Las resonancias
LA RESONANCIA es hoy un concepto que ha desbordado los naturales límites acústicos que la palabra sugiere para tratar de expresar el modo misterioso en que ciertos fenómenos operan y se transmiten a través del espacio/tiempo sin ningún soporte material conocido. Aunque la resonancia magnética, o absorción de energía por los átomos de una sustancia cuando ésta es sometida a campos magnéticos de frecuencias específicas, podría en cierto modo entrar en esa categoría, el concepto se aplica mejor a fenómenos de índole metafísica. Tal es el caso de la resonancia empática, término acuñado por David Lorimer para describir la facultad de entrar empáticamente en la experiencia de otra persona.
Desde que Raymond Moody iniciara la investigación de casos próximos a la muerte, han sido numerosos los intelectuales y científicos que se han lanzado a través de la brecha abierta por el famoso doctor americano, explorando los entresijos de esa tierra de nadie que parece extenderse entre la vida y la muerte y donde se entrecruzan ambos estados de conciencia. Lorimer es uno de los jóvenes exploradores del más allá que ha logrado gran notoriedad en poco tiempo en Inglaterra con la publicación de su libro The Whole in One.
Economista y profesor de filosofía en la Universidad de Winchester, una de las más antiguas del Reino Unido, el interés de Lorimer se centró desde un principio en las implicaciones filosóficas y metafísicas de las experiencias próximas a la muerte. Tomando como punto de partida los habituales fenómenos de memoria panorámica, tan frecuentes entre quienes han vivido el trance de la resucitación, llegó a detectar numerosos casos de personas que no sólo habían presenciado una recolección cronológica y casi instantánea de los acontecimientos más relevantes de sus vidas, sino que, al mismo tiempo, sentían lo que sintieron aquellas personas que habían sido objeto de sus acciones cuando éstas tuvieron lugar en el pasado. Esto le llevó a pensar que es posible que estemos conectados a otros en un nivel profundo de conciencia, de tal manera que, en determinadas circunstancias, podamos sentir como propios los pensamientos ajenos. El modo en que esa transmisión de conciencia tendría lugar es lo que Lorimer denomina resonancia empática.
Pienso en Dannion Brinkley, un hombre singular que ha sido alcanzado dos veces por un rayo, ambas mientras se encontraba hablando por teléfono, y que, como resultado del fenómeno, asegura haber adquirido la facultad telepática de captar los pensamientos de otros. No es el único caso. Un pastor de las islas Shetland que también recibió la descarga de un rayo hace años, continúa asombrando a propios y extraños con sus ajustadas predicciones. La última: el accidente del petrolero que causó una importante marea negra en las costas de las famosas islas. Existen otros relatos antiguos en los que se establece que una de las vías para alcanzar la iluminación espiritual (y los asombrosos poderes que ello conlleva) es precisamente el efecto demoledor de un rayo.
Rupert Sheldrake, por su parte, ostenta la paternidad reconocida de otra expresión que ha hecho fortuna, me refiero a la resonancia mórfica, o modo en que se transmite a cada individuo la herencia de conocimiento acumulada por toda la especie a lo largo de su devenir. Sheldrake, a quien muchos comparan con Darwin por sus innovadoras y revolucionarias aportaciones a la biología, no cree que la memoria se encuentre en el cerebro, sino que las experiencias de cada individuo se van acumulando en un campo mórfico, de naturaleza inmaterial y común para toda la especie, que constituye la base del instinto.
Conozco bien a Sheldrake, admiro su talento científico y su brillante capacidad, pero encuentro más diferencias que coincidencias entre él y Darwin. Éste era, no lo olvidemos, un fervoroso creyente a quien sus investigaciones le llevaron al ateísmo declarado, mientras que Sheldrake, ateo confeso desde sus años de estudiante en Cambridge, terminó abrazando el cristianismo ecléctico del padre Bede Griffiths, a quien considera su mentor espiritual. En todo caso, cabría mejor compararle con Lamarck, quien elaboró mucho antes que Darwin las teorías que éste se limitó a probar.
También conozco a Lorimer. Es un gentleman inglés de impecable aspecto y exquisita cortesía. Hace algún tiempo acordé una cita con él para cenar en Londres. Llegó puntual como los trenes de Su Majestad. Durante la conversación no movió ni un solo músculo de la cara más de lo estrictamente necesario. Cuando le comenté que encontraba su resonancia empática muy parecida a la resonancia mórfica de Sheldrake, tampoco se inmutó. La idea de Sheldrake, me explicó, es también la de un campo unificado de ideas y memorias comunes, pero a lo que yo me refiero es a algo más profundo. Se trata de un campo de conciencia que nos une a todos y que nos permite entrar en la experiencia de otras personas o comunicamos directamente a través de la telepatía. Esta interconexión constituye la base de la filosofía hindú, pero también se encuentra reflejada en el cristianismo en la metáfora de la paternidad de Dios y la fraternidad del hombre.
Cuando Sheldrake visitó Madrid por primera vez, lo primero que quiso saber es donde había una iglesia. Antes de entrar en el museo de El Prado, se dirigió a los Jerónimos, encendió una vela y oró unos minutos. Viendo mi sorpresa ante un gesto tan inusual, me dijo que siempre que iba a una ciudad nueva tenía la costumbre de depositar sus mejores pensamientos en un lugar sagrado para contribuir a mejorar la atmósfera psíquica del planeta. «El poder de la oración puede comprenderse mucho mejor a través de la resonancia mórfica que de cualquier otra manera», me aseguró.
Es digno de destacar el hecho de que muchos científicos y pensadores que podríamos llamar de la Nueva Era muestran, en el trasfondo de sus investigaciones, una marcada inquietud espiritual y metafísica que les impulsa a buscar explicaciones racionales a los milagros y misterios con que las religiones han seducido tradicionalmente a sus parroquias. Pero no lo hacen, como temía la Iglesia, para acabar con el poder de la magia, sino, al contrario, para dotar a los creyentes de razones de peso que avalen y no contradigan su fe en unos tiempos en los que creer se considera un acto irracional.
Sin embargo, la resonancia, como modo de transmisión psíquica de pensamientos o ideas que penetran e influyen en otras mentes, no se agota en el ámbito religioso. Es una ley que propicia la comunicación subconsciente. El propio Sheldrake ha afirmado en ocasiones que todo lo que pensamos o decimos influye sobre los demás, y la resonancia hace que estas ideas se extiendan más rápidamente de lo que harían de otro modo; «De acuerdo con mi teoría, diría que si mucha gente piensa en una cosa sería más fácil para otros pensar en eso mismo, por lo tanto, habría un tipo de efecto catalizador con respecto a las nuevas ideas, aunque compensado por la inercia de las viejas, en las que también ha pensado mucha gente. Creo que la resonancia mórfica juega un papel importante en los procesos de cambio social, como las actitudes culturales o políticas».
Como es natural, todas estas interesantes afirmaciones se mueven aún en el campo de las hipótesis, pero Sheldrake no se conforma con ser un Lamarke y aspira a ver probada su teoría de los campos morfogenéticos. Para ello ha diseñado siete sencillos experimentos que cualquiera puede realizar en su propia casa y cuyos resultados, de resultar positivos en las grandes estadísticas, podrían revolucionar el mundo. Eso sí que tendría resonancia.