Notas
[1] La tercera fue la revolución política, que instauró la democracia en dichos países (Inglaterra, EEUU, Francia, etc.) y el Estado de Derecho, creando Estados laicos, con separación de los tres poderes y principio de soberanía popular basado en la democracia representativa. La cuarta, el capitalismo, principal motor del desarrollo industrial, militar y colonial. <<
[2] La expresión Big Science fue introducida por Solla Price en 1968 en su libro Big Science, Little Science (trad. Española, Hacia una ciencia de la ciencia. Barcelona, Ariel, 1973), aunque ya había sido propuesto en 1961 por Alvin Weinberg cuando dirigía el Oak Ridge Laboratory. Dicha denominación es usada habitualmente por los científicos. <<
[3] J. Echeverría, Filosofía de la ciencia (Madrid, Akal, 1995) y Ciencia y Valores (Barcelona, Destino, 2002). <<
[1] D.J. de Solla Price, Hacia una ciencia de la ciencia, Barcelona, Ariel, 1973, p. 23. <<
[2] Solla Price, o.c., p. 24. <<
[3] Ibid., p. 37. Solla Price la consideró como «la ley fundamental para cualquier análisis de la ciencia» (p. 38). <<
[4] La formulación más general de la segunda ley es: «Todas las leyes de crecimiento aparentemente exponencial son en último extremo logísticas, lo que implica un período de crisis cuyo punto medio se encuentra a la distancia aproximada de una generación». (Ibid., pp. 64-65). <<
[5] Alvin M. Weinberg, «Impact of large-scale science on the United States», Science, 134 (21 de julio de 1961), p. 164. Weinberg propuso definir la macrociencia mediante un criterio económico, según el cual los proyectos macrocientíficos requieren una parte significativa del producto nacional bruto. Véase A. M. Weinberg, Reflections on Big Science, Cambridge, Mass., MIT Press, 1967. <<
[6] Este tipo de criterio para distinguir la macrociencia se convirtió en estándar. En el World Inventory of «Big Science» Research Instruments and Facilities editado en 1986 por el Congreso de los EEUU, se hablaba de macrociencia para aludir a grandes aparatos científicos que hubieran sido construidos con posterioridad a 1920 y que hubieran costado como mínimo 25 millones de dólares, en dólares constantes de 1984. <<
[7] Solla Price, o.c., p. 34. <<
[8] Ibid., p. 50. <<
[9] B. Hevly, «Reflections on Big Science and Big History», en P. Galison and B. Hevly (eds.), Big Science: the Growth of Large-Scale Research, Stanford, Stanford Univ. Press, 1992, p. 356. <<
[10] Ibid., pp. 356-357. <<
[11] Ibid., pp. 357-358. <<
[12] P. Galison, «The Many Faces of Big Science», en Galison y Hevly, o.c., p. 13. <<
[13] R. S. Smith, «The Space Telescope», en Galison y Hevly, o.c., p. 186. <<
[14] W.K.H. Panofsky, «SLAC and Big Science: Stanford University», en P. Galison y B. Hevly, o.c., p. 145. <<
[15] Sánchez Ron, o.c., p.36. <<
[16] Ibid., p. 51. <<
[17] Ibid., pp. 36-37. <<
[18] Otros autores, como Michael Dennis, ha mostrado de manera convincente que establecer una frontera temporal entre la Pequeña y la Gran ciencia, así como señalar un origen histórico para esta última, implica creer en mitos. Ver M. Dennis, A Change of State: The Political Cultures of Technical Practice at the MIT Instrumentation Laboratory and the John Hopkins University Applied Physics Laboratory, 1930-1945, tesis doctoral en la John Hopkins University, 1990. Dicho autor afirma que ya había macrociencia en los años 30 en esas dos Universidades norteamericanas. <<
[19] P. Galison, «The many faces of Big Science», en P. Galison and B. Hevly, Big Science, Stanford, Cal., Stanford Univ. Press, 1992, p. 3, R. Seidel, «The Lawrence Berkeley Laboratory», en Ibid., pp. 21-45 y J. M. Sánchez Ron, Falsos mitos: ciencia versus tecnología, Madrid, Fundación Repsol, 1998, p. 38. El ciclotrón de Lawrence de 1932 tenía 30 cm de diámetro y 1 millón de voltios de potencia. En 1939 se construyó en Berkeley un ciclotrón de 16 millones de voltios. El tamaño y potencia de los ciclotrones aumentó enormemente a partir de los 40, hasta llegarse al célebre proyecto —abortado finalmente por el Congreso de los EEUU en 1993— del Supercolisionador Superconductor, que hubiera tenido un túnel de 95 kilómetros de longitud, una energía 20 veces más alta que todos los existentes y un coste estimado de unos 8000 millones de dólares. <<
[20] No se olvide que tanto Merton como Kuhn subrayaron que los descubrimientos científicos frecuentemente se producen de manera simultánea e independiente. Numerosas controversias históricas por la prioridad en el descubrimiento así lo atestiguan. <<
