El rapto de las Sabinas

El decorado que había montado el chico Casajoana, al saber que su padre enviaba un mandado para comprobar si valía la pena pagar el rescate exigido por los secuestradores, hacía pensar que estábamos en Francia. Y las vueltas que dio el coche, carretera arriba y carretera abajo, mientras yo no podía ver, también. Pero no estábamos en Francia. Lo sospeché por dos cosas: una, las siete cifras del teléfono, ¿recuerdan? Oí cómo marcaban siete cifras. Y, para llamar desde algún lugar de Francia a Barcelona, son necesarias más: dos de internacional, dos de España, dos de Barcelona y siete del número que se pide. Pero, además, había otro detalle: la marca del lavabo donde me lavé las manos. Las letras azules de la casa Roca, sí...

Habían montado el tinglado en Vallirana. Y no a diez minutos de Lyon, como quería hacernos creer el muchacho. El chico pensaba que había encontrado un sistema fácil de sacarle los cuartos al burgués y lo que sacó fue una bronca de su padre y conseguir que le cortara el suministro de dinero para siempre. Cosas que pasan cuando no se es profesional.