EPILOGO
El aparato que servía para trasladar a los seres de Alcor fue desintegrado por Sholto Arkin, siguiendo las instrucciones del comisario jefe Truslow, quien temía que el ingenio electrónico pudiera repararles alguna desagradable sorpresa.
El resto de las pertenencias de las falsas mujeres terrestres fueron llevadas a la comisaría, momentáneamente, pues al día siguiente serían trasladadas al laboratorio científico de Siderius City, para su estudio, así como buscada la pequeña nave en la que viajaran los dos seres de Alcor.
Sholto Arkin y Yelena Dalzell se despidieron del comisario-jefe Truslow, quien agradeció, muy efusivamente, la colaboración de ambos, y regresaron al club, realmente agotados por la tensión a que habían estado sometidos en las últimas horas, pero muy satisfechos por haber logrado desbaratar los planes de los horrorosos seres de aquel lejano planeta llamado Alcor.
Dicho agotamiento, sin embargo, no fue obstáculo para que, una vez metidos en la cama, Sholto y Yelena empezasen a acariciarse mutuamente, a darse tiernos y cálidos besos, hasta acabar haciendo el amor con mucha pasión.
Después, relajados ya sus cuerpos desnudos, la piel brillante todavía de sudor. Sholto miró a los ojos a Yelena y dijo:
—Creo que ha llegado el momento.
—¿De qué? —preguntó ella, acariciándole el pelo.
—De hablar de matrimonio.
—¡Sholto!
Arkin le dio un dulce beso en cada seno y luego preguntó:
—¿Quieres casarte conmigo. Yelena?
—¡Sí, ya lo creo que quiero! —respondió ella, radiante de felicidad.
Sholto le dio otro beso.
Esta vez, en los labios.
Muy largo y apretado.
F I N