[21] El Radiation Laboratory del Massachussefs Institute of Technology se fundó en 1940 y rápidamente se especializó en el proyecto radar, de gran alcance científico, pero también tecnológico y militar. Tras la guerra, los radares también tuvieron gran aplicación en la aviación y navegación civil. Prosiguiendo con esta línea de investigación los laboratorios Bell descubieron en 1947 el transistor, otro gran ejemplo de innovación tecnocientífica. En cuanto al proyecto ENIAC, permitió la construcción del primer ordenador multipropuesta, cuyo diseño fue hecho por von Neumann, pero cuya puesta en funcionamiento no hubiera sido posible sin la estrecha colaboración de físicos, matemáticos e ingenieros. Al igual que el Proyecto Manhattan, ambos proyectos fueron financiados por el Ejército Estadounidense y sus resultados permanecieron secretos mientras duró la guerra. Ver Sánchez Ron, o.c., pp. 43-52 y Robert Seidel, «The Origins of the Lawrence Berkeley Laboratory», en Galison y Hevly, o.c., pp. 21-45. <<
[22] Otro ejemplo de megaciencia durante ese período podría ser la Criptología, con proyectos británicos, alemanes, franceses y estadounidenses en competencia. <<
[23] En relación con el informe Bush y las iniciativas legislativas que le precedieron seguimos lo expuesto por Bruce L. R. Smith en su libro American Science Policy since World War II (Washington, The Brooking Institution, 1990). <<
[24] Así lo señala Sánchez Ron, o.c., p. 44: «sin la poderosa industria estadounidense no habría sido posible llevarlo a buen puerto». O, en relación con el ciclotrón de Lawrence: «en más de un sentido el laboratorio de Berkeley se parecía más a una factoría que a los gabinetes de otras épocas» (Ibid.. p. 40). <<
[25] En 1955, el 80% de las inversiones del Gobierno Federal en I+D fueron canalizadas a través del Departamento de Defensa. <<
[26] Por ejemplo, más del 50% de los matemáticos norteamericanos eran contratados en los años 80 por la National Security Agency o por Agencias militares. <<
[27] En 1968, la industria norteamericana solo invertía en I+D la mitad que el Gobierno Federal. A partir de 1980, pasó a invertir más, tendencia que ha proseguido en las dos últimas décadas del siglo XX, hasta llegar al 70% de inversión privada en la actualidad. <<
[28] Sobre la concepción teleológica de la racionalidad científica, ver D.R. Resnik, «Do Scientific Aims Justify Methodological Rules?», Erkenntnis 38 (1993), pp. 223-232. <<
[29] Esta afirmación vale incluso para el caso del CERN europeo, ejemplo de organización tecnocientífica dedicada en principio exclusivamente al avance del conocimiento y a la invención tecnológica. En el fondo, dicha iniciativa fue conjunta a los primeros proyectos de construir una Unión Europea, en principio comercial (y científica), luego económica y política. <<
[30] Véase, por ejemplo, el libro de Eugenio Moya, Crítica de la razón tecnocientífica, Madrid, Biblioteca Nueva, 1998, donde se dice que «entendemos por razón tecnocientífica aquel tipo de razón que legó a Occidente la Modernidad y cuyos dos fines principales fueron la búsqueda de la verdad y la eficacia» (p. 25). Otro tanto cabría decir, aunque con mayores matices, de Evandro Agazzi, al menos en su escrito «La techno-science et l'identité de l'homme contemporain» (Friburgo, Ed. Universitaires Fribourg Suisse, 1997). <<
[31] Ya vimos la postura de Sánchez Ron sobre la Gran Ciencia. Dicho autor considera que «la Gran Ciencia ha caracterizado y caracteriza a una parte importante de la ciencia del siglo XX» (o.c., p. 28) y que es «un procedimiento de investigación característico de nuestro siglo» (Ibid., p. 36), distinguible de la ciencia tradicional por su «mayor tamaño, mayor potencia y mayor coste económico» (Ibid., p. 39), aunque también utiliza a veces la expresión «tecnociencia», al pensar que hay «dominios de la ciencia contemporánea en los que la distinción, al menos durante ciertos estadios y momentos de su desarrollo, entre ciencia y tecnología se desvanece considerablemente»… «esta dimensión tecnocientífica de una parte importante de la ciencia contemporánea se muestra con especial fuerza en el Proyecto Manhattan» (Ibid., p. 43). <<
[32] Ya hemos publicado una primera tentativa de caracterización de la tecnociencia en J. Echeverría 1999, o.c., pp. 317-320. En el presente libro intentamos precisar y mejorar esas propuestas. <<
[33] En el libro Science in Action, Buckingham, Open University Press, 1983, trad. española en Barcelona, Labor, 1992, p. 29. No pretendemos afirmar, sin embargo, que Latour haya sido el primero en utilizar dicha expresión, que seguramente ha sido usada por muchas personas sin conocer la propuesta de Latour, y en un sentido distinto al del pensador francés. Incidentalmente, el autor del presente libro ya usó el término «tecnociencia» en 1982, en algún artículo de prensa. Una investigación histórica mostraría con seguridad que otros autores también lo han usado antes e independientemente de Latour. <<
[34] Como el propio Latour lo llama: ver B. Latour, o.c., p. 162. <<
[35] B. Latour, o.c., p. 154. La identificación entre tecnología y ciencia aplicada puede encontrarse en la obra de F. Rapp, Filosofía analítica de la ciencia (Buenos Aires, Ed. Alfa, 1981), así como en algunos escritos de Mario Bunge. <<
[36] Véanse los libros de Durbin y Mitcham o, entre los autores españoles, los de Sanmartín y Quintanilla, escritos todos ellos en la década de los 80. En la última década del siglo XX la distinción entre tecnología y ciencia aplicada es habitual en filosofía de la tecnología y en los estudios CTS. <<
