ESPERANDO A GORDO

Echo la mochila al cuello. Camino despacio en la tarde. Miro a la gente. Entro en un kiosco. Compro un helado. Me siento en el banco de un parque. Quito el envoltorio. Me levanto y lo tiro en la papelera. Vuelvo a sentarme. Chupo el helado. Muerdo. Miro alrededor. Se derrite en mi boca. Trago. A mi lado un pequeño cartel pegado en un árbol anuncia una obra de teatro. Estrenan «Esperando a Gordo». Me fijo en el horario del jueves. Un pase a las ocho y otro a las diez. Muerdo el helado. Miro al cielo. Pasa una bandada de pájaros. Bajo la vista. Los niños juegan en los columpios. Una pareja mayor come pipas en un banco. Una pelota pequeña llega hasta mí. Se acerca un niño. La coge. Me mira. Escondo el helado. Se va. Muerdo. Apoyo la espalda en el banco. El brazo en el pasamanos. Cruzo una pierna. Pasa un señor. Le paro. Son las siete. Le doy las gracias. Se va. Vuelvo a mirar a mi lado. Memorizo la calle del teatro. Horarios. Ocho y diez. Termino el helado. Chupo el palo. Lo parto en dos. Quito las astillas con la mano. Relaja. Me levanto y lo tiro en la papelera. Camino. Pregunto la dirección del teatro a dos chavales. Ni idea. Me dirijo a una señora. Por allí, por el centro, no tiene pérdida. Sigo caminando. Pregunto de nuevo cuando llevo cinco manzanas. Estoy cerca, a un par de calles a la izquierda. Llego donde se supone está el teatro. No lo veo. Miro portales. Nada. Me apoyo en un coche y enciendo un cigarro. Pregunto a la gente que pasa. Nada. Detrás de mí el ruido de una puerta metálica. Me giro. Es el teatro. Fumo. Espero. Apoyo el culo en el coche cara al teatro. Llegan dos chicas. Me acerco. Entro en la cochera. Las paredes llenas de carteles. Leo en el tablón de anuncios. Se dan clases de expresión corporal y solfeo. Estiro el brazo y lanzo la ceniza a la acera. Sigo mirando carteles. Leo los recortes de periódicos. Críticas de obras en representación. El cartel de hoy. Una bañera sin cortina y un trozo de pared de baño. Sólo un actor y un director. Escenografía y coreografía a cargo del director. Texto, iluminación y sonido del actor. Salgo a la calle. Tiro el cigarro. Entro y pregunto al chico de la taquilla. Pago. Cojo la entrada y un folleto de la obra en papel fotocopia. Espero fuera apoyado en la pared. Entra gente. Entro con ellos. Muestro el billete y paso. Sala diminuta. No más de treinta sillas de plástico elevadas sobre un par de tarimas. Me siento en la tercera fila. Centrado. En escena la bañera del cartel y el trozo de pared. Cortina pasada. Miro el folleto. No hay cortina. Espero. La gente ocupa las sillas. Los últimos se sientan en las escaleras. Silencio en la sala. Se apagan las luces. Un foco cenital ilumina el trozo de cuarto de baño. Chapotea el agua.

—¿Has preguntado al jefe cuándo vamos a salir?

—No tengas prisa

—Es que hace mucho frío

—Aguanta

—¿Has visto cómo tengo las manos?

—Dame

—Qué caliente estás

—Tranquilo

—Todo saldrá bien, ¿verdad?

—¿Es que no confías en mí?

—Claro que sí

—¡Alto, policía, alto! —suena por megafonía

—Mierda

—¡Pum, Pum, Pum!

Se abre la cortina de la ducha. Un chico acostado en la bañera juega con dos muñecos de plástico; el moribundo en la orilla del agua, el pensativo en la barriga peluda que asoma fuera del agua enjabonada.

—Me traicionaste —le dice el moribundo

—Yo no lo sabía

—Júramelo

—Te lo juro

—No te creo

—Debes hacerlo

—Ya no me queda tiempo para creer

—¡Mírame! —el pensativo

—¿Qué quieres ahora?

—Te quiero

—Yo también

—Perdóname

—Sé que no lo sabías

—¿Por qué dices eso?

—Sé que no lo sabías

—¡No, no!

Se hunde en el agua. Suben burbujas.

—¿Por qué no llegaste a tiempo? —pregunta el pensativo al humano Hora y pico después de monólogo, el humano saca el brazo del agua y mira el reloj.

—Uf, qué tarde, me voy, que me están esperando

Coge al muñeco y lo deja con el champú. Se levanta desnudo al tiempo que se apagan las luces. Aplaudimos. Seguimos aplaudiendo. Aplaudimos más fuerte. Se oye un grito. Dan la luz. El actor en escena con un albornoz blanco. Sale del escenario. Aplaudimos. Entra. Se acerca una chica y le ofrece un ramo de flores y dos besos. El chico agradece, coge los dos muñecos y los muestra al público. Aplaudimos. Vuelven a salir del escenario. Encienden la luz de la sala y la gente deja de aplaudir poco a poco. Bajo las escaleras. Pregunto por el aseo. Entro, meo, salgo. Miro el cartel. Memorizo el nombre del actor. Oscurece.

Enciendo un cigarro. Pego una calada hasta dentro y echo el humo. Respiro. Camino despacio. Entro en una bocatería. Me siento. Apoyo los codos en la mesa. Ojeo la lista de bocadillos. Llega el camarero. Dudo entre el de tortilla de patata con mayonesa o el de lomo con tomate y queso. Pido uno. Agua para beber. Bravas para picar. El camarero deja la nota pinchada en una tabla. Una mano asoma por la ventanilla de la cocina y la coge. Me sirve el agua. Bebo. Espero. Llega el bocadillo. Como. Las bravas. Me limpio. Pido un cortado. Lo tomo fumando un cigarro. Me acerco a la barra y pago. Salgo. Casi es de noche.

Llego al teatro. Más gente que por la tarde. Compro el billete. Entro. Me siento atrás. Se apagan las luces. Empieza. El público ríe. Dos personas se parten por un comentario del muñeco que salta en la barriga del actor. Escuchamos. Vuelven las risas. Silencio. Más risas. Entra en mi cuerpo. Alguien del público llora. Acaba la función. Aplaudimos fuerte. Luces, flores, bombones. Aplausos. Salimos. Espero en la calle. Cigarro rápido. Sale el actor. La gente se acerca para felicitarle. Más flores. Un libro. Bombones. Agradece los regalos con una sonrisa que no ha podido despegar de sus labios. Comentarios rápidos sobre la obra. Está agotado. Me acerco y le doy la mano. Sujeta una caja de bombones entre las piernas y me la estrecha.

—Enhorabuena —le digo

—Gracias

—Me ha gustado muchísimo

—Se hace lo que se puede. ¿Te conozco de algo?

—No, creo que no. Seguro, vamos

Llega un chico y le da un pico en la boca. Me separo. Una chica le da un abrazo. Me apoyo en la pared. Hablan los tres. Enciendo un cigarro. La gente se marcha. Quedamos seis o siete. Me entretengo mirando carteles.

—Dejo todo esto en el coche y vamos a cenar —dice el actor

Los que esperan hablan sobre la obra. Se oye la primera crítica negativa. Uno de ellos se acerca y me pide un cigarro. Fuego. Hablamos sobre la obra. Sobre el viaje interior. Me pregunta que de dónde soy. Le digo que de Castellón. Me dice que van todos los años al FIB. Hablamos de música.

