CAPÍTULO PRIMERO
ANGELA FORREST tuvo un estremecimiento de temor. Había deseado que David Newman se enfrentara con los hombres a quienes había defraudado, pero ahora que su deseo se estaba realizando, se sentía contrariada con la violencia latente en el ambiente. Estaban avanzando sobre él como si lo quisieran ahogar. La cólera se había convertido en algo físico, palpable.
Entonces Theo Henderson tomó la iniciativa. Con la dura y cortante competencia que ella le conocía tan bien, dijo.
—¡Señores! Basta, por favor...
—La audacia...
—David Newman —dijo Theo. La sola mención del nombre, pronunciado de esa manera, tuvo el efecto de silenciar a los otros—. David Newman —repitió Theo—, en persona y disfrazado.
Newman tiro de su barba.
—Es verdadera, se lo aseguro. Muy poco original, lo admito, pero tanto más efectiva por esa misma razón. O así… —miró a Angela— lo pensé.
—A juzgar por su dramática entrada —dijo Theo— no ha perdido usted su afición al teatro.
Su tono, casi fuera de lugar por lo tranquilo, resultó insoportable para Roy Morgan que estaba saltando de rabia contenida, y ahora ya no podía reprimirla.
—¡Maldito tramposo...! ¡Maldito estafador. ¿Qué esta haciendo aquí? ¡No hay más que un lugar para usted! Voy a telefonear a la policía.
—Un minuto, Roy —David Newman había adoptado el tono de Theo. Estaba pálido e indignado cuando le habían gritado las primeras acusaciones, pero ahora estaba nuevamente en el control de si mismo. Se volvió hacia Jackson Hibbert—. Hola, Jack. Presumo qué no ha olvidado sus leyes. Ha oído las imputaciones de Roy. Me ha llamado' "Maldito tramposo" y "Maldito estafador" Suponiendo que vaya a un juicio y sea absuelto… podría demandarlo por difamación?
Hibbert resopló con sus gordas mejillas y, con su mejor voz, dijo:
—Bajo la denominación técnica de calumnias e injurias, más bien que difamación, procedería... y con éxito, diría yo.
—Miss Forrest, ¿tendría usted un anotador y un lápiz? Me gustaría que tomase nota de lo que dijo Mr. Morgan.
David estaba tratando de devolverle la pelota a ella, y a todos. Angela miró con desesperación a Theo. Seguramente que él comprendería... ¿y sería capaz de dominar la situación?
Pero fue Hibbert quien habló, más aplomado y decisivamente que antes:
—Hablando como abogado, diría que su condena es igualmente procedente.
David se encogió de hombros.
—Siempre he pensado que los abogados no son más que pesimistas entrenados. Se les paga para que miren el peor aspecto de todas las cosas.
Mrs. Kingsley rompió en ese momento, el silencio en que se había mantenido:
—Theo, sé que este asunto concierne a todos ustedes más que a mí, pero estoy de acuerdo con Roy... Debería llamar a la policía.
—Y pensar que en este momento decidía que usted me gustaba —dijo Newman. Hablaba suavemente. Pero él no sabía, pensó Angela con alguna satisfacción, cuán poco impresionable era Margaret Kingsley. En un mundo de competencia, consideraba a los hombres como sus rivales en los negocios, más bien que como contrincantes sexuales.
—Mrs. Kingsley —dijo Roger Schofield—, permítaseme señalar que esto le concierne tanto a usted como a los otros... tal vez más, en realidad.
—¿Sí...?
Schofield tenía la cualidad de un bulldog... de un suave y persistente bulldog, si existiera algo así. Asintió con la cabeza reflexivamente, y habló como si estuviera pensando en alta voz.
—David nos ha dicho, a Miss Forrest y a mí, que es inocente. Ahora, aparte de usted, la junta del directorio de Hendersley Supplies, es la misma que la de Metcliffe Distributors, de manera que si es inocente, parecería que el "maldito estafador" está aún en el directorio.
Esto hizo estallar nuevamente a Roy Morgan.
—¡No hable sandeces! La prueba contra Newman fue concluyente.
Theo Henderson estudió a Schofield levantando la ceja derecha belicosamente.
—¿Puedo saber cuál es su interés en este asunto?
—Soy director de una empresa llamada Futuristic Printers and Publishers Ltd, en la cual Mr. Newman... o Edward Bromley, como yo lo conocí... es dueño de gran parte del capital. También es un director colega. Todo el futuro de mi firma, por ende, tanto como la de ustedes; está vinculada a la cuestión de si Mr. Newman es culpable o inocente.
Todavía estaban agrupados desordenadamente en la habitación, como inseguros de sus actitudes. David Newman estaba flanqueado por Roger Schofield, listo para defenderlo contra el amenazante grupo de los otros hombres... o tal vez para atacarlos. Angela, de pronto, sintió que había quedado afuera. Había comenzado algo que podría tomar una dirección que no había previsto; y era demasiado tarde para detenerlo ahora.
De pronto, David se movió. Cruzó la habitación, pasó rozando a Roy Morgan. Hubo un segundo en que Morgan podía haber saltado sobre él; luego Newman pasó de largo y enfrentó a su hermano Colin.
—Lamento haber caído sobre ti de esta manera, pero fui traído por Miss Forrest... a punta de pistola —se volvió hacia Angela—. ¿Supongo que tiene una pistola?
