CAPÍTULO 11

La mujer más famosa sobre la faz de la tierra

La embriagadora Emma Bovary fue retratada por el escritor Gustave Flaubert como una adepta y voraz lectora de revistas de moda. En sus tiempos, consumida por el aburrimiento y pensando en sus amantes, madame Bovary recibía, por encargo, periódicos en los que venían ilustrados los modelos que triunfaban. Le Mercure Galant, Le Cabinet des Modes son las bisabuelas de las fabulosas revistas con fotografías a todo color que hoy podemos también recibir por suscripción o comprar en cualquier esquina. La mayor diferencia entre esos periódicos de espíritu artesanal y nuestras glamurosas ediciones radica en la diversión. Nunca minusvaloremos la fuerza cómica, el ingenio y la corrosión potencial de un equipo de mujeres al mando de una revista a priori superficial. La única gente superficial que me gusta es la inteligente.

Moira y su nueva protegida desde hace un par de días, Gina, salen del ascensor en la planta 44. Un logo gigante de la revista más preciada de América les da la bienvenida. En blanco y negro, el amplio espacio diáfano reluce, y las paredes están coronadas de sonrisas de portada, de impresionantes instantáneas de Nueva York y de un par de portadas ilustradas de la revista de Andy Warhol; el dibujo de Nick Rhodes, en particular, me hipnotiza. Según se mueven por el pasillo entre las minioficinas abiertas de la redacción, ven reflejadas en el suelo sus piernas y la ilusión de la modelo.

Moira es informada de que tendrán que esperar para poder revisar el trabajo final de la sesión de fotos espacial. Resulta que Diana y Dick cuentan los minutos en un típico embotellamiento neoyorquino, y su retraso es tiempo más que suficiente para que las visitantes —Moira y Gina— alternen con la flora y la fauna periodística de la moda. Ácidas y aterciopeladas como un helado de vainilla con arándanos, la cuadrilla de chicas disfruta de la ausencia de la autoridad de su editora de moda para explayarse a gusto sobre los temas del sumario del mes.

Desde tiempos inmemoriales, y bien que os lo puedo asegurar, en su mayoría, las féminas de la pluma de tendencias hablan sobre comer o no comer, vestido, pantalón, tacón alto o bajo, cosas que les gustan mucho, cosas que detestan (mucho), el cierre del número del mes y las fechas de entrega de los reportajes, y de la extrañeza que les causa el género masculino. Por supuesto, incluyamos en el grupo de lo que place mucho el ser invitadas a la presentación o la fiesta del personaje que más da que hablar. Quien no esté enamorada de Tom Wolfe en esta revista que levante la mano.

La periodista rubia considera una pesadez imperdonable que este año se hable mes tras mes del futuro y del espacio. A su parecer, desde la década de 1960, los humanos quieren estar en cualquier parte excepto en el aquí y ahora. Ni los gurús, ni los hippies, ni siquiera los punks han conseguido que no deseemos vivir en un mañana ideal o alienados. Los signos de los tiempos son inescrutables. Los hombres, pues, también lo son. Para muestra, un botón:

—¿Os cuento la apasionante historia con mi último ligue? Un titular: Hombre obsesionado con el clítoris me hace retrato robot en cuatro días y seis orgasmos, para despedirse por fax porque tiene la certeza de que nunca encajaremos —dice la periodista rubia.

La periodista morena le recrimina que un titular de revista a duras penas incluye cuatro palabras y, solo a veces, un subtítulo.

—Ya sabes que me gusta flirtear con el léxico. Es mi gran amor —responde la periodista rubia.

Ríen al unísono y se desata la destrucción masiva. La rubia continúa el aquelarre.

—¿Recuerdas aquel reportaje que publicamos sobre tipos peligrosos? Lo pasamos en grande dándole forma a aquella clasificación de prototipos de hombres: el Sargento, el Calimero, el Nevera, el Jeta. No me cabe duda de que mi especialidad pendula entre el hombre Dr. Jekyll y Mr. Hyde y el Bailarín, ¡Un pasito adelante…

—¡Y dos pasos atrás! —Su colega morena completa la frase.