—Ya estoy aquí —dice el actor

El chico que me hablaba de Radiohead cierra la luz de la entrada y baja la persiana. Me pregunta qué tengo pensado hacer ahora. Contesto que nada. Me dice que vaya a cenar con ellos. Le digo que ya lo he hecho. Pues que me pida una cerveza. Coloca el candado a la puerta. Se levanta.

—Soy Alejandro —dándome la mano

—Lucas

Caminamos por la acera. Alejandro y yo hablamos sobre el festival de este año. Le apetece ver un par de grupos que no me suenan de nada. Digo que sí. Repasamos los cabezas de cartel, los que se han descolgado, los que ya iba siendo hora que actuaran.

Paramos delante de la bocatería donde he cenado. Entramos. Juntamos un par de mesas y nos sentamos. Alejandro me presenta al resto. El camarero toma nota. Piden bocadillos, bebida y picoteo. Para mí un tercio de cerveza. Hablan. De teatro. La función de esta noche. Escucho atentamente comentarios y críticas. El actor explica las dificultades que representa interpretar dentro de una bañera cubierto de agua durante hora y media. Lleva camiseta azul con un logotipo circular de color verde. Barba cerrada. Pelos que escapan por el cuello y por los bíceps. Habla despacio. Escuchamos. Nos desvela algún secreto de la obra. Opinan. Llegan las tapas y la bebida. Bebo cerveza. Una chica habla sobre la obra que estrenará en pocas semanas. Está perdida. El texto se las trae. Escucha con atención los consejos que le dan, mientras pincha con el tenedor un par de calamares del plato. El de su lado le dice que aunque es jodido dar una elocución natural a un texto del siglo dieciocho, que tampoco es necesario justificar a pies juntillas todo lo que el personaje está diciendo en cada momento, que vea la escena de una forma global y se pregunte qué es lo que el autor pretende decir y que a todo esto ella dé su versión particular siguiendo las acotaciones del director. El de enfrente cuenta un chiste irónico sobre la parrafada que acaba de soltar el de antes. Ríen. El de antes no, le pone en antecedentes sobre una interpretación suya que al parecer trajo cola. El de enfrente dice que eso forma parte del pasado. El de antes que lo asuma. El de enfrente cuenta un chiste que no tiene nada que ver con lo de antes pero que hace gracia. El de antes ríe con todos. Bebo cerveza. Miro al actor. Me mira de reojo mientras muerde el bocadillo. Bajo la vista.

—¿Eres actor? —me pregunta la chica de la obra

—No, administrativo

—Vive en Castellón —interrumpe Alejandro

—Nosotros vamos todos los años al FIB —dice el actor

—Eso me ha dicho

Pego un trago largo al botellín. Terminan de cenar. Piden cafés. Para mí otra cerveza. Ofrezco tabaco. Fuman todos excepto el actor y una chica. Siguen hablando de teatro; de lo mal que está la profesión, de las pocas subvenciones que reciben, de lo que cuesta llevar a cabo una producción propia, de las que se quedan en el camino, de lo poco que cobran cuando tienen la suerte de ser contratados, de los actores que se rebajan a trabajar en una obra gratis por la cara, del daño que hacen a la profesión, de la pasta que se embolsan algunos productores con el dinero público y de qué forma se despilfarra con decorados superfluos, de que siempre les están realizando castings como si no los conocieran suficiente, de la impresión que tienen de ser tratados siempre como actores amateurs, de que para ser considerado tienes que hacer televisión, de los buenos actores que hay, de la mierda que ha tenido uno de ellos por ser llamado para una obra que se va a representar por toda la península, de lo que aman el teatro, de lo emocionante que fue tal obra, de lo que aprendieron con tal director, del sentido que da a sus vidas, de que si llegan a la discoteca antes de media hora tienen dos copas al precio de una. Salimos.

En el coche el actor nos dice que no está muy satisfecho con la interpretación de esta tarde. A Alejandro le ha gustado más el segundo pase. A mí me han parecido tan iguales que cierro el pico. El actor que falta rodarla más. Alejandro que ya pillará el punto. El actor que se encuentra cómodo pero que no termina. Alejandro que no sea tan exigente. El actor que no está pasando un buen momento. Alejandro que no se desanime. El actor me mira. Yo sin saber qué hacer. Alejandro que no se preocupe. Yo hago mío el consejo. Aparcamos en el parking. Bajamos.

Pedimos tres cubatas en la barra y pagamos con el ticket de entrada. Luces de colores en la cara del actor. Música petarda. Hacemos hueco en la pista. Bailamos. Hablan. No les oigo. Cierro los ojos. Me dejo llevar. Abro. Miro a la gente bailar. Bebo cubata. Fumo. Me meto un hielo en la boca. Se deshace. Trago agua. Pregunto si quieren más. Vuelvo con tres copas. No les veo. Están sentados en un sofá. Dejo los cubatas en la mesita. Me siento.

—¿Vas a quedarte muchos días? —me pregunta el actor

—No lo sé, hasta mañana o pasado

Me mira y bebe. Ofrezco tabaco a Alejandro. Fumamos.

—¿Actúas mañana? —pregunto

—Tarde y noche, durante tres semanas

—¿No descansas?

—Los lunes

—¿Y luego?

—Depende de cómo funcione

—Hoy estaba lleno

—Porque era el estreno

—Irá más gente

—Eso esperamos, el martes vienen un par de programadores, si les gusta nos ofrecerán fechas

—Que tengáis mucha suerte

—Mucha mierda, decimos nosotros

—Pues eso

Brindamos por la obra. Hablan. De teatro. Escucho. La cosa se pone un poco tensa. Alejandro le dice que se ha dejado llevar demasiado por lo emotivo del texto, que no ha sabido mantener el tipo en los momentos que su personaje entraba en contradicción consigo mismo, que ha ido perdiendo la disciplina del principio, que luego se ha recuperado y ha entrado en el momento más bonito de la obra cuando su personaje reflexiona fríamente sobre la pérdida de un ser querido, que a ver si mañana le sale mejor. El actor pega un largo trago al cubata. Yo no sé qué decir. No me he fijado en tantos detalles. El actor medita. Entre él y yo sólo el humo de mi cigarro. Ellos siguen con el teatro. Alejandro que es la mejor obra que ha escrito. El actor que han tenido muchos problemas para producirla. Alejandro que todavía recuerda cuando le hablaba del personaje entre cerveza y cerveza aquella tarde con Clara. El actor que se han quedado sin un duro. Alejandro que si no se acuerda cuando empezó, que no tenía ni puta idea, cuando los dos repasaban textos de Becket. El actor que ojalá se venda bien la obra. Alejandro se ríe. El actor le pregunta por qué. Alejandro que si no se acuerda de aquella vez que grabando el corto con la cámara encima del capó del coche al llegar la primera curva se les fue todo a la cuneta porque se olvidaron de atar el equipo. El actor se parte. Yo les miro. Alejandro no puede más. El actor se va a mear. Al servicio.

—Le gustas —me dice

—¿Cómo?

—Lo que has oído

—¿Te lo ha dicho él?

—Antes, en la pista, cuando te has ido Bebo. Sólo queda hielo.

