23
El hospital a estas horas de la tarde suele estar tranquilo ya que la mayoría de los pacientes dormitan en sus camas y los familiares o están viendo la televisión en silencio o están en las salas de espera charlando con otros familiares a expensas de tener noticias de sus seres queridos que están en los distintos quirófanos.
El ascensor va parando en cada planta y Luis se impacienta por momentos. Tras unos minutos que ha tardado en llegar a la quinta planta se dirige una vez más hacia la habitación 504.
La puerta está entornada y asoma la cabeza por ella. Todo está en silencio y no ve a Marcos por ningún lado. Se asusta y empieza a pensar en multitud de cosa cuando escucha la cisterna.
Se abre la puerta del baño y por él aparece un ángel vestido con un pijama celeste varias tallas más que la que él usa.
―¡Dios Marcos, no me vuelvas a asustar de esta manera!
―Hola Luis. Pero yo no he hecho nada. Tenía que ir al baño y eso hice ―sonríe.
―Perdona, pero estoy algo nervioso. Venga que te ayudo a acostarte.
―Gracias Luis, pero tendría que ir duchándome. No me queda más remedio que volver. Ya vino antes el doctor dándome el alta y en nada tiene que estar aquí la guardia civil para devolverme a mi maravillosa celda.
―Lo sé y espero que esto termine pronto. Si quieres te ayudo a ducharte y de paso hablo contigo sobre algo serio que hace tiempo tuve que decirte y por cobardía o por miedo a que no quisieras volver a verme no lo hice. Todavía hoy estoy temeroso de que eso ocurra, pero no puedo ser egoísta y debo ser sincero contigo pese a lo que venga después.
―Luis… yo…
―No, Marcos no me interrumpas. No me lo pongas más difícil.
―Está bien, ¿puedes coger mi ropa del armario?
―¡Sí, claro!
Pocos minutos después, Marcos y Luis se miraban fijamente mientras el agua caliente salía por el mango de la ducha. Luis le ayuda a desprenderse de la chaqueta del pijama y sus dedos rozan su piel suavemente. Su corazón palpita cada vez más rápido y más fuerte. Sus miradas cada vez son más cómplices. Marcos se apoya en el lavabo y Luis le ayuda a quitarse el pantalón. Marcos le alza la cabeza serenamente sin apartar su mirada de la de Luis. Poco a poco sus labios iban acercándose hasta que por fin los dos sucumbieron y cayeron en las armas del amor, sellando sus labios en un dulce beso.
Sus manos acariciaban toda parte de piel que encontraban a su paso. Sus labios seguían unidos bebiendo del dulce sabor del amor hasta fundirse en un abrazo.
―Este es el último día que podemos estar así de juntos. No quiero volver Luis. Me parece mentira que esté pasando todo esto. No parece real.
―Lo sé Marcos, pero por desgracia no tenemos más remedio que soportarlo como podamos y ser fuertes. Ahora más que nunca. Ahora tenemos que darnos prisa. Tenemos poco tiempo y mucho que contarte. Yo tampoco quiero que regreses. Te he extrañado tanto que daría mi propia vida si con ello pudiera estar contigo para siempre. No te puedes hacer ni la menor idea de lo que siento por ti ―le acaricia la cara lentamente.
Tras esto vino un largo rato de incómodo silencio. Luis ayudó a ducharse a Marcos. Le enjuagó la cabeza y despacio le ayudó a vestirse con la ropa nueva que hace más de un mes le llevó Luis al hospital para el día en que saliera del hospital. Ese día que había llegado y que ahora deseaba tanto que no hubiera llegado. No quería apartarse de su lado.
No soportaba la idea de verlo de nuevo encerrado tras esas frías e inhóspitas cuatro paredes.
Una vez vestido y arreglado el pequeño macuto con su neceser y su ropa, se sentó en el sillón. Luis aparta de la cama la bolsa de viaje en la que están guardadas las pocas cosas de Marcos y se sienta en el filo de la cama frente a él. Le coge la mano y le cuenta todo lo que un día no se atrevió y que no quiere seguir callando ni un día más.
