PERVERSIONES
Contrariamente a lo que ha dicho más de un crítico literario, perverso no es el sujeto que sufre el desagradable vicio de escribir malas poesías.
Lo que ocurre es que hay algunas posibilidades sexuales que se consideran un tanto desviadas. Así lo demuestra Pervert von Karajan en su tratado La dirección equivocada.
Procederemos a estudiar algunas de las que habían sido inventadas hasta la semana pasada.
ZOOFILIA
La palabra zoofilia proviene de dos términos latinos: zoo (animal) y filium (hijo). Significa, pues, que usted debe llevar a sus hijos a ver los animales del zoológico.
Es bueno, sin embargo, que no se acerquen demasiado a ellos, pues de allí podrían surgir accidentes o, peor aún, peligrosas historias de amor entre su querido, sanote e inocente hijo y algún pervertido mono que muestre sus intenciones y después muestre con qué aspira a realizarlas.
Se sabe de relaciones reprobables entre Gianni Felpa, un niño de Palermo (Sicilia), y una osa del zoológico local, que dio a luz a ositos de Felpa.
La ciencia que estudia la zoofilia es la filozoofía.
No es infrecuente que un ser humano se enamore de una bestia. Basta con hojear las páginas de bodas de las revistas para darse cuenta. Algunas de estas uniones dieron como resultado extraños frutos. No resulta dificil encontrar personas con nariz aguileña, mirada bovina, piel de gallina y patas de gallo. Varios de estos vástagos alcanzaron la fama: el Hombre Lobo, la Mujer Araña, el Hombre Elefante, la Mona Lisa, los Hombres Rana.
El Instituto de Divulgación Sexual del Medio Oriente calcula que 68 de cada 100 varones israelíes han tenido relaciones sexuales con camellos, y 83 de cada 100 mujeres israelíes lo han hecho con dromedarios. También se calcula que el Instituto de Divulgación Sexual del Medio Oriente está en poder de extremistas árabes.
La zoofilia ha sido ampliamente condenada por la religión y la ley. La ley judía castigaba con pena de muerte a los que mantenían relaciones carnales con animales. En los juicios era habitual escuchar a los acusados alegar cosas tales como «¡Fue acoso sexual! ¡Ella me sedujo!», al tiempo que señalaban una cabra.
La mitología clásica está llena de zoofilia. Si Walt Disney hubiera nacido en tiempos de Homero, el pato Donald habría sido el padre de Helena y el ratón Mickey habría procreado con Medea. Un ejemplo famoso es el del Minotauro, en que un toro le da su amor a Pasífae. Otro es el de Leda y el cisne, en que el cisne le da a Leda.
En la mitología escandinava, el gnomo del bosque, Wrwpffög, que es eterno enamorado de las abejas, deseoso de practicar un acto perverso de zoofilia grupal se lanza en éxtasis sobre un panal y muere. En el acto.
También la literatura recoge historias de amor que han trasgredido la frontera entre el hombre y el animal. Platero y yo parece, a primera vista, una tierna versión de la amistad entre el poeta Juan Ramón Jiménez y un joven asno; pero falta por conocer la versión del asno, que ya se anuncia como Moncho y yo. Allí Platero declara que fue en realidad un romance a primer rebuzno, y niega de manera enfática que la frase «… pequeño, peludo, suave» corresponda a la descripción de una parte de su cuerpo (Ver Anatomía).
La pantalla ha recogido momentos zoofílicos supremos. La película Babe, el cochino relata las relaciones eróticas entre un cerdo y un granjero llamado Babe.
El de King Kong es en realidad un caso de bestialismo al revés: no se trata de zoofilia sino de humanofilia, reprobable perversión que sufren algunos animales.
Este difícil asunto no ha sido esquivo tampoco a la música: en la zarzuela cubana para cuerdas y percusión tropical titulada «Lucho, Tito y su cabra», Lucho toca las maracas, la cabra el güiro y Tito la tumba, la raspa y la viola.
