Prólogo a la primera edición

La Enciclopedia de México aspira a ser un resumen histórico y un diagnóstico contemporáneo de los valores materiales y espirituales de la nación; un inventario de la herencia cultural que a su vez la sociedad está obligada a enriquecer y trasmitir; y un repertorio de lo exterior que más directamente concierne al país. En este sentido, el formar la Enciclopedia de México ha supuesto reunir y ordenar, con referencia a un plan de conjunto, una vasta multiplicidad de materiales dispersos, formular para cada encabezado resúmenes escritos e integrar, a la postre, una síntesis congruente que ofrezca lo sustancial de México: su ser, su esencia, su naturaleza, aquello de lo que consta y gracias a lo cual su identidad se afirma y acrecienta. Se ha pretendido recoger en forma alfabética el acervo de la memoria nacional y la relación de sus activos; actualizar lo pasado de valor permanente y dejar constancia de la vida contemporánea en sus aspectos más significativos. En este repositorio del conocimiento nacional entran las personas, las instituciones, las ciencias, las artes y las letras; el territorio y la flora y la fauna que lo pueblan; la historia, en cuyo devenir todo queda inscrito, y las relaciones recíprocas de interdependencia entre el hombre, el medio físico y su tiempo. Esta visión de México, compendiada en 12 tomos, aspira asimismo a poner en contacto a los lectores con una diversidad de materias que a menudo le son ajenas, o porque no manejan con fluidez las fuentes bibliográficas, o porque carezcan de los recursos para adquirirlas. Importante como ha sido el esfuerzo editorial para formar la obra, carecería de sentido social si su lectura quedara confinada, en razón de sus costos y de su precio, a sólo un sector de altos ingresos. Nada hubiera justificado —salvo, acaso, la satisfacción de una tarea cumplida— el tiempo y los recursos invertidos si ese enérgico empleo de la voluntad y el entendimiento no se expresara a la postre en un bien comercializable a bajo precio y en gran escala, útil para atenuar la desigualdad de oportunidades de acceso a la cultura. Esta contribución al propósito nacional de popularizar el saber ha sido posible, en esta edición, gracias a la solidaridad de las empresas impresora y vendedora, cuyos sistemas, a tono con la época, corresponden a la política de Enciclopedia de México, S.A. de C.V., práctica y de servicio a la vez, orientada a democratizar el consumo por la vía de los mayores volúmenes de producción.

II

No se ha tratado de haber biografías, que siempre serían insuficientes, sino de proporcionar los principales elementos para situar a las personas. Por eso las notas onomásticas se contraen a consignar los hechos, las obras o las acciones esenciales. Son objeto de atención para la Enciclopedia quienes han presidido episodios de la historia, ejercido poder o autoridad, influido en los demás, desempeñado cargos públicos de modo eminente, desarrollado actividades de creación, compilado o ensanchado el conocimiento científico, fundado o dirigido instituciones, realizado actividades excepcionales y escrito obras. Se ha procurado que figuren en las páginas de la Enciclopedia, salvo omisiones no advertidas que se cubrirán en ediciones posteriores, aquellos a quienes la memoria o la fama pública atribuyen, por sus aportaciones o su conducta, una presencia duradera. No se juzga a las personas ni el valor de sus actos; sólo se registran unas y otros. Se otorga tratamiento igual a todos los individuos, cualquiera que hayan sido sus acciones o sus ideas. No se procede en la selección con filias ni fobias, y en el desarrollo de los textos se prescinde de prejuicios, dejando que la narración —y a menudo la transcripción, en especial de títulos— determine de modo espontáneo la dimensión física de las notas. No ha sido motivo de preocupación la diferencia que así resulta en los espacios atribuidos, porque las medidas de valor se dan, por el lector, al margen de la Enciclopedia y no dentro de ella.

Las ciencias han sido tratadas en proyección histórica, con énfasis en los instantes en que la investigación ha contribuido al conocimiento cierto de las ramas del saber y al discernimiento, mediante sus frecuentes aplicaciones, de los problemas nacionales.

