrieron de par en par. Después hizo un brusco gesto con el brazo derecho que empujó a Gilthanas contra Miral.
—Aun así, su flecha alcanzó a Xenoth. ¿Qué más da si el semielfo mató o no al consejero? Tanis sigue siendo culpable de cometer un grave error de juicio.
Durante unos instantes, Tyresian y Flint se quedaron inmóviles frente a frente, mirándose con fijeza. Fue la voz de Miral quien por último rompió el tenso silencio.
—Toda esta charla no nos conduce a nada, ni ayuda a que el cadáver de nuestro compañero vuelva a Qualinost —comentó con debilidad—. Sugiero que regresemos de inmediato y discutamos el asunto con el Orador.
—Tengo otra pregunta —bramó Tyresian—. ¿Quién mató al tylor? ¿Tanis?
—¿No habrá sido el mago quien lo mato? —musito Litanas. Otros elfos movieron la cabeza en un gesto de asentimiento—. Fijaos en su mano. Aun desde el otro lado del barranco, vimos la descarga de fuego que salió de sus dedos y alcanzó al reptil.
Porthios volvió la mirada hacia Miral, a quien todavía sostenía Gilthanas.
—Enséñanos la mano, mago —ordenó.
La capucha de Miral había caído hacia atrás y dejaba a la vista su pálida faz; estrechó los ojos para protegerlos de la luz. Con precaución, sacó la mano de bajo de la túnica. La manga estaba hecha jirones. Le faltaban dos uñas, y los cinco dedos estaban abrasados desde la punta hasta la palma de la mano. Unas feas líneas rojas se extendían desde la muñeca hasta una cicatriz que tenía cerca del codo.
—Ignoraba que fueras capaz de realizar semejante magia, Miral —comentó Flint.
—Tampoco yo lo sabía —confesó el mago con expresión confusa. Parecía estar al borde del colapso.
—¿Qué ocurrió? —inquirió con suavidad Porthios.
—Vi que la bestia amenazaba a Flint y a Tanis —balbuceó Miral, a quien un suave rubor tiñó los pómulos de las pálidas mejillas—. Sólo soy un mago de segunda. En condiciones normales, no habría tenido poder para enfrentarme a semejante bestia. Vine con el único propósito de ocuparme de los posibles heridos, si se presentaba el caso.
»Cuando vi que el monstruo se abalanzaba sobre Tanis, no pude soportar la idea de perder a otro querido amigo de un modo violento. Yo… recordé a Arelas, y de repente mi caballo y yo nos encontrábamos en el claro con Tanis y Flint, y… sentí que me inundaba un poder como jamás había experimentado. —La respiración del mago era trabajosa, y su voz apenas un susurro—. Noté una sacudida, como si me hubiera precipitado desde una gran altura, y en la mano… un dolor muy fuerte. Cuando recobré el conocimiento estaba tendido en el suelo, en medio de todo esto.
El gesto de su mano izquierda abarcó al consejero, el tylor y el claro ensangrentado y alfombrado de hojas y ramas rotas. Un instante después, Miral se desplomaba en el suelo, desmayado.
* * *
La partida de caza cabalgó despacio por el bosque. La lluvia no descargaba y las amenazadoras nubes alteraban el estado de ánimo de los cazadores, ya tensos por los sucesos acaecidos en el claro. El cadáver de Xenoth iba cargado a lomos del caballo de Litanas, y —por orden de Tyresian— el ayudante del fallecido consejero cabalgaba con Ulthen. El caballo estaba irritable y giraba los ojos con gesto enloquecido cada vez que el olor de la sangre le llegaba a los ollares.
Porthios y Gilthanas cabalgaban cerca de Tanis y Flint. Aunque los hermanos guardaban silencio, su actitud hablaba por ellos. Vigilaban al semielfo hasta que el caso se presentara ante el Orador.
Miral se había recobrado del desmayo, y compartía la montura con uno de los nobles, que sostenía al debilitado mago; el caballo de Miral iba atado por las riendas.
El camino de regreso a Qualinost se hizo interminable. Los truenos retumbaban en lo alto y el viento sopló con más fuerza, sin que cayera la esperada lluvia que aliviara la cargada atmósfera. Cuando se aproximaron a las afueras de la ciudad, Gilthanas azuzó a su ruano para informar a la guardia de su llegada. La Torre del Sol se encumbraba como un espectro en el cielo plomizo. Al llegar al arco sobre el que se levantaba la torre vigía del suroeste, los aguardaban cuatro guardias.
—Ellos escoltarán a Tanis hasta sus aposentos, donde permanecerá bajo vigilancia hasta que nos reunamos con el Orador —anunció Gilthanas.
—¿Quieres decir que éste —protestó Flint señalando a Tyresian— va a tener oportunidad de contar al Orador lo ocurrido desde su punto de vista, sin que Tanis esté presente para defenderse? ¿Es ésa la justicia elfa?
—Lord Tyresian, como comandante de la expedición, tiene el derecho de presentar su informe al Orador de los Soles —intervino Porthios.
