10

No quiero continuar así. Es ridículo. Antes odiaba mentir a Dani y odiaba hacerle daño sin querer. Pero ahora también odio que no nos hablemos y más bajo el mismo techo. Sé que ha dormido conmigo. Al despertarme su lado ya estaba frío, pero el modo en que las sábanas estaban revueltas y su almohada escorada, me dice que ha estado a mi lado en algún punto de la noche.

Convencida en hacer las paces y fumarnos la pipa de la paz, hoy no he pasado por su despacho. He venido directa a la cocina para preparar un suculento desayuno exclusivamente para él. Hay ocasiones en que se comporta como un petardo pero, joder, es que en el fondo es tan mono… Siempre ha tenido mucha paciencia conmigo. Quiero devolverle el favor con este desayuno, con su regalo de cumpleaños, con un montón de cosas distintas. Saca lo más tierno y detallista de mí, y eso no deja de asombrarme.

Como buenamente he podido he picado fruta, he hecho zumo, café y tostadas con Nutella. Tentempié hipercalórico al estilo Daniel Morales. Deseo haber acertado.

Una hora más tarde, y no miento, me he tomado mi cóctel de pastillas y he depositado todo en una bandeja. El problema ha venido cuando, tras hacer varios malabarismos con un solo brazo, me he percatado de que no tenía forma de abrir su puerta. Sin saber qué hacer, he llamado con un pie.

Lo he hecho varias veces, pero creo que Dani está al teléfono y no me ha escuchado. Me agacho para dejar la bandeja en el suelo y abro la puerta. Efectivamente, Dani está hablando por el móvil, pero es que además está ensimismado contemplando sus dominios y dándome la espalda. Con cuidado de no molestarle, decido dejar la puerta abierta con la bandeja visible para cuando se harte de hablar. Por su tono de voz, hoy no parece mucho más feliz que ayer.

Regreso a la cocina para beberme un café pero las nauseas y el malestar invaden mi organismo de nuevo y opto por un zumo de frutas. Como me he convertido en una torpe desde hace días, tiro el cartón de zumo al suelo sin querer. Resoplando, me acuclillo para recuperarlo pero de repente: ¡plof!

Algo húmedo se estampa contra mi culo. Un brazo rodea mi cintura y me endereza, pero lo que sea que me hayan pegado sigue restregándose por mi nalga y el muslo. La boca de Dani se adhiere a mi cuello. Cierro los ojos de gusto al sentir sus dientes mordisqueando mi lóbulo. Una contracción en mi bajo vientre me estremece.

—¿Qué estas haciendo? —logro articular.

—Desayunar en condiciones.

Me gira con pericia y ataca mi boca con voracidad. Noto cómo me sube la camiseta para seguir pringándome el culo. No llego a saber con exactitud lo que es, pero creo que me lo puedo imaginar. De todas formas, ni me deja ni quiero protestar. Dani me demostró hace mucho que este comienzo de mañana es el mejor de todos los posibles. Nunca desaprovecharía un regalo así.

Dani sigue besándome desenfrenado y pegándose tanto a mí, que su enorme erección se incrusta salvajemente en mi estómago. Gimo atontada de tanta pasión mañanera y él desciende poco a poco sin dejar de besarme por encima de la camiseta. Así, en una lenta y deliciosa agonía hasta arrodillarse y bajarme las bragas.

—Dime que no vamos a pasar otra noche como la de ayer —pide junto a mi sexo.

Frunzo el ceño.

—¿No me vas a tocar si no lo hago?

Dani pone los ojos en blanco.

—No hay nada capaz de impedir que me coma este coño ahora mismo, nena. Solo quiero que lo digas.

Sonrío aliviada y solidarizándome con su ingenio, levanto la mano y separo los dedos anular y corazón.

—No se volverá a repetir. Palabra de Carla.

Dani abre unos ojos verdes alucinados y se troncha a mandíbula batiente. Sus carcajadas son tales que casi me hacen trastabillar. Él me sujeta por el culo y se parte de risa entre mis piernas. Esto no me está pasando.

—¡No te rías de esto que me da el bajón!

—Eso no es ningún tipo de promesa, vida mía —ríe menos eufórico—. Solo es un saludo vulcaniano.