—¿Y a ti? —me pregunta—, ¿te gusta?

—Sí

—Pues no le hagas esperar

—¿Dónde está?

—En el aseo

Me tiemblan las piernas. Hago un esfuerzo. Estoy arriba. Mantengo el equilibrio. Camino. Puedo. Llego al aseo. Entro. Está apoyado en la puerta de un servicio hablando con un chico. Me acerco. El chico se va.

—Hola —le digo

—Hola

Silencio. Se abre la puerta. Salen dos chicos. El actor entra y entorna la puerta. Espero fuera. Entran chicos en el aseo. Miro dentro. No está meando. Espero. Un chico se coloca detrás de mí. Llamo a la puerta.

—¿Se puede? —pregunto

—Pasa

Entro en el servicio y cierro la puerta. Está apoyado en la pared con las manos en la espalda. Nos miramos.

—¿No meas? —me pregunta

—No

Alguien intenta abrir la puerta.

—¿Salimos? —pregunto

—Espera

Nos miramos. Se me acerca. Nos besamos. Fuerte. Me eleva. Camino sobre el cielo de su mano hasta el coche. Hacemos sexo a gritos.

—¿Tienes papel? —pregunto

—En la guantera

Salto al asiento del copiloto y saco un paquete de pañuelos. Vuelvo. Limpio el semen del pelo de su pecho. Tiro el papel por la ventana. Los cristales empapados de vaho. Me subo los piratas.

—¿Te irás?

—Mañana —le digo

—¿Vendrás a verme?

—Claro

—¿Llevas un cigarro?

Fumamos. Entre él y yo una cortina de humo. Nos miramos. Nos damos la mano.

—Alejandro nos estará esperando —me dice tirando el cigarro

Está hablando con una pareja en la puerta. Nos ve. Se despide y entra en el coche. Sleep the clock around de Belle and Sebastian en la radio. Me acercan a una pensión barata. Cojo la mochila. Les doy las gracias y me despido hasta mañana. Llamo al timbre. La puerta se abre. Subo las escaleras. Entro. Enfrente una mujer mayor.

—Buenas noches, ¿le queda alguna habitación libre?

—Pasa, ¿lleva el carné?

Dejo la mochila en el suelo. Cartera, abro, se lo doy.

—¿Va a quedarse muchos días?

—Esta noche, de momento —mientras dejo un billete en el mostrador

—¿Televisión?

—No

—Aquí tiene —devolviéndome el carné y el cambio

—Gracias

—La número seis, por el pasillo a la derecha, la llave está en la caja

—¿Y el baño?

—Al fondo

—Gracias

Camino hasta el aseo sin hacer ruido. Me limpio los dientes. Agua en la cara. Me seco. Entro en el cuarto. Dejo la mochila en una silla. Pongo el despertador a las once y media. Me desnudo y entro en las sábanas limpias. Estiro la espalda. Respiro hondo. Me duermo. Oigo el despertador. Saco la mano y lo apago. Doy la luz. Miro al techo. No sé dónde estoy. Recuerdo. Hago el perro un rato y me levanto. Voy al aseo. Ducha, inodoro, lavamanos. Acabo de vestirme en la habitación. Salgo. Tropiezo con la hostelera.

—¿Tienes ropa sucia?

—Si —le digo

—Déjala en el cesto

—Gracias

—Son tres euros

—Aquí tiene

Me despido hasta la noche. Salgo al portal. Sol. Aire fresco. Camino ligero sin mochila. Llego a un parque. Mis zapatillas sobre arena. Tres niños juegan a la pelota. Una pareja pasea con un carrito su bebé. Una niña de cabellos rubios da de comer a las palomas que revolotean a su alrededor. La madre lee una revista en un banco. Camino. El viento mueve las hojas de los árboles. Respiro hondo. Me acerco a un estanque de patos. Apoyo las manos en la barandilla. Observo. Sigo caminando. Voy a sentarme en un banco y una pareja de ancianos me quitan el sitio. Voy al siguiente. Me siento. A mi lado un señor observa el paisaje. Gordo, gafas oscuras, pantalones cortos. Las manos cruzadas sobre las piernas. Mira al frente. Hago lo mismo. Al fondo unos hombres lanzan sus bolas de petanca en parábola. Las recogen del suelo con un cordel imantado en su extremo. Miro al señor de mi lado. El aire despeina su cabello.

—Hola

—Hola —responde

Sigue mirando al frente. Enciendo un cigarro.

—¿Le molesta?

—No, fume tranquilo

—¿Quiere uno?

—Lo dejé hace tiempo

—No insisto

Fumo. El jodido aire lleva el humo hasta el señor.

—Perdone —le digo

—No se preocupe

Llevo el cigarro detrás del respaldo del banco. El humo se va.

—No viene mucho por aquí —observa

—Estoy de viaje

El humo vuelve a aparecer y apago el puto cigarro en el suelo.

—¿Y usted? —pregunto

—Casi todos los días

—¿No trabaja?

—En casa

—¿Con ordenador?

—Con las manos, soy escultor

Le miro las manos. Continúa mirando hacia los hombres que juegan a la petanca.

—¿Con arcilla? —pregunto

—Sí

—¿Qué esculpe?

—Un poco de todo

—¿Bustos?

—Y árboles…

Pongo la pierna encima del banco. Escucho.

—… pájaros, a veces formas abstractas

—¿Como qué?

—Formas —me dice modelando el aire con sus manos

—Naturalezas raras

—Exacto

—¿Dónde expone?

—Todavía no han salido de casa

—¿Y a qué espera?

—A nada

Enciendo un cigarro. El humo a su aire.

—¿Qué hace con las obras?

—Las regalo, la mayoría

—¿Y las otras?

—En casa

—¿No le dan lástima?

—¿Por qué iban a hacerlo?

—No sé, el arte es para que la gente lo vea

—Según se mire

—¿El qué?

—Si la obra merece la pena

—Hombre, si nunca ven la luz tampoco la crítica hablará de ellas

—¿Te apetece dar un paseo?

—Claro

Me levanto. El señor se agacha y recoge un bastón blanco. Es ciego. Dobla el bastón y lo guarda en el bolsillo del pantalón. Me coge del hombre. Caminamos. El dorso de su mano roza mi cuello. Suave. Hablamos. Cruzamos la calle. Llegamos al portal de su casa. Me invita a subir. Aprieto el botón número tres del ascensor. Escucho su respiración. Entramos.

—¿Quieres tomar algo?

—Vale

—¿Cerveza?

—Sí, gracias

Pasamos a la cocina. Abre la nevera y saca dos latas.

—¿Vaso?

—Así está bien

Bebemos. Le sigo por el pasillo hasta una sala amplia y luminosa repleta de figuras de arcilla. Las pequeñas sobre estanterías. Las grandes en el suelo junto a la pared.

—Joder, cuántas hay —observo

—Dentro de poco no voy a tener espacio para almacenarlas

Nos sentamos en un sillón de mimbre enfrente de una mesa donde dejo la lata de cerveza.

—Son una pasada —le digo

—¿Te gustan?

—Mucho

Me levanto. Miro las figuras. Acaricio una paloma. Paso la mano por el torso de un hombre que grita su dolor.

—Ésta es, joder, es —observo

—Un guerrero

—¿Por qué grita?

—Ha perdido lo que más quería

—¿Qué pasó?