—¿Estarás tú presente? —le preguntó Flint.
—Por supuesto. Y también Gilthanas. Y Miral, si se siente con fuerzas.
—Entonces, también iré yo —decidió el enano—. Hablaré al Orador en favor de Tanis.
Flint adoptó una actitud firme; era evidente que nadie lo disuadiría de su propósito.
Dos guardias, ataviados con sus brillantes libreas negras, acompañaron a Tanis, todavía montado en Belthar, a través de las calles de Qualinost hacia palacio. El sombrío trío atrajo las miradas de algunos transeúntes, pero, en general, los habitantes de la ciudad no parecieron extrañarse de que el protegido del Orador viajara con dos guardias de palacio.
* * *
Varias horas después, Tanis oyó ruido al otro lado de la puerta de su cuarto.
—¡Fuera de mi camino! —gruñó una voz profunda. El semielfo, que había estado asomado al ventanal del segundo piso que daba al patio, se volvió hacia la puerta.
—¿Quien va? —preguntó uno de los guardias.
Tanis sacudió la cabeza. Había reconocido la voz.
—Sabes muy bien quién soy —bramó Flint—. Así que déjate de tanta monserga y déjame pasar. Tengo intención de hablar con Tanis y, te lo advierto, no intentes, impedírmelo.
—Pero, maestro Fireforge, Tanis está bajo arresto. No se puede… —protestó el guardia.
—¡Ni bajo arresto ni narices! —espetó el enano—. Vengo por orden del Orador de los Soles. Déjame pasar, o por Reorx que…
Tanis se imaginaba la expresión de los acerados ojos del enano en ese momento; se escuchó el tintineo de unas llaves. La pesada puerta se abrió hacia adentro y Flint atravesó el umbral.
Para sorpresa de Tanis, Miral acompañaba al enano. La mano derecha del mago llevaba un aparatoso vendaje, y su semblante estaba tan pálido como sus ojos; no obstante, Miral parecía complacido.
El guardia cerró la puerta, evidentemente aliviado de tener la hoja de madera entre el enano y él. El gesto ceñudo de Flint no lograba ocultar el hecho de que se sentía tan satisfecho como Miral.
—Explicamos todo al Orador —anunció el enano, tras rehusar la invitación de Tanis para que se sentara. Permaneció de pie sobre la gruesa alfombra tejida en tonos verdes, marrones y naranjas, que representaba una cacería de ciervos.
Miral se dirigió a una silla fabricada con madera de álamo y el asiento de lona, cercana a la sobria mesa que servía de escritorio a Tanis. El mago tomó asiento con actitud cansada. Tanis le ofreció agua de una jarra de porcelana, pero Miral sacudió la cabeza en un gesto de negación.
—Tu amigo —dijo el mago señalando a Flint— contó al Orador todo lo sucedido en el claro, es decir, que Xenoth se encontraba fuera del alcance de ambas flechas, y que protegiste al consejero cuando la criatura lo atacó…
—… y que Miral llegó como un huracán al claro para descargar su magia contra el tylor —añadió Flint—. Hubo un debate sobre quién había matado a la bestia. El mago sostenía que había sido tu flecha la que acabó con ella. Otros eran de la opinión que había sido él quien la había matado.
Tanis suponía quiénes eran esos «otros». Se recostó en el antepecho del ventanal y se cruzó de brazos. Se había cambiado las ropas de caza por una túnica corta y unos pantalones de piel de gamo.
—La flecha de Tanis estaba clavada en el ojo del tylor —intervino Miral—. Todo cuanto hice yo fue lanzar un poco de humo y fuego.
Flint arqueó una ceja.
—Tu «poco de humo y fuego» fue algo más que una mera maniobra de distracción —comentó el enano, que volvió la vista hacia Tanis—. Lo que es más, también ha planteado una posible explicación para que tu flecha hiciera un sesgo tan extraño.
El semielfo, sin saber qué decir, miró al mago. Miral le sonrió.
—Los tylors son criaturas que poseen una gran magia. Yo, por el contrario, no soy muy hábil en el arte, como muy bien sabes. No obstante, de algún modo, en el claro fui capaz de arrojar una descarga ardiente tan potente que me desmontó de la silla y que es probable que haya matado al monstruo.
—¿Y? —preguntó Tanis, sin alcanzar a comprender adónde quería ir a parar el mago.
Miral se sentó un poco más erguido en la silla e hizo un gesto con la mano izquierda. La extremidad vendada permaneció inmóvil sobre su regazo.
—Me he limitado a conjeturar si, en el ardor del momento, la enfurecida criatura no habrá liberado su magia y, de algún modo involuntario, yo la desvié y la volví contra ella misma.
—¿Es eso posible? —inquirió dudoso el semielfo.
Miral se encogió de hombros, y se recostó de nuevo en el respaldo.
—Lo ignoro. No es más que una suposición. Pero, si ocurrió así, y ya se que es un «si» con mucho peso, ¿esa misma fuerza mágica desencadenada no habría podido desviar también la flecha de su curso?
—¿Quieres decir…?
