CAPÍTULO II
DOBLE AMENAZA
E modo inmediato, empezaron los cabildeos para buscar sustituto al muerto. Tanto Cranston como Henreid se dispusieron a maniobrar en la sombra para conseguir el nombramiento de un testaferro a sus ideas y se dieron a buscar la persona adecuada para sus perversos y criminales fines.
Ambos jefecillos tenían anotado «in menti» algunos nombres y algunas personas. Existían algunos tipos un poco fanfarrones que se sintieron envidiosos cuando Jeff fue nombrado «sheriff», ya que su vanidad se hubiese sentido harto halagada de haber sido ellos los que presumiesen fanfarroneando con la estrella al pecho.
Y los dos rivales habían pensado en alguno de tales tipos para la sustitución. Tenían que explorar los ánimos y buscar entre ellos a los que más posibilidades tuviesen de poder ser elegidos.
Los dos rivales se rehuían de una manera discreta y procuraban coincidir lo menos posible. Cuando esto sucedía no podían evitarlo, cuidaban mucho mostrarse finos y amables mutuamente, para no dar a entender que se odiaban en la sombra.
Con Cranston se encontraba entre otros un mozo de granja llamado Lionel Broks, hombre de unos treinta y cuatro años, moreno, alto, recio, quien gozaba fama de duro y peleador.
Había sido uno de los que más envidia sintieran cuando fue designado Jeff para la estrella, porque se creía el más apto para lucirla y porque para su poco amor al trabajo era más cómodo percibir la paga de «sheriff», por hacer muy poco, que cobrar una equivalencia doblando la cintura de sol a sol sobre la huerta.
A Cranston le parecía entre los dos o tres en quien había pensado para el cargo el más apto: le dominaba bastante bien y como le sabía un holgazán, y además un bebedor empedernido, entendía que a poca costa podría manejarle a su gusto con tal de sacarle de algún apuro económico de los que siempre solían acuciarle.
Lionel, encarándose con Cranston, comentó:
—¿Te has dado cuenta de la situación, Murray?
—¿A qué te refieres?
—A la falta de «sheriff». Un pueblo no puede estar sin una autoridad y se impone nombrar a otro.
—Sí, claro; pero… nadie puede nombrarle por su gusto. Ya recordarás las instrucciones que dio el «sheriff» general. El cargo hay que cubrirlo por votación.
—Muy bien, pero para eso hay que nombrar candidato.
—O candidatos.
—¿Qué quieres decir?
—Que a la elección se pueden presentar los que quieran. Luego… es el pueblo quien elige.
—Entonces… tú puedes presentarte.
—Yo y cualquiera, pero… no lo haré. No tengo apetencia de mando, ni quiero que lo crean. Prefiero ocuparme de mis asuntos, pero… me gustaría que el nombrado fuese un amigo mío. Le apoyaría en la votación como pudiese, recomendando a mis demás amigos que le votasen.
—Tú tienes muchas amistades, Murray.
—Pues sí que las tengo.
—Y serían muy valiosas a la hora de la votación.
—Creo que sí… no lo sé…
—Yo soy amigo tuyo, Murray, y tú lo sabes bien. ¿Qué te parecería si yo me presentase como candidato?
—Pues sí, en efecto, fuese para tener un amigo ostentando esa autoridad, te apoyaría con todas mis fuerzas.
—Puedes hacerlo con confianza, Murray. Yo te aseguro que de todos tus amigos ninguno lo sería tanto como yo.
—Siendo así no tengo inconveniente ninguno. Claro es que no creas que por eso tendrás ya la estrella casi en el pecho… Todo dependerá de… algunas cosas.
—¿De qué?
—Pues… una que, por ejemplo, Mike Henreid no presente o apoye también a algún amigo. No hay que desdeñar que contaría con votos para el que él apoyase y que habría que luchar mucho para conseguir los votos precisos entre los habitantes del poblado. Ésos cuentan.
—Yo también tengo amigos que me votarían.
—Pues… si tú crees que vales para lucir la estrella y que cuentas con esa ayuda…, por mi parte te prefiero a otro.
—Gracias. Creo que a poca costa podré obtener el número de votos suficiente para ser elegido.
—Me alegraría, pero ten cautela. Quizá Mike también tenga su candidato y si cuenta con amigos, como tú…
—¿A quién puede apoyar ese sapo?
—No sé… a Parry Hahn, por ejemplo. Es su mejor amigo y sospecho que Mike tiene mucho interés en contar con un «sheriff» adicto. No me mira con buenos ojos, no sé por qué y le molestaría que fuese, al contrario.