[37] R. Nelson y S. Winter, «In search of a useful theory of innovation», Research Policy, 6 (1977), pp. 36-76; G. Dosi, «Technological paradigms and technological trajectories», Research Policy. II (1982), pp. 147-162. <<
[38] Para un análisis de las relaciones entre ciencia y tecnología en la primera revolución industrial, en particular en Gran Bretaña, ver A. Elena y J. Ordóñez (eds.), Después de Newton: ciencia y sociedad durante la Primera Revolución Industrial, Barcelona, Anthropos, 1998. <<
[39] J. Echeverría, Filosofía de la Ciencia, Madrid, Akal, 1995, p. 29. <<
[40] Ver G. Hottois, El paradigma bioético. Una ética para la tecnociencia. Barcelona, Anthropos, 1991. <<
[41] H. Stork, Einführung in die Philosophie der Technik, Darmstadt, Wissenschaftliche Buchgesellschaft, 1977, p. 41, citado por Hottois, o.c., p. 20. <<
[42] W. Barret, The Illusion of Technique, New York, Anchor, 1978, p. 202, citado por Hottois, p. 21. <<
[43] J. J. Solomon, Science et politique, p. 136, citado por Hottois, p. 21. <<
[44] F. Gros, F. Jacob y P. Royer, Sciences de la vie et société, Paris, Seuil, 1979, p. 147, citado por Hottois, p. 23. <<
[45] J. Ladriére, Les enjeux de la rationalité, Paris, Aubier-Unesco, 1977, pp. 55-56. <<
[46] Tal es el caso de Steven Weinberg, por ejemplo, aunque en su caso es un defecto disculpable, por tratarse de un físico en activo (Premio Nobel de Física en 1979), no un historiador ni un filósofo. Ver su libro Facing Up: Science and its Cultural Adversarles, Cambridge, Mass., Harvard Univ. Press, 2001, p. 21. Porque el Laboratorio de Greenwich fuera una institución de gran tamaño dedicada a la investigación científica o porque Newton y sus seguidores atribuyeran gran importancia a los instrumentos científicos y colaboraran con las instituciones militares no se debe inferir que la tecnociencia surgió con la Royal Sociefy. No basta con un rasgo distintivo de la tecnociencia (el tamaño, la mutua mediación entre ciencia y tecnología) para afirmar la aparición de la tecnociencia. Lo importante es precisar el sistema de rasgos distintivos de la tecnociencia, no una diferencia específica, como ha sido tradicional en filosofía. Este error metodológico es el que suele impulsar a muchos pensadores a afirmar que «hoy en día, todo es tecnociencia». No es así. <<
[47] Ver apartado 2.1 <<
[48] Ver apartado 2.2 <<
[49] En filosofía de la tecnología hay toda una tradición esencialista, iniciada por Heidegger, que suele conducir a la confusión conceptual, mayormente. Nuestra pretensión es opuesta al esencialismo tecnológico, que prolifera por doquier. Por ello a lo largo de esta obra nos basaremos ante todo en autores opuestos a esa tradición, que ha sido muy perniciosa en filosofía. Ver Echeverría 2002, prólogo y capítulo 1, para una exposición más amplia de nuestras críticas a la «filosofía sustancial», como rimbombantemente suelen denominarla sus promotores. <<
[50] I. Hacking, Representar e intervenir. México, Paidós, 1996; J. Rouse, Enaaaina Science: How to Understand Its Practices Philosophically. Ithaca, Cornell, 1996). <<
[51] A. Pickering (ed.), Science as Practice and Culture, Chicago, Univ. of Chicago Press, 1992 y A. Pickering, The Mangle of Practice, Chicago, Univ. of Chicago Press, 1995. <<
[52] A. Franklin, The Neglect of Experiment, Cambridge, Cambridge, Univ. Press, 1986; J.Z. Buchwald (ed.), Scientific Practice, Chicago, Univ. of Chicago Press, 1995; P. Galison, How Experiments End, Chicago, Univ. of Chicago Press, 1987. Véase también el monográfico de la revista THEORIA (vol. 17:44, 2002), coordinado por Javier Ordóñez y José Ferreirós, para una exposición panorámica de dicha corriente. <<
[53] Ver J. Echeverría 1995 y 2002. <<
[54] J. Echeverría 2002. <<
[55] M. A. Quintanilla, Tecnología. Un enfoque filosófico, Madrid, Fundesco, 1989. <<
[56] Quintanilla, o.c., p. 33. <<
[57] Ibid., p. 34. <<
[58] Ver A. Sen, Bienestar, justicia y mercado (Barcelona, Paidós, 1997), pp. 77-78. En el capítulo 5 volveremos sobre las concepciones de Sen. <<
[59] Quintanilla, o.c., p. 34. <<
[60] Ibid., pp. 49-69. <<
[61] Fernando Broncano ha subrayado la importancia que tiene la composicionalidad en filosofía de la tecnología. Según él, «la composicionalidad de las técnicas y los artefactos» es la propiedad que permite caracterizar lo artificial (ver F. Broncano, Mundos artificiales. México, Paidós, 2000, p. 103 y siguientes. <<
[62] Echeverría, 2002, o.c., capítulo 2. Allí se distinguían diversas componentes de una acción A: el agente, la acción, el objeto al que se hace A, los instrumentos con los que se hace, las intenciones u objetivos, el lugar o escenario, las condiciones iniciales y de contorno, las reglas para actuar, los resultados, las consecuencias y los riesgos de la acción, sin perjuicio de que se admitían posibles componentes adicionales. Tal será el caso de las acciones tecnológicas y tecnocientíficas. <<