—Ah… —me siento estúpida—. Es que no entiendo mucho de estas cosas.

Dani ronronea olisqueándome el sexo.

—Ni falta que hace. Pero si quieres, yo puedo hacer que grites más alto que Kirk, que traspases el espacio exterior…

—¿Qué?

—Nada, que puedo follarte hasta volverte loca.

Eso sí que lo he entendido.

—Me parece perfecto.

Dani me abre un poco más las piernas y entre ellas aparece una mano embadurnada de Nutella, sin duda alguna. Ya veo dónde va a parar su desayuno. Con calma, acaricia mi vagina hasta que se siente satisfecho con el resultado.

El calor me supera por toda la zona cuando su lengua se encarga de limpiarla entera y concienzudamente. El festín que se está dando me idiotiza. Si Dani ya se desvive en mi entrepierna en cada encuentro, lo de ahora, teniendo en cuenta que la ha mezclado con uno de sus dulces favoritos, es pura glotonería. Su boca se deshace en lametones, succiones, mordiscos y gemidos que me chiflan de placer.

Tengo que sujetarme a su cabello para no desplomarme. Tiro de él con ansia y él me corresponde con atenciones aún más intensas. Jadeo ahogándome en lujuria. Dani me hace girar e introduciéndome dos dedos, sus labios ruedan por mi muslo y mi nalga barriendo mi piel de pasta de chocolate.

Sus dientes me muerden el culo y yo grito ante el contraste del aguijonazo y los fuegos artificiales de mi coño. Sus dedos me abandonan por unos segundos en los que deslizan mis fluidos por todas partes, pero sobre todo por mi ano. Tras lubricarlo con soltura y hacerme lloriquear de dicha, los dedos regresan y otro se hunde en mi agujero anal.

Mi tronco se agacha inconscientemente ante nuevas y pletóricas ráfagas de placer. Dani mantiene el ritmo sin dejar de lamerme el muslo. Yo sigo aferrándome a él con todas mis fuerzas, siento que voy a desfallecer enseguida. Bailo con sus hábiles manos de atrás adelante, columpiándome en él, dentro-fuera, dentro-fuera, calor y electricidad por mis venas.

Las rodillas me fallan y por un momento creo que voy derecha al suelo, pero Dani me aprisiona contra su cuerpo y lo impide en un destello de cordura. Ambos nos miramos. Él alarmado y yo con la vista medio emborronada por el deseo.

—No pares —susurro—, por favor.

Él inspira solemne y me saca los dedos. Se levanta y me desabrocha el cabestrillo.

—Voy a quitarte esto para que no te moleste. Si te hago el más mínimo daño, quiero que me avises, ¿está claro?

Asiento más tranquila.

Con mucha delicadeza, también me saca la camiseta. Al estirar el brazo no puedo evitar emitir un pequeño quejido.

—¿Te duele?

Niego con la cabeza ante su preocupación.

—Me dolerá mucho más que no acabes lo que has empezado.

Dani ensancha sus labios desplegando una sonrisa perfecta. Se desnuda en tiempo récord y me besa hambriento y tan exaltado como me encuentro yo. Disfruto de su sabor al máximo y cuando se separa para sentarme de un movimiento sobre la isla, me relamo con picaresca.

—Mmm… Nutella.

—Mmm… —murmura agachándose otra vez—. Zumo de Carla…

Me asalta un rato más en que casi tengo que tumbarme sobre el mármol para soportar la combustión que me asola de cintura para abajo.

—Mira cómo sabes —dice metiéndome dos dedos en la boca.

Noto el regusto de mi saladura y el dulce del chocolate.

—¿A que eres una delicia?

—Yo también quiero… —farfullo como puedo—. Yo también quiero desayunar.

Dani comprende y tras retirar sus dedos, se apoya en un taburete para arrodillarse en la isla sobre mí. Quedo recostada sobre la fría piedra y admirando un cuerpo imponente que se erige alto y poderoso como el de un ser que no puede ser de este mundo. Cabello desgreñado que cae sobre un rostro encendido, piel ligeramente bronceada, tableta definida, cintura estrecha, muslos rígidos y en tensión y, ante todo, polla durísima y regia.