La arquitectura, la escultura, la literatura, la pintura y la música; la agricultura, los bancos, la economía, la ganadería y la industria; las artesanías y el arte popular, las ferias, las fiestas y el folclore, al igual que todas las demás materias generales, dan ocasión para presentar grandes visiones de conjunto, de una parte, y para anotar, en otros encabezados, sus aspectos parciales. Esquemas que son a la vez síntesis orientadoras anteceden la presentación de otras materias varias o complejas, tales como arqueología, historiografía y pictografía posthispánicas, para cuya mejor comprensión se juzgó indispensable ofrecer esos marcos de referencia. Dentro del orden alfabético ostensible de la obra, adoptado para facilitar la consulta, porque de ese modo se da naturalmente respuesta a la primera inquisición espontánea del lector, anda subyacente un doble método de organización sistemática: cada materia, tratada en lo general, puede extenderse a los detalles consultando las parcialidades de que consta; o bien cada nota particular puede ampliarse recurriendo a la genérica o a sus semejantes.

La presentación de los vastos campos de la flora y la fauna sigue esta misma estructura. A las monografías que contienen la historia de los trabajos para clasificar las especies vegetales y animales, y su distribución territorial en grandes conjuntos, se corresponden, a lo largo de la Enciclopedia, las descripciones taxonómicas individuales, identificadas por sus nombres vernáculos, seguidos de los científicos, para facilitar su localización y evitar confusiones. Con frecuencia se dedican artículos especiales a complejas divisiones del reino vegetal, constituidas por centenares o miles de especies, muchas de ellas de gran importancia médica, agrícola o industrial para el país. O bien se incluyen amplias monografías relativas a una sola planta, cuando de ésta derivan actividades asociadas a la tradición, a la sobrevivencia y a las cuentas nacionales. Con igual criterio se alojó en 10 páginas a sólo dos familias de parásitos hematófagos, por el modo como limitan el avance productivo de la ganadería. Rige en estas decisiones —y en todas las demás relativas a la selección y a la extensión de los materiales— el mayor interés por México.

Las disciplinas que se ocupan de los diversos aspectos del conocimiento de la Tierra –geociencias–, en la proporción de sus aplicaciones al entendimiento del territorio nacional, suscitaron la necesidad de conceptuar previamente las ramas independientes —geodesia, geofísica, geografía y geología— de esa dilatada área del saber, los campos en que se tocan y complementan —topografía, geomorfología y tectonofísica— y la naturaleza de sus especialidades, cada vez en mayor número, según los métodos de campo, laboratorio y gabinete han ido definiendo nuevas zonas de la ciencia no acotadas antes. Hubo también que recordar, en forma compendiada, los esfuerzos universales por discernir la forma del planeta, medirlo, dividirlo y restituirlo en cartas, y por conocer los fenómenos físicos que ocurren en las partes sólida y líquida del globo y en la atmósfera que lo rodea. En este marco general se vuelven doblemente sugestivas las noticias sobre el estado de las geociencias en México, el avance de la enseñanza y de la investigación, lo que se sabe de cierto en estas materias y las aplicaciones que se han hecho a las comunicaciones y a los transportes, la meteorología, la hidrología, la geotermia y, en general, al aprovechamiento de los recursos naturales. Fuera de esta clasificación rigurosa, se ha hecho una moderna descripción del territorio de la República; y la presentación de cada estado se inicia con una visión esquemática de su emplazamiento geográfico y un mapa grabado expresamente, donde con sencillez, claridad y pulcritud se evidencian los datos fundamentales. Se han escrito también artículos sobre los golfos, las islas, los glaciares, los desiertos y muchos temas semejantes, con el propósito de satisfacer, hasta donde es previsible, toda pregunta que en forma eventual pueda formularse el lector respecto del medio físico.