[63] J. Aracil, «Notas sobre el significado de los modelos informáticos de simulación», en F. Broncano (ed.), Nuevas meditaciones sobre la técnica, Madrid, Trotta, 1995, p. 54. <<
[64] Algunos han subrayado que incluso los modelos y simulaciones científicas conllevan valores. Ver W.A. Wallace (ed.), Ethics in Modelling, Oxford, Pergamo, 1994. <<
[65] Utilizamos este concepto en el sentido de Manuel Castells. Véase su obra La Era de la Información (Madrid, Alianza, 1996-98, 3 vols.). <<
[66] Quintanilla 1989, o.c., p. 35. <<
[67] En un Simposio sobre Mundos Artificiales celebrado en la Universidad de Salamanca en 1999. <<
[68] Ver J. Echeverría, «Teletecnologías y sistemas de valores», en Teorema, XVII/3 (1998), pp. 11-26. <<
[69] F. Sáez Vacas, Meditación de la Infotecnología, Madrid, Ed. Iberoaamericana, 2000. <<
[70] Por ejemplo, las instrucciones para realizar un ensayo experimental sobre inmunología en el Instituto Saltz de Estudios Biológicos tenían seis páginas de texto (ver B. Latour, La vida en el laboratorio. Madrid, Alianza, 1995, p.79). Si los científicos experimentales no se atienen estrictamente a esos modos de proceder, sus acciones quedan automáticamente invalidadas. El cumplimiento de estas reglas de acción es controlado continuamente en los laboratorios. <<
[71] Aceptamos el término «objeto» en una acepción fregeana, puesto que de esta manera se incluyen objetos abstractos (matemáticos, formales, etc.). Si se presupone la materialidad de los objetos, entonces preferimos la palabra más general de «entidades». <<
[72] F. Broncano, 2000, 133. <<
[1] Por ejemplo: «conocimiento por causas de lo universal y de las cosas necesarias» (Aristóteles), «conocimiento verdadero y justificado», «conocimiento que busca las leyes generales que conectan entre sí un cierto número de hechos particulares» (Russell), «conocimiento general y sistemático, esto es, aquel en el cual se deducen todas las proposiciones específicas de unos pocos principios generales» (Cohen y Nagel), «modo de conocimiento que aspira a formular mediante lenguajes rigurosos y apropiados leyes por medio de las cuales se rigen los fenómenos» (Ferrater Mora), etc. <<
[2] Para un análisis de los cambios en las estrategias y porcentajes de financiación de las políticas científicas norteamericanas, ver D. Dickson, The New Politics of Science, Chicago, Univ. of Chicago Press, 1988. En este apartado nos apoyamos en los datos proporcionados por Dickson. <<
[3] En el plano intelectual, autores como Chomsky, Feyerabend y los Rose representan bien ese cambio de perspectiva, al igual que grupos como Science for the People. <<
[4] Solo en 1971 se redujo un 25%. De 1965 a 1975 se había reducido a la mitad. <<
[5] Por ejemplo Simon Ramo, quien presidió uno de los dos Comités de la National Science Foundation a finales de los 70, y que estaba fuertemente apoyado por Rockefeller, el Vicepresidente de los EEUU en la época de Ford. Rockefeller fue quien inició el giro protecnológico, luego culminado por la admanistración Reagan. <<
[6] La búsqueda de conocimiento útil formó parte de los objetivos fundacionales de la mayoría de las sociedades científicas que surgieron en EEUU a finales del siglo XVIII. La American Philosophical Society de Filadelfia (1770) así lo hizo constar en sus estatutos, al igual que la American Academy of Arts and Sciences, fundada en 1780 en Boston. En el primer volumen de las Transactions de la Sociedad de Filadelfia podía leerse: «El conocimiento tiene poco uso si se limita a la mera especulación. Pero cuando las verdades especulativas se traducen a la práctica, cuando las teorías basadas en experimentos se aplican a las cuestiones comunes de la vida y cuando, gracias a ello, se mejora la agricultura, se amplía el comercio y las artes de la vida cotidiana la convierten en más fácil y confortable, así como cuando se promueve la mejora y la felicidad de las personas, entonces es cuando el conocimiento deviene realmente útil» (Transactions of the American Philosophical Society. vol. 1 (1771), p. XVII, citado por John C. Greene, American Science in the Age of Jefferson, Iowa, Iowa State Univ. Press, 1984, p. 6). <<
[7] Es importante subrayar que la tecnociencia ha generado múltiples teorías nuevas, buena parte de las cuales han intentado dar cuenta de las propias innovaciones tecnocientíficas. <<
[8] P. Galison, o.c., p. 4. <<
[9] Para una exposición más amplia de esta transformación operada por las TIC, ver J. Echeverría, Los Señores del Aire, Telépolis y el Tercer Entorno, Barcelona, Destino, 1999. <<
