GRIJELMO, DOMINGO - GUADARI
- GRIJELMO, DOMINGO
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Nació en Castilla en 1502; murió probablemente en Oaxaca en 1582. Llegó a la Nueva España en 1528 y fue destinado a la conversión de los chontales. Escribió Sermón en lengua zapoteca, de mucho uso entre los misioneros y Sesenta y siete textos de la Santa Escritura explicados moralmente en lengua zapoteca.
- GRILLA
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En el gobierno, actividad política secreta y extraoficial. De allí se deriva el calificativo grillo y el verbo grillar: externar opiniones maliciosas sobre un funcionario. El término emparenta los susurros de esas críticas con el canto de los grillos al frotar sus élitros.
- GRILLO
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Acheta assimilis (Fabricius), familia Gryllidae. Insecto del orden Orthoptera; alcanza 2 cm de longitud; su color va del café oscuro al negro; su cuerpo es robusto y de cabeza pequeña, con dientes especiales para cortar vegetales; está provisto de un par de antenas más largas que el cuerpo, y de dos pares de alas: las anteriores, cortas y ligeramente más consistentes, y las posteriores, plegadizas, cubiertas por las primeras; tiene tres pares de patas, de los cuales el último es el más grande, y especialmente adaptado para el desplazamiento mediante saltos. Los machos poseen la capacidad de estridular, esto es, de producir un canto peculiar frotando entre sí los bordes de las alas anteriores, que son estriados.
- GRINGO, -GA
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En México, lo mismo que en casi todo Centroamérica y las Antillas, se designa con este apodo a los estadounidenses. Las etimologías atribuidas a gringo, como la de cierta canción que cantaban los invasores yanquis en 1847 Green grows the grass (Verde crece la hierba), la de green coat (chaqueta verde, por la que llevaban los soldados yanquis), o la de green gold (oro verde, por la opulencia de los platanares veracruzanos) no tienen ningún fundamento; la voz ya se usaba en España en el siglo XV. Se trata de una corrupción de griego, lenguaje incomprensible; en el Quijote II, XIX, se lee: …esto para los labradores era hablarles en griego o en gerigonza (1615). En su Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes, concluido en 1765, el jesuita Esteban de Terrero y Pando afirma: Gringos llaman en Málaga a los extranjeros, que tienen cierta especie de acento que los priva de una locución fácil y natural castellana, y en Madrid dan el mismo nombre con particularidad a los irlandeses.
En Suramérica, gringo es el extranjero en general, cuya lengua nativa no es el español; en Argentina se aplica principalmente al italiano. Por el matiz despectivo en el uso de gringo como equivalente deestadounidense, en el sur de Estados Unidos forjaron un término para denominar a los mexicanos, cuya primera sílaba se pronuncia igualmente gri: greaser, grasoso. Sin embargo, el diminutivo gringuita, es más bien expresión de simpatía.
Ojo de gringa (caló) se le llamaba al billete de cincuenta pesos, por el color azul que caracteriza las pupilas de las estadounidenses.
- GRISILLA
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Se aplica este nombre a varias aves del género Polioptila, familia Muscicapidae, orden Passeriformes. Presentan un plumaje corporal color gris perla o gris azuloso claro. La especie más común es Polioptila caerulea, la cual se distribuye en las zonas secas y bajas de casi todo el país. Durante el verano, el macho es gris, con la frente y la cola negras, aunque ésta tiene las plumas externas blancas. Otras especies que existen en México son P. albiloris, P. nigriceps y P. melanura, cuyos machos presentan la corona completamente negra.
- GRISÓN
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Galictis allamandi, de la familia de los Mustélidos. Mamífero carnívoro relacionado con las comadrejas, las nutrias y los zorrillos, aunque su pelaje lo hace fácilmente reconocible por su dorso grisáceo y el pecho y la garganta negruzcos. Una franja blanca, que se inicia en la cabeza y continúa por los costados del cuerpo, separa los colores de fondo. Su aspecto es grácil, de estructura alargada. Puede medir hasta 75 cm de longitud, incluyendo la cola, y tiene un peso máximo registrado de 3 kg. Se distribuye desde la vertiente del golfo de México hasta Suramérica. Se ha localizado desde el sur de San Luis Potosí y el istmo de Tehuantepec hasta la península de Yucatán y el estado de Chiapas. En la vertiente del Pacífico no parece llegar más allá de Oaxaca. Usualmente habita en bosques tropicales y sabanas, o bien en matorrales por abajo de los 1 200 m de altitud. A causa de la intensa destrucción de las selvas nativas, a menudo se ve obligado a vivir en plantaciones de café o cacao. Su dieta se compone principalmente de pequeños vertebrados (ratones, culebras y ratas), algunos insectos y bayas silvestres como complemento. Por lo menos en Chiapas, se sabe que se reproduce entre abril y junio; la hembra tiene de dos a cuatro crías, las cuales nacen en madrigueras construidas entre peñascos o dentro de troncos huecos. Los grisones se mueven con agilidad y se les ha visto trepar en árboles ocasionalmente. Tienen hábitos gregarios, forman grupos y, a semejanza de las nutrias, juegan entre sí emitiendo vocalizaciones que consisten en chillidos cortos, pero lanzan gruñidos de tono grave cuando se sienten amenazados. A pesar de que son importantes reguladores naturales de las poblaciones de roedores (que en ciertos casos constituyen plagas en los cultivos), los campesinos no han comprendido la ayuda que reciben de estos mustélidos, y casi los han exterminado en la mayor parte de su área de distribución.
- GRITO, EL
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Ceremonia con que se celebra, a las 11 de la noche del 15 de septiembre el aniversario de la proclamación de la Independencia Nacional en 1810. El presidente de la República, los gobernadores de los estados y los presidentes municipales salen en esa ocasión al balcón central de su sede y, al tiempo que tremolan una bandera, suelen exclamar ante la multitud congregada en la plaza de armas: ¡Viva México! ¡Viva la Independencia! ¡Vivan los héroes!
En 1896, el presidente Porfirio Díaz, a iniciativa de Guillermo Valleto y Gabriel Villanueva, hizo traer a la ciudad de México, desde la parroquia de Dolores, el esquilón San José, campana con la cual el cura Miguel Hidalgo convocó al pueblo la mañana del 16 de septiembre de 1810. Condujeron la reliquia histórica los generales Sóstenes Rocha e Ignacio Salas; el 14 de septiembre fue colocada sobre el balcón central del Palacio Nacional y el 15 se inició la tradición de hacerla sonar por el jefe del Estado. El esquilón, fundido el 28 de julio de 1768, mide 1.77 m desde la orilla de la boca hasta la parte superior del contrapeso y 1.09 m de diámetro.
En algunas ciudades de provincia suele leerse completa, antes del Grito, el Acta de Independencia; en otras, el representante del Ejecutivo añade algún viva de ocasión; pero, en general, todos siguen la misma pauta. En 1914, antes de que el presidente Venustiano Carranza vitoreara a México y a los héroes, Félix F. Palavicini leyó desde el balcón del Palacio un telegrama del agente de gobierno constitucionalista en Washington, Juan F. Urquidi, comunicando que el presidente Wilson, de Estados Unidos, había anunciado oficialmente, la tarde de ese día, la evacuación de Veracruz por los marinos norteamericanos.
Antecedentes. El 15 de septiembre de 1810, advertido el señor cura de Dolores, Gto., de que la conspiración de Querétaro había sido descubierta (V. INDEPENDENCIA e HIDALGO Y COSTILLA, MIGUEL), exclamó ante algunos de sus íntimos: No hay más remedio que ir a coger gachupines. El Grito no se refiere a esta expresión, sino a la arenga que al siguiente día, presumiblemente a las 7 u 8 de la mañana y no en la madrugada, como afirman la mayoría de los historiadores, dirigió Hidalgo a los vecinos y rancheros que se habían congregado en la parroquia para asistir al sacrificio de la misa. El 16 de septiembre de aquel año fue domingo, día en que los pobladores rurales se congregan en las cabeceras de sus distritos para concurrir a los oficios divinos y al mercado. El cura Hidalgo no pudo exhortarlos a sublevarse antes de que llegaran, cosa que ocurrió ya entrado el día, ni tampoco pudo llamarlos haciendo tocar la campana, pues sus comunidades se encontraban muy distantes. Tuvo, pues, que esperar a que se reunieran normalmente, como siempre lo habían hecho. Esta hipótesis, fundada en el carácter fundamentalmente campesino de las masas sublevadas, fue expuesta por Valentín F. Frías en dos artículos publicados en El Tiempo Ilustrado, el 2 y el 9 de octubre de 1910.
Respecto a las primeras celebraciones del aniversario de El Grito de Independencia, se sabe que el general Ignacio Rayón organizó una ceremonia en Huichapan, el 16 de septiembre de 1812 (Diario de Operaciones Militares), con descarga de artillería, vuelta general de esquilas y una proclama redactada por Andrés Quintana Roo. El 16 de septiembre de 1813, José María Morelos hizo lo propio en Oaxaca (El Correo del Sur, núm. 30). El 1° de marzo de 1822, el Congreso Constituyente declaró fiesta nacional el día 16, lo cual fue ratificado el 27 de noviembre de 1824. La celebración tuvo especial importancia en 1825, siendo presidente de la República el general Guadalupe Victoria, gracias al empeño de Juan Wenceslao Sánchez de la Barquera, síndico del cabildo municipal. En 1823 se habían trasladado a la ciudad de México los cráneos de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez, que se hallaban en el cementerio de San Sebastián, en Guanajuato. Primero se depositaron en la capilla de San Felipe de Jesús primer santo mexicano y luego en la cripta del Altar de los Reyes, ambas en la catedral metropolitana, hasta que en 1910 fueron llevados a la Columna de la Independencia.
Consagrado el 16 de septiembre como día de fiesta nacional, parece que el 15 fue conmemorado por vez primera en 1846, con serenata frente a Palacio y velada en la Universidad, donde pronunció una oración encomiástica un alumno del Colegio de San Gregorio (El siglo XIX). A juzgar por el Primer calendario liberal, arreglado al meridiano político de la Federación para el año 1852, por el licenciado don Liberato Garabato Panzacola, defensor y abogado del pueblo, las ceremonias del 15 siguieron efectuándose, pues ese año hubo función patriótica en el teatro, repiques a vuelo y salvas de artillería. La presencia del jefe de Estado en la ceremonia, sin embargo, y los vítores de éste a la patria y a los héroes, fue iniciativa del presidente Benito Juárez, la noche del 15 de septiembre de 1864, en la noria de Pedriceña, Dgo. José María Iglesias, en sus Revistas históricas sobre la Intervención Francesa en México, describe así aquel acto: En la capilla del pueblo, que servía de alojamiento al batallón de Guanajuato, pronunció un improvisado y elocuente discurso el licenciado Manuel Ruiz, y en seguida habló también el presidente de la República, cuyas sentidas palabras conmovieron a la concurrencia.
- GRITÓN
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Thamnophilus doliatus intermedius Ridgway, familia Formicariidae. Ave del orden Passeriformes de aproximadamente 12 cm de longitud. El cuerpo de los machos presenta bandas irregulares blancas y negras. Las hembras, en cambio, tienen el dorso canela rojizo; las mejillas y la garganta con bandas blancas y negras, y el cuello de color ante, que paulatinamente se transforma en ocre en el pecho, el vientre y los flancos. Es un ave de fuerte y agradable canto que habita en las formaciones boscosas tropicales de la vertiente atlántica, desde el sur de Tamaulipas hasta Yucatán, y en la costa del Pacífico del estado de Chiapas.
- GRITONA
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Grus americana, familia Gruidae, orden Griformes. Ave zancuda grande, de color blanco, con las puntas de las alas negras, la frente roja y la cara negra. Ya muy rara, se encuentra en grave peligro de extinción; antiguamente llegaba a México, pero ahora se reproduce e inverna en áreas muy restringidas de Canadá y el sur de Estados Unidos. Su grito es semejante al sonido de una trompeta. Se le conocía como toquilcoyotl; se le llama también grulla gritona.
- GRIZÁ, IRMA
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Nació en México, D.F., en 1946. Estudió en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (1952-1956). Pintora, hasta septiembre de 1987 había realizado 15 exposiciones individuales en diversas galerías del país y del extranjero, y participado en 20 colectivas. Es miembro del Salón de la Plástica Mexicana desde 1975. Ese año fue premiada en el Concurso Nuevos Valores.
- GROS, JUAN BAUTISTA LUIS
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Nació y murió en Francia (1793-1870). Formó parte de la legación de Francia en México (1832-1834). Hijo de Juan Antonio Gros, que dedicó la parte monumental de su obra a exaltar la gesta napoleónica, se dedicó a recorrer el país, en compañía del pintor inglés Egerton, llevando siempre pequeñas telas para reproducir el paisaje. Subió al Popocatépetl y fue uno de los primeros en explorar las grutas de Cacahuamilpa. Sus obras, hasta entonces muy poco conocidas, fueron divulgadas por Manuel Romero de Terreros en 1953: El barón Gros y sus vistas de México.
- GROTH-KIMBALL, IRMGARD
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Antropóloga alemana. Entre sus obras figuran Maya Terrakotten (Terracotas mayas) y Kunst im alten Mexico (Arte en el México antiguo).
- GRULLA
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Grus canadensis, familia Gruidae, orden Griformes. Ave zancuda de cuello largo, cuerpo de color gris parduzco, corona desnuda y roja, y plumas primarias negras. Habita en México durante el invierno, principalmente en los pantanos y campos abiertos del norte del país. Se le encuentra en parvadas y se diferencia de las garzas en que vuela con el cuello extendido, no en forma de S como éstas. Se alimenta de vegetales. Muy perseguida por los cazadores, está amenazada de extinción.
- GRULLO
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Paullinia tomentosa Jacq., de la familia de las sapindáceas. Arbusto trepador con hojas de 10 cm de largo, compuestas por cinco foliolos ovados o elípticos, crenados y tomentosos en el envés; las flores se dan en racimos blanquecinos, y el fruto, capsular, sésil, triangular y tomentoso, mide de 1 a 1.5 cm. Se localiza de Sinaloa a Tamaulipas y en Oaxaca, Tabasco y Veracruz, en donde se utilizan las semillas para simular los ojos de las muñecas, razón por la cual se denomina también ojillo.
- GRUÑIDOR
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V. RONCADOR.
- GRUTAS
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Concavidades subterráneas o entre rocas emergidas. Las grutas, al igual que las cuevas y cavernas, se forman principalmente en terrenos calcáreos fisurados por aguas de infiltración cargadas de anhídrido carbónico. Entre las concreciones que en ellas se localizan destacan las estalactitas, que penden del techo, y las estalagmitas, que parten del suelo, y se forman con los sedimentos de los líquidos que escurren de aquéllas; ambas, en múltiples ocasiones, llegan a unirse formando columnas. Con menor frecuencia, las grutas se dan por fenómenos de diastrofismo, por deslizamientos o derrumbes en suelos sedimentarios, o por oquedades fraguadas por los gases que desprenden las corrientes de magma. Su estudio tiene interés para varias ramas del conocimiento, como la antropología, pues en épocas prehistóricas allí convivieron el hombre y los animales, y para la geología, de la que ha derivado una nueva ciencia,la espeleología, que trata de la naturaleza, el origen y la formación de las grutas, cuevas y cavernas, de su fauna y de su flora. Hay en el país gran cantidad de grutas de fantástica belleza, que constituyen uno de los principales atractivos turísticos. En este capítulo se recoge una relación, por entidades, de las principales grutas del territorio, remitiendo a entradas específicas aquellas que ameritan una descripción más amplia.
Aguascalientes: grutas de Los Murciélagos, en la barranca Oscura y en la barranca del Toro; caverna del Tepozán, y cuevas del Pastor.
Baja California: cuevas de San Borja y San Francisco, cerca de Santa Rosalía, en la delegación de Mulegé, a 597 km al noroeste de La Paz, donde se encuentran notables pinturas rupestres; gruta de La Rumorosa, próxima al poblado del mismo nombre, municipio de Tecate, a 74 km sobre la carretera a Mexicali, y cavernas de San José del Cabo.
Campeche: gruta de Ixtacumbil-Xunaan, próxima a Bolonchén de Rejón, a la altura del kilómetro 180 de la carretera a Hopelchén; tiene una escalinata de 450 m de longitud; a los 150 m de profundidad se localizan siete cenotes en los que habitan peces ciegos; estos cuerpos de agua se denominan chacka, agua roja; pucuelha, reflujo, por la creencia de que su nivel varía con los cambios de la dirección del viento; sallab, salto de agua; akahbá, oscuridad; chocoá, agua caliente; ociha, color lechoso, y chimaisha, donde abundan los insectos chimais. Y grutas de Monte Bravo, a 50 km de Champotón, sobre la carretera a Escárcega.
Coahuila: cueva de La Candelaria, al noroeste de la ciudad de Torreón, al lado norte de la pequeña cordillera de aquel nombre y al sur del valle de Las Delicias. Tiene la forma de un cono invertido; se penetra a ella por un orificio de 1.30 m de diámetro; continúa una chimenea casi vertical de 9 m de altura que corta diagonalmente las capas calcáreas del terreno y luego se ensancha dando ocasión a la cámara más alta de la cueva. La primer galería se inclina al sureste y de allí se comunica a otra más amplia, pero más baja 4 m, la cual fue usada como depósito funerario. En ella se encontraron varias momias, ofrendas, collares, brazaletes, redes, arcos, flechas, granos de maíz y otros objetos que hoy se guardan en el Museo Nacional de Antropología. Se calcula que las momias datan del año 1000; estaban separadas por pencas de nopal y se encontraron envueltas en tela de fino tejido, adornado en parte con líneas de colores y diseños geométricos. En 1956, el Instituto Nacional de Antropología e Historia publicó el trabajo Cueva de la Candelaria, por Luis Aveleyra Arroyo de Anda, Manuel Maldonado Koerdell y Pablo Martínez del Río, con la colaboración de Ignacio Bernal y Federico Elizondo Saucedo.
Las grutas del Caballero, próximas a Saltillo, sobre la carretera a Piedras Negras, son notables por los colores de sus paredes: verde, coral, naranja, blanco y negro; las de la sierra de La Ventana, próximas a Zaragoza, a 64 km al suroeste de Piedras Negras, y las del Angosto, La Hundida, El Buen Abrigo, El Vapor, El Agua, El Indio, El Macho, El Cura y Los Jeroglíficos. Las cuevas del Coyote, al norte de Torreón y próximas a las de La Candelaria y La Paila, fueron utilizadas por las tribus indígenas para sus enterramientos; las siete del Realito, a 25 km de Ramos Arizpe, sobre la carretera Saltillo-Monterrey; la de Los Muertos, en el cañón de Ahuichila, cerca de Viesca; la de La Paila, en el arroyo del Muerto, en la sierra de aquel nombre, y la del Tabaco o de Los Supremos Poderes, al noroeste de Matamoros, en la falda de la sierra del Tabaco, donde fueron depositados, durante tres años, los archivos de la Nación, que el presidente Benito Juárez dejó encargados a su paso hacia el norte del país. V. GONZÁLEZ HERRERA, JESÚS.
Chiapas: grutas de Rancho Nuevo, en el aserradero del mismo nombre, a 11 km de San Cristóbal de las Casas, sobre la carretera a Comitán, formada por varias galerías de grandes dimensiones, muchas de ellas aún no exploradas; las que se conocen presentan monumentales formaciones de estalactitas y estalagmitas; se tienen evidencias de que se prolongan por más de 20 km hasta la gruta de San Felipe, a 5 km al suroeste de San Cristóbal, camino a Tuxtla Gutiérrez. Estas galerías reciben varios nombres: El Sumidero, El Salón de Oro, El Paso del Ángel, El Baño del Diputado, La Preparatoria y El Bosque de Piedra, entre otros. Son características la multiplicidad de estanques, de cascadas de aguas cristalinas y la presencia de luz natural que penetra a través de varias ventanas, principalmente en los meses de enero y febrero. En la gruta de Montebello, en la zona de los lagos del mismo nombre, al oriente de Comitán, con desvío a 30 km de la carretera a Ciudad Cuauhtémoc, destaca una estalagmita de forma extraña, auténtica lusus naturae, que aún recibe ofrendas florales de los indígenas tojolobales de la región; en La Trinitaria, al sureste de Comitán y en las cercanías de Zapatula, existe una formación estalagmítica denominada la Reina Dormida. Otras son las de Teopisca, en el poblado de igual nombre, a 30 km de San Cristóbal, rumbo a Comitán; del Arcotete, El Sumidero, de Montecristo y del Chorreadero. Además, se hallan varias cuevas y cavernas en Cerro Hueco, en el tramo que une a Tuxtla Gutiérrez con Chiapa de Corzo.