Fueron suprimidas las notas locativas hechas a la manera convencional en que suelen publicarlas los diccionarios. Ante la imposibilidad de inscribirlas de manera individual en una consideración de conjunto suficientemente expresiva, que obligaría a repetir decenas, centenares de veces las mismas circunstancias que las condicionan y explican, se prefirió injerir las localidades en las circunscripciones municipales, y éstas en la comprensión de cada entidad federativa. Otra cosa habría obligado a reproducir simplemente las noticias del censo general, que todo lector puede tener a la mano. Sí es motivo de atención para la Enciclopedia, en cambio, cualquier sitio que entrañe un peculiar interés económico, cultural, científico o histórico. Las monografías correspondientes a los estados no sólo cubren con largueza la aparente omisión de las localidades, sino que representan un ángulo muy sugestivo para asomarse, en panorama y en detalle, a la realidad de las provincias, y para contemplar, desde esas perspectivas, la vida del país, en la medida en que cada una de aquéllas ha participado en su desenvolvimiento. La Enciclopedia aspira —y acaso esta sola tarea alcance a justificarla— a presentar 32 visiones particulares de México que incluyan la geografía y la historia regionales, la población y las actividades creativas y productivas, la política y los gobernantes de todas las partes de la República.

Varios procedimientos se han adoptado para abordar los temas de la historia, cada uno de los cuales supone un ángulo distinto de visión, en un esfuerzo por cubrir todas las perspectivas. Uno corresponde a la división en periodos, según los propios acontecimientos los han señalado y la opinión común los reconoce: Conquista, Imperio Español, Independencia, Imperio Mexicano, Reforma, Intervención Francesa e Imperio y Revolución. Los lapsos intermedios —para quien quisiera seguir en su indagación un orden cronológico— están cubiertos con los artículos dedicados individualmente a cada uno de los gobernantes. Las etapas anteriores a la dominación española se muestran en otra índole de entradas, relativas a pueblos o culturas aborígenes: aztecas, huastecos, mayas, mixtecos, olmecas, tarascos, teotihuacanos, toltecas, zapotecos y muchos otros, cuyo desarrollo tienen a menudo profundas penetraciones a épocas recientes y aun al México contemporáneo, en cuyo caso los datos de la antropología y la lingüística cobran interés relevante. Las guerras, por su triple condición de catástrofes, catarsis y catástasis, constituyen una serie de resúmenes esclarecedores: la florida, la del Yaqui, la de castas, las de Francia y Estados Unidos a México, las mundiales, la civil —presente, en sus varias versiones, durante el mayor lapso de la historia— y las guerrillas, en su connotación mexicana. La reconstrucción de las ideas políticas y de la acción inherente a ellas está representada en los artículos sobre agrarismo, anarquismo, fascismo, federalismo, feminismo, masonería, periodismo, partidos políticos y otros semejantes. Los temas de la religión forman otro conjunto que por sí mismo bastaría para perfilar una imagen de México: el artículo sobre la Iglesia Católica muestra a la institución en su estructura y desarrollo generales, en relación con el poder civil; los correspondientes a agustinos, dominicos, jesuitas, menores franciscanos, redentores de cautivos y otros religiosos comprenden la historia particular de la evangelización y muy a menudo de la ocupación del territorio, la actividad económica y la cultura; bajo el rubro de hospitales se recoge la acción de Vasco de Quiroga y de los hipólitos, los juaninos y los canónigos regulares de San Antonio Abad, y la participación eclesiástica en la vida política y social —constante en el devenir mexicano— se expresa de modo directo en los artículos sobre ecumenismo, Guadalupe —símbolo del nacionalismo—, Guerra Civil, Reforma y sacerdotes para el pueblo. La Enciclopedia ofrece por vez primera una gran visión del protestantismo en México y una relación de las sectas modernas, y aun ha estimulado —como en el caso de la monografía sobre Pachuca— la investigación de los temas religiosos en un sentido ecuménico. Algunas entradas, a su vez, tienen el valor de referencias para situar personas y acontecimientos, como constituciones, gobernantes y gabinetes.