[10] El 22 de abril de 1915 el ejército alemán lanzó 168 toneladas de gas de cloro en las trincheras francesas, provocando una nube de gas tóxico de seis kilómetros y ocasionando 15.000 muertes. Los ingleses replicaron al poco con fosgeno y gas mostaza. Lanzaron 125.000 toneladas de gas y provocaron 400.000 muertes y 600.000 heridos. La macrociencia posibilitó la macroguerra, luego corregida y aumentada en la segunda guerra mundial. El responsable científico del ataque alemán fue Fritz Haber, Premio Nobel de Química en 1919 por su síntesis del amoníaco y criminal de guerra en 1920, cuando se conoció su responsabilidad en la guerra química. La convención de La Haya de 1899 había declarado ilegal la guerra química, pero es sabido que los valores jurídicos decaen frente a los valores militares en caso de guerra. En todo caso, se trata de un buen ejemplo de conflicto de valores en la ciencia, generado por la industrialización de la guerra científica. <<
[11] J. Echeverría, 1999, o.c., cap. 2. <<
[12] Ver Dickson, 1988, o.c., p. 128. <<
[13] B. Latour 1992, o.c., p. 166. <<
[14] Ibid. <<
[15] Como es sabido, Merton postuló la existencia de cinco grandes valores propios de la ciencia: el universalismo, el comunismo, etc. Llama la atención que Merton haya hecho este tipo de teorización justo en la época en que la ciencia se estaba convirtiendo en tecnociencia, rompiendo con ese marco axiológico. Otro tanto cabría decir, claro está de los filósofos de la ciencia que se dedicaban a reconstrucciones lógicas de una ciencia idealizada, que poco tenía que ver con la ciencia real de los años 40 y 50. El desinterés por la práctica científica y la desatención a la ciencia de sus coetáneos son dos de las causas de la radical insuficiencia de los estudios filosóficos y sociológicos de la ciencia y la tecnología. <<
[16] A título ilustrativo, cabe mencionar que en los años 90 más del 50% de los matemáticos estadounidenses eran empleados por el Departamento de Defensa, la CIA o la National Security Agency. <<
[17] Ver K. R. Popper, El mito del marco común… <<
[18] J. Sánchez Ron, El poder de la ciencia, Madrid, Alianza, 199. <<
[19] Para una introducción al respecto, véase la obra de P. Dickson, The New Politics of Science, Chicago, Univ. of Chicago Press, 1988. <<
[20] Ver Dickson, 1988, o.c., p. 31. <<
[21] Ibid., p. 34. <<
[22] El accidente en la central nuclear soviética de Chernobyl es uno de los ejemplos paradigmáticos al respecto. La seguridad de las factorías tecnocientíficas es uno de los valores relevantes de la tecnociencia, y ello en las diversas acepciones del término «seguridad». <<
[23] J. Echeverría, 2002, o.c., cap. 2. <<
[24] Dickson, 1988, o.c., p. 120. <<
[25] Dickson, 1988, o.c., pp. 122-123. <<
[26] Ver J. Echeverría, 1995, o.c., cap. 3. <<
[27] Un documento clave al respecto es la Declaración de Budapest (1999) en pro de la democratización de la ciencia, promovida por la UNESCO. <<
[28] Como las denomina Castells en su libro La Era de la Información (Madrid, Alianza, 1996-98, 3 vols.). <<
[29] Así ocurrió, por ejemplo, cuando la empresa Du Pont patentó el nylon. Ver David A. Hounshell, «Du Pont and Management of Large-Scale Research and Development», en Galison y Hevly, o.c., p. 241. <<
[30] J. Aracil, Máquinas, sistemas y modelos, Madrid, Tecnos, 1986, p…. Seguiremos en este apartado la exposición de Aracil. <<
[31] Para esos desarrollos, ver M. Minsky y otros, Robótica: la última frontera de la alta tecnología, Barcelona, Planeta, 1986. <<
[32] Aracil, 1986, o.c., p. 82. <<
[33] Aracil, 1986, o.c., p…. <<
[34] J. Aracil, Prólogo a la obra de S. Martínez y A. Requena, Dinámica de sistemas (Madrid, Alianza, 1986, 2 vols.), p. I. <<
[35] J. Aracil, Ibid. <<
[36] Ibid., p. III. <<
[37] Ibid., p. IV. <<
[38] F. Sáez Vacas, 2000, o.c. <<
[39] Ver P. Breton, Historia y crítica de la informática, Madrid, Cátedra, 1989, pp. 69-81. <<
[40] No hay que olvidar que la segunda guerra mundial también produjo enormes avances en las tecnologías de control automático, que habían sido impulsadas desde el sector de la ingeniería naval. El cohete alemán V-2 y el bombardero norteamericano B-29 introdujeron ese tipo de tecnologías en el campo de batalla, con espectaculares resultados. <<
[41] P. Breton, 1989, o.c., p. 93. <<
[42] Von Neumann conocía los trabajos de Turing sobre cálculo simbólico y aplicó teorías neurofisiológicas de Pitts y McCulloch para que EDVAC se asemejara en su estructura al cerebro humano. <<
[43] El teorema de los cuatro colores no es el único ejemplo. Hay otros muchos teoremas para cuya demostración son imprescindibles los ordenadores, por ejemplo en teoría de grupos finitos. <<
[44] Ver, por ejemplo, D. Kapur y J.L. Mundy (eds.), Geometric Reasoning, Cambridge, MIT Press, 1989. <<
[45] Ver David O. Edge y M. Mulkay, Astronomy Transformed, New York, Wiley, 1976. El National Radio Astronomy Observatory fue la institución clave para ello. Fue una institución federal, lo cual posibilitó su uso por parte de la comunidad científica, pero también por los militares, puesto que desarrolló tecnologías que fueron aplicables a la seguridad nacional. <<
[46] Así lo señala Robert W. Smith en su estudio del caso, «The Biggest Kind of Big Science: Astronomers and the Space Telescope», en B. Galison y P. Hevly, 1992, o.c., p. 185. Seguiremos el análisis realizado por Smith (o.c., pp. 184-211). Para un estudio más detallado, véase su obra The Space Telescope: A Study of NASA, Science, Technology and Politics, New York, Cambridge Univ. Press, 1989. <<
