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Me sentía mareado todavía cuando Luis apareció ante mí, con su sonrisa pintada en aquel rostro pecoso y sus grandes ojos marrones fijos en los míos, tanto que creía enrojecer por momentos ante aquella mirada en la que se denotaba emoción y alegría.
Creo que cada vez que cierre los ojos la veré una y otra vez ante mí, expectante, sin articular palabra ni sonido alguno, tan sólo aquella sonrisa perfecta, de dientes blancos y bien alineados, seguro que por arte de alguna ortodoncia puesta años atrás.
La médica se había marchado y allí estábamos los dos, a solas, tan cerca el uno del otro que podía oler su perfume, un perfume fresco y suave, tan suave como su mano que cogía firmemente la mía, pero sin apretar y su aliento, ese olor a menta fresca. Todo un compendio de olores y fragancias que procedían de todas partes, que me embriagaban y me hacían sentir bien, como en casa, me hacía sentir tranquilo y seguro a su lado.
―¿Cómo estás? Hace días que duermes y extrañaba ver esos ojos verdes tuyos, tan brillantes y serenos… Tuve que dar permiso para que te operaran, siento haberme tomado esa osadía por mi parte, más sin ser familiar tuyo, pero o lo hacía o morías y lo siento, pero no podía dejarte marchar así, no ahora. No en ese estado.
Me costaba mucho trabajo articular palabra alguna, pero tras unos segundos de consciencia, conseguí hablarle:
―No pasa nada, Luis. No te preocupes por eso, supongo que yo también habría hecho lo mismo de haberme visto en la misma situación… ¡Muchas gracias! ―conseguí decir antes de que se apoderara de mí un ataque de tos.
Luis no me dejaba ni un segundo a solas, me acercaba el vaso de agua con una pajita a los labios para que bebiera un poco, me acomodaba la almohada e incluso me ayudaba a incorporarme un poco en la cama. Muy pocas veces me habían tratado con tanto cariño, con tanto cuidado y la verdad, me gustaba, me daba fuerzas para continuar, para superar el día a día pese a que, por dentro, mi corazón estuviera aún dolorido y fracturado en mil trozos que tardarían en cicatrizar, pero me hacía sentir muy bien. Me hacía sentirme de nuevo vivo, aunque esa sensación me durara poco tiempo, intentaba cobijarla en mi mente y alimentarla minuto a minuto, segundo a segundo con miguitas que recibía por de parte de Luis.
No fueron días fáciles, ni mucho menos, pero ahí estaba él para animarme, para leerme todas las noches y para darme los buenos días. Había noches que abría los ojos y lo veía ahí tan callado, tan paciente en ese sillón incómodo, postrado horas y horas, del que tan solo se levantaba para ir al baño o para estirar las piernas por la habitación. Estaba tan bello ahí sentado, con su rostro apoyado sobre el lado del respaldo y su mano cogida a la mía.
Se me saltaban las lágrimas.
Había visto tantas veces por televisión películas en las que ocurrían cosas así, pero nunca me había pasado a mí, a pesar de haberlo soñado tantas veces, pero ahí estaba él, tapado con una manta, dormido, sereno, sin pedirme nada a cambio, tan sólo ofreciéndome su tiempo, su cariño, todo, todo por alguien a quien no conoce, por alguien de quien no sabía apenas más que su nombre y algunos gustos de música, cine o literatura.
Esa mañana desperté de un sobresalto al entrar a una enfermera con la bandeja del desayuno.
Una vez dejada mi bandeja en el brazo extendido de la mesa apuntando hacia mí y ayudándome a incorporarme, le trae otra a Luis con unos bizcochos y galletas y un café con leche bien caliente.
―Oh, vaya… ¡Creo que hoy se va a tomar el desayuno frío! ―dice con su voz aterciopelada la chica. Bueno le dejo aquí la bandeja para que ahora desayune, si necesitas algo, nada más que nos avises, ¿vale?
―Sí, muchas gracias.
Segundos después entraba una médica. Me fijo bien en ella, es la misma del otro día. Se llama Alejandra, pero todo el mundo la conoce por Alex.
―De nada, ¡Que aproveche! ―nos dijo mientras salía por la puerta. Alex mientras tanto, me toma las constantes vitales.
