Capítulo 13
«Cierto noble contrajo una grave enfermedad, y su estado era crítico.
Los médicos le recomendaron el matrimonio por considerarlo el método más eficaz para recuperar la salud».
The Gentleman Magazine, 1769
Lilly revisó las cartas que había en la bandeja de plata del aparador.
—¡Qué raro! —musitó.
Su tía la miró por encima de las medias lentes que utilizaba para leer.
—¿A qué te refieres, querida?
—Escribí a mi padre hace unos quince días y aún no me ha respondido.
Lilly había escrito a su padre unas líneas el mismo día que mandó una nota de felicitación a Mary por su cumpleaños.
Su tía volvió a doblar la carta que había estado leyendo.
—Puede que esté ocupado. O que el correo se haya retrasado.
—Espero que se encuentre bien. —Pese a que no veía a su padre desde hacía más de un año, se escribían con bastante regularidad. La visita que había planeado las pasadas Navidades se había cancelado debido a que su tía pasó unos días con mucha fiebre. Lilly se quedó en la ciudad para cuidarla, y la visita a casa finalmente no se realizó.
—¡Pues claro que sí! Si tuviera alguna enfermedad o algún problema nos habrían avisado, ¿no crees?
—Espero que sí. —Ahora que lo pensaba, las cartas de su padre cada vez eran menos habituales.
Por su parte, la tía Elliott abrió otra carta y empezó a leerla. Se le iluminaron los ojos y miró a Lilly.
—¡Querida, no te vas a creer esto!
—¿De qué se trata? Pocas veces la he visto tan contenta.
—Los Bromley han aceptado nuestra invitación a cenar el sábado. Seguramente se han dado cuenta de que Roger te prefiere a otras. Esto supone una atención muy especial, en mi opinión.
—Pero nosotros los invitamos.
—Recuerda lo que te digo, Lillian —insistió su tía, eufórica—. Roger Bromley pedirá tu mano dentro de poco.
—¡Oh, tía! No lo creo.
Lilly llevaba esperando desde el final de la temporada anterior algo así. Y es que, más allá de la buena opinión de su tía respecto a lo beneficioso que sería un enlace de esas características socialmente, el caso era que a ella el joven le gustaba de verdad. Pero ahora, con la aparición en escena de Susan Whittier, había perdido toda esperanza. Aunque en principio se había sentido deprimida ante la ausencia de galanterías por parte de Roger, el interés del doctor Graves había contrarrestado su decepción.
—Querida… —La tía Elliott se quitó las lentes—. Dime que no vas a rechazar a Roger Bromley a favor del tal Graves.
¿Lo haría? ¿Acaso no le había dado permiso para que hablara con su tío, dando por hecho que con el señor Bromley ya no había ninguna esperanza? Su tía se inclinó un poco más hacia ella.
—Lillian, si Roger Bromley pide tu mano, prométeme que no vas a dejar que la atracción que sientes por el doctor Graves, sea la que sea, destroce lo que sería un matrimonio excelente. Tu tío y yo estamos ofreciendo una dote muy importante, aparte de una asignación anual también muy generosa. A ese respecto, estoy segura de que los Bromley no tendrían nada que objetar, todo lo contrario.
«Como otros muchos», pensó Lilly, aunque no lo dijo.
—Eso es muy generoso por su parte. No tenía ni idea.
—¿Qué más podemos hacer para demostrarte lo que sentimos por ti? —dijo, y Lilly vio que los ojos de su tía se llenaban de lágrimas—. Te queremos como si fueras nuestra hija y deseamos que seas feliz para siempre. Haremos todo lo que esté en nuestra mano para verte bien casada.
Conmovida, Lilly se acercó y tomó la mano de su tía.
—Muy bien. Si el señor Bromley pide mi mano, lo tendré en cuenta con todo el interés. —Aunque dudaba de que se viera en la necesidad de hacerlo así, ya que, pese a la cena que se avecinaba, Lilly seguía pensando que Roger Bromley dirigía sus propuestas a otro objetivo.
—¡Buena muchacha! —exclamó la tía, encantada—. ¡Tienes por delante un futuro espléndido!
El sábado Lilly estaba paseando inquieta por el vestíbulo cuando oyó el sonido de la puerta de un carruaje al cerrarse. ¿Serían los Bromley, que llegaban con antelación? Esperaba que no. Su tía todavía no había terminado de vestirse y seguro que le gustaría recibir a sus invitados cuando llegaran. Lilly se acercó a la ventana. Presa del pánico, fue a abrir la puerta ella misma, y lo hizo antes incluso antes de que nadie llamara.
