5
Tanto él como ella se conocen a través de Álvaro, el marido de Susana. Según lo que me comentó mi amiga en la boda, la empresa de Álvaro está en negociaciones con IA para cerrar una especie de alianza tecnológica. Está visto que el mundo es un pañuelo, pero dudo que sea eso mismo lo que esté pensando Susana en este momento.
La eventualidad de que Daniel Morales haya entrado en mi habitación y acompañado de mis amigas es de todo menos pura casualidad, y eso lo puede ver cualquiera. Creo que puedo confiar en Susana, pero siempre me he convencido de que cuanta menos gente lo sepa todo, mejor. Y ya lo saben demasiados.
—¿Morales? —pregunta Susana descolocada.
Me fuerzo a pensar con gran celeridad, pero siento que me cuesta más de lo normal. Me va a llevar lo mío recuperarme del trompazo que me dio el autobús en la cabeza.
—¡Hala! —exclama Eva—. Ya estamos todos.
—¿Qué haces tú aquí? —insiste Susana.
Dani traga saliva y no sé si lo hace para darse tiempo a inventarse la primera trola de su vida o porque se prepara para darse la vuelta y salir corriendo. Miro a Vicky y a Eva pidiendo auxilio y es la segunda quien toma las riendas de la situación más encantada que ninguno.
Dejándome levemente bloqueada, veo cómo coge a Dani de la mano y se adelanta unos pasos.
—Ha venido conmigo.
Susana alza las cejas con incredulidad.
—¿Vosotros dos estáis juntos?
Eva asiente en silencio y Dani sigue igual de mudo y de blanco que antes.
—Carla nos presentó. ¿Algún problema?
—En absoluto —niega la otra.
Oh, mi amiguísima Eva, eres un puñetero genio.
—¿Y tú qué pintas aquí? Solo te manifiestas para tocar los ovarios cada mucho tiempo.
—Veo que sigues igual de simpática que siempre.
—Tú, en cambio, no tienes buena cara. ¿Tu maridito no te da lo tuyo?
Los ojos de Susana se abren iracundos y se cruza de brazos.
—No voy a entrar a intercambiar vulgaridades contigo.
Eva finge unos pucheros ridículos mirando a Dani.
—Cari, ¿tú crees que soy vulgar?
Él posa sus ojos unos segundos en mi persona, pero vuelve a Eva enseguida para seguirle el rollo como puede.
—No. Creo que eres toda una caja de sorpresas.
Y lo que sucede a continuación es algo que no sé ni cómo describirlo ni cómo tomármelo. No digiero precisamente bien el modo en que Eva acerca su labios hasta los de mi friki-maromo-parleño y los besa en un pico que resuena por las cuatro esquinas de la habitación. Dani pestañea sorprendido, pero obviamente no hace absolutamente nada más. A mi lado puedo escuchar el sonido ahogado de la garganta enrabietada de Manu y de mi cabeza tan solo salen: sapos, culebras, calaveras, rayos y centellas en forma onomatopéyica.
—Vámonos, cari —sonríe Eva llevándose a Dani—. Aquí empieza a oler a rancio.
En cuanto salen, Vicky y Víctor se nos quedan mirando con visible cautela. Yo busco a Manu y localizo su cara que es todo un poema.
—¿Pero cómo no me habéis contado antes este chismorreo? —chilla Susana—. ¡Cuando se lo cuente a Álvaro, no se lo va a creer!
Los siguientes minutos se me han hecho eternos. Vicky y yo hemos aunado cerebros para contarle a Susana que Eva me esperaba un día en la recepción de McNeill y al coincidir con Morales, surgió una bonita historia de príncipes y princesas. Susana no ha mostrado recelo. Parece que se lo ha creído, pero insiste en que Eva ha tenido mucha suerte pues para todos es sabido que Daniel Morales nunca ha sido un hombre de una única mujer. Casi me ha dado un ataque de risa en cuanto hemos descubierto unos celos mal disimulados por su parte. Aunque no es de extrañar puesto que su marido, además de ser bastante mayor, comparado con Dani no llega ni…
Es que lo mires como lo mires ni siquiera es comparable.
Imagina que prefieres el plástico del mercadillo al cuero italiano. O una insípida ensalada a un jugoso solomillo avilés. O un Don Simón a un buen Mengoba. O viajar a un chiringuito de playa en vez de a Ciudad Esmeralda. Imagina que buscas la piedra filosofal y encuentras un guijarro.
Pues es algo así.
Aunque ahora mismo no sé si soy yo la que habla o lo hace mi ceguera sentimental. Esa que está a un paso de desvanecerse en cuanto los dos que están ahí fuera no me den una buena explicación a lo sucedido.
Susana se despide de todos nosotros sin percatarse del humor que gastamos el amigo Manu y yo. Nada más salir de la habitación, tan solo pasan unos segundos cuando Dani aparece dando zancadas y con los ojos desorbitados.
—¡Ha sido ella! —grita señalando al pasillo.
Ignoro su amago de infarto y aprieto el puño de mi mano sana con fuerza.
