CAPÍTULO XI
CARA A LA REALIDAD
No fue rápida la convalecencia de Paul, sino más bien lenta y laboriosa. Aún tardó casi un mes en abandonar el lecho y aunque ella no tuvo necesidad de esforzarse, consumiendo a su lado jornadas agotadoras, pasaba casi todo el día junto a él sin salir del rancho para nada.
Él le regañaba por su actitud y le instaba a dejarle solo muchos ratos para que ella pasease a caballo y respirara aire puro, pero ella se negaba diciendo:
—Me he impuesto una obligación y la cumpliré hasta el final, ajena a cualquier otro sentimiento. Usted ha hecho por mí lo que nadie en el mundo: me ha protegido, me ha evitado serios tropiezos y se ha jugado la vida bravamente en mi beneficio. Lo que yo puedo hacer para pagar esa deuda, no es comparable con lo que usted hizo por mí.
Él se resignaba con alegría. Para el ranchero era un placer tenerla constantemente a su lado, aunque se daba cuenta de lo que significaba en su futuro. Si al final el amor y el recuerdo de Ike podía más en ella que lo que él pudiese significar, el tormento de perderla tendría que ser demoledor.
A veces, estaba tentado de exponérselo francamente, pero un sentimiento de miedo sellaba sus labios. Si había de perderla, que fuese lo más tarde posible, para que su angustia se retrasase también de manera indefinida.
Al pensar en Ike, pedía a Dios que no fuese encontrado. Si él se había resignado a perderla por propia resignación y ella parecía conformarse con ello, que la vida siguiese su nuevo rumbo y la felicidad que Ike había de recibir, fuese para él sin sombras ni vacilaciones.
Después de tan larga convalecencia, pudo abandonar el lecho. Se sentía infinitamente débil y casi desvalido, pero ella acudía en su ayuda fuerte y animosa y le servía de apoyo para casi enseñarle a andar de nuevo.
Más adelante, le acompañaba al jardín donde sentados en un banco a la sombra de los árboles, tonificaban sus pulmones harto oprimidos por aquel prolongado encierro.
Ambos, como dos buenos amigos, charlaban agradablemente de cosas al parecer triviales, pero que en el fondo estaban ligadas a su porvenir. Margaret le contó pormenores de su vida, de la muerte de su padre, de su retiro a la hacienda de su tía, a la que había escrito para tranquilizarla, pero eludía sus relaciones con Ike y su nombre.
Él a su vez, contó episodios de su existencia en la región, de lo mucho que había luchado para prosperar, de la necesidad de mostrarse duro y brusco para imponer respeto a su propiedad y de su soledad espiritual, cuando ya empezaba a sentir la necesidad de acabar con ella por ley de vida.
En su acercamiento habían renunciado a los tratamientos respetuosos. El la llamaba Margaret y ella Paul y ya no les sonaba mal al oído este cambio de tratamiento. El verano estaba siendo vencido. Aún hacía calor, los árboles aún vestían sus verdes galas y la pradera se mantenía jugosa, pero por las noches soplaba un viento agudo que anunciaba el próximo otoño.
Quince días más tarde, Paul ya andaba sin necesidad de apoyarse en ella y se sentía con fuerzas para dar algún paseo por los alrededores del rancho.
Anhelaba estar en condiciones de montar a caballo para visitar los pastos y bajar al poblado, del que faltaba hacía casi dos meses.
Una tarde, él bruscamente hizo una pregunta:
—¿Qué sensación experimentaría si de nuevo se viese precisada de volver a Helena sin resolver su asunto? Estoy por creer que echaría usted mucho de menos esto.
—¿Cree que miento si le digo que esto es otra de las cosas que este cataclismo ha dejado atrás? A veces hasta me parece un sueño pensar que he vivido allí.
