CASTILLA Y ARAGÓN, NUEVOS ADALIDES DE LA CRISTIANDAD
La decimoprimera centuria de nuestra era nace en Hispania bajo la hegemonía del reino navarro. Ya finalizando el siglo anterior los monarcas pamploneses habían copado toda suerte de influencias en los territorios cristianos. Los necesarios acercamientos entre éstos para establecer un frente común ante los incesantes ataques de Almanzor, dieron como fruto alianzas que estrecharon lazos entre hermanos de religión.
En el año 1000, navarros, castellanos y leoneses aúnan esfuerzos presentando batalla a las tropas musulmanas en Cervera del Pisuerga. El combate atravesó por episodios inciertos en cuanto a la inclinación de la balanza a un lado u otro. Durante algunas horas las dos formaciones chocaron violentamente hasta que la caballería cristiana comenzó a golpear con certeza uno de los flancos mahometanos. Todo indicaba un desmoronamiento general en el ejército cordobés; sería la primera derrota para Almanzor. Pero sin duda los genios militares siempre han gozado de una fantástica suerte, y el caudillo musulmán la tuvo sin ambages en la jornada mencionada. Un repliegue defensivo efectuado por los ismaelitas fue interpretado erróneamente en las filas cristianas que pensaron, sin más, en una inminente llegada de refuerzos aliviadores de la situación para Almanzor y los suyos. Sin esperar a lógicas comprobaciones, los cristianos se desmoralizaron en pocos minutos cundiendo el desánimo de tal manera que se entregaron a una desconcertada y temerosa retirada. El hecho sorprendió a un complacido Almanzor que no tuvo más que dar las oportunas órdenes de persecución sobre aquellos cristianos tan extraños; lo que pudo ser una derrota en toda regla para los musulmanes se convirtió en una nueva gran victoria de las tropas sarracenas. Sin embargo, Almanzor había olfateado la tragedia y, por desgracia para su leyenda, los cronistas y juglares cristianos también. Estos últimos no tuvieron el más mínimo pudor en ensalzar una supuesta proeza de los guerreros norteños convirtiendo la perdida batalla de Cervera en un inmenso éxito cristiano.
Con el tiempo se utilizó la muerte de Almanzor acontecida en Medinaceli en agosto de 1002 para ubicar cerca de esa fecha un supuesto combate localizado en las proximidades de la soriana Calatañazor. En efecto, según la mayoría de investigadores históricos, la batalla de Calatañazor nunca existió. Nos encontramos por tanto, ante un caso como el de Clavijo: batallas idealizadas por cronistas medievales para mayor gloria del mundo cristiano.
En esos años fallece el rey navarro García Sánchez II, llamado «el Trémulo o Temblón», seguramente por padecer una afección nerviosa; le sucede Sancho III, el Mayor, personaje fundamental en el devenir de los acontecimientos producidos en ese siglo tan determinante. El monarca navarro ejerció su carisma de forma tan brillante que pronto aspiró con fuerza al dominio de todos los territorios cristianos en la península Ibérica. Mientras tanto, en León, el pequeño rey Alfonso V empezaba a formarse entre conjuras y desidias de unos cortesanos dispuestos a llevarse un pedazo de aquel reino sumido en la crisis más severa de su historia. Alfonso V, de sobrenombre «el Noble», consigue con los años un cierto aprecio de la aristocracia y pueblo leonés, ordena numerosas repoblaciones y facilita un concilio en la capital donde nacerán los Fueros de León. Lamentablemente murió de un flechazo en 1028 cuando sus tropas asediaban a los musulmanes refugiados en Viseu. Su prematura muerte ocasionó, una vez más, la zozobra entre las gentes leonesas. Su heredero, Bermudo III, era menor de edad, hecho que allanó el camino para que el poderoso Sancho III hiciera efectiva su tutela sobre Castilla. En 1029 el conde castellano García Sánchez es asesinado por una facción disconforme de la nobleza; el acontecimiento es aprovechado por Navarra para anexionarse el condado de Castilla. Meses más tarde estalla la guerra entre navarros y leoneses hasta que, finalmente, éstos últimos son derrotados, proclamándose Sancho III, el Mayor, emperador en León. De esta manera, hacia 1034 Navarra ya es una de las potencias cristianas más importantes de Europa occidental.
Bermudo III desalojado de su trono huye a Galicia donde conserva algunos leales. Desde allí ofrece resistencia negándose a la idea de asumir la nueva realidad imperante, no en vano es el último representante del linaje establecido por el glorioso Pelayo. Ni siquiera sospecha que él será el capítulo final del reino leonés.