—Pues me parece que lo va a tener que tragar así. Por otra parte, ¿quién diablos es Parry Hahn para aspirar a ser «sheriff»?
—Le busca trabajo para sus carretas y conduce algunas.
—Pues que se dedique a tirar de ellas y deje estas cosas para hombres de más envergadura. No creo que Parry pueda ponerse frente a mí en ningún terreno.
—Yo también lo creo, pero eso… eres tú quien debe demostrarlo y nadie más.
—Eso se lo demostraría si llegase la ocasión. No dejaría que Parry me humillase luciendo la estrella.
—¡Hum!… Si saca más votos…
—Si saca más votos… será con trampa y… yo te aseguro que ese… no llegaría a lucir la estrella.
—Eso me agrada. Mis amigos no deben dejarse avasallar.
—Te lo demostraré. Ahora dime qué debo hacer para que me nombren candidato.
—Una cosa muy sencilla: escribes Una carta al alcalde diciendo que presentas tu candidatura y él hará figurar tu nombre en el tablón de anuncios. Si se presentase alguien más, también inscribiría su nombre para que lo sepa el vecindario y así, el día que el alcalde señale para las elecciones, los vecinos votarán al que les parezca mejor entre los que figuren en la lista.
—No me agrada el procedimiento.
—¿Por qué?
—Porque podría ocurrir que se presentase una nulidad y por simpatías y no por méritos le votasen y saliese elegido. Después habría que ver su actuación cuando se viese obligado a demostrar que era un hombre completo para hacer honor a la estrella.
—Eso no podemos evitarlo nosotros. Quizás el que no se crea con aptitudes no se presente por si luego hace el ridículo. Ya viste, Jeff no era cobarde y… le mataron.
—Y habrá que averiguar quién lo hizo. A lo mejor tuvo algo que ver Mike. No simpatizaba mucho con Jeff…
—No te extralimites. No era él solo el que no simpatizaba con Jeff y no por eso se va a pensar que le matase otro. Lo mejor es dejar eso así y el que nombren que se cuide de su labor y… de que no le suceda lo que a Jeff.
—Bueno, entonces creo que debías escribirme esa carta para el alcalde. Ya sabes que la escritura no es mi fuerte y… es mejor que la escriba quien en eso está más impuesto que yo.
—Te la escribiré; eso no me cuesta trabajo alguno.
Y allí mismo se dispuso a redactar la carta solicitando en nombre de Lionel Broks se le incluyese en las listas de candidatos a la estrella.
En la taberna fronteriza se estaba desarrollando una escena parecida, pero en otro orden de táctica. Mike era menos retorcido que su rival, e iba a las cosas sin andarse por las ramas.
Por ello aquella noche se había dirigido rectamente a Parry Hahn, diciéndole:
—Parry, sospecho que Murray está preparándose para hacer que se presente a la elección del «sheriff» alguno de sus más seguros amigos y, si se le deja maniobrar, temo que pretenderá hacerse el amo del poblado con perjuicio para algunos, entre ellos yo, y no estoy dispuesto a que esto suceda si puedo evitarlo.
»Necesito que un amigo de confianza se presente como candidato y tengo que decirte que entre los que considero más aptos para el cargo te destaco a ti.
»Por ello, antes de brindar mi apoyo a nadie, he querido preguntarte si quieres presentarte. Si lo haces, no lo perderás porque yo sabré recompensar tu ayuda y marcharemos de común acuerdo. Hora es ya de ir bajando un poco los humos a Murray, que hace trabajo de zapa para restarme amigos y conseguir una fuerza superior a la mía.
—¿Tú crees que yo… puedo?
—Si no lo creyese, no te lo propondría, aparte de que debo decirte algo por si acierto. Si Murray presenta a alguien, tengo casi por seguro que será a Lionel Broks y tú sabes que no os tenéis mucha simpatía el uno al otro. Le bastaría con lucir la estrella para abusar de su poder en tu contra.
—¿Lionel? —bramó Parry a quien la alusión había encendido de rabia—. Tendría que nacer veinte veces para que yo me dejase pisar por él con estrella y sin estrella.
—Pues… procura evitarlo cuando menos que la luzca y, si es posible, lúcela tú para que se vuelvan las tornas. Alguien tiene que ser nombrado «sheriff» y a mí me interesa, como les interesa a mis amigos, que no salga elegido un amigo de Cranston.
—En eso estamos de acuerdo y, si temes que pueda resultar así y yo puedo evitarlo, no tengo inconveniente en aceptar tu proposición.
