CAPÍTULO II
SU AGENTE en Zürich le había ofrecido un gran almuerzo. Todos los almuerzos en Zürich eran grandes, pero éste lo había sido en demasía. La costumbre suiza de quitar el plato sucio, reemplazándolo por uno limpio, sirviendo por segunda vez una porción tan abundante como la primera, es muy generosa y hospitalaria, pero no muy agradable en un día caluroso.
Sin embargo, se consideraba cortés el tener buen apetito. Entre el intercambio de cortesías, se habían alcanzado algunas buenas decisiones. Cuando David tropezaba en las calles empedradas que iban hacia el camino principal, que bajaba empinadamente hasta su hotel, sintió que había finalizado un buen día de trabajo. Le había tomado menos tiempo del que creía. Si encontraba un avión que lo llevara a Londres antes, cambiaria el pasaje.
La comida y el vino provocaron un estado de ánimo cambiante y agradable. Se sentía una mitad en Zürich y la otra entregada a un ingenuo ensueño. Ya estaba, en imaginación, llamando a Londres, oyendo la voz de Joan y percibiendo el placer que le provocaría cuando le dijera que llegaría al atardecer, en lugar de hacerlo en la madrugada de mañana. Conocía todas sus inflexiones. Sabía cómo sería su voz y la expresión de su cara cuando entrara en el departamento.
Hasta podría esperarlo en el aeropuerto.
Joan tenía razón. Había cosas en el mundo mas importantes que los negocios.
Silbaba cuando entró en el hotel. Cuando recogió su llave, le entregaron también un telegrama que estaba en la casilla.
David lo abrió y dejó de silbar.
El telegrama decía: "SERIO DESFALCO DESCUBIERTO EN LA FIRMA PUNTO IMPOSIBLE CREERLO PERO LAS INVESTIGACIONES TE ACUSAN PUNTO ACONSEJO LEAS PERIÓDICOS ANTES DE REGRESAR PUNTO COLIN."
Lo releyó tres veces. Cada vez parecía más absurdo. Había estado aquí sólo días: ¿Qué podía haber sucedido durante su ausencia?
Comenzó por subir a su habitación, poniendo, sin mirar, un pie delante del otro. Luego volvió a bajar.
El hombrecito que estaba en el escritorio lo miró con curiosidad.
—¿Tiene usted algún periódico inglés de la fecha? —preguntó David.
—Lo lamento, señor. Se han vendido todos. Pero en la vereda de enfrente hay un kiosco, cruzando y bajando un poco la colina.
David salió, quedaban dos diarios ingleses en el kiosco. Uno tenía un título pequeño, no muy comprometedor al pie de la primera página, el otro había todo una noticia de la historia. Había sido llamada la División de Defraudaciones para investigar la trasferencia ilegal de los beneficios de Metcliffe Distributors a una cuenta privada en Suiza. Todos los directores de la firma fueron interrogados. con excepción de David Newman, que estaba temporariamente ausente del país. La investigación condujo a las autoridades a emitir la orden de arresto contra Newman.
David volvió con lentitud al hotel. Estaba aturdido. Era demasiado fantástico para poder entenderlo. En pocos momentos más, despertaría y sabría que era un sueño odiosamente vívido, pero sin ningún sentido; que el día en realidad no había comenzado, y que pronto se encontraría con Frisch y discutirían los problemas de la oficina.
Frisch. Debía ponerse en contacto con Frisch y pedirle un consejo. Luego tendría que volver a Inglaterra lo más pronto posible para aclarar este asunto. Se dirigió a la casilla telefónica del hotel, en el foyer.
Frisch estaba en la oficina. Por el tono de la voz en el receptor, David advirtió al punto que también había leído las noticias.
—Hay una absurda noticia en los diarios que se refiere a mí ¿La ha leído? —inquirió David.
—Si, Mr. Newman. Ha sido un gran golpe para mí.
—Ha sido un gran golpe para mí —aseguro David—. Regreso en seguida para ver de qué se trata —esperó. En el otro extremo de la línea telefónica se produjo un silencio expectante Entonces dijo—: ¿Por supuesto. usted no lo cree?
—No sé qué creer. Mr. Newman.
—Pero Frisch, después de tanto tiempo de trabajar juntos... quiere decir que no puede leer una fantástica historia en el diario, y...
—No se trata del diario, Mr. Newman —dijo Frisch, a su pesar—. He recibido un llamado de Londres. De Metcliffe. Parece que no hay dudas de quien es, y... —titubeó.
—¿Bien... ? —espetó David—. ¿Qué más tiene usted que decir?
—Mr. Newman, hemos trabajado bien juntos. No comprendo esto. No lo comprendo de ninguna manera. Pero le diré... No debería, pero se lo diré. Ya la policía de Zürich me ha pedido la dirección de su hotel. Naturalmente, se la di. Si usted quiere marcharse, es mejor que lo haga ahora mismo.
—Pero...
En el otro extremo se colgó el receptor. Frisch, seguramente, sentía que había dicho demasiado.