—La creo. En ocasiones las cosas violentas poseen una atracción exagerada. Hay una diferencia tan honda entre la vida mansa de aquellos lugares y la dinámica de éstos... Sin embargo, es algo en lo que debe pensar. Yo lo he hecho varias veces y quería decirle algo que es necesario que le diga y que espero crea sinceramente. La vida hay que afrontarla con energía y hay cosas que aunque queramos desentendemos de ellas no es posible. Quiero que me crea si le digo que no he olvidado hacer gestiones para encontrar a Ike. Al contrario, tengo un interés morboso en que aparezca si está aquí o que quede desengañada del todo y se acaben sus dudas para que pueda decidir libremente. Mis hombres han recorrido ya tres tercios de la cuenca del Milk sin descubrir indicio alguno. Ahora tengo dos buscando por la única parte aún no recorrida Un día u otro volverán con lo que sea y juro que si dicen que no le han encontrado, será porque en realidad no afincó aquí.
—¿Por qué no voy a creerlo Paul? Conozco su rectitud y lealtad y confío en usted. Es el favor más grande que puede hacerme por muchas razones y la principal, porque si no aparece, quedaré descargada de este peso que ya es demasiado odioso y si lo encuentran, porque soy la primera en sentir la curiosidad de saber la impresión que me puede causar el enfrentarme con él.
—La comprendo y comparto su modo de pensar, porque también yo estoy interesado en ello. Es un albur demasiado peligroso para mí, pero muy necesario. Me he estado engañando a mí mismo con esta situación equívoca y me estoy dando cuenta de que es la más demoledora que existe. Lo que el destino nos tenga reservado debe resolverse cuanto antes.
Ella no contestó, sentía una amarga sensación al pensar en ello y quizá por un sentimiento de pudor, no quiso afirmar que estaba decidida a renunciar a seguir gestionando un encuentro que para ella había perdido todo el valor espiritual de su iniciación.
Aún pasaron varios días, durante los cuales él se recuperó lo suficiente para mantenerse a caballo, y a partir de aquel momento se entregó muchos ratos a las actividades del rancho, separándose de ella por propia voluntad, para evitar el tormento de seguir hundiéndose en aquella pasión que ya no tenía freno.
Margaret quedaba en el rancho como dueña y señora. Su equipaje había sido recogido del hotel y no había vuelto a él. Era una situación que se había impuesto de modo natural y que todos aceptaban como lógica, pero ahora, cuando le sabía lejos de ella se sentía más sola y más triste. Paul se había convertido en una necesidad espiritual para ella y sólo se sentía alegre cuando él regresaba cumplidas sus tareas.
Pero un día, Paul se presentó a media tarde en el rancho, grave y preocupado. Margaret adivinó que algo serio le atormentaba y con avidez preguntó:
—¿Qué sucede, Paul? ¿Algo serio para la hacienda?
—No, por fortuna: parece que esa clase de peligros han remitido mucho, la muerte de Jimmy y la expulsión de los más importantes abigeos les obligó a levantar el campo. No es eso, sino algo más hondo y trascendental.
—¿Qué es ello? Hable.
—Pues escuche, Margaret. Ha llegado la hora cumbre de que usted ponga a prueba su firmeza y sus sentimientos. Es un momento psicológico grave, pero necesario y yo soy el primero en desearlo aunque lo tema. Esta tarde han regresado mis dos peones y han descubierto el paradero de Ike.
Margaret palideció intensamente al oír la noticia y se llevó las manos al pecho como si pretendiese detener los latidos de su corazón. Una angustia mortal acababa de apoderarse de ella, sin permitirle decir palabra. Por fin, tras un supremo esfuerzo, balbució:
—¡Dios de Dios!¿Están seguros de que es él?
—Sin ningún género de duda.
—¿Dónde está y qué hace?
—Se encuentra a unas treinta millas de aquí, hacia la frontera de Canadá, en un lugar abrupto donde existen algunas casitas escondidas entre los accidentes del terreno. Parece ser que ha levantado un pequeño rancho, adquiriendo reses en la divisoria y allí comercia con ellas. Es cuanto puedo decirle.