Gina no puede evitar intervenir en la conversación.

—¿A qué os referís con esos apodos? Es un reportaje un poco cruel.

—De eso nada —le corrige la morena—. Hay hombres controladores, quejicas, fríos, caraduras que guardan intenciones perversas. Nosotras somos víctimas de su crueldad, así que por una vez que seamos un poco brujas con ellos no hay expiación a la que debamos someternos.

—¿Nunca has maldecido el día que un Jekyll y Mr. Hyde entró en tu vida? —insiste la rubia.

La modelo niega con la cabeza. En realidad, no ha tenido muchos novios ni pretendientes tormentosos. O eso cree ella, sin ánimo de avanzar demasiados pormenores de esta historia. La periodista rubia, por el contrario, repasa su currículum de conquistas fallidas.

—Mi peor error se lo atribuyo a aquel adulador con un lado muy oscuro que me dijo: «Me pones intelectualmente cachondo». El piropo más irresistible venía, por desgracia, del hombre más truculento.

—Ni tan solo era guapo, por lo que supe —indica la periodista morena.

—La belleza física no lo es todo —responde la rubia poco convencida—, según parece.

La morena sella el despropósito.

—Por lo que a mí respecta, si no me entra por los ojos, te aseguro que no entra por ninguna parte.

Las periodistas morena y rubia se cohíben cuando se dan cuenta de que la modelo, a quien creen esperando para un casting, viene con Moira y es la misma chica de las fotos que ha traído James, el ayudante del fotógrafo más guapo de su lista de bellos y altamente deseables. Es decir, de Dominique Désir Du Plessy. Nombre encantador.

Dos periodistas más se unen al grupo e improvisan una tertulia mañanera de café. La chica de las gafas que se nota que hoy no ha logrado ajustarse las lentillas, puesto que luce ojos más enrojecidos que una servidora cuando se pone nerviosa, no se corta al preguntar.

—Siento criticar el tema espacial. Estás estupenda en la editorial, mucho, mucho. —Moira sigue la conversación desde una distancia prudencial, muy consciente de que Gina está por acabar en el centro del círculo de ávidas informantes—. Pero dinos, ¿de verdad saltaron chispas y estrellas en el set?

Estoy pensando que cuando se enteren de la trifulca en LA fiesta entre los diseñadores de XPort, este flirteo les va a resultar un soso entremés.

Gina se porta bien y contesta:

—Bueno, tardé un poco en acostumbrarme al ambiente. No vayáis a creer que no soy una profesional.

El grupo ruge, entre la complacencia y la asombrosa inocencia de su víctima.

—No nos referimos a eso. James ha dejado caer que a su jefe le causaste una profunda impresión.

Moira se tapa la boca y tose. Su chica modelo estrella se ha puesto colorada, gesto que la delata ante las depredadoras redactoras.

—¡Di-os-mí-o! —grita la periodista de las gafas—. ¡Entonces es cierto! Un fotógrafo y una modelo se hacen ojitos. ¡Info fresca!

Gina se acaba de dar cuenta de que está en el foso de los leones e intenta zafarse, pero ya es tarde.

—No le conozco de nada. Me intimida. Se cree por encima del bien y del mal.

La periodista morena continúa con el acoso y derribo:

—Sentirse intimidada no es una buena forma de empezar a querer a alguien.

—¡Quién ha dicho que le quiero! Voy a creerme el sambenito de que las periodistas de revistas de mujeres son unas chismosas —dice Gina con gracia y arqueando una ceja. Moira aprueba este giro en la actitud de su protegée. Bien por ella, ha tomado las riendas de la situación.

