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En la Odisea, Hornero nos dice que, después de ganar la batalla de Troya, Ulises y su tripulación pusieron rumbo a casa. En su camino hacia Ítaca habían de pasar junto a la isla de las Sirenas, donde habitaban esas criaturas crueles, medio mujeres y medio peces, que atraían a los marinos a la playa con una música encantadora y con di propósito de devorarlos. Avisado por la seductora Orce del destino que le aguardaba, Ulises decidió librarse de aquella muerte casi cierta mediante un engaño. Hizo que todos los miembros de la tripulación se pusieran cera en los oídos; todos, excepto él, que deseaba oír el canto de las sirenas cuando el barco se acercara a la isla. Sin embargo, tomó la precaución de hacerse atar fuertemente al mástil. De este modo se las arregló para pasar con el bateo ante aquellas criaturas letales y salvar su vida y la de todos sus hombres.
Ulises realizó esta hazaña mitológica mediante dos actos que, en lenguaje psicológico moderno, se denominan eliminación del estimulo y evitación de la respuesta. Cuando el que se somete a una dieta procura que la comida esté fuera de su vista, está practicando la eliminación del estímulo. Si encima pone un candado a la puerta del refrigerador para no poder llegar hasta la comida, ejercita la «evitación» de la respuesta.
Usted puede modificar, controlar y cambiar su propia conducta. Al utilizar una serie de técnicas de conducta, puede disponer las coyunturas (oportunidad de que sucedan las cosas), las actividades, los premios, e incluso los castigos, de modo que su conducta llegue a ser exactamente lo que usted desea. Aun cuando un hábito nocivo se haya convertido ya en su marca distintiva de toda la vida, es posible erradicarlo. Las conductas indeseables pueden cambiarse por las que se desean.
Al transformar su propia conducta, usted se muestra realmente asertivo. Porque el dominio de uno mismo, que con frecuencia se denomina dominio propio o fuerza de voluntad, es parte importante de la aserción.
Cuando usted realiza un acto que aumenta el respeto que siente por sí mismo, crece también su autoestimación. En forma de educación, podría expresarse de este modo:
Conducta deseada — Satisfacción — Aumento en la autoestimación.
Y, a la inversa, cuando usted se demora en el trabajo, o come en exceso, o lleva a cabo un acto que le hace perder el respeto por sí mismo, su autoestimación se viene a tierra. En el Capitulo I hablé de la fórmula Aserción= Autoestimación. Las conductas reguladas por uno mismo deben considerarse parte de la aserción, ya que, para ser verdaderamente asertivo, usted ha de dominarse a la perfección.
Es difícil saber qué clase de acción se debe emprender basándose en frases tan vagas como «dominarse a sí mismo» y «tener fuerza de voluntad». Sin embargo, si usted utiliza estos términos, descubrirá que lo que ellos implican en realidad es toda una serie de hábitos específicos que pueden referirse a cualquier cosa, desde la cantidad de comida que ingiere, o a su estilo insatisfactorio de trabajar. Casi cualquier hábito puede cambiarse, eliminarse o aprenderse. Con frecuencia, el quid de la cuestión consiste en identificar el hábito específico que desea cambiar. Una vez sepa cuál es, podrá cambiarlo por el simple hecho de ordenárselo a sí mismo. Tal vez la modificación de algunos hábitos nocivos resulte mucho más difícil y exija un programa completo de adiestramiento, pero debe comprender que la alteración de un hábito, por trivial que sea (por ejemplo, dejar recogida y guardada toda la ropa antes de acostarse, en vez de tirarla sobre una silla) le dará ya la impresión de estar dominándose.
B. F. Skinner, ex catedrático de Psicología de la Universidad de Harvard, y quizás el más influyente de los psicólogos que hoy viven, escribe: «De muy poco sirve el decirle a un hombre que utilice su “fuerza de voluntad” o su “dominio propio”. El no sabrá qué hacer. Pero si consideramos los componentes específicos que forman eso que llamamos “dominio propio”, tendremos la ventaja práctica de saber las medidas que debemos adoptar en nuestro intento de cambiarlos».