—Regresó de la batalla y encontró a su mujer y a su niña muertas

—¿Quién las mató?

—Él

—Pero

—Materialmente no, pero se culpaba por haberlas abandonado

—Su deber era ir a la guerra, ¿no?

—Su obligación

—¿Entonces? —pregunto sentándome en el sillón

—Soñaba con la gloria

—¿Y?

—Su pueblo perdió la batalla final

—¿Qué hizo?

—Gritar al cielo —me dice dándome la mano

—Es una historia muy triste

—Lo es

—¿De dónde la ha sacado?

—La inventé

—¿Para esculpirlo?

—Para inspirarme

—¿Le gustan las historias de perdedores?

—De sufridores, suelen ser más interesantes

—¿Por qué lo cree?

—Quizá para consolarme

—¿Del dolor de los otros?

—Del mío propio

—Yo le veo un buen hombre

—Tienes unas facciones muy limpias —me dice pasando la mano por mi cara

—Me he duchado esta mañana

Se ríe. Comprendo la metida. No le doy importancia. Acaricia mis labios. Orejas. Sonrío. Las mejillas. Me hace cosquillas. Baja la mano hasta la barbilla. Le miro el pelo que le sale por el cuello.

—¿Puedo tocarte? —pregunto con las manos en el aire

—No muerdo

Le quito las gafas y las dejo sobre la mesa. Despacio. Le abro la camisa. Observo. Las tetas colgando sobre la barriga.

—¿Te gusta lo que ves?

—Todo usted es arte, lo que toca, lo que es

—Entonces tú eres mi última creación

Cierro los ojos. Acaricio su barba. Mis dedos por sus labios y bigote. Me coge una mano y la deja en su pecho. Juego con el pelo. Le pellizco un pezón. Su mano en mi polla.

—¿Puedo? —me pregunta

Me pongo de pie. Bajo piratas y calzoncillos. La coge con una mano y se la lleva a la boca. Con la otra se toca. La saca. Se recuesta en el sofá de rodillas bocabajo con el culo en pompa. Bajo pantalones y calzoncillos y me lo follo. Me pide más. Pongo la cabeza entre sus piernas y la introduce en mi boca. Le meto el pulgar por detrás. Se mueve. No puedo respirar. Aguanto hasta que se corre. Mi boca llena de semen. Trago. Salgo de sus piernas. Me tumbo a su lado. Respiramos.

Me levanto y voy al aseo. Cojo papel higiénico. Limpio el líquido que gotea por su cuerpo. Tiro el papel y de la cadena. El agua se lo lleva.

—¿Puedo fumar? —pregunto

—Claro

Lo enciendo y me siento en una silla junto a la ventana. Echo el humo fuera. Salgo. Vuelvo de la cocina con dos vasos de agua. Bebemos. Me siento junto a él.

—¿Vamos a la cama? —me pregunta

—Mejor

Los dos tumbados. Miro al techo. Me acaricia el cabello. Le hago mimos. Me duermo. Despierto. El sol calienta la habitación.

—¿Está despierto? —pregunto en voz baja

—Sí

—¿He dormido mucho?

—Una hora

—¿Y usted?

—Pensaba

Le abrazo. Me acaricia la mano. Jugamos con los dedos. Acerca su mano a mi cara. Chupo el dedo gordo. Despacio. Lo mete y lo saca. Mis labios de agua. Muerdo. Saca y vuelve a meterlo. Con cuidado. Bajo la cabeza por su pecho hasta su barriga que sube y baja. Respira. Miro su sexo. Me saca el dedo de la boca. Paso la mano alrededor de su pene y lo muevo circularmente. Va creciendo. La piel deja el glande al descubierto. Me baja la cabeza hasta que lo siento en la garganta. Cierro los ojos. Presiono con la lengua y el paladar. Engorda. Me va abriendo la boca. Se corre. Disminuye. Sale de mí. Apoyo la cabeza en su hombro.

—Hace tiempo me enamoré de un chico como tú —dice todavía jadeando

Miro al techo.

—Perdidamente, como un loco —sentencia

—¿Por qué me cuenta esto ahora?

—Porque mañana no estarás

—¿Y qué pasó?

—Le conocí en un bar. Yo estaba sentado en una terraza tomando un café. Él se acercó y me pidió fuego, ya ves qué original, y seguimos hablando. Me acompañó a casa. Venía todas las tardes después de comer. Hablábamos, sólo hablábamos, al principio, claro

Miro su cara buscando verdad.

—Estudiaba Literatura Española en la universidad. Era un chico muy tierno, reía todas mis gracias, y eso que nunca he presumido de ello. Le contaba aventuras de juventud. Me leía pasajes del último libro que había caído en sus manos. Me vestía, me desnudaba. Le abrazaba. Así todas las tardes de invierno

—¿Este invierno? —concreto

—Sí, unos meses, hasta…

Enciendo otro cigarro. Miro el sol de la tarde.

—… que me enamoré…

Echo el humo.

—… de él, lo llevaba dentro, donde yo iba, él…

Tiro la ceniza en un trozo de papel que he doblado mientras escucho.

—… conmigo iba, y conmigo…

Doy una calada.

—… vivía, y le ahogaba…

Tiro el humo.

—… y me ahogaba y se…

Toso. Toso más.

—… pudría dentro de mí. Ya no sonreía. No le hacía reír como antes. Las cosas que compartíamos ahora me hacían…

Pego otra calada.

—… daño, y moría dentro…

Echo el humo.

—… de mí, y lo saqué fuera, como quien vomita…

Pego una calada superflua.

—… al diablo, y fuimos libres…

Tiro la ceniza.

—… otra vez, y volvió a sonreír, y ahora…

Escupo en el papel y apago el cigarro.

—… sigue viniendo cada tarde después…

Inspiro hondo.

—… de comer, sigue leyendo para mí, vistiéndome y…

Espiro ruidosamente para no escuchar el final de la frase.

—¿Y esta tarde? —pregunto

—¿Sí?

—¿Va a venir esta tarde?

—Puedo llamarle para que no lo haga

—No te molestes

—¿Y tú?

—Yo me voy

—No, si te has enamorado alguna vez

Lloro. Desconsoladamente. Me abraza. Lo siento dentro. Me duermo. No sueño nada. Despierto. Respiro. Mi pecho aliviado.

—¿Cómo estás? —me pregunta desde la puerta con un delantal de cocina

—Perdona, me he vuelto a dormir

—He preparado algo de comer

—Voy enseguida

Me levanto. Paso por el aseo. El agua fría de la ducha libera mi cuerpo de una piel muerta. Comemos en la cocina. Preparo dos tazas de café del tiempo. Nos sentamos en la mesita del comedor. Hablamos como buenos amigos, con música de Bach. Llevo las tazas a la cocina y friego los platos. Entro en el comedor. Está de pie junto a la ventana.

—Me marcho ya —le digo

—Como quieras

Le miro. Se acerca. Pongo mi mano en su hombro. Me abraza. Le abrazo. La música sigue sonando. Nos separamos. Abro la puerta.

—Gracias por todo —le digo

—A ti

Le doy un beso en los labios. Sonríe. Sonrío. Cierra la puerta. Bajo las escaleras a ritmo de cantata y llego abajo tarareando a Nirvana.