La zoofilia, el masoquismo y el sadismo suelen ser compañeros. Es conocida la viciosa razón que otorga su nombre al oso hormiguero. Por eso en el reino animal se conoce al «dolor de hormiga» como uno de los más intensos que puede sufrir insecto alguno. También debemos mencionar aquí la tormentosa relación de Hariprasad Patak, de Bombay, con un puercoespín, relación que deparó muchos momentos de dolorosa felicidad para Hariprasad, de profesión fakir (Ver Masoquismo).
Otra de las combinaciones interesantes de la zoofilia se da con el voyeurismo (ver, Ver, ¡VER!). No debe sorprender que existan pervertidos que concurren a los zoológicos para deleitarse con la lasciva contemplación de animales desnudos.
Hay casos particulares de zoofilia. Uno es el de la persona que forma una pareja estable con un simio: la monogamia. Otra variante es la inclinación hacia los papagayos y otras aves parlantes, o Zoofilia Loren. Algunos más no pueden catalogarse dentro de una zoofilia estricta, como el de Bernard Rohmer, de Miami, quien pasaba muchas horas por día escribiendo libretos para televisión y terminó enamorándose perdidamente del ratón de su computadora.
Fue famoso también el juicio al rudo taxista belga Ruudolf Van der Beërp, que sufrió una enfermiza pasión por el gato de su auto. Después de conocer a Ruudolf, el juez decidió condenar por zoofilia al gato.
COPROFILIA
Entre las aberraciones eróticas, la coprofilia es una de las menos apetitosas que uno pueda imaginarse.
No queremos ofender la sensibilidad de nuestros lectores al describirla, y por eso nos limitaremos a decir que el coprófilo siente placer al contemplar los alimentos de su amada o amado… horas después de que la amada o amado los ha ingerido.
Hay gente así, qué le vamos a hacer.
Lo peor es que se trata de una dieta desbalanceada que los médicos no recomiendan, especialmente a quienes padecen de colesterol: podría conducirlos con facilidad a una peligrosa enfermedad nutricional de la sangre llamada caquexia.
Fue famoso el caso de Klaus K., coprófago viajero que, cuando ocurría alguna catástrofe, se trasladaba de inmediato al lugar afectado porque sus habitantes se disponían a evacuar la zona.
Ésta no es una perversión tan rara como uno podría suponer; en un sentido más amplio también son coprófilos los que gozan con la música de consumo.
Aunque los términos son parecidos, la coprofagia y la coprofilia describen situaciones bien diferentes. La primera, ampliamente difundida en el Tercer Mundo, se refiere a aquellos que no quieren comer de eso, pero les toca comerlo. La segunda se refiere a los que se solazan contemplando semejante plato.
Según lo proponen varios economistas neoliberales, la solución de los problemas nutricionales del mundo no exige redistribución del ingreso. Tan sólo consiste en hacer de cada coprófago un coprófilo: ya que tienen que comerla, que la disfruten.
EXHIBICIONISMO
Esta perversión consiste en mostrar en público partes del cuerpo que sólo conocen el ginecólogo, el urólogo y el proctólogo. Quienes la ejercitan derivan de ello placer y, con frecuencia, resfríos.
Ser exhibicionista es no tener vergüenza de mostrar las vergüenzas.
El más famoso exhibicionista de la Biblia fue Noé, quien se emborrachó y mostró de manera desvergonzada a su familia no sólo el Génesis sino los correspondientes versículos.
Otro caso histórico de exhibicionismo se refiere a Lady Godiva, quien, por salvar su patria, atravesó desnuda y a caballo el pueblo donde vivía. Por solidaridad con su causa, los hombres se negaron a abrir las ventanas para mirarla; pero los efectos del erótico paseo fueron terribles en el caballo, que, inesperadamente, terminó siendo, por ello, el verdadero exhibicionista.