―Antes de contarte todo lo que te voy a contar, quiero dejar clara una cosa y es que todo lo que he hecho es y ha sido por y pensando en ti. Pero te quiero pedir una cosa. Quiero que cuando seas sincero conmigo y me digas a la cara todo lo que pase por tu mente en ese momento. No quiero que sufras ni mucho menos hacer sufrir. Bueno no pienso retrasar más esto, supongo que ya querrás saber de qué se trata…
Todo comenzó el día que te vi en el comedor, tu primer día. Lo recuerdo como si fuera ayer y lo veo tan claro cada vez que cierro los ojos que me parece mentira que hayan pasado ya cerca de tres meses. Te vi tan indefenso, tan diferente al resto de presos que he visto a lo largo de los cuatro años que llevo trabajando allí que me dio un vuelco el corazón. Tal y como me ocurriría después las veces que te viera o te tuviera cerca.
No sé si llegarás a creer en el amor a primera vista, pero fue algo sorprendente y a la vez inexplicable ya que nunca me había pasado algo así y mucho menos con tal intensidad.
Bueno la cuestión es que me preocupaba de tu bienestar y de tu cuidado.
Eras un chico muy poco hablador y para serte sincero, pasabas por desapercibido en el lugar. Por ello hablé para que te dieran el trabajo en la biblioteca y por tu buen comportamiento accedieron encantados. Supongo que les debo un favor por permitirme esa confianza y creer en mi palabra. Estaba pendiente de que no te ocurriera nada ya que he presenciado muchas peleas y bueno, he llegado a presenciar el resultado de varias agresiones sexuales en los baños y tú estuviste a punto de vivir una a no ser que llegué justo a tiempo para remediarlo, ¡gracias a Dios! Pero me asusté tanto al verte allí tirado sangrando que no sabía qué hacer. Rezaba a Dios para que no te apartara de mi lado, para que fueras fuerte y lucharas, para que me dieras tiempo a demostrar que eres inocente. No sé por qué, siempre he creído en mis presentimientos y uno de ellos fue que tú lo eres y por ello me tomé la osadía de acudir a un investigador de policía retirado pero que conocía por su trabajo pulcro y excelente. Sé que tenía que habértelo dicho, pero tú estabas grave y yo, no me atrevía… como te he dicho, tenía miedo que no quisieras volver a verme. Temía que todo lo que había hecho te sentara mal y te enfadaras conmigo.
Jorge había encontrado unas cuantas pruebas en tu casa y me las cedió para que entre los dos encontráramos indicios de algo que se le escapaba a la policía y en efecto, una de las cosas que se les escapó fue un diario escrito por el propio David Ruiz Molina, tu ex. El diario lo tengo en casa, en mi poder, y es realmente esclarecedor en muchos aspectos que tú ni te imaginas y el cual te pasaré una vez estés en la celda para que lo ojees y lo veas con tus propios ojos y veas que lo que te digo es cierto. Creo que a veces lo que vemos no es lo mismo que lo que queremos ver y lo que sentimos a veces no deberíamos de sentirlo. Con ello no quiero excusar a nadie ni a nada. Total, lo que pasó ya pasado está.
Tras varias charlas con Jorge yo ya sospechaba de todo el mundo, incluso llegué a desconfiar de Alex, pero con ayuda del diario, descubrimos que Alex no era otra que Alejandra Ruiz Molina,
―¿Entonces, Alex era la hermana de David?
―Sí, eso es.
―Cuando me enteré, quise preguntarle varias veces, pero no encontré el momento adecuado hasta después de una larga noche en la que se fue la luz en el hospital. Cosa que creo que fue intencionada y de hecho está comprobado porque Alex encontró a una chica en la Sala de Cuidados en la que estabas ingresado con una extraña inyección en la mano que no necesitabas. Forcejearon, pero consiguió escapar antes de que llegaran otras enfermeras a ayudarla, pero consiguió recuperar la inyección y la mandó analizar. De ahí supimos que te estaban envenenando y por ello habías caído tan rápido en coma, pero ¿no viste a alguien sospechoso cuando estabas aquí en la habitación y yo no estaba? ¿Alguna chica que no encajara con el resto del cuerpo de enfermeras? ¿O alguien conocido?
―No. Lo cierto es que no… casi siempre estaba bajo los efectos de las pastillas y si recuerdas bien, me pasaba casi todo el día dormido. No recuerdo nada la verdad.
―Bueno no te preocupes. Tampoco pienso agotarte ahora. Tenemos poco tiempo, pero el suficiente creo para pensar en posibles candidatos a querer envenenarte. Y si te das cuenta, ello nos hace corroborar que eres inocente y que hay alguien tras todo esto.
