LA ACUSACIÓN
ALEGATO INCRIMINATORIO
ACUSACIÓN DE ALESSANDRO DE LEGNANO A MATEO COLON ANTE LA COMISIÓN DE DOCTORES DE LA IGLESIA
Asistimos a la vuelta del demonio sobre la Tierra. Podéis verlo por doquier. Hacia donde giréis la cabeza no veréis más que su mísera obra. Asistimos a la conclusión de la profecía de San Juan, cuando tuvo la visión del ángel que encadenaba al demonio y lo condenaba a mil años de destierro en el abismo. Hoy, después de mil años, el diablo ha regresado. Está entre nosotros. ¡Mirad! ¡Mirad a vuestro alrededor! Hoy todos exhuman a los dioses antiguos. ¿Acaso habremos de reemplazar a Santa María por Venus? ¿Acaso volveremos a adorar a Baco y enterraremos a San Juan el Bautista? Basta con mirar las iglesias: ¡todas repletas de antiguos dioses paganos! Entonces os digo: ¿qué puede esperarse de la humanidad si la casa de Dios ha sido convertida en la casa del demonio? Escuchad, nada más, las vulgaridades que se hablan en las plazas y las ferias y decidme en qué se diferencian esos chismes de la prosa de los nuevos “literatos” que hasta ignoran el latín y el griego: indolencia, liviandad de conciencia, anécdotas vulgares, chistes y toda clase de obscenidades, es a lo que llaman hoy literatura. ¡Alerta! El demonio anda entre nosotros. Es la hora de la rebelión del hijo contra el padre, del discípulo contra el maestro. Tenéis que ver a la horda de pequeños anatomistas de la Universidad que presido: hasta se han negado a jurar por la magistral palabra del catedrático. Ya nadie escucha con respetuoso silencio y hasta se burlan de nosotros en nuestras narices. Si vierais con qué liviandad se habla de Dios, con la misma helada distancia con que se habla de la germinación de las legumbres. ¡Si cualquiera se declara ahora ateo, como quien menciona la preferencia de un plato sobre otro! Os digo: ¡Alerta! El diablo se ha liberado de su cautiverio y está entre nosotros.
Hoy el diablo se ha vestido con el sayo de la ciencia. Hoy, los falsos profetas se proclaman científicos y artistas. ¿Acaso habremos de esperar cruzados de brazos a que un buen día los nuevos pintores, escultores, anatomistas, reemplacen a nuestro Señor Jesucristo y erijan en fino mármol la imagen de Lucifer sobre los pulpitos?
De nosotros, los cristianos, depende ahora saber distinguir la Verdad de la farsa.
Acuso al reo de perjurio, pues a su juramento ha faltado. Os recuerdo los votos que juró observar el día que recibió los títulos de médico:
“Juro por Dios poniéndolo como testigo, dar cumplimiento en la medida de mis fuerzas y según con mi parecer a este juramento y compromiso: tener al que me enseñó este arte en igual estima que a mis progenitores, compartir con él mi hacienda y tomar a mi cargo sus necesidades si le hiciere falta; considerar a sus hijos como hermanos míos y enseñarles este arte, si es que tuvieran necesidad de aprenderlo, de forma gratuita y sin contrato; hacerme cargo de la preceptiva, la instrucción oral y todas las demás enseñanzas de mis hijos, de los de mi maestro y de los discípulos que hayan suscrito el compromiso y estén sometidos por juramento a la ley médica, pero a nadie más. Haré uso del régimen dietético para ayuda del enfermo, según mi capacidad y recto entender; del daño y la injusticia le preservaré. No daré a nadie, aunque me lo pida, ningún fármaco letal, ni haré semejante sugerencia. En pureza y santidad mantendré mi vida y mi arte. A cualquier casa que entrare acudiré para asistencia del enfermo, fuera de todo agravio intencionado o corrupción, en especial de prácticas sexuales con las personas, ya sean hombres o mujeres, esclavos o libres. Lo que en el tratamiento, o incluso fuera de él, viere u oyere en relación con la vida de los hombres, aquello que jamás deba trascender, lo callaré teniéndolo por secreto. En consecuencia, séame dado, si a este juramento fuere fiel y no lo quebrantare, el gozar de mi vida y de mi arte, siempre celebrado entre todos los hombres. Mas si lo transgredo y cometo perjurio, sea de esto todo lo contrario”.
Acuso al reo de perjurio, por cuanto ha faltado a cada palabra de su juramento, deshonrando y profanando el oficio para el cual fue instruido en esta Casa.
Acuso al reo de satanismo y brujería. Todo cuanto yo pueda deciros es poco frente a las pruebas que el propio reo os ofrece: habéis oído las declaraciones de los testigos; habéis leído todo lo que obra en actas y habéis visto las pinturas que el reo ha hecho con sus manos. Pero la prueba más concluyente es la propia palabra del acusado. El descubrimiento que se arroga no es más que un diabólico embuste. ¿De qué otra forma puede llamarse al pretendido Amor veneris? El acusado se atribuye haber encontrado el órgano que gobierna la voluntad, el amor y el placer en las mujeres, como si la voluntad del alma y el placer del cuerpo pudieran ponerse en un pie de igualdad. ¿De qué otro modo que “diabólico” puede llamarse a quien pretende encumbrar al Diablo en las alturas de Dios?
En cuanto a lo estrictamente anatómico, ¿qué es el pretendido Amor Veneris? Palabras, nada más que palabras. Podéis buscar y rebuscar en los femeninos genitales, que no encontraréis ningún Amor Veneris, ningún órgano que no haya sido ya descrito por Rufo de Efeso, por Avicena o por Julio Pólux. Acaso el Amor Veneris no sea más que la nymphae que señala Berengario o el praputio matrices que ya en siglo X describiera el árabe Haly Abbas. Os digo entonces: palabras, nada más que palabras. ¿O quizá el “descubrimiento” del acusado sea el tentigenem que menciona Abulcasis? Palabras, diabólicas palabras.
Pero habré de dejar mi acusación al propio reo. Escuchad su defensa y hallaréis en sus propias palabras las pruebas de lo que os digo.