En los años sesenta el exhibicionismo se convirtió en una moda de protesta. Se hacía exhibicionismo por razones políticas, sociales y hasta religiosas. Como en las competencias automovilísticas, surgieron varias categorías:
* El flashing, que era el viejo exhibicionismo de impermeable y autobús, mejorado ahora con un nombre en inglés.
* El streaking, que consistía en correr desnudo por algún sitio concurrido. El streaker demostraba con su carrera que una simple protesta individual estaba casi siempre acompañada por un agitado movimiento de masas.
* El mooning, que consistía en la exhibición de las nalgas, muy usado como respuesta burlesca o reacción irreverente. El profesor que quería indicarle a un alumno que había presentado un pésimo examen, optaba a veces por mostrarle el trasero; el jefe de personal que negaba el aumento a un empleado hacía lo mismo. Con frecuencia, el alumno o el empleado se empeñaban en mostrar su desprecio por el profesor o el jefe de personal, y también se bajaban los pantalones y exhibían los glúteos. Se producían así curiosos diálogos en que, sin pronunciar una sola palabra, se burlaban unos y otros cara a cara, por decirlo de alguna manera.
Por desgracia para los hombres, el caso de mujeres exhibicionistas no es común. La mujer que se exhibe no es calificada de exhibicionista sino de desvergonzada, o algo peor. A lo sumo, en algunos países árabes hay mujeres exhibicionistas que suelen quitarse el velo para mostrar sin pudor sus vergüenzas faciales.
En las terapias sexuales se enseña a los exhibicionistas que hay una feliz solución a sus problemas: la de formar pareja con un voyeur.
Jacques Lemontreur fue un caso bastante extraño: era un exhibicionista tímido y no se animaba a mostrarse. Después de realizar varias entrevistas con un psicólogo, logró curarse y exhibirse sin problemas.
Los lugares preferidos por el exhibicionista son esquinas, parques y vehículos de transporte público. Lo eran también las playas, pero ahora, para atraer la atención en ellas, hay que ir vestido.
FETICHISMO
El fetichismo es una desviación sexual que consiste en fijar como objeto del deseo una parte del cuerpo humano o una prenda. Para decirlo con crudeza, el fetichista prefiere un mal sostén que una buena teta.
En el fetichismo, el objeto del amor es precisamente un objeto. Ropa, zapatos, alfiler, un helado… Para el fetichista, esa camisa tiene un no sé qué; esas medias lo miraron de manera provocadora…
Al igual que sucede con los guerreros de algunas tribus indígenas de Norteamérica, para los fetichistas una de las partes del cuerpo más atractivas es la cabellera.
Pietro Frescobaldi, de Nápoles, se excitaba cada vez que contemplaba un plato de fettuccini. Esa desagradable variante se denominaba «Fetuchismo».
Existen tristes historias relacionadas con el fetichismo, como la de José R., de Barranquilla, quien encontró en una fiesta un zapato de mujer y se enamoró de él perdidamente. Ambos fueron felices varios años, hasta que un fatídico día, cuando José no estaba en casa, sonó el timbre y atendió la puerta el zapato. Fue enorme su sorpresa al ver que allí estaba el otro zapato de su par, su anterior compañero, ¡su pareja! Cuando José regresó, sólo encontró una nota de despedida. Ofreció recompensas por su prenda amada. Colgó sus fotos en varias zapaterías. Lo buscó en estaciones de tren y aeropuertos. Nunca lo encontró y nunca pudo reponerse. Parece que huyeron a pie. José se consolaba pensando que ella era una vulgar mujer-suela.
