CAPITULO II

Sholto Arkin había conocido cientos de mujeres hermosas, pero tuvo que admitir que aquellas dos que acababan de entrar en su despacho eran el no va más en ese sentido.

Altas, exuberantes, rebosando sensualidad por cada uno de los poros de su tersa y aterciopelada piel...

La de la derecha tenía el pelo rubio; la de la izquierda, muy negro.

Sholto Arkin, visiblemente impresionado por la extraordinaria belleza de las dos mujeres y las esculturales formas de sus jóvenes cuerpos, se puso cortésmente en pie.

—¿Señor Arkin...? —preguntó la chica rubia, con una voz tan dulce y suave que sonaba a coro de violines.

—Sí, yo soy Sholto Arkin —asintió el propietario de El Gallo Plateado, con una sonrisa.

—Me llamo Tova, señor Arkin. Y ésta es Lydia, mi compañera.

—Es un placer conoceros, preciosas.

—El placer es nuestro, señor Arkin —sonrió cautivadoramente Lydia, la morena, cuya voz era tan angelical como la de su compañera Tova.

—Jed Kolster, mi encargado, me ha dicho que sois artistas.

—Así es, señor Arkin —asintió la rubia Tova.

—¿Queréis trabajar en mi club?

—Nos encantaría, señor Arkin —respondió Lydia.

—Si vuestro número es bueno, no tendré ningún inconveniente en contrataros.

—Nosotras pensamos que sí lo es, pero preferimos que lo juzgue usted mismo —sonrió turbadoramente Tova—. ¿Lista, Lydia?

—Lista, Tova.

Las dos mujeres se despojaron con un rápido movimiento de sus preciosos vestidos y quedaron prácticamente desnudas ante Sholto Arkin, pues bajo ellos sólo llevaban un pantaloncito dorado y brillante, tan minúsculo, que ni siquiera alcanzaba a cubrir totalmente el vello de su pubis.

Sholto no pudo evitar que se le entreabriera la boca al contemplar los excepcionales cuerpos de Tova y Lydia, sus firmes y agresivos pechos, sus vientres lisos y tersos, sus rotundas caderas, sus prodigiosas piernas...

Tova y Lydia dieron comienzo a su número.

No eran cantantes ni bailarinas, sino equilibristas.

La morena Lydia se tendió en el suelo y levantó los brazos y las rodillas, recibiendo a la rubia Tova, para luego levantarse con asombrosa facilidad, izando a pulso a su compañera.

Lydia hizo todo lo que quiso, siempre aguantando a Tova, quien, cabeza abajo, mantenía perfectamente el equilibrio.

Luego, invirtieron sus posiciones y fue Tova la que sostuvo a Lydia, realizando los más increíbles ejercicios aguantando el peso de su compañera.

El número era realmente bueno, pero Sholto Arkin apenas prestaba atención a los difíciles ejercicios de Tova y Lydia, pues no conseguía apartar los ojos de los hermosos y túrgidos senos de las equilibristas, de sus formidables traseros, de sus fascinantes piernas...

Ya había decidido contratar a Tova y Lydia.

Aunque su número hubiese sido solamente regular, las habría contratado de todos modos.

La belleza de sus cuerpos era suficiente, y Sholto ya veía aplaudiendo a rabiar a los clientes de su club, tras la actuación de Tova y Lydia.

Sí.

Tendrían un éxito clamoroso.

El más sonado de los que artista alguno había obtenido en El Gallo Plateado, desde que éste abriera sus puertas por primera vez.

Sholto Arkin siguió deleitándose con la contemplación de las escalofriantes anatomías de la pareja de equilibristas.

Algunos minutos después, Tova y Lydia, daban por finalizado su número. Sus cuerpos, brillantes ahora de sudor, a causa del esfuerzo, aún resultaban más excitantes.

Sin ponerse los vestidos, miraron al propietario de El Gallo Plateado y le sonrieron como sólo ellas sabían hacerlo.

—¿Le ha gustado nuestro número., señor Arkin? —preguntó la rubia Tova.

—Muchísimo —respondió Sholto,

—¿Quiere eso decir que nos contrata? —preguntó la morena Lydia.

—Ahora misino.

—Qué alegría, señor Arkin —dijo Tova.

—Alegría la que me habéis dado vosotras a mí, preciosas.

—¿Cuándo empezaremos a trabajar? —preguntó Lydia.

—Debutaréis mañana por la noche, pero quiero veros aquí por la mañana. Tendré vuestro contrato dispuesto para la firma.

—Perfecto, señor Arkin —dijo Tova, recogiendo su vestido del suelo.