POR QUÉ FALLA USTED CON EL DOMINIO PROPIO
Cambiar sus relaciones consigo mismo es algo tan importante como cambiar su modo de ser con el fin de mejorar sus relaciones con los demás. A los otros no les importa la mayoría de sus conductas. No les preocupa en realidad, por ejemplo, el estado en que se hallan los cajones de su mesa, o sí usted pesa siete kilos de más, o si pierde el tiempo en los ratos de ocio. Pero el control de sus propios hábitos sí le importa mucho a usted. Los malos hábitos pueden originar tal tensión que llegue a influir en su estado de ánimo, lo que siente acerca de sí mismo y su estilo de vida.
¿Por qué no puede transformar sencillamente los hábitos malos en buenos, mediante el hecho de tomar la decisión de hacerlo?
Usted fracasa porque jamás ha aprendido el arte de transformarse a sí mismo. Es incapaz de hacer lo que no sabe... y esta falta de conocimiento le impide incluso tratar de realizarlo. La gente suele atribuir su incapacidad de cambiar al convencimiento de que la conducta no deseada satisface alguna necesidad inconsciente.
Usted fracasa porque es pasivo. No le gusta la conducta, pero no trata de modificarla. Esta falta de acción aumenta su sensación de impotencia.
Usted fracasa porque no ha aprendido el concepto de fuerza de voluntad. La frase «utilice su fuerza de voluntad» significa que usted posee cierto control sobre sus actos, siempre que desee ejercerlo. Pero la misma frase tiene un inconveniente: no le dice lo que tiene que hacer. La fuerza de voluntad puede servir como el punto focal para que usted se transforme, sólo si hace de la acción un corolario.
CASO
Frank Edwards, de cuarenta años, ejecutivo de los negocios en un nivel medio de dirección, acudió a mí con un problema de «demora». Realizaba su trabajo de modo brillante, pero jamás lo entregaba hasta varios meses después de la fecha tope de entrega. Como resultado, siempre le habían pasado por alto en los ascensos y se sentía constantemente tenso y deprimido.
Durante más de veinte años, había probado diversas clases de tratamiento a fin de vencer este problema. Seis meses de terapia de conducta no le habían ayudado más que el análisis o la hipnosis.
En medio de una sesión, en el momento en que Frank hablaba de la tensión que experimentaba debido a unos informes en los que iba muy retrasado, me volví hada él y le dije: «Mire, usted sabe que es muy capa2 de terminar esos informes. Oblíguese a hacerlo. Utilice la fuerza de voluntad».
Seguí explicándole que él tenía un concepto equivocado de la vida. Pensaba que, sin la menor conducta nueva por su parte, surgiría de repente la conducta que él deseaba. Creía poder conservar su actitud esencialmente pasiva y, sin embargo, sin saber cómo, lograr que el trabajo se realizara a tiempo. «La fuerza de voluntad —le definí— significa que todo depende de usted, no de las circunstancias ni de una fuerza interior. Es usted el que ha de hacer que las cosas sucedan... en este caso terminar esos informes que ha de entregar dentro de tres semanas.»
Frank quedó atónito y dijo: «Durante más-de veinte años de terapia nadie me había dicho nunca que utilizara la fuerza de voluntad; Podría probar a hacerlo». Las palabras «fuerza de voluntad» orientaron a Frank, y éste comenzó a controlar su propia vida, en este caso la entrega a tiempo de los informes. No le resultó fácil terminar el trabajo, pero lo hizo. La nueva comprensión de las palabras «fuerza de voluntad» y la acción que, debido a ello, llevó a cabo, resultó ser di punto decisivo de su tratamiento.
LA TEORIA DEL CAMBIO DE CONDUCTA
Para comprender el modo de aplicar el «cómo» a la «fuerza de voluntad» hay que conocer la obra de B. F. Skinner.