—¡Eva!
Mi amiga entra y cierra la puerta con solemnidad. No se le ve afectada en absoluto. Yo la mato.
—¡Pero cómo eres tan guarra!
—De nada.
Oigo chirriar mis dientes, o eso creo. No sé si han sido los míos o los de Manu.
—Muchísimas gracias, ¿pero no crees que has sobreactuado un poquito?
—Tenía que ser creíble.
—¡Ya lo era! ¡No tenías por qué besarle!
Dani intenta acercarse para aplacar mi estado de nervios, pero me basta con una mirada para que se detenga en el sitio.
—Es que me he dejado llevar por el papel —murmura Eva.
—¿Y qué te parece si yo me dejo llevar ahora?
—¿Qué?
Me giro sobre la cama.
—Manu ven aquí que te pegue un muerdo.
Dani se tensa como una cuerda.
—Si te acercas a ella, te dejo eunuco.
—¡Manu, ven aquí ahora mismo! —insisto.
Pero él no parece escucharme, ni a mí, ni a las amenazas de Dani.
—¿Por qué lo has hecho? Querías dejarlo en tablas. Es eso, ¿no?
Eva le mira como si hubiera reparado en él por primera vez.
—¿Qué dices?
—Te morías de ganas por tocar a otro desde que supiste lo de mi ex, ¡admítelo!
—Deja de decir bobadas.
—¿Lo has disfrutado? ¿En quién pensabas? Porque tú sabes perfectamente en quién pensaba yo cuando…
—¡Lalalalalala! —canturrea Eva llevándose las manos a los oídos—. No quiero escucharte, ¡no quiero escucharte!
Como un dibujo animado, intenta abrir el picaporte de la puerta con los codos para salir, pero es Víctor quien tiene que hacerlo por ella.
—¡Eva, vuelve aquí! —sale Manu como un vendaval tras ella.
Solo que al hacerlo, vuelve a chocar con Carmen como lo hizo en Cercedilla. Mi amiga se tambalea sujetándose al manillar de la maleta que lleva, pero logra recomponerse como puede.
Su cara de desconcierto se pasea por la de todos nosotros.
—¿Qué ha pasado?
—No preguntes… —musita Vicky.
Dani vuelve a moverse y yo vuelvo a fulminarle con la mirada. Afortunadamente para su salud, capta el mensaje y no intenta nada. Su turbación no me ablanda. Podría haberle dicho cuatro cosas a Eva, podría haberse apartado… No, sé que no. No había tiempo cerebral para reaccionar y hacerle una debida cobra. Pero aun así, me da igual. Sus labios han estado sobre los de mi amiga y aunque sea una amiga que me haya ayudado a no meterme en líos, no pienso volver a tocarle si no se los lava con jabón. Del de Asepxia, que raspa más.
Carmen se acerca con tiento hasta mi cama y da unas palmaditas sobre la maleta.
—He metido de todo, Carla. No creo que vayas a necesitar mucho más.
—¿De qué hablas?
—Del equipaje —explica tranquila—. Hay un montón de ropa, zapatos, un neceser…
—¿Dónde voy?
Dani toma la palabra.
—A mi casa, por supuesto.
Resoplo encabronada. Odio que nadie decida por mí y él lo sabe muy bien.
—¿Por qué?
—Es más grande, será lo mejor. No esperarás quedarte sola así, ¿no? Te vienes conmigo.
—¿Vas a invitar a Eva también? Te advierto que quiere hacer un trío. Igual nos lo pide por Reyes antes de largarse a Stuttgart.
Dani pone los ojos en blanco y se lleva las manos a la cara. Sí, prepárate. Prepárate porque me queda retahíla para rato y si encima nos vamos a trasladar juntos, ya puedes echarme paciencia.
Mi médico me ha dado el visto bueno para irme. Tras controlar que mi golpe craneal no ha dado problemas durante todo el día, ha decidido darme el alta. Según él, estoy lo suficientemente lúcida como para retomar una vida normal. Eso sí, la baja no me la quita nadie. Sobre todo por el tema del cabestrillo y porque me gano la vida tecleando en un ordenador y cogiendo el coche varias horas al día.
No podré volver al trabajo hasta dentro de quince días, que es cuando me quitarán la férula. Durante ese tiempo deberé seguir unas recomendaciones, unos ejercicios, tomarme unos cuantos medicamentos y estar atenta a no sé cuántos síntomas. El médico ha hablado durante tanto rato que he dejado de prestar atención. Dani, sin embargo, le escuchaba con visible interés. Por eso he delegado en su mente prodigiosa el peso de mi recuperación.
Mi tía me echa una mano para vestirme. Creo que con lo que me está costando hacerlo tras quitarme el cabestrillo, forzar el brazo y volver a ponérmelo, voy a optar por la ropa más cómoda y simple posible durante los próximos días, muy a mi pesar.
Se me hace raro recibir los cuidados de mi tía. Si echo la vista atrás, nunca le he permitido hacer algo así. Ni cuando murieron mis padres y quedé bajo su custodia. Evitaba cualquier contacto físico con ella y reconozco que hoy en día, hago lo que puedo para que siga siendo así.