Estoy en la plaza de ayer. Compro golosinas. Me siento en un banco. Como. El sol en la cara. Me pesan los párpados. Cruzo las piernas. Me recuesto. Duermo. Abro los ojos. Me duele el cuello. Me levanto. Pregunto la hora. Camino. Llego al teatro. Pago el billete y entro. Empieza. Reímos. Alguien vuelve a llorar en la sala. Seco las lágrimas con la manga de la camiseta. Acaba. Aplaudimos. Fuerte. Me mira. Sonrío. Sonríe. Seguimos aplaudiendo. Encienden las luces y salimos. Saludo a Alejandro. Le digo que me marcho. Me estrecha la mano. Sale el actor. Saluda a los que están esperando. Se acerca. Me da un abrazo.

—Has venido —me dice

—Te lo prometí

—¿Te quedas un rato?

—Me voy ya

—¿Nos vemos en el FIB?

—Allí estaré

Se acercan amigos del actor. Me alejo. Cruzo la esquina. Oigo pasos. Me giro. El actor me besa. Nos separamos. Le acaricio la cara. Qué facciones más limpias. Nos miramos a los ojos. Me sonríe y le sonrío. Se va. Me giro y sigo caminando. Seco mis lágrimas. Respiro. Vuelvo a llorar. Cruzo la calle y me lavo la cara en una fuente. Miro al cielo. Todavía no ha oscurecido. Podría dar media vuelta. Saco un cigarro. Tengo el alma pegada a la espalda empujando hacia atrás. Lo enciendo. Podría volver. Fumo. Mi alma con el humo se va. Sigo andando. Empieza a llover.

Entro en un bar. Huele a tabaco y café. Me acerco a la barra. Pido un cortado. Espero. El camarero me sirve. Pago. Cojo el cortado y me siento en una silla. Me dicen que está ocupada. Me levanto y vuelvo a la barra. No cabe más gente en el bar. Hacen fútbol. Echo azúcar al cortado. Remuevo. Dejo la cuchara en el plato y doy un sorbo. Quema. Me limpio los labios con una servilleta. Resoplo. Los clientes miran con atención los televisores. La pareja de mi lado se levanta. Me siento. Sigo el partido. El equipo de casa pierde dos a cero. Ataca. Hacen falta a un delantero. Los compañeros piden penalti. El bar también. El árbitro muestra una tarjeta amarilla a un defensa por protestar y pita falta fuera del área. Se forma una barrera de jugadores siguiendo las instrucciones del portero. Los clientes discuten la jugada. Golpea el balón, rebota en el larguero, sale disparado hacia arriba y al caer un defensa introduce el esférico en su portería. El bar retumba. Un chico coge la otra silla libre y pide un gin-tonic. Se sienta a mi lado. El camarero le sirve. Se cobra. Guarda el cambio en el bolsillo del chándal. Mezcla. Bebe.

—El portero ha salido a coger higos —me dice con aliento a ginebra

—Sí —mirando cómo se le marcan las tetas en la camiseta

—A mí como si quiere hacerse una tarta

Bebo del cortado. Gordo con perilla. Se ha enfriado. Saco el paquete de tabaco. Le ofrezco. No fuma. Me enciendo uno y dejo el paquete en la mesa. Pego calada. El chico de mi lado ha sacado una quiniela de la cartera. Dentro una foto suya más joven y delgado. Comprueba los resultados con los de la pantalla. Guarda la cartera.

—¿No hay suerte? —pregunto

Ni respuesta. Miro el partido. Se gira y me mira a los ojos. Los suyos azules. El equipo local marca de nuevo. El bar se viene abajo. El chico vuelve a mirarme.

—Ya va cambiando —sonríe

Acaba la primera parte. Los clientes se aproximan a la barra a pedir. El camarero sirve y cobra rápido. Pido un gin.

—¿Hace otro? —pregunto al chico señalándole el tubo

—Estoy servido

Hablamos de fútbol. Comienza la segunda parte. El chico se gira hacia el televisor. Miro cómo le cae la barriga por encima del pantalón de chándal. Giro. El televisor apoyado sobre una madera y dos cuñas. Estanterías repletas de copas y medallas donde el polvo se acumula. Pido otro gin. Corner a favor del equipo local. El portero atrapa el balón y lo golpea con el pie. Contrataque. Falta dentro del área y penalti. El árbitro hace caso omiso de los insultos y abucheos de la afición. El portero para la pena máxima. El bar se levanta… saca el guardameta, llega el balón a un delantero, regatea, corre, esquiva al portero y marca …y canta. El chico de mi lado me abraza. Voy a soltar una lágrima. Me contengo. Enciendo un cigarro. Fumo como un carretero.

—Ahora sí que tomaré otro gin —me dice

—Dos gin-tonic —pido al camarero con el signo de victoria

—Esta liga es nuestra

—Sí —mirando sus tetas

El árbitro pita el final del partido. Los clientes se acercan a la barra a pagar. Terminamos el cubata. El chico pide un pincho de tortilla, calamares, beicon, huevos fritos y dos cervezas. Cenamos. Pagamos a medias. Entramos en el aseo y me folla con las piernas abiertas. Se va. Me limpio. Me hago una paja en el urinario con el señor mayor y gordito que nos escuchaba desde afuera. Salgo del bar. Camino. Me cruzo con una pareja cogida de la mano. Miro al cielo. No se ven las estrellas. Espero en el semáforo. El muñeco verde se ilumina. Le guiño un ojo. Llego a la otra acera. Enciendo un cigarro. Noto la cena bajando por el estómago. Camino más ligero.

Llego a un cine. Miro la cartelera. Apago el cigarro. De ocho películas me gustan dos. Descarto una. Compro la entrada. Me siento en un banco. Otro cigarro. Va llegando gente. Forman cola. Lanzo el cigarro en un charco y entro. El revisor me rompe el billete y me dice sala siete. Las palomitas saltan por encima de una gran olla metálica. Entro en la sala de proyección. Oscura. Me guío por el resplandor de los anuncios publicitarios en pantalla. Elijo butaca. Apoyo la cabeza en el respaldo y estiro las piernas. Poca gente en la sala. Relajo los brazos. Respiro. Fin de anuncios. Música. Títulos de crédito. Un jardín. Una chica y dos chicos juegan a cartas en una mesita de plástico. Al fondo un señor de doscientos cubierto de pelo coge carrerilla y se lanza desnudo en bomba a la piscina. La cámara subacuática capta el movimiento amplio y ligero del señor. Saca la cabeza y respira. El agua chorrea por su barba. Se zambulle. Bucea despacio con las manos alante y atrás impulsando su cuerpo. Vuelve a salir. Se hace el muerto panza arriba. El agua escurriendo su pecho. Chapotea con los pies. A mi derecha se sienta un hombre como el que estoy viendo en la pantalla. Me giro dos veces para comprobar si se trata o no del mismo que se lanza chorros de agua sobre la barriga. Sobre la mesa un puñado de monedas. El señor del agua se acerca con un albornoz blanco. ¿Dónde están los fotogramas que faltan entre la piscina y la mesa? Se tumba en una hamaca al sol. La chica muestra dos cartas; sota y rey de bastos. Los chicos lanzan las suyas sobre la mesa y ella recoge las monedas. El señor de mi lado arremolina el pelo de su barba. La chica se desnuda y se lanza a la piscina en bomba. La cámara subacuática la graba. Ella sonríe bajo el agua. Los chicos comienzan una nueva partida de cartas. El señor de mi lado me mira. Aparto a la pantalla. El hombre del albornoz también me mira. Bajo la vista. Vuelvo a subirla. El hombre de la pantalla mira al jardinero sin camisa que poda un seto al otro lado de la valla mientras espía a la chica de la piscina. Ésta observa al chico que lanza el uno de espadas al chico que mira al señor de mi lado. Sobre la mesa el uno de copas. Fin de la partida. Fundido a negro.