Si bien Pavlov se interesaba por los procesos que tenían lugar en el interior de la persona (por ejemplo, los cambios en el sistema nervioso), Skinner recalca que la relación crucial es la que existe entre la persona y su ambiente. Una persona emite una conducta. Esta conducta opera en el ambiente (el mundo que le rodea). En otras palabras: la conducta tiene consecuencias y, según Skinner, la conducta «se forma y se mantiene por sus consecuencias». Estas consecuencias, que Skinner llama «motivaciones», son las que determinan la probabilidad de que un ser humano repita su conducta. Las consecuencias —sucesos que ocurren inmediatamente después de que usted realiza cierto acto— afectarán a la conducta por alguno de estos modos:
(1) Motivación. Las consecuencias refuerzan la conducta y con ello boy más probabilidades de que se repita. Esto tiene lugar con dos condiciones:
A. La consecuencia puede ser algo que se añada a la situación.
A esto se le llama motivación positiva. Generalmente, se considera el premio como un sinónimo de la motivación positiva. Puede adoptar la forma de cosas materiales, como dinero, regalos o comida. El premio puede ser un motivo social, como la alabanza, la atención, el afecto y el amor.
O puede ser su propia sensación íntima de gozo o satisfacción.
Muchas personas interpretan mal los términos «motivación positiva» y creen que tiene que ser algo bueno. Pero no todas las motivaciones positivas son premios. La consecuencia de su conducta puede ser que su esposa le chille, o que usted experimente ansiedad. Si estas consecuencias fortifican y afirman la conducta que inmediatamente les precedió, deben ser consideradas como motivaciones positivas. Han sido añadidas a la situación.
Al cambiar su conducta en lo referente al dominio propio, esto llega a ser un punto importante. Si usted desea cambiar un hábito específico, busque las motivaciones positivas que mantienen esa conducta que no desea y elimínelas. Al buscar las motivaciones, no se limite a las que resultan agradables o le parecen un premio. Cualquier consecuencia que siga a la conducta puede ser la motivación.
Si la suprime, debilitará la conducta.
Cualquier respuesta por parte de la madre ante la conducta del niño {ya sea una atención comprensiva o unos gritos) puede ser una motivación positiva. A veces, ésta será muy sutil. Un paciente tenía la costumbre compulsiva de derrochar el dinero en los restaurantes. Nos costó bastante averiguar las motivaciones que mantenían este derroche, hasta que él recordó: «Cada vez que lo hago, mi esposa muestra un gesto momentáneo de enojo». Herb no deseaba enojarla conscientemente, y cuando día controló deliberadamente su reacción (por instrucciones mías) disminuyeron los gastos del marido. De aquí el principio para reconocer las motivaciones de una conducta que no se desea: si la conducta en cuestión disminuye eventualmente cuando usted deja de añadir una consecuencia particular a una situación, entonces esa consecuencia era la motivación.
B. La consecuencia puede ser algo que se quite de la situación. A esto se le llama motivación negativa. Muchos creen erróneamente que la negativa es algo malo, confundiéndolo con el castigo. Según Skinner, negativo significa menos... Algo que se quita de la situación y que aumenta o mantiene su conducta. Por ejemplo, usted se retrasa en su trabajo en la oficina y el supervisor le critica. Cuando usted se pone al día en sus tareas, él deja de criticarle. La consecuencia de que usted se haya puesto al corriente es la sustracción del constante: «Pero ¿qué le ocurre?» del jefe. Por tanto, una motivación negativa mantiene o aumenta su mejor conducta en el trabajo. Se ha quitado una consecuencia desagradable.
La motivación negativa mantiene muchas conductas de dominio propio. Pero, como con cualquier motivación, puede actuar en dos sentidos: bueno y malo. Tomemos el ejemplo efe dos hombres a los que les molesta pagar facturas. Ambos se sienten tensos a la vista de un gran montón de facturas y esta impresión les resulta desagradable.
Tal vez uno de ellos se dirija a su mesa, se siente, empiece a escribir cheques para el Departamento de Impuestos, la Consolidated Edison y la Jason Realty, y los envíe. Con este acto le desaparece la tensión. En el futuro, es muy probable que pague más a gusto sus facturas. Se ha quitado una impresión desagradable. Se sentirá mejor con este pago de las facturas, lo que puede reforzar el hábito y su propia estimación.
