CAPÍTULO 13

Los neandertales

¿La Flor Roja? —dijo Mowgli—. Es la que a la hora del crepúsculo crece fuera de las chozas. Yo la cogeré.

RUDYARD KIPLING, El libro de las tierras vírgenes.

Tal como eran

El hallazgo del cráneo de un niño neandertal de dos o tres años en Engis (Bélgica) en 1830 debió haber marcado el inicio de la paleoantropología, pero, al igual que sucedió más tarde con el cráneo neandertal excavado en 1848 en la cantera Forbes de Gibraltar, su verdadera importancia en la evolución humana no fue reconocida entonces. Mucho más famoso y a la vez polémico se hizo el hallazgo en 1856 de un esqueleto, que da nombre a todo el grupo, en la gruta Feldhofer, cerca de Düsseldorf, en el Valle de Neander (Neander Thal en la ortografía alemana antigua, Neander Tal en la moderna).

Charles Darwin publicó en 1859 su libro El origen de las especies, abriendo tímidamente la puerta a la búsqueda de antecedentes fósiles de nuestra especie; algunos años después, en 1871, Darwin abrió esa puerta de par en par con su obra El origen del hombre y la selección en relación al sexo. Sin embargo, los neandertales no vieron definitivamente reconocido su estatus de miembros de una forma humana extinguida diferente de la nuestra hasta que el hallazgo de más fósiles, en particular los de Spy (Bélgica) en 1886, hizo imposible seguir considerándolos por más tiempo como casos atípicos o patológicos de humanos modernos.

Muchos más homínidos fósiles, algunos de ellos de una antigüedad incomparablemente mayor, se descubrieron después, pero el lugar que los neandertales ocupaban en la imaginación popular no les ha sido arrebatado y continúan siendo los fósiles humanos por excelencia. Sin embargo, los neandertales no eran los seres brutales y simiescos, incapaces de caminar erguidos, que gran parte del público supone. Eran fuertes y a la vez hábiles recolectores de productos vegetales, cazadores y carroñeros. Disponían de una amplia variedad de útiles de piedra muy refinados. Usaban el fuego sistemáticamente, cuidaban de sus ancianos e impedidos, y enterraban a sus muertos.

Los conocemos bien, casi como si aún estuvieran vivos, porque de hecho los neandertales representan el tipo humano fósil mejor estudiado y del que se dispone de más restos. Los neandertales no eran muy altos, con un promedio de estatura masculino en torno a 170 cm y un promedio femenino alrededor de 160 cm. Sin embargo, su complexión física era extraordinariamente robusta. Christopher Ruff, Erik Trinkaus y Trenton Holliday han estudiado el peso corporal de los humanos de los últimos 2 m.a., llegando a la conclusión de que los neandertales han sido los seres humanos con mayor masa muscular, es decir, los más fuertes (aunque los estudios preliminares, aún sin publicar, indican que los humanos de la Sima de los Huesos todavía eran más fuertes). En promedio (incluyendo ambos sexos) los neandertales pesaban 70 kg, mientras que la media de nuestra especie (considerando las diversas poblaciones vivientes y los dos sexos) se sitúa en torno a os 58 kg (un 24% menos).

Un buen ejemplo de la fortaleza de los neandertales lo puede dar el fósil La Ferrassie 1 (Francia), probablemente masculino, al que con una estatura de 171 cm se le calcula un peso de 85 kg. Más aún, John Kappelman opina, a nuestro juicio con toda razón, que las estimaciones del peso de los neandertales de Ruff y sus colegas se quedan cortas, porque utilizan fórmulas basadas en la relación entre el peso corporal y el tamaño de los huesos en sujetos actuales normales. Sin embargo, por el desarrollo de las inserciones de los músculos en los huesos puede deducirse que la musculatura estaba mucho más desarrollada entre los neandertales que en personas actuales normales; tal vez habría sido mejor utilizar atletas de elite de deportes tales como el levantamiento de peso, o el lanzamiento de jabalina o disco. En consecuencia, es muy creíble que el peso de La Ferrassie 1 alcanzase los 90 kg de puro músculo, pese a sus sólo 171 cm de estatura (figura 13.1).