—¡Doctor Graves! No le esperábamos.
Él sonrió al creer que lo estaba recibiendo de forma entusiasta.
—Usted me sugirió que viniera a ver a su tío, así que aquí estoy.
—¿Eso hice? Vaya, pues me temo que no es un buen momento. Esperamos visita, y va a llegar de un momento a otro.
—¡Ah! —Él alzó las cejas, esperando que le ampliara la información, pero la muchacha no dio ningún nombre.
—Pues sí, así que espero que sea tan amable de volver en otro momento.
—Lo que pasa es que he pasado todo el día acumulando el valor suficiente para venir —informó, frunciendo el ceño—, además de haber planchado mi mejor traje. Odio la idea de tener que hacerlo de nuevo otro día.
—Pues me temo que deberá hacerlo. —Empezó a cerrar la puerta.
—¿Lillian? —Su tío apareció en el vestíbulo y se puso detrás de ella—. ¿Dónde está Fletcher? Tú no tienes por qué… ¡Ah, buenos días! Graves, ¿verdad?
—Sí, señor. Tenía la esperanza de hablar con usted si pudiera dedicarme un momento.
—Precisamente estaba diciéndole al doctor Graves que esperamos visita dentro de nada —intervino Lilly.
—Cierto, cierto —confirmó Jonathan Elliott—. Pero, en fin, ellos aún no han llegado y usted ya está aquí. Mi esposa todavía está vistiéndose y yo ya no puedo arreglarme más, me temo —bromeó su tío—. Venga conmigo a la biblioteca, Graves, y me cuenta lo que haya venido a decirme…
Un cuarto de hora después, Lilly todavía estaba paseando nerviosa por el vestíbulo, aunque por una razón muy distinta. Había albergado la esperanza de que el doctor Graves se marchara antes de la llegada de los Bromley, pero él y su tío seguían en la biblioteca. Fletcher estaba recibiendo a los Bromley y recogiendo sus abrigos y sombreros cuando el doctor Graves y su tío reaparecieron en el vestíbulo.
—¡Graves! —dijo Roger, sorprendido—. No esperaba verte aquí.
—Ni yo a ti.
Roger se volvió hacia sus padres.
—Permitidme que os presente al señor Graves, un médico recién licenciado. Creo que ha ido a la misma escuela universitaria que el tío Thomas, si no me equivoco.
—Educado en Oxford —dijo el señor Bromley padre, sonriendo—. Excelente.
—Mis padres —continuó Roger—, el señor y la señora Bromley.
—Sí quiere quedarse a cenar con nosotros, doctor Graves… —sugirió amablemente el tío Elliott.
—Se lo agradezco mucho, caballero, pero no me gustaría interferir.
Se produjo un silencio incómodo. Finalmente, su tía lo rompió hablando con amabilidad, pero sin la más mínima calidez.
—Por supuesto que está usted invitado, doctor Graves.
El señor Bromley padre la observaba atentamente desde el otro lado de la mesa.
—Señorita Haswell, respecto a sus padres, ¿es posible que los conozca?
—No lo creo, señor Bromley —respondió con mucha cautela—. Mi padre vivió en Londres durante un tiempo, pero eso fue hace muchos años.
Su tía intervino, procurando zanjar la cuestión definitivamente con una hábil evasiva.
—Y su madre nos dejó hace bastantes años.
—¡Oh, no saben cuánto siento oír eso! —dijo la señora Bromley, mordiendo el anzuelo—. Y el señor Haswell… —La elegante dama levantó las cejas esperando una respuesta, aunque era demasiado educada como para preguntar directamente si ejercía una profesión o, peor aún, si se dedicaba al comercio.
Ruth Elliott también eludió la pregunta con suma habilidad.
—Estoy segura de que se las arregla perfectamente solo.
El señor Bromley se sirvió un buen trozo de cerdo asado de la bandeja que tenía más cerca.
—¿En qué ocupa el tiempo su padre, señorita Haswell?
Lillian se pasó la lengua por los labios, repentinamente secos. Ya no había salida. ¿O sí? De nuevo fue su tía quien respondió por ella.
—Echando de menos a nuestra Lillian, sin duda. ¿Cuánto tiempo llevas ya con nosotros en Londres, querida? ¿Dos años?
—No tanto, pero sí más de uno.
—¿Y lo pasas bien aquí? —preguntó la señora Bromley, despistándose de nuevo.
—¡Por supuesto! La ciudad es fascinante, he conocido a mucha gente maravillosa.