Las periodistas se turnan en sus alabanzas sobre Dominique Désir. Es guapo, educado, talentoso, culto, se apellida Deseo y no se le conocen pareja ni vicios consumados. Quizá sea un playboy. Quizá tenga un amor imposible. Quizás esté dedicado a su profesión y rechace carne y emociones. Esta última consideración queda automáticamente desechada por el grupo de jóvenes mujeres, tan ambiciosas profesionalmente como deseosas de ser reinas de un hogar. Todo el mundo adora la imagen de una familia feliz desde los años cincuenta. Nada nuevo en la motivación de encontrar a un príncipe azul o, mejor dicho, cool.

Yo pienso que todo es nuevo. Al menos todo lo que cada cual hace por primera vez. Por ejemplo, ser famosa. Enamorarse. Sufrir. Vivir. Morir.

Los tres jinetes del Apocalipsis devuelven la calma, en el fondo histérica, a la redacción. O sea, que han conseguido llegar por fin Dick y Diana, y el tercero en concordia a quien han invitado al examen de las fotos del shooting es John, el editor más terrible entre los terribles, que maneja la lista de lo que está In y de lo que está Out, es decir, aquel que te sube al Empire State para en cierto momento empujarte y disfrutar viendo cómo te engulle el vacío. A pesar de los pesares, la nación y el mundo le deben a este triunvirato su estilo y debemos rendirles la pleitesía que merecen.

En el despacho de visionado de fotos, cuyas paredes están forradas de imágenes, los expertos confirman que han encontrado un diamante. Habían visto los contactos, pero las copias positivadas de gran tamaño lo corroboran: las fotos de Gina son magníficas. Diana y Dick se reconocen en el buen ojo para estos lances, y John se queda mudo por un momento ante la expectante mirada de la supermodelo del mañana. De repente, abre su boca de dientes blanqueados y cual predicador sermonea a la modelo:

—¡Píntate los labios para morir en público! En dos semanas, serás la mujer más famosa del planeta, pequeña, y tengo que advertirte que de todas las caras del poder, la de la fama es la más tóxica. —John el terrible no se muerde nunca la lengua. Qué fastidio.

—Oh, John, no la asustes. Gina, sabes que estoy aquí para ti. —Moira la tranquiliza—. Prométeme que no despegarás esos tacones del suelo. Van a quererte, y también te odiarán, pero nunca olvides que creemos en ti. Todos necesitamos a alguien que crea en nosotros. Si no te cuidan, este negocio puede destruirte. Yo soy ese alguien.

Diana participa en las alabanzas.

—¡Qué regalo para los ojos! Quiero verte en las marquesinas de Times Square, en las fachadas de los grandes almacenes de Londres y París.

Dick coincide con Diana. Gina da las gracias repetidamente y aprieta la mano de su agente:

—¿Qué va a pasar ahora?

Diana se adelanta:

—Cuando este número inunde las calles, y tu composite esté en todas las revistas, despachos de compras de las empresas y agencias de publicidad, me temo que conocerás a más taxistas de esta ciudad, desgastarás más zapatillas Adidas y te aplicarás más bálsamo de labios que Lauren Hutton.

«Exactamente», me digo.

—Lauren es un icono de la moda, Diana —precisa Gina, llena de dudas por la comparación con la top model de los setenta. Dick se dirige a la recién proclamada supermodelo.

—Ya es hora de que comiences a creértelo, o no te va a dar tiempo de digerirlo —sugiere Dick.

—Vaya, gracias por el consejo, Dick. ¡Es que no sé ni cómo tomármelo! Sois muy amables —concede Gina.

—No permitas que tus nervios te traicionen —continúa Dick—. En una profesión en la que te pagan y te admiran por mostrarte cada día como alguien diferente, descubres muy rápido a los amigos auténticos. Son las personas que cuando haces incluso lo imposible por actuar y no logras dejar de ser tú misma, te quieren, no las que te admiran o te envidian.

Unos toquecitos en la puerta y una periodista morena a continuación se disculpa. Alguien llama por teléfono a Gina. Es personal.

—¿A mí? ¿Quién me llama aquí?

Moira se cruza de brazos, mientras John inquiere a Diana.

—Puedes cogerlo desde mi mesa —ofrece la periodista morena, que aprovecha para obtener más información valiosa.

