Prólogo a la segunda edición

A principios de 1985 la Secretaría de Educación Pública ofreció a esta casa editorial el apoyo financiero necesario para elaborar una segunda edición de la Enciclopedia de México. En aquel entonces, esta obra era ya el título más consultado por los niños y los jóvenes en las bibliotecas públicas y en las escolares, y el personal docente la demandaba cada vez más como fuente para precisar datos y conceptos, y orientar aspectos complementarios de la enseñanza. La Enciclopedia, que originalmente se colocó entre el público a precios muy accesibles, se había encarecido en el mercado abierto a causa del proceso inflacionario y de los nuevos sistemas de distribución y venta a que obligaba la situación de la empresa, de modo que la posibilidad de adquirirla ya no correspondía a la capacidad de compra de los sectores de bajos ingresos. Aun cuando no es frecuente que una obra de esta magnitud se reedite antes de veinte años, por el trabajo y el tiempo que supone ponerla al día e incorporarle nuevos materiales, la Secretaría se orientaba, no a reimprimirla, sino a revisarla por entero, enriquecerla y perfeccionarla, pues la velocidad del cambio en la sociedad mexicana imponía la necesidad de actualizarla. La proposición de las autoridades educativas fue acogida con el mayor interés porque significaba un desafío a la inteligencia mexicana, la ocasión de colaborar con el poder público en la prestación de un servicio de carácter social, y la oportunidad de reeditar la obra mucho antes de lo que hubiera sido posible. Convenidos los detalles del programa y fijado el plazo perentorio de dos años para iniciar la publicación de los tomos, la Secretaría otorgó a esta empresa un financiamiento, redimible con el producto de la venta, para cubrir los gastos de la etapa académica del proyecto.

En la práctica, esta segunda edición implicó trazar un nuevo cuadro sistemático de la realidad nacional, definir las áreas de mayor interés, acotar las especialidades inherentes, precisar las materias, determinar los temas básicos, los derivados y los asociados y los artículos unificadores de cada campo; examinar las 16 mil cuartillas de texto incluido en las 7 192 páginas de la primera edición, para añadir las novedades y perfeccionar, en su caso, los contenidos; y redactar unas 12 mil cuartillas adicionales, sobre los más diversos aspectos de la vida de México, para que una vez depuradas y a menudo reescritas, pudieran agregarse unas 10 mil a la obra. Razones de método indujeron a crear 25 secciones de trabajo, cada una a cargo de un coordinador, quien a su vez mantuvo el enlace de la dirección con los colaboradores y asesores en cada rama. Una tarea paralela fue la unificación del lenguaje, conforme a criterios previamente codificados.

El volumen de los materiales que se han recogido en la segunda edición de la Enciclopedia —24 mil cuartillas— obligaba a la publicación de 18 tomos y a elevar en un cincuenta por ciento su costo. La Secretaría y esta empresa, deseosas de no estrechar el mercado de la Enciclopedia, sino de ampliarlo, y de poner un producto de alto valor cultural al alcance de la comunidad docente y estudiantil, y en general de las familias de fortuna media, decidieron publicar esta segunda edición con sólo las ilustraciones que tienen una referencia expresa en el texto. Esta versión no desmerece en nada sustancial la naturaleza de la obra, pues los conocimientos que trasmite se encuentran expuestos en la letra impresa. La Enciclopedia se lee o se consulta para conocer una materia o profundizar en ella, reconstruir un suceso o la vida de un personaje, verificar un dato, apoyar un aserto, despejar una duda o encontrar respuesta a una interrogante, todo lo cual se consigue en la parte escrita y no en la gráfica. Las ayudas visuales son una anticipación plástica de los temas y de los sujetos enunciados, y cumplen la función, en obras de esta índole, de invitar a la lectura, única vía para inscribir las imágenes en un desarrollo conceptual, histórico o biográfico. Fue lamentable prescindir de los recursos gráficos que embellecen los libros, pero se juzgó que esta versión no enteramente ilustrada de la obra, se justifica en razón del abaratamiento de su precio, sobre todo cuando la situación económica general ha vuelto la primera edición casi inaccesible para la mayoría de los interesados en adquirirla. Aparte sus virtudes como medio de difusión de la cultura, esta segunda edición constituye una hazaña comercial, pues se trata de libros de gran porte, con 624 páginas cada uno y pastas duras en cartoné, cuyo precio, en el momento de salir a la venta, es mucho más bajo del que normalmente tiene en el mercado. Así se cumple uno de los objetivos de la Secretaría de Educación Pública, en el sentido de popularizar la cultura, de democratizar el saber.

La dirección de la Enciclopedia de México expresa su reconocimiento al licenciado Miguel González Avelar, Secretario de Educación Pública, por su apoyo para la consumación de este proyecto; a su antecesor, licenciado Jesús Reyes Heroles, por el impulso inicial a esta tarea; al licenciado Martín Reyes Vayssade, subsecretario de cultura, por su discreta y eficaz asistencia; a Miguel López Azuara y a Eduardo Lizalde, directores generales de publicaciones de esa dependencia al principio y al final del programa, por su comprensión y ayuda; a la licenciada Margarita O’farrill, funcionaria operativa de esa dirección, por su permanente y bizarra disposición a resolver consultas, hacer y reelaborar cálculos, y expeditar trámites; al Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, por la cesión de algunos materiales; a todos y cada uno de los colaboradores, revisores, redactores e investigadores, cuyos nombres constan en las páginas de créditos, por su sabia, entusiasta y perseverante participación en la obra; al personal administrativo de esta casa editorial, por el puntual acopio y control de los recursos económicos y la oportuna provisión de insumos, apoyos secretariales y servicios de intendencia; al personal técnico, responsable del manejo de los equipos de computación, tipografía, formación y fotografía, por su aplicación al trabajo en arduas jornadas; a los correctores, por su paciente labor de cazadores de gazapos y erratas; a los dibujantes y diagramadores, por la sencillez y pulcritud de sus trazos; al licenciado Jorge Denegre Vaugth, por su generosidad y confianza, manifiestas en el frecuente préstamo de libros raros o agotados; a los directores, catalogadores y empleados de barandilla de bibliotecas y archivos, por su proclividad a facilitar pesquisas; a los directores, investigadores y ayudantes de institutos, museos y laboratorios, por el acceso que brindaron a sus acervos bibliográficos y a sus colecciones; a los parientes o amigos de mexicanos prominentes ya fallecidos, por las noticias que proporcionaron; a quienes espontáneamente enviaron a esta casa informaciones útiles; a las secretarias y telefonistas, dueñas de las voces que acabaron volviéndose familiares, por mantener libres de interferencias y difericiones las líneas de comunicación con los interlocutores externos; y a los choferes, carteros y mensajeros, por haber llevado y traído a lo largo y ancho del país los miles de papeles que hoy, procesados, puestos en orden alfabético e impresos, tiene el lector ante sus ojos.

José Rogelio Álvarez
Churubusco, junio de 1987