El primer impulso de David fue hacer un indignado llamado a Londres. Pero para el momento en que lo hubiera hecho, la policía estaría aquí.
Muy bien, que vengan... No tenía nada que ocultar, nada de qué avergonzarse. Sólo podrían hacerle preguntas. No era probable que hubieran buscado los poderes de extradición en esta etapa... ni tampoco que les fueran acordados. ¿Concederían los países, la extradición de los defraudadores, a pedido de los otros gobiernos? Tal vez lo hicieran los suizos quienes eran meticulosamente cuidadosos en todas las cuestiones de dinero.
En todo caso, él no era un defraudador.
La cabeza de David le daba vueltas aún, llevado por los sucesivos ímpetus en conflicto, de esta pesadilla.
Dejemos que llegue la policía. No hay necesidad de alborotar. No hay que hablar de extradición. Se proponía volver a Londres voluntariamente. En realidad, no podía llegar todo lo rápido que quería. Pronto averiguaría de qué se trataba.
¿Qué encontraría?
Esta vez, David subió a su habitación. Comenzó a empacar. A medida que doblaba las camisas y las ponía en la valija, el asunto comenzó a darle vueltas en la cabeza, con insistencia.
Con las cifras ante sus ojos, y los directores asociados juntos para desmenuzarlas, ¿qué encontrarían?
Descompuesto, David empezó a ver con claridad lo que descubriría.
Cerró la valija de golpe. Podía volver a Inglaterra, sabiéndose inocente, pero sabía que algún otro tenía que ser el culpable. Alguien que siempre parecía necesitar dinero para satisfacer lo que le exigían; alguien que ya había escapado apenas a la inculpación de deshonestidad financiera; alguien que, si ahora fuera desenmascarado, quebrantaría el corazón de su madre.
Alguien que le había enviado ese telegrama de aviso...
La historia se repetía. Colin debía haberse asustado cuando la amenaza de la investigación, y podría confeccionar los registros de manera que la culpa recayera en su hermano. David siempre había insistido en estar al tanto de todos los aspectos del negocio... todos lo sabían, y ahora le atribuirían motivo. Colin había arreglado muchas cosas; y Colin, ya fuera por vergüenza, o como parte de su plan, había enviado entonces el telegrama para mantenerlo alejado.
Como parte del plan, eso era lo más probable. pensó David con desesperación. Era obvio que Colin deseaba que él permaneciera ausente. Si volvía a Londres, podría llegar a la raíz del asunto, y eso no le convenía a Colin.
David terminó su equipaje, y bajó. Pagó la cuenta, e hizo que le bajaran la valija. A los diez minutos estaba en camino al aeropuerto.
Durante todo el trayecto estuvo torturado por la duda. Toda su naturaleza le exigía volver a Londres, y luchar. Pero, estaba convencido de que era Colin quien estaba detrás de esto, de que sólo podía ser Colin...
En el aeropuerto, tenía que tomar una decisión. Su pasaje era para un vuelo de la noche, tarde. Trataría de cambiarlo para un vuelo anterior; esperar aquí hasta que el avión partiera; o seguir el juego de Colin, y desaparecer.
Su madre lo soportaría. En cambio, si se estableciera la culpabilidad de Colin, sería inflexible y no perdonaría. Pero sería el fin de ella. Su hijo mayor, la imagen de su padre, aún era el único que contaba en su vida. Ya había sufrido mucho por su causa; no podría pasar por todo ello nuevamente.
David pasó al gran mostrador con sus subdivisiones donde estaban las muchachas vestidas de azul; dispuestas a ayudar a la gente para ser trasportadas al otro lado del mundo, o sólo cruzar las montañas hacia el otro valle.
Pudo conseguir reservar un pasaje para Holanda, y al promediar la noche llegaba a Schiphol.
Le había escrito en forma escueta a Joan desde Zürich, para decirle únicamente que era inocente, que permanecería algunos días con un amigo en quien podía confiar, y que volvería a escribirle cuando resolviera qué hacer con respecto a los increíbles cargos que se habían formulado contra él.
Harry Beckett era uno de esos antiguos amigos que uno no ve con frecuencia, pero que siempre, de alguna manera están allí. Una separación de un par de años no hace diferencia alguna: pueden intercambiarse una o dos cartas, puede haber una larga grieta, pero cuando se encuentran de nuevo, la amistad es tan estrecha como siempre. David se dirigió desde el aeropuerto a la pequeña aldea en las afueras de Alkmaar, sin temor alguno de no ser bien recibido ni dio una traición final.