—De acuerdo, pero antes piénsalo. Sólo apoyaré a un hombre con el que pueda contar en particular contra Murray. O le arrinconamos, o terminará por arrinconarnos a nosotros. Cuando Jeff vivía, aunque no me era muy simpático, cuando menos tampoco ha permitido a Murray salirse de su terreno; pero, si el que le sustituya es amigo de él, las cosas variarán.
—Y si es amigo tuyo también, pero al revés.
—Muy bien, me has convencido y estoy dispuesto a presentarme. Lo que va a suceder no lo sabemos, pero… que no crean que nos van a achicar ni se van a llevar el cargo graciosamente. Tú dirás qué debo hacer.
—De momento, muy poco. Presentar al alcalde tu solicitud para que te incluya en la lista de candidatos. Luego a esperar al día de la votación.
—Que no será muy tranquilo, ¿no es así?
—Pues… no lo sé. Dependerá de muchas cosas.
—Esas cosas pueden llamarse Murray Cranston y Lionel Broks.
—Pueden llamarse así.
—En cuyo caso tendrán que contar con Mike Henreid y Parry Hahn.
De acuerdo en lo más elemental, se entregaron a discutir las posibilidades de que Parry alcanzase la estrella y la campaña que debían hacer para conquistar el favor del vecindario, cuyos votos debían ser en definitiva los que dijesen su última palabra.
Estaban discutiendo muy animados los preliminares de sus planes, cuando la puerta de la taberna giró y entraron tres nuevos clientes, y se podía decir que eran nuevos, porque habitualmente no frecuentaban aquella taberna.
Se trataba de Lionel Broks, acompañado de dos amigos muy ligados a él. Habían estado juntos en la misma taberna y habían asistido a la conversación con Murray.
Lionel, que se había animado más de la cuenta bebiendo con exceso como si tratase de celebrar por adelantado su posible nombramiento, en un rapto de vanidad había dicho a sus dos amigos:
—Cuando salga nombrado «sheriff» os nombraré comisarios míos. Me vais a hacer falta para llenar las jaulas de elementos a los que les tenemos que templar los nervios, que les hará mucha falta.
—Pues no te preocupes que llenaremos tus jaulas y, si no hay bastante, echamos al alcalde del Ayuntamiento y le convertimos en cárcel.
—Mejor es dejar también al alcalde, para la falta que nos hace.
Todos rieron la broma y Lionel, tras invitar a sus «futuros» comisarios a una nueva copa, tomó un trozo de papel y con los dedos, después de marcar en él varios dobleces, hizo unos cortes y terminó por mostrar a los ojos de sus amigos una tosca estrella de cinco puntas.
—¿Qué es esto, muchachos? —preguntó.
—El símbolo de tu poder —afirmó uno riendo.
—Entonces voy a ponérmelo para que se vayan haciendo a la idea de verlo lucir en mi solapa.
Y con un alfiler se clavó la simbólica estrella en la solapa de la chaqueta, como si fuese una extraña flor.
—Adelante, muchachos —exclamó—. ¿Os parece que hagamos una visita a la taberna de Bem? Debe de andar allí Mike Henreid y… me gustaría que me viese con este anticipo de autoridad.
—Y alguien más —indicó uno con malicia.
—¿Te refieres a Parry?
—Puede ser tu inmediato rival.
—¿Ese? Te aseguro que Parry se morirá antes de ver en su pecho la estrella de plata. Eso lo aseguro yo, que me llamo Lionel Broks.
—Pues, adelante. Por lo menos, nos divertiremos un poco viendo la cara que ponen.
Y con aire retador penetraron en la taberna dirigiéndose a la barra.
Mike, al ver la simbólica estrella de papel en la solapa de la chaqueta de Lionel, dijo por lo bajo a Parry:
—¿Te das cuenta? He adivinado.
—Sí, y él se adelanta a los acontecimientos.
—Déjale que se consuele tontamente. Su reinado como «sheriff» no pasará de ser eso: un reinado de papel.
Lionel se encaró con el tabernero:
—«Whisky» para nosotros tres y… para la concurrencia los que quiera tomar a la salud del futuro «sheriff» de Pedro.
El tabernero le miró de reojo, pero no quiso hacer comentario alguno; sirvió los tres vasos de «whisky», para Lionel y sus acompañantes, y luego, en voz alta, invitó:
—El que quiera beber, que pida. Paga Lionel Broks, el mozo de la granja del señor Wilkes.
Lionel se revolvió molesto:
—Paga el futuro «sheriff» de este poblado.
—Cuando le hayan elegido, Lionel. Hasta ahora sólo es usted un mozo de granja y si acaso, un aspirante a «sheriff».