FIGURA 13.1. Aspecto de un neandertal con una lanza de madera como las halladas en Schöningen.

En el yacimiento alemán de Schöningen se han preservado de forma casi milagrosa varias lanzas de madera de hace unos 400.000 años en la turba de un antiguo pantano donde los humanos cazaban caballos; la más larga mide más de 2 m y estaba, según Hartmut Thieme, su descubridor, diseñada para ser arrojada. Basta imaginarse a un grupo de musculosos cazadores neandertales con lanzas como ésas para comprender que no se trataba precisamente de indefensas criaturas.

Muchos autores piensan que esta constitución maciza responde a una ley bien conocida en biogeografía, denominada regla de Bergmann, que establece que las poblaciones de una especie de sangre caliente que habitan en regiones frías tienden a tener el cuerpo más voluminoso que las que viven en tierras cálidas. De este modo los individuos se aproximan a la forma de la esfera, que es la que presenta la menor superficie por unidad de volumen (el buey almizclero refleja a la perfección el modelo de animal de ambiente polar). Esta reducción relativa de la superficie minimiza la pérdida de calor del cuerpo por radiación.

Por otro lado, en las extremidades de los neandertales los antebrazos y la parte inferior de las piernas, por debajo de las rodillas, eran relativamente más cortos. En cambio, las poblaciones que viven en regiones cálidas siguen la regla de Alien, y sus largos y delgados brazos y piernas hacen máxima la relación superficie/volumen (el dromedario es un buen ejemplo de este biotipo). Dentro de nuestra especie también se cumplen estas leyes, como se puede constatar fácilmente al comparar un esquimal del Círculo Polar Ártico con un tutsi o un tuareg, que viven en las regiones africanas más cálidas. De hecho, las proporciones del Niño del Turkana (como se recordará, un Homo ergaster de hace 1,5 m.a.) serían, a decir de sus descubridores, similares a las de las poblaciones humanas que ahora viven en la zona (figura 7.4). Los primeros pobladores de Eurasia, venidos de África, también debieron de ser altos y esbeltos (una hipótesis que el futuro hallazgo de nuevos fósiles en la Gran Dolina permitirá confirmar), y cientos de miles de años después los neandertales reflejaban en su físico una adaptación a los rigores del clima frío, que en las épocas glaciales se adueñaba de gran parte del continente europeo.

Una característica notable de los neandertales es un hueso púbico (en concreto su rama horizontal) muy alargado y aplanado. El alargamiento púbico probablemente no es un rasgo exclusivo de los neandertales, ya que en los australopitecos también se da, como vimos. Cuando no se disponía de caderas completas de neandertales, sino sólo de fragmentos de pubis y otras partes rotas, algunos autores pensaban que, en relación con la extraordinaria longitud del pubis, el canal del parto sería también muy grande; incluso hubo quien llegó a opinar que el embarazo se prolongaría algún mes más que en nuestra especie, de forma que los bebés neandertales vendrían al mundo más desarrollados. Sin embargo, el hallazgo de una pelvis muy completa de un neandertal en el yacimiento de Kebara (Israel) mostró que, aunque la estructura de la cadera era diferente de la nuestra, el canal del parto no era sustancialmente mayor; quizá sólo un poco, pero como también lo era el cerebro del adulto, el estado de desarrollo del recién nacido sería comparable al de nuestros niños. Para conocer nuevos datos sobre esta cuestión habrá que esperar a que se publiquen los resultados de las investigaciones en curso sobre la pelvis completa descubierta recientemente en el yacimiento de la Sima de los Huesos en la Sierra de Atapuerca.

Es posible que al lector le haya sorprendido descubrir en el párrafo anterior que los neandertales no tenían un cerebro menor que el nuestro, sino más voluminoso; su promedio era de unos 1500 cc, mientras que en la actualidad la media calculada entre todas las poblaciones rondará los 1350 cc. Ahora bien, como debido a su gran masa muscular el peso corporal era superior en los neandertales, es probable que el índice de encefalización (que es lo único que tenemos en paleontología para expresar, métricamente, algo parecido a la inteligencia) fuera ligeramente inferior.