En cuanto a Castilla la situación se presentaba parecida a la del vecino León. En 995 Sancho García se adueña, con la complicidad de su madre, la navarra Aba, del condado castellano. A pesar del favor obtenido de Almanzor, el joven Conde se revolvió dispuesto a presentar una fuerte oposición al andalusí. Consigue de éste la devolución del cadáver de su padre García Fernández que desde 995 permanecía en Medinaceli, plaza ocupada por los sarracenos. En el año 1000 sus tropas participan en la batalla de Cervera y, nueve años más tarde, apoyan a los bereberes en las cuitas internas del califato cordobés; esta ayuda militar otorgada a los cada vez más débiles musulmanes le permite recuperar algunas valiosas plazas, construir monasterios como el de Oña en 1011 y, sobre todo, aumentar la presión política sobre el convulso reino de León.
El conde Sancho inicia un ambicioso plan dispuesto a consolidar las plazas situadas en la frontera natural del Duero, de ese modo, fortifica y repuebla Osma, Gormaz, Atienza, Sepúlveda, etc. El planteamiento repoblacional es merecedor de grandes elogios por parte de una sociedad en constante aumento; no olvidemos que durante el siglo XI la población peninsular se multiplica por tres y, en consecuencia, era necesario buscar con urgencia nuevos terrenos que roturar así como pueblos que asumieran un notable incremento del censo. En sus veintidós años de mandato Sancho acumula méritos suficientes que le darán a conocer como el conde «de los buenos fueros». Su muerte en febrero de 1017 aboca a Castilla a un episodio de incierto resultado dado que su heredero, García Sánchez, tan sólo cuenta siete años de edad lo que propicia la intervención ya mencionada del potente rey Sancho III de Navarra. Como sabemos, la anexión territorial tardaría unos años en producirse; no obstante, Sancho III se vio momentáneamente frenado por la actuación de al-Mundir, máximo gobernante de Zaragoza. En 1029 García Sánchez tiene diecinueve años y pensando en mejorar la situación de Castilla solicita matrimonio con Sancha, hermana del rey Bermudo III de León. Cuando las nupcias se encuentran a punto de culminarse, los Vela, una familia de magnates alaveses enemistados con el linaje dominante en Castilla, asesinan al Conde castellano en presencia de su futura mujer y del propio rey Sancho III. Este opta por una drástica solución, casando a su hijo Fernando con la estupefacta joven leonesa. De esa manera, tan insólita, se fue edificando el futuro reino de Castilla.
Fernando I se convierte en gobernador del condado por delegación de su padre, lo será hasta 1035, momento en el que muere Sancho III dejando en su testamento un reparto más o menos equitativo del territorio dominado por Navarra. Fernando es desde entonces rey de Castilla, pero cuenta con la oposición del todavía rey leonés Bermudo III. La pugna se resolvió a unos 20 km de Burgos, en un paraje llamado Támara o Tamarón donde los castellanos derrotaron a los leoneses en septiembre de 1037; en el mismo campo de batalla moría Bermudo III y se impulsaba definitivamente el reino de Castilla. Asimismo, gracias al deseo del poderoso rey navarro, su hijo primogénito García Sánchez ocupaba el trono de Pamplona; otro vástago, Ramiro, se hacía con el control del condado de Aragón y Gonzalo se quedaba con los señoríos de Ribagorza y Sobrarbe. De este modo se daba vía libre a las fundamentales Castilla y Aragón, con lo que la Reconquista cobró una insospechada dimensión si añadimos a esto la disgregación en pequeños reinos de taifa del otrora poderoso califato de al-Ándalus.
En 1039 fallecía Gonzalo dejando oportunidad a su hermano Ramiro para ampliar las fronteras de un Aragón cada vez más sólido que no se conformaba con los primigenios reductos montañeses atreviéndose a bajar al llano dominado todavía por los musulmanes.
Por su parte, los condados catalanes gobernados por la Casa de Barcelona contemplaban los acontecimientos del siglo XI desde una posición de fortalecimiento permanente. Los condes Ramón Borrell III [992-1018], Berenguer Ramón I, el Curvo [1018-1035], y, sobre todo, Ramón Berenguer I, el Viejo [1035-1078], confirieron a la futura Cataluña tintes de personalidad indiscutibles. Nacía en 1058 el Código de los Usatges, auténtico texto legislativo de la territorialidad catalana que se fue redactando progresivamente gracias a otros condes como Ramón Berenguer II [1078-1082], Berenguer Ramón, el Fratricida [1082-1098] y Ramón Berenguer III, el Grande [1098-1131].
Al oeste de los condados catalanes seguía creciendo Aragón a costa de algunas posesiones navarras y musulmanas. El rey Ramiro I soñaba con la posibilidad de cruzar el Ebro tomando Zaragoza. Su empeño y afán religioso iba a provocar tras su muerte, en 1063, la primera cruzada internacional en tierras ibéricas; uno de los momentos cruciales en las guerras entre la Cruz y la Media Luna.
