5
EL MAR DE ARENA
L
legó una época larga y oscura y la temperatura bajaba continuamente. Toby se había quedado sin comida y no había mucho que recoger. Se topó con poca gente. La tierra oscilaba y ondulaba y él sentía náuseas a causa de la turbulencia gravitatoria.
En una región desértica se encontró con un hombre y una niña. Mientras jugaba en el frío, la niña había pegado la lengua y el labio superior a un tubo que formaba parte de un edificio en ruinas, y se le habían adherido al congelarse. Estaban acampando allí. El hombre no quería arrancar la carne, pero la niña estaba frenética, temblaba de dolor. Gimoteaba, agachada junto al tubo. No había agua en las cercanías, ni fogatas encendidas, por miedo a los mecs. La chiquilla clavó sus grandes ojos en Toby y este tuvo una idea que expuso al padre de la niña. El único modo de liberarla era que el hombre orinara sobre el labio de su hija para descongelarlo. Dio resultado. La niña dijo que ni siquiera había notado el gusto de la orina, pero Toby pensó que lo decía por cortesía.
Continuó por una cuesta arenosa y avistó una región de bosques. Hacia allá se dirigía cuando su sistema sensorial se contrajo con el típico y prolongado sonido hueco y la cuña gris. El Mantis.
Sobre la piedra de tiempo desnuda Toby estaba al descubierto, pero tomó las medidas habituales. Con un susurro menguante, su sistema sensorial se desactivó. Él aceleró, deseando comida.
La piedra de tiempo se convirtió en guijarros, luego en cascotes y, finalmente, en dunas de arena. Se le hundían las botas mientras nadaba en profundas corrientes. Cruzó una duna que se elevaba como un gran pecho y luego descendía. Alcanzó la cuesta antes de lo previsto y casi se cayó. Luego llegó a la cima y siguió trotando por un llano. Pero de nuevo la cuesta comenzó antes de lo esperado y la arena le tiró de las piernas como si quisiera arrastrarlo. La cresta arremetió contra él.
Por un instante estuvo en el pico. Otras dunas formaban largas estribaciones. La arena se volvía vidriosa en la distancia y titilaba con pequeños temblores, como vista a través de una vaharada de calor. Pero el aire era cada vez más frío.
Sus servos de grafito lubricado se quejaron del frío con un gemido agudo. Su sistema sensorial no le daba ni siquiera su respuesta mínima. Toby sólo detectaba una penumbra hueca y zumbona.
Llamó a sus Aspectos y Rostros. Ninguno contestó.
Vio que las dunas se movían. Sus largos bordes avanzaban lentamente desde un horizonte curvo. Descendió por la cuesta hacia el surco siguiente y de allí hacia otro. La velocidad de la onda le ayudaba a apresurar el paso y en poco tiempo estuvo en la cima de la siguiente cresta pero no pudo ver más allá. No había cielo, sólo una oscuridad moteada. Un hirviente mundo de encrespadas olas de arena.
Aunque notaba las ondulaciones a través de las botas, la arena no se deslizaba ni se desmoronaba al pasar. Los diminutos granos le rozaban el calzado y pasaban de largo, obedeciendo instrucciones de algo que rodaba por debajo sin formar remolinos ni prestar atención a su presencia. Ignoraba por qué no se hundía en esa arena. En la cresta de la ola la arena formaba una espuma batiente y descendía. Parecía líquida.
En la siguiente ola había una mancha blanca. A largas zancadas, bajó la cuesta. Empezó a trepar hacia el trozo blanco, que parecía más grande que antes…
Y se detuvo. Dio media vuelta y corrió hacia abajo.
La mancha blanca era un jardín de huesos.
Dedos y pies blanqueados en los bordes. Más arriba, antebrazos cortados conducían a hileras de pelvis trituradas. Algunos muslos dispuestos en abanico rodeaban costillares vacíos. Una torre de brazos, y sobre ella un círculo de cráneos blanqueados. Sonrisas petrificadas. Cuencas oculares vacías.
Sobre la cresta de la ola asomó una red móvil de varas esqueléticas. Parecían huesos de carboacero girando en cuencas cromadas. Cables delgados, casi invisibles, la impulsaban con espasmódica agilidad.
No se movía como una criatura sino como el vehículo de algo invisible. Toby pensó en un laberinto móvil y frenético, un enrejado que albergaba a un ser que no necesitaba una auténtica presencia física.
Aquel lugar no era real. Ahora lo sabía.