En todo caso, los neandertales y nosotros somos las dos formas humanas más encefalizadas de la historia. Sin embargo, esta expansión cerebral se produjo de forma independiente en los dos casos. Mientras el neurocráneo moderno es alto y de frente levantada, el cráneo cerebral de los neandertales se hizo muy alargado de delante hacia atrás (figura 13.2). En relación con este alargamiento anteroposterior de la caja craneal, se produjo un estiramiento hacia atrás del occipital, formándose el característico abultamiento que se conoce como el «moño occipital» de los cráneos neandertales, muy apreciable cuando se observan en vista lateral. El paleoantropólogo Giorgio Manzi ha mostrado cómo el aumento del cerebro en los neandertales no supone un cambio sustancial de la estructura arcaica del cráneo, que continúa siendo bajo y de frente aplanada, y simplemente se ha modificado para contener un cerebro a veces enorme. Manzi suele decir que en los neandertales la expansión cerebral provocó un conflicto similar al que se produciría si a un turismo pequeño hubiera que adaptarle el motor de un Fórmula 1.

FIGURA 13.2. Cráneo de neandertal (arriba) y de humano actual (abajo).

En vista posterior se ha producido una modificación importante en el perfil del neurocráneo de los neandertales. En el Homo ergaster y el Homo erectus, la anchura máxima se situaba en la base del cráneo y los lados convergían hacia el techo de la bóveda, como en una casa de paredes inclinadas hacia dentro. En los neandertales y en nuestra especie, la máxima anchura del neurocráneo se encuentra a media altura, sobre los huesos parietales; la anchura de la base es menor. Sin embargo, mientras que nuestro cráneo visto por detrás tiene un perfil de casa con paredes que se van separando desde la base hacia el tejado (es decir, inclinadas hacia fuera), el perfil de los neandertales es redondeado.

Los neandertales presentan otros rasgos exclusivos en el neurocráneo, algunos de ellos poco espectaculares pero de gran utilidad para rastrear los orígenes de estos humanos. Por ejemplo, sobre un toro occipital poco desarrollado y hundido en su parte central se encuentra en los neandertales una depresión llamada técnicamente fosa suprainíaca. Por citar sólo otro carácter, en los neandertales la apófisis mastoidea (saliente óseo del hueso temporal donde se origina una parte del músculo esternocleidomastoideo) apenas sobresale de la base del cráneo (figura 13.2).

Los neandertales presentan un toro supraorbitario fácil de reconocer: está regularmente curvado sobre las órbitas como un arco de circunferencia, tiene una sección redondeada y se continúa en el espacio entre las órbitas. Además, en general está ahuecado por completo por unos senos frontales muy desarrollados.

Finalmente la cara neandertal es única entre los homínidos (figura 13.3). En el resto de los fósiles, y entre nosotros, los huesos que se encuentran bajo las órbitas y a los lados de la abertura nasal (el hueso maxilar y el hueso malar) forman una superficie ósea que mira hacia delante. Ya hemos visto cómo en nuestra especie esta superficie está excavada en su parte inferior, haciendo sobresalir por encima el saliente de los pómulos. En cambio, en los neandertales la superficie en cuestión se dispone diagonalmente, con lo que su cara presenta una apariencia de cuña. Es como si la abertura nasal hubiera avanzado hacia delante, estirando los lados de la cara en su movimiento (esta morfología típica de la cara de los neandertales se conoce técnicamente como prognatismo medio-facial). En la parte más anterior de esa cara apuntada hay una abertura nasal muy ancha.

FIGURA 13.3. Reconstrucción de la cabeza de un neandertal.

Se forma así en los neandertales una gran cavidad nasal (cuyo techo son unos huesos nasales casi horizontales como consecuencia del avance de la abertura nasal), que algunos autores han interpretado como una adaptación a un clima glacial, frío y seco. En esa cámara se calentaría y humedecería el aire antes de pasar a los pulmones. Por otro lado, unos muy desarrollados senos frontales (sobre la cavidad nasal y por encima de las órbitas) y senos maxilares (a los lados de la cavidad nasal) contribuirían a formar una cámara de aire que aislaría el cerebro, un órgano muy sensible a los cambios de temperatura. Una cara inflada, como una gran máscara hueca, se interpondría así entre el cerebro y el frío exterior.