No obstante, sé que lo habrá pasado fatal estos días y lo menos que puedo hacer a cambio es aceptar su cercanía como en cualquier familia normal. Nunca se ha merecido mi desprecio y a veces me arrepiento del trato que le doy. Es excesivamente distante y brusco en algunas ocasiones. No me gusta hacerlo, pero sí que sé por qué lo hago, y espero que ella también.
—Cielo, tu tío y yo nos iremos mañana a Santander —comenta poniéndome las botas—. Hemos estado hablando y consideramos que te dejamos en buenas manos.
—¿Lo dices por Dani?
Asiente sonriente.
—Me alegra saber que tienes a alguien aquí que vela por ti.
No puedo evitar ruborizarme.
—Sí, puede ser un hombre muy atento cuando quiere.
—Es más que eso. Es la ternura con la que te mira. Lo has hecho muy bien, cielo. Menudo ojo que tienes para el género masculino.
—¿Perdona?
—¡Ay! Si yo tuviera veinte años menos…
—¡Tía!
—No le dejes escapar —aconseja recogiendo mis cosas—. Si lo haces, ya puede ser por algo muy serio.
Exacto. Por algo que tú nunca comprenderás ni sabrás.
—Espero que no te importe que tu tío y yo hayamos estado hablando con él.
—¿De qué?
Mi tía me dedica una mirada dulcificada e indulgente.
—Era evidente que habíais discutido antes de la cena de Nochebuena. Tú aseguraste que no te acompañaría y él apareció en nuestra casa minutos después como si le estuviéramos esperando.
Es cierto. Nunca me ha sacado el tema, aunque apenas hubo tiempo en Santander.
—Daniel nos ha dicho que tuvisteis una pelea y que no estaba seguro de acudir a la cena hasta el último momento.
—¿No iba a ir?
—Parece ser que no, pero nos dijo que antes de irte de Madrid, le dijiste algo que lo hizo cambiar de opinión.
Comprendo. Mi carta. La que le dejé en la puerta de casa la noche anterior. En ella le confesé unas cuantas cosas que está visto que lo hicieron recapacitar.
—Fíjate que yo creo que él hubiera ido le dijeras lo que le dijeras.
—¿Por qué lo dices?
Mi tía sacude los hombros.
—Daniel te quiere y ya hemos comprobado cómo le cuesta separarse de ti.
Cómo se nota que les ha contado la verdad a medias. Si supieran que le agredí con la mitad de mi vajilla en un ataque de nervios, ya me habrían reprendido con ganas. Dudo que Dani hubiera acudido a verme en Nochebuena si no le hubiera escrito el par de cosas que debí haberle dicho mucho antes. En Santander me dijo que nunca había rechazado mi invitación, pero hay diversas formas de interpretar esa oración.
Supongo que ya nunca lo sabré.
—Es bueno saber que Daniel y tú estáis bien. Ojalá Noelia tuviera más cabeza para los hombres. Esa es otra de las razones por las que nos vamos. Tengo mi propia batalla en Santander.
Mi pobre prima. Tiene que estar la mar de feliz con César a su lado las veinticuatro horas del día mientras sus padres están aquí. Aunque dudo que Héctor le haya dado carta blanca para hacer lo que le dé la gana.
—No seas demasiado dura con ella —suavizo levantándome.
Me duele la rabadilla de estar tanto tiempo tumbada. Es un dolor agudo y sobre todo, incómodo.
—Tú y yo ya hablaremos.
Su amenaza no me pasa desapercibida.
—Noelia me ha contado todo —aclara—. Y cuando digo todo, me refiero a que sé que estuvo aquí contigo.
No sé por qué me sorprende. Noe y mi tía se lo cuentan todo. Si empezó a cantar con su historia de amor, estaba claro que iba a sacar todos los detalles a la luz. Solo espero que esto no sea una venganza por haberme chivado de todo a su hermano mayor. Noe es de todo menos mezquina, pero tiene derecho a estar enfadada.
Mis tíos también. Hablamos de su niña pequeña y yo he estado encubriéndola sin pensar en las consecuencias.
—Perdóname, tía.
El modo en que se vuelve lentamente como una muñeca bailarina de joyero me inquieta sin poder remediarlo. Sus ojos se abren sorprendidos y su pecho muestra su dificultad para respirar. No creo haber dicho nada del otro mundo.
Aunque pensándolo bien…
—Eso no importa. Prefiero perdonarte otras cosas por las que nunca me pides perdón.
Me apoyo en la cama disimuladamente. Si no lo hago, me estampo contra el suelo del susto. ¿Me está pidiendo que lea entre líneas?
No tengo tiempo de preguntarlo. Mi tía recoge nuestras últimas pertenencias y me toma del brazo sano sin mudar su gesto.
—Volveré a visitarte para ver cómo evolucionas. Si tú quieres.
—Claro —murmuro—. Ya hablaremos.
Ella asiente sin apartar sus ojos de los míos.
—Desde luego que sí.