Tanis miraba asombrado al mago. Miral respiró hondo antes de responder.
—Que lo ocurrido con lord Xenoth fue un mero accidente, del que no se te puede culpar bajo ninguna circunstancia. —Hizo una pausa para cobrar aliento—. Y que, de hecho, te comportaste con valentía y honor al enfrentarte cara a cara con una muerte casi segura para salvar a lord Xenoth.
Flint se acercó al escritorio de Tanis y cogió un puñado de almendras confitadas de un cuenco de madera.
—El Orador dijo que consultaría con expertos en magia para ver si es una explicación razonable —añadió el mago—. En consecuencia, has quedado fuera de sospecha. Los guardias han sido retirados de tu puerta.
Libre de la tensión que había soportado, Tanis cayó en la cuenta de que había dormido cuatro horas en los dos últimos días. Bostezó, y el mago y el enano sonrieron.
—Muchacho, tienes el aspecto de quien ha vivido diez años en pocas horas —dijo Flint, ajeno al parecer a las ojeras que se marcaban bajo sus propios ojos enrojecidos.
—Y así ha sido —susurro el semielfo.
Sin cruzar una palabra más, el enano y el mago elfo se marcharon, uno a su taller y el otro a sus aposentos de palacio.
* * *
Tanis fue hacia el armario para desnudarse y meterse en la cama. Acababa de quitarse la camisa de piel de gamo cuando sonó una llamada. Pensando que sería Flint otra vez, fue hacia la puerta y la abrió de golpe, sin molestarse en cubrirse el torso.
Una voz cristalina lo saludó, y Laurana salió de las sombras del corredor y entró en el cuarto. Parecía indecisa, lo que no era habitual en ella, pero sí tal vez comprensible habida cuenta de la escasa vestimenta del semielfo. La única iluminación en el cuarto era la que proporcionaba una lámpara que había sobre el escritorio y la luz de la luna que penetraba por el ventanal, que se reflejó en las hebras metálicas de la bata plateada de la joven.
—Tanis…
Él guardó silencio, confiando en que la conversación no se prolongara mucho. Estaba tan cansado que sus ojos apenas podían enfocar con claridad a la princesa elfa.
—Yo… —balbuceó Laurana—. Padre me ha contado la conversación que tuvisteis esta mañana.
La joven pasó a su lado y se detuvo en la alfombra donde minutos antes Flint había estado. Tanis sacudió la cabeza, y se quedó junto a la puerta. ¿Había sido esta mañana cuando se reunió con Solostaran en el despacho de la Torre? ¿Hacía de ello sólo unas horas? Oh, cómo necesitaba el descanso de un buen sueño. Se tambaleó y buscó apoyo en el umbral de piedra.
—Me dijo que no me quieres —continuó Laurana—. No del modo que yo esperaba que lo hicieras.
Aunque la muchacha mantenía erguida la cabeza, su nerviosismo se hacía patente por el modo en que alisaba una y otra vez los puños de encaje de la bata.
Tanis fue consciente de lo mucho que debía costarle a la joven mantener esta conversación. Deseó ponerle punto final de un modo conciso y honrado.
—Eres mi hermana —murmuró con ternura.
—¡Eso no es cierto! —protestó Laurana—. El que nos hayan criado como tal no nos hace hermanos. Puedo amarte. Y te amo.
Se acercó a él y enlazó sus delicados dedos en los del joven. Tanis gimió para sus adentros, aunque en el fondo de su ser sabía que Laurana tenía razón. Eran primos a través de un matrimonio, y aun ese lazo era muy lejano. Desde luego, no era su hermano. ¿Pero había deseado él alguna vez que no fuera así? Sacudió la cabeza al recordar el anillo de oro que había guardado en una bolsita de cuero.
—Laurana, por favor, compréndelo —dijo con cansancio—. Te quiero. Pero te quiero como a…
—¿… a una hermana? —finalizó ella la frase con acritud. Se apartó de él con brusquedad—. Eso es lo que dijiste a padre esta mañana, ¿no es cierto? «La quiero como a una hermana».
Sobrevino un silencio en el que sólo se escuchaba la agitada respiración de Laurana. Cuando habló de nuevo, su voz tenía un deje de amargura.
—He sido una estúpida, ¿verdad? No volveré a molestarte, Tanthalas, hermano mío. En realidad, debería darte gracias por hacerme ver la verdad.
Su expresión era tan fría como el cuarzo de las paredes del cuarto, pero, a la luz de Solinari, Tanis vio el brillo de las lágrimas en sus ojos.
—¡Aprenderé a odiarte, Tanis! —gritó, y salió corriendo al corredor, seguida por la mirada del semielfo. Justo antes de desaparecer por una esquina, se detuvo y se volvió a mirarlo—. Deshazte del anillo, Tanthalas. —Su voz casi había recobrado la normalidad. Acto seguido se marchó.
Tanis se recriminó con dureza, pensando que se merecía una patada en el trasero. Debería haber encontrado otro modo de manejar esta situación. Sacudió la cabeza, suspiró y cerró la puerta del cuarto.