Ambos quedaron hoscos con la vista mirando al suelo y sin atreverse a mirarse de frente. Era el momento más trascendental de sus vidas y lo comprendían.
Fue ella la primera que reaccionó comentando:
—No me siento muy animada de ir tan lejos, Paul. Me dan ganas de renunciar a la prueba.
El ranchero sintió una viva alegría al oírla, pero súbitamente quedó tenso y luego, mirándola de frente dijo:
—Y mi opinión es que debe ir, Margaret.
—¿Cómo? —balbució—.¿Es usted quien cree que...?
—Sí, y escuche la razón. Este es un asunto muy serio para ser tratado frívolamente. Está frente a una bifurcación que le presenta dos caminos a escoger. Vino dispuesta a recorrer a ciegas uno y ahora se le presenta otro que le haré dudar si será el verdadero. Debe comprobarlo y saber con seguridad el que escoge. Piense que en ello estriba su principal felicidad y luego la de los dos. Yo no quiero que por agradecimiento pueda inclinarse hacia mi sin estar segura de que aquello otro murió definitivamente y que sólo debe entregarse a un amor único, que no era el que usted en principio creía. Si él hubiese muerto o desaparecido, nada tendría que oponer, pero él vive y está muy próximo. Un día, el destino, ese destino que manda en nosotros, podría ponerla de nuevo frente a él y lo que hoy le parece casi muerto, resucitar con más vigor y ansia, precisamente por ser ya imposible. No, de ninguna manera. Es preciso que sepa si aquello ha muerto o si resucitará al verse cara a cara. Si lo primero es cierto, ya nada tendremos que temer ninguno de los dos sobre lo que el porvenir nos reserve, y si vive y late aún, es mejor que siga el rumbo que se trazó al venir. Usted será feliz, pues vino valientemente buscando su felicidad y yo veré cómo me consuelo de este fracaso. Muchos lo han sufrido y supieron curar sus propias heridas como curaron las de mi cuerpo.
Margaret admirada de la hidalguía y del profundo sentido común de aquel hombre extraordinario, le tendió la mano emocionada, diciendo:
—Gracias, Paul. Comprendo que ha hablado como un libro abierto y acepto su propuesta. Soy la primera en desear que no exista sombra alguna en mi futura vida y sólo puedo hacerle una promesa. Seré leal a mis sentimientos como usted lo está siendo a los suyos. Me enfrentaré con Ike, sabré lo que él piensa para saber lo que yo debo pensar, y si en efecto hubo un espejismo pasajero que hay que borrar de los ojos con valentía, así lo haré, pidiéndole perdón por haber contribuido a devolver mal por bien.
—Usted no tendrá que pedirme nada. Fui yo quien no quise consultar a la razón antes de dejarme guiar por este sentimiento impulsivo que no tenía razón de ser, puesto que nadie le dio alientos para nacer. El único responsable de lo que me puede suceder seré yo y usted no tiene por qué atormentarse pensando en ello.
—Pero nadie me puede impedir lamentarlo hondamente.
—Es una concesión graciosa que estimo en lo que vale.
—Bien, en ese caso,¿cómo podré llegar hasta Ike?
—Mañana dejaré todo organizado para que pueda marchar hasta allí. El viaje no será cómodo, tendrá que ir a caballo, y daré orden a Ben para que la guie.
Ella se revolvió diciendo:
—No iré si usted no me acompaña.
Paul asombrado, se vio obligado a preguntar:
—¿Por qué razón? Es un asunto exclusivo de ustedes que deben resolver mutuamente.
—No. Es un asunto mucho más amplio. Quiero que sea testigo de nuestra entrevista, que asista a ella y vea cómo nos producimos los dos. Pase lo que pase, es justo que observe nuestras reacciones. No quisiera que nunca quedase en la sombra de una duda.