La misma noche que hubo el apagón, Alex fue hacia el despacho y lo descubrió todo patas arriba. Alguien se había colado en él y había buscado algo, pero aún no sabemos qué pudo ser y si Alex lo sabía, ya nunca lo sabremos. La cuestión es que cuando llegué esa noche al hospital y no me informaban acerca de tu estado, me impacienté tanto que no sabía a quién acudir así que subí al despacho de Alex y la encontré tan asustada que llegó a atacarme…
―¿Qué? Pero…
―No te preocupes, no fue nada, apenas unos rasguños. Esa noche, hablamos largo y tendido y ahí nos sinceramos todo lo que pudimos y hablamos de su hermano, de ti, de todo lo que estaba pasando… Pero entonces tú habías enfermado más y estabas en coma casi de la noche a la mañana y yo me sentí tan impotente, tan mal por no poder hacer nada por ti que empecé a pensar que yo tenía la culpa de todo. Que tendría que haber sido sincero contigo. Que no tendría que haberte ocultado nunca nada, porque si morías, si te perdía, siempre me quedaría el recuerdo de que te había mentido y eso dolía mucho más que lo que me podría haber dolido tu rechazo. No soportaba más la situación y tras varios intentos de ir a verte y no poder, me refugié en el alcohol. Ella me llamaba al igual que Jorge y uno de mis mejores amigos, pero no tenía ganas de hablar ni ver a nadie. Sólo quería estar solo y seguir bebiendo y compadecerme de mí mismo. De mi mala suerte. De lo poco que podía hacer. De lo poco para lo que sirvo. Hasta que una noche se presentó en casa Alejandra y me devolvió a la realidad. A una realidad sin ti a mi lado, sin fuerzas con las que continuar. Derrumbado por el hecho de que no sabía qué hacer con todo lo que siento por ti y lo poco que hacía a la vez. Fue la última noche que la vi con vida. Esa misma noche la encontraron muerta en la cocina, pero no estaba sola. En la cocina encontraron otro cuerpo más, el de una chica al que todavía no han identificado también muerta casi de la misma forma que Alex. De forma tan brutal y violenta que a no ser que estés acostumbrado a ver cosas así, te desmayarías en cuestión de segundos al presenciar tales escenas.
―Pero entonces, ¿ella sabía quién era yo?
―Sí y tal como me dijo. Ella también creía en tu inocencia. Pensaba que había alguien tras todo esto que intentaba culparte, pero no entendía por qué. Todo era y es muy confuso porque aún no tenemos todas las piezas unidas. Aunque me confesó que primero pensaba acercarse a ti e ir comprobando un poco sus teorías, pero fue comprobando que tú eres un buen chico y que no serías capaz de hacer algo así. Supongo que fue otra corazonada lo que la llevó a pensar eso. Aunque no me extraña porque yo también lo pensé —sonríe.
―Yo no llegué nunca a conocerla. Sólo hablé con ella un par de veces o tres por teléfono. Cuando ella y David discutieron yo intenté que se volvieran a ver y que solucionaran las cosas, pero David era muy cabezón y lo que decía iba a misa. Raras veces lo veías dar su brazo a torcer y aunque más de una vez se arrepentía de todo ello, se hacía el tipo duro y no dejaba que nadie se inmiscuyera en sus sentimientos. No le reconocí la voz… ¡Dios, estoy siempre en la parra! Pero no sabía apenas nada de ella, más que se habían venido a vivir a Granada tras vivir unos años con su familia en Barcelona y que aquí había encontrado trabajo y empezado una nueva vida lejos de todo y de todos.
―No te culpes. Tampoco creerías encontrarla aquí tan cerca de ti. La verdad que es toda una coincidencia que cosas así ocurran.
―Mi madre siempre decía que la vida da muchas vueltas y no sabemos lo que nos podemos encontrar por medio de una de esas vueltas.
―¡Ay las madres! ¡Qué razón tienen siempre!