Las vinculaciones de México con el exterior son también motivo de consideración acuciosa. En el caso de los países con los cuales México mantiene o ha mantenido relaciones diplomáticas o solamente económicas, se ha hecho una síntesis geográfica e histórica y se procuró registrar los primeros contactos, las acciones comunes, los instrumentos bilaterales, los conflictos e incidentes, la presencia informal, la nómina de los representantes de un país en otro y las modalidades y cifras del comercio exterior en ambos sentidos. A las naciones fronterizas se les ha destinado espacio sobresaliente y a menudo las cuestiones comunes, de índole particular, han dado origen a notas especializadas. A Estados Unidos se le encuentra constantemente implicado o aludido en toda clase de encabezados, especialmente en los de orden económico. En los resúmenes de las épocas más convulsas y compulsivas de la vida nacional aparecen, a su vez, las otras grandes potencias, en la medida que concierne a México. En respuesta a la inquietud contemporánea por seguir los cambios en el mapa político del mundo colonial en proceso de independencia, se elaboraron artículos sobre África, América y Antillas. Las formas cada vez más complejas de relación multinacional se tratan asociadas a los organismos, con expresión de su origen, naturaleza y funciones, y obviamente la participación de México en ellos. Y aun se definen y explican, a la luz de la política exterior mexicana, los principales conceptos e instituciones que rigen en materia de derecho internacional.

III

No han sido muchos, aunque sí eminentes, los esfuerzos anteriores por compilar el conocimiento de México. Los primeros diccionarios —Gilberti, Molina, en la segunda mitad del siglo XVI— tuvieron por objeto establecer las equivalencias entre el español y las lenguas aborígenes. Éstos y los vocabularios posteriores hicieron posible conservar, ya no sólo en la memoria, el acervo cultural de los antiguos pobladores del territorio, atribuyeron al alfabeto el valor de un catálogo universal de signos, útil para unificar la diversidad de idiomas, y facilitaron a los españoles las tareas de sujeción y adoctrinamiento. La historia general de las cosas de Nueva España, del franciscano Bernardino de Sahagún, es una enciclopedia de inspiración medieval, matizada por el espíritu renacentista de la época y por los valores del pueblo mexica de que trata. Movieron al ilustre fraile, en esta tarea, su infatigable celo evangelizador y la convicción de que las modalidades del México prehispánico iban a desaparecer avasalladas por la civilización y la cultura europeas. Quiso conocer las complejidades del mundo indígena para salvarlo en dos sentidos: espiritualmente, sustituyendo la religión pagana por la fe de Cristo; y documentalmente, acopiando testimonios de primera mano mediante notables sistemas testimoniales que inauguraron la investigación etnohistórica y social americana. En cierto modo, Sahagún levantó el inventario de lo que había que destruir y convirtió en historia —en pasado— la actualidad de los aborígenes. Colaboraron con Sahagún estudiantes avanzados del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, expertos en náhuatl, latín y castellano, y los informantes que los señores de los barrios le enviaron para que respondieran a sus cuestionarios. Obra monumental y metódica, Sahagún empleó en ella 24 años (1547 a 1571).

Dos y medio siglos después, coincidiendo con la revolución de Independencia, un erudito canónigo, el doctor José Mariano Beristáin y Souza, emprendió la tarea de formar la Biblioteca Hispano Americana Septentrional, o catálogo y noticias de los literatos, que o nacidos, o educados, o florecientes en la América Septentrional española, han dado a luz algún escrito, o lo han dejado preparado para la prensa. Se trata del primer intento para codificar todo cuanto hasta entonces se había escrito en México, reunido en tres tomos que se publicaron en 1816, 1819 y 1821. El autor sólo imprimió hasta el folio 184 del primero y, después de su muerte, ocurrida en marzo de 1817, continuó la edición su sobrino José Rafael Enríquez Trespalacios Beristáin. Entre las circunstancias que indujeron a Beristáin a dejar una compilación de tal importancia, debió privar la conciencia de estar situado en un parteaguas de la historia, en un instante que mueve a recapitular en vísperas de un cambio; el compilador, sin embargo, nunca lo deseó: por el contrario, hizo violentas armas verbales contra la Independencia en el púlpito y en numerosos escritos. En cierto modo quiso demostrar, con sus 3 949 fichas sobre autores, hasta qué punto había sido fecunda la acción cultural de España en esta parte de sus dominios.