Había pasado de la seca aridez de la piedra de tiempo a un mar de arena. Sin notarlo. Lo cual significaba que el Mantis había preparado aquel complejo engaño y que él había caído en la trampa.
Su Aspecto Isaac comentó de buen humor.
Es una inteligencia tipo antología y puede hablar más directamente a través de nosotros.
—¿Trabajáis para ella?
Hablas como si tuviéramos elección. Estamos inmersos en ella, igual que tú.
Necesitaba ayuda de alguien, de cualquiera. Desesperadamente, buscó vestigios de Shibo. Ninguno.
—¿Qué quiere? ¿O es así como se siente uno cuando sufre la muerte definitiva?
No hemos sufrido la muerte definitiva.
—No todavía, querrás decir…
Los Aspectos nos parecemos más al Mantis que a ti. No dependemos de la química ni de molestas mentes estratificadas. Los Aspectos perciben mejor el lenguaje holográfico del Mantis, y lo hemos aprendido durante este tiempo de cautiverio.
—¿Cuánto tiempo ha sido?
La presencia de Isaac tenía un pesadez, un peso plomizo que lo puso en guardia. Era un Aspecto viciado desde fuera.
El Mantis se aproximó lentamente. Sus anchos pies acolchados trituraban los huesos al avanzar. Aunque parecía liviano, su peso destrozaba fácilmente cráneos y fémures. Por supuesto, todo formaba parte de un paisaje digital y Toby tendría que recordar que el movimiento físico era una simple analogía.
Isaac dijo en su tono académico:
Este lugar es una transformación ondulatoria del espacio real y de la mente del Mantis, Las inteligencias encajan mejor en este espacio matemático. Es mucho más limpio y seguro. División exacta de las ideas. Aquí la suma total de una inteligencia permanece constante aunque toda suma parcial pueda variar enormemente.
—Ya… y la suma total es de un centenar, ¿me equivoco?
No te sigo.
—Olvídalo.
La mente del Mantis ha consagrado muchos esfuerzos a encontrarte. Sus inteligencias aliadas —grandes mentes, que en rigor no pueden separarse plenamente de ella misma— exigían tu captura.
—¿Por qué?
Posees información de suma importancia.
—Ya —dijo Toby con sorna.
Pero recordó al moribundo de voz aflautada: ¿Por qué eres tan importante? ¿Tienes algo que ver con todo esto?
… y aún corría por un paisaje quebrado. Sudando. El tupido bosque verde estaba más cerca…
Se sentó en la arena sedosa, que se deslizó formando un cómodo asiento. Si algo de aquello era real, más le valía estar cómodo. Tenía hambre y sed; mientras lo pensaba apareció en la arena una extraña comida de maíz con capullos de flores. Se formó una mesita y luego un vaso transparente.
Cogió el vaso; estaba tibio, como recién hecho de arena derretida, y contenía agua helada. Bebió ávidamente. El condenado comió una apetitosa aunque inexistente comida.
¿No sabes en qué consiste esa información?
—Claro que no. —Si lo supiera, esa cosa se la podría sacar por la fuerza, estaba seguro.
La voz de Isaac dejó de ser neutra y distante cuando el Mantis habló directamente a través del Aspecto. Ahora Isaac era su títere.
He calculado esto basándome en mis conocimientos previos acerca de ti y de Killeen. Sepultada en vuestra mente hay una clave que conducirá al mensaje. Vuestra organización mental constituye una dificultad para las formas como yo. No tenéis acceso a gran parte de vuestro yo.
—Lamento no poder ayudarte. Últimamente me falla un poco la memoria.
Terminó de comer. El Mantis no captó el sarcasmo. Usó una forma rebuscada de la voz de Isaac para replicar.
Estas capas de vuestro yo me causan muchas dificultades. Soy una inteligencia tipo antología y puedo localizar cualquier fragmento de mis procesos mentales en un santiamén. Aunque estoy obligado a intentar descubrir la clave, mi verdadero interés se centra en otra faceta de tu interioridad.
Esas palabras le llegaban a través de las fluctuaciones de dos imágenes en conflicto. Toby estaba sentado en la arena y sentía los finos granos a su alrededor, pero también estaba trotando hacia el verdor, resistiéndose a un enorme peso que quería arrastrarlo. Su estómago protestaba de hambre. Le costaba respirar…
De vuelta en la arena. El corazón palpitante, pesadez.
Tal vez no hubiera modo de dejar aquel lugar, el espacio del Mantis, si «afuera» no significaba nada allí.
