[EL DEVENIR EN EL PERECER]
La patria en ocaso, la naturaleza y los hombres en tanto que están en una particular acción recíproca, constituyen un particular mundo que se ha hecho ideal, así como un enlace de las cosas, y en tal medida se disuelven para que de ellos y de la generación sobreviviente y de las sobrevivientes fuerzas de la naturaleza, que son el otro principio, el principio real, se forme un mundo nuevo, una acción recíproca nueva, pero también particular, tal como aquel ocaso procedió de un mundo puro, pero particular. Pues el mundo de todos los mundos, el todo en todos, el cual es siempre, se presenta en todo tiempo — o en el ocaso o en el momento, o, más genéticamente, en el llegar a ser del momento y en el comienzo de un tiempo y de un mundo, y este ocaso y comienzo es, como el lenguaje, expresión, signo, presentación de un todo viviente, pero particular, el cual, en sus efectos, se vuelve de nuevo en aquello, y, por cierto, de manera que en él, como en el lenguaje, de un lado parece haber, de vivamente consistente, menos o nada, del otro lado todo. En lo vivamente consistente predomina un modo de relación y un modo de material; aunque todos los demás puedan presentirse en él; predominante en aquello que pasa es la posibilidad de todas las relaciones, pero la relación particular puede tomarse, sacarse, de ello, de modo que mediante la infinitud se produce el efecto finito.
Este ocaso o tránsito de la patria (en este sentido) se siente en los miembros del mundo consistente de tal manera que en el mismo momento y grado en que lo consistente se disuelve, se siente también lo nuevo, lo joven, lo posible. Pues ¿cómo podría ser sentida la disolución sin unificación?; por lo tanto, si lo consistente en su disolución debe ser sentido y lo es, entonces debe al mismo tiempo lo inagotado e inagotable de las relaciones y fuerzas, así como aquella, la disolución, ser sentido mediante esta reunión más que a la inversa, pues de nada no resulta nada, y esto, tomado gradualmente, significa tanto como que aquello que va hacia la negación, en la medida en que parte de la realidad efectiva y no es todavía un posible, no puede actuar.
Pero lo posible, que entra en la realidad efectiva en tanto que la realidad efectiva se disuelve, lo posible actúa, y efectúa tanto la sensación de la disolución como el recuerdo de lo disuelto.
Por esto, lo absolutamente original de todo lenguaje genuinamente trágico, lo perpetuamente creador… el surgir de lo individual a partir de lo infinito, y el surgir de lo finito-infinito o de lo individual-eterno a partir de ambos, el comprehender, el vivificar no lo que ha llegado a ser incomprehensible, infeliz, sino lo incomprehensible, lo infeliz de la disolución misma y de la lucha misma de la muerte, mediante lo armónico, comprehensible, viviente. Se expresa aquí no el crudo dolor primero de la disolución, que, en su profundidad, es aún demasiado desconocido para el que padece y para el que contempla; en este dolor, lo que surge nuevo, lo ideal, es indeterminado y más bien un objeto de temor, mientras que la disolución en sí misma parece más efectivamente algo consistente ella misma y algo real, o lo que se disuelve, en el estado entre ser y no-ser, es comprehendido en lo necesario.
La nueva vida es ahora efectivamente real; lo que debía disolverse, y se ha disuelto, es ahora posible (idealmente antiguo), la disolución es ahora necesaria y porta su carácter peculiar entre ser y no-ser. Ahora bien, en el estado entre ser y no-ser, por todas partes lo posible se hace real, y lo efectivamente real se hace ideal, y esto, en la libre imitación artística, es un terrible, pero divino sueño. Por lo tanto, la disolución, en cuanto necesaria, desde el punto de vista del recuerdo ideal, llega a ser, como tal, objeto ideal de la vida que ahora acaba de desplegarse, una mirada hacia atrás sobre el camino que tuvo que ser dejado atrás desde el comienzo de la disolución hasta allí donde a partir de la nueva vida puede producirse un recuerdo de lo disuelto y, de ahí, como explicación y unificación del vacío y del contraste que tienen lugar entre lo nuevo y lo pasado, el recuerdo de la disolución. Esta disolución ideal no encierra temor. El punto de comienzo y el de fin están ya puestos, encontrados, asegurados, y, por ello, esta disolución es también más segura, más incontenible, más audaz, y así ella se presenta como lo que propiamente es, como un acto reproductivo, por el cual la vida recorre todos sus puntos y, para obtener la entera suma, no persiste en ninguno, se disuelve en todos y cada uno para producirse en el siguiente; sólo que la disolución se hace más ideal en el grado en que se aleja de su punto de comienzo, mientras que, en el mismo grado, la producción se hace más real, hasta que finalmente, a partir de la suma de estas sensaciones del perecer y el surgir recorridas infinitamente en un momento, un total sentimiento de vida y, a partir de esto, lo único excluido, lo inicialmente disuelto, procede en el recuerdo (mediante la necesidad de un objeto en el estado más cumplido), y, en cuanto este recuerdo de lo disuelto, de lo individual, ha sido, mediante el recuerdo de la disolución, unificado con el infinito sentimiento de vida y llenado el vacío entre ambos, entonces procede, de esta unificación y comparación de lo singular pasado y lo infinito presente, el estado propiamente nuevo, el paso próximo, que debe seguir a lo pasado.
Así, pues, en el recuerdo de la disolución, ésta, por cuanto sus dos extremos se mantienen firmemente, llega a ser por completo el acto audaz, seguro, incontenible, que ella propiamente es.