Tal vez el otro se dedique a ver la televisión con el fin de rehuir la situación de tener que pagar las facturas.
También esto le alivia la tensión, pero mantiene el mal hábito de la demora. Si en realidad disfruta con el espectáculo de la televisión, esta conducta de la demora se fortalecerá todavía más, pues la equiparará con una impresión de satisfacción. Pero su impresión acerca de sí mismo será desagradable y su autoestimación bajará a cero.
(2) Extinción. Cuando una conducta no tiene consecuencias, esa conducta se debilita y al fin desaparece del repertorio de conductas. Si usted cuenta un chiste y nadie se ríe ni responde en forma alguna, es menos probable que lo repita en el futuro.
El no tener motivación es él único modo de extinguir una conducta dada. Si usted tiene un mal hábito, y puede identificarlo y suprimir las motivaciones, su conducta se detendrá. Si utiliza esta técnica de la extinción, técnicamente conocida como eliminación de la motivación, recuerde estas cuatro cosas:
a. El primer resultado tal vez sea un aumento de la misma conducta que desea extinguir. A esto sigue por lo general una baja creciente. Recuerde tan sólo que la extinción lleva su tiempo.
b. Si utiliza la extinción, el mal hábito no debe ser reforzado nunca. Si permite que esto ocurra, aunque sea sólo una vez, la conducta será más difícil de extinguir. Incluso la mínima motivación puede tener efectos importantes.
c. Una vez haya extinguido la conducta, ésta puede volver si cambian las contingencias de la motivación. Si usted se ha librado de un mal hábito, y éste empieza a volver, busque el cambio en las consecuencias del hábito. Probablemente, descubrirá que usted mismo ha restablecido antiguas motivaciones o desarrollado otras nuevas.
d. A veces pueden extinguirse hábitos deseados mediante la eliminación de las motivaciones hechas por inadvertencia. Al restaurar las motivaciones originales, tal vez restaure el hábito deseado.
CASO
«Antes ahorraba mucho dinero, y de pronto he dejado de ser un hombre ahorrador», me dijo Marty Wilden en una de nuestras sesiones de tratamiento. Investigué acerca de las motivaciones que antes mantuvieran su conducta del ahorro. Marty me dijo que, durante muchos años, todos los viernes a la hora del almuerzo acudía a un banco cerca de su oficina y hacía un depósito. Casi todos los empleados del banco eran lindas jovencitas que le sonreían, le daban las gracias afectuosamente e incluso flirteaban un poco con él. Luego, Marty aceptó un nuevo empleo a unos cinco kilómetros de esta sucursal en particular. Empezó a enviar por correo sus depósitos. De pronto dejó de ahorrar. Con el fin de restablecer las motivaciones y restaurar la conducta deseada, y ahora extinta, de ahorrar dinero con una base semanal, hice que Marty transfiriera su cuenta a un banco cerca de su nuevo despacho. También en éste las empleadas eran lindas, corteses y coquetas. Ahora, Marty se dirige al banco todos los viernes a mediodía y ahorra su dinero.
(3) Castigo, la supresión de la conducta. Esto ocurre en condiciones que son directamente opuestas a la motivación. O bien se quita de la situación una motivación positiva, o se añade a ella una consecuencia desagradable inmediatamente a continuación de la conducta. En otras palabras: algo bueno deja de suceder> o bien empieza a suceder algo malo.
El castigo no extingue la conducta deseada (sólo consigue esto la eliminación de la motivación) sino que simplemente la suprime. Quítese el castigo, y probablemente se repetirá la conducta, de lo que se deduce que el castigo es un modo bastante inefectivo de cambiar hábitos. Utilícelo y, tan pronto empiece a surgir de nuevo la conducta no deseada, habrá de echar mano del castigo para suprimirla otra vez. Se verá obligado a castigarse constantemente.
Hay una circunstancia en la que el castigo puede resultar extremadamente efectivo: cuando la supresión del hábito permite el desarrollo de otra conducta alternativa. Usted castiga la conducta no deseada.
