Principio 71
En los mercados tiernos, falta de todo; en los maduros, sobra de todo.
En una carrera en la que no persigues ni te persigue nadie, conseguir el éxito es fácil: a no ser que te guste mucho dormir, seguro que algún día llegarás. Pero en una carrera con exceso de oferta, repleta de participantes, codazos y zancadillas, el triunfo se dirime por otra regla: hay que dar y parecer más que los demás.
La famosa frase del barón de Coubertin de que lo importante no es ganar sino participar, es maravillosa para el amateurismo, pero no sirve si lo que está en juego es la cruda subsistencia. Cuando las cosas son difíciles y el resultado dirime existir con dignidad o bien desaparecer, no basta con pensar sólo en participar: son imprescindibles la actitud y los instrumentos competitivos para ganar, una forma de entender la vida que a los campeones potenciales les excita y a los conformistas de pelotón les aturde.
Competir es una palabra mágica y fértil. Es mágica porque en ella se encierra toda la adrenalina cerebral que ha alentado y seguirá alentando el desarrollo del mundo, unas veces compitiendo consigo mismo, otras tratando de superar a los demás. Y es fértil porque está amamantada por la libertad, ese bien que promueve que los humanos puedan desarrollarse y crecer por sí mismos y ser premiados por sus logros.
Es cierto que en los momentos más difíciles de un mercado, todo el esfuerzo que se hace remando para avanzar, en ocasiones nos parece un trabajo inmenso y baldío: a veces pensamos que es como remar en el fango.
Cuando esto ocurre, conviene recordar dos cosas. La primera es que a la mayoría de tus competidores les está ocurriendo exactamente lo mismo. La segunda es que si alguno tiene mucha más fuerza que tú, sólo lo podrás superar con tu ingenio, sagacidad y tesón para lograr un solo fin: que tus clientes crean y sientan que están recibiendo de ti y de tu marca mucho más de lo que reciben de cualquier competidor.