―No podemos fiarnos. Deben de estar a punto de llegar y tengo que terminar de contarte lo más importante y hacerte un par de preguntas que pueden ser de lo más informativas si tengo razón en mis hipótesis. Puede ser que la pieza clave la tengamos frente a nosotros todo el tiempo y no la hayamos visto o no la hemos sabido mirar como debíamos mirarla. Esta mañana cuando me fui de aquí, fui en busca de Jorge para preguntarle sobre varios asuntos, pero alguien había entrado en su despacho y le había abierto el estómago. Cuando llegué estaba casi muerto, pero me dio unos documentos, todo lo referente a nuestra investigación conjunta. Poco después murió entre mis brazos. No olvidaré jamás su cara desencajada por el dolor y la incertidumbre. Aunque era un tipo listo y pese a que ya habían entrado otra vez en su despacho y se habían llevado algunas pruebas, guardaba copias de seguridad de todo y ahora las tengo en mi poder. Pero hay una cosa, Marcos, una tarde me dijiste que alguien había venido a verte aquí al hospital.
―Sí, mi amigo Juan, ¿por qué?
―Mm… ha llegado a venir alguien más a verte y que se sentara en el sillón en el que ahora tú estás sentado o ¿alguien que se haya acercado?
―De visitas solo he tenido esa. Luego por lo general han entrado las limpiadoras y las enfermeras. ¿Por qué? ¿Qué pasa?
―A ver no sé y no estoy seguro aún de ello Marcos, pero creo que a tu amigo Juan se le calló del bolsillo un paquete de tabaco. Marcos, por cierto, ¿sabrías el nombre completo de tu amigo Juan?
―Sí bueno… Siempre dijo que quería quitarse de fumar y de hecho a veces conseguía lograrlo un par de meses, pero luego siempre recaía y cada vez con más ansia. Nunca entendí qué le veía al tabaco. Pero sigo sin entender, ¿adónde quieres llegar con eso Luis? Y con respecto al nombre… pues sí, Juan Antonio Martínez Casal.
―Muchas gracias. Espero no equivocarme con esto sino sería una buena pérdida de tiempo.
―No hay de qué Luis. Soy yo el que tiene que agradecerte todo lo que haces por mí. Más cuando no me conoces y pese a ello confías en mí. Crees en mi inocencia.
―Pues a ver, yo cuando llegué aquí a la habitación y me empezaste a decir tan entusiasmado que habían venido a verte me resultó muy extraño ya que nadie sabe de tu paradero y más alguien de tu familia o de tus alrededores. Cuando un paciente enferma en la cárcel y tiene que ser ingresado se hace por medio del más riguroso cuidado y extremada vigilancia para que no ocurra nada peligroso ni para el enfermo ni para el resto de los pacientes del hospital. Ello me hizo pensar en cómo se habían enterado que estaba s tú aquí ingresado y aún sigo preguntándomelo, pero lo más importante no es eso, sino que dentro de la caja había algo que te resultará familiar.
Se mete la mano en el bolsillo derecho delantero del pantalón, saca su cartera, abre el apartado de las monedas y saca una pequeña bolsa de plástico transparente que deposita en la mano de Marcos.
―Ahora míralo, pero por favor, no lo saques de la bolsita. Es una de las pruebas más importantes que tenemos en nuestro poder a día de hoy y no podemos contaminarla. Puede ser crucial en el juicio.
―Pe…pero… esto es… el anillo… El anillo de David ―los ojos vidriosos se bañaron en lágrimas.
―Te pido perdón por mostrarte esto así y más de esta manera. Pero si me lo permites, ahora preferiría volver a guardarlo antes de que vaya a venir alguien y lo vea. Como comprenderás, no podemos fiarnos de nada ni de nadie y mucho menos ahora que ha habido dos muertes más tras la de David y no me gustaría que hubiera alguna más, más si puedo remediarlo o al menos, intentarlo al menos.
―¿Y qué pasará ahora conmigo? Si han querido matarme y, de hecho, han estado muy cerca de conseguirlo, ahora que volveré a estar encarcelado, correré más peligro aún. Si han sabido dónde estaba aquí, sabrán encontrarme allí eso si no lo han hecho ya.
―Por eso no tienes que preocuparte, de eso ya me he encargado yo y no creo que haya problema alguno. ¡Tú tranquilo!
Un chico joven de no más de treinta años llama a la puerta y la abre pocos segundos después comprobando el interior.
―Ah, ¡hola! Creí que me había equivocado de habitación. No recordaba las indicaciones y he estado de planta en planta buscándole.
―No se preocupe… Como ve, ya nos ha encontrado.
―Pues cuando esté usted preparado nos marchamos. Cuanto antes salgamos mejor. Debemos volver a la penitenciaría pronto.
―De acuerdo, pero ¿podría hablar con ustedes un segundo?
―Sí claro, ¿y usted es?