El Diccionario Universal de Historia y Geografía —con base en el de Mellado, hecho en España, y resumido a su vez del de Buillet, publicado en Francia— apareció en México, bajo la dirección de Manuel Orozco y Berra, de 1853 a 1856. El prólogo del primer tomo —fueron siete de base y tres de apéndice— está fechado el 1 de mayo de 1853, 10 días después de que Antonio López de Santa Anna asumiera el poder por decimoprimera y última vez, en el postrer momento de un periodo de inestabilidad, confusión y violencia que había costado al país la mitad de su territorio y que había de llevarlo, en diciembre, a la dictadura. “Cuando por todas partes del mundo se nos desconoce y se nos calumnia —dice este texto—; cuando nosotros mismos no sabemos ni nuestros elementos de riqueza, ni nuestras esperanzas de progreso, ni nuestros recuerdos tristes o gloriosos, ni los nombres que debemos respetar o despreciar; una obra que siquiera ensaye pintar todo esto, que intente reunirlo en una sola compilación, que se proponga juntar las piedras dispersas de ese edificio por formar, merece incuestionablemente la aprobación y el apoyo de cuantos han nacido en este suelo”. En esta dramática necesidad de tomar conciencia, que fue el síndrome de los mejores hombres de su época, fundó Orozo y Berra la patriótica convocatoria a escribir una obra que a todos interesaba, al margen de sus creencias y en servicio del país. Concurrieron a su llamado, entre muchos otros, Lucas Alamán, José María Andrade, Manuel Berganzo, Joaquín Castillo Lanzas, José María Dávila, Manuel Díez de Bonilla, Joaquín García Icazbalceta, José María Lacunza, José María Lafragua, Francisco Javier Miranda, José Fernando Ramírez, José María Roa Bárcena, Justo Sierra, Joaquín Velázquez de León y, en los tomos de apéndice, exclusivamente dedicados a México, Bernardo Couto, Miguel Lerdo de Tejada, Manuel Payno, Francisco Pimentel, Guillermo Prieto y Francisco Zarco. Mientras la obra se imprimía estalló la revolución de Ayutla, cayó Santa Anna, transitaron por el poder Martín Carrera y Rómulo Díaz de la Vega, como fórmulas militares de última hora, y Juan Álvarez e Ignacio Comonfort, ya bajo el signo de la Reforma, y se instaló el Congreso Constituyente. Otra vez se vivía, de modo paralelo a la necesidad de compilar el conocimiento de México, una etapa de tránsito en la historia. Persuadido de las omisiones de la obra editorial de 1853-1858, Orozco y Berra ayudó a José María Pérez Hernández a formar el Diccionario Geográfico, Estadístico, Histórico, Biográfico, de Industria y Comercio de la República Mexicana, cuyos primeros cuatro tomos, que sólo llegan a la Cu, se publicaron en 1874 y 1875. Este nuevo esfuerzo ya fue exclusivo sobre México y representa la primera preocupación por incluir en un diagnóstico nacional los temas de la economía.

México a través de los siglos. Historia general y completa del desenvolvimiento social, político, religioso, militar, artístico, científico y literario de México desde la antigüedad más remota hasta la época actual. Obra única en su género, es el título completo y harto significativo de una de las más altas cumbres de la historiografía mexicana. De aliento enciclopédico, el primero de sus cinco tomos apareció en 1884, el mismo año de la primera reelección y segunda presidencia de Porfirio Díaz; y el último en 1889, cuando ya el caudillo tuxtepecano era “el héroe de la paz” y se disponía a permanecer en el poder otros 22 años. Escrito bajo el signo del positivismo por varios de los espíritus más lúcidos de su tiempo —Alfredo Chavero, Vicente Riva Palacio y otros— el libro proporcionó a los mexicanos una versión congruente de la vida nacional, que conciliaba el conflicto de su doble origen, no identificándose con ninguna de las parcialidades de su pasado, sino asumiéndolas como antecedentes de un ser nuevo, del que todos habrían de sentirse orgullosos una vez traspuestas la dominación, la guerra civil cotidiana y las invasiones extranjeras, estado de crisis que despedazó al país, ahora lanzado por la senda del orden y el progreso. Resuelto el problema de la connotación nacional —“No sabemos quiénes somos”, había dicho Orozco y Berra 30 años atrás— Antonio García Cubas dio a las prensas, de 1888 a 1891, su Diccionario geográfico, histórico y biográfico de los Estados Unidos Mexicanos. Colaboraron con él Francisco Sosa, que redactó la mayor parte de las biografías, y Emilio Linch, que hizo algunas descripciones hidrográficas. Los demás datos geográficos le fueron proporcionados por los gobernadores de los estados, y muy frecuentemente, para las otras materias, transcribió a Beristáin y al Diccionario de Orozco y Berra.

