Los otros "agonizantes"

A lo largo de la historia, diversos rincones de la piel de toro se han convertido en protagonistas de hechos similares al ocurrido en Las Navas del Marqués. Algunos de ellos tan próximos tanto en espacio como en tiempo, que han llegado a relacionarse de forma directa con esta historia. Por ejemplo, en 1978, los vecinos de Robledo de Chavela se encerraban en sus casas llegada la madrugada por el miedo a un terrible estertor que emanaba del muro de la iglesia y que se extendía por una de las callejuelas que llevaba al cementerio. El suceso se convirtió también en un fenómeno social sin precedentes, surgiendo todo tipo de teorías sobre el posible foco de aquel fenómeno. De nuevo los fantasmas y seres de otros mundos se convirtieron en la teoría más aceptada popularmente hasta la desaparición del sonido. Se marchó en sigilo, tal y como había llegado.

El hecho de que unos meses después algo ocurriera algo similar en un pueblo situado a menos de 30 kilómetros de allí hizo que muchos relacionaran ambas historias. Hasta tal punto que, una vez se descubrió que el causante del fenómeno en Las Navas del Marqués había sido una lechuza común, se dijo que podría haber sido el mismo ejemplar que el que habría atemorizado a los vecinos de Robledo de Chavela.

Otro animal fue el causante de escenas de auténtico pánico durante la construcción del monasterio de San Lorenzo del Escorial durante una madrugada de agosto de 1577. Durante la obra del edificio, los constructores empezaron a escuchar un quejido lastimero que parecía proceder de la nada. El sonido llegó a ser tan molesto que los monjes tuvieron que suspender los maitines. El padre Villacastín, siempre perspicaz, hizo un gran ejercicio de audición hasta llegar al punto del que procedía el llanto. Era, precisamente, la habitación de don Pedro Dávila y Córdoba, segundo marqués de Las Navas, que se encontraba de visita en el monasterio y que había dejado allí a su perro. El cánido, de pelaje oscuro como el tizón, emitía aquellos sonidos con ojos lastimeros por extrañar a su dueño, que había pasado el día fuera. Especialmente curioso es que tanto la historia de Las Navas del Marqués como la de El Escorial mantengan como nexo común al segundo marqués de Las Navas y la piedra escurialense como canalizadora de aparentes lamentos y quejidos del Más Allá.

Tras aquella noche en que toda la Corte se mantuvo en vilo, Felipe II mandó ahorcar al perro de Pedro Dávila en el patio de los Evangelistas. Allí estuvo colgado a la vista de todos durante varios días, hasta que su cuerpo acabó descomponiéndose por completo. Cuando el monarca se encontró con el marqués, le comentó: «Supongo que habéis sentido la muerte de vuestro sabueso», a lo que Dávila le contestó: «Sabéis, Majestad, la estima que le tenía, mas si una muerte llega acallar las lenguas difamadoras del honor de su Alteza y de los Reverendos Padres, me doy por satisfecho». Este relato fue recogido por fray Juan de San Jerónimo, testigo ocular de lo sucedido.

Pronto la leyenda de este cánido empezó a crecer y algunos llegaron a asegurar que el animal era Cancerbero, guardián del averno. Esta teoría cobró fuerza cuando se aseguró que El Escorial era la misma boca del infierno.

Teorías aparte, lo cierto es que en momentos clave de la vida de Felipe II se produjo la aparición de un misterioso perro negro que parecía surgir de la nada. Así lo recogía el cronista Ricardo Sepúlveda en 1888, que aludía a la aparición del cánido en momentos siempre relacionados con la muerte. El oscuro perro apareció en la muerte del príncipe Carlos (1588), en la de la reina de Isabel de Valois (1568), en la muerte de Juan de Austria (1578) y también en la del propio monarca el 13 de septiembre de 1598.

Felipe II fue atormentado por el perro no sólo durante sus últimos 55 días de agonía, sino también tras darle muerte. Así, en una conversación con uno de sus asesores durante su estancia en La Fresneda (Teruel), recogida por Fray José de Sigüenza, se hacía referencia al animal:

—El perro negro, ¿ha vuelto a presentarse?

—Señor, desde que el padre Villacastín le dio caza y V.M. dispuso que le ahorcasen, no se le ha vuelto a ver en el monasterio.

—Yo le veo y le oigo en todas las partes, sus ladridos me despiertan. Es preciso hacer conjuros para que no vuelva, me causa miedo.

La visión del fugaz perro negro por los alrededores de El Escorial ha continuado repitiéndose a lo largo de los siglos a través de los testimonios de todo tipo de personas.

También en la Sierra de Madrid, concretamente en la laguna de Peñalara, existe una historia a medio camino entre la realidad y la leyenda, relacionada con una joven pastora. Ésta había escuchado cómo unos broncos sonidos parecían emerger de lo más profundo de la laguna. Creyendo que podía ser uno de los corderos de su rebaño, la mujer se lanzó al agua sin pensarlo, olvidando por completo que no sabía nadar.

La mujer acabó ahogándose y cuentan que en la noche de difuntos emerge un islote en el centro de la laguna donde aún puede verse el espíritu de la pastora, de color verdoso, emitiendo un bronco sonido similar al que acabó produciendo su muerte.

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A lo largo de la historia, los sonidos de algunas aves parecen haber originado auténticos fenómenos sociales por el miedo que infundían a los testigos.

Menos legendario es el fenómeno ocurrido en la Albufera de la Dehesa del Saler (Valencia), en agosto de 1980. Desde hacía varias noches, los pescadores habían dejado de salir con sus botes por el miedo que les producían unos sonidos que salían del agua. Algunos titulares de la época decían: «Se ha dicho que en la zona se oyen extraños y horripilantes alaridos».[29] Los trabajadores del mar, acostumbrados a todo tipo de situaciones, aseguraban pasar los días esperando pescar algún extraño animal de grandes dimensiones. Otros aseguraban que podría tratarse de rituales, sectas e, incluso, aquelarres. Pasados los días el fenómeno desapareció de forma repentina y nadie volvió a escucharlo. En este caso, nadie consiguió hallar el foco del sonido…

Algo muy similar al suceso de Las Navas del Marqués aconteció en Almonacid de Zorita (Guadalajara) en septiembre de 1986. Esta vez ocurrió en la iglesia de Santo Domingo de Silos, donde desde uno de los muros surgían unos suspiros que generaban temor y expectación entre los vecinos de la localidad.

Pronto alguien lanzó una posible teoría relacionada con el espíritu del capellán Manuel Ballesteros, que había fallecido a principios del siglo XX y cuyo cuerpo fue trasladado al interior de la iglesia de Santo Domingo, precisamente a los pies del muro de donde procedía el sonido.

El sacerdote había pedido que a su muerte se le dijera una misa al mes, cosa que nunca se cumplió. Para muchos aquélla era la causa por la que Ballesteros parecía estar quejándose desde su sepultura.

Con el tiempo, la historia empezó a deshincharse y algunos aseguraron que el origen podía encontrarse en un elemento mucho más simple: una paloma que habría anidado entre los muros de la iglesia. Los vecinos aceptaron esta última versión por parecer mucho más factible, pero lo cierto es que, aún después de mucho tiempo, algunos vecinos todavía seguían relacionando el suceso con el capellán Ballesteros. Como si la teoría de una protesta del Más Allá tuviera suficiente fuerza como para seguir siendo popularmente aceptada décadas después de haberse producido…

En busca de lo imposible
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