―Soy el agente Luis Martínez, el encargado de la custodia y del bienestar del paciente y preso.
―Sí ya hemos escuchado hablar de usted en comisaría. Por lo visto tiene muy buenos amigos y una buena reputación. Bueno, dígame ¿de qué es lo que quiere hablar?
―Me gustaría pedirles un favor, pero prefiero hablar fuera a poder ser.
Un policía y Luis salen al pasillo.
―Como saben, Marcos vuelve a la cárcel, pero por motivos de seguridad les rogaría poder acompañarles en su coche ―le dice Luis.
―Por eso no hay problema señor, puede usted venir con nosotros. De hecho, hay espacio más que suficiente. Pero creo que ese no es el favor que usted nos iba a pedir por lo que veo en su mirada.
―Es usted muy suspicaz. ¿Cómo se llama?
―Manuel, señor.
―Bien Manuel, ¿te importa que te tutee? A mí puedes llamarme Luis, ¡encantado!
―¡Es un placer!
Los ojos de Marcos van de uno a otro observando perplejo la escena. Nunca ha visto a Luis tan serio ni tan metido en su papel que lo ha dejado impresionado por su manera de proceder.
―Como bien has dicho, el favor no es ese sino el siguiente…
Uno de los guardias civiles entra a la habitación.
Marcos termina de meter en su macuto el neceser. Cierra la cremallera y salen juntos al pasillo del hospital.
Una llamada a la centralita ha alertado a la policía. El día parece no acabar.
Una nueva llamada alertando de un asesinato llega a la oficina.
Nacho se impacienta…
Disimula que ordena unos papeles de una carpeta cuando realmente lo que hace es escuchar todo cuanto puede acerca de la llamada.
Hoy en día y gracias a las nuevas tecnologías hay muchas mejoras en lo referente a las comunicaciones, de ello resulta que quedan constancia de todas las llamadas entrantes y quedan registradas en una base de datos a la que pueden acceder para verificar los datos o simplemente para tener pruebas de que esa llamada se ha realizado.
Las puertas del ascensor se cierran tras ellos.
Dentro, dos personas despuntan entre el resto de los ocupantes por su rostro serio y su uniforme azul marino, generalmente enfermeros o médicos, ya que utilizan uno de los ascensores de uso exclusivo para el personal del hospital con el fin de llamar la menor atención posible y facilitar la vuelta del preso, sano y salvo, de nuevo a la penitenciaría.
No sabe lo que ha podido hablar Luis con ellos, pero al menos puede agradecerles que no lo hayan esposado. De todos modos, él no piensa escapar ni ir a ningún sitio. Cree en su inocencia y lucha por ella, aunque todo esté en su contra.
Confía en Luis y en su investigación, pero ahora le queda lo más duro, encontrarse cara a cara con su abogado y demostrar su inocencia ante el tribunal.
De nada le vale pensar ahora en ello. Hay mucho más de lo que preocuparse. Ha habido dos muertes en poco tiempo. Dos muertes relacionadas implícitamente en el caso y que, pese a ser excluyentes, han dado su vida por él y por creer en él. Hacía tiempo que no mantenía tan cerca a David, no es añoranza exactamente lo que siente en este instante, sino dolor, tristeza, agobio por ver cómo todo se le escapa de las manos y no logra entender nada. No logra entender por qué lo mataron y por qué ahora han matado a su hermana y a un investigador privado, que, según palabras de Luis, era uno de los mejores en su rama.
Decenas de preguntas revolotean por su mente:
«¿Cómo puede alguien calcular un asesinato y causar tanto daño? ¿Quién está detrás de todo esto? ¿Cómo es posible que haya conseguido hacer todo esto sin llamar la atención de nadie?»
A la sala de Autopsias de la Morgue ha llegado otro cuerpo después de que hace unos días llegaran el cuerpo de dos mujeres con claros signos de violencia, entre ellos, el cuerpo sin identificar de una de las chicas ya que no llevaba consigo ningún documento.
―Madre mía, ¿otro más José? La cámara frigorífica está ya a rebosar. Como nos sigan llegando cuerpos no sé dónde los vamos a meter. No doy abasto últimamente para hacer más autopsias. Todo el personal está de vacaciones y tengo que hacerlo todo yo solo.