CASO
Un médico psiquiatra residente, al que yo estaba enseñando, se sentía trastornado porque estaba aumentando demasiado de peso. Ghuck analizó su propia conducta y al fin redujo el problema a su ingestión extraordinaria de postres. Por desgracia, era incapaz de reforzar la conducta contraria —no tomar postre— porque jamás lo hada. Así que decidió utilizar el castigo con el fin de suprimir su pasión por los dulces de muchas calorías.
Hizo una lista de las organizaciones que realmente odiaba (como d Ku Klux Klan) y escribió una serie de cheques de veinticinco dólares y también las cartas que los acompañarían y en las que explicaba que deseaba contribuir, para «mantener su buena labor en marcha». Le entregó la colección de cheques y cartas a otro residente con estas instrucciones: «Te llamaré cada mañana para comunicarte que no comí postre la noche anterior. Si no te llamo, puedes dar por sentado que he fallado y enviar la primera carta. Y sigues con todas ellas».
Como odiaba a esas organizaciones, consiguió controlar su conducta durante dos semanas. Luego se tomó dos pedazos de tarta de manzana después de la cena. No hizo la llamada telefónica de la mañana «su amigo, e inmediatamente éste envió la primera carta de Chuck con su contribución al Ku Klux Klan.
Y eso funcionó. Chuck me dijo: «Con esa carta al Ku Klux Klan me pusieron en la lista de correos de una serie de organizaciones que odio. Ahora, cada vez que veo un postre, pienso también en ese correo que tanto odio».
Recuerde: el único modo de aumentar una conducta es motivarla. El único modo de librarse de una conducta es extinguirla. El castigo tiene usos muy limitados.
FALTA DE CONTROL DE MOTIVACIÓN
Existe una situación especial de conducta en la que no tiene el control sobre las motivaciones. Por ejemplo, el niño con una madre de comportamiento ilógico o irracional jamás sabe si su conducta será premiada, ignorada o castigada. No hay relación entre lo que hace y las consecuencias que se siguen de ello. Otro ejemplo podría ser el del empleado con un jefe neurótico. Una obra maestra le gana las alabanzas hoy, y pasa desapercibida al siguiente. En situaciones similares, las víctimas aprenden a sentirse impotentes ante lo que les sucede. No pueden controlar las motivaciones. Algunos teóricos afirman que esta «impotencia aprendida» es uno de los mayores motivos de la depresión.
Lo que resulta más interesante es que esto encaja con una de las teorías psicoanalíticas de la depresión avanzada por el doctor Edward Bribing, Éste da, como razón fundamental de la depresión, la comprensión por parte del ego de su impotencia y debilidad, refiriéndolo a un trauma de su primera infancia. Tanto si se debe a un trauma de la infancia como si no es así, la persona insegura tiende a sentirse impotente y débil, y de ahí proviene la depresión. A medida que va sintiéndose más asertivo, gana en «competencia aprendida», lo que alivia la depresión.
ESTÍMULOS DISCRIMINADORES
Digamos que tiene usted un pichón en una jaula. Si se enciende una luz roja y el pichón aprieta una barra, recibe la comida. El pichón aprenderá muy pronto a apretar la barra cuando se encienda la luz roja. Si enciende una luz blanca y el pichón aprieta la barra, no recibe comida alguna. 0>n la luz blanca, sólo la recibe si camina en círculos. De modo que el pichón aprende a distinguir entre las dos situaciones. Aprende que, cuando se encienda la luz roja y apriete la barra, será premiado con la comida, y que, cuando se encienda la luz blanca, sólo recibirá el premio si da vueltas en círculo. La respuesta diferente a las luces se llama discriminación. Las luces en sí son estímulos discriminadores, porque señalan qué conducta será premiada.