Chihuahua: grutas de Santo Domingo, en el rancho de igual nombre, municipio de Guadalupe y Calvo, con magnífica cúpula y cortinajes, y las de Xóchitl, Batopilas, Coyame, Santo Tomás, Cañón Encantado y Chumachi; valle de Las Cuevas, a 8 km de la colonia agrícola mormona de Pacheco, en las márgenes del río Piedras Negras, municipio de Casas Grandes, con vestigios de habitaciones y enterramientos; cuevas del Garabato, a 24 km de la colonia mormona Chuhuichupa en el costado septentrional del arroyo del Garabato que desagua en el río Chico, con antiguos dibujos en las paredes de las casas allí construidas; de Guaynopa, a 40 km de Chuhuichupa, aledaña a las minas abandonadas, en cuyo interior hay casas y graneros semejantes a los del valle de Las Cuevas, habiéndose contado hasta 53 cuartos sobre una terraza de roca en el extremo derecho del fondo, y las del padre Glandorff, de Chínipas y del picacho de Santa Ana, así como las Chozas Subterráneas de Nabacoya.
Durango: grutas de San Pedro del Gallo, a 10 km del poblado del mismo nombre, donde los sulfatos de hierro producen una gama de colores rojizos que se combinan con la blancura del carbonato de calcio; de Los Riscos, en la sierra del Rosario, de la cordillera del Samoso, abundantes en finísimos labrados de filigrana, donde se originan los nombres de Valle de Josefat, El Tabernáculo y El Templo Hindú; y Los Ladrones, Las Parrillas, Los Panaderos, El Obispo y Pozo de los Guacamayos.
Guanajuato: grutas de Bermalejo, al sur de San Luis de la Paz, en la cordillera de Otero, con profusión de estalactitas y estalagmitas, algunas de grandes dimensiones, y de Loceros, Palenque, Padre Torres, Culiacán y Las Calaveras. Cuevas de Los Indios, al oriente de San Felipe, a espaldas de la hacienda del Cubo, en la base de la sierra del mismo nombre, ricas en dibujos rupestres que figuran esqueletos humanos, de aves y de cuadrúpedos; del Cedazo, en las inmediaciones de Apaseo el Alto, que deriva su nombre del manantial que se filtra a través de las paredes; de Cíntora, a 5 km de Valle de Santiago, donde se conservan pinturas en blanco y negro, y vestigios de yácatas o entierros purépechas; de la Hoya de las Flores, en el rancho Hoya de Álvarez, municipalidad de Valle de Santiago, interesante por sus pinturas geométricas y zoomorfas; de la Hoya de Rincón de Parangueo, al oeste de Valle de Santiago, en el cráter-lago del mismo nombre, y de San Ignacio, San Felipe y Albino García, entre otras.
Guerrero: grutas de Cacahuamilpa, a 37 km de Amacuzac, al sur del cerro de la Corona, municipalidad de Tetipac (v. CACAHUAMILPA, GRUTAS DE); de Chontalcoatlán, al final de la barranca del río del mismo nombre, junto al cerro de la Media Luna, donde la corriente se hunde al pie de una pequeña cordillera; de Juxtlahuaca, en la población y municipio del mismo nombre, al borde de un despeñadero de 200 m en la cañada del Regino; de Pacheco, en el mismo cerro de la Corona, con una entrada estrecha en la parte alta de la boca de Cacahuamilpa, cuyos salones se conocen como Los Pebeteros, La Dama Blanca, El Monje, El Pabellón y La Silla; de Acuitlapan o de Mermanol, en la población de aquel nombre, notables por las formaciones que figuran cortinajes y por el enorme hongo del salón de La Palma; de Archipín, con estalactitas azules, a 1.5 km al sur de Tasco, y de Agustín Lorenzo, Michapa, Acamapilco y Atlicaliacán. Cuevas de Oxtotitlán, en la falda del cerro inmediato, municipalidad de Teloloapan, que contienen pinturas murales de origen olmeca, y de Omeapan y Tenixóchit. A 6 km de Cacahuamilpa se encuentra el sitio denominado Las Cruces, y a un desnivel aproximado de 200 m, el río San Jerónimo, que poco más adelante se vuelve subterráneo a lo largo de 14 km, en cuyo curso se encuentra la gruta del mismo nombre; sus formaciones más sobresalientes son El Púlpito, El Cocodrilo (árbol petrificado recubierto por materias calcáreas) y La Fuente Monumental. La desembocadura del río San Jerónimo coincide con la del río Chontalcoatlán; ambos, al unirse, forman el Amacuzac.
Hidalgo: grutas de Tonaltongo o Tolantongo, a inmediaciones del pueblo de Cardonal; de Nejamay en el municipio de Actopan, de 100 m de largo, otros tantos de ancho y 30 de altura, caracterizadas por la abundancia de estalactitas y estalagmitas de formas caprichosas; de Cerro Verde, en la municipalidad de Actopan, y de Tianguillo, Texontel y Sanctorum en el municipio de Atotonilco el Grande. Cavernas de Xoxafi, en la loma del Zopilote, en el valle del Mezquital, con salones que tienen planos escalonados, y cueva del Chivo, en la zona arqueológica de Huapalcalco, al norte de Tulancingo.
México: gruta de La Estrella, cerca de Tonatico e Ixtapan de la Sal, formadas por un pequeño curso subterráneo con formaciones llamadas La Cruz Nazarena, El Mamut, El Perfil de Dante y Los Candiles, entre otras. A 8 km de la desviación a la gruta de La Estrella, en una barranca próxima al poblado de El Mogote, está la entrada a la gruta de ese nombre o de La Mariposa, dentro de la cual han sido encontrados huesos gigantes de la fauna prehistórica. En el Gran Salón existe una infinita variedad de estalactitas, entre ellas las concéntricas, que tienen la peculiaridad de crecer hacia diferentes puntos y ser tan delgadas como un alfiler. Y la de Pedro el Negro, en el cerro de los Brujos, al lado opuesto del restorán La Escondida, en el kilómetro 38.5 de la carretera México-Toluca. Cuevas de Ecatepec, en el cerro de ese nombre, en cuyo interior se aprecian los restos de una figura ricamente ataviada que porta el Joyel del Viento; del Sacromonte, en el cerro del mismo nombre a inmediaciones de Amecameca, seguramente un adoratorio prehispánico; de Chalma, junto al templo, sitio donde se rendía culto a Aztoteotl, dios de las cuevas, y de Teotihuacan, una de las cuales se ha adaptado para restorán.
Michoacán: grutas de Sahuayo, en la barranca de La Chicharra, que presenta interesantes monolitos y bajorrelieves; de Morelos, en las inmediaciones de la Tzaráracua; de Coeneo, con sus hervideros, en el municipio de Puruándiro, y de Turundeo, en la municipalidad de Tuxpan. Cuevas del Opeño, en la zona de Jacona, donde se han encontrado enterramientos.
Morelos: grutas de Xochitepec, en el cerro de Los Ídolos, próximo a la loma de Puente de Dios, en las cercanías del poblado de Xochitepec; de Juchiquetzalco, a 15 km de Cuautla; del Texcal de Tejalpa, en la zona de Malpaís, y de Oaxtepec, La Güera y otras. Cueva del Salto de San Antón, en Cuernavaca, situada atrás de la caída de agua; los subterráneos de Xochicalco, sistema de cámaras y vestíbulos, que continúan la cueva de Los Amates y que utilizaron los habitantes de esa ciudad arqueológica.
Nayarit: cuevas de San Juan, situadas en la sierra de Álica, por mucho tiempo guarida del guerrillero Manuel Lozada, y las del Ceboruco y El Sangangüey.
Nuevo León: grutas del Carrizal, en la cumbre del cerro del mismo nombre, 24 km al norte de Bustamante, municipalidad de Lampazos, formadas por un complejo sistema de cuevas con pasadizos a dos niveles; Villa García, en el cerro del Fraile, descubiertas en 1843 por el misionero Juan Antonio de Sobrevilla, cuyas principales formaciones son una bóveda monumental sostenida por más de 50 columnas y un lago subterráneo, aparte de otras denominadas Cámara de la Luz, Salón del Alba, Jungla de las Pagodas, Las Cataratas, La Cámara de Colores, El Castillo de los Amuletos, La Fuente de los Merengues y El Convento; del Palmito, a 3 km al suroeste de Bustamante, en la sierra de Gomas, cuya entrada, casi oculta, se encuentra al fondo de un cañón de 305 m, compuesta de dos salones, uno de 91 m de ancho, 183 de largo y 18 de altura, y otro, el Principal, de 518 m de largo, 91 de ancho y 30 de altura; Nevadas o de Sánchez, en el Puerto de Cristo, frente a la barranca de Villa García, y de San Bartolo, en el cañón de La Huasteca. Cuevas de La Boca, en el cañón de Garrapatas, a 2 km al este de la presa de aquel nombre, con un salón de 275 m de largo y dos amplias bóvedas que se prolongan a 122 m de altura; de los Chorros de Agua, al poniente de Montemorelos; de la sierra de Gomas, a 32 km al sur de Bustamante, y del rancho de Agua Blanca, a 51 km de Santa Catarina.
Oaxaca: grutas de Montiflor, en la hacienda Álvaro Álvarez, a 6 km de Valle Nacional; de Nindú-Dage, cerca de San Antonio Eloxochitlán; de Santiago Laollaga, Sola de Vega, Huitepec, Tetomachapan y Chalcatongo, todas en las localidades de su nombre; de Ycuniza, de Zanatepec, en el municipio de Juchitlán, en las cercanías de Huajuapan de León; de Guiengola, a 22 km de Jaltepec, y del templo de San Agustín de Oaxaca, acaso la más profunda que se conoce en México, pues los espeleólogos han descendido hasta 600 m sin alcanzar el fondo. Cuevas del cerro del Cristo, al norte de Juchitán; del Diablo, cerca de Mitla; de Xoxo y Xochicalco, cerca de Tehuantepec; de Chuilapan, situada a 12 km de la capital, y de Mitla.
Puebla: grutas Carmida, cerca del pueblo de Zapotitlán, descubiertas en 1917, con formaciones que oscilan del blanco níveo hasta el gris oscuro, una de las cuales lleva el nombre, por su forma, de Casco Alemán; del Puente de Dios, a 3 km de Malcajac; de Jalpan, a 60 km de Huauchinango; de Malucan, en el cerro así llamado, a 20 km de la ciudad de Puebla; de Xinacomaxtle, cerca de Villa Libres; de Los Caballos, en el camino a río Verde, y de Atepolihui y Cohuatichán, cerca de Cuetzalan. Cueva de Coxcatlán al sureste de Tehuacán, explorada principalmente por el doctor Richard S. MacNeish, de gran interés porque en ella se encontraron cereales de hace 4 mil años, aparte de instrumentos líticos, cerámica y textiles.
Querétaro: cuevas de Los Muertos, en el municipio de Jalpan, notables por los hallazgos de restos humanos, y de El Pueblito, cerca de la capital del estado.
Quintana Roo: cuevas de Tenach, a 5 km del poblado del mismo nombre, utilizada en el pasado por la gente de la región, después de la introducción del cristianismo, para practicar sus antiguas ceremonias; y de Xelah, la primera descubierta en ese estado, en la que se hallaron tepalcates, hachas de jadeíta y un metate semejante a los encontrados en la de Balancanchén, en Chichén-Itzá, que se localiza en la orilla de la caleta de la zona arqueológica del mismo nombre.
San Luis Potosí: grutas de La Catedral, en el municipio de Río Verde; de San Cayetano, en la sierra de Guadalcázar, notable por su forma elipsoidal con diámetros de 100 y 180 m; de Huehuetlán, en el municipio de Pedro Antonio de los Santos, y de Jaquis, en Matehuala. Existen en el estado varias cavidades denominadas sótanos: del Arroyo, al sureste de Los Sabinos, municipio de Ciudad Valles; de Huitzmolotitla, cerca de Tlamaya; de Tlamaya, entre esta población y Xilitla, y en esta última, el de La Tinaja. A 5 km del Pujal se localiza la Cueva Grande, la más amplia de las que se hallan en la parte baja de la sierra del Abra. Otras: Ventana de Jabalí, Taninul, Cueva Chica, del Salitre, de la Selva y de la Mujer del Agua.
Sinaloa: en la entidad destaca la gruta de Mármol, que atraviesa el cerro de San Nicolás; y las del Salto y cerro del Fraile, ubicadas en las formaciones de igual denominación.
Sonora: cuevas del camino de las Batuecas, entre Empalme y Guaymas, y gruta de Sahuaripa, en la serranía del Bacatete.
Tabasco: gruta de Coconá, a 6 km al noroeste de Teapa, descubierta en 1890 por el ingeniero José N. Rovirosa; del Poaná, en los alrededores de Tacotalpa, que atraviesa, en una longitud de 500 m, toda la base de un cerro, formando bóvedas saturadas de estalactitas y estalagmitas, y de Cuesta Chica, entre los ríos Amatán y Oxolotán. Cueva del Zopo, en el cerro del Tortuguero, municipio de Macuspana, donde fueron encontrados ídolos, huesos humanos y cráneos con dientes incrustados con jade y restos de carey, y caverna del Azufre, en el cerro del mismo nombre, al sureste de Teapa.
Tamaulipas: grutas de Quintero, en la municipalidad de El Mante, y de Xopoy, en la sierra de Cuchara, donde nace el río Mante, Sótano de La Joya de Salas y cuevas del Molino, Harrison, El Infierno, La Abeja, Los Fósiles, El Pachón, La Florida, La Noria, El Venadito y El Tigre.
Veracruz: grutas de Tezonapa, a 42 km al sureste de la ciudad de Córdoba, donde se encontraron restos arqueológicos incensarios, entre otros que indican su carácter ceremonial; de San Juan de la Punta; de Atoyac, subterráneo que va de Jalapa al cerro del Macuiltepec, y de Las Minas, así como Abras en el Cofre de Perote.
Yucatán: gruta de Balaam-Canché, a 5 km al este de la zona de Chichén-Itzá; consta de varios pasadizos que se extienden cerca de 800 m, con nichos abiertos en la roca, donde se encontraron esculturas de hasta un metro de altura; en 1959, el Instituto Nacional de Antropología e Historia exploró la caverna y encontró numerosos objetos urnas, incensarios y vasijas que probablemente datan del siglo XII. Por la cavidad corre un riachuelo que termina en un pequeño cenote; se están realizando investigaciones para comprobar la hipótesis de que se conecta con la plaza principal de la ciudad arqueológica. Las grutas de Loltún, en el extremo sur del pueblo de Oxkutzcab, en la región Puuc, constan de galerías cuyas formaciones sugirieron los nombres de Las Candilejas, La Cúpula, Las Columnatas, Beel-Ik, El Gran Cañón, El Órgano, Pagodas Color Rosa, Mujer Dormida y Galería de los Pitones, entre otras. Hay pruebas abundantes de que muchas esculturas, talladuras complejas y petroglifos que ahí se encuentran fueron obra de grupos anteriores a los mayas. En el primer pórtico hay una escultura de la época clásica que representa a Yunkaax (Señor de los Montes), motivo de veneración hasta épocas recientes. En 1897, Edward H. Thompson escribió Cave of Loltun, Yucatan, donde hace una amplia descripción de la gruta. En 1960, Jack Grant descubrió, en una intrincada galería, a 500 m de profundidad, una cabeza de 90 kg de peso y de muy extrañas facciones, que ahora se exhibe en el Museo Arqueológico de Mérida. El subterráneo del Templo de las Siete Muñecas, en la zona arqueológica de Dzibilchaltún, a 20 km al norte de Mérida, es un pasaje que conduce al santuario donde se encontraron siete figurillas femeninas de cerámica, con defectos físicos, que acaso eran invocadas para curar enfermedades. Este hallazgo dio nombre al templo, que ya ha sido reconstruido.
Grutas de Acuitlapán, Gro.
Foto Eduardo Villegas Villegas - GUA
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Renealmia exaltata L., de la familia de las cingiberáceas. Hierba de hasta 4 m de altura; hojas envainadoras que llegan hasta 1 m de largo y que tienen nervaduras paralelas. Parecida al jenjibre, se desarrolla en las selvas altas siempre verdes de Tabasco, Oaxaca y Chiapas. También se le conoce como huilimul. Según Faustino Miranda, con este género se conoce otra planta de distinta especie que se cultiva en Chiapas y es comestible.
- GUACAL
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(Del náhuatl huacalli). Caja de varas o tablas delgadas, en forma de jaula, para transportar loza, fruta y legumbres. Se usa todavía en todo el país. 2. La rabadilla de las aves. 3. Salirse del guacal: actuar fuera de su derecho u obligación.
- GUACAMAYA
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Ara militaris mexicana Ridgway, familia Psittacidae. Ave del orden Psittaciformes, que alcanza los 75 cm de longitud. Es de color verde o verde olivo amarillento, con las plumas del rostro rojo brillante, las rémiges y las grandes coberteras de las alas, azules, al igual que la punta de la cola; ésta es larga y puntiaguda, de color rojo, excepto en la parte ventral donde es amarillo verdoso; los lados de la cabeza son de color rosado. Se distribuye en las formaciones áridas y semiáridas subtropicales de ambas vertientes, desde Sonora y Tamaulipas hacia el sur; también en las formaciones de pinos y encinos en las montañas que bordean el Altiplano. La Ara macao (Linneo) es una guacamaya roja un poco menor que la A. militaris: de color escarlata, excepto en las coberteras de las alas, que son amarillas; con plumas rémiges rojo púrpura, y azules en la parte distal del dorso y en las coberteras de la cola. Se distribuye desde el sur de Tamaulipas hasta Chiapas y Tabasco. Otras especies de la misma familia, llamadas loros y cotorritas, son la Rhynchopsitta pachyrhyncha, Pionopsitta haematotis y Pionus senilis. V. LOROS.
- GUACAMOLE
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(Del náhuatl ahuacamulli, salsa de aguacate). Salsa o ensalada preparada con aguacate (machacado hasta formar una pasta), cebolla, jitomate y chile picado. Es acompañamiento imprescindible de carnes para integrar debidamente el taco. Sinónimo de huacamol, huacamole. V. AGUACATE.
- GUACAMOTE
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Manihot esculenta Crantz., de la familia de las euforbiáceas. Subarbusto originario del Brasil, que alcanza 3 m de altura; las hojas son pecioladas, alternas, con tres a siete lóbulos lanceolado-elípticos o linear-lanceolados; las flores apétalas, unisexuales y dispuestas en racimos axilares; el fruto es una cápsula alada de 1.5 cm con semillas semejantes a las de la higuerilla. Las raíces tuberosas de la planta son de color amarillento, de 20 a 40 cm de largo y se utilizan en la alimentación. No obstante que la planta es muy venenosa, las toxinas maniotoxinas se destruyen con el calor. Su aplicación más común es en la fabricación de harina y en la extracción de almidón. Otra especie próxima, M. dulcis (Gmel.) Pax., llamada guacamote dulce, se consume en forma directa; ambas reciben también los nombres de yuca y yuca brava.
Yuca en flor
AEM - GUACANALA
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Myrica mexicana Willd., de la familia de las miricáceas. Arbusto o arbolito que alcanza 6 m de altura; las hojas son alternas, inversamente lanceoladas o linear-oblongas, cortamente pecioladas, coriáceas, agudas o acuminadas, sinuado-dentadas, puntiagudo-glandulosas en el envés, y de 2 cm de ancho y hasta 10 de largo; las flores se dan dispuestas en amentos unisexuales; el fruto es una drupa globosa de 3 mm de diámetro cubierta de una capa de cera blanca. Ésta se utiliza industrialmente en la fabricación de velas, muy apreciadas por que arden despacio, con muy escaso humo y porque despiden un agradable olor. El cocimiento de la corteza y de la raíz se emplea como astringente y emético. Se localiza principalmente en Tamaulipas, Hidalgo, Veracruz, Chiapas y Yucatán. Se le conoce también como árbol de la cera (véase), huancanalá y chacolol.
- GUACHALALÁ
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Caesalpinia cacalaco Humb. et Bonpl, de la familia de las leguminosas. Arbusto y a veces árbol muy espinoso, con la corteza gris y rugosa. Las hojuelas, poco abundantes, son ovales o suborbiculares, de 1 a 2.5 cm de longitud; las flores, grandes, se dan en racimos; el fruto, de 10 a 15 cm de longitud, es rojo o rojizo, algo suculento y constreñido entre las semillas. Los taninos de las vainas se usan para curtir pieles y elaborar tintas. Se localiza desde Sinaloa hasta Puebla y Oaxaca. Se le conoce también como huizache, nacasul y chalalá. V. CASCALOTE.
- GUACHAPURE
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Cenchrus viridis Spreng., de la familia de las gramíneas. Hierba anual o vivaz, de hojas lineares planas de 6 a 12 mm de ancho; las espigas son densas, salientes, de 4 a 10 cm de largo, compuestas por numerosas espiguillas rodeadas por un involucro que, a diferencia de otras especies del género Cenchrus, carece de espinas, pero presenta cerdas delgadas que dan un aspecto lanudo a las inflorescencias. Es una maleza común en zonas áridas y recibe los nombres de guachaparí, mosote lanudo y en ocasiones cadillo.