[47] Los astrónomos de la costa oeste, donde las condiciones meteorológicas son mucho mejores para la astronomía terrestre, estaban en contra del proyecto y consideraban que era una iniciativa que solo interesaba a los astrónomos de la costa Este. La American Astronomical Society no ejerció presión alguna a su favor. Muchos astrónomos consideraban que era un proyecto basado en intereses políticos de la NASA, no en ventajas científicas. Asimismo temían que el enorme coste del proyecto menguara la financiación para otras investigaciones astronómicas. <<
[48] R. W. Smith 1992, oc., p. 192. <<
[49] Estas eran las divisiones en el Centro de Los Álamos. Otras estaban situadas en diferentes lugares, como la División Médica, a la que nos referiremos al hablar de tecnomedicina. <<
[50] L. Hoddeson, «The Los Álamos Implosion Program», en Hevly y Galison 1992, o.c., p. 275. Tomamos este estudio como referencia básica para nuestro comentario. <<
[51] No hay que olvidar, sin embargo, que algunos científicos se negaron a participar en el Proyecto Manhattan, e incluso estuvieron en el origen del movimiento Punjab de oposición a las bombas atómicas. <<
[52] Citado por L. Hoddeson, 1992, o.c., p. 280. <<
[53] La fecha prevista para el primer test experimental, en la isla de Trinidad el 1 de mayo de 1945, fue determinante en la planificación de las actividades de los diversos equipos durante la última época de desarrollo del proyecto. Con ello se evidencia que la producción de conocimiento estaba planificada industrialmente, a diferencia de las investigaciones científicas tradicionales. <<
[54] L. Hoddeson, o.c., p. 286. <<
[55] Un caso de estudio muy importante para la macrofísica es el Supercomputing Supercollider, proyectado por Departamento de Energía de los EEUU. Tras grandes debates y controversias, tanto en medios científicos y políticos como ante la opinión pública, el Congreso norteamericano rechazó ese proyecto el 21 de octubre de 1993, pese a que ya se habían gastado 2000 millones de dólares en el mismo. La construcción del acelerador proyectado, de 54 millas, hubiera costado 10.000 millones de dólares. <<
[56] David A. Hounshell, 1992, o.c., p. 237. Seguiremos el estudio de Hounshell a lo largo de este apartado. <<
[57] Carta de Du Pont a C.M. Barotn, 17-8-1908, citada en D.A. Hounshell y J.K. Smith, Jr., Science and Corporate Strategy. New York, Cambridge Univ. Press, 1988, p. 45. <<
[58] Ver T. Lenoir y M. Hays, «The Manhattan Project for Biomedicine», en Phillip R. Sloan (ed.), Controlling Our Destinies: Historical, Philosophical. Ethical and Theoloaical Perspectives on the Human Genome Proiect. Notre Dame, Univ. of Notre Dame Press, 2000, p. 34. <<
[59] Lenoir y Hays, 2000, o.c., p. 46. En este apartado nos estamos basando en el estudio realizado por estas autoras. <<
[60] Ver Lily E. Kay, «A Book of Life?», en R.S. Sloan, 2000, o.c., pp. 99-124. En lo que sigue utilizaremos dicho artículo como fuente principal. <<
[61] J. D. Watson y F. H. Crick, «A Structure for Desoxyribose Nucleic Acid», Nature, 171 (1953), p. 738. <<
[62] Algunas de las más importantes fueron tecnológicas, como la introducción de marcadores genéticos o las propias técnicas de secuenciación. En cambio, la identificación del ARN mensajero (Nierenberg, 1961) puede ser considerada como una aportación típicamente científica. <<
[63] R. Delbecco, «A Turning Point in Cancer Research: Sequencing the Human Genome», Nature 231 (1986), pp. 1055-1056. <<
[64] Ver K. Davies, La conquista del genoma humano, Barcelona, Paidós, 2001, capítulo 1. Seguiremos la exposición que hace Davies. <<
[65] K. Davies, 2001, o.c., p. 52. Conviene señalar que Healy reprochó a Watson que fuera accionista de algunas empresas biotecnológicas, porque ello podía generar conflictos de intereses. Watson argumentaba que casi todos los investigadores destacados eran accionistas de ese tipo de empresas. <<
[66] La ABI 373A, fabricada por Applied Biosystems, había sido diseñada para secuenciar ADN. <<
[67] R. Pflug, «Three-dimensional Computer Graphics in Geology», en R. Pflug y J. W. Harbaugh (eds.), Computer Graphics in Geoloav. Berlín, Springer, 1992, p. XIII. <<
[68] J. W. Harbaugh, «Major Issues in Simulating Geologic Processes», Ibid., p. XVII. <<
[1] T. S. Kuhn, ¿Qué son las revoluciones científicas? y otros ensayos, Barcelona, Paidós, 1989, p. 92. <<
[2] Ibid. <<
[3] Kuhn, o.c., p. 87. <<
[4] I. Hacking, Representar e intervenir, México, FCE, 1997. <<
[5] Recuérdese la negativa de Bellarmino a mirar por el telescopio de Galileo, o los diferentes resultados ópticos que se obtenían en la época de Newton al usar unas lentes u otras. <<
[6] A. R. Pérez Ransanz, Kuhn y el cambio científico. México, FCE, 1999, p. 35. <<