—La familia Price-Winters se está tomando un interés muy especial por nuestra sobrina —añadió Ruth Elliott—. Las dos muchachas son muy amigas.
—Ya… pero ¿de dónde procede usted, señorita Haswell? —El señor Bromley insistía como un perro de presa con su pieza mientras desmenuzaba el trozo de carne con el cuchillo y el tenedor.
—De Wiltshire, caballero.
—¡Wiltshire! —exclamó con entusiasmo contenido—. Yo he estado allí, y la verdad es que nunca podré olvidar esa visita.
—No sabe hasta qué punto me llega al corazón oír eso —dijo Lilly sonriendo.
—Entonces tiene que saber la historia del milagro de Wiltshire.
—No estoy segura de qué es a lo que se refiere… —La sonrisa de Lilly se esfumó como por ensalmo.
El señor Bromley dejó a un lado los cubiertos y se echó hacia atrás en la silla, haciendo memoria.
—Debe de hacer unos ocho o diez años. Algunos caballeros fuimos a una fiesta que se celebraba en una mansión en ese condado y a disfrutar de la caza. Y también a jugar un poco, si hay que decirlo todo. Una tarde, tras un largo y fatigoso día de disparos, estábamos todos tan tranquilos disfrutando de nuestras copas y pipas cuando el dueño de la casa, el padre de mi amigo, murió de repente. Allí, delante de todos nosotros. Thomas salió corriendo hacia él, pero nos dijo que no había solución: su padre estaba rígido como una piedra. No obstante, los sirvientes fueron rápidamente a llamar al boticario de la zona. Cuando llegó, los sirvientes trasladaron el cuerpo a otro lugar de la casa, y allá que fueron también el hijo y el boticario en cuestión. Para serles sincero, el resto de mis amigos y yo nos quedamos consternados comentando el incidente, pero, por desgracia, dándolo por cerrado. ¡Algunos hasta siguieron con su partida de cartas! De hecho, la muerte, cuando se ve de cerca, despierta el interés por la vida que aún nos queda a los demás: las buenas comidas y bebidas y la diversión, por qué no decirlo, si es cierto.
»Pero entonces, hete aquí que, menos de una hora más tarde, mi viejo amigo Marlow entra a toda prisa en la habitación diciendo que el boticario había obrado un milagro. ¡Su padre estaba vivo y bien! De hecho, exigía la cena. Bueno, debo decirles que eso echó a perder el fin de semana para todos nosotros, los invitados. Nada peor que un milagro para amargar el sabor del oporto y del tabaco de pipa.
Levantó la copa para dar a entender que ese era el final de la historia. Se oyeron divertidos murmullos de aprobación ante la historia y el humor negro que el señor Bromley utilizó al contarla, aunque fundamentalmente dejó traslucir su admiración por el hecho.
—Es evidente que el hombre no estaba muerto —declaró el doctor Graves—. Simplemente se había desmayado o estaría inconsciente.
—En circunstancias normales estaría de acuerdo con usted, caballero —dijo el señor Bromley, dejando la copa sobre la mesa—, y estaría del lado de los que tienden a burlarse de la situación. No obstante, no he mencionado un pequeño detalle: mi propio hermano confirmó que el caballero estaba muerto y bien muerto.
—Pero todo el mundo puede equivocarse…
—Es médico, joven, y profesor en el centro donde ha estudiado usted.
El doctor Graves titubeó.
—Un momento…, ¿se refiere a Thomas Bromley?
—Sí, eso es lo que le he dicho.
—Es un médico magnífico, desde luego, y está perfectamente al día —admitió Graves—. He asistido a varios de sus cursos.
El señor Bromley asintió, dando por cerrado el asunto. Después se volvió hacia Lilly.
—Siendo de Wiltshire, no me cabe duda de que conocería la historia.
Lilly apenas había despegado los labios cuando recibió una mirada de advertencia por parte de su tía, que negó con la cabeza mínimamente, indicándole así que no entrara en detalles.
—He olvidado el nombre del individuo, del boticario, quiero decir… —continuó el señor Bromley, al no recibir respuesta—. Creo recordar que su apellido era algo así como Howard, o Hatfield… Algo así.
Su tía hizo ademán de levantarse del asiento.
—¿No les parece que las damas deberíamos marcharnos y dejar a los hombres con el oporto?
—Ahora que me acuerdo, el boticario acudió con una niña pequeña.
—¿Señorita Haswell? —El doctor Graves se volvió hacia ella con el ceño muy fruncido.