Hay autores, sin embargo, que interpretan la morfología facial de los neandertales de otra manera, en términos biomecánicos (aunque, en realidad, ambas explicaciones son compatibles). Los dientes anteriores de los neandertales muestran un desgaste muy rápido que indica un uso intensivo, como si la boca fuera a menudo utilizada como una «tercera mano» para sujetar objetos y tirar de ellos. La forma apuntada de la cara, se dice, serviría para desviar hacia los lados los esfuerzos generados en el hueso por esa actividad.

Otra característica casi exclusiva de los neandertales es que en la mandíbula la dentición está adelantada con relación al hueso, de manera que literalmente cabría un cuarto molar. Este espacio vacío, llamado espacio retromolar, hace que, cuando se ve de lado, la mandíbula neandertal muestre un hueco entre la última muela y el borde anterior de la rama vertical de la mandíbula (la que asciende hacia la articulación con la base del cráneo).

En el neandertal vivo, esta cara destacaría por unas narices muy anchas y prominentes, ausencia de pómulos, una frente inclinada, cejas dispuestas sobre unos relieves marcados y una mandíbula sin barbilla (figura 13.3); un mentón bien desarrollado es una característica exclusivamente nuestra (figura 13.2).

Finalmente, los huesos de los neandertales eran gruesos, aunque ésta es una característica que se encuentra en todos los humanos desde el Homo ergaster, salvo en nuestra especie, donde se ha producido un notable adelgazamiento de las paredes óseas. Pero mientras que en el Homo erectus eran los huesos de la cabeza los más engrosados, entre los neandertales lo son los del cuerpo; los canales medulares, las cavidades que se encuentran en el interior de huesos largos como el fémur, el húmero o la tibia, aparecen muy estrechados como consecuencia del engrasamiento del hueso que forma sus paredes. No se conoce en realidad la razón para tanta producción de hueso, pero es seguro que los neandertales necesitarían mucho calcio. Éste no se encuentra en la carne; de hecho, un exceso de proteínas animales provoca acidificación de la sangre, que es neutralizada por la liberación del calcio del esqueleto, que se desmineraliza (en los carnívoros los huesos tienen paredes delgadas, mientras que en los herbívoros son más gruesas). Una fuente de calcio es la leche y sus derivados, que seguro que los neandertales adultos no probaban. No les quedaban, por tanto, sino los vegetales como fuente de calcio y sin duda los neandertales tuvieron que consumirlos en gran abundancia.

Vida y muerte entre los neandertales

La industria de los neandertales se llama Musteriense, y se encuadra dentro del Modo 3 o Paleolítico Medio (figura 13.4). Este modo técnico se caracteriza porque mediante la talla se preparan los núcleos dándoles una forma determinada (similar al caparazón de una tortuga), para luego extraer a partir de ellos las lascas, que más tarde serán retocadas para proporcionarles el acabado final. Esta cadena operativa se conoce como técnica Levallois y de cada núcleo se obtienen varios instrumentos, aprovechando de este modo mejor la materia prima y el esfuerzo. Además, está claro que supone una notable capacidad de abstracción, porque no se trabaja la piedra para producir directamente el instrumento, sino que se añade un paso intermedio (el núcleo Levallois).

FIGURA 13.4. Algunos útiles representativos del Modo 3. Arriba, núcleo Levallois y punta extraida del núcleo. Abajo, izquierda, raedera con retoque tipo Quina. Abajo a la derecha, punta bifacial («Middle Stone Age»).

El Musteriense se extendió por Europa, Oriente Próximo y norte de África, es decir, en un área circunmediterránea, mientras que otras industrias del Modo 3 o Paleolítico Medio se encuentran en el resto de África (donde son agrupadas bajo el término de «Middle Stone Age»). Los orígenes del Modo 3 se sitúan entre hace 300.000 y 200.000 años según regiones, al parecer primero en el África subsahariana y luego en Europa. Una vez más nos tropezamos con el problema de cómo llegó la técnica a Europa. ¿La trajeron gentes venidas de África? Y en este caso, ¿cuál fue su relación con las poblaciones autóctonas, los fabricantes de la industria Achelense (Modo 2.)? ¿O bien sólo se transmitió la nueva técnica, sin movimiento de población? Trataremos de nuevo este problema más adelante.