- GUACHAPURILLO
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Krameria ixina Moc & Sessé, de la familia de las krameriáceas. Arbusto que alcanza 1 m de altura y tiene un tallo verdoso y hojas lanceoladas o lineares y seríceas; las flores son de color púrpura y el fruto mide aproximadamente 1 cm de diámetro. Se localiza desde Sinaloa hasta Jalisco. Las raíces secas se utilizan como tónico y son un poderoso astringente útil en el tratamiento de diarreas crónicas y hemorragias leves; produce, además, un colorante amarillo o café rojizo que se emplea para teñir pieles y lanas.
- GUACHICHILES
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Indios del norte. Según Diguet, pertenecían a ellos los coras de Nayarit, los tepehuanes de Durango y los huicholes de Sinaloa, Jalisco y Durango. Fueron unificados bajo un gobierno teocrático, con capital en el Tahuehuicame de Hicuripa, hoy estado de San Luis Potosí. Su jefe legendario Maja Kuagy (maja, venado; kuagy, cola) se decía legado del dios supremo Tahuehuicame y fue divinizado con el nombre de Tatotzi. Su momia era guardada en el santuario de la cueva de Tzinata, cerca de Pochotita y del río Chapalangana, donde aún se conservaba a fines del siglo XIX.
Los guachichiles adoraban al Sol (nuestro padre Tayao), al fuego y a 37 dioses principales; les ofrendaban flechas, discos adornados y jícuri (peyote), su planta sagrada, que creían nacida de las pisadas de un dios-venado. V. HUICHOLES.
- GUACHILLI
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Bocconia arborea Wats., de la familia de las papaveráceas. Árbol de 4 a 8 m de altura. El tronco, de 60 cm de diámetro, tiene una corteza corchosa y profusamente agrietada; las hojas forman manojos en los extremos de las ramas, de 10 a 45 cm de largo, lobuladas y glabras en el haz; las flores son pequeñas y se dan en grandes racimos terminales; cada una de aquéllas está protegida por brácteas lineares, con dos sépalos y sin corola; el fruto es una cápsula elíptica dehiscente con semilla comprimida. La corteza contiene un colorante amarillo y a veces rojo que los antiguos mexicanos utilizaban para teñir plumas y otros objetos. La planta contiene varios alcaloides semejantes a los que se obtienen de la amapola o adormidera (Papaver somniferum L.), que cuando se inyectan debajo de la piel causan anestesia local. La madera, por su contenido en taninos, se emplea en ocasiones para curtir pieles. Se le conoce también como chicalote, chicalote de árbol, palo amarillo, árbol de Judas, palo de Judas, sauco, enguande, inguande, enguemba, mano de león, cocoxihuitl, tlacoxihuitl, palo del diablo, palmilla y llora sangre.
- GUACHINANGO
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V. HUACHINANGO.
- GUACHIPILÍN
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Diphysa robinoides Benth., de la familia de las leguminosas. Árbol o arbusto que alcanza de 7 a 20 m de altura; de corteza gris, gruesa y agrietada; de hojas alternas, formadas de nueve a 21 foliolos pequeños, ovales u oblongos; de flores atractivas, numerosas, papilionadas, amarillas y de 1.5 a 2 cm de largo; el fruto es una vaina papirácea de 1.5 a 2 cm de ancho y de 6 a 10 cm de largo. La madera, de color amarillo oliváceo, fuerte y durable, se emplea en la fabricación de herramientas de carpintería; también es útil por el tinte amarillo que proporciona y que se emplea como sustituto del producto de otras plantas tintóreas. Se localiza principalmente en Veracruz, Tabasco, Campeche, Yucatán, Chiapas y Oaxaca. Se le conoce también como canté, guacepil y chipilcoite. Con el nombre de guachipilín se conoce a otras especies: D. floribunda Peyr y D. racemosa Rose, frecuentes en las selvas bajas caducifolias. El guachipilín menudo, de Chiapas, alude a la especie D. carthagenensis Jacq, que se caracteriza por tener los foliolos más pequeños que las especies antes enunciadas. El guachipilín hediondo, Myrospermum frutescens Jacq, es también un arbusto o árbol maderable muy apreciado en algunas regiones de Chiapas.
- GUÁCIMA
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Guazuma ulmifolia Lam. (igual que G. tomentosa H.B.K.), de la familia de las esterculiáceas. Árbol o arbusto que alcanza de 4 a 15 m de altura; las hojas son oblongas u ovales, con peciolo corto de 5 a 15 cm de largo, agudas o acuminadas, serruladas, lisas en el haz, y generalmente tomentosas en el envés con pelos estrellados; las flores son pequeñas, de color verde amarillento o blanquecino, dispuestas en cimas axilares y de olor agradable; el fruto es verde al principio y negro en la madurez, globoso u oval, capsular, leñoso, formado por cinco valvas y cinco lóculos, de 2 a 4 cm de largo y cubierto por gran número de espinas o tubérculos que le dan un aspecto erizado. La madera de este árbol es ligera, resistente, fibrosa, grisácea y con tintes rojos o rosados; se emplea para hacer muebles, bastones, aros de barriles, cajas, mangos de herramientas, hormas de zapatos, vigas para pequeñas embarcaciones y, carbonizada, en la preparación de pólvora. El jugo se emplea para clarificar las melazas en la manufactura del azúcar; los tallos jóvenes proporcionan una fibra que se usa en la elaboración de cuerdas y sogas; las hojas y los renuevos se aplican como alimento para el gusano de seda y como forraje. El fruto es comestible tanto crudo como cocido; su pulpa es mucilaginosa y tiene sabor dulce; los antiguos mexicanos preparaban una bebida nutritiva poniendo a remojar los frutos. La corteza se emplea en medicina popular para combatir el paludismo, las enfermedades cutáneas, la lepra, la sífilis y la elefantiasis. Se localiza en todas las regiones tropicales y se le conoce también como guácimo, tablote, palote negro, cuahulote, majahua de toro, vácima, pixoi, pixoy y aquiché.
- GUACIS
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Leucaena glauca Benth., de la familia de las leguminosas. Arbusto o árbol que carece de espinas y alcanza 10 m de altura; las hojas, de forma oblonga a lanceolada, son muy pequeñas y se presentan en grupos de 10 a 20 pares; las inflorescencias adoptan forma globosa blanquecina. Se localiza principalmente en Jalisco, Michoacán, Chiapas y Yucatán, y también se le cultiva como planta ornamental.
- GUACO
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Con este nombre se conocen varias plantas del género Aristolochia: A. grandiflora Swartz, A. ovalifolia Duchartre, A. subclausa Wats, A. pentandra Jacq., A. odoratissima L., A. foetida H.B.K., entre otras. Su importancia estriba en que sus raíces se utilizan como antídoto para las mordeduras de serpientes y otros animales ponzoñosos. Es una planta trepadora de la familia de las aristoloquiáceas. V. FLOR DE PATO y FLOR DE GUACO.
- GUACO
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Herpetotheres cachinnans Bangs y Penard, familia Falconidae. Nombre vernáculo con que se conoce al halcón en algunas regiones de Chiapas. V. HALCÓN.
- GUACOLOTE
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Caesalpinia crista L., de la familia de las leguminosas. Arbusto trepador o rastrero, espinoso. Las hojas tienen de seis a ocho pares de foliolos ovales de aproximadamente 30 cm, y son pubescentes cuando están tiernas, y lisas después; las flores son pequeñas y amarillo-verdosas; el fruto es una vaina densamente espinosa, moreno anaranjada, elipsoidal, ancha y generalmente con dos semillas grises. La madera tiene cierto uso como material tintóreo. La semilla contiene hasta 23% de aceite, que se extrae para fines industriales, y una sustancia amarga llamada bonducina que tiene propiedades tónicas, febrífugas y antipalúdicas; se usa como sustituto de la quinina y contra la hidropesía, las enfermedades venéreas y las mordeduras de víboras. Se localiza en las zonas costeras del Pacífico y del Atlántico. Se le conoce también como haba de San Antonio, jabilla, taray, cojón de gato, brasil, piedra del águila y hierba del águila.
- GUACOPORO
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Parkinsonia aculeata L., de la familia de las leguminosas. Árbol espinoso que alcanza 12 m de altura y 30 cm de diámetro. Las ramas son verde amarillentas; la corteza, lisa y de color castaño; el raquis de las hojas mide de 20 a 40 cm de longitud y los foliolos de 3 a 8 mm; las flores, amarillo pálido, son fragantes, y los frutos vainas de 5 a 10 cm están estrechamente veteados y son de color castaño. La madera se usa como combustible y recientemente en la elaboración de papel. La infusión de las hojas se emplea como febrífugo y sudorífico, además de sus aplicaciones abortivas y contra la epilepsia. Se localiza en todo el país y se le conoce también como retama, junco, palo verde, mezquite extranjero y gui chi-belle.
- GUACOYUL
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Con este nombre se conocen dos especies: Acrocomia mexicana Karw. y Orbignya guacoyule (Liebm ex Mart.) Hdez. Acrocomia mexicana, de la familia de las palmas. Planta de 10 a 20 m de altura, tiene el tronco cubierto de numerosas espinas negruzcas al igual que el eje de las hojas; los frutos esféricos, de 3 a 4 cm de diámetro se dan en enormes racimos; el pericarpio del fruto es coriáceo y envuelve a una parte carnosa y fibrosa que se adhiere fuertemente al hueso; se encuentra ampliamente distribuida en los lugares de clima cálido, principalmente a lo largo de la costa del Pacífico. V. COYOL.
2.Orbignya guacoyule, de la familia de las palmas. Es de tallo recto y liso hasta de 40 m de altura y 70 cm de diámetro. Las hojas son pinnadas y forman un penacho que se renueva a medida que el tallo crece; cuando adquieren un color amarillento, se cortan para techar habitaciones y entonces se les denomina palapa; en tanto eso no ocurre, se les llama palma. Las flores son pequeñas, numerosas, dispuestas en racimos protegidos por espatas de hasta 1 m de largo llamadas cecinas. El fruto es una drupa ovoide hasta de 7 cm; el mesocarpo del fruto se conoce como estopa y es buscado por algunas aves las guacamayas especialmente que lo aprovechan en su alimentación. Se le conoce también como coquito de aceite y sagú.
- GUADALAJARA, ARQUIDIÓCESIS DE
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Fue erigida por bula Super speculam militantis Ecclesiae del papa Pablo III, del 13 de julio de 1548. Su titular es la Asunción de María Santísima; su sede, la ciudad de Guadalajara; su domicilio, Liceo 17; y su territorio, 20 827 km2, principalmente del estado de Jalisco y en mucho menor proporción de Nayarit y Zacatecas. Tiene seminarios mayor y menor, 225 parroquias, 136 iglesias y capillas, 637 sacerdotes diocesanos , 203 sacerdotes regulares, 364 religiosos, 3 750 religiosas y una población de 3.5 millones de habitantes, de los cuales 3.35 millones son católicos.
La creación de la Diócesis de la Nueva Galicia fue solicitada en 1543 por los vecinos de Compostela, Guadalajara, Culiacán y Purificación, con el consentimiento de Vasco de Quiroga, primer obispo de Michoacán, de cuyo territorio sería segregado. Al año siguiente, el emperador Carlos V elevó la instancia ante el papa Pablo III y éste autorizó la nueva silla episcopal en 1548. En virtud del Real Patronato, que permitía al rey de España proponer candidatos para obispos de las iglesias de Indias, que luego nombraba el pontífice, la Corona presentó para ese cargo, en 1545, a fray Antonio de Ciudad Rodrigo, que declinó por humildad; después a Juan de Barrios de Infante, que murió antes de ser consagrado; y finalmente a Pedro Gómez Maraver, deán de la catedral de Oaxaca, quien había acompañado al virrey Antonio de Mendoza en la expedición contra los indígenas caxcanes en 1541. El primer prelado efectivo llegó a Guadalajara el 13 de diciembre de 1546, tan seguro de que esa sería su sede que habilitó catedral la humilde capilla de San Miguel, en el sitio donde más tarde estuvo la portería del convento de Santa María de Gracia y hoy se encuentra el Palacio de Justicia. Pero la bula de erección designó a Compostela cabecera del Obispado, ante lo cual se inconformaron el vecindario, las autoridades civiles y el dignatario, que nunca se firmó Compostelano, según se le ordenaba, sino Episcopus galicien o Galicien electus. Muy a pesar de que en 1550 el Consejo de Indias confirmó la sede, cuando ya Gómez Maraver había muerto, el siguiente obispo, el franciscano Pedro de Ayala, tomó posesión del gobierno eclesiástico en Guadalajara, en 1559, y no en Compostela, donde sólo estuvo un día. Al cabo de nuevas y reiteradas instancias, el 10 de mayo de 1560 Felipe II expidió en Toledo la real cédula que autorizaba el cambio de la Audiencia y las Cajas Reales, y disponía que el obispo y su cabildo continuaran residiendo donde estaban, mientras se obtenía el consentimiento de la Santa Sede. La aquiescencia la dio Pío IV el 31 de agosto de 1560; la bula no se conoce, pero fue mandada ejecutar por el rey el 18 de mayo de 1561.
Al establecerse, la diócesis de Guadalajara no tuvo otros límites que los del sureste, con el obispado de Michoacán, y tan imprecisos que muchas veces en el futuro fueron causa de litigio. Por los demás rumbos, salvo los océanos, nunca se conocieron sus confines. Sin embargo, a juzgar por las mitras que se fueron desprendiendo de su territorio a medida que se consolidaba la colonización, comprendió originalmente todo el norte del país, a partir de las actuales fronteras meridionales de Jalisco, San Luis Potosí y Tamaulipas. Llegaba, pues, a la costa del Pacífico y del Golfo, y hasta Texas, Colorado y California, región entonces de bárbaros. A principios del siglo XVII el rey sugirió la conveniencia de dividir esa extensa circunscripción, y en 1617 presentó como obispo a fray Francisco de Rivera, bajo la condición de que éste aceptara la desmembración de su obispado. Así, en 1620 se erigió la diócesis de Durango; y en años posteriores, las siguientes: Linares, en 1777, después Monterrey y Sonora, en 1779; San Luis Potosí, en 1854; Baja California, como vicaría apostólica, en 1855, suprimida en 1883 y vuelta a crear en 1921; Tamaulipas, en 1861, también como vicaría apostólica; Zacatecas, en 1862; Colima, en 1881; Sinaloa, en 1883; Chihuahua, Saltillo y Tepic, en 1891; Aguascalientes, en 1899; Autlán, en 1961; y Ciudad Guzmán y San Juan de los Lagos, en 1972. De varias de éstas, a su vez, surgieron las de Torreón (1957), Matamoros (1958), Mazatlán (1958), Ciudad Obregón (1959), Ciudad Valles (1960), Linares (vuelta a erigir en 1962), Tijuana (1963), Ciudad Victoria (1964) y Mexicali (1967).
La sede espiscopal de Guadalajara se elevó a la dignidad de arzobispado metropolitano por bula de Pío IX del 26 de febrero de 1862; y a la de basílica menor por bula de Pío XII del 1° de mayo de 1939. En 1984 eran sufragáneas de la arquidiócesis de Guadalajara las diócesis de Zacatecas, Colima, Tepic, Aguascalientes, Autlán, Ciudad Guzmán y San Juan de los Lagos, y la prelatura de Jesús María del Nayar.
Obispos: 1. Pedro Gómez Maraver (1546-1551), 2. Pedro de Ayala (1559-1569), 3 Francisco Gómez de Mendiola (1571-1576), 4. Domingo de Alzola (1583-1590), 5. Francisco Santos García (1593-1596), 6. Alonso de la Mota y Escobar (1598-1608), 7. Juan del Valle (1608-1617), 8. Francisco de Rivera (1618-1630), 9. Leonel de Cervantes y Carvajal (1631-1637), 10. Juan Sánchez, duque de Estrada (1637-1641), 11. Juan Ruiz Colmenero (1646-1663), 12. Francisco Verdín de Molina (1666-1674), 13. Manuel Fernández de Santa Cruz (1674-1677), 14. Juan de Santiago de León Garabito (1678-1694), 15. Felipe Galindo Chávez y Pineda (1696-1702), 16. Diego Camacho y Ávila (1707-1712), 17. Manuel de Mimbella (1714-1721), 18. Nicolás Carlos Gómez de Cervantes (1727-1734), 19. Juan Leandro Gómez de Parada (1736-1751), 20. Francisco de Buenaventura Martínez de Texada (1752-1760), 21. Diego Rodríguez de Rivas y Velasco (1763-1770), 22. Antonio Alcalde (1771-1792), 23. Esteban Lorenzo de Tristán (1794-1796), 24. Juan Cruz Ruiz de Cabañas (1796-1824), 25. José Miguel Gordoa y Barrios (1831-1832), 26. Diego Aranda (1836-1853) y 27. Pedro Espinosa y Dávalos (1854-1864). Arzobispos: 28. Pedro Espinosa y Dávalos (1864-1866), 29. Pedro Loza y Pardavé (1869-1898), 30. Jacinto López y Romo (1900), 31. José de Jesús Ortiz (1902-1912), 32. Francisco Orozco y Jiménez (1913-1936), 33. José Garibi Rivera (1936-1969), 34. José Salazar López (1970-1987) y 35. Juan Jesús Posadas y Ocampo (1987-).
Evangelización. En 1526, aun antes de la conquista de Nuño de Guzmán, llegaron al sur de Jalisco, procedentes de Michoacán, los padres franciscanos Martín de Jesús (o de la Coruña) y Andrés de Córdoba. No obstante las dificultades de la lengua y de la dispersión de las comunidades indígenas, promovieron la conversación conforme al método que describió el cronista fray Antonio Tello en 1638: por medio de un indio ladino, se instruía a los niños y jóvenes en la doctrina cristiana, por la mañana a la hora de prima y por la tarde a la hora de vísperas; entre semana se les enseñaba a leer y escribir a los más hábiles y de mejores voces, para que de ellos salieran los cantores de la iglesia. Los domingos cada barrio se juntaba al pie de una cruz y con una bandera por delante iban cantando indios e indias el Te Deum Laudamus en lengua mexicana hasta entrar en el templo, donde al terminar hacían oración y recibían instrucción religiosa en su propia lengua.
Las cofradías eran asociaciones de fieles cristianos que cultivaban su fe por medio de actos de piedad, fiestas, reuniones y la atención de hospitales. La primera que se fundó en Guadalajara fue la de Nuestra Señora de la Soledad y Santo Entierro, en 1589. Ésta y otras las promovieron los franciscanos, valiéndose de la Orden Tercera de seglares. El hospital de la Cofradía cuidaba de los enfermos y daba hospedaje a los forasteros y caminantes. Cada cofrade aportaba un donativo, a veces considerable, después contribuía con una cuota mensual y un día de servicio personal. Con esos recursos se compraban terrenos que eran cultivados colectivamente y cuyos productos se destinaban al sostenimiento de la obra. Algunos pueblos conservan todavía el nombre de La Cofradía. Esta institución floreció durante el siglo XVII y la primera mitad del XVIII, y cuando empezaron a decaer fueron sustituídas por otras asociaciones piadosas que atendían más al culto y a las devociones que a la acción caritativa. A mediados del siglo XIX las Conferencias de San Vicente de Paúl reavivaron las obras de caridad en la diócesis.
Las misiones populares fueron también un recurso pastoral muy frecuente. En 1574, en tiempos del obispo Gómez de Mendiola, los padres jesuitas Hernán Suárez de la Concha y Juan Sánchez Baquero predicaron con tanto fruto en Guadalajara y Zacatecas que a solicitud de los fieles y autoridades se estableció una comunidad de la Compañía de Jesús. En 1685, invitados por el obispo de León Garavito, los franciscanos del Colegio de Guadalupe anduvieron misionando pueblos y villas por más de un año. Se distinguió en esta tarea fray Margil de Jesús. Las misiones populares decayeron a mediados del siglo XIX al decretarse la exclaustración.
Obra social, según la define el presbítero Manuel Plascencia, es la difusión de la doctrina que a partir de León XIII ha venido perfeccionando la Iglesia Católica en torno a la cuestión social, y a la vez el conjunto de instituciones educativas, sindicales, asistenciales y de beneficencia que aplican esa enseñanza.
1. Pontificado del arzobispo Pedro Espinosa y Dávalos (1864-1866). Habiendo perdido el control directo del Hospital de Belén y del Hospicio Cabañas en virtud de las Leyes de Reforma, la Iglesia pudo continuar su labor asistencial por medio de las hermanas de la Caridad, que no fueron expulsadas sino hasta 1874. Además, el 8 de septiembre de 1864 se estableció en el Arzobispado la Sociedad de Señoras de San Vicente de Paúl, cuyo primer presidente fue José Valente Quevedo; el 4 de diciembre siguiente se fundó la Junta de Caridad, organismo coordinador de las actividades benéficas; en 1865 se abrió la Casa de Caridad de San Felipe, para la educación de los jóvenes, que tuvo anexo un asilo para níños de ambos sexos; y poco después la de Mexicaltzingo, dedicada a enseñar las primeras letras a los pobres, igual que las escuelas de los barrios de Belén y del Hospicio. Lo que pretendía el obispo era realizar las obras sociales por medio de los católicos particulares, pues la legislación impedía que los clérigos tomaran la responsabilidad directa. Así nació la acción católica social de los seglares. Se impulsó también la enseñanza superior en el Liceo de Varones, en el Liceo de Niñas de San Diego y en el Colegio Seminario. Se instalaron cocinas públicas en épocas de escasez de alimentos y se improvisaron hospitales durante las epidemias.