No siempre el fetiche es una cosa, un objeto. También puede serlo, como advertíamos antes, una parte del cuerpo del amado: el ya mencionado cabello, la calvicie, la pierna izquierda, la caspa, el píloro… Se cuenta que, en una enfermiza experiencia de fetichismo, la mujer del pirata Francis Hawk, manco a consecuencia de un disparo de arcabuz, se excitaba mirando el gancho de su marido. En los largos viajes que debía emprender su esposo, la señora cometía adulterio con un gancho de carnicería y otro de ropa. Es posible que la actitud de Mrs. Hawk estuviese motivada por los celos, pues era bien sabido que su esposo tenía mucho gancho con las mujeres.
SADISMO Y MASOQUISMO
El sadismo fue inventado por el Marqués de Sade, un noble innoble quien lo bautizó «Miísmo».
Leopold Sacher Masoch fue un novelista austríaco que escribía libros aburridísimos. Los sufrientes lectores de sus obras han sido denominados «masoquistas».
Mientras el sadismo es el placer de infligir dolor, el masoquismo es lo contrario: el dolor de infligir placer, o algo así. Masoquistas son las personas que gozan sufriendo. ¿O son más bien las que sufren gozando?
La perversión opuesta al masoquismo es el menosoquismo. También existe, para los indecisos, el masomenosoquismo.
En el sadomasoquismo es muy importante el uso de vestimentas de cuero negro. Cuero, por ser un material resistente. Y negro, porque se usa este año.
NECROFILIA
El romanticismo fue una escuela literaria y artística de los siglos XVIII y XIX que se caracterizó porque la gente lloraba mucho y algunos hacían el amor con cadáveres.
Esto último es lo que se llama necrofilia y afortunadamente ya pasó de moda, salvo en algunas películas de televisión que se transmiten en la madrugada.
La necrofilia se origina en una interpretación equivocada del precepto del «pulvis eris et pulvis reverteris», según el cual, después de morir, todos nos convertiremos en polvo.
Era típico de la época romántica que una muchacha de cabellos blondos muriese de tuberculosis aún doncella, y el novio, desconsolado, resolviera cumplir una cita postrera de amor con ella en su propia tumba. Para tal menester llegaba al cementerio en la alta noche ataviado con un frac impecable y unas ojeras tumefactas. Al cabo de un breve forcejeo con las rejas del panteón y la cubierta del ataúd, el novio lograba satisfacer con la difunta su frustrado deseo.
Las ceremonias necrófilas estaban adornadas de tenebrosos elementos mortuorios —calaveras con velas, violetas deshojadas, cuervos, cipreses—, tal vez para que el fiambre se sintiera contento.
Algunos camposantos góticos, como los de Londres y París, eran escenario de frecuentes citas de amor post-mortern, hasta el punto de que figuraban en la lista oficial de moteles de la ciudad. Los viernes en que se pagaba la quincena era tal la congestión que había que hacer cola frente a ciertos mausoleos de moda.
Muchos de los tristes amantes se arrodillaban al pie del féretro y, mientras contemplaban la lívida muerta, dejaban caer sus quejumbrosos poemas.
A veces estas declamaciones lastimeras suscitaban respuestas procedentes de sepulturas vecinas, adonde otros amantes habían acudido con las mismas intenciones:
—¡Hagan lo que quieran, pero cállense, caramba!
—¡Más respeto por los vivos!
Como ocurre con frecuencia, la realidad ha superado los topes fantásticos de la literatura. El famoso Herodes no lo fue sólo por ordenar la muerte de miles de niños, sino por haber impedido el entierro de su esposa, Mariamna, con cuyo cadáver durmió siete años. Las especiales circunstancias le garantizaban que Mariamna ya no le aportaría nuevos niños.
Otro célebre tirano, Periandro, se siguió acostando con su difunta esposa Melisa hasta cuando el fiambre cumplió el primer aniversario. Entonces sus consejeros se lo quitaron con el pretexto de que iban a llevarla a una misa y no lo devolvieron nunca. Periandro —medio loco— no entendía por qué lo había abandonado.
—Melisa estaba muerta de amor por mí —se quejaba.
—Melisa estaba muerta. Punto —le contestaban.