Veinte años más tarde, Luis Lara Pardo, Alberto Leduc y Carlos Roumagnac formaron el Diccionario de geografía, historia y biografía mexicanas, impreso en París, por la casa de Bouret, en 1910. Mucho más breve que el de García Cubas, fue en cierto modo un resumen o compendio de éste, enriquecido con nuevos encabezados y puesto al día en cuanto a las cifras de población.

En los siguientes 40 años aparecieron varios diccionarios históricos, geográficos y biográficos relativos a algunas de las entidades de la República, destacando entre ellos los de Colima, Chihuahua y Sonora, de Francisco R. Almada; el de Durango, de Pastor Rouaix; el de Guerrero, de Héctor F. López; y el de Campeche, de Juan de Dios Pérez Galaz. Pero la mayor y mejor obra de carácter regional es la Enciclopedia Yucatanense, publicada de 1944 a 1947 bajo la dirección de Carlos A. Echánove Trujillo. Compuesta en ocho tomos, no sigue el orden alfabético, sino que agrupa, en grandes campos, unos 60 artículos, casi todos originales, que proporcionan al lector una excelente visión sintética de conjunto. La publicación de esta enciclopedia sui géneris, que inscribe la generalidad del conocimiento en sólo una porción del territorio mexicano, hizo concebir la esperanza de que su ejemplo fuera emulado. Nada, sin embargo, se ha hecho desde entonces en el mismo sentido. Al parecer, esfuerzos de esta índole sólo fructifican cuando a la voluntad y capacidad de compilar, se asocia la posibilidad real de hacerlo. En el caso de Yucatán, el promotor de la obra contó con el apoyo incondicional del gobernador del Estado. Otro empeño editorial digno de ser exaltado, aun cuando no se trata de un diccionario ni de una enciclopedia, sino de un repositorio de obras e investigaciones a las que da unidad temática su común referencia territorial, es la Biblioteca Enciclopédica del Estado de México, que con tanta devoción y entusiasmo ha venido reuniendo Mario Colín desde 1963 y de la cual lleva ya 40 tomos.1 En este caso ha sido también significativo el patrocinio de los sucesivos gobernadores de esta entidad.

De 1950 a 1952 la Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana publicó el Diccionario Enciclopédico U.T.E.H.A., promovido por José María González Porto y dirigido por Luis Doporto, con la asistencia principal de Enrique Rioja, Juan Sapiña y Agustín Millares Carlo. Se trata de una obra de 13 mil páginas agrupadas en 10 tomos, a los que se añadieron dos de apéndice, y en la cual intervinieron cerca de mil personas, en especial republicanos españoles que habían encontrado refugio en México. Caracterizan a este diccionario cuatro notas fundamentales: haber recurrido, para su redacción, a fuentes primeras; poner énfasis en asuntos españoles, hispanoamericanos y mexicanos; llevar al máximo el número de entradas, que llegaron a ser 50 mil; y servirse de un formato reducido para facilitar su manejo.

En 1964 apareció el Diccionario Porrúa de historia, biografía y geografía de México, reeditado en dos tomos en 1970.2 Fue dirigido por Ángel María Garibay K. e intervinieron en él Felipe Teixidor, como coordinador, e Ignacio Bernal, José Bravo Ugarte, Francisco de la Maza, Samuel Fastlicht, Justino Fernández, Francisco Larroyo, Miguel León-Portilla, Rita López de Llergo, Antonio Magaña Esquivel, María del Carmen Millán, Daniel Moreno, Salvador Novo, Edmundo O’Gorman, Daniel Olmedo y Germán Somolinos. La inspiración de este repertorio fue el de 1910; registra sólo hechos consumados y personas muertas.