—Toma, nena. Hasta el fondo.

Abro la boca encantada y él mete su miembro atrapando mi cabeza entre sus manos. Su carne se adentra en mi garganta hasta que la postura no me permite seguir tragando. Poso entonces mi mano en su cadera y le insto a moverse dentro de mí.

Dani se da impulso y yo observo maravillada su boca entreabierta, las rendijas esmeraldas de sus ojos, el recorrido del sudor en su pecho y el engranaje de sus músculos con cada movimiento. La presión aumenta en mi cabeza al tiempo que él la captura con sus manos. Recorro el glande con mi lengua y cierro los ojos completamente rendida a la dulce sensación de su carne envuelta en el calor de mi boca.

Lamo la sensibilidad de su fina y delicada piel. Perfilo una a una la multitud de venas que se ensanchan a su alrededor. En cada sacudida consigue entrar un poco más. Aligera el ritmo y me inclina la cabeza para encontrar tanto su comodidad como la mía. Empiezo a escuchar sus jadeos.

A pesar de la imagen que proyecta nuestra postura con mi cuerpo inmovilizado y prácticamente a su merced, a pesar de estar ubicada para servirle y otorgarle todo el placer que me demanda, me siento exuberante y opulenta. Es mi cuerpo el que hace que el suyo tiemble de excitación, es mi lengua la que provoca a su respiración y la descontrola, son mis labios los que le bañan en sudor. Soy yo quien le guía hasta lo más alto.

Y estoy a punto de conseguirlo.

—Mírame.

Abro unos ojos empañados. Mi agitación se enrola con la de Dani. No puedo evitarlo. Ver cómo está a un paso de correrse me pone a mil.

—Quiero ver cómo disfrutas tragándotelo todo.

Los tirones de pelo se intensifican y su polla se torna rígida como una estaca. Dani aprieta los dientes. Su aspecto es fiero y ansioso. Sus jadeos se unifican en un único grito de guerra. Uno que aumenta desde el más simple suspiro a un alarido que culmina con el estallido de su lefa en mi paladar.

Gimo desbordada en su semilla. Los latidos de mi pecho y de mi sexo se aceleran enérgicos. Dani se aparta sofocado y continúa vaciándose en mí. Saco la lengua para no desperdiciar ni un solo disparo. Cuando termina, trago con facilidad.

—¿Está rico?

Casi escupo de la risa.

Es la primera vez que me preguntan algo así. Dani arrastra su pulgar por la comisura de mis labios y me lo mete en la boca. Sabe a él.

—Riquísimo.

—¿Más que el Kas?

Doy un pequeño mordisco a su dedo, el cual se retira en el acto.

—Ni punto de comparación.

Me incorporo lo suficiente para que Dani se incline y me bese pero en lugar de eso, su rostro desciende por mi cuello. Lo besa con ternura, cachaza y humedad. El hormigueo se extiende hasta mis pechos. Allí me manosea y comprueba el grado de excitación de mis pezones erectos. He prendido hace rato, de seguir así, voy a explotar de un lametazo más.

Dani vuelve a alzarse y cuando hago un nuevo intento de besarle, me lo niega.

—No, no pienso relamerme con eso —sonríe acomodándose entre mis piernas—. Prefiero saborearte a ti.

No me fastidies. ¿Me está diciendo que no me besa la boca porque acabo de beberme su semen? No llego ni a pestañear. Es del todo inaceptable que él comparta mis fluidos conmigo sin pedirme opinión alguna y que yo no pueda hacer lo mismo con los suyos. ¿Nunca se ha probado? No había pensado en esto antes. ¿Le gustará ir de machito o es que le da asco?

—Oh, Dios…

No me importa, yo voy a lo mío, a centrarme en su estupenda lengua en mi clítoris. Su forma de follarme entre sus dedos y su boca me evade de todo raciocinio.

No tiene que esmerarse mucho. Su orgasmo me ha avivado tanto que ahora me encuentro muy sensible a su tacto. Vibro casi en el instante en que me inserta dos dedos y me mordisquea la piel. Su lengua se mueve en círculos juguetones y se lleva toda humedad a su paso. Cada vez que me seca, me vuelvo a encharcar.