La reina Juana de Castilla, esposa de Felipe el Hermoso, mantuvo en su dormitorio el cadáver de su marido entre 1506 y 1509. Al cabo de estos años, a ella le pusieron Juana la Loca y a él le cambiaron el apodo por el de Felipe el Inmundo.
Más benévola e higiénica, la literatura se ha contentado con almacenar símbolos. En las grandes páginas necrófilas, las novias muertas casi siempre tenían tiempo —durante su larga agonía— de dejar un recuerdo al amado: un pañuelo, una flor seca, una argolla. Al morir en su hacienda, María, heroína de la novela romántica colombiana del mismo nombre, dejó como recuerdo a su adorado Efraín la larga trenza que el amado había cubierto de besos y caricias en tardes crepusculares.
Efraín quedó defraudado: él esperaba que le dejara la hacienda, pues en esa época era fácil conseguir trenzas. Y no cumplió la consabida cita sepulcral.
Esa misma noche terminó la mala costumbre de acostarse con las muertas en la literatura universal.
TRAVESTISMO
Se dice que los primeros travestis fueron los escoceses, por su manía de ponerse falditas. Pero una rápida mirada a la historia de la humanidad revela que durante el 95 por ciento del tiempo hombres y mujeres usaron prendas muy similares, como lo hacen hoy los escoceses. En las épocas bíblicas los dos sexos usaban túnicas, hasta el punto de que, entre los sarracenos, para saber cuál era la mujer y cuál el hombre había que fijarse en la barba: los rostros de pelos hirsutos correspondían a las sarracenas.
En Roma también se extendió el traje en forma de T, que era única prenda para los dos sexos: de allí su nombre de T-única.
Además, fue corriente entre ambos el uso de la sandalia con encordado tupido. Para conocer la naturaleza del sujeto había que desanudar cuidadosamente la sandalia. Si debajo aparecía una pierna rosada y tersa, era indudable que se trataba de un efebo romano. Si brotaba un peroné sarmentoso, velludo y musculado, correspondía a una sarracena.
La ciencia explica que el ser humano lleva en sí una doble naturaleza sexual, y que en algunos individuos las características externas pueden ser distintas a las que prevalecen internamente. Tal es el caso de Lulú, travesti noruego.
La psicología de Lulú es femenina, la conducta de Lulú es femenina, la ropa de Lulú es femenina y la identidad de Lulú es femenina. Lo único que no es femenino en Lulú son sus características físicas —densa vellosidad, voz gruesa, pecho plano, nuez de Adán prominente—, que corresponden a las de una sarracena.
¿En qué momento un hombre decide que vestirá y se comportará como mujer, o viceversa?
Ésta es una de las grandes incógnitas de la psicología del travesti. Se sabe que en algunos casos obedece a un proceso lento de modificación de carácter. Por ejemplo, cuando a un niño se le viste de niña desde la cuna, se le obliga a llevar bucles largos y se le prohíbe orinar de pie, es posible que, al cabo de 30 o 40 años, el individuo sea una dama.
En otros casos, la conversión del travesti es producto de una experiencia traumatizante: la descarga de un rayo, un accidente grave, un camarero guapísimo…
Los modernos tiempos han traído un auge de los travestis. No es infrecuente que una prostituta de torneadas piernas, delicadas maneras y rubia melena resulte al final un hombre de contundente dotación. Lo importante es averiguarlo antes y no después de que haya desplegado la dotación.
También es posible —incluso es probable— que ese atractivo y simpático caballero latino, coautor de un libro humorístico sobre sexo, que proyecta la imagen de un padre juicioso y se comporta como varonil camarada, oculte en realidad a una mujer que nunca ha estado contenta con su sexo. En este caso averiguarlo resulta mucho más difícil. Pero si alguien conoce algún dato que permita salir de dudas a su angustiado compañero de trabajo, le rogamos informarlo escribiendo a la editorial.