2. Pontificado del arzobispo Pedro Loza y Pardavé (1869-1898). Se abrieron escuelas, hospitales y orfanatos parroquiales, sostenidos con parte de los diezmos y aportaciones de los fieles. El 8 de marzo de 1876 apareció el periódico oficial de la arquidiócesis con el título de Colección de Documentos Eclesiásticos, que llevó a todo el clero y al pueblo las enseñanzas y disposiciones del Concilio Vaticano I, las encíclicas del papa León XIII y las directivas del ordinario. Entró en auge la Asociación Josefina o del Culto Perpetuo al Señor San José, que había sido fundada en 1865. Para 1879 ya había dado fecundos frutos, pues construyó el Santuario de San José de Guadalajara, costeó los estudios a muchos seminaristas, 90 de los cuales llegaron a ser sacerdotes, y socorrió a muchos otros necesitados. La Sociedad de San Vicente de Paúl acrecentó su actividad en las parroquias y aunque dedicada principalmente a cuidar de los pobres en sus propios domicilios, ejerció la caridad en los hospitales del Sagrado Corazón, la Santísima Trinidad, El Refugio y Nuestra Señora de Guadalupe. Además, fundó varias escuelas para níños y adultos en barriadas humildes. El obispo Loza procuró a los sacerdotes ancianos o enfermos un seguro de incapacitación, cubierto con las aportaciones mensuales de los eclesiásticos de mayores recursos económicos. A iniciativa suya se fundó en 1879 el Liceo Católico, que tuvo anexa la Escuela de Jurisprudencia, cuya enseñanza era gratuita; reformó el Colegio Seminario Clerical y abrió sus aulas a los alumnos externos y no sólo a los seminaristas. Otra institución que impartió educación superior en esos años fue el Instituto San José, dirigido por los jesuitas. Desde 1878 la Colección de Documentos Eclesiásticos difundió el pensamiento social de la Santa Sede; publicó las encíclicas de León XIII sobre temas familiares y políticos y en especial la Rerum Novarum, llamada Carta Magna de los trabajadores, reproducida de la Acta Sanctae Sedis del 15 de mayo de 1891. Tras la exhortación del obispo a orientar las obras sociales conforme a los postulados de este documento pontificio, se empezó a gestar la organización del movimiento obrero. En esta época funcionó la Casa de Ejercicios de San Sebastián de Analco, una de cuyas finalidades era apartar del vicio del alcoholismo a los miles de ejercitantes que allí concurrían durante todo el año. El 15 de diciembre de 1896 se inauguró el Primer Concilio Provincial de Guadalajara que tocó el problema de la cuestión social a la luz de las enseñanzas de León XIII.
3. Pontificado del arzobispo Jacinto López y Romo (marzo a diciembre de 1900). Se fundaron la Escuela Normal Católica para señoritas, que funcionó hasta 1914, y la Escuela de Artes y Oficios del Espíritu Santo, que fundó el canónigo Manuel Azpeitia y Palomar, más tarde convertida en el Colegio Salesiano que cerró la Revolución. En los colegios del padre Monraz y del canónigo Luis Silva (éste aún perdura) se impartía educación práctica a muchachos pobres y de la clase media. Mientras tanto, el padre Agustín de la Rosa amparaba en su domicilio a una multitud de huérfanos y vagos. En el último año del siglo XIX las Conferencias de San Vicente de Paúl atendieron a más de 3 mil enfermos, distribuyeron 500 mil raciones alimenticias y regalaron 3 mil piezas de ropa y surtieron 22 mil recetas médicas.
4. Pontificado del arzobispo José de Jesús Ortiz (1902-1912). En este periodo las Conferencias de San Vicente de Paúl fueron la obra mixta que desarrolló la más importante función social. En Guadalajara tenían 5 mil socios y 31 mil en el resto de la arquidiócesis. Atendían 26 hospitales, repartían 1 540 580 raciones alimenticias, educaban a 3 500 niños, cubrían los gastos de numerosos entierros y procuraban regularizar con el matrimonio religioso la situación de las parejas que vivían en amasiato. El arzobispo decía que las conferencias eran un recurso contra la miseria, una escuela de caridad y un medio para poner en contacto a ricos y pobres. En 1901 la Colección de Documentos Eclesiásticos fue sustituida por el Boletín de la Arquidiócesis. Ese año se fundó la Cooperativa de Ahorros Divina Providencia para proteger a las familias de los sacerdotes que morían sin dejar bienes de fortuna. En 1902 el arzobispo Ortíz fundó la Asociación Guadalupana de Artesanos y Obreros Católicos de Guadalajara, cuya finalidad era la mutua ayuda, el fomento del hábito del ahorro y la capacitación profesional. Miguel Palomar y Vizcarra representó a la arquidiócesis en el Primer Congreso Católico Mexicano que se celebró en la ciudad de Puebla del 20 de febrero al 1° de marzo de 1903. Esta asamblea acordó promover el mejoramiento de los obreros y campesinos y estudiar los problemas indígenas. De allí surgieron los Círculos Obreros y las Escuelas de Artes y Oficios. El delegado jaliscience propuso la institución de las Cajas Raifeisen. En 1904 se celebró en Morelia el Segundo Congreso, dedicado a estimular el trabajo y a evitar el desempleo. El Boletín de la Arquidiócesis publicó ese año la orientación de Pío X sobre la acción popular cristiana, expuesta en un motu propio de febrero de 1903. El Tercer Congreso se reunió en Guadalajara en octubre de 1906. En él se trataron: la importancia religiosa y social de la institución de las Sociedades de Obreros Católicos; los medios económicos y prácticos para establecer en las parroquias; la expansión del capital por medio de la caridad y el trabajo en favor de los pobres; y la obligación de los patrones de atender física y moralmente a las necesidades de los trabajadores. El Cuarto Congreso se efectuó en Oaxaca del 19 al 22 de enero de 1909 y se ocupó casi exclusivamente de los problemas indígenas. Los temas agrícolas, a su vez, se examinaron en las Semanas Católico-Sociales organizadas en León (1908), la ciudad de México (1910 y 1911) y Zacatecas (1912). En todas ellas participó la arquidiócesis de Guadalajara. De estas actividades salieron los dirigentes del Partido Católico Nacional que llevaron al campo de la política el mensaje de León XIII. Los periódicos católicos tapatíos contribuyeron a este movimiento de renovación: El Regional (1904-1914) y Restauración Social, órgano de la Asociación de Operarios Guadalupanos.
5. Pontificado del arzobispo Francisco Orozco y Jiménez (1913-1936). El 3 de mayo de 1919 se había fundado en la ciudad de México, por Gabriel Fernández Somellera, Miguel Palomar y Vizcarra y otras 34 personas, el Partido Católico Nacional, que desapareció antes de finalizar 1914. Muchos de sus mejores miembros, formados en el Círculo de Estudios León XIII fueron diputados al Congreso de la Unión y a las legislaturas de varios estados. El Congreso de Jalisco aprobó algunas de sus iniciativas de ley durante la dirección regional del licenciado Manuel F. Chávez y del ingeniero Félix Araiza. En 1913, el Partido realizó en Guadalajara la Gran Jornada Social de Vanguardias. En ella se estableció la diferencia entre acción social y acción política, se proclamó la autonomía de los sindicatos y se estudiaron el latifundismo, las Cajas Raifeisen, el bienestar de las familias y los círculos de estudio. Ese mismo año se celebró la Segunda Gran Dieta Obrera de la Confederación Nacional de Círculos Obreros de Zamora, la cual insistió en la acción sindical según las directivas de la sociología católica. Sus conclusiones influyeron en la redacción del Artículo 123 de la Constitución de 1917. El arzobispo Orozco y Jiménez fundó la Liga Protectora del Obrero y la Junta Diocesana de Acción Católica Social, organismo que promovió el Primer Congreso Católico Regional Obrero celebrado en Guadalajara en abril de 1919, cuando ya el prelado estaba en el destierro. Los acuerdos versaron sobre confesionalidad, cooperativismo, sindicalismo, círculos de estudio, mutualismo, cajas de ahorro y crédito, bolsas de trabajo, confederación obrera, salario, huelgas, conciliación y arbitraje, y órgano de información. Del 23 al 29 de enero de 1921 se realizó el Curso Social Agrícola Zapopano, durante el cual se expuso la doctrina social de la Iglesia y se estudió la cuestión campesina en Jalisco. Participaron 162 delegaciones de los sectores industrial, comercial y campesino. Al finalizar esta semana nació la revista quincenal Archivo Social, que perduró hasta 1923. En 1921, en cambio, se extinguió el semanario La Época, fundado por Luis Beltrán en 1917. El Primer Congreso Nacional Obrero se realizó en Guadalajara del 23 al 30 de abril de 1922. Asistieron 1 374 delegados de 353 agrupaciones católicas a las que pertenecían 80 mil trabajadores. De esta asamblea surgió la Confederación Nacional Católica del Trabajo, ya prevista por el Secretariado Social Mexicano que desde 1920 dirigía el jesuita Alfredo Méndez Medina. Se acordó que los grupos de trabajadores tuvieran el carácter de sindicatos y que éstos formaran confederaciones diocesanas, semejantes a las que ya existían en Guadalajara (desde 1919), Colima, Zamora, Morelia, León, México, Querétaro y Coahuila. Por esos años se publicaron las obras El Sistema Raifeisen, por Miguel Palomar y Vizcarra (1920); y El sindicato obrero y sus instituciones filiales (1923) y Las instituciones filiales y anexas del sindicato (Guadalajara, 1924), por el presbítero José Toral Moreno. A iniciativa de la Junta Diocesana de Acción Católica Social se celebró una Segunda Semana Social en Lagos de Moreno, del 4 al 8 de septiembre de 1922, a la que asistieron representantes de las agrupaciones de obreros y de los centros de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM). El 18 de diciembre de 1922 la ACJM organizó un Congreso Regional en Guadalajara, que presidió Anacleto González Flores, y más tarde varias Semanas Obreras que fueron el germen del cooperativismo popular. También se llevó a efecto el Primer Congreso Nacional de Damas Católicas Mexicanas. Los años de 1926 a 1929 fueron de grave conflicto con el poder civil, lo cual hizo decaer las instituciones de beneficencia casi hasta extinguirse.
6. Pontificado del cardenal José Garibi Rivera (1936-1969). Desaparecidos casi todos los organismos de apostolado seglar, fueron las cuatro ramas de la Acción Católica las encargadas de la restauración cristiana en la arquidiócesis: la Unión Católica Mexicana (UCM), la Unión Femenina Católica Mexicana (UFCM), la Juventud Católica Femenina Mexicana (JCFM) y la ACJM. Documentos pontificios que impulsaron esta nueva fórmula fueron las encíclicas Rerum Novarum, Quadragessimo anno, Quamvis Nostra, Ad Catholici Sacerdotii y Divini Redemptoris; y en forma especial la carta apostólica Firmissimam Constatiam del papa Pío XI al Episcopado Mexicano (el 28 de marzo de 1936). El 17 de abril de 1937 el arzobispo Garibi urgió la implantación de la Acción Católica en todas las parroquias y en 1938 el Primer Sínodo Diocesano la hizo obligatoria e instituyó la Escuela Social Sacerdotal. Este organismo fue la continuación del que ya existía, sin nombre y sin domicilio fijo, en tiempo del arzobispo Orozco y Jiménez. Por medio de los círculos de estudio de la Acción Católica se impartió la enseñanza social de la iglesia y los párrocos pudieron establecer cooperativas, academias comerciales y de corte, clases de cocina, cursos de primeros auxilios y de cuidado del niño, hogares piloto para mejorar la vivienda campesina y aun escuelas agrícolas, en especial la de Zapotlanejo, a la que asisten alumnos de todo el estado de Jalisco. En la Casa de la Juventud se impartieron enseñanzas sociales y técnicas a los obreros y se estableció una biblioteca de sociología y deportes. En 1953 se realizó el Primer Congreso Nacional de Cultura Católica en Guadalajara; y en 1954, el Segundo Concilio Provincial, el cual, recomendó fundar asociaciones en las que bajo la autoridad de la Iglesia y la asesoría de algún sacerdote, se auxilie a los obreros, asalariados y agricultores. Se trató el justo salario, la fundación de cajas para subsidios familiares y la doctrina sobre la huelga, y se insistió en impartir la enseñanza social católica en los seminarios y en la obligación de los sacerdotes de difundirla entre los fieles. Las Conferencias de San Vicente de Paúl y de nuestra Señora del Refugio, ésta promovida al rango de archicofradía en 1937 por Pío XI, organizaban campañas contra el alcoholismo y la miseria. Las Congregaciones Marianas, en especial las de San Felipe Neri, San José de Gracia y Nuestra Señora del Carmen, atendían catecismos, visitaban enfermos, repartían desayunos escolares y socorrían a los pobres con ropa, alimentos y medicinas. En 1964 se celebró el Congreso Mariano. La Orden Tercera de San Francisco edificó el Hospital Fray Antonio Segovia. A partir de 1950 se reorganizaron los consejos de Caballeros de Colón, que estimulan las actividades recreativas y deportivas de los jóvenes, emprenden campañas de moralización, difunden la doctrina social de la Iglesia por la prensa y prestan ayuda económica a hospitales y escuelas. Desde 1950 destacó también la delegación regional de la Asociación Guadalupana de Trabajadores Mexicanos. Progresó bastante en esos años el movimiento de Cajas Populares de Ahorro y Crédito de Jalisco. La primera se estableció en 1954 en la parroquia de San Felipe de Jesús y para 1968 ya funcionaban 69 más y otras 30 estaban organizándose en todo el estado. El Centro Social Miguel Hidalgo, fundado en 1920 por el presbítero José Toral Moreno, promovió el esparcimiento y la cultura de sus socios, todos ellos obreros. A iniciativa del cardenal Garibi se amplió la ayuda que proporcionaba la Mutual del Clero y se erigió la Casa del Sacerdote, anexa a la parroquia de Jesús en Guadalajara. El Instituto Pío XII impartió carreras cortas de ciencias sociales, teología y periodismo, y cursos de sicología, literatura, ética, sociología y doctrina social católica. De la labor social en los hogares se ocupaba el Movimiento Familiar Cristiano.
7. Pontificado del cardenal José Salazar López (1970-1987). En este periodo se procuró definir la pastoral social, armonizarla con el ministerio profético y litúrgico, coordinarla en un solo organismo, capacitar a los sacerdotes, religiosos y laicos, y estimular la iniciativa de los agentes de promoción. De este modo, el arzobispo quizo evitar la dispersión y la eventualidad de las acciones. En 1973 aprobó la fundación de la Comisión Diocesana de Pastoral Social y convocó a su clero a una amplia reflexión a efecto de clarificar el concepto. Reelaborado en varias ocasiones, el objetivo de ese organismo quedó formulado así: Promover la dimensión social de la fe cristiana, de modo que conduzca a la dignificación de las personas y a la transformación de los ambientes, mediante una evangelización liberadora y transformadora, a partir de la opción preferencial por los pobres. De ahí surgieron cinco secciones: 1. Cáritas, que promueve servicios asistenciales a los indigentes, sostiene un periódico mensual, capacita para el trabajo, fomenta la organización de cooperativas, cuida de los parvularios y los servicios médicos y jurídicos, y presta ayuda a otras diócesis; 2. de Pastoral Penitenciaria, que organiza cursos de conversión para los presos y les brinda asistencia jurídica, proporciona despensas a los familiares de los reclusos, sostiene un albergue para los niños de quienes están detenidos, y publica la revista mensual Puente; 3. de Apoyo a las Comunidades Eclesiales de Base (antes de pastoral de Barrios), cuya promoción corresponde directamente a las parroquias, pero cuyos miembros, especialmente jóvenes sin recursos, acuden al Centro de Pastoral Social (calle 30 del Sector Libertad núm. 532), donde dispone de capilla, salones de clase, dormitorios, cocina, comedor, sanitarios y baños; 4. de Pastoral de Obreros, que realiza sus actividades en fábricas, entre las sirvientas y con grupos de trabajadores; y 5. de Pastoral de Migrantes, dedicada a la atención de los recién llegados a las zonas marginadas de la ciudad. Aparte de los servicios sociales, en el Centro de Pastoral se realizan encuentros, convivencias, retiros y jornadas de estudio. Para adiestrar a los promotores y responsables de estos trabajos se creó en 1982 el Instituto Diocesano de Pastoral, que comprende también las ramas catequética y litúrgica. Todas estas acciones están regidas por los Documentos de Puebla y la encíclica Evangelii Nuntiandi. En resumen, el cardenal Salazar cambió la visión asistencialista por una orientación hacia la promoción humana y un compromiso social en los campos de la economía, la política y la cultura. El coordinador general de la Comisión es el padre Arturo Martín del Campo (desde 1973).
Durante 1978, el arzobispo de Guadalajara, en su calidad de miembro del Sacro Colegio de Cardenales, participó y votó en los cónclaves celebrados en Roma para elegir a los papas Juan Pablo I (fines de agosto) y Juan Pablo II (octubre); y como presidente del Episcopado Mexicano, intervino en la preparación de la Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano que se celebró en la ciudad de Puebla en enero de 1979. Este mismo mes el papa Juan Pablo II visitó Guadalajara.
Mucho contribuyeron a difundir las tesis de la iglesia el semanario La Época y la Hoja Parroquial, fundada por los presbíteros Manuel Yerena y José H. Alba en 1929 y luego adoptada por el arzobispado como medio oficial de información. La Cámara de Comercio, el Centro Patronal y otros organismos en los que participan empresarios católicos, procuraron apegarse más a las normas de justicia y caridad. Se fundó la Unión del Pequeño Comercio. Las instituciones bancarias propiciaron la construcción de viviendas populares, escuelas y centros de recreación. En muchas fábricas se dieron conferencias a los obreros y el Centro Patronal Guadalupano difundió en sus sesiones-cena las encíclicas de contenido social. El Centro Jalisciense de Productividad editó la obra Restauración del Orden Social (1956), que reprodujo la encíclica Quadragessimo Anno, con introducción y notas de Rafael Vázquez Corona. En materia asistencial, se construyeron los asilos de ancianos Santa Anita, María Auxiliadora, Mexicaltzingo y Pablo Valdés, la Casa de Ciegos y el Instituto de la Niña Obrera, ésta atendida por las madres guadalupanas, se edificaron gracias a la magnificencia de la señora María Guadalupe Saborío y a la cooperación pública.
El conflicto religioso. Diecinueve días después de promulgada la Constitución de 1917, el Espicopado mexicano, desde su exilio en Estados Unidos, impugnó los artículos 3, 5, 24, 27 y 130 del nuevo código, el cual, decía, hiere los derechos sacratísimos de la Iglesia Católica, de la sociedad mexicana y los individuales de los cristianos. El arzobispo Orozco y Jiménez, que había salido del país en noviembre de 1914, se reincorporó clandestinamente a su arquidiócesis en noviembre de 1916 y por esa causa no pudo firmar la protesta colectiva de los obispos, pero se unió a ella el 4 de junio de 1917 mediante su sexta carta pastoral, firmada en una parroquia del arzobispado. Este documento fue leído a los fieles por ocho párrocos, lo cual motivó que el gobierno local aprehendiera a esos clérigos, clausurara sus iglesias e iniciara un nuevo proceso penal contra el prelado. Sin embargo, pronto se reabrieron los templos y en abril de 1918 se absolvió a los sacerdotes que habían sido acusados del delito de contumacia. Tras haber triunfado en este primer encuentro, el arzobispado insistió en negarle al poder civil el derecho a intervenir en los asuntos del culto público. En respuesta, la Legislatura del estado, en aplicación del Artículo 130 constitucional, dispuso que cada templo fuera atendido por un solo ministro y que a éste correspondiera un máximo de cinco mil habitantes (Decreto núm.1913, del 31 de mayo de 1918), debiéndose registrar los designados ante la Secretaría de Gobierno (Reglamento del 3 de julio) y quedando inhabilitados los remisos a partir del 1°de agosto. El 5 de julio fue aprehendido en Lagos de Moreno el señor Orozco Jiménez, por instigar a los habitantes de los lugares que visitaba a la inobservancia de la Constitución, y se le expulsó del país, hacia Estados Unidos, el día 18. Este hecho exacerbó aún más el ánimo de los católicos jaliscienses, ya gravemente irritados por el Decreto 1913. Las protestas culminaron el 22 de julio en una gran manifestación celebrada en la plazuela de la estación de los ferrocarriles. Anacleto González Flores, dirigente de la ACJM, llevó la voz de los inconformes. El gobernador Manuel M. Diéguez, quien no pudo convencer a la multitud de la conveniencia de acatar las disposiciones oficiales, promovió la derogación del decreto el día 25, pero con la misma fecha, se expidió otro aún más severo, el 1927, pues a las limitaciones anteriores añadía las penas que habrían de imponerse a los infractores. Las siguientes instancias de los católicos ante las autoridades, no fueron atendidas. Así, el vicario general de la arquidiócesis, Manuel Alvarado, ordenó la suspensión de los cultos en Guadalajara a partir del 1° de agosto, mientras los organismos de apostolado seglar declaraban un boicot a los servicios públicos, restringían al mínimo sus consumos, se privaban de diversiones y colocaban crespones negros en el exterior de sus casas. Esta situación duró hasta el 4 de febrero de 1919, en que el gobernador Diéguez, presionado por la obstinación popular, la crisis económica y aun el presidente Carranza, abolió aquellos ordenamientos.