Siento cómo unos chisporroteos explotan en diminutas detonaciones alrededor de mi vagina. Se ensanchan, se ensalzan enredándose entre ellos y forman un torbellino entre mi piel candente y el aliento de Dani.

Estiro el brazo bueno agarrándome al borde de la isla. Una nueva succión me zarandea y profiero un grito agudo.

—Sí… —lame Dani—. Grita, Carla…

Él absorbe otra vez y me perfora de un empellón. Mis cuerdas vocales tienen vida propia.

—Me encanta lo escandalosa que eres.

El deleite se agudiza. Es como si corriera a una velocidad, primero tranquila y después vertiginosa, desde mi sexo por todas mis extremidades.

El peso de la excitación me aplasta el pecho. Mis chillidos se quiebran cuando alcanzo el punto más álgido y es mi tórax el que se convulsiona arriba y abajo sin parar. Me golpeo sobre la piedra maltratándome en un orgasmo aplastante.

Dani no me suelta, pero yo ya no puedo más. Patino hacia atrás en una vibración constante hasta que mi cabeza queda colgando del otro lado. Eso parece ser suficiente para él, quien me remata gustoso y vuelve a subirse a la isla.

Toma mi cabeza y me estudia enarcando una ceja.

—¿Te duele algo?

Sonrío aturullada.

—Estoy reventada.

Dani me da un suave pico y masajea mi nuca con sus dedos adormilándome.

—Vamos a ducharnos.

Sí, estoy empapada en sudor, jugos y Nutella por demasiados sitios pero…

—No puedo moverme.

Él ríe y me sostiene en sus brazos.

—Eso tiene fácil solución.

Recoge mis despojos y me transporta fuera de la cocina. Pego mi brazo enfermo al pecho, pero no me duele. Al menos, no tanto como otras veces. Las pastillas y desayunar sexo mañanero es una buena combinación para cualquier desdicha.

Mientras Dani abre el grifo y comprueba la temperatura del agua, pienso en muchas de mis experiencias sexuales con él. En el pasado no podría haber creído que todo lo que siento cuando me corro con él pudiera ser tan intenso, tan profundo, tan arrollador. Inmediatamente llego a la conclusión de que todo eso es posible para cualquiera. Pero solo lo es si das con la persona adecuada. Y no hablo exclusivamente de amor. Hablo de una persona para la que tu cuerpo no tenga secreto alguno. Una a quien le permitas conocerlo y explorarlo al milímetro, a quien no interpongas barreras morales y aceptes todo lo que sepa y pueda darte. Solo así, con esa otra mitad, puedes sentir lo que siento yo cuando me encuentro cara a cara con el orgasmo.

Dani me invita a su lado y me hace sentarme en una de las bancadas de madera. El agua cae caliente sobre mí, casi ardiendo, como a mí me gusta. Ambos nos empapamos envueltos en vapor en cuestión de segundos. Le entrego una esponja y él comienza a enjabonarme por los pies.

Me los lava en un acto purificador y más que simbólico. Sí, definitivamente no me equivoco. Creer que levitas mientras te corres puede sucederte aunque te estés follando a un hombre, una mujer, tenga la polla grande, pequeña, los pechos enormes, diminutos, sea gordo o delgado, rubio o moreno, blanco o negro.

El secreto está, única y exclusivamente, en el tacto.

Ese sería mi consejo para quien me lo pidiera. Encuentra a quien sepa apreciar cada pedacito de tu piel desnuda. Una persona que, ante todo, sepa tocarte. Yo ya sé que si algún día Dani engordara veinte kilos, no dejaría de tocarme como ahora y yo seguiría muriéndome de gusto en cada polvo. El físico ayuda mucho, muchísimo. Pero esto no es algo corporal, es pura maña.

Parpadeo consciente de que llevo rato con la mente fuera de estas cristaleras. Dani respira profundamente sin apartar sus ojos de mi rostro ensimismado. La espuma corre por mi estómago y la esponja baja hasta mi cadera amoratada.

—¿Qué?

Dani sacude la cabeza volviendo en sí.

—Eres muy muy bonita.

Suspiro.