VOYEURISMO
El voyeurismo es el goce carnal que se deriva de mirar escenas eróticas sin participar en ellas, por lo cual no está clasificado como un problema sexual sino como una enfermedad de la vista.
El voyeur es una persona que ama la vida contemplativa.
La denominación de esta peculiaridad sexual procede de la palabra francesa voyeur. Charles Voyeur fue un galán de cine que no disfrutaba filmando las tórridas escenas de alcoba que escribían para él, pero en cambio alcanzaba el paroxismo viendo sus propias películas e imaginando lo que sentiría el actor al encontrarse en semejante trance con tan despampanantes actrices.
La tendencia al voyeurismo se manifiesta desde la cuna a través de una intensa curiosidad. Por eso es bueno que la madre permita que el bebé la vea desnuda. El padre también. Meses más tarde, el bebé querrá observar lo que tiene la niñera debajo de la falda. El padre también.
La pubertad es la típica edad del voyeurismo, cuando el chico se entretiene mirando revistas pornográficas y películas de contenido sicalíptico. Muchas madres se preocupan por ello, pero los médicos encuentran este proceder completamente natural y normal.
—La adolescencia —dicen los doctores— es una etapa en la cual el sexo entra por los ojos.
«Ojalá le hubiera seguido entrando sólo por allí», suspiran algunas madres cuyas hijas las han convertido en abuelas prematuras.
Para que los ciegos puedan experimentar las sensaciones del voyeur, se ha desarrollado una moderna tecnología en sistema Braille. Gracias a ella los invidentes repasan con la mano revistas en cuyas páginas aparecen formas femeninas grabadas en alto relieve. Se ha notado que, al hacerlo, la epidermis de los dedos se torna de piel de gallina, las uñas se ponen claras y sube la temperatura de las yemas, por lo que a este fenómeno se le denomina «mal de los huevos duros».
Uno de los grandes mitos del voyeurismo —algo así como su piedra filosofal— son las gafas que permiten desvestir a las personas observadas. Se dijo que el presidente argentino Juan Domingo Perón había disfrutado de este aparato cuando la actriz Gina Lollobrigida visitó Buenos Aires. Pero con los escotes que usaba la Lollobrigida, era más lo que se veía sin las gafas que con ellas.
Para curarse de esta desviación es necesaria una acción decidida. Si desea regenerarse, el voyeur no debe andar con miramientos.
PEDOFILIA
La pedofilia no es lo que su nombre sugiere.
Es peor.
Consiste en tener algún tipo de relaciones eróticas con niños o niñas menores de edad.
Para proteger a los menores, la Real Academia Española no acepta los términos pedofilia ni peidofilia, pero sí pederastia, que a veces se confunde con un nombre propio noruego.
Conviene que el niño y la niña aprendan a distinguir al pedófilo. Por eso indicaremos enseguida sus características.
En general, los pedófilos se dividen en pedófilos de parque y pedófilos de salón.
Pedófilos de parque:
1) Acechan a la salida de los colegios, generalmente guarecidos tras las ramas de los árboles.
2) Llaman a los niños (o niñas) con voz amable y cariñosa.
3) Les ofrecen caramelos y juguetes.
4) Los caramelos que ofrecen sí son caramelos.
5) Pero eso no es un juguete.
Pedófilos de salón:
1) Trabajan dentro del colegio y son los que advierten con mayor alarma sobre los peligros que acechan a los niños al salir de clase.
2) Pretenden descubrir detrás de cada deber escolar fallado un problemita personal del niño o la niña, y no un mero descuido en los estudios.
3) Se ofrecen para dialogar con el niño o la niña acerca del problemita personal que los afecta, cosa que hacen en privado y con tibio afecto.
4) Les ofrecen comprensión y gran cariño.
5) Pero eso tan falso no es comprensión.
6) Y eso tan grande no es cariño.