―Lo sé, pero los de la comisaría quieren que pongas especial atención a este cuerpo. Dicen que es muy importante. No me han dicho nada más. Solamente que lo encontraron desangrado con una serie de heridas a lo largo del abdomen posiblemente causadas por un cuchillo de grandes dimensiones.
El chico joven abre la cobertura del cadáver y entre los dos ponen cuidadosamente el cuerpo inmóvil sobre la mesa fría y limpia de acero.
―¡Está bien! Pero llevo aquí metido más de quince horas seguidas y necesito un descanso o mi cabeza me estallará.
―Vale. Si quieres te voy preparando todo el material. Esta noche promete que ser larga. Ya he comprobado los datos del fallecido, ahí en su muñeca te he puesto la pulsera con su identificación y el número de entrada. Si necesitas algo más te dejo esta bolsa en el mostrador al lado del ordenador, dentro están todos los documentos encontrados por la policía del cuerpo.
―Yo sabía que teníamos que presionarles. Ya tenemos el resultado de las autopsias de las chicas, bueno más bien de la segunda chica.
―¿Entonces ya sabes de quién se trata?
―En efecto Pedro. Acaban de llegar los resultados a la oficina y voy a dárselos al jefe en persona. Tenemos que darnos prisa y averiguar qué relación tienen todos estos asesinatos. Por lo pronto lo único que tenemos claro es que es posible que tengan el mismo móvil.
La comisaría está en plena revolución. Las últimas horas han sido decisivas y varios de los agentes no han vuelto ni a sus casas durante la noche. Entre ellos está Nacho que su mesa se ve cada vez más invadida por dosieres y papeles grapados de expedientes y nuevos casos de robos, violaciones y asesinatos.
No había presenciado antes nada igual pese a los quince años que lleva de servicio. Pero ahora más que nunca todo lo que sepa y escuche puede ser crucial para la investigación anexa de Luis y por ello se mantiene cerca de Pedro y Paco de los cuales desconfía en gran medida.
Se dirigen hacia el segundo piso por las escaleras en busca del despacho del Comisario a presentarle el documento que llevan en la mano.
Nacho no aparta su mirada de ellos hasta que desaparecen por el rellano del piso superior.
Le gustaría tanto poder escuchar lo que tienen que decirle, pero no puede ponerse a escuchar tras una puerta sería demasiado evidente y ello lo llevaría a revelarse y meterse en problemas.
―Buenas noches Señor Robles, ¿podemos pasar? Traemos algo que le alegrará la noche.
―¿Ah sí? Está bien, pues pasen y enséñenme qué es eso tan importante que me alegrará la noche pues no estoy de muy buen humor y ustedes me están quitando el poco tiempo que tengo. ¡Venga entrégueme eso!
―Sí, por supuesto, ¡tome!
El dossier marrón cambia de manos en cuestión de pocos segundos y el Comisario Robles aparta la mirada de los dos agentes parados frente a él, que inmóviles y apenas parpadeando, observan impasibles el rostro de éste.
―¿Pero qué mierda es esta? ―les grita tirando el dossier sobre su escritorio escapando varios folios de su lugar al contactar con la superficie abarrotada de folios, fotografías y cientos de bolígrafos y lápices bien afilados.
―Pues es la autopsia de la chica que encontraron junto a la doctora, señor —responde cautelosamente Pedro.
―¿Está usted seguro, agente? Les dije que tengo poco tiempo y no quiero gastarlo en bobadas, pero esto... ¡esto es una tomadura de pelo en toda regla!
―Pe.… pero...
―De peros nada agentes... Navarro y Fernández! ¿Desde cuándo una chica se llama Antonio José Huertas González?
―¡Váyanse ahora mismo antes de que pierda los estribos y los mande a pasar varios días sin sueldo! Y no vuelvan a no ser que sea algo realmente importante y no información sin contrastar como es el caso de esta. ¡Busquen la identidad de la verdadera chica y háganlo ahora mismo que para eso se les paga!... ¡Fuera de mi despacho! ¡Vamos!
―Sí señor, lo sentimos. No sé qué ha podido pasar...
―¡Les he dicho que fuera! ¿Acaso no entienden lo que significa la palabra «fuera»?
―¡Sí señor!
―¡Claro señor, disculpe!
Pedro y Paco salen del despacho mirándose en silencio el uno al otro con rostros tan blancos como el papel y la sensación de haber fracasado ante su jefe por culpa de no haber comprobado los resultados anteriormente por sí mismos.