A este segundo triunfo siguieron la fundación del Centro de Obreros Católicos (16 de febrero de 1919), promovido por Efraín González Luna y Miguel Gómez Loza, dirigentes de la ACJM; la campaña iniciada por ésta para derogar los artículos 3 y 130 de la Constitución; el Primer Congreso Regional Católico Obrero (19 al 23 de abril), convocado para contrarrestar, conforme a la encíclica Rerum Novarum, el desequilibrio social creado por el liberalismo; el desistimiento de la acción penal contra el arzobispo y el regreso de éste a su sede (14 de octubre); el Primer Congreso Regional de la ACJM, a cuyo término se adoptó como insignia la bandera nacional con la imagen de la Virgen de Guadalupe y se tomó como lema la frase Por Dios y por la Patria (1° de enero de 1920); el Curso Social Agrícola (octubre) y la reunión de profesionistas y teólogos (12 a 16 de enero de 1921) que postuló la propiedad territorial como baluarte de la libertad, propuso la formación de sindicatos agrícolas dirigidos por sacerdotes, recomendó las cajas rurales de ahorro, las mutualidades de ayuda y las cooperativas de consumo, reivindicó el derecho de la Iglesia a adquirir bienes raíces y condenó la expropiación de latifundios en beneficio de los campesinos. En oposición a estos hechos y principios, un grupo de obreros subió al pináculo de la catedral y suplantó el lábaro patrio por el rojo y el negro (1° de mayo de 1921), manos anónimas hicieron estallar una bomba en el edificio del arzobispado (4 de junio) y miembros del Sindicato de Inquilinos, dominado por los anarquistas, atacaron a balazos a los fieles que salían del templo de San Francisco (26 de marzo de 1922), entre quienes hubo seis muertos y varios heridos. En este clima de violencia social, el arzobispo Orozco y Jiménez presidió el Congreso Nacional Obrero (22 al 30 de abril) del que surgió la Confederación Nacional Católica del Trabajo (CNCT), con sede en Guadalajara, y el Banco de Crédito Popular, organismos que reafirmaron la primacía de Jalisco en la acción social de la Iglesia.
En el curso de 1923 fue ostensible que algunos sacerdotes utilizaban el púlpito para impugnar las ideas y la obra de la Revolución. José Guadalupe Zuno, que había asumido la gubernatura del estado el 1° de marzo de ese año, llamó a varios de ellos para pedirles que depusieran esa actitud y sugerirles que aprovecharan su prestigio ante el pueblo promoviendo, asociados al estado, obras de beneficio colectivo. El arzobispo Orozco y Jiménez creyó salvada su autoridad, reclamó el procedimiento al Ejecutivo y llegó a advertirle que la más insignificante indicación del eclesiástico bastaría para levantar al pueblo contra un mandato indebido. Zuno rechazó la amenaza y negó al clero todo derecho a intervenir en los asuntos públicos. Esta agria relación entre los representantes de los dos poderes no llegó entonces a una crisis porque el 6 de diciembre estalló la sublevación delahuertista, cuyos principales centros fueron Guadalajara y Veracruz. El presidente Obregón atribuyó al clero cierta participación en el movimiento, lo cual fue desmentido por el arzobispo, desde Tepatitlán, el 25 de diciembre. Derrotados los rebeldes en febrero de 1924, el gobernador Zuno declaró a la prensa que el señor Orozco y Jiménez continuaba levantado en armas por el rumbo de Los Altos; mandó clausurar el local de la ACJM, suponiéndola inmiscuida; confiscó el periódico El Informador, a pesar de las tendencias liberales de su propietario, y en las mismas prensas hizo imprimir El Radical. En este diario se publicó, el 10 de marzo, un reportaje del corresponsal en Atotonilco sobre el falso levantamiento del arzobispo, especie que luego amplificó El Demócrata, en la ciudad de México, diciendo que eran quinientos los hombres que lo seguían (a Orozco y Jiménez) en su loca aventura. El 20 de marzo el presidente de la República declaró: Creo infundados los informes relacionados por el arzobispo Orozco y Jiménez. Éste volvió a Guadalajara, de regreso de su visita pastoral, el 17 de abril, pero a causa de los funestos amagos a que estuvo expuesto, decidió anticipar su viaje a Roma, para cumplir con su visita Ad limina Apostolorum, y marchó hacia Europa el 29 de mayo. Sin embargo, hay quienes atribuyen a este voluntario destierro motivos más profundos: La verdad es que tanto Obregón como la Santa Sede intentaban un nuevo acercamiento después de los sucesos de Cubilete, y la presencia del arzobispo tapatío en la República, debido a su conocida hostilidad hacia las leyes y el gobierno del país, no podría sino obstaculizar dicho acercamiento (David C. Bailey: ¡Viva Cristo Rey! The cristero rebellion and the Church State conflict in Mexico, Austin, University of Texas Press, 1974; y Robert E. Quirk: The Mexican Revolution and the Catholic Church 1910-1929 Bloomington, Indiana University Press, 1973, citados en: Historia de Jalisco, t. IV, Guadalajara, 1982). En diciembre de 1924 el gobernador Zuno ordenó la clausura de los seminarios Mayor y Menor de Guadalajara, que se hallaban en su edificio anexo a San Sebastián de Analco. González Flores organizó entonces, junto con los dirigentes de la CNCT, el Comité de Defensa Religiosa que a los pocos meses se convirtió en la Unión Popular, organizada por manzanas, zonas y parroquias, y cuyo órgano de expresión fue la revista Gladium. Mientras tanto, en la ciudad de México se inició el movimiento cismático de la Iglesia Católica Apostólica Mexicana (21 de febrero de 1925) y las asociaciones católicas, por su parte, se unieron en la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa (LNDLR) (9 de marzo). A causa de que ésta se proponía la derogación de los artículos constitucionales que afectaban a la Iglesia, la Secretaría de Gobernación calificó su actividad de subversiva y recomendó a los gobernadores que tomaran medidas para prevenir infracciones mayores (21 de marzo). Zuno propuso al Congreso local limitara a 250 el número de sacerdotes para Jalisco (2 de abril), clausuró varios colegios confesionales (mayo), volvió a cerrar los seminarios que habían sido reinstalados, y puso en prisión al rector Jose María Esparza (junio y julio). En mayo regresó a su sede el arzobispo Orozco y Jiménez, cuando ya la Unión Popular se había afiliado a la LNDLR. Los siguientes meses de 1925 fueron de ominosa tensión.
Al empezar 1926 el presidente Plutarco Elías Calles anunció que reglamentaría los artículos constitucionales relativos a materias eclesiásticas (6 de enero) y en la prensa se publicó que el Episcopado emprendería una campaña para oponerse a esos preceptos (día 27). El arzobispo de México, José Mora y del Río, confirmó esta última información (4 de febrero) y Calles instruyó a los gobernadores para que aplicaran la ley de modo estricto (día 12). Zuno, sin embargo, se separó del gobierno de Jalisco (23 de marzo) y fue sustituido por Clemente Sepúlveda. Aun cuando se formó un Comité Episcopal (10 de mayo) para tratar con el gobierno la modificación de las leyes, el Ejecutivo Federal reformó el Código Penal (14 de junio) para castigar a los infractores de los artículos 3, 5, 24, 27 y 130 de la Constitución. A proposición de los arzobispos Orozco y Jiménez y José María González y Valencia, el Comité Episcopal decidió (11 de julio) no acatar esa disposición y suspender el culto la noche anterior (día 30) a la fecha en que entraría en vigor la reforma (día 31). El ayuntamiento de Guadalajara designó comisiones de vecinos para que cuidaran los templos, pero cuando una de éstas iba a tomar posesión del Santuario de Guadalupe (2 de agosto) fue rechazada a tiros. El gobierno local incautó la sociedad La Económica (septiembre), la próspera Unión de Sindicatos de Obreros Católicos, la Cooperativa de Consumo León XIII, la botica anexa y la Unión Católica de Empleados de Comercio (octubre), aprehendió a muchos de los socios de estos organismos y cateó los locales de la ACJM, las Damas Católicas y los Caballeros de Colón. La Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa había decidido lanzarse a la lucha armada, pero la Unión Popular, apoyada en ésto por el arzobispo, se oponía al uso de medios violentos. Cuando a pesar de ello el señor Orozco y Jiménez recibió el aviso de que se presentara en México para no ser llevado por la fuerza, decidió ocultarse en la barranca del río Santiago (25 de octubre). Ya ausente el prelado, la convención de la Unión Popular reiteró su política de resistencia pasiva, según instrucciones que le dejó el arzobispo al licenciado González Flores. Sin embargo, a fines de ese año (1926) los católicos de Guadalajara se desconcertaron al saber que el Maistro Anacleto era ya delegado regional de Liga y asumía la jefatura del movimiento cristero en Jalisco. Vicente Camberos Vizcaíno, testigo de esta historia, ha escrito: Habían llegado al Directorio instrucciones que incuestionablemente no procedían del Ilmo. señor Orozco y Jiménez, sino de alguno o quizá algunos simpatizadores del movimiento armado que desde fuera de la institución y también dentro de ella, hicieron posible el cambio de cosas. Es decir: hubo engaño de por medio, así haya sido con la mejor de las intenciones. Había actuado ante González Flores, según vine a saberlo recientemente, un señor Ignacio Martínez, miembro de la Liga y de una sociedad de juramentados llamada la U (Francisco el Grande, 1966).
Aun cuando la sublevación estaba prevista para el 1° de enero de 1927, el 22 de diciembre anterior se levantaron en armas en San Julián, al grito de ¡Viva Cristo Rey! y con la bendición del párroco, los cabecillas Miguel Hernández y Victoriano Ramírez (alias El Catorce). El 2 de enero atacaron a la guarnición federal de San Juan de los Lagos. Ya unidos a los contingentes de Toribio Valadés, Fernando Pedroza, Lauro Rocha y el cura José Reyes Vega, procedentes de Arandas, Tepatitlán, Ayo el Chico y Atotonilco el Alto, llegaron a disponer de 2 mil hombres. El 1° de abril la policía detuvo en Guadalajara a González Flores, a los hermanos Jorge y Ramón Vargas González y a Luis Padilla Gómez. Todos ellos fueron torturados y pasados por las armas. En venganza, el 19 de ese mes los cristeros, al mando del padre Vega, descarrilaron y asaltaron el ferrocarril que iba a México, en un punto intermedio entre El Limón y Estación Feliciano, a poca distancia de Ocotlán. Dieron muerte a los 53 soldados de la escolta y se apoderaron de 326 mil pesos de fondos oficiales. Algunos pasajeros perdieron la vida durante el combate y el posterior incendio del convoy. El gobierno federal decidió entonces movilizar al ejército en persecusión de los sublevados y bombardear desde el aire sus concentraciones en la región de Los Altos. El 3 de mayo, desde alguno de sus escondites en la barranca acaso La Flecha, San Cristóbal, Mezquitán o La Lobera el arzobispo redactó la circular 26/27, la cual hizo llegar a los sacerdotes y a los fieles por conducto del padre Mariano Reyes, nombre que usó en la clandestinidad el canónigo José Garibi Rivera. Decía en ella: De un modo u otro se ha estado diciendo que el Episcopado Nacional organiza revoluciones; y en especial de nuestra persona, que encabeza grupos rebeldes. Jamás el arzobispo de Guadalajara ha estado al frente de gente armada… En cuanto al V. Clero, de una manera categórica declaramos que tampoco es organizador de movimiento alguno rebelde; y si algún sacerdote en particular ha tomado las armas para luchar en cualquier sentido que sea, tenga entendido que lo hace no sólo sin la autorización, pero aun en contra de la voluntad y disposición expresa de su prelado y las leyes de la Iglesia. El general Joaquín Amaro, secretario de Guerra y Marina, anunció el 23 de mayo que la campaña contra los cristeros de Jalisco había terminado; y el 27 de junio se aprehendió en Texas a José Gándara, director técnico de las tropas rebeldes. Para entonces los alzados ya habían nombrado gobernador civil provisional del estado a Miguel Gómez Loza (desde el 26 de abril) y jefe militar del sur de Jalisco a Jesús Degollado Guízar (desde fines de mayo).
Poco tiempo decayó la actividad guerrillera, pues a fines de julio la Liga contrató en Estados Unidos los servicios de Enrique Goroztieta, un antiguo general porfirista a quien le dio el mando militar en Jalisco. Éste viajó ocultamente hasta las profundidades de la barranca del río Santiago para entrevistarse con el arzobispo Orozco y Jiménez, pero no fue recibido por éste, quien hacía vida de ermitaño en una cueva próxima a la ranchería de El Salvador. Reanimada la contienda, los cristeros llegaron a tener 30 mil hombres en pie de guerra. A principios de 1928, el embajador norteamericano, Dwight W. Morrow, y el secretario general de la National Catholic Welfare Conference, John Joseph Burke, promovieron un acercamiento entre el presidente Calles y el Episcopado. Por esos días cada prelado expuso a la Santa Sede su opinión sobre el conflicto. El arzobispo de Durango y los obispos de Huejutla y Tacámbaro recomendaron continuar la lucha hasta su triunfo, mientras el arzobispo de Morelia y presidente del Comité Episcopal, Leopoldo Ruiz y Flores, y el obispo de Tabasco, Pascual Díaz, deseaban entablar negociaciones de entendimiento con el gobierno. Orozco y Jiménez, a su vez, escribió al papa Pío XI hacia el 14 de marzo: Los católicos de México, si quieren que se les deje el uso de algún derecho, no podrán conseguirlo sino mediante el recurso a que han apelado… La Liga ha lanzado a los católicos de México a la defensa armada de sus derechos…; el abandonarla o quererse replegar a la sola acción política o a la sola acción católica, sería tanto como declarar su derrota…; post factum no le queda otro recurso que salir adelante… Por supuesto, en caso de seguir la defensa armada de la Liga, el Episcopado seguirá las sapientísimas normas de la Santa Sede, de no participación de los obispos en esa acción, como lo hemos observado hasta el presente. Según se advierte, el curso de los acontecimientos había hecho que el arzobispo aceptara post factum, aunque sin asumirla, la alternativa de la violencia.
El 21 de marzo, en las inmediaciones de Atotonilco, Miguel Gómez Loza fue sorprendido y muerto por los federales. A causa de que en mayo se acantonó un contingente militar en San Cristóbal, para vigilar de modo constante la barranca, el arzobispo se mudó sigilosamente a Guadalajara. Por esos días se reunieron en Mezquitic los jefes cristeros para formular una ordenanza general y tomar algunas medidas de gobierno en las áreas que ocupaban; y el 28 de octubre, fiesta de Cristo Rey, en un lugar de Los Altos, nombraron primer jefe del Ejército Libertador a Goroztieta, adoptaron la Constitución de 1857, sin las sectarias Leyes de Reforma, y propusieron la distribución de tierras, previa la indeminización a sus dueños. A principios de 1929 los cristeros de Jalisco ya constituían un ejército disciplinado y bien organizado en la Brigada de Los Altos, formada a su vez por ocho corporaciones. Sin embargo, era poco probable que llegaran a derrotar a las fuerzas del gobierno. Por ello pactaron una alianza con el general José Gonzalo Escobar, sublevado desde marzo y quien les había prometido plena libertad de conciencia y de enseñanza. Este movimiento militar, sin embargo, fue aniquilado en mayo y Goroztieta, a su vez, murió en combate el 2 de junio, en la hacienda de El Valle. Estos hechos facilitaron los Arreglos del día 21 siguiente concertados entre el presidente Emilio Portes Gil, de una parte, y el delegado apostólico y presidente del Comité Espiscopal, Leopoldo Ruiz y Flores, y el obispo de Tabasco, Pascual Díaz Barreto, de la otra. Sin que se modificara ninguna de las leyes objetadas por la Iglesia, el gobierno dictó amnistía general, devolvió las casas curales y episcopales e hizo posible que se reanudara el culto en las iglesias. En Jalisco los templos se reabrieron el 29 de junio, fiesta de San Pedro Apóstol. Ese mismo día, en la ciudad de México, el presidente de la República le dijo al arzobispo Orozco y Jiménez, a quien había mandado llamar expresamente, que estando convenido que saliera del país, debería abandonar la República, pero que no fuera a ocultarse. El 31 de julio monseñor ya estaba en territorio norteamericano. En marzo de 1930 se le dio permiso para regresar y el 7 de mayo de ese año reapareció en Guadalajara.
La amnistía pactada no tuvo efecto en muchos casos, pues la guerra había dejado profundos resentimientos y numerosos cabecillas fueron muertos después de concertada la paz. La Liga realizó una campaña contra los Arreglos y, tras de fracasar en ella porque el arzobispo Orozco y Jiménez la desautorizó con energía (septiembre de 1930), fue debilitándose y se desintegró. Esta situación indujo a Manuel Romo de Alba, un antiguo cristero de San Juan de los Lagos, a organizar ese mismo año una sociedad secreta llamada Las Legiones, cuyo propósito era derrocar al gobierno. Durante 1931 el gobernador Ignacio de la Mora se mostró reacio a limitar el número de sacerdotes en el estado y al parecer por esa causa fue sustituido el 1° de septiembre, por Juan de Dios Robledo. El 24 de enero de 1932 Orozco y Jiménez fue secuestrado y conducido hasta Nogales, en la frontera con Estados Unidos. En junio, desde San Francisco, condenó una hoja suelta de interpelación al delegado apostólico por los Arreglos y ordenó que se destruyesen los ejemplares que no hubieran circulado. Mientras tanto, varios miles de católicos se habían afiliado a Las Legiones y la represión oficial se había recrudecido. En septiembre, el edificio del Seminario estaba en posesión de los soldados, había 32 religiosas en la cárcel y eran constantes los cateos a casas particulares. El 23 de octubre el Congreso local dispuso limitar a 50 el número de sacerdotes para Jalisco: siete en Guadalajara y 43 en el resto del estado. En la víspera del 1° de noviembre, fecha prevista para que entrara en vigor esta ley, la policía selló las puertas de todos los templos. Antes, el 25 de octubre, la curia tapatía había denunciado y condenado las actividades de quienes, al margen de la debida subordinación y obediencia a las orientaciones de la Santísima Iglesia, sostenían el camino de la lucha armada. Una vez registrados los ocho primeros sacerdotes, cada uno encargado de tres templos de Guadalajara, las iglesias empezaron a reabrirse el 8 de noviembre.
En julio de 1933 el arzobispo Orozco y Jiménez partió hacia Roma para asistir a la celebración jubilar del internado Pío Latino Americano (21 de noviembre), que cumplía 75 años de fundado; y a la exaltación de la Virgen de Guadalupe, en la Basílica de San Pedro (12 de diciembre), como celestial patrona y protectora. Regresó a Estados Unidos en febrero de 1934, ya muy enfermo, y a Guadalajara, sin permiso oficial, el 18 de agosto de ese año. Disfrazado de jardinero, de continuo se mudaba de su finca de San Pedro a los hospitales de San José, San Camilo y la Beata Margarita y a las casas de las señoritas Romero y de Víctor González Luna. Pidió al fin garantías al presidente Lázaro Cárdenas para que no se le impidiera el desempeño de su misión espiritual y éste se las concedió el 15 de noviembre de 1935, Volvió a oficiar en público, pero murió el 18 de febrero de 1936. Para entonces habían ocurrido hechos relevantes: Las Legiones, cuya sede se mudó a la ciudad de México después de la desaprobación eclesiástica, se había convertido de un grupo paramilitar en una asociación cívico-religiosa; pero había surgido, en abril de 1935, la segunda revuelta cristera, a instancias de Lauro Rocha, un antiguo cabecilla de los años veintes, exalumno de la Escuela Militar Veterinaria. Llamó éste, en nombre de Dios y de la Patria, a defender las almas de nuestros niños, la virtud de nuestras mujeres, al honor de nuestra juventud, la dignidad del hogar y lo que es más sagrado: el alma mexicana. El presidente Cárdenas, en respuesta, entregó armas a las organizaciones agrarias, envió 50 ingenieros a Jalisco para acelerar la distribución de la tierra y pidió a los campesinos que colaborasen con los maestros rurales. Siendo muchos, los grupos rebeldes eran de 20 a 200 hombres cada uno y nunca consiguieron unificar su mando. El alzamiento terminó a fines de 1936 cuando se dió muerte a Lauro Rocha en la ciudad de México y se amnistiaron Filiberto Arredondo, su segundo, y los 15 hombres que le quedaban.