―Por ahora todo está estable, tienes la tensión un poco baja, 5/8, pero no es nada de lo que preocuparse. En tu estado es algo muy normal. Ahora te voy a dejar que desayunes tranquilo. Llevas aquí casi una semana y apenas se ha movido de la habitación unos minutos. Debes estar muy contento por tenerlo contigo. A veces siento algo de envidia por no tener a alguien así junto a mí, pero no te preocupes, ¡tan sólo se trata de envidia sana! —decía mientras se iba, girando su cabeza hacia donde yo estaba y guiñándome con su ojo izquierdo y su sonrisa picarona dibujada en su cara.
Luis no apareció en toda la mañana y la enfermera se llevó la bandeja intacta y seriamente miraba hacia todos lados en su busca por la habitación, pero allí no había ni rastro de él. Yo también lo extrañaba, me sentía vacío y sólo sin él, sin sus caricias ni sus mimos, sin su mirada ni su olor del que ya apenas quedaba por la habitación salvo en la manta con la que se tapaba y que le pedí a la chica que me acercara antes de que se marchara. Y ahí estaba yo, en una triste habitación de hospital abrazando y oliendo fuertemente la manta, con los ojos cerrados recordándolo. Recordando cada resquicio de su cara, sus ojos, sus labios, el suave tacto de su piel… no entendía qué me estaba sucediendo, pero no me importaba, así quería estar todo el día. Esto me ayudaba a evadirme de mi cruda realidad, de mi actual situación y mi gran dependencia se acentuaba por momentos, hasta que los calmantes hacían acto de presencia y me dejaban aturdido y adormilado.
Desperté y la noche hacía acto de presencia en la ciudad. La habitación estaba oscura y silenciosa. Seguía estando solo y no se escuchaba nada excepto algunos pitidos procedentes de las máquinas ventiladoras que ayudaban a respirar a algunos pacientes de las habitaciones próximas y medían sus constantes vitales.
Son cerca de las tres de la madrugada y todo está muy tranquilo, silencioso, salvo por un goteo incesante procedente del baño que me crispa los nervios. Lo extraño de todo es que puedo moverme sin problema alguno, de manera grácil me incorporo sin dificultad de la cama, me pongo las zapatillas y muy lentamente, tanteando entre la oscuridad levemente iluminada por un haz de luz procedente de alguna farola cercana a la fachada del hospital y que entra a través de las rendijas de la persiana de aluminio de la ventana, me dirijo hacia el baño.
El pomo de la puerta está helado y cuesta girarlo para abrir la puerta. A través de ella, el baño permanece totalmente iluminado con una luz blanca y cegadora que se filtraba por todos los resquicios de la puerta. El frío me cala hasta los huesos. A pesar de estar en primavera, la temperatura dentro de la habitación ha descendido en picado unos cuantos grados pudiendo ver mi propio vaho al exhalar por la boca. Tras forcejear varias veces con el pomo frío como el hielo y duro como una roca, logro hacerlo voltear y con ello entornar la puerta. El goteo se hace ahora más audible, continuo y espeso, como escuchar caer gotas de aceite de una almazara.
La luz me ciega conforme la hendidura de la puerta se hace más grande y me abro paso entre la oscuridad de la habitación a la luz intensa del baño. Un olor nauseabundo se apodera de cada uno de mis sentidos y miles de arcadas me van y vienen a través de la garganta.
Conforme mis ojos se acostumbran a la luz, voy percibiendo más y más detalles del lugar en el que voy entrando.
Los azulejos blancos por la mañana, se han tornado de un tono gris moteados de pequeñas gotitas de color rojo intenso. El olor se hace más profundo conforme se mezcla con el oxígeno, orín y excrementos. No puedo evitar los deseos de vomitar y me aparto hacia la izquierda sin darme tiempo a más movimiento que el justo para agacharme.
Todo está recubierto de una fina película de sangre, un gran charco bajo la bañera de patas y una mano inerte colgando por ella de la que el dedo anular falta y de ahí viene el sonido del goteo. Gotas de sangre espesas y de color oscuro caen al suelo de forma regular.
Ahí se encuentra el cuerpo de David, demacrado y con su rostro agachado hacia el interior de la bañera. Me acerco lentamente sin dar crédito a lo que mis ojos están viendo. David había muerto hacía meses. La incertidumbre produce que mi mente vuele hacia derroteros sin sentido. Logro mirar el interior de la habitación a través de un pequeño trozo del cristal del lavabo que se aloja en su sitio sin manchar y desde el que veo la habitación por el rabillo del ojo. La mesita con su brazo plegado, mi cama descubierta y el pequeño sillón vacío al lado. Me giré de nuevo hacia el baño y cuál es mi sorpresa que David se ha incorporado. Su cabeza erguida, con los ojos bien abiertos, vertiendo lágrimas de sangre, miran incrédulo la mano y bocanadas de sangre aparecían por su boca al abrirla intentando pronunciar algo que me es ininteligible, tan sólo entiendo que pronuncia mi nombre o al menos eso es lo que me parece.