Vapor de agua que se disipa. Aparece la chica sentada en la sauna desnuda la parte de arriba. Deja el cucharón en el cubo y se recuesta hacia atrás. Cierra los ojos. Respira. El plano se amplía. Entra el señor gordo. Desnudo. Respiro. La chica abre los ojos y le deja sitio para que se siente. Hablan. El señor de mi lado estornuda. Miro de reojo. Saca un pañuelo blanco del bolsillo y se suena. La chica está llorando. El hombre apoya la cabeza en su regazo. La chica lo acaricia. Él sonríe bebé. La cámara sale de la escena por la ventanilla de la sauna. A la derecha cuelga un albornoz blanco en una percha de pie.

En el comedor están los dos chicos; uno escuchando música y el otro leyendo. Suena el timbre. El chico que escuchaba se levanta y sale del comedor. Entra con una chica. El que leía hace una marca en el libro y lo cierra. Da dos besos a la chica y se presenta. Se sientan. Beben zumo de naranja. Conversan.

El hombre de la sauna se ducha con agua fría. Se le ponen duras las tetas. La chica se viste mientras. Giro la cabeza a la derecha. El señor de mi lado me guiña un ojo. Vuelvo a la pantalla y respiro hondo.

La chica del comedor abre una bolsa y saca un paquete envuelto en papel de regalo y se lo da al chico que escuchaba. Éste se levanta y le da dos besos en la cara. Abre el paquete. Un oso de peluche. El chico lo besa en el hocico y lo abraza con una sonrisa que enciende su cara. Entran el señor y la chica en el comedor. El chico del oso los mira. El hombre de mi lado me mira. Dejo la mano a la vista. La cámara se detiene en la radio y la música llena el espacio. El señor de mi lado junta su mano con la mía. Nos acariciamos. El chico que leía lleva una fuente de pasta a la mesa del jardín donde esperan los demás. Comen. Bebida y risas.

El señor de mi lado se levanta. Me levanto con él. Salimos. En la puerta del cine me golpea en la cara y me dice que otra vez le dejaré ver una película en paz. Me voy a la pensión llorando sin saber cómo termina.

Cojo la llave y entro en mi habitación. Aparto la mochila y me tumbo en la cama. Tengo ganas de mear. Salgo, cierro, baño. Ocupado. Abre la puerta. Le digo que espero. Me dice que pase. Estoy dentro. Enfrente del inodoro. Él con la cara cubierta de espuma blanca. Me concentro. Pantalón corto de pijama y toalla colgada en el hombro. No sale nada. Barriga apoyada en el lavabo. Hago esfuerzo. Y la espalda cubierta de pelo. Tiro de la cadena y salgo del baño. Me tumbo en la cama de nuevo. Cierro los ojos. Respiro. Casi me duermo. Oigo pasos cerca de mi puerta. Me meo. Cierro las piernas. Salgo. Nadie en el baño. El chorro contra el agua. Me relajo. Tiro de la cadena. Camino en silencio por el pasillo. Ruido en la habitación contigua a la mía. La puerta entreabierta. Dudo un momento. Asomo la cabeza. El señor del baño me saluda. Me asusto. Todavía me duele la cara. Está viendo la televisión. Le saludo. Meto la llave en la puerta de mi habitación. Respiro rápido. Vuelvo a asomarme.

—Hacen fútbol —me dice

—¿Tan tarde?

—Fútbol americano, rugby

—Buenas noches

—Pasa

—Tengo sueño

—¿Has cenado?

—Sí

—Entra, no te quedes ahí afuera

—Gracias

Aparto la toalla y me siento a los pies de la cama.

—¿De verdad que no quieres? —ofreciéndome chorizo en barra y pan de hogaza—, lo he traído de casa, no tenía ganas de restaurante

—No, gracias

Lleva una equis equis ele camisa blanca a juego con los pantalones de pijama. En la mesa un pedazo de queso semicurado de Manzanares y un brick de agua de Benasal.

—¿Ha llegado hoy? —pregunto

—Viaje de negocios

—¿Quién juega?

—Irlanda contra Inglaterra

Miro la televisión. Hombres grandes con fuertes piernas formando una melé. Introducen el balón dentro y se desmoronan contra el suelo. Vuelven a formarla. Miro de reojo el armario. La puerta abierta. Un traje negro de vestir cuelga de la percha. El señor come con apetito mientras presta atención al partido.

—¿Cómo van? —pregunto

—Faltan cinco minutos y gana Irlanda de treinta puntos

Un jugador recibe el balón y corre por la banda. Dos defensas se abalanzan sobre él y lo placan. El jugador se levanta del suelo apartando a dos grandes cuerpos que le aplastan. Está cubierto de barro. Lanzan desde la banda. Un par de jugadores levantan a un tercero que atrapa el balón. Desciende, la pasa a un compañero que corre como el viento y marca un touchtdown. Otro de ellos planta el balón en el suelo. Retrocede. El balón se cae. Vuelve a ponerlo bien. Dos pasos largos atrás y uno a la izquierda. Coge carrerilla. Golpea. El balón entre los dos palos. Corren a defender. Saca el equipo contrario. El árbitro pita final del partido. Los jugadores se retiran al vestuario. La cámara se queda en el campo. El señor de mi lado corta un par de rodajas de chorizo y un trozo de queso. Se lleva una rodaja a la boca. Un pellizco de pan y para dentro. Algunas migas de pan se le depositan en el pecho. Bebe agua y se seca con el antebrazo cubierto de pelo. Eructa en silencio. Coge el mando y cambia el canal de la tele. Un señor corpulento arregla el sofá. Lleva puesto un antifaz negro. Se oye el timbre de la puerta. Abre. Dos mujeres le esperan fuera. Una joven y delgada, la otra mayor y obesa. Ambas con máscaras. El señor de mi lado coge una loncha de chorizo y la enrosca en un trozo de queso. Abre la boca y lo empuja con el dedo. Mastica. Las dos mujeres entran en la casa. Coge más pan.

—Bueno, yo me voy a dormir —le digo

—¿No te quedas un rato?

—Es tarde

—Quédate hombre, parece interesante la película

—Es que creo que ya la he visto

—Venga siéntate —me dice cogiéndome del hombro—, mira lo que he comprado en el súper

Vuelvo a los pies de la cama. El señor abre la bolsa del supermercado y saca media docena de latas de cerveza. Aparta la comida hacia un lado de la mesa y la corre hacia mí. Se sienta más cerca. El pelo de su pierna en la mía.

