7

 

 

Tras tomarme el café y espabilar un poco, vuelvo a la habitación. Los pasillos a esta hora de la noche están sumidos en la más profunda tranquilidad y sosiego. Jaime sigue en su puesto, pero esta vez está acompañado de Alex, que al acercarme me saluda y ambos sonríen cómplices de un secreto que si saliera a la luz daría más de un quebradero de cabeza.

Les saludo y entro en la habitación sin hacer ruido.

Marcos sigue dormido sosegadamente y yo, pese a estar muy agotado, debo ponerme a trabajar.

Le prometí a Jorge que tendría noticias mías a primera hora y así sería. Nunca he roto una promesa y no sería esta ocasión la primera de una larga lista que seguramente vendría después.

Me asomo a la ventana para ver a través de ella un poco de vida, pero a esas horas ya apenas hay movimiento por la zona. Tan sólo algún que otro taxi con su luz verde prendida a la espera de la salida de algún familiar esperando cerca de la puerta principal que desde este lado de hospital se ve claro, cerca unos camilleros acomodan la ambulancia, posiblemente porque tengan algún servicio que realizar o porque lo hayan hecho ya y sin saber cómo o por qué una sombra me eriza el vello de todo mi cuerpo. 

Bajo una de las farolas del aparcamiento aparece la figura de una persona que por su constitución recia parece la de un hombre vestido totalmente de negro y una capucha tapándole la cara y su sombra alargada por la luz se tambalea sin que él mismo moviera ni un solo pelo, ni un solo músculo. No sé por qué presiento que está mirándome fijamente y él sabe que yo también lo miro a él, pero tal como aparece, tras pasar una furgoneta la imagen, desaparece. 

El aparcamiento está sumido en una gran tranquilidad y no veo a nadie por ningún lado, no queda ni rastro de la sombra que hace unos segundos me miraba sin cesar, tan sólo quedan algunos coches aparcados, posiblemente de los trabajadores del hospital, por lo que, desconcertado, me doy la vuelta y acuso tal alucinación a la falta de sueño. Me acerco a ver a Marcos que descansa sin darse cuenta de mi agitada respiración y rodeo la cama para volver a mi cómodo sillón cubierto por una sábana blanca.

Cerca de la pata izquierda delantera hay algo de color rojo y blanco. Poca luz penetra en la habitación por la ventana, pero es más que suficiente para verlo entre la oscuridad. Juraría que eso no estaba ahí antes, aunque también no me había fijado. Lo cojo de la fría moqueta y compruebo que es un paquete de tabaco de una conocida marca española. No pesa mucho por lo que es muy posible que esté vacío o casi vacío, pero cuál es mi sorpresa que, al abrirlo encuentro entre cuatro cigarrillos, un anillo de oro con una inscripción en el dorso: M.R.S. 20/03/08 y una mancha oscura en el lado opuesto que me hace pensar que es muy posible que sea sangre, pero a simple vista no puedo acreditarlo.

Es algo extraño, pero ¿de quién es el anillo? Marcos no fuma, así que no queda más remedio que ser del amigo que vino a visitarle ya que no ha entrado nadie en la habitación, ese tal Juan. 

Llevaré a analizar el anillo de todos modos para ver si podemos sacar alguna información de él a primera hora de la mañana, quizá haya muestras de ADN y podamos saber a quién pertenece. Mientras tanto tengo aquí mi maletín que me espera impaciente o más bien soy yo el que está impaciente por ver lo que hay en su interior.

Mi corazón se acelera, no tengo manera de despertar. La mano fría e inerte de David me toca y de su boca no sale más que borbotones de sangre. No puedo moverme, estoy paralizado por el terror. La agonía se hace cada vez más dolorosa y angustiosa. No logro ver a Luis. No está. 

En la habitación sólo estamos David y yo.

Tengo frío, mucho frío. David no se aparta de mí y mi cuerpo no responde a lo que mi mente le ruega que haga. Quiero moverme, pero no puedo… mi cuerpo no responde, es como si estuviera atado, como si algo me retuviera.

Los dedos de David se clavan cada vez más en mi piel y duele, duele mucho. De mis ojos brotan mil lágrimas de dolor, él me mira fijamente, no se aparta de mi lado. Me aprieta. Me cuesta respirar. Veo su mano, le falta su dedo anular y su anillo… su anillo… todo está sumido en un total silencio, salvo por un ligero pitido de fondo que no deja de insistir y con el que siento un ligero cosquilleo que recorre todo mi cuerpo. 

Alex no logra reanimar a Marcos. El pulso de éste es muy débil y nadie sabe la razón aparente de tremenda situación.

Luis está impaciente en el pasillo viendo como enfermeras y médicos, al que no había visto antes acercarse por aquella planta, entran en la habitación cargados con aparatos de todo tipo. 

Jaime no sabe qué decirle. Ha sido algo inesperado y Luis no hace más que culparse por el estado de Marcos. Reprochándose que, todo lo que le ocurre a Marcos, podía ser culpa suya.

