Los milagreros
DESDE LOS TIEMPOS DE Alejandro el Grande, la India siempre ha sido considerada por los viajeros como una fuente de sabiduría y espiritualidad, un lugar muy especial donde los hombres levitaban y hablaban con los tigres. Sin embargo, el aura de milagreros que envolvía a muchos yoguis, gurús y babas está atravesando hoy momentos difíciles, al ser desafiados sus supuestos poderes por el escepticismo creciente de un pueblo que ha apostado por la modernidad.
Ya en la década de los setenta, un famoso líder espiritual llamado Hata Yogui, que aseguraba ser capaz de caminar sobre las aguas, como Jesús, fue prácticamente obligado por sus seguidores a hacer una demostración pública de los poderes proclamados y acabar de una vez para siempre con la molesta controversia avivada por los descreídos racionalistas. Se convocó a la prensa y ala televisión en una piscina de Bombay y, ante miles de ojos expectantes, el remiso santón inició su paseo sobre las aguas. Al primer paso se hundió hasta el fondo. Sus seguidores, tras sacarle, le «secaron» a palos. Una vez repuesto de la paliza admitió lo que era evidente desde el primer momento: que había instalado una placa de cristal bajo la superficie de la piscina y se había venido abajo con su peso.
Fue el primer gran éxito de Prabir Ghosh, un cazador de falsos gurús que, desde entonces, ha demostrado el engaño en más de ciento veinte casos semejantes. Yo tuve la oportunidad de investigar a Tilak Femando, de Sri Lanka, un hombre que afirmaba emitir radiaciones de luz espiritual que enriquecían la vida de quienes recibían su influjo. En apenas una semana conseguimos demostrar que se trataba de una falacia y que los tenues destellos que percibían los ingenuos «paganos» (cien dólares por emisión) procedían de una diminuta linterna de cuarzo que ocultaba entre sus ropas.
Un caso semejante fue el de Sardar Chari, que logró el respeto y la devoción nada menos que de la difunta Indira Gandhi, gracias a su habilidad para transformar el agua en fuego y hacer aparecer mensajes sagrados en hojas de papel en blanco. Aunque la ex presidenta de la India le abandonó cuando se probó que sus poderes se reducían a mezclar permanganato de potasio y glicerina, el tenaz gurú se trasladó a otra ciudad y comenzó a reunir seguidores que recibían una descarga de kundalini al postrarse ante sus pies. Un grupo de escépticos, camuflados entre sus devotos, se le echaron un día encima y descubrieron que ocultaba un ingenio activado por pilas y conectado al sillón, de donde provenían las descargas.
Otro milagrero que cuenta con gran número de seguidores en todo el mundo es Satia Sai Baba, un hombre de más de setenta años que vive en un ashram palaciego en Andhra Pradesh. Desde hace tiempo, este pequeño líder espiritual de enorme melena escarolada, obnubila a sus incondicionales con la materialización ocasional de relojes, anillos, pendientes o medallas de oro. Más frecuentemente, produce «cenizas sagradas» que vierte sobre las manos que se le tienden.
Oí hablar por primera vez de sus portentos, cuando aún no era conocido en Occidente. Durante un viaje a la India, a finales de los setenta, en compañía del astronauta. Edgar Mitchel, tuvimos noticia de las prodigiosas materializaciones e, incluso, pudimos contemplar con nuestros propios ojos uno de los relojes que, «supuestamente» había sacado de la nada. Recuerdo que era de la marca Omega y tenía número de serie, lo que es todo un detalle. Siendo ambos poco proclives a aceptar estos hechos por las buenas, nos sentimos afortunados al topar con un simpático e inteligente mago profesional, de nombre Mathura, que nos hizo una demostración magistral de las mismas habilidades que habían hecho famoso al pícaro gurú, A pesar de nuestra insistencia, Mathura, muy profesionalmente, siempre se negó a desvelar como lo hacía, aunque repitió muchas veces que se trataba de un truco, añadiendo con picardía: «Pedidle al Baba que materialice algo que no le quepa en la mano».
Lo de las cenizas es muy fácil. Lo hacen cientos de ilusionistas en todo el mundo y se basa en una simple reacción química. Siempre supuse que lo de la materialización de los objetos consistiría en mover la mano más rápidamente que el ojo. Sin embargo, nadie puede engañar al ojo impasible de una cámara. Y así ha terminado la leyenda del Baba.
Uno de sus más distinguidos devotos, el ex presidente de la India, Narasiniha Rao, le hizo una visita en un momento dado, siendo todavía presidente. Como solía hacer con todos los visitantes ilustres (a los pobres les da ceniza) le obsequió con un magnífico reloj de oro que materializó en el acto. Las cámaras de la televisión India que cubrían la información filmaron el «milagro». Ya en el estudio, al visualizar las imágenes a cámara lenta en el proceso de edición, pudo observarse con meridiana claridad que todo era un truco de prestidigitación. En el pandemonio que siguió, el director de la cadena estatal decidió que la emisión de esas imágenes dejaría muy malparado al presidente, seducido por un embaucador y ordenó destruir las copias. Sin embargo, alguien salvó una y la hizo llegar al prestigioso diario británico The Independent, que publicó la noticia con gran despliegue informativo.
Se engaña quien crea que este velado incidente sirvió para abrir los ojos de sus millones de seguidores. Aceptar a un gurú es como enamorarse. Es idealizar a un personaje y entronizarle en el corazón, un lugar totalmente impermeable a los ataques de la razón. En realidad, la mayoría ni siquiera conocen a ese hombrecillo de cabeza grande y ojos mundanos, Para ellos, es un dios. Y todo lo que hacen los dioses desborda la comprensión humana. Detrás de esa fijación hay tantos miedos, tantas debilidades, tantas angustias, que uno no puede sino contemplar con simpatía y compasión este fenómeno que se repite desde los albores de la historia: el débil buscando el amparo incondicional del fuerte.
Conozco a muchos seguidores de Baba. Les respeto porque la mayoría parecen gente buena, entusiasta y entregada. No carecen de sensibilidad ni de auténticas inclinaciones espirituales. Sé que a muchos les resbala el asunto de los «milagros» y están dispuestos a admitir que son trucos del gurú para atraer a nuevos seguidores. Uno de ellos, un buen amigo y próspero hombre de negocios, resume así su simpatía hacia este singular personaje: «No sé si es un prestidigitador o no, pero lo que sí sé es que si hubiera muchos como él este mundo sería mejor».