—No llevarás tabaco —me dice

—Sí

—Es que con las prisas he olvidado…

—Tenga

—… tenía tanta hambre, gracias

Le doy fuego. Enciendo el mío. Su pierna me roza. Yo quieto. Las chicas del televisor sientan al señor en medio del sofá y empiezan a tocarle los muslos y la barriga. Respiro. Una de ellas le mete la mano por el cuello y le acaricia un pecho que queda al descubierto. Caído. Doy una calada al cigarro. Se me pega a los labios. Los botones de la camisa se van abriendo entre manos y la barriga se desliza por encima de los pantalones. Estiro del cigarro con cuidado hasta que se despega. Le meten el dedo por el ombligo peludo. El señor de mi lado relaja las piernas y se apoya con fuerza sobre la mía. El de la tele separa los brazos y mete las manos dentro de las bragas de las chicas. Dedos gordos con pelo en sus vaginas. El señor de mi lado respira como el de la tele. Golpes de sangre en mi pene. Trago saliva. No pasa. Bebo cerveza. El de mi lado se recuesta en el respaldo de la silla y deja caer su mano hasta mi muslo. Pego una calada al cigarro. Echo el humo. El de mi lado mira atentamente cómo la chica joven se arrodilla enfrente del señor y le desabrocha la correa, manosea suavemente su pene hacia arriba, quita los botones del pantalón y muerde por encima. La chica mayor chupa la teta peluda y rojiza del señor. El de mi lado mantiene quieta la mano. Le miro de reojo. No aparta la vista de la pantalla. Apago el cigarro. Acuestan al señor en el sofá. Sin pantalones, sin calzoncillos, sin camisa. El pene golpeando hacia arriba entre una gran mata de pelo negro. La chica mayor abre la boca y se lo mete dentro. El señor de mi lado desliza su brazo por mi entrepierna. No me muevo. Me coge los huevos. Sigue viendo la televisión. Bebo cerveza y apoyo mi mano sobre su barriga. La chica joven se baja las bragas y sube la minifalda. El señor tumbado la mira desde abajo. Ella abre las piernas y le da a probar su manjar. Le subo la camisa del pijama. De reojo sólo veo pelo. Paso la mano. El señor no aparta la vista del televisor. La chica joven mueve su cuerpo con alegría y salero frotando su sexo con los labios del señor. La mayor que no le cabe toda dentro y empieza a sonrojarse. El señor apretando el culo de la joven con sus manos rollizas, empujando en la garganta de la mayor, balanceando su barriga como un flan de gelatina. Subo el pijama del de mi lado hasta que tropiezo con las tetas. Se recuesta. Meto la mano y agarro una de ellas. No me cabe en la palma. El pezón rozando mis yemas. Me saca la camiseta por el cuello. Dejo caer mi brazo en su espalda. Él sobre mi sexo. La joven se tumba sobre la mesa y sus tetas en una fuente de fruta. El señor se levanta del sofá con la mayor enganchada y se dirige hacia la mesa. Meto la mano por la manga del pijama y le acaricio el hombro cubierto de pelo. Él introduce la mano dentro de mis calzoncillos. La mayor se aparta y se abrocha un dildo sobre las bragas. El señor avanza en dirección a la joven que espera abierta y mojada metiéndose un plátano en la boca y una pera entre las tetas. La mayor se viste de cuero y se coloca una máscara. El señor se coloca entre las piernas de la joven. La mayor coge un látigo. La película se para con el glande del señor en la entrada. Meto el brazo por la manga del pijama y le sobo una teta. El de mi lado coge el mando a distancia y cambia de canal. Cambia de canal. En la pantalla dos chicos jóvenes y gordos en calzoncillos con un caballo en un establo. El más peludo frotando con un cepillo la crin del animal. El más blanco de piel agachado bajo el caballo comprobando el estado de las herraduras delanteras. El caballo oliendo a una yegua en celo que levanta el rabo en su hocico. Cambia de canal. Un agricultor barbudo con un rábano en la mano explicando a la cámara cómo el frío ha helado su cosecha de verano. Cambia de canal. Nuevo invento americano para perder grasa con sólo veinte minutos al día. Cambia de canal. El establo; el blanco de piel agachado desnudo, la yegua excitada, el peludo levantando el rabo, el caballo empalmado. Cambia de canal. El señor atizando a la joven. La fruta por la mesa y el suelo. La mayor lubricando el dildo con una berenjena. El de mi lado tomando la tensión a mi paquete. Yo ya no sé dónde sobarle. La mayor suelta la berenjena y abre las nalgas al señor. Cambia de canal. El blanco de piel atravesado por el negro y duro pene del caballo. Cambia de canal. La mayor metiendo el dildo en el señor. Cambia de canal. El de debajo del caballo agarrándose a las patas delanteras. El más peludo subiéndose a una escalera. Introduzco la mano en el pantalón de pijama. Sigue bombeando mi paquete. Me impacta el grosor de su pene. Me masturba. Pierdo el sentido. Lubrico su glande. El caballo le arrea patada a la escalera y el chico peludo cae al suelo. Cambia de canal. Invento nuevo americano con sólo veinte minutos perder grasa. Cambia de canal. Documental. Cambia de canal. El chico blanco en el suelo pringado de semen y paja. La yegua calmada. El peludo follándose al caballo. Cambia de canal. El señor y las dos chicas comiendo fruta bajo la mesa. Saca la mano de mis calzoncillos mojados. Cambia de canal. El peludo echando semen en el culo del caballo. La yegua escapa del establo. El de mi lado se corre en mi mano. La saco.

—Bueno, me voy a dormir —le digo—, gracias por todo

—A ti

—Buenas noches

Cojo la camiseta y salgo. Cierro la puerta. Entro en el baño y vuelvo a mear. Me limpio los calzoncillos con papel higiénico. Entro en mi habitación. Me dejo caer en la cama. Me relajo. No tengo sueño. Me quito las zapatillas con los pies. Cojo la almohada y la abrazo. Me levanto. Abro el grifo del lavamanos. Bebo. Enciendo un cigarro. Fumo pensando. Miro al techo. Blanco. Apago el cigarro. Me quedo dormido. Una hora después me despierto. Cojo el tabaco. Abro la ventana. Echo el humo fuera. Lo apago. Salgo al pasillo. Llamo. Abro. Tumbado en la cama con la luz de la mesita encendida. Levanta la vista del libro. Me mira.