No tiene por qué decirme esas cosas, no quiero que dado mi historial se sienta obligado a hacerlo. A ver, me encanta que lo haga y, hoy por hoy, le creo cuando me lo dice. Pero no tiene por qué convertirse en una costumbre para inflar mi ego inexistente.

—Dani…

—¿Crees que los hombres no tenemos miedo al rechazo, Carla?

Su pregunta me hace enmudecer.

—Cuando me conociste me rechazabas constantemente y eso me volvía loco.

Me retiro el pelo mojado de la cara sin saber qué decir. Aunque sospecho que lo más adecuado es dejar que siga hablando. Me lo dicen esas ganas que tiene de soltarme lo que le ronde la cabeza.

—Llevo muchos años acostumbrado a conseguir todo lo que quiero y que aparecieras tú y te negaras a verme, me recordaba las inseguridades y rechazos que sufrí en mi niñez. De crío nunca podría haber imaginado conocer a un bellezón como tú.

—¿Yo te hacía daño? —pregunto abatida.

—No, no era dolor. Me llamabas la atención y me infundías mucha curiosidad —contesta sacudiendo los hombros—. Eras muy difícil y eso me encantaba.

—Sigo siendo difícil.

—Pero ahora te conozco y puedo entenderte.

Dani continúa enjabonándome.

Me sorprendió mucho saber que fue un niño repudiado por amigos y chicas en la adolescencia. Me lo confesó cuando estuvimos en Santander y a mí me costó creérmelo hasta que me mostró una foto de su infancia. Por mucho que a mí me pareciera un niño entrañable, las niñas de su clase no opinaban lo mismo.

Pero del mismo modo en que él no soñaba con alguien como yo, yo tampoco he soñado nunca con alguien como él. Somos muy afortunados. Yo desde luego lo siento así.

—Tú, sin embargo, eres muy fácil.

Dani levanta una vista entornada.

—¿Crees que un hombre con mis problemas es fácil?

Todos tenemos problemas y él mismo me dijo una vez que nadie es perfecto. Ni siquiera él, cosa que tampoco me importa a estas alturas. Tampoco es lo que busco.

—Conmigo lo eres. Ya te has ganado el cielo por cómo me tratas.

—El cielo me da igual —musita lavándome el pecho—. Solo me importa el presente más inmediato. En el que estoy contigo.

Oh, Dani.

Otro bajón. Y por lo que veo este no es nocturno, este te ha dado a plena luz del día. Extiendo mi brazo y acaricio su rostro mojado. Le levanto el mentón con delicadeza. Nuestras miradas se encuentran y yo le sonrío con esperanzas de reconfortarle como sea.

Daniel Morales no duerme bien por las noches. Si por él fuera, a veces ni se acostaría. El abuso de las drogas ha mantenido su cerebro a un nivel que no le permitía descansar y cuando no ha sido por eso, son sus remordimientos los que no le han permitido hacerlo.

Muchas veces no concilia el sueño pensando en sus propias carencias. Aquel día en que vimos “Blade Runner” en mi casa ya me dejó entrever cómo le afecta recordar algunas de las decisiones que ha tomado en su vida. Sé que se arrepiente de lo mucho que se ha perdido y que jamás podrá recuperar. Pasar más tiempo con Cecilia, salir con amigos deseables, conocer el primer amor juvenil…

Me pregunto si yo seré suficiente para él. Si yo solita me basto para hacerle mirar al futuro con esperanzas y retenerle en la cama por las noches en horas de sueño placentero. Me gustaría borrar el miedo y la culpa que siente cuando piensa en el pasado. Está a tiempo de cambiarlo todo si así lo desea. Pero como no quiero repetirme en mi discurso como él bien dice, lo soluciono con una sonrisa bajo la ducha… y algo más.

—Siéntate —ordeno levantándome.

Dani alza las cejas confundido, pero opta por obedecerme.

Me siento sobre su regazo sin dejar de observarle y sostengo su pene para acariciarlo y estimularlo. Las comisuras de su boca se elevan imperceptiblemente.

—¿Qué fue lo primero que pensaste cuando me conociste?

Dani cierra los ojos y echa la cabeza hacia atrás empapado en agua ardiente. Su aspecto es gloriosamente sexual. Lo advierte cada célula de mi cuerpo y se acentúa mientras su polla crece cada vez más en mi mano.