La catedral. El primer asiento de la silla episcopal fue la primitiva capilla de San Miguel, en extremo humilde, levantada en 1542, cuando la ciudad se estableció en el valle de Atemajac, su sitio definitivo. El señor Pedro Gómez Maraver, propuesto obispo, pero todavía no preconizado por el Papa, debió usarla como sede desde 1546, aunque propiamente la catedral se instituyó hasta 1548, simultáneamente a la creación de la diócesis. Esta iglesia chica se demolió en 1565, año en que el obispo fray Pedro de Ayala mandó construir en su lugar un nuevo templo con cimientos de piedra, muros de adobe, piso y techo de madera, cubierta de zacate y una sola torre, obra de Alonso de Rubalcava. La sillería del coro la trabajó Rodrigo Pineda y el retablo de madera dorada, Pedro de Yuste. Del pincel de Francisco Zumaya fueron las imágenes de Nuestra Señora y de San Miguel; y la decoración al fresco, de Juan Ibañez. Poco duró, sin embargo, este xacal grande de tres naves, pues el día de Pentecostés, fiesta del Espíritu Santo de 1574, al tiempo de cantar el gloria, dispararon unos cohetes en el corral adyacente y toda la edificación ardió hasta consumirse. Este templo provisional fue reconstruido, seguramente con materiales de la misma índole, y estuvo en servicio hasta 1618, en que ya pudo disponerse de la iglesia nueva. El franciscano fray Pedro de Ayala, segundo obispo de la Nueva Galicia, bendijo la primera piedra de la catedral nueva, el 31 de julio, probablemente de 1568. Para 1602, cuando ya estaban construidos los muros y los apoyos, se adjudicó la obra al arquitecto Martín Casillas, quien desde 1599, siendo maestro mayor de esos trabajos, había propuesto cerrar las naves con bóvedas góticas a la misma altura. Cubierto ya por él, de este modo, el espacio interno, aunque sin haberse hecho las torres, el 19 de febrero de 1618 se realizó la solemne dedicación de la catedral a la Asunción de María Santísima y se colocó el Santísimo Sacramento.
La Catedral está fincada sobre una superficie de 77.80 por 72.25 m. La fachada principal tiene tres portadas: las laterales son de orden dórico y la central, de dos cuerpos, lleva en el primero columnas estriadas con capiteles corintios, y en el segundo tres nichos con las imágenes de la Virgen Asunta, San Pedro y San Pablo. Cada almena del pórtico está formada por tres esferas de piedra sobrepuestas de mayor a menor y coronadas por tres pequeños flancos en forma de potencia. Los frontones de las portadas laterales están decorados con tres almenas de tres elementos cada una; como remates de las de enmedio, lucen unos óculos enrejados, orientados en dirección solar, que guardan proporción con el segundo cuerpo del ingreso principal. Todas estas repeticiones compositivas triples y relacionadas con la circunferencia, símbolo de lo perfecto, significan el misterio de la Trinidad, que así quedó exaltado en el templo mayor de la ciudad. El conjunto termina en un frontón circular en cuyo tímpano, en relieve, está la Virgen Asunta, pero en vez de ángeles la rodean los doce apóstoles. El remate anterior a éste se derrumbó durante el sismo de 1750. De las entradas laterales sólo subsiste la del costado norte, elegante como buen recuerdo renacentista. Las torres parten de sendos cubos a ambos extremos de la fachada. En el proyecto del siglo XVI no se habían tomado en cuenta. El edificio remataba en una balaustrada por cuatro vientos, tal como hoy se puede ver por el norte y sur. Los contrafuertes del contorno, que terminan en cinco óculos para que al mirarlos desde cualquier ángulo se puedan apreciar tres de ellos, siguen remarcando el mensaje trinitario del conjunto. En el siglo XVII se construyeron las primeras torres, parecidas a las del templo actual de San Francisco, de cuatro lados el primer cuerpo, que aún perdura en parte, y de ocho el segundo, rematados por medias naranjas sobre las que había unas imágenes de piedra emplomadas, de San Miguel y Santo Santiago, patrones de la ciudad. Estas torres barrocas se cayeron el 30 de mayo de 1818, a causa de un terremoto. Se sustituyeron por otras, neoclásicas, que también se cayeron por causa semejante en 1849. Las actuales neogóticas y románticas, tienen una altura de 65.91 m, la del norte, y de 65.55, la del sur. Fueron construidas entre 1851 y 1854 por el arquitecto Manuel Gómez Ibarra, de piedra pómez, para aligerarlas, y revestidas con azulejos de Sayula. Su forma de esbeltas pirámides de planta octogonal fue sugerida por el obispo Diego Aranda y Carpinteiro. Hay en ellas 16 campanas, la más antigua fundida en 1661. La cúpula original fue obra de Mariano Mendoza, en 1828; pero arruinada por los temblores de 1875, se cambió por la actual, construida por Domingo Torres. El interior es de tres naves y seis tramos, más amplios el de la entrada y el del altar principal. La cubierta, puramente gótica, está soportada por pilares con medias columnas adosadas, de fuste estriado y capitel toscano, seguidas por un trozo de entablamento del que parten las nervaduras. Esta airosa solución fue empleada por Bernardo Rosellino en la catedral de Pienza y adoptada por Diego Siloé en la sede episcopal de Granada. El coro estuvo en la nave central, a la usanza española, hasta 1827, en que se pasó al testero, que antes ocupó el Altar de los Reyes. La sillería fue tallada localmente en madera de corcobal, procedente de Amatlán de Cañas. El altar mayor es de mármol, y lleva en los ángulos las estatuas de los cuatro evangelistas; éstas fueron hechas en Génova, y llevadas a Guadalajara en 1863 a pedido del obispo Pedro Espinosa. El altar anterior, todo de plata, fue fundido por el general conservador Severo del Castillo para financiar la defensa de la plaza en 1860, cuando le pusieron sitio los liberales. Debajo está la cripta de los obispos difuntos, entre ellos Francisco Gómez de Mendiola y Santiago de León Garabito, muertos en olor de santidad. Dos de las capillas están en los cubos de las torres: la del Señor de las Aguas, un Jesús Crucificado que los indígenas de Xochitepec, en tiempo de la gentilidad, arrojaron a la laguna de Magdalena y fue llevado por las olas hasta las playas de Etzatlán; y la de Nuestra Señora de la Soledad, o de la Paloma, ricamente decorada a expensas del marqués de Uluapa. La tercera, frontera a la puerta del norte, está dedicada a la Purísima Concepción; la imagen es obra del escultor Victoriano Acuña y las pinturas se deben a José María Uriarte (La Última Cena) y a Tirso Martínez. Allí están los mausoleos de los arzobispos Espinosa, Loza, y Orozco y Jiménez. En los altares se conservan excelentes esculturas de Mariano Perusquía: en el de San Clemente, las imágenes de éste, Santo Domingo de Guzmán y Santo Tomás de Aquino; en el de Nuestra Señora de Guadalupe, cuya pintura es de José de Alcíbar, un San Martín de Tours; en el de los arcángeles, San Miguel, San Gabriel y San Rafael; y en el de los apóstoles, San Pedro, San Pablo y Santiago el Mayor. De Mariano Arce hay un San José, un San Joaquín y una Santa Ana; y de Acuña, Islas e Ibarra, otras piezas de mérito. La mejor, sin embargo, es la escultura de Nuestra Señora de la Rosa, tallada en cedro, una de las cuatro que Carlos V obsequió en 1548 a la naciente diócesis. La catedral guarda también una valiosa colección de pinturas.
La Sacristía es de buenas proporciones. Fue construída en el último tercio del siglo XVII, durante el pontificado del obispo Juan de Santiago de León Garabito. La ornaban tres lienzos de Cristóbal Villalpando, el mayor en el testero, con el tema La Iglesia militante y triunfante, como en la Sacristía de la catedral de México, óleo que en el siglo pasado fue trasladado a la sala capitular, y El Triunfo de la Eucaristía y La Asunción, que se encuentra en el Museo Regional del Estado. Allí mismo se hallan una Asunción del español Bartolomé Esteban Murillo; La Disputa del Sacramento, copia de Rafael, por Felipe Castro; y La Vírgen del Apocalípsis y un San Cristóbal, por José Páez. Buena es la dotación que de ornamentos y otros objetos destinados al culto conserva en sus cómodas la catedral tapatía, entre ellos un cáliz toledano, otro que perteneció al mineral de Bolaños y una custodia monumental hecha en Puebla. La Sala Capitular, del tiempo del obispo dominico Felipe Galindo, cuenta con los retratos al óleo y de tamaño natural de los 33 obispos y arzobispos que han gobernado la diócesis. Este episcopado forma una magnífica colección de pinturas de los siglos XVII, XIX y XX. Están también expuestos, además del gran cuadro de Villalpando, una Dolorosa del italiano Juan Bautista de Salvi y los retratos del papa Pablo III, creador de la diócesis, y de Pío IX, que la elevó a metropolitana. En el salón de canónigos, conocido como La Chocolatera, hay otra serie iconográfica de los capitulares que han sido promovidos a la dignidad episcopal. Las oficinas del diezmo aún conservan la decoración y mobiliario de otras épocas, así como varias pinturas de valor histórico. Poco vejado está, a pesar del tiempo y las revoluciones, el archivo documental diocesano, el cual ofrece a los estudiosos un rico material, en parte desconocido. Completan el tesoro de la catedral 96 volúmenes de cantorales, algunos de los cuales se remotan a la época colonial, ricos ornamentos y vasos sagrados.
Principales edificios eclesiásticos. 1. El Sagrario. En mayo de 1785 el obispo Alcalde destinó ochenta mil pesos para iniciar la obra, pero el año siguiente prestó esa cantidad al gobierno civil para que remediara en parte los efectos de una grave epidemia. Por esta causa la construcción principió hasta 1808, durante el gobierno del obispo Cabañas, bajo la dirección del arquitecto español José Gutiérrez. La guerra de Independencia suspendió los trabajos. Se reanudaron en 1835, a cargo del arquitecto Manuel Gómez Ibarra, y se concluyeron ocho años después. La cúpula original sufrió serios daños durante los temblores de 1875; la reparó Gómez Ibarra, pero en el último año del siglo XIX fue preciso demolerla por su estado ruinoso. La nueva se terminó en 1908, según proyecto del ingeniero Antonio Arróniz. Por sus líneas clásicas El Sagrario armoniza en el conjunto de la catedral. Tiene un pórtico sostenido por pilastras y columnas de orden dórico. El ático está rematado por las esculturas de las virtudes teologales, labradas en piedra, obra de Victoriano Acuña. En los intercolumnios del nártex hay nichos y tableros. Su ingreso principal es rectangular. La fachada lateral que mira hacia la plaza de Armas está adosada al muro. Los varios niveles del edificio están coronados por una balaustrada. El interior de la iglesia es igualmente neoclásico. En el centro del altar principal se desplaza un templete de mármol blanco, flanqueado por pares de columnas jónicas estriadas. Sobre la cornisa se encuentra el conjunto escultórico de la Coronación de la Virgen, cuyo resplandor de madera dorada ocupa el centro superior del testero. Los altares laterales son también academistas. En uno de ellos luce la imagen de la Guadalupana. En los cruceros están los sepulcros en mármol de los arzobispos Jacinto López y José de Jesús Ortíz; en los anexos, una Anunciación al óleo de la época de Ibarra; y en el bautisterio, varios retratos del siglo XIX. Durante el virreinato, la capilla del Señor de las Aguas y el templo de la Soledad sirvieron sucesivamente de parroquia del Sagrario. Los archivos de ésta son los más completos de la entidad.
2. San Francisco de Asís. El templo actual data de fines del siglo XVIII. Tiene planta rectangular de seis tramos. La portada está inscrita en un gran arco de medio punto. Los dos primeros cuerpos presentan pares de columnas helicoidales a los lados de la puerta y de la ventana de coro. En los espacios intercolumnios hay imágenes de santos. El tercer cuerpo aloja un nicho, flanqueado por columnillas salomónicas, con la escultura de la Limpia Concepción. Coronan el conjunto una cruz y seis almenas. La torre tiene dos cuerpos, el primero cuadrangular y el segundo octogonal, rematado por una bóveda de media naranja. De lo que fue el convento más importante de la ciudad, sólo perdura la iglesia y dos de sus capillas: El Santo Cenáculo y Nuestra Señora de Aranzazú. Las arquerías del convento adornan el jardín oriente del edificio. El interior del templo estuvo ricamente decorado con retablos barrocos, los cuales se retiraron en 1825 para dejar paso a la moda neoclásica. Lo que entonces se hizo se destruyó en el incendio de 1936. La actual reconstrucción fue inspirada por el padre Pedro Castellanos y fray Luis del Refugio Palacios. El nuevo retablo mayor, labrado en cantera de Atemajac, lleva las imágenes de Cristo, Santa Clara de Asís y San Felipe de Jesús, en el primer cuerpo; de San Francisco, Santo Domingo de Guzmán y San Antonio de Padua, en el segundo; y de la Purísima, en el tercero. Cuando fue reparada la iglesia después del incendio, se llevaron de otros sitios las siguientes pinturas: 16 lienzos de fundadores de órdenes firmados por Juan Correa en 1698; una Vida de la Virgen en 12 óvalos, de José de Ibarra; serie de la vida de San Antonio, atribuida a Miguel Cabrera; y un apostolado del siglo XIX.
3. Capilla de Nuestra Señora de Aranzazú. Parte del conjunto monástico de San Francisco, fue construida a mediados del siglo XVIII por fray Íñigo Vallejo. De corte barroco purista, sigue lineamientos dóricos y remata con una espadaña mixtilínea. Conserva los retablos de madera tallada y dorada. El principal, churriguresco, está dedicado a la Virgen, a quien acompañan cuatro arcángeles, San Joaquín y Santa Ana, San José y la profetisa Ana, San Juan el Bautista y San Juan el Evangelista, y varios santos de la orden franciscana. El colateral del lado del evangelio lleva apoyos estípites y pinturas de Julián Montes, artista tapatío del siglo XVIII. Su tema es la Pasión. En torno a Jesús crucificado y a la Dolorosa, aparecen San Juan, La Magdalena y las santas mujeres. El altar de San José, al lado de la epístola, es churrigeresco de grandes vuelos. Sus nichos están profusamente decorados, aunque las pilastras siguen manifestándose como apoyos. Los santos que acompañan al casto patriarca son doctores, místicos y fundadores. Hay también un lienzo de finales del sigo XVII, firmado por Arellano, que representa el árbol genealógico de San Francisco. El ingreso lateral, que ve al oriente de la capilla, es de sobrias facturas y proporciones.
4. San Agustín. El templo actual data de fines del siglo XVII. De estilo barroco sobrio, la portada presenta una puerta con columnas dóricas y arco de medio punto, ventana coral y remate con ático y balaustrada. Algunos elementos decorativos son de influencia neoclásica y deben proceder de una reconstrucción del siglo XIX. La torre, una de las mejores de la ciudad, tiene dos cuerpos octogonales y un airoso cupulín de media naranja. En el ingreso lateral, que mira al poniente, el arco es mixtilíneo y el nicho de San Nicolás de Tolentino está bien adornado. El retablo principal que fue de madera dorada, se sustituyó el siglo pasado por uno romántico de piedra y bronce que proyectó el arquitecto Valentín Méndez, el cual se cambió, a su vez, en 1939, por el actual de cantera, barroco y de columnas tritóstilas, diseñado por fray Luis del Refugio Palacios. Los colaterales son neoclásicos. En la sacristía se conserva un lienzo al óleo de Diego de Cuentas con el tema apocalíptico de El Cordero y los Ancianos. Protegido de los padres agustinos, este artista tuvo su taller en una parte del convento y a su muerte se le enterró en el templo. En lo que fueron el claustro y otras dependencias se aloja la Escuela de Música de la Universidad del estado.
5. San Juan de Dios. Al otro lado del río, hacia el oriente de la recién asentada Guadalajara, se erigió una capilla a la Santa Cruz. En 1551, durante el gobierno del obispo Gómez Maraver, se fundó la cofradía de la Veracruz y la Sangre de Cristo para socorrer a los enfermos pobres y necesitados; y en 1557, junto a aquella capilla se edificó el primer hospital de la ciudad. Para mejorar su atención, en los albores del siglo XVII los cofrades hicieron ir de la ciudad de México a los religiosos de San Juan de Dios. La actual iglesia se comenzó a principios del siglo XVIII y se terminó en febrero de 1750. La fachada tiene pilastras dóricas, un triple nicho con las imágenes de San José, La Soledad y San Antonio, y una ventana de coro con arco labrado; en un ángulo, la torre, de dos niveles y un cupulín piramidal; y en el otro, sobre esbelto basamento, una escultura de San Miguel. Se sabe que fueron excelentes los retablos de los cruceros, uno dedicado a la Sangre de Cristo y el otro a San Pedro Regalado. De las pinturas originales se conserva, entre otras, un Santo Cristo de las Tres Gracias firmada por Antonio Enríquez. Es notable la imagen de Santa Eduwiges que ahí se venera. Fue tallada por el maestro Agustín Espinosa, santero, en 1928. El progreso de la ciudad destruyó el hospital y los anexos del lado norte de la iglesia. Únicamente quedan en pié, sobre la avenida Javier Mina, las arquerías del sur del claustro. El proyecto de readaptación del inmueble fue hecho por el padre Pedro Castellanos.
6. La Merced. Aun cuando el obispo Francisco Rivera decidió en 1626 dedicar una iglesia a la Virgen de las Mercedes, el templo vino a consagrarse hasta el 24 de septiembre de 1721. La puerta lleva dobles pilastras dóricas con follajes en las enjutas; el segundo cuerpo, un triple nicho con la Virgen al centro y Santa María de Cervellón y la beata Mariana de Jesús a los lados; y más arriba la ventana de coro con ático. La torre, en el ángulo sureste y aún inconclusa, es de un solo nivel. En el lado opuesto existió una espadaña, en cuyo lugar se levantó hacia 1930 un campanario muy desafortunado, que fue demolido después del temblor de 1973. Al igual que en en otros templos, el altar mayor barroco se sustituyó en el siglo XIX por un templete neoclásico. El obispo Rivera había llevado una imagen de La Merced que se veneró hasta la remodelación de la iglesia; la nueva es una media talla de excelente factura, obra del escultor queretano Mariano Perusquía. En el testero de la sacristía está la pintura más antigua de Diego de Cuentas, fechada en 1709. Representa a la Virgen ordenando la fundación de la Orden a San Raymundo de Peñafort, San Pedro Nolasco y don Jaime, rey de Aragón. Aparecen también pasajes del martirio de San Pedro Arbúens y de la vida de San Pedro Nolasco. En 1945 se contrató a un pintor de Tepatitlán, de apellido González, para que reprodujera en grande las escenas de este lienzo. Estas copias están en el templo. Son tres las capillas de esta iglesia. En la del Santísimo luce un óleo de Jesús entre los doctores de Francisco Martínez Sánchez, pintor y dorador que trabajó en el retablo de los Reyes de la catedral de México. Hay también cuatro óvalos con arcángeles; y en otros lugares, pinturas de Antonio Torres, Félix Zárate y José Manuel y Julián Montes. Entre las anónimas, destacan unas pequeñas que representan ángeles con hábito mercedario portando cartelas con alabanzas del Ave María. De dos arcos barrocos y buenas dimensiones es la exportería del convento que se localiza al poniente del atrio. En el corazón de la manzana, entre muchos adosamientos, se puede apreciar el sobrio claustro principal de dos pisos, cuya banda oriente sirve de pasillo a los anexos del templo.
7. Santa María de Gracia. Este fue el primer convento de monjas que se fundó en Guadalajara, en tiempos del obispo fray Domingo de Alzola, con profesas dominicas llevadas de Puebla. Primero estuvo donde hoy se encuentra el mercado Corona y hacia 1590 se cambió a su sitio definitivo, desplazando al Real Hospital de San Miguel. De sus múltiples dependencias sólo sobreviven la iglesia, el claustro grande, que ocupa el Palacio de Justicia, y un edificio menor y más sobrio, donde ahora se hallan la Escuela de Artes Plásticas y la Administración de Correos. Originalmente el monasterio tenía una superficie equivalente a seis manzanas y su huerta llegaba hasta el ramal del río de San Juan de Dios, que debió pasar por el actual parque Morelos. Cada religiosa tenía su casa y su servidumbre y sólo hacían en comunidad el rezo del oficio divino, la asistencia a misa y la comida en el refectorio. El templo se edificó en el siglo XVII, se reconstruyó en 1752 y en la época de la Reforma se le mutilaron los tramos que correspondían a los coros alto y bajo. También desaparecieron las plateas desde las cuales oían misa las niñas del colegio de San Juan de la Penitencia. La iglesia, sin torres, pero con cúpula de tambor octogonal, tiene portadas dóricas gemelas inspiradas en la del ingreso norte de la catedral y una excelente sacristía con techumbre de nervaduras. La puerta al pie de la nave es de construcción reciente. El altar y los colaterales son neoclásicos. En la sacristía se conservan cuatro lienzos de Antonio Enríquez, con pasajes de la vida de Santo Domingo, fechados en 1754. Otras pinturas, entre ellas varias de José de Ibarra, pasaron al Museo Regional del Estado. De valor artístico es también la Virgen del Rosario, talla estofada y policromada de fines del siglo XVI o principios del XVII, que es una réplica de la imagen que se venera en la iglesia dominicana de Granada.