Ramiro I de Aragón era hijo natural de Sancho III, el Mayor; tras la muerte de éste tuvo que aceptar en suerte la entrega del pequeño condado aragonés, mientras que sus hermanastros se repartían las grandes posesiones de la corona. Su esfuerzo y tesón hicieron de ese diminuto terruño pirenaico un cada vez más grande y respetado reino. En 1063 rompió hostilidades con el reino de Zaragoza; el objetivo principal era tomar la capital maña. Tropas aragonesas cayeron sobre algunas localidades y puso sitio a Graus. Los zaragozanos eran por entonces vasallos de Castilla, las parias o tributos que enviaban a Fernando I eran lo suficientemente abundantes para que el Rey castellano auxiliara con el envío de tropas a sus tributarios musulmanes. En mayo de ese año se produjo el combate entre los dos contingentes, los aragoneses fueron vencidos y su rey Ramiro I muerto, dejando Aragón expuesto a un peligro real de invasión por parte sarracena. Este hecho llegó a oídos del mismísimo pontífice romano Alejandro II, quien tomó una decisión en 1064 que se convertiría en rutinaria a lo largo de los dos siglos posteriores. El Papa ordenó la Santa Cruzada contra el infiel musulmán de Zaragoza. Con presteza se alistaron huestes de caballeros franceses e italianos bajo el mando de Guillermo de Poitiers, duque de Aquitania; a él se unieron paladines como el normando Robert Crespin o Armengol III de Urgel. El ejército cruzado atravesó ese mismo año los Pirineos asaltando la ciudad de Barbastro y despojándola de sus mejores riquezas; este acto militar fue inútil dado que, un año más tarde en 1065, la plaza fue recuperada por tropas zaragozanas. No obstante la toma de Barbastro se puede considerar como prólogo de esa ingente obra llamada «las Cruzadas».
Disgregación del califato y primeras taifas.
El heredero de Ramiro I fue su hijo Sancho I; en su reinado siguió ampliando los límites de Aragón incorporando Graus, Monzón, Albalate de Cinca, Almenar, etc.
En 1076, el rey navarro Sancho IV, el Despechado, muere asesinado por sus hermanos; los navarros ofrecen entonces el trono de Pamplona al rey privativo aragonés, éste acepta convirtiéndose en Sancho V de Navarra.
En 1094 los aragoneses con su Rey al frente ponen sitio a la ciudad de Huesca, donde resisten tropas del rey zaragozano Mostaín II. En uno de los ataques el rey Sancho I de Aragón y V de Navarra es herido mortalmente. Su última voluntad es encomendar a sus hijos Pedro y Alfonso que terminen el trabajo. Finalmente lo hará Pedro, quien se sentará en el trono aragonés como Pedro I.
En septiembre de 1037 tras la derrota leonesa en Támara de los Campos, Fernando I, llamado «el Magno», se deshacía de cualquier oposición que le perturbase del gobierno de Castilla; bien es cierto que la actuación de su padre Sancho III había mermado considerablemente la extensión de sus recién adquiridos territorios; por entonces Navarra se enseñoreaba de algunas zonas reivindicadas por los castellanos, tal era el caso de Guipúzcoa, Álava o la Rioja. Pronto estalló el conflicto por la posesión de aquellos lares.
En 1052 García Sánchez III de Navarra crea el obispado de Nájera. El hecho provoca máxima tensión entre los castellanos que declaran la guerra sin contemplaciones a los navarros. La campaña durará dos años terminando en septiembre de 1054 cuando los dos ejércitos se midieron en Atapuerca (Burgos). La batalla se decantó del lado castellano con la muerte de García Sánchez III. En el mismo lugar fue proclamado rey su hijo Sancho IV con el beneplácito de su tío Fernando I, al que tuvo que satisfacer con la entrega de abundantes territorios; era el fin de la hegemonía navarra cediendo forzosamente el testigo a Castilla. Fernando I obtuvo de este modo la tranquilidad suficiente para reemprender la actividad bélica contra los musulmanes. En ese tiempo al-Ándalus no era ni sombra de su majestuoso pasado. Desde 1031, fecha en la que el califato había dejado de existir, unos veinte reinos independientes llamados «taifas» se repartían por los antiguos solares andalusíes. La desunión musulmana originó la consabida debilidad de la que se aprovechó la guerrera Castilla para nuevas conquistas más allá del río Duero; así las tropas de Fernando I ampliaron la frontera hasta el río Mondego tomando algunas ciudades como Madrid, Salamanca o Guadalajara. La fortaleza castellana hizo que los reinos musulmanes de Zaragoza, Toledo, Badajoz y Sevilla se convirtieran en tributarios. El método establecido se denominaba «parias», es decir, un cobro anual de impuestos a cambio de protección militar; de esta manera Castilla renunciaba a una oportunidad única de zanjar la Reconquista en el siglo XI.
Fernando I falleció en 1065 repartiendo el reino entre todos sus hijos: A Sancho II, el Fuerte, le correspondió Castilla; al futuro Alfonso VI, León y Asturias; a García, Galicia y las posesiones portuguesas, mientras que para sus hijas Urraca y Elvira dejaba las ciudades de Zamora y Toro respectivamente. En estos años un joven guerrero se había curtido sirviendo bajo las órdenes del infante Don Sancho, primogénito del rey Fernando I: su nombre era Rodrigo Díaz de Vivar.