[7] T. S. Kuhn, The Structure of Scientific Revolutions, Chicago, Univ. of Chicago Press, 1962, aunque la edición canónica es la de 1970, corregida y aumentada por el propio Kuhn. Citaremos por la traducción al español de esa segunda edición (México, FCE, 1971), pese a algunas deficiencias en dicha traducción. Pérez Ransanz señala que esta obra de Kuhn ha vendido más de un millón de ejemplares en todo el mundo. Cabe decir que ha sido la obra más influyente en los estudios sobre la ciencia de la segunda mitad del siglo XX. <<
[8] Traducido en el volumen del mismo título (Madrid, Tecnos, 1978), así como en T.S. Kuhn, La tensión esencial, México, FCE, 1982, apartado XII, pp. 317-343. Citaremos por esta última edición. <<
[9] Kuhn 1982, o.c., p. 318. <<
[10] Kuhn 1971, o.c., p. 281. <<
[11] Ibid. <<
[12] Ibid., p. 282. <<
[13] Kuhn 1982, o.c., pp. 321-322. <<
[14] Kuhn 1971, o.c., p. 283. <<
[15] Ver Echeverría 1995, o.c., apartado I. <<
[16] Kuhn 1982, o.c, p. 322. <<
[17] Kuhn 1971, o.c., p. 283. <<
[18] Por ejemplo Russell y Ayer. La neutralidad axiológica de la ciencia fue un lugar común de la filosofía de la ciencia del siglo XX, aunque a partir de los años 80 el panorama cambió considerablemente. <<
[19] Ibid. <<
[20] Ibid., pp. 283-294. <<
[21] Ibid., p. 284. <<
[22] Ver Echeverría 2002, o.c., cap. 1. <<
[23] Kuhn 1971, o.c., pp. 285-286. <<
[24] L Laudan, Science and Values, Berkeley, Univ. of California Press, 1984. <<
[25] Echeverría, 2002, o.c., cap. 1. <<
[26] Ibid., p. 99. <<
[27] Lo cual es posible en lenguas de origen greco-latino con el código ASCII, y en general con UNICODE. <<
[1] Al respecto, ver Echeverría, 1999, o.c.. capítulo 8. <<
[2] No pensamos que la cultura científica sea una. Galison ha mostrado que cabe distinguir entre tres subculturas, la de los teóricos, la de los experimentalistas y la de los instrumentos. En el caso de la tecnociencia, esas subculturas entran en contacto con otras formas de cultura (empresarial, política, militar, ecológica, jurídica, etc.). Los diversos subsistemas de valores que distinguiremos en el capítulo 5 pueden servir como índice para diferenciar subculturas dentro de las tecnociencias, sin olvidar la incidencia que las culturas nacionales tienen en la estructuración de los diversos sistemas de ciencia y tecnología. <<
[3] Echeverría, 2002, o.c., cap 2. <<
[4] Editado en Washington por la National Science Foundation en 1945 y reeditado en 1960 y 1990. <<
[5] Daniel S. Greenberg, Science, Money and Politics, Chicago, Univ. of Chicago Press, 2001, capítulo 3. <<
[6] No hay que olvidar que Vannevar Bush procedía del MIT, donde había sido Vicepresidente y Decano de Ingeniería en 1932. En 1938 se desplazó a Washington para presidir la Carnegie Institution y durante la guerra dirigió la Oficina de Investigación Científica y Desarrollo en la propia Casa Blanca. Bush convenció al Presidente Roosevelt de la conveniencia de concebir una política científica para la postguerra, aunque su informe lo presentó a Truman, tras el fallecimiento de Roosevelt. <<
[7] En 1947, cuando Bush había sido relevado por Steelman, se creó el President’s Scientific Research Board para asesorar al Presidente de los EEUU en política científica. Conviene mencionar asimismo que, puesto que Bush no incluyó la medicina en su informe, los Institutos Nacionales de la Salud, que no tenían gran envergadura, optaron por crear la National Foundation for Medical Research, que contribuyó decisivamente a convertir la medicina en tecnomedicina, incorporándola al nuevo sistema científico-tecnológico. Otro tanto ocurrió en otros ámbitos. Incluso los expertos en ciencias sociales protestaron por haber sido excluidos de la NSF, aunque en este caso tuvieron que transcurrir bastantes años hasta la emergencia de las tecnociencias sociales y de las correspondientes instituciones y empresas que las promueven. <<
[8] V. Bush, Science, the Endless Frontier, Washington, United States Government Printing Office, 1945, p. 13. Citaremos la traducción de Horacio Pons. <<
[9] Ibid., p. 3. <<
[10] Ibid., p. 4. <<
[11] Ibid., p. 6. <<
[12] Ibid., p. 7. <<
[13] Ibid. <<
[14] Ibid. <<
[15] Ibid. <<
[16] Ibid., pp. 7-8. <<
[17] F. Sáez Vacas, 2000, o.c. <<
[18] Ibid., p. 8. <<
[19] Ibid. <<
[20] Ibid., p. 9 <<
[21] Ibid., p. 10. <<
[22] Ibid., p. 13. <<
[23] Ibid. <<
[24] Smith, 1990, o.c., p. 39. <<
[25] Parafraseando a Kuhn, podría hablarse de una frase «preparadigmática», en la que ya se apuntan algunos de los cambios que traerá consigo el paradigma tecnocientífico. Puede ser fechada a principios de los años 30 en los EEUU. Algunas Universidades ya habían promovido este tipo de cambios: por ejemplo el MIT, o Princeton. Así surgieron el Radiation Laboratory del MIT o los ciclotrones de Princeton. El propio Gobierno Federal había tenido en los años 30 algunas iniciativas que podríamos denominar «pre-tecnocientíficas», e incluso durante la primera guerra mundial. Pero el embrión de sistema tecnocientífico que se creó en los años 20 fue desmantelado al terminar la guerra, cosa que no ocurrió en la segunda guerra mundial. El National Research Council, por ejemplo, desempeñó un papel muy modesto a la hora de catalizar y coordinar las iniciativas. El Departamento de Comercio fue la principal fuerza impulsora de la política científica norteamericana en los años 20, pero algunas de sus principales iniciativas no cristalizaron. Por otra parte, muchas de esas instituciones fueron creadas imitando instituciones similares europeas, a diferencia del informe Bush, que supuso grandes novedades en la organización del sistema CyT. Ver Smith, 1990, o.c., cap. 2 para la ciencia norteamericana antes de la segunda guerra mundial. <<