—Mr. Newman, no tenemos mucho tiempo —dijo Angela con sequedad.
David le sonrió, por un breve e insultante momento; luego se volvió hacia su hermano.
—Bien, Colin... ¿estás contento de verme?
Hubo una pausa. Angela sintió que mucho pendía de la respuesta de Colin Newman. Por último, éste replicó:
—No... no puedo, en verdad, decirlo.
—Me gustaría que dijeras la verdad, sí o no. Es muy importante para mí.
Colin no lo miró a los ojos.
—No puedo decirlo...
—Bien, si no lo puedes decir, es casi un alivio tan grande como si hubieras dicho que sí.
—Me alegro de que estés tan bien —continuó Colin.
—Eso también es algo —David Newman inspiró profundamente—. ¿Cómo está mamá?
—Estará muy contenta de saber que has vuelto.
—¿Estás seguro de eso?
—Sí.
—Es bueno oírlo.
Stanley Littlefield alargó su mano.
—Qué interesante es volver a verlo, David.
Angela reprimió un impulso de golpear y apartar la mano de Littlefield. Vio la sorpresa momentánea en la cara de David Newman, y la prevención con que estrechó su mano.
—Gracias, Stanley. Pero… —su barba oscura se adelantó en sardónica acusación—. Usted siempre elige cuidadosamente las palabras. Usted dijo interesante, no agradable... —cuando sus manos se separaron palpó el género de la solapa de Littlefield—. ¡Bien qué buen género! De Taylor & Marlowe, si aún puedo juzgar. Apostaría que hay una pieza en el depósito a la que le faltan tres metros y medio
Stanley Littlefield se erizó. Su pomposa y arcaica sensibilidad ultrajada, parecía invocar palabras como "mequetrefe" y "grosero".
—Siempre el mismo bromista..
La puerta se abrió. Angela había estado esperando este momento. Ahora que había sucedido, sintió que el estómago le daba un vuelco, como si fuera ella la que había de ser golpeada, la que había de sentir el dolor. Pero él se lo había buscado. Y no había necesidad de ser escrupulosa. Todo tendría que ser aclarado y terminado antes de que él se fuera: de otra manera, seguramente, no hubiera ido a la reunión.
Mrs. Henderson traía una jarra de hielo, y la puso en el bar, en un rincón.
David Newman miró con incredulidad
—¡Buen Dios! Joan... ¿qué estás haciendo aquí?
Al principio. ella no pudo creer lo que oía. Luego, casi corrió hacía él, pero se contuvo.
—¡David! ¡Oh, David... ! Eres realmente tú —extendió ambas manos en un impulso, y él se las tomó—. ¡Es maravilloso volver a verte!
—No has cambiado nada. Estás como te recordaba... ¡y tan hermosa como siempre!
Se estaba inclinando para besarla, cuando Theo dijo:
—Despacio, Newman. Joan y yo estamos casados.
David Newman rió breve y escépticamente. Luego vio la verdad en el rostro de Joan, y la risa se tornó en furia.
—¡Usted, sucio cerdo! ¡De manera que era usted! No era suficiente mantenerme fuera del país bajo una acusación falsa, sino que también tenía que robarme mi esposa. ¡Era usted: tiene que haber sido usted!
Theo Henderson se interpuso entre su esposa y Newman. Habló en la forma en que Angela lo había oído hablar por teléfono en determinadas ocasiones, cuando se había propuesto poner en línea a un abastecedor remiso. Sólo que esta vez había una máquina personal. Debía haber estado almacenada durante mucho tiempo, esperando ser libertada. Para todos ellos debió ser así... la acumulación de resentimiento contra David Newman, yacente allí durante años, esperando su improbable pero ansiado regreso.
—Tiene usted audacia —dijo Theo con furia—, regresar después de seis años, y creyendo encontrar todo tal cual lo dejó. Sinceramente, ¿esperaba que Joan pasara la vida llorando sin recibir una palabra suya, sin tener siquiera un indicio de que usted aún estaba vivo? ¡Mi Dios...!, ¡qué... qué descaro!
Los dos hombres se miraron durante un largo minuto. Entonces David Newman dijo:
—Miss Forrest, ¿por qué no me lo dijo?
—Supongo —respondió Angela— que no tenía razón para sentir pena por usted.
—Contésteme esto, entonces —no la miraba a ella, sino a Joan Henderson, que una vez había sido Joan Newman—. ¿Diría usted que mi... que Mrs. Henderson es hermosa?
—David —protestó Joan—, ¿tienes que... ?
—¿Piensa usted que es tan hermosa —continuó sin remordimiento— que cualquier hombre que la deseara, llegaría hasta cometer un desfalco, culpando a su marido para obtenerla?
—No imagina usted que puede... —gruñó Theo.
—Ese es un cargo muy serio, Newman —dijo Jackson Hibbert, con afectación.
—¡Al demonio con ello! —estalló Newman—. ¿Qué creen ustedes que es el cargo que me hacen?
—Pero, ¿por qué no me escribiste, David? Respondí a tu carta... tu única carta... como me dijiste. Luego... ni una palabra durante seis años. ¿Por qué? ¿Por qué no volviste a escribir o me hiciste saber qué estabas haciendo? —dijo Joan Henderson.
David Newman no respondió. Su silencio era, en cierta forma, una acusación.
—¿No recibiste mi carta? —persistió ella.
La cara de él estaba ensombrecida de recuerdos.