Ha habido, pues, en cuanto a los esfuerzos por presentar una gran visión de México, hecha por el conjunto de sus particularidades, dos corrientes: una totalizadora, iniciada por Sahagún y continuada por el Diccionario Universal de 1853 y México a través de los siglos y a la cual se afilia la Enciclopedia de México; y otra que sólo ha recorrido los afluentes —biografías, bibliografía, geografía, historia militar y política—, inaugurada por Beristáin y seguida por García Cubas, el Diccionario de 1910 y la editorial Porrúa. Las especialidades de una y otra se expresan en las obras temáticas o regionales de la misma clase.

IV

Tras varios años de preparación, en 1966 apareció el tomo 1 de la Enciclopedia de México, en 1967 el 2 y en 1968 el 3. La idea de formar esta obra fue del doctor Gutierre Tibón, quien también fundó la empresa y dirigió esos primeros tomos. Los propósitos y modalidades de la Enciclopedia, según fue concebida originalmente, se expresan en el prólogo que aquí mismo se reproduce íntegro, dentro de un marco,3 precedido por la nómina del Consejo Directivo que actuó entonces al lado del doctor Tibón. Cuando en agosto de 1969 cambió de propietario y de director la sociedad editora de la Enciclopedia de México, la nueva administración advirtió la necesidad de corregir, actualizar y enriquecer esos primeros tres tomos. La decisión de acometer esa tarea, sin embargo, no se ejecutó entonces porque la reposición inmediata de los volúmenes hubiera obligado a ponerlos nuevamente al día una vez que se terminaran los últimos, pues entre aquéllos y éstos mediaría necesariamente un periodo de varios años. Este riesgo, inherente a toda obra en gran escala y a largo plazo, quiso evitarse por el director, en la medida de lo posible, difiriendo la tarea para el último año del programa de trabajo previamente concertado. De este modo se quiso ofrecer al público un servicio singularmente atractivo: el poner a su alcance, en la mitad de los tomos, una información actualizada al máximo.

La obra será siempre perfectible. Han participado en ésta centenares de expertos, sin cuyo concurso hubiera sido imposible la empresa. La nónima de los colaboradores consta en la página de créditos de cada tomo. En virtud de la multiplicidad de orígenes de los materiales, se procuró homogeneizarlos para mantener igual calidad y semejante lenguaje.

La estrechez cada vez más apremiante del tiempo personal y la especialización a que obliga por lo común la sociedad contemporánea tienen inmerso al hombre medio en campos ciertamente muy restringidos de la cultura nacional. Inabarcable la actualidad, por el volumen y la importancia de los acontecimientos cotidianos, resulta aún más difícil aprehender la historia, discernir el territorio, ceñir los avances de la investigación y acotar las creaciones de la sensibilidad. El editor piensa que una manera de superar aquellos obstáculos y penetrar organizadamente a la vastedad del conocimiento de México en una aproximación inicial, consiste en disponer de un resumen idóneo, fácil de consultar, al margen de partidarismos, sustantivo y no adjetivo, que brinde los elementos para la reflexión sin anticipar juicios, que suscite la inquietud y la curiosidad, que induzca al entendimiento, que incite a la acción y que motive actitudes y disposiciones de ánimo aptas para precipitar la maduración del espíritu nacional. La Enciclopedia de México aparece en una nueva etapa de tránsito, otra vez en víspera de cambios radicales. En una época cuya norma consiste en una prisa asediante, parece un deber apresurarse a volver popular el conocimiento de México, única fórmula para garantizar la justicia y la perdurabilidad de la mudanza.

José Rogelio Álvarez
Churubusco, junio de 1977

1Fueron en total 114, hasta la fecha de su muerte, el 25 de marzo de 1983 (nota del editor).
2Y en tres tomos en 1986 (nota del editor).
3Se refiere al que se incluyó en la edición de 1977 (nota del editor).