UNA PALABRA SOBRE LA ILÍADA

Uno está a veces en desacuerdo consigo mismo sobre las preeminencias de diferentes hombres, y casi en una perplejidad como la de los niños cuando se les pregunta a quién quieren más entre aquellos que les tocan de cerca; cada uno tiene su propia excelencia y con ello su propia falta. Este se nos recomienda porque cumple perfectamente aquello en lo que vive, en cuanto que su ánimo y su entendimiento se han formado para una situación más limitada, pero conforme con la naturaleza humana; lo llamamos un hombre natural, porque él y su esfera simple son un todo armónico, pero, comparado con otros, parece en cambio tener falta de energía y también de profundo sentimiento y espíritu. Otro nos interesa más por la magnitud, el vigor y la tenacidad de sus fuerzas e intenciones, por el denuedo y la abnegación, pero nos parece demasiado tenso, demasiado difícil de contentar, demasiado unilateral en algunos casos, demasiado en contradicción con el mundo. Otro, por su parte, nos gana por la mayor armonía de sus fuerzas internas, la plenitud, integridad y alma con que acoge las impresiones, por la significación que, por ello mismo, un objeto, el mundo que le rodea, en lo singular y en el todo, tiene —puede tener— para él, significación que, en tal caso, se encuentra también en sus manifestaciones sobre el objeto; y, como la no significatividad nos causa más dolor que cualquier otra cosa, nos será especialmente grato aquel que nos toma, a nosotros y aquello en lo que vivimos, de un modo verdaderamente significante, tan pronto como pueda hacernos captable bastante fácilmente y por completo su modo de ver y de sentir; pero no raramente estamos tentados a pensar que él, en tanto que siente el espíritu del todo, tiene demasiado escasamente a la vista lo singular, que, si otros por los árboles no ven el bosque él en pro del bosque olvida los árboles, que, pese a toda su alma, es bastante incomprensivo y, por ello, también para otros incomprensible.

Además, nos decimos también que ningún hombre puede en su vida externa ser todo a la vez; que, para tener en el mundo un ser-ahí y una conciencia, tiene uno que decidirse por algo; que inclinación y circunstancias determinan a uno a esta peculiaridad, al otro a otra; que, sin duda, esta peculiaridad llega a ser luego lo más manifiesto; que, sin embargo, otras preeminencias que echamos de menos, no por eso faltan del todo en un carácter genuino, y sólo yacen más al fondo; que estas preeminencias echadas de menos…