Dos aspectos del comportamiento de los neandertales que nos llaman poderosamente la atención, porque los aproximan mucho a nosotros, son el uso del fuego y la práctica del enterramiento de sus muertos. Existen animales que, aunque de modo muy simple, seleccionan e incluso modifican objetos naturales para utilizarlos como instrumentos. Sin embargo, ninguna especie animal, fuera de la nuestra, conoce la tecnología del fuego, ni entierra a sus muertos, ni realiza ceremonia alguna con ellos. La práctica del enterramiento es pues un rasgo que nos «humaniza». Por otro lado, es difícil imaginar la vida humana en plena naturaleza sin disponer del recurso del fuego. En realidad lo que nos sorprende es que hubiera humanos que no contaran con él, al menos en Europa y parte de Asia (es decir, en regiones muy alejadas del Ecuador). En muchos sentidos el fuego nos hace humanos y su ausencia nos sitúa en el mismo plano que los animales.

No se sabe a ciencia cierta cuándo apareció entre los humanos la capacidad para producir y controlar el fuego. Es posible, aunque no seguro, que se utilizara en el Pleistoceno Medio en lugares como Zhoukoudian en China, Terra Amata en Francia, Vértesszöllös en Hungría, La Cotte de St. Brelade (Isla de Jersey) en Gran Bretaña y Bilzingsleben en Alemania, todos ellos yacimientos con 200.000 o más años de antigüedad. Sin embargo, la generalización y uso sistemático de la tecnología del fuego, con todo lo que supone de protección, calor, luz, etcétera, se produce hace algo menos de 200.000 años, encontrándose desde entonces hogares bien estructurados en los yacimientos, que no dejan lugar a dudas de que el fuego ha sido domesticado. En ese momento los humanos que viven en Europa, los autores de los fuegos, son los neandertales, que ya son dueños de la «Flor Roja».

Que los neandertales enterraban a los muertos ha parecido siempre evidente y muchos de los esqueletos neandertales excavados en yacimientos en cuevas han sido históricamente considerados el resultado de esta práctica funeraria (por ejemplo, en el yacimiento francés de La Ferrassie fueron sepultados ocho neandertales). Más dudoso es que los enterramientos se acompañasen de un ritual, es decir de una ceremonia con un significado simbólico, aunque en algunos casos se ha creído ver pruebas de ello. Por ejemplo, en la tierra que cubría el esqueleto de uno de los neandertales de Shanidar (Irak) se identificaron granos de polen procedentes de flores que supuestamente habrían sido depositadas sobre el cuerpo; rodeando el esqueleto del niño de nueve años de la cueva de Teshik Tash (Uzbekistán) se habrían dispuesto varios pares de cuernos de cabra montés clavados en el suelo; sobre el esqueleto del niño de dos años de Dederiyeh (Siria) se halló un útil triangular de sílex a la altura del corazón y junto a la cabeza una losa de caliza; una mandíbula de ciervo se encontraba sobre la cadera de un niño de diez meses en Amud (Israel); el adolescente de Le Moustier (Francia) habría sido espolvoreado con ocre y enterrado en una postura flexionada y con ofrendas.

Sin embargo, en su libro En busca de los neandertales el paleoantropólogo Christopher Stringer y el arqueólogo Clive Gamble ponen, con toda razón, en tela de juicio estas pruebas de ritual, que desde luego admiten otras interpretaciones más prosaicas. Una asociación casual, pero que produzca la apariencia de ser intencionada, de huesos humanos con restos de animales o útiles, es siempre posible en un yacimiento donde hay abundancia de animales e instrumentos de piedra (y el polen lo lleva el viento); además, algunas de las excavaciones, como la de Le Moustier, son antiguas y hay razones para desconfiar del rigor con el que fueron realizadas (todas las generaciones de científicos critican la metodología de trabajo de las anteriores, aunque no siempre con justicia). Los dos citados autores llegan en su escepticismo incluso a dudar de que los neandertales enterrasen a sus muertos.