—Tratándose de usted, jamás.
—A pesar de eso. Me acompañará o no iré.
Él se quedó un momento dudando; aquello era exigirle demasiado. Si la fatalidad había dispuesto que ella y él se enfrentasen sintiendo renacer con más brío la pasión que les uniera, su tormento sería infinito. Pero en un arranque de valentía, afirmó:
—Puesto que lo exige, iré. Cuando se presume de valiente, hay que demostrarlo hasta la saciedad.
Y no se habló más del asunto. Después de la promesa del ranchero de organizar la expedición para el día siguiente, sólo cabía esperar la hora de la partida.
Aquella noche fue la más angustiosa que pasó Margaret en su vida. Nunca se había visto frente a un problema en el que tuviese que jugarse todo a una sola baza y ahora, al darse cuenta de que ese momento ignorado estaba a la vista, su ánimo y su corazón vacilaban.
Ansiosamente pedía a su cabeza una definición exacta de sus sentimientos, algo que calmase su angustia y su incertidumbre. Había amado intensamente a Ike, había ido allí segura de que seguía amándole igual que antes, y de pronto, una barrera se alzó entre los dos, poniendo como hito de su meta la figura de otro hombre.
Paul era tan merecedor de ser amado como lo fue Ike.¿Era que cabían dos amores en un mismo corazón? Esto era un absurdo pensarlo y como era un absurdo, la razón le advertía que debía decidirse por uno solo.
Por un momento, se levantó dispuesta a buscar a Paul para comunicarle enérgicamente que no iría en busca de Ike, La visión lejana de él se estaba alejando mucho más cuanto más trataba de atraerle a su primer plano y esto era para ella un indicio revelador de que poseía más atracción el ranchero que su antiguo novio.
Pero se detuvo al recordar las palabras de él. Ni una sombra de duda para los dos en lo futuro. Lo que el destino tuviese dispuesto, que fuera, pero por imperativo de la realidad.
Consciente de esta realidad, pugnó por entregarse al sueño sin conseguirlo. Era demasiado fuerte y áspero lo que le estaba atormentando para despreocuparse frívolamente de ello y confiar al sueño la resolución del problema.
Así, vio cómo amanecía un día espléndido de finales de verano. Desde su ventana, estuvo contemplando la agonía de las estrellas y el fundido de las sombras de la noche en un baño imperceptible de luz blanca, que Se fue expandiendo con suavidad, hasta, que una eclosión de nubes purpúreas fue el preludio del estallido del astro rey.
Fue entonces cuando dominando sus nervios con firmeza se sintió invadida de una calma glacial. Una calma fría y pétrea, que le hacía mirar el problema bajo un ángulo distinto, como si la prueba que iba a realizar no afectase a su corazón y ella se convirtiese en una tercera persona, que iba a acudir en representación de una Margaret que no era ella, para solucionar en su nombre un problema que sólo afectaba a su otro yo.
Esto la maravilló. Parecía algo tan alejado de su ser, que hasta sonrió con amargura cuando ponderó tan agudo cambio.
Así, cuando Paul, pálido pero sereno, se presentó en su busca, ella le acogió con una sonrisa cordial y se dispuso a montar a caballo con la misma indiferencia que si hubiese tratado de dar un bonito paseo.
E iniciaron el viaje bastante temprano. La mañana estaba fresca y aunque el sol brillaba con fuerza, el aire contrarrestaba el fuego de sus rayos.
Paul se había provisto de un pequeño saco con vituallas y dos cantimploras de agua. Para Margaret era una jornada demasiado dura las treinta millas largas de recorrido y la dividirían en dos etapas.
Pero el ranchero, exquisito en su proceder, había tenido la delicadeza de hacerse acompañar también por uno de sus peones, como escudo para el buen nombre de ella.
Margaret supo agradecer íntimamente aquel rasgo del ranchero.