—Que te habías escapado de un cómic manga y llevabas una katana escondida en alguna parte —dice acariciando mi cabello—. Que ibas a cortarle la cabeza a Sandra por inepta y después follaríamos como conejos sobre la mesa de juntas. Que gritarías mi nombre mientras te la metía a cuatro patas. Que eras la mezcla perfecta de ejecutiva de día y vengadora de noche —sonríe—. En mi cabeza lo tenías todo.

Me arrodillo para encajarme en él y descender por su exquisito sable.

—Eres demasiado friki.

—Si tú supieras…

Mejor me callo.

—¿Te ha decepcionado que no me parezca en nada a lo que tenías en mente?

Dani abre unos ojos oscurecidos.

—No —dice sujetándome de la cintura controlando el ritmo—. Tu realidad superaba a mi ficción.

Me falta el oxígeno por unos segundos. La culpa la tiene el acoplamiento perfecto de nuestros genitales y su gran elocuencia. Esa sinceridad suya me desarma.

Pienso en cómo nos dirigimos el uno al otro, cómo nos hablamos y cómo nos tratamos y son mis temores los que amenazan con salir a la luz. La palabra “témpano” revolotea alrededor de mi cabeza. Justo mientras me contoneo empalada en él y acompañada por sus fuertes manos.

—Dani…

Jadeo resbaladiza y acalorada.

—¿Mmm?

—Quiero pedirte perdón una vez más… Por… Por todas esas veces que no te he tratado como merecías… Siento tener tan mal carácter. Yo no… No quiero que parezca que me gusta enfadarme contigo o que…

—Por favor, no pretendas tener esta conversación mientras estamos follando —interrumpe con dificultad—. No puedo concentrarme.

Sí, lo entiendo. Mi cerebro empieza a evadirse del presente. La ducha nos cala y el vapor se condensa dentro de las cristaleras. Lo que no sé es si será por el agua o por el fuego que desprenden nuestros cuerpos persiguiéndose el uno al otro.

Su forma de manejar mis balanceos es pausada, pero decidida. Ambos gemimos y yo apoyo mi mano derecha en su hombro. Pero también lo intento con la otra. Dubitativa, temblorosa y sacudida por una corriente electrizante, estiro el brazo izquierdo.

—Carla… —advierte Dani—. Ten cuidado.

No es necesario. Sin saber cómo, consigo mi objetivo sin morirme de dolor.

—Tengo que moverlo… —justifico besando su boca—. Se acabará atrofiando…

—Ah, no —protesta entre mis labios—. Eso sí que no. Me encanta que me agarres la polla a dos manos. Que me empujes para metértela más adentro hasta que estás a punto de atragantarte…

Resignada, dibujo una sonrisa sobre la suya. Enredo los dedos de ambas manos en el cabello mojado de su nuca. Mi hombro no se queja y mi sexo cada vez palpita con más fuerza. Es perfecto.

—¿Te gustan mis mamadas, Dani?

Su corazón se acelera. Los latidos vibran en su pecho pegado al mío.

—Gustarme es poco —susurra meloso—. Sueño con ellas.

Pego un grito y me contraigo de gusto.

—¿Te gustan más que esto? —pregunto ondeándome como una culebra.

Dani clava sus uñas en mi culo y grito de nuevo.

—No, nena. Esto se lleva el oro.

Muerdo su labio inferior. Ahora es él quien grita. Me encanta ese sonido.

Poseída por la lujuria, me apoyo en él para dejarme caer y agitarnos en delirio in extremis. Un torrente nace en mi sexo, viaja por todas mis esquinas y muere en mi cabeza.

—No seas tan bruta…

Lo vuelvo a repetir y volvemos a desgañitarnos.

—Es que no sé hacerlo de otra manera…

—Joder…

Podría dudar sobre esa maldición, pero el embeleso de su rostro me confiesa que es de placer. Sin nada que temer y ansiando el orgasmo, caigo y caigo con mis tetas botando, sus músculos rígidos y mi cabeza dando vueltas.