—Un aspirante a «sheriff»… que será «sheriff» con permiso y sin permiso de algunos que a lo mejor sueñan con arrebatarme la estrella… ¿No es así, Parry?
Lo dijo con la espalda apoyada en la barra, el cigarrillo pendiente del labio colgándole apagado y un gesto retador en los labios.
Parry dudó en contestar, pero por fin repuso:
—El cargo está vacante y a disposición de todos… siempre que el vecindario opine que debe votar a quien aspira a usufructuar la estrella.
—¡Oh, claro, y tú, supongo que… también aspirarás a que te escojan!
—Eso… cuando llegue el momento lo sabrás. Como no aspiro a que me otorgues tu voto, no tengo por qué hacer propaganda contigo.
—¿Por qué no? Mira, para que veas que soy generoso… si te presentas… te prometo mi voto particular… A lo mejor sólo sacas ése y… el de tu amigo Henreid.
Éste, que no era hombre a quien se le podía rascar sin que saltase del asiento, se levantó fríamente y avanzó hacia Lionel, quien, al darse cuenta de la actitud del cabecilla, se enderezó tensionando sus músculos.
Pero Mike, sin hacer aprecio a la actitud defensiva del fanfarrón Lionel, siguió avanzando hasta colocarse frente a él.
Por un momento se miraron intensamente. Un silencio opresivo se hizo en el local y el tabernero, temiendo lo peor, salió de detrás del mostrador colocándose a cierta distancia. Si funcionaban los revólveres, que le cogiese lejos del punto de mira.
Y Mike con un gesto rápido, apoyó la uña del dedo corazón de su mano izquierda en la yema del dedo pulgar y haciendo flexionar el primero de dichos dedos pegó con él en el cigarrillo que colgaba del labio de Lionel y lo hizo saltar por el aire, al tiempo que decía con voz metálica:
—Para hablar de mí, lo primero que hay que hacer es pedirme permiso y luego medir mucho las palabras. Debías conocerme lo suficiente para saber que no soy hombre al que se le pueden hacer ciertas alusiones molestas sin exponerse a tener que tragarlas después o por propia voluntad o con plomo fundido. Yo votaré a quien quiera, menos a ti, es natural, y espero que el vecindario no tenga el mal gusto y la insensatez de votar por un vago fanfarrón como tú.
Lionel, que se había quedado pálido, seguía apoyado en la barra sin atreverse a hacer gesto alguno. Sus ojos, que brillaban como ascuas, no se apartaban de las manos de Mike y ponderaban la distancia a que se encontraban de su revólver.
Y como además de conocerla calculó que no tenía probabilidad alguna de ganarle la acción, rechinó los dientes y repuso:
—Eso lo veremos el día de las elecciones, Mike, y le juro que cuando sea «sheriff», todo lo que ahora presume se lo va a tener que tragar… de una manera o de otra.
—Eso ya me agrada más… La pena es que si lo dejas para entonces… no llegará nunca.
—¿Por qué?
—Porque no serás «sheriff» jamás.
—¿Quién lo va a impedir?
—Eso… lo sabrás en el momento oportuno.
—Lo mismo le digo, Mike; porque si sueña con que será elegido ese tipo de Parry o algún amigote suyo… se quedará con las ganas.
—¿Serás tú el que lo impidas?
—Le contestaré con sus mismas palabras. Eso lo sabrá en el momento oportuno.
—Muy bien, pues te emplazo para ese día, pero entre tanto no hagas el ridículo presumiendo de lo que no puedes ni serás jamás. Esa idiotez se queda para que los chicos jueguen a ser «sheriff».
Y con un brusco movimiento de mano le arrancó la simbólica estrella de papel y la tiró al suelo. Lionel, bramando de furor, amenazó:
—Se acordará usted de esto, Mike.
—Yo me acuerdo siempre de todo. Hasta de la promesa que te he hecho. Primero ardería el poblado por sus cuatro costados que tú salieses elegido «sheriff».
—Es posible, pero también ardería Parry antes de que lo fuese.
—Eso lo veremos.
—Lo veremos y si él cuenta con su ayuda, no irá usted a suponer que yo no cuento con la de alguien más.
—Me lo figuro, pero es algo a lo que no doy gran importancia.
—¿Me lo dice Usted a mí?
—Te lo digo a ti porque lo citas… Si alguien más lo dijese, se lo diría a él.
—Pues quizá tenga usted que decírselo en su cara.
—Si me la presenta… así lo haré.
Se volvió de nuevo a la mesa donde estaba sentado y Lionel, tras abonar el gasto, avanzó hacia la puerta, diciendo:
—Hasta que nos veamos, Mike… y tú… Parry.