Lydia recogió también el suyo.

Se los pusieron, se despidieron de Sholto Arkin, y abandonaron el despacho.

* * *

Jed Kolster estaba esperando que Tova y Lydia salieran del despacho de Sholto Arkin.

Cuando las vio aparecer, caminó directamente hacia ellas, exhibiendo su mejor sonrisa.

—¿Qué, ha habido suerte, preciosa? —preguntó.

—Oh, sí. El señor Arkin nos ha contratado —informó Tova.

—Ya sabía yo que vuestro número le gustaría.

—Es usted muy amable, señor Kolster —sonrió embaucadoramente Lydia.

—¿Cuándo empezaréis a trabajar?

—Mañana.

—Magnífico. ¿Qué os parece si lo celebramos esta noche? —propuso Jed, que era un ligón de primera.

—¿Cómo, señor Kolster? —preguntó Tova, con un malicioso brillo en sus azuladas pupilas.

—Cuando cierre el club, puedo acercarme a... ¿En qué hotel os hospedáis?

—En el Ceres.

—¿Habitación?

—La doscientos diez.

—Bueno, pues cuando termine mi trabajo, tomaré un par de botellas de champaña y acudiré al hotel Ceres. Brindaremos por vuestro éxito en vuestra habitación. ¿Estáis de acuerdo, preciosas?

—Nos encantará, señor Kolster —respondió Lydia, prometiendo muchas cosas con los ojos, verdes y brillantes.

—No, nada de señor Kolster. Mi nombre es Jed, y quiero que me llaméis así.

—De acuerdo, Jed —sonrió Tova, prometiendo también bastante con su mirada.

—¿Qué os parece si llevo conmigo a Sholto Arkin? —sugirió Kolster.

—Excelente idea, Jed —respondió Lydia—, Así seremos dos parejas.

* * *

Jed Kolster entró en el despacho de Sholto Arkin, frotándose las manos jubilosamente.

¡Lo conseguí, Sholto!

El propietario de El Gallo Plateado, que de nuevo había vuelto a ocuparse de las facturas que tenía sobre la mesa, levantó la cabeza y miró a su hombre de confianza.

¿Qué es lo que has conseguido, Jed?

¡Ligarme a esas dos preciosidades!

—¿Te refieres a Tova y Lydia?

—¡Naturalmente!

Sholto Arkin sonrió.

—Enhorabuena, Jed.

—Los dos estamos de enhorabuena, Sholto.

—¿Los dos...?

—Sí, porque nos esperan a ti y a mí en la habitación doscientos diez del hotel Ceres. Tomaremos unas copas de champaña, y luego...

—Lo siento, Jed, pero yo no voy a poder ir.

¿Qué...?

—Tengo un compromiso, Jed.

—¡Pues anúlalo, diablo!

—No es posible.

Jed Kolster se agarró la cabeza.

—Oh, Sholto, no puedes hacerme esto... Tova y Lydia nos esperan a los dos, y si me presento yo solo, se van al llevar una tremenda desilusión.

—Te repito que lo siento, Jed, pero no puedo variar mis planes.

—¿Y qué hago yo, ahora?

—Presentarte solo, acabas de decirlo.

—No me atrevo, Sholto.

—¿Por qué? Sólo son dos mujeres, Jed.

—Pero valen por seis.

—Tómate un par de píldoras vitamínicas, antes de acudir a su habitación.

—Tendría que tomarme el frasco entero —rezongó Kolster.

—Podrás con las dos, ya lo verás —sonrió Arkin.

—Sholto...

—No insistas, Jed, te lo ruego.

Kolster suspiró.

—De acuerdo, iré solo. Pero, si mañana no me ves aparecer por el club, no te extrañes demasiado.

Sholto Arkin rió, mientras Jed Kolster abandonaba su despacho.

* * *

Cuando El Gallo Plateado cerró sus puertas, Jed Kolster salió del club por la puerta de atrás y se encaminó hacia el hotel Ceres, no muy distante de donde se alzaba el local de diversión.

Jed llevaba una botella de champaña debajo de cada brazo, y caminaba con el gesto un tanto preocupado.

No era la primera vez que iba a pasar la noche con dos mujeres, pero sí con dos mujeres tan irresistibles como aquéllas, y temía que le dejasen hecho polvo.

De haber sabido lo que realmente le esperaba en la habitación doscientos diez del hotel Ceres, la preocupación de Jed Kolster se hubiese convertido en auténtico pánico, en puro terror, y con toda seguridad habría dejado caer al suelo las botellas de champaña y hubiese echado a correr.