Pero esta disolución ideal se distingue de la efectivamente real, además, porque va de lo infinitamente presente a lo finitamente pasado, porque, 1) en cada punto de la misma disolución y producción, 2) un punto, en su disolución y producción, está infinitamente más entrelazado con todo otro, 3) cada punto, en su disolución y producción, lo está con el sentimiento total de la disolución y producción, y todo se penetra y se toca y alcanza más infinitamente en dolor y gozo, en lucha y paz, en movimiento y reposo y figura y ausencia de figura, y así un fuego celeste actúa en vez del terrestre.
Finalmente, y de nuevo, puesto que la disolución ideal va, inversamente, de lo infinitamente presente a lo finitamente pasado, se distingue la disolución ideal de la efectivamente real porque puede estar más íntegramente determinada, porque ella no tiene motivo alguno para juntar en uno, con angustiosa inquietud, varios puntos esenciales de la disolución y la producción, tampoco para, angustiosamente, extraviarse en lo inesencial, en lo que es impedimento —y, en consecuencia, propiamente mortal— para la temida disolución y, por lo tanto, también para la producción, tampoco para, unilateralmente, angustiosamente, limitarse hasta el extremo a un punto de la disolución y la producción y, así, de nuevo atenerse a lo propiamente muerto, sino que ella sigue su camino recto, preciso, libre; es, en cada punto de la disolución y la producción, enteramente lo que ella en ese punto, pero también sólo en él, puede ser, y es, en consecuencia, verdaderamente individual; así, pues, no trae, naturalmente, a este punto, por la fuerza, nada impertinente, distractivo, insignificante en sí mismo y aquí, pero recorre libre y plenamente el punto singular en todas sus relaciones con los demás puntos de la disolución y la producción, los cuales se encuentran tras los dos primeros puntos susceptibles de la disolución y la producción, esto es: tras lo infinito nuevo contrapuesto y lo finito antiguo, tras lo real total y lo ideal particular.
Finalmente, se distingue la disolución ideal de la que se denomina efectivamente real (porque aquélla, inversamente, va de lo infinito a lo finito, después de haber ido de lo finito a lo infinito) por cuanto la disolución, por desconocimiento de su punto final y de su punto inicial, tiene que aparecer simplemente como una nada real, de modo que cada cosa consistente y, por lo tanto, particular aparece como todo, y aparece un idealismo sensible, un epicureísmo, tal como Horacio, que, por cierto, sólo dramáticamente se sirvió de este punto de vista, lo presenta acertadamente en su Prudens futuri temporis exitus, etc.[34] —la disolución ideal se distingue, pues, de la denominada efectivamente real en que ésta parece ser una nada real, y aquélla, dado que es un devenir de lo ideal individual a lo infinito real y de lo infinito real a lo individual ideal, gana exactamente tanto más en contenido y armonía cuanto más es pensada como tránsito de lo consistente a lo consistente, del mismo modo que lo consistente gana en espíritu exactamente tanto más cuanto más es pensado como surgido de aquel tránsito o procediendo hacia aquel tránsito, de modo que la disolución de lo individual ideal aparece no como debilitamiento y muerte, sino como resurgimiento, como crecimiento, y la disolución de lo nuevo infinito no aparece como violencia aniquilante, sino como amor, y ambas juntamente como un acto creador (trascendental) cuya esencia es unificar individual ideal e infinito real, y cuyo producto es, por lo tanto, lo infinito real unificado con lo individual ideal, en lo cual lo real infinito adopta la figura de lo ideal individual y esto la vida de lo real infinito, y ambos se unifican en un estado mítico en el que, junto con el contraste de lo real infinito y lo ideal finito, cesa también el tránsito, hasta tal punto que éste gana en reposo lo que aquéllos han ganado en vida, un estado que no hay que confundir con el real-infinito lírico, como tampoco, en su surgimiento durante el tránsito, con el ideal-individual épicamente presentable, pues en ambos casos une el espíritu del uno con la captabilidad, la sensibilidad del otro. Es en ambos casos trágico, es decir: en ambos casos unifica real infinito con ideal finito, y ambos casos son diversos sólo en grado, pues también durante el tránsito espíritu y signo, en otras palabras, la materia del tránsito con éste y éste con aquélla (lo trascendental con lo aislado), son como el órgano animado con el alma orgánica, Uno en contraposición armónica.
A partir de esta unificación trágica de lo nuevo infinito y lo antiguo finito, se desarrolla entonces un individual nuevo, por cuanto lo nuevo infinito, mediante el hecho de haber adoptado la figura de lo antiguo finito, se individualiza ahora en figura propia.
Lo individual nuevo aspira ahora a aislarse, y a evadirse de la infinitud, en el mismo grado en que, en el segundo punto de vista, lo aislado, lo antiguo individual, aspira a universalizarse y a disolverse en el infinito sentimiento de vida. El momento en que se acaba el período de lo nuevo individual es allí donde lo nuevo infinito se comporta hacia lo antiguo individual como poder disolvente, como poder desconocido, del mismo modo que en el período precedente lo nuevo se ha comportado como poder desconocido hacia lo antiguo infinito, y estos dos períodos son contrapuestos entre sí, y ciertamente lo son el primero como dominio de lo individual sobre lo infinito, de lo singular sobre el todo, el segundo como el dominio de lo infinito sobre lo individual, del todo sobre lo singular. El final de este segundo período y el comienzo del tercero se sitúan en el momento en que lo nuevo infinito se comporta como sentimiento de vida (como Yo) hacia lo antiguo individual como objeto (como no-yo)…
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Tras estos contrastes, unificación trágica de los caracteres; tras ésta, contrastes de los caracteres a la recíproca, e inversamente. Tras éstos, la unificación trágica de ambas partes.