Los dos nos sumimos en una vorágine de jadeos, gritos, gruñidos, besos, roces, arañazos y convulsiones de lascivia en mayúsculas. Su polla está tan dura, tan firme, tan presta… La impresión siempre ha sido así y creo que mi vagina se enamoró de ella la primera vez que la vio. Digamos que fue amor al primer roce. Y como el amor te hace débil, mi colofón, como de costumbre, llega muy pronto. Me mantiene en estado de espera por un instante.

Abro la boca con los pulmones apagados y una tirantez en mi interior que agarrota mi cuerpo y eriza el vello de mi piel. A cámara lenta, despega como un cohete espacial que me lleva directa al clímax. Pero se multiplica. Decenas de clones salen despedidos por cada ramificación de mi sistema nervioso. Me transforman en pura efervescencia corpórea.

Dani me sigue de cerca. Arroja su lefa en mi oscuridad a la vez que mi exaltamiento se vuelve a levantar. La sensación es deliciosa. Como si todo mi cuerpo se hinchiera, se enrojeciera y se inflamara por un momento hasta volver a su normalidad. La misma que me hace desfallecer sobre Dani y perderme en la velocidad de nuestras respiraciones.

Su miembro continúa latiendo con fuerza dentro de mí, pero acabo por relajarme en su abrazo. La humedad empieza a resultar muy cargante. Él apaga el grifo del agua y yo creo derretirme de calor y aturdimiento.

Dani acaricia mi cabello humedecido por la espalda haciéndome cosquillas.

—¿En qué piensas cuando te corres? —inquiere poco después.

Río por lo bajo. Menuda pregunta.

—En nada. No puedo pensar.

—¿Y antes?

No necesito discurrir mucho para contestar a eso.

—En ti.

Sus labios besan mi frente enjugada en lo que creo que es sudor.

—¿Qué es lo que me querías decir mientras me violabas?

Eso tampoco es complicado de admitir y me percato de que cada vez me es más fácil de decir en voz alta.

—Perdona.

Su cuerpo rebulle bajo el mío. Alzo la cabeza y quedo anclada en su mirada llena de sentimiento.

—Te perdono.

Dos simples palabras cargadas de significado para mí.

—Siempre me perdonas muy rápido.

—Si tú lo dices… ¿Me perdonas tú a mí?

—¿Por qué?

Su dedo índice traza el perfil de mi rostro desde la frente hasta mi barbilla.

—Por no haberte contado ciertas cosas desde el principio.

Hago memoria, son unas cuantas. Las drogas, las putas, el accidente con Víctor… y no solo eso. También se largó a San Francisco sin darnos la oportunidad de hablar de lo sucedido.

Voy a aprovechar esta oportunidad sin precedentes.

—Lo haré a cambio de unas condiciones.

Dani frunce el ceño. Le sorprendo muy a menudo.

—¿Qué condiciones?

—Que trabajes menos, duermas más y no me obligues a comer.

Repentinamente, sus manos dejan de obsequiarme con su calor.

—Acepto las dos primeras.

—No es una negociación.

—Entonces no hay trato.

Qué obtuso es.

—Pues no te perdono.

—Me da igual, puedo vivir con eso. Pero no con una mujer enferma.

Me levanto casi de un salto, de uno con el que casi resbalo y caigo al suelo.

—Dani, tienes el tacto en el mismísimo culo.

—Habló doña Mimitos —rumia levantándose también.

No, otra vez no, por favor. Tanta discusión me tiene harta.

Salgo de la ducha y pegándome el brazo al pecho, cojo una toalla y me siento sobre un taburete. Todas las horas que quedan hasta la cena de Nochevieja se me van a hacer muy, pero que muy largas. Y mejor no pensar en la propia cena. Lo que parecía una bonita velada romántica va camino de convertirse en un tatami.

—Sécame el pelo y plánchamelo.

Dani me mira escandalizado.

—¿Qué dices? ¡Yo no sé hacer eso!

—Tú aceptaste cuidarme durante mi baja, apechuga con lo que hay.

—¿Siempre tienes que tener la última palabra?

—Y no me hables.

Su resoplido rebota por las cuatro esquinas de su baño. Más le vale seguir al pie de la letra lo que le acabo de pedir. De lo contrario, no respondo de mis actos.