Nosotros pensamos que sí lo hacían, porque los esqueletos de neandertales que aparecen en las cuevas no pueden deberse todos a causas naturales. Además, hay constancia de que los humanos de Atapuerca realizaron ya hace 300.000 años una práctica funeraria (aunque no exactamente un enterramiento) al acumular los cadáveres de sus muertos en la Sima de los Huesos. Es cierto que el caso de la Sima es único, pero también es posible que enterramientos u otras prácticas funerarias se practicaran en la misma época en el exterior de las cuevas, con lo que podríamos no tener registro fósil ni noticia de ellas.

Origen y final de los neandertales

Los neandertales como tales, es decir, con todas o la mayoría de sus características, existían en Europa hace unos 230.000 años. Los fósiles de Ehringsdorf, Biache-Saint-Vaast, La Chaise-Abri Suard y otros de finales del Pleistoceno Medio ya pueden considerarse neandertales.

Para entender la posición evolutiva del grupo de fósiles del Pleistoceno Medio de edad intermedia (entre 415.000 y 245.000 años), como Steinheim, Swanscombe, Reilingen, Vértesszöllös, Petralona y la Sima de los Huesos, la clave está en la amplia muestra del yacimiento burgalés. Aunque de morfología primitiva en general, en los fósiles de la Sima de los Huesos pueden advertirse incipientes rasgos neandertales en el hueso occipital y en la cara, y otros más claramente neandertales en la mandíbula, por ejemplo la presencia de un espacio retromolar (figura 12.2). En el esqueleto postcraneal hay también rasgos en común con los neandertales, como la morfología del pubis y del húmero, entre otros. Pero hay tan pocos restos de estos huesos del cuerpo en el registro fósil fuera de la Sima de los Huesos que hoy por hoy es difícil saber cuándo aparecieron tales rasgos en la evolución humana (es posible que incluso antes del poblamiento de Europa).

El cráneo de Steinheim, aunque incompleto y muy deformado, posiblemente era similar a los de la Sima de los Huesos. Fósiles más fragmentarios, como Swanscombe, muestran una morfología occipital más típicamente neandertal (con un toro deprimido en su porción central y una amplia fosa suprainíaca); el cráneo de Petralona presenta una cara más neandertal que las de la Sima de los Huesos, pero su occipital lo es menos. En su conjunto, este grupo de fósiles nos hablan de que los neandertales evolucionaron en Europa durante cientos de miles de años en condiciones de aislamiento geográfico y genético. En este sentido, los neandertales son los auténticos europeos, una especie humana autóctona, local, lo que en biología se denomina un endemismo.

Los neandertales hunden profundamente sus raíces en el tiempo, pero ¿hasta dónde llegan? Algunos autores, como el ya citado Christopher Stringer, agrupan la mandíbula de Mauer con los fósiles más modernos de Arago, Bilzingsleben y Petralona, para formar con todos ellos una especie llamada Homo heidelbergensis, que tiene a la mandíbula de Mauer como ejemplar tipo.

A los fósiles europeos de esta especie se añadirían ejemplares africanos con una antigüedad entre 600.000 y 250.000 años, como los cráneos de Bodo (Etiopía), Ndutu y Eyasi (Tanzania), Salé (Marruecos), Elandsfontein (Sudáfrica) y Broken Hill (Zambia).

La especie Homo heidelbergensis también estaría representada en Asia por el cráneo de Dali y el esqueleto de Jinniushan, ambos provenientes de China y con una edad entre 200.000 y 300.000 años. Es importante datar con precisión estos fósiles porque podrían ser contemporáneos de los últimos fósiles de Homo erectus en China: el Cráneo 5 de Zhoukoudian y una calvaria incompleta de la cueva de Hexian.

El lugar en la evolución humana del Homo heidelbergensis sería el del último antepasado común de neandertales y humanos modernos (figura 13.5). La capacidad craneal de la especie variaría entre 1000 y 1400 cc, de modo que el valor inferior del rango se aproximaría a la media del Homo erectus, y el superior al promedio de los neandertales y humanos modernos.