―Marcos… Marcos…
He despertado sobresaltado bañado en lágrimas y el rostro desencajado tras otra pesadilla, una más de tantas otras, pero ninguna tan real.
Frente a mí estaba la mirada asustada de Luis y muy posiblemente, quien me llamara sería él y no la pútrida imagen de David en el sueño.
―Llevo minutos intentando despertarte Marcos… Has tenido una pesadilla y no hacías más que nombrar que no podía ser, que no alguien estaba muerto, que ocurrió hace meses, que no podía ser… ¡Estabas histérico! Ha sido sólo una pesadilla tranquilízate e intenta respirar más pausadamente.
―Yo… yo… no sé qué decir Luis, ha sido tan real, tan real. Él estaba ahí en el baño, todo estaba lleno de sangre y el olor, ese olor nauseabundo, ¡Era todo tan real!
―Sí bueno, es que se salió la vía y has sangrado bastante, han tenido que ponerte otra en el otro brazo. Mira cómo lo has puesto todo. Alex se acaba de ir preocupada, vino en cuanto la avisé de que estabas sangrando, no había manera de parar la hemorragia, debes tener más cuidado. Alex te tiene mucho aprecio, pero se ha ido muy preocupada. Cualquiera que te hubiera visto en ese estado, podría haber pensado que te estás volviendo loco o que quieres acabar con tu vida. Es muy probable que mañana te traigan a algún psicólogo a visitarte. ¡Vamos no me extrañaría nada en absoluto! Así que tienes que tranquilizarte. ¡No consigues nada estando tan alterado! Ahora vendrán las enfermeras a cambiarte la cama, así que te voy a ayudar para que te asees un poco.
―¡Pero yo no estoy loco Luis! Tan sólo ha sido una pesadilla. Una más, pero esta vez, ha sido diferente, era tan real. Yo estaba en el baño de casa, todo estaba igual ¡créeme!
―Si yo te creo Marcos, siempre he creído en ti y en tu inocencia, a pesar de no saber si realmente lo eres o no… Sino mírame, aquí estoy cuidando de ti, de alguien a quien apenas conozco, pero en el que confío, no sé por qué, pero eres muy diferente a todo el mundo que he podido conocer en la cárcel. Quizá sea un sexto sentido, una premonición o una extraña sensación, pero así lo creo y en muy pocas ocasiones me he equivocado cuando he sentido algo parecido. Ahora relájate, estate tranquilo, Alex me ha dicho que vendría ahora mismo con un tranquilizante para que pudieras dormir un poco, así que vamos a asearte y después te recuestas de nuevo y descansas. Yo estoy aquí a tu lado. ¡No te preocupes por nada, yo estoy aquí! No pienso dejarte sólo.
Lentamente Luis ayuda a ponerse en pie a Marcos. Le pone sus zapatillas y agarrado a éste, van hacia el baño para cambiarse el pijama y darse un baño. Mientras tanto, las enfermeras entraban rápidamente por la puerta con un juego limpio de cama, no tardaron más que unos segundos en cambiar la cama ya que cuando vuelven a salir al dormitorio, una enfermera ya esperaba en la habitación con una jeringuilla en la mano. Su rostro levemente sudoroso por la agitación, mostraba realmente signos de preocupación.
Ya una vez recostado, la enfermera le inyecta a través de la vía el contenido frío de la jeringa y se marcha sin más, cruzándose a la altura de la puerta con la doctora Alex que llegaba con otra jeringa en sus manos.
―Marcos, nunca te he visto así tan alterado, tan asustado y a la vez tan desconcertado… ¡Has llegado a asustarme realmente! No me hubiera gustado haber estado viviendo tu sueño en persona. Ha debido de ser espeluznante… Bueno, Luis, gracias por tu ayuda. Veo que ya han venido las enfermeras a cambiarle las sábanas. Menos mal que hacen algo bien un día. Ahora Marcos, te voy a inyectar un tranquilizante para que puedas descansar un poco, ¿de acuerdo?
