La respiración
TODO LO QUE VIVE, RESPIRA. Cada célula, expresión mínima de la vida orgánica; precisa del oxígeno salvador que recibe a través de los poros microscópicos que perforan su fina membrana exterior. Sin respiración no hay vida. Los organismos complejos, como el cuerpo humano, han tenido que desarrollar un sistema circulatorio para asegurarse de que cada una de los trillones de células que lo componen reciben su ración correspondiente del oxígeno que proporcionan los pulmones. Pero aunque la simplicidad del mecanismo respiratorio es bien conocida, aún sigue siendo un misterio la naturaleza de ese impulso primero, el más fuerte de los instintos y expresión del pulso cósmico que nos conecta a la vida.
La admirable sabiduría hindú ya nos sorprende al contabilizar la vida en respiraciones, no en años. ¿Cómo es esto? Sencillamente, nos dice, toda criatura dispone de un número determinado de respiraciones. Cuanto antes las consuma, antes acaba su ciclo vital. Apoya la tesis el hecho de que los animales que respiran más rápidamente viven menos tiempo que aquellos que lo hacen con mayor parsimonia. Tomando como referencia al hombre, cuyo ritmo oscila entre las dieciséis y dieciocho respiraciones por minuto y su esperanza de vida puede cifrarse en torno a los setenta y cinco años, vemos que aquellos anímales, como el perro, cuya respiración es una sucesión de rápidos jadeos, no sobrepasan los doce años, mientras que los caballos, que tienen un ciclo respiratorio entre el del perro y el hombre, pueden llegar a vivir veinticinco años o más. Al otro lado del espectro se encuentran los elefantes, con un ritmo respiratorio más lento que el del hombre, entre diez y doce veces por minuto, que les permite alcanzar edades de hasta doscientos cincuenta años. Más espectacular aún es el caso de algunas longevas tortugas que, respirando sólo cuatro veces por minuto, pueden llegar a vivir cerca de cuatrocientos años. Sin embargo, ninguna criatura puede compararse a esas serpientes que, cuando no están hibernando, no respiran más allá de dos veces por minuto: su esperanza de vida ha sido establecida en mil quinientos años.
Habrá quien juzgue estas observaciones como una perogrullada, pero, bien mirado, el asunto puede tener su lógica. Pongamos que cada persona es una pila que dispone al nacer de una cantidad determinada de energía. Vivir es consumir energía y todas las actividades descargan la batería en alguna medida. Ninguna función vital, sin embargo, consume tanto como la función cardiorrespiratoria, que no se detiene ni de día ni de noche. El único ahorro posible consiste en ralentizar su ritmo. Así tenemos que la relación entre longevidad y ritmo respiratorio puede ser un hecho perfectamente coherente con la lógica y la experiencia.
Considerando la vida como una sucesión de inhalaciones, vemos que las actividades más gravosas para el consumo de energía son precisamente aquellas que obligan a una aceleración del movimiento pulmonar: correr, copular, encolerizarse, etc., mientras que una respiración sedada va siempre asociada a estados de placidez y distensión que comportan un importante ahorro energético.
No se me oculta que, para muchos, un diafragma no es más que un artefacto anticonceptivo. Quizá convenga recordarles que también es un émbolo sobre el que recae la mayor responsabilidad del hecho respiratorio. Sus rítmicas contracciones abren un espacio precioso que permite la expansión pulmonar y la toma de oxigeno, pero necesita un abdomen relajado para el desplazamiento de la membrana. Si las tensiones internas convierten el plexo solar en un escudo férreo que le aprisiona, la respiración se empobrece sobremanera y obliga a los pulmones a un número mayor de inhalaciones para tratar de aportar una siempre insatisfactoria ración de oxígeno de supervivencia. No puede darse una respiración económica, sosegada y balsámica si el diafragma, la membrana respiratoria por excelencia, no se desplaza con libertad entre las cavidades pectoral y abdominal que separa.
Por la íntima relación que existe entre la tensión mental y la contracción del plexo solar, una respiración abdominal suelta y distendida equivale a un estado de calma interior Esto nunca fue un secreto para los yoguis que desarrollaron diversas técnicas respiratorias para aquietar las turbulencias mentales y sedar el sistema nervioso. Pero hay factores que no ayudan precisamente a la abnegada labor del diafragma. Tal es el caso de las prendas ajustadas que constriñen el abdomen y dificultan la respiración. La manera de vestir es un hecho cultural que no debe ir nunca contra la fisiología ni el sentido común. Una determinada concepción estética no puede imponerse y encorsetar el curso de la naturaleza, a menos que se trate de representar la comedia del absurdo.
Hace ya algún tiempo, y bien sabe Dios que inadvertidamente, di en entrar por error en un servicio de señoras. Lo primero que captaron mis ojos fue una escena delirante: una joven yacía inmóvil boca arriba sobre el suelo, mientras otra, arrodillada a su costado, parecía manipularle el vientre en lo que supuse una práctica de cirugía psíquica o de curanderismo filipino. La joven arrodillada me daba la espalda y no alcanzaba a ver los manejos de sus manos, cuando, de pronto, un grito desgarrador de la víctima congeló por un instante la sangre en mis venas. No había motivo de alarma, sin embargo. Todo se reducía a que la una estaba ayudando a la otra a calzarse los pantalones tejanos y, en el trance, la cremallera había pellizcado el bajo vientre de la interfecta con alguna afectación del vello púbico. Todo fue mejor al segundo intento y, finalmente, con la ayuda de una tercera joven que entró en escena, se pudo poner en pie a la afectada, que no ofrecía mal aspecto y fue capaz de dirigir sus apretados pasos hacia el espejo. Nadie pareció reparar en mi presencia, así que me fui convencido de haber resuelto uno de los enigmas que más perplejidad me causaban desde mí primera juventud: ¿por qué las mujeres iban siempre de dos en dos al lavabo?
Bromas aparte, el grado de ansiedad, irascibilidad, agresividad y explosividad temperamental de una persona cuyo diafragma está aprisionado permanentemente por una de esas prendas que si tú no cedes, ella tampoco, es altísimo y la convierte en un peligro potencial. Todas nuestras emociones pivotan alrededor de la respiración. El temor, la ira, la alegría, la indignación…, cualquier estado de ánimo modifica de inmediato el patrón respiratorio que se hace eco de la química hormonal. Quien controla su respiración, controla sus emociones. Pero nadie es capaz de controlar su respiración sin controlar antes el movimiento del diafragma. Y ello requiere soltura, práctica, disciplina y concentración… Y conocer algunos secretos celosamente guardados por los maestros del yoga.