Los seres humanos adultos se pasan gran parte de su vida bajo la influencia de estímulos discriminadores, que les señalan qué conductas tendrán consecuencias... con un premio o un castigo. De este modo usted aprende a comportarse de modo distinto en situaciones diferentes. Aprende una serie de estímulos discriminadores que le dicen que, si usted grita en un estadio de fútbol, recibirá cierto tipo de premio, como sentirse parte de la multitud, o que el vecino que está sentado a su lado inicie una conversación amistosa. Del mismo modo aprende una serie de estímulos discriminadores que le indican que, si chilla en la iglesia, será castigado con miradas de desaprobación y con instrucciones de que se calle. Por lo tanto, usted chilla en el partido de fútbol y se queda callado en la iglesia.
Y tendrá problemas si ha aprendido mal los ED (símbolo de Skinner para los estímulos discriminadores) de conducta. S¿ usted equipara la sola visión de la comida —un pastel en un escaparate de una pastelería, una fuente de patatas en la mesa— con un ED para comer, quizás acabe con exceso de peso y con problemas de dieta, aparte de decirse a sí mismo que carece de fuerza de voluntad.
Los ED inadecuados pueden dominar su vida. Una situación de trabajo o estudio tal vez contenga algunos ED que le digan que, si se dedica a hablar por teléfono con los amigos, se sentirá mejor. Así que usted se pone a hablar con los amigos... conducta incompatible con el trabajo o el estudio. Pronto se culpará a sí mismo por ser perezoso, por ir retrasado y por tener malos hábitos de trabajo. La diferencia no consiste en su conducta o en las motivaciones, sino en las insinuaciones a las que usted responde. Para establecer el dominio propio, debe modificar los ED.
Observará que no me he referido al inconsciente, ni a los conflictos emocionales, ni a los impulsos instintivos. Skinner no se preocupa de ellos. El afirma que basta la comprensión de la interacción entre el individuo y el ambiente para cambiar la conducta. Señala que la ciencia no avanzó mientras los científicos anteriores a Galileo trataban de averiguar qué pasaba dentro de las piedras que caían por la ley de la gravedad. La ciencia no avanzó hasta que Galileo tomó únicamente en cuenta las fuerzas exteriores que actuaban sobre la piedra, determinando así que todos los cuerpos que caen, sea cual sea su peso, caen a la misma velocidad.
A partir de la década de 1930, Skinner formuló una ciencia de la conducta basada en la relación entre la frecuencia de la conducta y sus consecuencias. Al fin llegó a descubrir que, al controlar las motivaciones, podía incluso enseñar a los pichones algo tan complicado como jugar al ping-pong.
Skinner trabaja sobre la conducta que «opera en el ambiente para producir efectos», y a ésta la denomina «conducta operante». Cuando la conducta operante de los pichones cumplía las exigencias de Skinner, él los motivaba (positivamente) con la comida. Controlaba su conducta al fijar «contingencias de motivación», circunstancias según las cuales una conducta deseada particular se ve premiada, con el fin de asegurarse de que se repetirá. Es interesante observar que no sólo es más humano entrenar a los animales, niños o personas, premiando la conducta deseada antes que castigando la conducta no deseada, sino que es más afectivo.
Skinner demostró de este modo que la conducta podía modificarse de modo predecible, puramente por el hecho de controlar las consecuencias externas de esa conducta, y sin referencia alguna a lo que ocurriera en el interior del animal. Él y otros han demostrado que la conducta humana puede formarse también del mismo modo predecible. Los partidarios de Skinner afirman que todas las conductas están sometidas a esas consecuencias.
Sus oponentes dicen que «las personas no son pichones». Ellos creen que el enfoque de Skinner es limitado, y que ignora las conductas características únicamente de los seres humanos, especialmente en las áreas en las que está involucrado el pensamiento (tan influido por la capacidad del hombre de utilizar el lenguaje) y Ja voluntad (término psicológico que se refiere a los impulsos, deseos, voliciones y propósitos).
Tanto si Skinner tiene razón o no acerca de todas las conductas, desde luego pueden aplicarse sus técnicas de motivación, extinción y castigo a fin de mejorar el hábito del dominio propio. Si no le gusta su modo de comportarse ahora, no se culpe a sí mismo por carecer de fuerza de voluntad, disciplina o impulsos. Considere que éstos son hábitos. Decida qué cambios desea efectuar y láncese con deliberación a un programa destinado a llevarlos a cabo.