Lilly tragó saliva.
—¿Conoce usted a ese hombre, a ese boticario?
—Pues… sí.
—Bueno, parece como si todo el mundo en Wiltshire lo conociera —dijo su tía, avanzando hacia la puerta—. Vamos, Lillian.
—¿Pero no recuerda su nombre? —insistió el señor Bromley—. Me molesta mucho no ser capaz de acordarme de su nombre.
Lilly dejó de andar, se volvió y, momentáneamente, se quedó quieta, como si fuera una estatua de sal. Finalmente, reaccionó.
—Su nombre es Charles Haswell, caballero —dijo Lilly—. Mi padre.
Miró rápidamente a su alrededor y pudo ver cómo Roger Bromley la miraba de hito en hito, mientras que el doctor Graves, asombrado, negaba con la cabeza.
Una vez concluida la que terminó siendo una velada bastante incómoda, Lilly acompañó a la puerta al doctor Graves.
—Bien, ha sido una noche llena de sorpresas —empezó—. Hija de boticario… —Respiró hondo—. Ahora todo tiene sentido: su intervención con el señor Price-Winters, su familiaridad con el latín… ¿Por qué no me lo había dicho?
—Mi tía prefiere que no hable de ello.
—¿Por qué? ¿Para que pueda atrapar a un caballero basándose en falsas premisas?
Se volvió a mirarlo, sintiendo cómo el enfado y la resolución prendían en su interior.
—Por favor, doctor Graves, no se considere atrapado, bajo ningún concepto. Es usted absolutamente libre de hacer lo que desee con su vida.
Él abrió la boca como si fuera a contestar, pero la cerró inmediatamente sin decir nada. Parecía que iba a intentarlo de nuevo cuando vio a Roger Bromley salir del comedor y cerrar la puerta despacio, dejando a los otros dos caballeros dentro. Su tía y la señora Bromley seguían en el cuarto de estar. Con toda probabilidad, su tía estaría procurando minimizar los daños.
El doctor Graves se inclinó con rigidez.
—Les deseo muy buenas noches. Señorita Haswell. Bromley.
Cuando el doctor Graves se marchó y Lilly cerró la puerta, Roger Bromley la tomó del brazo y la condujo hacia un banco acolchado del vestíbulo, cercano a las escaleras. Ambos se sentaron, a invitación de Bromley.
—Siento lo que ha ocurrido. No creo que mis padres tuvieran la intención de importunarla o de acosarla. Debo reconocer que a mi madre le importa mucho el linaje, pero mi padre está impresionado de verdad. «¡Hija de alguien que es capaz de hacer milagros!», ha dicho textualmente. «Sería interesante tener a alguien así en la familia», ha añadido. —La miró, sin duda con la intención de que tomara buena nota de las implicaciones de lo que había dicho—. Tengo que decirle que estoy completamente de acuerdo con ello —indicó, tomándole la mano al tiempo que hablaba—, aunque las razones de mi padre y de mi madre me son indiferentes.
«Pero no lo sabe todo», pensó Lilly, «porque si lo supiera sí que estaría preocupado, y mucho».
—Me gusta usted tal como es, señorita Haswell. Así que dejemos aparte todo el esnobismo y los aires de grandeza de mi familia. —Sonrió—. Y también el resto de cuestiones más o menos «milagrosas».
Por un momento se le disparó el corazón, pero entonces pensó en sus secretos, los que aún no había desvelado, y en los sentimientos no resueltos hacia otro hombre. Así que se limitó a sonreír amablemente.
—Señor Bromley, muchísimas gracias. Pero usted mismo lo ha dicho: yo le gusto. Y usted me gusta a mí, desde luego. Pero creo que usted está enamorado de otra.
—¿Se refiere a la señorita Whittier?
—No puede negarlo —dijo, enfatizando sus palabras con un movimiento de cabeza—. Su cara habla por usted cada vez que la mira.
—Pero ella nunca me aceptará —dijo él con una mueca—. Ya me lo ha dejado claro.
—Puede, pero no debe usted darse por vencido. Ella todavía no se ha casado con otro, ¿no es cierto?
—No. —La negativa sonó como un gruñido.
—Es usted un auténtico caballero, señor Bromley. Cualquier mujer debería considerar una bendición el que su corazón le perteneciera.
—Creo que la señorita Whittier no estaría muy de acuerdo con eso.
—Al menos de momento.
Lilly le apretó la mano antes de apartar la suya.
—Puede que podamos hacer algo para ayudar a que las cosas cambien.