[26] Ver J. Ziman, Real Science, Cambridge, Cambridge Univ. Press, 2000. <<
[27] Al respecto, ver S. Mukerji, A Fragile Power. Scientists and the State, Princeton, Princeton Univ. Press, 1989. <<
[28] Ibid., p. 13. <<
[29] Ver J.L. Luján y Luis Moreno, «El cambio tecnológico en las ciencias sociales: el estado de la cuestión», Revista Española de Investigaciones Sociológicas, 74 (1996), pp. 127-161, p. 130. <<
[30] M. Olazarán 1994, o.c., p. 331. <<
[31] J. Echeverría, 2002, o.c., cap. 2. <<
[1] J. Echeverría, 2002, o.c., caps. 3 y 4. <<
[2] L. Olivé, El bien, el mal y la razón, México, Paidós, 2000, p. 91. <<
[3] Ibid., p. 92. <<
[4] Echeverría 2002, cap. 2. <<
[5] El código de Hipócrates es el primer gran ejemplo histórico de la deontología científica. <<
[6] En Echeverría, 2002, cap. 1. <<
[7] Ver J. R. Álvarez, «La ciencia y los valores: la interpretación de la actividad científica», en M.I. Lafuente (coord..), Los valores de la ciencia y la cultura, León, Universidad de León, 2001, pp. 17-33. <<
[8] Ver J. Echeverría 2002, o.c., apartado I.6. <<
[9] Para una manera de distinguirlos, ver Echeverría, 2002, apartado I.6. <<
[10] Para una discusión amplia de las diferencias entre axiología y ontología, ver Echeverría, 2002, cap. 1. <<
[11] La noción de matriz de evaluación ha sido elaborada en estrecha colaboración con José Francisco Álvarez Álvarez, Catedrático de Filosofía de las Ciencias Sociales de la UNED. Ambos preparamos una obra conjunta sobre la racionalidad axiológica y procedimental, que será publicada el próximo año por Paidós (México). <<
[12] Concepción muy habitual entre los positivistas (Russell, Ayer, etc.), pero no solo entre ellos. <<
[13] Sin embargo, es sabido que es posible metrizar las escalas ordinales, por lo que lo más habitual en axiología será utilizar ponderaciones y criterios de valoración metrizables. <<
[14] En este libro no nos ocuparemos de este punto, que será abordado más ampliamente en un libro próximo sobre la racionalidad valorativa de J. Francisco Álvarez y este autor. <<
[15] Sobre estos puntos hemos hecho comentarios más amplios en Echeverría, 2002, apartado I.5. <<
[16] Coincidimos en este punto plenamente con Kuhn, que siempre negó la existencia de algoritmos deterministas para evaluar la actividad científica. <<
[17] Dicha distinción ya había sido planteada en publicaciones anteriores: ver Echeverría 2002. <<
[18] Puesto que este libro está dirigido a un público amplio, prescindimos de introducir un aparato formal adicional para dichas submatrices. Pensamos que, dados los destinatarios potenciales de este texto, el nivel máximo de formalización mayoritariamente aceptable ya ha sido alcanzado. Lamentamos la pérdida de rigor y precisión que ello implica, pero ya hemos manifestado que no estamos por la maximización de ningún valor, sino por alcanzar grados mínimos de satisfacción y máximos de disatisfacción en función de las situaciones en las que uno actúa, en este caso en un libro dirigido a un público amplio. <<
[19] Ver D. F. Noble, La religión de la tecnociencia. Barcelona, Paidós, 1999. Noble también incurre en el error de hacer omnicomprensivo el término «tecnociencia», en el que engloba toda modalidad de ciencia y de tecnología. <<
[20] Al respecto, un libro accesible y muy bien documentado es el de J.M. Sánchez Ron, El poder de la ciencia, Madrid, Alianza-Expo 92, 1992. <<
[21] Ver A. Sen, Bienestar, justicia y mercado, Barcelona, Paidós, 1997. <<
[22] J. F. Álvarez, 2001. <<
[23] Sen, o.c., p. 80. <<
[24] Para un estudio de los cambios de la política científica norteamericana en función de los cambios políticos a partir de la segunda guerra mundial, ver D. Dickson, o.c., 1988. En dicho libro se analizan a fondo los cambios en las líneas estratégicas y prioritarias, según gobernaran el Partido Demócrata o el Republicano. El apoyo a la tecnociencia permaneció, pero la financiación general y las de unas u otras áreas expresaba las diferencias ideológicas entre ambos partidos. Este fenómeno es común en otros países que desarrollan políticas tecnocientíficas. <<
[25] Para un desarrollo más amplio de esta tesis, ver Echeverría 1999, o.c. <<
[26] Al respecto es recomendable la lectura de la obra de José Luis Luján y José Antonio López Cerezo, Ciencia y Política del Riesgo, Madrid, Alianza, 2000. <<