11
He llamado a Vicky, pero no me ha cogido el teléfono. Supongo que estará liada con los últimos detalles de la fiesta de sus padres. Le he mandado un WhatsApp informándole de lo que probablemente ya se imaginaba. Este año no hay fiesta para mí. Me espera un tête-à-tête.
Pero por más que lo intento, no puedo ponerme este vestido sin ayuda. El hombro enfermo me lo pone muy difícil. He conseguido enfundarme las medias, los tacones e incluso la falda. Pero anudarme el corsé es otro cantar. Simplemente es algo que sobrepasa los límites del dolor.
Llamo a Dani casi a gritos desde su vestidor y me retiro el pelo de la espalda. Me ha peinado en silencio como le he pedido. Para ser su primera vez, no ha quedado mal del todo. De hecho, verle planchándome el pelo, temeroso de chamuscarme, ha sido bastante tronchante.
—¿Qué pasa? —escucho detrás de mí.
—Átame el corsé, por favor. Yo no puedo.
Dani se acerca. Puedo sentir su presencia envolviéndome como un halo que irradia calor a su paso.
Me anuda los lazos negros y tira de ellos con cuidado de no ahogarme, cosa que agradezco. Tengo demasiado pecho, no quiero que me apriete tanto como para subírmelos a la garganta. Tiene que quedar elegante sin ser vulgar. Como todos los diseños de Hansen.
—Ya está.
Me doy la vuelta atusándome el pelo.
Dios mío.
Qué pibón.
Estoy boquiabierta ante la figura de Dani. Lleva un esmoquin negro a juego con la corbata y camisa blanca. Está impecable. Hasta ha intentado peinarse. Su maraña de cabello ha quedado medio revuelto, pero eso le da un aspecto aún más sexy. Es la viva imagen de la elegancia mezclada con el erotismo andante. Se me han quitado las ganas de cenar.
Comida.
Aunque me preocupa el modo en que me está mirando.
—Joder, Carla…
Me confunde. No sé si está asustado, asombrado o atontado.
—¿Qué pasa?
—Estás despampanante.
—Ah… —noto que me ruborizo—. Gracias.
Por un momento he temido que me obligara a quitármelo. Otros lo habrían hecho. Como Rober, por ejemplo. Pero Daniel Morales está muy por encima de ese malnacido en la cadena varonil. Debí haber supuesto que estaría como está. Encantado. Maravillado. Alucinado. Un poco de todo eso.
Sus esmeraldas brillan reconfortándome con destellos de cariño y claro apetito sexual. No sé si saltarme la cena sin más. ¿Lo aprobaría?
Dani, ajeno a mis pensamientos, recoge el cabestrillo del suelo y me coloca el brazo en su sitio. Es una pena. El cabestrillo es de color azul, aunque nada que ver con el azulón del corsé. La combinación es algo parecido a lo grotesco. Un “aarg” de portada de revista. Estropea todo el conjunto con saña. Pero sé que Dani no va a permitir que me lo quite. Tampoco entendería mis argumentos así que no voy a protestar. Lo bueno es que nadie me verá con él y por lo tanto, el ridículo que haré es mínimo.
Un ruido me distrae. Parece salido del piso de abajo. Miro a Dani, también lo ha oído.
—¿Qué ha sido eso?
—No sé —responde despreocupado—. Baja a ver.
—Baja tú.
Él se echa a reír.
—¿Tienes miedo?
—No.
No obstante, capta mi desazón sin esfuerzo.
—Carla, aquí no puede entrar nadie. Es la urbanización más segura de toda la ciudad.
¡Otra vez! Me estoy enervando, tengo toda la piel de gallina.
—Llama a seguridad.
Dani suspira saliendo del vestidor.
—Espera aquí.
—¿Qué haces? ¡No! ¡Espera!
No pienso permitir que se haga el héroe conmigo. Ya somos mayorcitos para esas tonterías. Salgo tras él con cuidado de no tropezar con los tacones. Lo pillo comenzando a bajar las escaleras.
—¡Dani, para!
Y sí, se para. Él se para y las luces del salón se encienden. Pero no ha sido por obra divina. Es mi tía la que tiene la mano sobre el interruptor. Mi tío está a su lado y también Noe y César. Y Héctor. Y Carmen, Eva, Víctor, Vicky y Manu.
Todos. Absolutamente todos se encuentran mirándome sonrientes desde el fondo de las escaleras.