―¡Gracias Pedro! Sin duda hemos resuelto uno de los mejores casos... ¿la chica era travesti no?
―¡Cállate Paco, ahora mismo no estoy para bromas!
―Ni yo para tus bobadas. Estoy harto de que vayas a tu conveniencia y egoísmo y no mires por más nadie que no seas tú y tu afán de ascender escalones ante el jefe. ¡Estoy harto de ti! A partir de ahora búscate a otro compañero, yo no quiero volver a saber más nada de ti a partir de este momento... Si ya lo decía yo... Hace tiempo que debí haber hecho lo que estoy haciendo ahora... ¡Adiós!
Luis baja por uno de los ascensores principales del hospital. Cerca, en el aparcamiento, su vehículo lo espera junto a otros tantos coches de familiares de otros pacientes.
Si sus cálculos no le fallan, en unos diez minutos aparecerá por la parte de atrás el coche de la guardia civil en cuyo interior va Marcos, asustado pero confiado en que nada malo le ocurrirá estando él cerca, ya que se lo prometió con su propia vida.
Saca su llavero del bolsillo derecho del pantalón vaquero.
Siente cientos de miradas hacia su persona, pero mirando de reojo hacia todos lados, pero no encuentra a nadie así que se monta en el coche y circula hacia la salida del parking.
Las calles están desiertas y apenas hay coches.
Está muy nervioso y espera que todo vaya bien y que lo que ha planeado salga como ha pensado. Nunca ha dudado de sus presentimientos y menos ahora llegados a este punto.
El patio trasero del hospital, solitario y silencioso, aparece ante los ojos cansados y asustados de Marcos levemente iluminado por unas viejas farolas que apenas dan luz suficiente para ver más allá de sus propios cuerpos.
Marcos lo observa todo detalladamente.
No espera encontrarse con nadie por allí pero siempre cabe la posibilidad de que hayan adivinado los planes de Luis y aunque va respaldado por sus dos compañeros, se siente tremendamente asustado e indefenso.
Las manos les sudan a horrores, los músculos se le tensan y el vello corporal se le eriza por un escalofrío que recorre todo su cuerpo.
El lugar no es que sea muy acogedor, de hecho, parece que lleva años sin adecentarse ya que las paredes están desconchadas, el suelo resquebrajado y por el que aparecen algunos hierbajos.
Viendo esto, cualquiera podría afirmar que esta salida lleva tiempo sin usarse, pero que pertenezca a un hospital de los más importantes de la ciudad y esté en tal estado, deja mucho que desear.
El coche está muy próximo a ellos.
«…Siempre pensé que llegaría este día y mírame, no soy capaz de salir corriendo y huir. Huir lejos donde nadie me conozca, donde empezar una nueva vida, ¿pero realmente de qué me valdría? No creo que viviera tranquilo con mi conciencia manchada por un pasado que me acusa de asesinato. Si saliera corriendo ahora que están despistados podría llegar a escaparme de ellos, pero realmente escaparía de quien va tras de mí. Además, está Luis. No puedo dejarle así sin más después de todo lo que está haciendo por mí, por nosotros. No puedo pagarle con esa moneda. No ahora que se puede demostrar mi inocencia. Que llega la hora de volver a ver la vida tal y como es... y si por desgracia, me toca vivir lo que me queda de vida dentro de esas cuatro paredes, recordaré siempre todos los buenos momentos vividos en este tiempo. Recordaré que Luis está a mi lado, que él me ha ayudado sin pedirme nada a cambio, que he descubierto de nuevo lo que es amar, lo que es vivir y sentirme vivo de nuevo, por él no debo hacer lo que pienso. Por él debo resignarme y rendirme. Dejar mis impulsos de un lado y hacerle caso en lo que me ha dicho. Debo confiar en él, en su forma de actuar. Sé que todo irá bien o más bien quiero pensar que todo irá bien. Eso me dará fuerza para continuar y esperar que llegue el próximo diez de septiembre...»
―Vamos, ¡camina, se hace tarde!
―Sí, sí perdonen.
Luis ha dejado aparcado su coche a las afueras de la ciudad. No hace más que mirar la hora en el reloj, pero por más que mira la esfera, los minutos no pasan más rápido.
Los nervios se apoderan cada vez más de su cuerpo y lo peor de todo es que no puede remediarlo.
Repasa mentalmente todo el plan.
No se perdonaría que algo fallara y corriera peligro Marcos…