Harry no había visto ningún diario inglés desde hacía tres o cuatro meses. Era aficionado a la pintura, con una gran renta privada, y se había establecido en Holanda años atrás, hundiéndose en lo que admitía, con felicidad, era un cómodo estado de pereza. Amaba el país y a sus pintores, sin siquiera imaginar en llegar nunca ni a la décima parte de lo que ellos habían sido. Era un experto, y no se jactaba de ello. La vida era agradable y no veía razón alguna para tomarla con demasiada formalidad. Era una persona sedante para estar con ella por poco tiempo. En este momento, David necesitaba alguien sedante
—Es totalmente monstruoso —dijo Harry cuando le relató toda la historia, o por lo menos, todo lo que David sabía—. No sé por qué no regresas en seguida y les acomodas un puntapié en el trasero. Ha resultado ser un espléndido lote de colegas, si sacan esas conclusiones con tan pocas evidencias.
—La evidencia debe ser bastante concluyente —dijo David—, si han llegada a pedir una orden de arresto contra mí.
—Tú podrías aniquilarlos.
—Estoy seguro que sí, pero ya te he dicho lo que significaría para mamá, de manera que no sé qué hacer.
—Eres testarudo, ¿no es cierto? —dijo Harry—. Tú tienes tus creencias y tu código de honor, o como quiera que lo llames, tan bien organizado como cualquier embarque... ¡Oh!, ésa es una metáfora que no es muy apropiada. Ello me recuerda... Has oído hablar del hombre que...
Harry era un conversador inconexo. David se alegró de ello. Cada vez que las cosas amenazaban ponerse demasiado serias, Harry podía fácilmente ser puesto de lado y, en verdad, la mayoría de las veces él se hacía a un lado.
Los vientos que venían del mar, soplaron en la pequeña casa. Las agujas y las torres de las iglesias en la planicie, se destacaban en el aire traslúcido. El panorama estaba lleno de austeridad y al mismo tiempo tenía esa plácida calidez que sumergía al visitante en un nuevo patrón de vida. Los días tenían un ritmo lento. Si alguien permanecía aquí demasiado tiempo, no se iría nunca más.
David estaba inquieto. Tenía que irse. No era un criminal en un escondite. No tenia la intención de continuar aquí para siempre. Pero aún estaba indeciso entre el deseo de volver a Inglaterra y la tentación de terminar con ellos, volverles la espalda, y desaparecer para siempre.
La escribió a Joan. Los periódicos no daban la historia completa de lo que había sucedido. Tenían que ser cuidadosos, asegurando que no fuera condenado antes de ser juzgado y, desde luego, la relevante evidencia no estaría a su alcance hasta que el juicio se llevara a cabo, David quería saber cómo se había descubierto el desfalco y qué pasos se habían tomado. Quería saber también cómo fue posible inculparlo a él, dado que era inocente. Dijo esto tres veces durante el trascurso de la carta, pero sin acusar a nadie. Si le dijera a Joan lo que pensaba, ella no descansaría hasta condenara Colin. No tendría ninguno de sus escrúpulos y dudas: Colin le desagradaba y lo abatiría sin consideración.
Después de echar la carta al correo, se preguntó si no —debía haber sugerido a Joan que viniera a reunirse con él. Podían comenzar de nuevo. Volverían la espalda a la gente que creyó tan rápidamente que él era un ladrón, y partirían hacia un mundo nuevo, en alguna otra parte. Olvidarían a Colin, olvidarían a Metcliffe, olvidarían el sabor desagradable que todo este maldito asunto había dejado en sus bocas.
Le pidió a Joan que le enviara su respuesta al correo local. Si aquí llegaba a plantearse algún problema, no quería implicar a Harry, aunque sabía bien cuán filosóficamente tomaría su amigo el asunto, y que era bien capaz de cuidarse.
En la mañana en que estaba esperando la respuesta, iba caminando a lo largo del muro del dique de irrigación, hacia la villa. El sol estaba fuerte y claro esa mañana. Pintaba brillantes colores en las paredes de las casas cercanas, y cabrilleaba deslumbrante a través de la estrecha cinta de agua. Arriba, un avión dejaba una suave estela de humo, plata ardiendo contra el vasto azul del cielo.
David se dirigió al sendero y luego hacia la calle principal. Dio vuelta por la esquina hacia la villa. El correo estaba un tanto alejado, en el otro extremo. Había dos policías frente al correo. Estaban de espaldas a él. David se detuvo, y se dirigió a la sombra de una casa, a la izquierda. Los policías se detienen a menudo en las esquinas. Podían tener algo que decirse, o algún mensaje oficial que trasmitir. Pero había algo en su actitud, como si estuvieran observando, que no le gustó. Miraban hacia el camino que entraba desde el otro extremo de la villa.
Ahora se daban vuelta.
David se metió en la puerta del primer negocio que encontró: Compró un kilo de manzanas, mirando a través de la ventana, en tanto ponían las frutas en una bolsa de papel. Los policías examinaban el camino solitario por el cual él había venido. Luego hablaron un momento. y entraron al correo, tal vez para no llamar demasiado la atención.
Había tardado mucho. Estaban sobre aviso. Cuando dejó el negocio, apuró el paso por una estrecha huerta bajo el amparo del muro del dique. Entonces volvió a la casa a recoger el equipaje. Había llegado el momento de partir. Ahora no había esperanza, ni confianza, ni seguridad, ni fe.