―Está bien, pero acaba de inyectarle algo ahora mismo la chica que salía por la puerta cuando usted entraba.
―Pero si yo no he dado orden alguna de que te pusieran nada. Quizá sea alguna medicación establecida por tu médico. No te preocupes, no creo que sea nada. De todos modos, me cercioraré de qué te han inyectado, ¿vale? Ahora sentirás que tu cuerpo se relaja y podrás dormir un poco.
Y así fue, en cuestión de minutos, Luis posaba su mirada sobre mí. Si pudiera leer el pensamiento, en ese momento me habría encantado saber en qué estaba pensando. Aunque seguramente creerá que estoy loco, aunque me dijera lo contrario.
No puedo dejarlo solo tanto tiempo, todo esto ha sido culpa mía. Seguro que se ha preocupado por no decirle que iba a casa a pegarme una ducha y a cambiarme de ropa. Tendría que habérselo comentado, pero es que estaba tan dormido, tan tranquilo, que no quería molestarlo.
Menos mal que he llegado a tiempo, sino sabe dios qué habría pasado si hubiera tardado unos minutos más en llegar. Se ha puesto perdido de sangre y no hace más que gritar.
Está muy asustado.
«…Pero ¿con qué o por qué? ¿Qué es lo que está soñando? ¡Cómo me gustaría poder estar ahí en su sueño y ayudarlo, hacerle ver que no está sólo, que puede contar conmigo! ¡Ay Dios mío, pero qué me está pasando!»
Estoy perdiendo la cabeza por un chico del que no sé nada. Y menos mal que Alex estaba de guardia, sino qué habría hecho, ¡a quién hubiera acudido! Si hubiera venido cualquier otra enfermera seguro que habría traído consigo a un psicólogo y quién sabe qué cosas más o dónde lo habrían llevado.
Míralo, ahí está desconcertado, mirándome a los ojos sin saber qué decir. No deja de repetir que todo era muy real, pero ¿qué?
«¡Ojalá me lo contara!»
Así podría hacer algo y no sentirme tan inútil, tan impotente… Pero no pienso agobiarlo, cuando él quiera contarme algo, lo hará, no pienso presionarlo con algo así. Es normal que esté muy dolido y que no confíe ahora mismo en nadie yo en su caso, quizá reaccionaría igual o puede que incluso mucho peor. Lo ha debido de pasar muy mal.
No quiero incomodarlo con mi mirada, pero al verlo desnudo, al sentir su piel pegada a la mía… ¡Dios mío, estoy perdiendo la cabeza! Menos mal que ya va surtiendo efecto el tranquilizante que le ha inyectado Alex y pueda dormir un poco. Espero que no vuelva a tener más pesadillas hoy. Ya por hoy está el cupo más que completo.
Alex volvió a entrar minutos más tarde y ya me encontró recostado adormilado en la cama limpia, envuelto de nuevo en la fragancia de jazmín y otro olor, un olor dulce, el perfume de Luis.
―¿Cómo sigues? Nadie sabe nada de lo que te han inyectado antes, he preguntado a las enfermeras de guardia, pero ninguna dice haber venido por aquí. Quizá han cambiado ya de turno. Así que relájate y no te preocupes por nada que estaremos cuidando de ti en todo momento, ¿de acuerdo? Nada malo va a pasarte estando aquí. Ahora intenta dormir un poco ¿vale?
―Alex, no quiero dormir…
―Tienes que descansar Marcos, aún estás convaleciente y no puedes permitirte el estar insomne de aquí para allá.
―Lo sé, pero ahora no puedo dormir, tengo que hablar con Luis. Debo contarle varias cosas. Él tiene que saberlo…
―Shhh… ¡Tranquilo! Tenemos mucho tiempo para hablar mañana… ahora calla y descansa. Duerme un poco ¿vale? ¡Hazme caso! Mañana hablamos todo lo que tú quieras. Yo no pienso moverme de aquí en ningún momento.
Luis le hizo una señal con la vista a Alex, la cual en seguida comprendió y se acercó al bote de suero e introdujo la aguja en un recodo de la vía.
Una vez inyectado todo el líquido transparente, puso el capuchón de nuevo a la jeringuilla y se la metió en el bolsillo de su rebeca.
Silenciosamente se marchó sin hacer ruido y yo, poco a poco, caía sumido en las manos de Morfeo sin soltar la mano de Luis.