8. Santa Teresa. La segunda comunidad femenina que se estableció en la ciudad fue la de las carmelitas descalzas. Las fundadoras llegaron de Puebla en la última década del siglo XVII. De la primitiva construcción se conservan la iglesia, con un esbelto campanil, y un claustro secundario de arcos rebajados. El templo tiene planta rectangular dividida en cinco tramos. La fachada presenta portadas gemelas con columnas dóricas estriadas y remates apilastrados; y al centro, sobre la cornisa, unas tarjas de influencia mudéjar. En el interior, la herrería del abanico y del coro bajo es del siglo XIX. En el colateral neoclásico del Sagrado Corazón hay pinturas de Felipe Castro. Las medias tallas de la Virgen del Carmen y de San José son obra de Victoriano Acuña. Nada sobrevivió de la época de los retablos dorados. El altar principal es neogótico. Entre las pinturas de este monasterio que pasaron al Museo Regional, destacan una Santa Teresa de Jesús de Luis Juárez, La Flagelación de Pedro Ramírez, un Viacrucis de tamaño natural y San Angel predicando en el Concilio de Trento de Antonio Enríquez, varios retratos de obispos y una Alegoría de San José patrocinando a las carmelitas en su peregrinar al paraíso. En los anexos del templo existen un San Miguel de Nicolás Rodríguez Juárez, una Virgen de Guadalupe de José de Alcíbar, un Retrato de Cristo de José de Páez, una Virgen de la Rosa y otros óleos bien enmarcados con yardas doradas de época.
9. Santa Mónica. Cuando a principios del siglo XVIII el padre jesuita Feliciano Pimentel se trasladó de Morelia, donde residía, a Guadalajara, algunas de sus hijas espirituales lo siguieron con la intención de formar un convento. Primero se alojaron en casa de un particular, a donde acudieron doncellas de Pátzcuaro, Zamora y Celaya, y cuando al fin, en 1718, recibieron autorización para fundar el monasterio, dirigidas por cinco agustinas recoletas llegadas de Puebla, se inició a gran costo la construcción del suntuoso recogimiento. La iglesia se terminó en 1733. Tiene portadas gemelas, de dos cuerpos, con un ancho entablamento entre ambos, que aloja los símbolos de la orden agustiniana, a cuya regla quedó sujeta la comunidad por voluntad expresa de Felipe V. En el primero gruesos pedestales comunes soportan los apoyos pareados, helicoidales, con guías de vid y racimos de uvas, alegóricos de la sangre de Cristo. Las jambas, enjutas, entrecalles y paramentos están cubiertos de tallos. En el segundo hay sólo ramajes en las columnas, cintas entretejidas y grecas curvilíneas, más ricas en torno a la ventana. Estas portadas, de tapis, se alternan con paños lisos, en cuyo segundo cuerpo, breve talud de por medio, se abren vanos de marco labrado. El templo tiene cubiertas de crucería: las de la nave son de terceletes, y estrelladas las del presbiterio. En el ángulo del testero, al exterior, se colocó un San Cristóbal en el lugar de la columna esquinera, característica de la arquitectura colonial guadalajarense. El interior fue mutilado, pero se respetaron los capialzados de las puertas, los marcos de las ventanas, las columnas y cornisas y las nervaduras góticas de las bóvedas. En el coro alto, cuyo ingreso se encuentra cegado, hay trasuntos del esplendor primitivo. El retablo del altar mayor y los colaterales son neoclásicos. Al construirse a fines del siglo XIX el nuevo edificio del Seminario Conciliar, inmueble que hoy ocupa la XV Zona Militar, se demolió el convento de las agustinas y la arquería del claustro principal se trasladó al costado oriente del templo de San Sebastián de Analco, donde se conserva con el nombre de Patio de los Ángeles, pues cuenta la leyenda que fueron estos seres celestiales quienes lo terminaron. Los dovelas de estos arcos llevan una rica decoración floral que luego proliferó por todo el valle, en especial en los templos con influencia indígena. Santa Mónica es un puente entre la portada de San Francisco, donde la sencillez y la claridad de la composición consagran la elegancia del estilo salomónico, y la exuberancia decorativa del barroco popular de Jalisco. Las monjas recoletas se extinguieron en Guadalajara por falta de vocaciones, sobre todo después de las exclaustraciones de la Reforma y de principios de siglo. La pinacoteca que habían reunido estas monjas pasó a la franciscana de Zapopan. En ella sobresalen los 14 lienzos de la vida de la Virgen firmados por Teódulo Arellano.
10. Jesús María. Esta iglesia, que perteneció al convento de ese nombre, fue promoción inicial de los jesuitas. El colegio de niñas cuya construcción comenzó el padre Pimentel, se convirtió en convento dominico de estricta observancia en 1754. La iglesia conserva mucho de su carácter original, a pesar de las modificaciones neoclásicas que se le hicieron en el siglo XIX. Tiene dos portadas laterales de formas dóricas, con triples relieves sobre el entablamento: en uno, la Sagrada Familia, San Joaquín y Santa Ana; y en el otro la Virgen de la Luz, San Francisco y Santo Domingo. Aquí triunfa, por partida doble, la solución del triple nicho de la catedral, repetido en San Juan de Dios y en La Merced. El campanil, de un solo cuerpo, lleva como remate una escultura en piedra de la Virgen del Rosario. En la esquina exterior sureste, en hornacina y sobre una columna tablerada, se colocó un San Cristóbal de cantera. Es también notable la cartela eucarística labrada en la pared oriente, en dirección al Sagrario. Pocas son ya las muestras de esta índole, cuyo objeto es recordar a los viandantes que del otro lado del muro se encuentra el Santísimo bajo las especies sacramentales. Los coros tienen todavía las rejas coloniales y la ambientación de antaño. El patio principal del convento, de sobria arquería, es parte de las instalaciones del colegio Luis Silva. En la iglesia hay por lo menos tres lienzos de Francisco de León, acaso el más refinado de todos los pintores que trabajaron en la Nueva Galicia: un Santo Cristo, un San Sebastián y una Virgen del Rosario con Santa Rosa de Lima. Los profetas de las pechinas son del pincel de Felipe Castro. Recibe especial veneración la imagen de Nuestra Señora del Rayo, una talla de la Virgen del Rosario que según la tradición se renovó una tarde de agosto de 1807, luego de haber sido destruida parcialmente por una descarga eléctrica. También se asegura que allí volvió maravillosamente a su primer estado el Señor de la Penitencia que se venera en la iglesia de Mexicaltzingo.
11. Capuchinas. Fueron éstas las últimas monjas que se establecieron en Guadalajara. Llegaron de la villa de Santa María de los Lagos en diciembre de 1761. El padre felipense Salvador Antonio Verdín promovió la fundación. Su convento, que abarcaba sólo una manzana, quedó reducido al mínimo por las expropiaciones de la Reforma y la Revolución. El claustro principal fue demolido hace poco tiempo y parte de la arquería se trasladó al jardín de San Miguel de Mezquitán. Los otros patios se vendieron a particulares durante el gobierno del general Ogazón. El templo es muy sobrio. La portada pertenece al barroco purista de lineamientos toscanos, con arco de medio punto en el ingreso y tres nichos iguales sobre el entablamento, dos a los lados de la ventana coral y el de en medio desplazado por el vano a un nivel superior. De semejantes proporciones y con una hornacina de remate, es la puerta que flanquea el costado. A diferencia de las otras iglesias de monjas, ésta tiene la puerta principal al frente de la nave y un solo coro, transversal al presbiterio. En otro anexo se halla la sala De profundis, donde se velaba y enterraba a las monjas muertas. Los altares son neoclásicos, aunque no los originales; el principal tiene capiteles compuestos y frontón curvo. Adosados a los muros hay tres lienzos de grandes dimensiones firmados a mediados del siglo pasado por Felipe Castro: La Oración del Huerto, La Crucifixión y La Resurrección. La imagen de la Virgen de Guadalupe es un óleo de José de Alcíbar y la Inmaculada que preside el altar mayor fue tallada en madera por Victoriano Acuña. Desde el siglo XVIII se venera la escultura del Divino Preso. En la sacristía hay pinturas de Diego de Cuentas, Alcíbar, Antonio Enríquez, José Montes y Zumaya; y en la sala De profundis, varios retratos de monjas. Estas hijas pobres de Francisco y Clara de Asís guardan con devoción el corazón del obispo alcalde.
12. San Diego de Alcalá. Templo anexo a un colegio de niñas, tiene un par de accesos laterales y coros alto y bajo. Su nombre recuerda al de su protector, el obispo Diego Camacho Ávila, trasladado de Manila a Guadalajara en 1707. La construcción se inició a fines del siglo XVII y se terminó en el XVIII. La fachada imita la solución renacentista del costado norte de la catedral, pero incluye elementos barrocos, entre ellos los frontones rotos de donde se desplazan tableros para relieves que nunca se trabajaron. El interior fue remodelado recientemente y se le abrió una puerta a los pies de la nave. No tiene torre; las campanas penden de una espadaña de tres vanos en dos niveles. Su único altar es neoclásico, de cantera, enmarcado por un remate mixtilíneo de reminiscencia barroca. Las esculturas de San Diego y San José, talladas en madera, son del siglo XIX; la primera, obra de Mariano Perusquía, se encontraba antes en uno de los altares de la catedral.
13. El Pilar. A principios del siglo XVIII, durante el gobierno del obispo franciscano Manuel de Mimbela, se erigió una capilla como ayuda de la parroquia del Sagrario, para la mejor atención religiosa de los vecinos del suroeste de la ciudad. A solicitud del obispo, que era aragonés, se dedicó a la Virgen del Pilar. Era de muros lisos y techo de terrado, con vigas de madera. En el costado norte se levantó una casa para recogidas, cuyas vastas arquerías de inspiración toscana son todavía visibles. En la segunda mitad del siglo XIX la capilla se sustituyó por una iglesia de mayores dimensiones, con cubierta de bóvedas, pórtico neoclásico y vestíbulo. El frontis tiene dos cuerpos que rematan en una espadaña y cuyo entablamento está sostenido por columnas pareadas de orden corintio. El proyecto fue de los ingenieros Juan Gómez Ibarra y Manuel Pérez Gómez. En años recientes se ha recubierto de cantera la fachada y se le han puesto esculturas de piedra en los tres nichos que antes fueron ventanas. El templo tiene tres capillas: la que sirvió de oratorio doméstico a las religiosas reparadoras, hoy decorada con buenos lienzos de pasajes evangélicos, y las dedicadas a San Nicolás de Bari y al Sagrado Corazón. A los lados del presbiterio lucen dos grandes telas, copias de los evangelistas de Ribalta, firmadas por Carlos Villaseñor. La Guadalupana, óleo anónimo de fines del siglo XVIII, representa a la Virgen como reina de todos los santos y está inspirada en un grabado de Juan Sebastián Klauber. Son también de buena factura una Virgen de la Luz y La Refugiana, obra ésta de Amado Castro. La imagen de San José es una talla de Mariano Arce. En 1982 llegó a Zaragoza, España, una copia fiel de Nuestra Señora del Pilar.
14. Santo Tomás. El colegio de este nombre fue fundado por los jesuitas en abril de 1591. La iglesia, de traza rectangular, muros de cantera y cubierta de bóveda, se construyó por el año de 1670. En 1695 el padre José María Salvatierra levantó la capilla de la Virgen de Loreto, contigua al templo por el lado norte; tenía tres bóvedas de media naranja, la de en medio más alta y con linternilla; su interior, pavimentado de azulejos, estaba ricamente decorado y al fondo de la nave lucía la santa casa. En el siglo XVIII los abogados tapatíos juraron por patrona a Nuestra Señora de Loreto, cuya festividad perdura los días 8 de septiembre. Cuando en 1767 Carlos III decretó la expulsión de los jesuitas, los bienes de la Compañía pasaron al Fondo de Temporalidades. En 1791, a instancias del obispo Alcalde, Carlos IV erigió la Real y Literaria Universidad de Guadalajara, a la que de inmediato se le destinó como asiento la antigua casa e Iglesia de la Compañía. En la puerta principal del colegio se construyó un frontis neoclásico que llevaba esta inscripción: Regia Guadalaxarensis Schola sub Carolo III et Aloysia, augustis. Consumada la Independencia, el Congreso del estado extinguió esa institución, convirtió el templo en salón de sesiones y mandó ponerle el actual pórtico neoclásico, cuyo frontón está sostenido por seis apoyos dóricos, cuatro de sección circular y dos pilastras en los extremos. El arquitecto José Gutiérrez ejecutó el mandato de retirar y vender los retablos de madera dorada. En 1914 las fuerzas del general Obregón destruyeron el interior del inmueble. Un año más tarde, al abrirse la calle Galeana, el templo y la capilla de Loreto perdieron sus presbiterios. En diciembre de 1925 se instaló en la antigua sede de jesuitas el paraninfo de la Universidad de Guadalajara, recién fundada. De esta época son los murales de Amado de la Cueva y David Alfaro Siqueiros, la fachada posterior y la puerta de madera con aplicaciones de talla. En la parte alta de lo que fue la capilla de Loreto estuvo por los años treintas la Olympo Hause, taller de un grupo de pintores jóvenes que aún muestra en las paredes algunos ensayos plásticos relativos a la maternidad. En 1937 el gobierno del estado vendió el antiguo colegio. Durante la administración del gobernador González Gallo, las oficinas de Telégrafos Nacionales se instalaron en lo que aún quedaba del templo y de la capilla, y muy recientemente el edificio fue donado a la Universidad de Guadalajara.
15. El Carmen. Tras dos intentos frustrados en el curso de 100 años, los padres carmelitas se asentaron en Guadalajara a finales del siglo XVII. Su convento abarcaba una superficie equivalente a 10 manzanas, de la actual calle 8 de Julio a Tolsá y Pedro Moreno a López Cotilla. La iglesia debió terminarse hacia 1690. El frontispicio era salomónico y la traza un poco mayor que la de San Franciso. A principios del siglo XIX el padre Juan Crisóstomo Nájera remodeló el templo conforme a la moda neoclásica. Las batallas que se libraron durante la Guerra de Reforma y luego la ampliación de la calle Juárez acabaron casi del todo con el vasto conjunto. Sólo sobrevivieron una parte mínima del convento y la capilla dedicada a la Virgen del Carmen. A ésta se le añadieron más tarde el presbiterio y el coro y pudo así restablecerse el santuario que ha perdurado. La fachada es neoclásica, con seis apoyos de doble altura: pilastras en los extremos y pilares en medio, todos capiteles corintios. El ingreso lleva arco de medio punto, flanqueado por dos nichos. En el segundo nivel se abrieron tres ventanas corales y se colocaron, como remate, un cornisón y una balaustrada. Las dos pequeñas torres se estrenaron en los albores de este siglo. De la pinacoteca de los carmelitas se conservan algunas obras europeas en el museo del estado. En el templo existen dos fragmentos de un lienzo de Villalpando con tema pasionario, un San José y un San Antonio atribuidos a Cabrera y un Santo Tomás de Aquino que acaso haya pintado Ibarra. Los cuatro grandes cuadros de medio punto son de José Antonio Castro, segundo director de la Academia de Bellas Artes de Jalisco; la inconografía carmelitana de la cúpula, de Pablo Valdés; las mujeres bíblicas de las pechinas, de Eduardo Villaseñor; y la copia de la Virgen Asunta de Murillo, en la sacristía, también de Castro. En los anexos está una Dolorosa al óleo, réplica de la de Tiziano. Esta iglesia dispone de excelentes ornamentos sagrados, entre ellos el altar del antiguo Colegio Pío Latino Americano de Roma.
16. San José de Gracia. A causa de los combates entre conservadores y liberales en 1859, el templo y convento de Santo Domingo quedó reducido a escombros. La Asociación Josefina, con el permiso del arzobispo Loza, decidió construir en ese sitio un templo a San José, el cual se dedicó solemnemente en 1890. Tiene planta de seis tramos en forma de cruz latina. El frontispicio es neoclásico, de dos cuerpos y frontón curvo, con nártex y arco de medio punto en el ingreso y en la ventana coral. La torre, de tres tramos, está inspirada en la de El Carmen de Celaya. La cúpula armoniza con el conjunto. El interior es igualmente neoclásico. El altar principal tiene esbeltas columnas de orden compuesto y está coronado, en lo alto del testero, por un gran resplandor de madera dorada. Los colaterales alojan buena imagenería dominica del siglo XIX. El San José es una majestuosa talla de Pablo Valdés; y la Virgen de Guadalupe, un óleo de José de Páez. En la sacristía existen, aunque repintados, 11 lienzos de un apostolado obra de Arellano. Los ochos ángeles de la cúpula los pintó Eduardo Villaseñor. El púlpito de madera dorada, en cambio, es barroco.
17. San Felipe Neri. Sede original de los padres del Oratorio, desde 1904 lo administran los jesuitas. Su construcción se inició a mediados del XVIII y se terminó a principios del XIX bajo la dirección del alarife Pedro Ciprés. El frontispicio tiene tres cuerpos. El primero presenta sendos pares de columnas corintias estriadas, profusamente decoradas en su tercio bajo, a los lados del ingreso, formado por un arco de medio punto con casetones. En los nichos de los intercolumnios están las imágenes de San Francisco de Asís y San Felipe Neri. En el segundo cuerpo, semejante al anterior, resaltan las guardamalletas de las hornacinas ocupadas por San Francisco de Sales y San Pedro de Alcántara. En el tercer nivel, entre relieves y medias cañas también tritóstilas, se colocó una Asunción en piedra roja con ángeles y nubes a sus pies. Sobre el remate central se halla un San Miguel Arcángel; y en el extremo sureste del edificio, un San Cristóbal. La esbelta torre lleva en su cúspide una pequeña imagen de la Virgen de Zapopan, la cual fue decapitada por una bala durante la Guerra de Reforma. El primer cuerpo, cuadrangular, es barroco tablerado; y el segundo, octogonal, tiene elementos neoclásicos. Gárgolas zoomorfas exornan los paramentos oeste y norte de la iglesia. El interior tiene pilastras tableradas y cubierta gótica. De los retablos de madera dorada no quedó nada. El mayor procede de la primera mitad del siglo XIX; es de cantera, de orden corintio y frontón roto, y termina con una Santísima Trinidad de piedra policromada. Las pechinas son de mérito. El convento anexo sirvió de colegio a los jesuitas y desde hace años alberga a la Escuela Preparatoria de la Universidad del estado. Conserva las arquerías conopiales y toscanas de sus patios, así como el portón barroco, ya en desuso, al oriente del atrio, en cuyo centro sobresale un magnífico escudo felipense. En los anexos del templo se guardan algunos retratos al óleo de los padres del Oratorio, entre ellos el del licenciado Francisco Laureano Oliván, firmado en 1766 por Marcos Fernández. Son excelentes los 14 cuadros de la vida de la Virgen pintados sobre lámina de cobre en el siglo XVIII, que se encuentran en la capilla posterior al presbiterio; sus marcos dorados y calados, con grandes copetes barrocos, son de los mejores en su estilo.
18. Santuario de Guadalupe. Lo mandó construir en 1777 el obispo Alcalde, de su propio peculio, y se terminó cuatro años después. La planta original era rectangular, sin cruceros, y la nave estaba ricamente decorada con cinco altares churrigerescos. Presidía el principal la imagen de la Guadalupana, pintada por José Alcíbar en 1774. El frontis tiene ingreso dórico con arco de medio punto, ventana coral, remate mixtilíneo y dos espadañas almenadas. Las pilastras son tableradas y a los lados unas robustas medias cañas disimulan los contrafuertes. En 1838 se retiraron los altares barrocos y se sustituyeron por otros neoclásicos de cantera. A fines del siglo XIX se agregaron los cruceros, el presbiterio y la cúpula. De las pinturas antiguas se conservan, en el presbiterio, cuatro óvalos con las apariciones de la Virgen; en los colaterales del primer tramo, después de la cúpula, otros cuatro lienzos de santos; sobre las cornisas interiores, una serie iconográfica de santos padres y papas; arriba de la puerta principal de la sacristía, un pequeño retrato de Juan Diego estimado como uno de los más fieles; en el testero de la propia sacristía, un San José de Diego de Cuentas; y en los cruceros, varios cuadros recientes con tema mariano. La capilla del Calvario, contigua al crucero poniente, ha sido decorada con pasajes evangélicos; y la del Corazón de Jesús, al oriente del medio de la nave, aloja el sepulcro de monseñor Rafael Vázquez Corona. La decoración interior del templo luce elementos mudéjares con fondo tenebrista y muchos dorados, a la usanza romántica de finales de siglo.