—Hola —me dice

—Hola

—Pasa

—Es que yo quería decirle

—No te quedes ahí

Entro. Cierro la puerta. Marca la hoja del libro y lo deja en la mesa. Abre la sábana. Me arropa en su pecho. Me siento pequeño. Me folla. Respiramos. Me cuenta que está casado, que tiene dos niñas preciosas, que hace un año que cree haber salido del armario, que no sabe cómo afrontarlo. Le digo que sea valiente. Me dice que no puede. Le digo que se está engañando. Me dice que es demasiado tarde para cuestionarlo. Le digo que lo acepte. Me dice que prefiere negarlo. Le digo que no sea tonto y que no se haga más daño. Me dice que su mujer no se enterará. Le digo que ése no es el problema. Me pregunta cuál. Le digo que honestidad. Me dice que puede llevarlo. Le digo que será infeliz. Me dice que no hay más remedio. Le digo que sí lo hay. Me pregunta qué haría yo. Le digo que afrontarlo y mirar adelante. Me dice que yo lo veo demasiado fácil. Le digo que puede ser pero que tiene que actuar. Me pregunta cómo. Fumamos. Le digo que empezando por decírselo a su mujer si es que ella todavía no lo sabe. Me dice que seguro que no. Le digo que puede que sí. Me repite que no. Le digo que ella puede estar esperando. Me pregunta qué. Le digo a que él de el primer paso. Me dice que se lo habría notado. Le pregunto cómo. Me dice que eso se nota. Le digo que como ser gay. Me sale con que seguirá llevando la misma vida. Le digo que eso no es verdad. Me pregunta por qué. Le digo que ahora se acostará con chicos. Me dice que lo hará a espaldas de su mujer. Le digo que no pase por ahí. Me dice que ya lo está haciendo. Le digo que sea auténtico. Me pregunta en qué consiste serlo. Le digo que vivir en paz con sus sentimientos. Me dice que él la quiere. Le digo que eso no es amor verdadero. Me dice que cómo coño sé yo lo que es amor verdadero. Le digo que es dar el mundo entero. Me dice que eso no es más que un jodido pareado. Le digo que además son hechos sinceros. Me pide que no insista. Le digo que allá él con su vida. Me dice que le deje en paz. Le digo que hay que llegar hasta el final. Me dice que el final ha llegado y que me marche a mi habitación. Le digo que se dé una oportunidad. Me dice que ya la ha perdido. Le digo que no sea cobarde. Me dice que me meta en mis asuntos. Le digo que mis asuntos son los suyos. Me insulta. Apago el cigarro. Escucho. Me levanta la mano. La miro fijamente. Me arrea con fuerza. Pongo la otra mejilla. Me pregunta que si me vuelve a dar. Le digo que lo intente. Me da. Levanto la cara. Me dice que hubiera preferido no conocerme. Le digo que eso duele más que lo de antes. Me dice que yo le he hecho más daño. Le digo que sólo intento, no sé lo que intento hacer. Me dice que ahora se siente más culpable. Le digo que ése es buen camino. Me pregunta por qué. Le digo que porque luego ya no sentirá lo mismo. Me pide consejo. Me hago el sueco. Se pone serio. Le digo lo de ser auténtico. Me pregunta qué hago yo para serlo. Le digo que es lo que estoy buscando. Me dice que yo sólo busco sexo. Le digo que puede ser. Me dice que es lo que es. Le digo que si es así tendré que aceptarlo. Me dice que le doy la vuelta a las cosas. Le digo que de otra forma no se ven por completo. Me dice que ya he vuelto a hacerlo. Le pregunto que si quiere follar o no. Me dice que sí. Hacemos sexo.

Salgo de la habitación. Paso por el aseo. Entro en la mía. En silencio. Pongo el despertador a las ocho. Me duermo. Sueño con mi trompa y mi yoyó de pequeño. Despierto. Apago el despertador. Salgo, aseo, entro, me arreglo. Dejo la llave. Paso por la habitación de al lado. Abro la puerta. No hay nadie. Aviso a la hostelera. Recojo la ropa limpia de la mesa y la meto en la mochila. Me despido. Bajo las escaleras. Me cruzo con él.

—Buenos días —me dice mordiendo un croissant

—Hola

—¿Te vas?

—Sí

—Que vaya bien

—Igualmente

—¿Nos volveremos a ver?

—No sé, no creo

—¿No crees en las casualidades?

—¿Por qué habría de hacerlo?

—No es un país tan grande

—¿Y qué le digo a tu mujer?

—Tú sabrás, eres un chico listo

—Diré la verdad

—Pues la tendremos que aceptar

—Hoy es un día perfecto para hacerlo

—Ya veremos

—Sí

—Bueno, que tengas mucha suerte

—Yo también te la deseo

—Hasta luego

Abro la puerta de la calle. Pesa. Hace sol. Entro en la panadería de enfrente. Salgo con un croissant en la mano. Voy haciendo dedo. Para un chico joven con barba negra y corbata. Me pregunta. Le digo que donde quiera.

—Para Valencia —me dice

—Me dejas en cualquier cruce, donde te venga bien. ¿Viaje de negocios?

—Sí

—Yo de vacaciones

—Estupendo

—Joder, qué fría se ha levantado esta mañana, y yo con manga corta y piratas

Me mira las rodillas. Yo la barriga.

—¿Y a qué te dedicas? —pregunto

—Soy poeta

—Vaya, no lo pareces, uh, perdona, lo digo por el traje

—Estoy buscando editorial

—¿Has escrito un libro?

—Sí

—¿Y no lo puedes publicar tú solo?

—Podría

—¿Por qué no lo haces?

—No sirvo para los negocios

—Pues el traje te sienta muy bien

—Pero por dentro me siento estúpido

Lo imagino por dentro. Visualizo. Peludo, barrigón, estúpido.

—¿No te ha ido bien? —pregunto

—Me falta práctica

—De todo se aprende

—Yo me defiendo bien delante del papel, y sólo a veces, otras mejor darse una vuelta por la calle

—Es un problema de autoestima

—Supongo

—Ahí no puedo ayudarte

—Toma

—¿Qué es?

—Un tebeo

—¿Tuyo?

—Sí

—¿También dibujas?

—Ya me dirás qué te parece

—¿Cuándo?

—Detrás hay una dirección de correo electrónico, me escribes

—Si quieres…

—El que ha de querer eres tú

—Lo leeré

—Así podrás ayudar a mi autoestima

—¿Y si no me gusta?

—Haces como los buenos amigos

—¿Y qué hacen?

—Los de verdad te dicen sólo lo que les ha gustado, aunque sólo sea un comentario, un dibujo, ya sabes

—Lo haré

—Gracias

—¿Y quién te dice lo que está mal?

—Eso uno ya lo sabe

—¿Cómo?

—Porque se conoce

—¿Y tú te conoces?

—Eso creo

—¿Y en esa pequeña duda no cabe otra persona?

—¿Qué quieres decir?

—Que haya una parte de ti que no conozcas

—Claro, pero cada vez van siendo más pocas

—¿Y eso?

—Todas acaban saliendo, y más cuando te dedicas a esto de la creación artística o como tú lo quieras llamar

—¿Y no hay sorpresa?

—A veces

—¿Cuándo?

—Cuando el arte puro sale fuera

—Las que menos

—Llevo en esto unos siete u ocho años y sólo me ha ocurrido dos veces

—¿Cómo?

—Pues mira, una vez dibujando y la otra escribiendo un poema

—¿Hace tiempo?

—Al poco de empezar en serio

—¿Ya no ha vuelto a suceder?

—A veces se deja ver

—¿Y qué haces?

—Nada, escribo, dibujo, más no puedo hacer

—¿Y?

—Sale cuando le da la gana, cuando menos te lo esperas, cuando no le das importancia, cuando…

—Cuando eres tú

—Eso debe ser, ¿aquí te va bien? —señalándome un cruce

—Sí, gracias

—Pues nada

—¿Y el resto de lo que escribes y dibujas?

—Eso es lo que le ocurre a la gente normal y corriente como tú y como yo

—¿No es importante?

—Lo que más

—¿Por?

—Porque es el trabajo de cada día, la miguita de pan, el oxígeno para respirar

—Bueno, pues si quieres…

—Hasta luego

Bajo del coche. El corazón me da un pinchazo. Agarro el tebeo fuerte con la mano. Enamorado. Le miro por última vez. Memorizo la matrícula del coche. Bajo la vista a la contraportada. No hay dirección electrónica. Busco. No la encuentro. Sí, aquí está. Guardo el tebeo en la mochila y me la echo al hombro.