—¿Sí, diga?

—Buenos días, Gina. Espero que estés bien. Soy Dominique.

Silencio.

Dominique sonríe, paciente y divertido, al otro lado de la línea. Se pasa los largos dedos por su pelo lacio y negro y marca su planta del pie desnuda sobre el parquet de su apartamento.

—Antes de que preguntes, de acuerdo, sabía que a esta hora estarías en la redacción. Ya que tu booker se ha resistido a darme tu número, me alegro de que la periodista haya sido tan eficiente. Háblame, por favor.

—Disculpa. No es mi mañana más locuaz. No soy gran aficionada a las sorpresas, y desde hace dos días y dos noches mi vida se ha convertido en una gran feria.

—No exageres. En cualquier caso, desde la noria, el cielo se ve en primer plano. ¿Te importaría que te acompañara en tu vuelo?

—¿Qué quieres decir? —En realidad, Gina no puede contener su emoción.

—Me encantaría invitarte a cenar, Gina. Parece que no te he causado una buena primera impresión y creo que podríamos cambiarla.

—Ah. ¿Por qué?

Las periodistas rubia y morena están pendientes de cada gesto de Gina. De pronto, oyen la carcajada telefónica de Dominique. Gina se da la vuelta y las fiscaliza, un poco molesta.

—¿Te estás riendo de mí? —Gina refunfuña—. Prefiero salir con Boy George que con un creído como tú.

Es imposible que Dominique se rinda, sin que hablemos de guerras.

—Habíamos firmado la paz, creo recordar. Quiero salir contigo porque me interesa conocerte. Puedo cocinar para ti, abrimos una botella de vino y charlamos.

—Perfectas circunstancias para una velada en tu picadero. —Gina alza la voz y las informantes aguzan el oído—. Podría acceder a tomar un café en un bar, pero ¿por qué iba a ir a tu casa? Yo no soy una de esas chicas a las que convences cada noche.

—Cada noche no charlo en mi sofá con alguien que me cautive. Sé preparar un buen café, por si te sirve. Ven.

Nadie se resiste a Dominique Désir.

—Eres un cínico.

Nadie, excepto Gina Mann.

—Quiero conocerte sin compartirte con nadie en un bar. Por cierto, también quiero que me conozcas. —Dominique arrastra las palabras con su voz profunda. Cada sílaba roza la cara de Gina. La modelo pierde voluntad palabra tras palabra. Dominique persiste—: Prometo que me mantendré a una distancia prudencial de 1,75 metros. ¿Te parece correcta? Podemos negociar la separación física adecuada.

—No me haces ni la mínima gracia. Voy a colgar.

—No lo harás. Ven.

Gina encaja el auricular en la base del teléfono. Se le dispara la respiración.

—Cuando la cita es para la satisfacción del cazador y no para la tuya, es mejor no ir. Perdona si meto las narices —susurra la periodista morena.

—¿Pensáis que es un Sargento, un Bailarín o un Jekyll y Mr. Hyde? —ironiza Gina, siguiéndoles el juego.

La rubia y la morena se crecen y pronuncian al unísono:

—¡Es un maldito sueño de hombre!

—Y yo una chica difícil. Por eso se empecina —Gina frunce el ceño.

—Mira detrás de ti, Gina. El piloto verde de llamada entrante parpadea. Si no me equivoco, el cazador vuelve al ataque.

—¿Qué apostamos? —provoca la rubia.

Gina descuelga.

—Redacción, dígame.

—Dame una oportunidad. Antes de condenar al reo, concédele el beneficio de la duda y el juicio. —Gina podría jurar que Dominique le habla al oído y toca su oreja con sus labios carnosos.

—Ahora eres tú el que está exagerando.

Más silencio.

—Saldré contigo.

—Mañana, a las ocho, mandaré un coche a buscarte donde me digas. —Dominique roza los dedos del pie con la madera brillante del suelo y sonríe.

—De acuerdo. Ahora tengo que dejarte. Estoy muy ocupada preparándome para ser la mejor modelo del mundo.