Pero mientras no lo supiera con certeza, tenía que intentarlo sin descanso.
—Ya me lo olí en Nieveclara. Se trata de tus «creaciones», ¿verdad?
Mi obra obedece a propósitos más elevados. Es comprensible que no puedas entenderlo del todo.
—Mataste a bastantes Bishop. Nos llevaste en manada nos engañaste, jugaste con nosotros hasta la saciedad y…
En absoluto. Primero os tendí una «emboscada» para disminuir el dolor de la disolución mientras juntaba vuestros componentes Bishop.
—Te apoderaste de Fanny, de mi madre y… y… sin siquiera darnos la oportunidad de conservar un Aspecto.
Isaac emergió, como la espuma en la cresta de una lenta ondulación. Su voz era plañidera y sofocada.
No creas que mi reducida vida es suficiente. Los Aspectos somos como mascotas para vosotros, nada más. ¡Una vez fuimos hombres y mujeres! A veces golpeamos las paredes. ¿Te parece una conducta pueril? ¡Somos sombras! En otro tiempo congregaba a un numeroso público, recorría imponentes vestíbulos seguido por un cortejo de suplicantes, saboreaba vinos de calidad y conocía…
—Termina ya.
Pero esta vez no tuvo que suprimir el Aspecto. La lenta hinchazón de su mente se mezcló con la arena ondulante. Incontables torrentes de granos infinitesimales fluyeron, se arremolinaron, sofocaron a Isaac. Entonces regresó la voz del Mantis, humilde y estirada.
Lamento que tales nimiedades hayan salido a colación.
—Sólo está un poco preocupado. —Toby decidió defender a Isaac, sin saber por qué—. Si me infliges la muerte definitiva, ¿qué será de mis Aspectos?
Serían desechados con la cosecha.
—Conque llamas a esto cosecha.
Como hollejos, separados de los granos de maíz y apartados.
A tu padre tampoco le gustaba este término. Interesante similitud.
—Escucha, a nadie le gustará. Mi padre me contó que había hablado contigo de esta manera, dentro de este lugar que has creado. No entiendo cómo no has aprendido algo más desde entonces. Para nosotros no se trata de una «cosecha».
No obstante, es la descripción correcta. Encarnáis una forma elevada del reino orgánico, con un rasgo característico: sabéis que tenéis fin. Cuando los seres tipo antología somos cosechados —como le sucede a todo el mundo, ya sea por azar o respondiendo a un plan— parte de nosotros se conserva y se incorpora a formas más avanzadas. Tus mutilados Aspectos, Rostros y Personalidades son algo así.
… Corriendo con más ímpetu. El miedo como astillas de hielo en la espalda. El verdor acercándose…
—Bonitas palabras, pero siguen significando que nos estás matando.
Al cosechar, sí. En cierto sentido, utilizo vuestro yo remodelado para construir nuevas formas de vida mixta. Fusionan las dos facetas de la vida orgánica, lo inferior-vegetal con lo superior-animal, como es vuestro caso.
Con las palabras llegaron rápidas imágenes.
Una estera verde erizada de órganos. Reptaba por una pradera llena de baches y alzaba sus órganos lustrosos y serpentinos en una especie de saludo militar.
Nudos tubulares enmarañándose con furia demencial. Bocas famélicas. Heridas de las que brotaban capullos azules.
Una niebla que constituía un ser más grande, y cuyas volutas de vapor cobraban forma y se derretían con desconcertante celeridad. Toby llegó a captar la magnitud de la criatura cuando esta alzó un brazo ahusado, cogió un nubarrón y lo deshilachó con alegría juguetona.
Por medio de tales construcciones, vegetales y humanas por igual, exploramos los niveles estéticos de vuestra especie. Yo incluyo posibilidades no admitidas por las fuerzas aleatorias de vuestra evolución. Es un acto interactivo que trasciende la especie.
—Killeen me lo contó una vez. Eres un artista. —Toby rio.
Es verdad. Así vivirás en manos de fuerzas más grandes. Sólo yo, el artista y constructor, puedo darte esta posibilidad mediante una cosecha oportuna.
—Nos gustaría seguir siendo como somos. Ser plantado en tu arte no es lo que yo tenía pensado.
Lo dijo con suavidad para no alertar al Mantis, y porque en su sistema sensorial sucedía algo que no entendía.
Cosechar es sembrar.
—¿Y eso es lo que tienes planeado hacerme?