FIGURA 13.5. Esquema evolutivo alternativo al de los autores, en el que el Homo heidelbergensis aparece como antepasado común de neandertales y humanos modernos.

En un artículo reciente Robert Foley y Marta Lahr elaboran un modelo evolutivo que denominan hipótesis del Modo 3. Para ellos, la inventora del Modo 3, hace entre 300.000 y 250.000 años, fue una especie evolucionada en África a partir del Homo heidelbergensis. Esta nueva especie (a la que no pondremos un nombre latino para no aumentar aún más la confusión terminológica) habría experimentado una expansión cerebral y sería más inteligente que las anteriores. Su tecnología avanzada (el Modo 3) así lo demostraría. Algunos miembros de la Especie del Modo 3 pasarían a Europa hace unos 250.000 años, reemplazarían con el tiempo a la población europea del Homo heidelbergensis y evolucionarían hacia los neandertales. En África la Especie del Modo 3 habría evolucionado para dar lugar a nuestra especie, Homo sapiens.

Sin embargo, nosotros opinamos que todos estos autores se equivocan. Nuestro análisis de los rasgos morfológicos nos lleva a la conclusión de que las poblaciones europeas como la de Mauer, de hace 500.000 años, estaban ya en la línea evolutiva de los neandertales. Las reglas que se utilizan para crear especies establecen que el nombre de una especie vaya ligado al de su ejemplar tipo; como en el caso del Homo heidelbergensis es la mandíbula de Mauer, esta especie sería en realidad exclusivamente europea y antecesora de los neandertales. El lugar del último antepasado común de neandertales y humanos modernos corresponde a la especie Homo antecessor, creada a partir de los fósiles de la Gran Dolina, con más de 780.000 años de antigüedad (figura 12.1). Como veremos en su momento, hay datos procedentes de la biología molecular que refuerzan nuestra posición.

La especie Homo heidelbergensis, tal como la concebimos nosotros, abarcaría desde la mandíbula de Mauer hasta los fósiles de la Sima de los Huesos y todos aquellos en los que predominan rasgos primitivos, aunque muestren algunos caracteres incipientes que indican que son los antepasados de los neandertales. En cambio, los fósiles de la última parte del Pleistoceno Medio (desde hace unos 230.000 años) ya pueden ser considerados a todos los efectos verdaderos y completos neandertales.

De comienzos del Pleistoceno Superior (hace alrededor de 127.000 años) son los dos cráneos de Saccopastore (en las afueras de Roma) y el conjunto de fósiles de Krapina en Croacia (para estos últimos hay dataciones radiométricas fiables, pero en el caso de Saccopastore la seguridad es menor).

A partir de ese momento los neandertales empiezan a ser abundantes en los yacimientos europeos (por supuesto dentro de la precariedad general del registro fósil), y se encuentran también en Asia central y Oriente Próximo, lugares adonde emigraron desde Europa. Fósiles tan emblemáticos como los de Le Moustier, que da nombre al Musteriense, Guattari 1 (Monte Circeo) o La Chapelle-aux-Saints vivieron en Europa hace menos de 60.000 años. Estos neandertales tienen algunas características nuevas con respecto a los anteriores, y son llamados a menudo «neandertales clásicos». La descripción que hemos hecho antes de un neandertal corresponde sobre todo a estas formas de la época de plenitud. Todavía quedaban neandertales en Europa hace 30.000 años, y tal vez incluso algo menos, antes de que su rastro desaparezca para siempre, como se verá más adelante.

El registro ibérico del Pleistoceno Superior es rico en neandertales e incluye los fósiles procedentes de los yacimientos de Agut (Barcelona), Axlor (Vizcaya), Cova Negra (Valencia), Gibraltar (Devil’s Tower y Forbes Quarry), Gabasa (Huesca), La Carihuela (Granada), Los Casares (Guadalajara), Mollet 1 (Gerona), y Zafarraya (Málaga). Es razonable esperar que se descubran muchos más neandertales en la península Ibérica en los próximos años.