Mientras tanto, en el interior de la habitación, una enfermera unta glicerina en unas placas parecidas a dos planchas.

El doctor las coloca en el pecho de Marcos y éste, tras recibir una descarga eléctrica, bota sobre la camilla con el cuerpo inerte, casi sin vida. Después de varios intentos a cada cual más fuerte, reacciona y el pulso comienza a estabilizarse. Es cuando por fin Alex sale de la habitación y se dirige hasta Luis.

―Ha estado a punto de morir, pero Marcos es fuerte y ahora está estable. Lo que no sabemos es si ha podido tener alguna infección interna que lo haya llevado a tal estado, por lo que mañana a primera hora lo llevaremos a hacerle un escáner. Ahora cuando salga todo el personal puedes entrar a verlo. Ahora tan sólo debemos seguirlo para que no vuelva a pasar por otra crisis, ya que estoy segura que de ella no saldría con vida para contarlo. Siento serte tan sincera y sé que mis palabras te están haciendo mucho daño, pero quiero que sepas que estamos ante una difícil situación, pero hay que ser optimistas. En la vida no hay nada imposible. Así que venga anímate un poco…

―Pero yo… seguro que ha sido culpa mía. Nosotros hemos…

―Lo sé, lo sé… pero no te atormentes por ello. Eso no ha causado que su corazón falle. Es algo interno, pero aún no te puedo decir qué le puede pasar. Tan sólo que tú no te culpes de nada. A veces tras una operación como la que ha tenido Marcos puede tener mil y una complicaciones y de cualquier tipo. Lo operamos como bien sabes de la noche a la mañana porque había que extirparle una bolsa de grasa que había creado en el pecho. Algo inusual pero hoy en día nada lo es y las malformaciones son algo muy actual y te puedo prometer que he visto casos en los que no te puedes ni imaginar cómo la persona ha podido vivir años con ellas en su cuerpo. 

―¿Tendréis que volver a operar?

―Por ahora parece que no, pero no es nada seguro en este momento. Todo apunta a que su cerebro ha podido tener una hemorragia cerebral. Como te digo, está estable, aunque lo bajaremos a la UCI para mantenerlo más vigilado en estas próximas horas, aunque debo avisarte de algo que no te va a gustar nada en absoluto y es lo más importante. Pese a que lo hemos estabilizado, ahora mismo está en coma profundo. Hay estudios que reiteran que las personas en coma escuchan y presienten estados de ánimo, así que ahora lo que queda es tener paciencia, aunque Marcos no responde por ahora a ningún tipo de estímulo externo. Te pido que seas fuerte. Por ti y por él. Por ambos. Debes intentarlo al menos. Ahora debo dejarte que tengo que pedir que vengan por él para bajarlo a quirófano para realizarle varias pruebas y con ello asegurarnos de por qué ha ocurrido esta crisis. Te avisaré con lo que sepa, pero es muy posible que debamos intervenirlo inmediatamente.

―¿Pero saldrá de ésta? No puedo perderlo ahora. Me niego a perderlo. Gracias por todo. No sé cómo agradecerte lo que estás haciendo por él. 

―Es mi trabajo. Así que no debes agradecerme nada… eso sí, antes de irme, hay algo que me ha dejado desconcertada. Antes de caer en coma, dijo algo referente a un anillo, pero no pude escuchar más nada, porque sólo repetía eso, algo referente a un anillo. No sé si tú sabrás algo al respecto… por su voz parecía asustado.

―¿Un anillo? Mmm… es posible que sepa a lo que se refiere. Tengo que pedirte un favor, debo ausentarme unas horas, necesito hacer unas cosas urgentemente. Creo que todo esto esconde algo que quizás sea positivo para todos, sobre todo para Marcos. No tardaré en venir. De todos modos, te agradecería que me avisaras si empeora o si lo vais a intervenir. Toma mi tarjeta, ahí abajo está mi número de teléfono. ¡Por favor, prométeme que me llamarás con lo que sea!

―De acuerdo, no te preocupes. Estarás informado en cuanto sepamos algo al respecto. Hay varias enfermeras que son de mi confianza. Les pediré que no lo dejen solo ni un solo minuto. Puedes irte tranquilo. Ahora voy a llevar a que realicen este análisis de sangre.

―Bien. Muchas gracias de nuevo Alex. ¡Voy a pasar a verlo unos minutos antes de marcharme! Necesito verlo y quiero que él sepa que no está sólo, que yo estoy ahí acompañándolo cada instante. Ahora que lo he encontrado no dejaré que se marche, así como así de mi vida. Merece ser feliz.

―¿Dónde estoy? ―escucho la voz de Luis, pero de forma borrosa. No consigo verlo por ningún lado. ¿Dónde está? Todo es muy extraño. ―¿Qué hago aquí?  ―Todo lo que me rodea está borroso e iluminado por una luz blanca cegadora y el suelo, el suelo es blando e inestable. Es como si anduviera encima de algodón. 