… Sus piernas golpeando la piedra de tiempo como troncos. El aire frío raspándole la garganta sin que él lograse aspirar lo necesario para correr más deprisa…
Todavía no. Este pequeño discurso me ha ayudado en mis planes para proyectos futuros, pero por ahora llevaré a cabo los deseos que personifican mis inteligencias aliadas. Debo contribuir a reunir suficientes primates Bishop para buscar ese conocimiento sepultado.
—¿Qué significa eso?
Debo llevarte a un lugar donde juntaremos a los de tu linaje. Reuniremos a vuestra generación con las anteriores.
Toby pensó deprisa. Notaba que movía las piernas con más vigor; eran reales, no como el delicado contacto del mar de arena.
Una parte de él continuó la marcha. El aire le quemaba la garganta.
Otra parte se agachó a estudiar la arena. Cogió un puñado. Granos. La mica parpadeó. Entre los granos un borrón. Indefinido. En cuanto notó aquella imprecisión, la imagen cobró mayor relieve. El Mantis había aumentado la definición. Ahora su mundo era un poco más claro. Aun el grano más pequeño tenía contornos precisos.
El artista pulía su obra.
Corriendo. Ardor en el pecho, martilleo en los oídos.
Sabía que tenía que hallar un modo de desviar el momento.
El espasmódico enrejado de varillas oscilaba mientras el Mantis se paseaba por el jardín de huesos blanqueados. Había triturado los sonrientes cráneos. En la duna de arena jugaban extrañas sombras de la mente que dirigía todo aquello.
Toby luchaba entre dos mundos. No podía distinguir sus propios sentidos.
… Le costaba mover las piernas, y balanceaba los brazos para continuar la marcha a pesar de que una presión insistía en impedirle llegar a la humedad verde. Estaba cerca, pero el dolor…
Sin duda comprendes que es necesario. Te aseguro que mis mentes aliadas han hecho un uso apropiado de vosotros para zanjar este antiguo y molesto asunto. Os cosecharé con la atención al detalle y la genuina preocupación que caracterizan mis mejores obras. Aunque tengo críticos entre mis aliados, ellos no cuestionan mi reverencia por las formas antiguas e inferiores como tú. Ten la certeza de que…
La oscura línea de árboles altos. Humedad fresca.
Sin falsas dunas de arena. Sin mecs hechos de varillas.
Recordó a los niños que jugaban en sus seudomundos digitales en el mercado de la ciudad y rio, sin poder contenerse, mientras se colaba en las umbrías entrañas de la espesura.
Sólida. Real. Extendió las manos. Palpó.
La techumbre de árboles y de intrincadas redes parasitarias era tan espesa que el aire resultaba húmedo y sombrío. Lo rodeó un silencio impenetrable que se espesaba, en vez de quebrarse, con el arrullo de las aves y las ratas aladas, con el crujido de las frondas descendentes, con el blando ruido de los frutos que caían, con la estridente llamada de criaturas híbridas; iba en aumento en lugar de romperse.
Arriba sonaban las chirriantes protestas de una cosa grande y colérica que brincaba y pataleaba entre ramas altas. Toby sintió inquietud por su propia intromisión y se movió con mayor sigilo para no despertar a los espíritus de aquel lugar. El polvo flotaba en las franjas largas y amarillas de luz catedralicia que se filtraban desde lo alto. Vio en el suelo una silenciosa procesión de criaturas que, salvo por las colas diminutas, parecían hormigas. Al examinarlas de cerca vio que formaban un dibujo rizado, una cinta oscura. Poco a poco comprendió que le enviaban una señal, que escribían un mensaje; pero él no sabía cómo responder. Con un gesto de impotencia, continuó la marcha, procurando no pisarlas.
El Mantis no estaba allí. Había escapado a una cuña de tiempo que podía cesar en cualquier momento. ¿Por qué?
Pasó junto a enormes y tensas telarañas, preguntándose qué criaturas quedaban atrapadas en ellas… y qué criaturas venían a buscar la presa. Frutos brillantes se hinchaban en los resquicios de aquel dosel, pinceladas de color en un aire tan denso que parecía verde.
Y el Mantis regresó, asediando su mente.
Te había perdido. Algo, no sé qué, algo me está entorpeciendo…
En el sistema sensorial de Toby, el Mantis aparecía ahora muy por encima del tubo esti de aquella Vía. También sentía a su alrededor las tensiones que distorsionaban el habla del Mantis.
Tensiones errabundas en acción, romas y mudas. Convergentes.