Una variedad de los pedófilos de salón son los que se valen del confesionario para iniciar al niño o la niña en prácticas non sanctas. Parten ellos de una interpretación malintencionada de las palabras evangélicas «Dejad que los niños vengan a mí». Son muchos los jóvenes que recuerdan haber sido sometidos a tocamientos indebidos por religiosos que pretendían expulsar al demonio del cuerpo de los chicos.
Pero eso no era el demonio.
Se ha dicho que la predilección por niñas que empiezan su adolescencia, como la famosa Lolita de la novela de Vladimir Nabokov, pertenece al reino de la pedofilia. No es así. Por lo general, esas lolitas están en capacidad de impartir lecciones de erotismo y conducta sexual a un estibador de puerto o un marinero mercante. ¿Dónde lo aprendieron? No se sabe. Quizás por medio de la televisión, el cine, los primitos o la escuelita de la señorita Eufemia. Es uno de los fascinantes misterios del sexo.
Uno de los más famosos pedófilos de la historia fue el reverendo Charles L. Dodgson (1832-1898), más conocido como Lewis Carroll, autor de Alicia en el país de las maravillas. Carroll era aficionado a tomar fotografías de niñas, no siempre completamente vestidas. En aquellos tiempos la fotografía era todavía un arte poco conocido, por lo cual los padres de las niñas se sentían muy honrados de que el diácono de una iglesia de Oxford escogiese a su hija para experimentar tan fascinante invento.
La pedofilia es un vicio que por lo general se contrae desde muy temprana edad. En los pabellones de maternidad circulan historias de bebés que, al amparo de la noche, intentan escapar de su cuna para rondar la de otros recién nacidos con intenciones protervas. En Merriman (Nebraska) fue célebre el caso de Baby George, un sietemesino de sólo 24 horas de edad que en 1936 irrumpió en varias incubadoras para enseñar malas artes a las nenitas que allí se encontraban. Después pretendió desnudar a la jefa de enfermeras y, cuando era reducido por la policía, se despojó del pañal y desafió con gestos obscenos a la teniente Marlene Buchwald.
Arrepentido, Baby George es hoy un conocido pediatra y educador infantil, fundador del movimiento I love children, que ha hecho famoso el lema de «pon tu corazón en las manos de un niño».
Pero, no nos engañemos, eso no es un corazón.
La pedofilia se ha convertido, por fortuna, en un delito muy perseguido, hasta el punto de que se ha aceptado la modificación de aquel refrán tradicional según el cual «el que con niños se acuesta, mojado amanece». Ahora dice: «el que con niños se acuesta, arrestado amanece».
La más reciente preocupación relacionada con la pedofilia tiene que ver con la expansión de circuitos comerciales de pornografía infantil que aparecen en Internet. La red internacional cibernética permite a los degenerados conseguir catálogos y álbumes de menores en paños ídem. Se discute si conviene o no establecer la censura de Internet por esta razón, y también se discute cómo podría operar esa censura.
Para ello es preciso un paso previo que implica el acuerdo de más de cien países, lo cual significa que, de alcanzarse el consenso, habrá transcurrido tanto tiempo que los niños rosados que hoy aparecen en los catálogos serán ya viejos verdes. Y ya no se trataría de pedofilia, sino de gerontofilia.
Según cifras oficiales de las Naciones Unidas, hay medio millón de pedófilos en el mundo. Nadie ha preguntado cómo llegó esta organización a estadística tan precisa, pero, por si acaso, es mejor prohibir a sus hijos que reciban caramelos o invitaciones para ir al cine de funcionarios de la ONU.
En caso de que usted desee inscribirse en este club internacional de pedofilia, puede hacerlo acudiendo a la siguiente dirección electrónica de Internet:
http//www.benaká.@jijiji.huyuyhuy.
Si lo que interesa es registrar a sus hijitos en la red, entonces no cuen//te.con.noso:/tros.dgnerado.hdp.@&*!