No sé hacia dónde ir, no reconozco donde estoy. El silencio lo cubre todo y apenas logro ver más allá de unos centímetros ante mí, ni mis manos extendidas apenas logro verlas como sombras apagadas, aunque parece que el lugar está vacío.

―Marcos, debes seguir caminando. No puedes pararte ahora. Todo cambiará… no puedes rendirte.

Esa voz, difusa, pero a la vez cercana parece acercarse lentamente hacia mí, pero ¿por dónde?

―Tienes que perdonarme. No supe valorarte ni cuidarte. Fui un egoísta y no miré más que por mí. No hacía más que pagar mi propia impotencia contigo, con el ser que más me quería y lo daba todo por mí mientras yo me marchaba a hacer el amor con otros mientras tú me esperabas en casa. Pero ya es tarde… ya todo terminó… ya no caben arrepentimientos.

―¿David, eres tú? ¿Dónde estás? No puedo ver ni entender nada. Pero David, tú estás muerto, ¡muerto! ¡Y los muertos no pueden hablar! Pero… si te estoy escuchando… eso quiere decir que yo también lo estoy… ¡oh Dios! 

―No… no lo estás, aunque ahora estás más receptivo a todo lo sobrenatural. Estás en el limbo. Aquí nada es lo que parece ni nada es lo que debería ser. Aquí todo puede ser real o irreal. Todo depende de cómo quieras ver las cosas o entenderlas. Pero ahora escúchame, debo decirte muchas cosas y hay poco tiempo, muy poco tiempo… Debo pedirte perdón por tantas cosas que no sé por dónde empezar. Es todo tan complicado y me arrepiento de haberte tratado así porque no fui justo contigo. Nunca fui sincero contigo y creo que por eso ocurrió todo. Además de que tengo que advertirte de muchas cosas y mucha gente está en peligro…

La silueta de David aparece frente a mí tal y como lo recordaba, con sus ojos color agua de mar y su pelo castaño peinado a lo loco. Su jersey morado favorito y uno de los tantos vaqueros que tanto se ponía marcando sus fuertes piernas.

Está a punto de amanecer.

El tiempo ha mejorado bastante, las amenazantes nubes se han marchado. Las estrellas titilan a lo alto de nuestras cabezas y las calles comienzan a recobrar su vida habitual. Hombres bien trajeados con maletines en sus manos en busca de algún taxi suelto. Paradas de autobuses plagadas de mujeres y muchachos jóvenes cargando mochilas a sus espaldas, esperando un autobús que los acerque al complejo universitario de la parte este de la ciudad, casi a las afueras, donde miles de jóvenes estudian todo tipo de licenciaturas y diplomaturas.

El corazón me late muy deprisa, me recorre el cuerpo un sudor frío y la vista se me nubla. Debo parar por un instante y apoyarme sobre una papelera para no desvanecer, pero debo ser fuerte.

No puedo rendirme.

Tengo que llegar a la comisaría y buscar a Nacho. Él me ayudará con el caso, es el único en quien puedo confiar hasta el momento.

En muy pocos días es la vista de Marcos, aunque en el estado en el que se encuentra quizá lo aplacen ya que tal y como está no puede salir del hospital.»

«Ojalá despierte pronto…»

Extraño tanto la forma en que me mira y sus caricias. El suave tacto de sus manos, el dulce sabor de sus labios… 

La caja donde está el anillo pesa en el bolsillo y me hace volver de mi mundo de pensamientos.

El tiempo pasa y no debo dormirme en los laureles. 

Los primeros rayos del alba comienzan a despuntar por el oeste. La comisaría se divisa desde esta altura, situada a pocos metros cerca de la tienda de golosinas donde varios críos salen con dulces en las manos. Una vez ya en la puerta, veo a Nicolás que me saluda con la mano en su visera y gafas de sol puestas pese a estar oscuro aún.

Dentro en las oficinas hay poca gente, pero ahí está a quien vengo a buscar en su silla desgastada de cuero negro, su escritorio lleno de papeles por todos lados y su maletín encima buscando en él algo absorto en algo que le tiene tenso.

―Buenos días Nacho. ¡Contigo quería yo hablar!

―¡Hombre si ha vuelto a casa el hijo pródigo! ―dice alzando la vista tras su maletín abierto.

―Sí, pero sólo por un rato. Tengo que hablar contigo de algo que quizá te interese. Llevo algo entre manos, pero no me gustaría hablarlo por aquí. ¿Por qué no vamos a tomar algo a la cafetería de la esquina?

―Vale, me vendrá bien un café, ¡pero hoy pagas tú! No sé dónde demonios he metido mi cartera. ¡Ya lo que me hacía falta es perderla! ¡Tengo la cabeza encima de los hombros y no sé cómo todavía sigue ahí, porque sería capaz hasta de perderla!

―Seguro que la tienes en algún bolsillo. Pero bueno yo te invito, ¡vamos!