19. Belén. A principios del siglo XVIII llegaron a Guadalajara los religiosos de la Compañía de Belén y se hicieron cargo del Real Hospital de San Miguel, ubicado donde hoy está el mercado Corona. A consecuencia de la epidemia de 1786, el obispo Alcalde promovió la construcción de un nuevo edificio con capacidad para mil camas, cuya administración confió a los betlemitas. El hospital y la iglesia anexas se terminaron en 1794. La fachada de ésta es de dos cuerpos y en ella la columna vuelve a recuperar su función de apoyo, después de los excesos ornamentales del churrigueresco. La torre del poniente, de un solo cuerpo, tiene pilastras toscanas; la del lado opuesto no alcanzó a ser construida. La portada de ingreso al pequeño atrio, ya de estilo neoclásico, sostiene en lo alto una talla en piedra de San Miguel, todavía barroca. Adosamientos posteriores le han quitado vista a esta fachada, única en su género en la ciudad. El templo conserva los retablos de madera tallada; el principal y los colaterales de los cruceros son también neóstilos y no están totalmente dorados. El principal tiene dos cuerpos con columnas corintias, estriadas y tritóstilas. Las imágenes de los tres altares han desaparecido. En la sacristía y en los anexos se conservan dos pinturas de betlemitas firmadas por Delgado, otra por Montes y varias más del siglo XVIII.
20. San José de Analco. Construida hacia 1700, esta iglesia estuvo atendida por los padres jesuitas. La fachada tiene columnas estriadas con el primer tercio profusamente decorado y capitel corintio. Las imágenes de piedra que originalmente ocuparon los espacios intercolumnios, ya no existen; las actuales son de elaboración reciente. El remate, en forma de ático, debe ser una añadidura neoclásica del siglo pasado, problamente de la misma fecha de la torre. Ésta, muy pobre, desentona con las proporciones del frontis. El interior hace poco fue remodelado; se amplió la planta a tres naves y se construyó un retablo de cantera, de dos cuerpos y con pilares tritóstilos, semejante a los de San Francisco y San Agustín.
21. San Sebastián de Analco. Este pueblo, hoy convertido en un barrio de Guadalajara, se fundó con indígenas llevados de Tetlán, quienes a principios del siglo XVII construyeron una ermita a su santo patrono. Al crecer la devoción y el culto, se le añadieron cinco tramos para formar un templo de tres naves y la edificación original se utilizó para alojar el presbiterio. Junto a esta fábrica y en sentido transversal al tercer tramo, se adosaron dos capillas laterales de cuatro bóvedas cada una. La más antigua, la del oriente, fue la primera en Guadalajara que se dedicó a Nuestra Señora de Guadalupe, en 1721. La del poniente se destinó a la Virgen de la Salud de Pátzcuaro a mediados del siglo XVIII. Cuando esta imagen michoacana fue trasladada al templo de San José de Analco, más de 100 años después, la familia Corcuera restauró el interior de la capilla en un estilo romántico tenebrista y nostálgicamente barroco, y colocó en el altar principal un Calvario de tamaño natural, bajo un dosel de columnas salomónicas. En el templo se venera a la Virgen del Refugio cuya devoción promovieron los jesuitas y después los franciscanos. La imagen, obra de Pablo Valdés, está pintada sobre tela, tiene forma oval y data de 1881. Las coronas de la Virgen y el Niño están sobrepuestas. Hace pocos años los testeros de las tres naves fueron remozados con revoleos tallados en piedra y dorados. Se conservaron los altares neoclásicos. Los candiles de cristal, de fines del siglo pasado, forman racimos de bombillas con olanes románticos. Los anexos, que en el pasado fueron convento y después seminario, se restauraron para darle mayor realce al Patio de Los Ángeles, cuya arquería se trasladó de Santa Mónica. La pintura de la Guadalupana está firmada por Francisco Antonio Vallejo en 1779. También se conservan óleos de Francisco de León, varios de los siglos XVIII y XIX, y una Alegoria de la Convención a la Gracia de Pablo Valdés. Los tres ingresos del conjunto son de estilo salomónico. El principal, el del templo de San Sebastián, tiene lineamientos dóricos, arco de medio punto y tres nichos en el segundo cuerpo, el de en medio arriba de la ventana coral. En el remate luce una Inmaculada de piedra. En las fachadas laterales se acentúan los elementos barrocos. En el ángulo noroeste, adosada al muro exterior del templo, está una cruz labrada en piedra de finales del siglo XVI, que procede del convento de San Francisco. La torre quedó a medio construir, hasta los capiteles del primer cuerpo.
22. Mexicaltzingo. La actual iglesia se construyó de 1803 a 1808, en el sitio donde estuvo desde el siglo XVI una capilla de indios dedicada a San Juan Bautista. Tiene planta rectangular de seis tramos. La fachada es neoclásica, con pilares estriados, capiteles corintos e ingreso de medio punto. La ventana coral está flanqueada por dos almenas y, sobre ella, una hornacina sirve de remate. Estos elementos están enmarcados por una media caña o filete que sigue el curso de un arco peraltado. Originalmente hubo sólo una torre, de base rectangular y dos vanos por lado, construida hasta el primer cuerpo. Más tarde se levantó la del poniente, que también se encuentra inconclusa. El interior se estaba remodelando en 1984.
El nuevo retablo es la cantera, con columnas tritóstilas, semejante a los de San Francisco, San Agustín y San José de Analco. Ocupa el nicho principal el Señor de la Penitencia, un Cristo de pasta de caña de maíz elaborado en Pátzcuaro por la familia Cerda. Este crucifijo perteneció al convento de San Francisco y ya muy viejo, los frailes quisieron quemarlo para obtener la ceniza del miércoles inicial de cuaresma, pero un indio que ahí trabajaba consiguió que se lo obsequiaran y lo llevó a restaurar con las monjas dominicas de Jesús María, en cuyo coro bajo, cuenta la tradición, se renovó milagrosamente. En los anexos del Templo se conserva una Glorificación de San Juan Nepomuceno firmada por Cabrera.
A partir de la creación de la arquidiócesis de Guadalajara en 1538 florecieron importantes iglesias en la región.
Secretaría de TurismoIglesia de El Carmen, en Guadalajara, Jal.
AEMJalisco cuenta con gran cantidad de iglesias coloniales.
Planeación y promoción, S.A.La catedral de Guadalajara se inició en 1561. En ella se combinan varios estilos arquitectónicos.
Luis MárquezSantuario de San Juan de los Lagos, Jalisco
AEM - GUADALAJARA, CRISTÓBAL
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Nació y murió en México en el siglo XVII. Geógrafo, fue autor de un mapa del Lago mexicano, que Francisco Gemelli Carreri publicó en la parte de su libro La vuelta al mundo dedicada a la Nueva España.
- GUADALAJARA, JAL
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(Del árabe wad-al-hid-jara, río de las piedras). Ciudad capital del estado de Jalisco y cabecera del municipio de su nombre. Según el Censo General de Población en 1980 tenía 1 626 152 habitantes (1 628 617 en 1990). Sin embargo, la ciudad ha desbordado el perímetro del municipio y ha invadido los de Tlaquepaque y Zapopan, sin que sea fácil distinguir el límite que políticamente los separa. En esta área conurbada vivían en 1980 un total de 2 192 557 personas, o sea el 50.1% de la población total del estado, y en 1990 la población ascendía ya a 2 847 000 habitantes.
El valle de Atemejac, donde se asienta Guadalajara, está limitado, al noroeste, por el cerro del río Blanco; al norte, por la mesa de San Isidro; al nordeste, por la ceja de la barranca del río Grande o Santiago; al oeste y al sureste, por las lomas basálticas que van desde el cerro de la Reina, en Tonalá, hasta La Junta; al sur, por los cerros del Cuatro, Santa María y el Gachupín, y al suroeste y oeste, por la sierra de La Venta. Comprende áreas de los municipios de Guadalajara, Tonalá, Tlaquepaque y Zapopan, aloja las cabeceras de éstos y engloba los poblados de San Gaspar, Salatitán, El Rosario, San Andrés, Tetlán, Santa Cruz, Las Juntas, Ciudad Granja, Jocotlán, San Juan Ocotán, Los Belenes, Atemajac, La Experiencia, El Batán, Huentitán el Bajo y Huentitán el Alto.
Drenan el valle, en dirección noreste el río de San Juan de Dios y sus afluentes; los arroyos del Caballito, Hondo, de Atemajac y del Chicalote, por el centro y el poniente del área; y por el oriente, los arroyos de San Andrés, de Osorio y de San Gaspar. Aquél tiene una cuenca de 23 400 ha; éstos, de 6 600, de suerte que todo el valle abarca una superficie de 310 km2, porque a él se añaden las mil hectáreas que desaguan directamente al río Santiago. La menor altitud, de 1 360 m sobre el nivel del mar, está en el sitio donde descarga el arroyo de Osorio; la mayor, de 1 870 m, en la cumbre del cerro del Cuarto. La elevación promedio de la ciudad es de 1 560 m, y la de la Plaza de Armas, de 1 545.
Posición geográfica. En 1577, según Matías Ángel de la Mota Padilla (Historia de la conquista de la provincia de la Nueva Galicia), el cosmógrafo real Juan López de Velasco consiguió que se ordenara a la Audiencia de Guadalajara aprovechar el eclipse de Luna del 26 de septiembre se ese año para determinar la posición geográfica de esa ciudad. El historiador no menciona cuáles fueron los resultados; pero él mismo, que escribió en 1741, concluyó que la longitud sería de 267°, equivalentes a los 93° de Greenwich, o sea un punto en pleno golfo de México.
En el Diccionario hispanoamericano de Antonio Alcedo (1787) se dan 108° 20, longitud que viene a caer en el océano Pacífico, y en la obra del cartógrafo Oltmanns (Untersuchungen uber die Geographie das Continents, 1810), las coordenadas atribuidas a Guadalajara corresponden a la población de Mascota. En parecido error, originado en la impresión de las mediciones sobre el Atlántico, incurrió el capitán José María Narváez, autor de la carta de Jalisco publicada en Bruselas en 1842.
Hacia fines del siglo XIX ya se habían publicado los trabajos de Francisco Díaz Covarrubias (v. GEODESIA), de modo que los métodos astronómicos para la determinación de coordenadas eran familiares a los ingenieros. En diciembre de 1880, Ángel Anguiano dispuso sus instrumentos en la azotea de lo que hoy es el museo del estado y obtuvo como promedio 20° 40 45 de latitud, y 16 15 de diferencia con la hora de la ciudad de México, que corresponde a una longitud de 103° 20 15. Tres años más tarde, los ingenieros Leandro Fernández y Carlos F. de Landero repitieron las observaciones y sólo obtuvieron diferencias insignificantes. En 1894, Agustín Pascal, astrónomo y geodesta que se propuso hacer la carta del estado, hizo una nueva determinación esencialmente igual a las anteriores. Nada volvió a ocurrir hasta 1940. En ese año, bajo la dirección del ingeniero Gabriel Ortiz Santos, se midió una base de 8 km en lo que hoy es la avenida López Mateos, para establecer el origen de las coordenadas en su extremo norte, frente al Club Guadalajara 103° 22 28 de longitud y 20° 41 35 de latitud, y formar una triangulación geodésica de nueve vértices, de cuyos monumentos sólo quedan cuatro, parcialmente destruidos. Entre 1941 y 1952 hicieron trabajos topográficos en zonas urbanas y rurales del valle, la Secretaría de Salubridad, la Comisión Nacional de Irrigación y la Junta Local de Ingeniería Sanitaria, todos con el propósito de localizar y proyectar aprovechamientos hidráulicos. En el curso de los 10 años siguientes, la Comisión Lerma-Chapala-Santiago, confió al ingeniero Juan Mora López el levantamiento de una faja de terreno desde el valle de Las Pintas hasta el camino a Colimilla, y a tres brigadas la configuración de otras áreas en los ríos Blanco y de San Juan de Dios, en los arroyos Hondo y el Caballito, en Zapopan y Atemajac, en La Experiencia y Los Belenes, y en la zona de aguas broncas al oriente de Ciudad Granja. En 1961, la propia Comisión hizo el primer intento para completar el levantamiento topográfico, añadiendo 4 700 ha en el sureste del valle, entre Las Juntas y San Gaspar, a las ya controladas. En 1965 se hicieron reducciones y ligas, escalas 1:1 000 y 1:2 000, de los trabajos aislados anteriores: vasos del Deán y El Álamo, zona de riego del canal poniente y poblados de Las Juntas, Tateposco, Tonalá, Coyula, Salatitán, Tetlán, San Gaspar, Huentitán, Atemajac y Tesistán; se levantaron las 15 mil hectáreas restantes, se remitieron a las coordenadas de la triangulación primitiva todas las mediciones y se hicieron nivelaciones complementarias en 3 700 nuevos cruceros urbanos. En estas condiciones, bajo la dirección del ingeniero Nicolás Díaz Infante, en 1969 se revisó, comprobó y actualizó en el terreno y por sobreposición fotogramétrica todo el conjunto; se extendió a una explanada en la ceja de la barranca y se ligó, finalmente, con la topografía de los ríos Verde y Santiago. De este modo, y al cabo de 30 años de la última etapa, se dispuso de un plano del valle y de la ciudad de Guadalajara a escala 1:5 000, con curvas de nivel cada metro, que cubre una superficie de 42 700 ha, o sea 427 km2. El levantamiento consta en 47 hojas. Las coordenadas que oficialmente se aceptan para la ciudad son 20° 40 de latitud norte y 103° 23 de longitud oeste.
Clima. Dos veces pasa el Sol por el cenit de Guadalajara: el 24 de mayo y el 18 de julio. Entre una y otra fecha el Sol declina hasta el Trópico de Cáncer, cuya latitud alcanza el 23 de junio. Coincidiendo con la etapa de máximo calor, sobrevienen las lluvias, de modo que cuando es mayor la radiación solar la temperatura se torna benigna en el límite de los 19 °C. A este fenómeno los meteorólogos le llaman anomalía de verano; los tapatíos, una bendición del cielo. Al sabio presbítero Severo Díaz, quien desde 1903 observó el comportamiento de estos meteoros, debe la ciudad el descubrimiento de los mecanismos de su clima: al descenso de la temperatura en el norte del continente se sigue de fijo una lluvia en Guadalajara, muy a menudo sucedida por una helada, pues los vientos fríos que proceden del este de Estados Unidos chocan con las masas de nubes en el cielo de la ciudad, las condensan y las precipitan. Y cuando ocurren en aquellas regiones los grandes calores del verano, en el valle de Atemajac aparece la canícula de agosto, lapso bochornoso, húmedo, aunque pasajero. El clima medio es de 19 °C, con máxima de 31 °C y mínima de 5 °C; aquélla en mayo, a las 3 de la tarde; ésta en diciembre, a las 6 de la mañana. La lluvia es de 851 mm como promedio. Dos hechos excepcionales constan en los registros: la nevada de febrero de 1881 y los 38.6 °C a la sombra del 4 de junio de 1936.
Geología. El valle de Atemajac estuvo cubierto por las aguas en el remoto pasado geológico. Junto con él, los vasos de Chapala, Zacoalco, Villa Corona, Sayula y Ciudad Guzmán, y los planes que van desde Atotonilco y La Barca hasta Ameca, debieron formar parte del Gran Lago Mioceno, de cuya superficie sólo sobresalían las sierras y los volcanes; pero el constante aporte de lavas y el transporte de tierras por los aluviones fueron llenando los fondos, hasta que al fin, en el Cuaternario, las lluvias diluviales rompieron los bordes que contenían las aguas y éstas abrieron profundos tajos por donde se despeñaron los ríos y arrastraron los materiales, nivelándolos en terrazas sucesivas, para configurar los valles. Uno de ellos, el de Atemajac, quedó al filo de la barranca del río Santiago.
En las inmediaciones de la ciudad actual hubo por lo menos dos volcanes: uno al sureste, cuyo antiguo cráter, ya desdibujado por la erosión, estuvo formado por los cerros del Cholo reminiscencia de Xólotl, Blanco, Viejo y del Gato, que alojan en su centro al pueblo de Tateposco; y otro, al suroeste, en la sierra de La Venta, donde aún se advierten signos de actividad orogénica: tenues emanaciones con olor a azufre y el nombre de una cumbre, Popoca, que alude a su condición humeante. El primero inundó de basaltos el área; el segundo lanzó pómez y obsidiana en su torno, y en su fase explosiva, uno y otro provocaron lluvias de ceniza y arena. Este último material le dio carácter al suelo de Guadalajara y nombre a Jalisco: de xalli, arena; ixtli, faz o cara, y por extensión llanura, faz de la Tierra, y co, locativo, que significa en la llanura de arena. El subsuelo de Guadalajara es una sucesión de capas de basaltos y arenas, hasta los 156 m de profundidad, donde se encuentran las rocas basales. Esto denota el predominio alternativo, a través del tiempo geológico, del fuego y del agua: rocas ígneas, luego modeladas y sepultadas por la lluvia y las corrientes, a su vez cubiertas por nuevas deyecciones, otra vez inundadas, en cuyas áreas de contacto se fueron depositando los limos aluviales y los jales de las erupciones. Con esas canteras y arenas iba a construirse la ciudad; con esos barros, a desarrollarse la alfarería. En 1956, durante la XX sesión del Congreso Geológico Internacional, se hicieron los planos de las subcuencas sepultadas y de la geología superficial del valle de Guadalajara.
Historia. En ese sitio vivieron, al final de la época prehispánica, grupos cocas, tecuexes y caxcanes. A diferencia de los mexica, los purépecha o los maya, nada dejaron que los recuerde; y aun es posible que hayan ignorado que en ese mismo valle, mucho tiempo antes, vivieron los quinametzin, hombres corpulentos que habrían de fundar Teotihuacan. En marzo de 1530 llegó a Tonalá, cabecera de los tecuexes, Nuño Beltrán de Guzmán, conquistador en busca del quimérico reino de las Amazonas; el 29 de ese mes, a Tlacotán, y en Semana Santa, a Nochistlán, ya en territorio del actual Zacatecas. Al año siguiente, entre el 15 de octubre y el 3 de diciembre, frente a la población indígena, en una mesa redonda, arroyo de por medio, Juan de Oñate, siguiendo instrucciones de Guzmán, fundó una villa, que en 1532 ya se llamaba Guadalajara. Tuvo sólo 16 manzanas y una vida precaria. El 24 de mayo de 1533, Guzmán decretó mudarla a otro sitio, más al centro de la provincia, que él llamaba Nueva Galicia para diferenciarla de Nueva España. El 8 de agosto siguiente, los colonos se instalaron en Tonalá, donde sólo estuvieron 18 meses, pues quedando su fundación al sur del Santiago entonces del Espíritu Santo, que era el límite entre las dos provincias, la Audiencia de México les nombró en ella un corregidor. Esto suscitó un enconado pleito y el 12 de marzo de 1535 volvieron a cambiarla, esta vez a Tlacotán, sobre la banda derecha del río, en un lugar estrecho e inaccesible. La población española llegó a tener templo, plaza mayor y calles tiradas a cordel que formaban 30 manzanas, con casas de madera y paja.
El litigio sobre la posesión de Tonalá fue dirimido en favor de Nueva España en 1537 por Diego Pérez de la Torre, enviado del Rey. Guzmán fue aprehendido y desterrado; Oñate y otros huyeron a Perú. Dos años más tarde, sin embargo, Santiago de Aguirre consiguió en la Corte que se adjudicaran a Nueva Galicia los terrenos del valle de Atemajac al sur del Santiago, se diera título de ciudad a Guadalajara, que aún estaba en Tlacotán, y se le concediera escudo de armas. Estas dos últimas gracias le fueron otorgadas el 8 de noviembre de 1539.
El escudo de la ciudad lleva dos leones puestos en salto, apoyadas las manos en un pino de oro realzado de verde, en campo azul; está limitado por una orla con siete aspas rojas en campo de oro; el timbre es un yelmo cerrado, y la divisa, una bandera colorada con una cruz de Jerusalén, en una lanza, con lambrequines. En la heráldica, los leones significan espíritu guerrero; el pino, perseverancia; las aspas, la victoria; la lanza, fortaleza con prudencia; la cruz, la defensa y la práctica del cristianismo, y el yelmo, el triunfo en los combates. A las figuras de un escudo se les llama cuerpo; a las palabras, alma. Y aunque el de Guadalajara no la tiene, tiempo después, a todo lo largo de la fachada de la catedral se inscribió esta leyenda latina, que vale por el alma que preside sus blasones: Nisi Dominus aedificaverit domum in vanum laboraverunt qui aedificant eam (Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen).
El carácter guerrero de las armas de la ciudad evocaba los encuentros entre españoles e indios que ocurrieron en 1535 y 1536, y presagiaba las batallas posteriores. En 1540 se generalizó la sublevación de los aborígenes, al mando de Tenamaxtli. Dos veces derrotaron a Miguel de Ibarra en el Mixtón, y en julio de 1541 a las fuerzas de Pedro de Alvarado, quien ahí perdió la vida; el 28 de septiembre emprendieron el ataque contra la ciudad: entraron en ella, la destruyeron, pero al fin fueron rechazados. A consecuencia de estos hechos, los pobladores determinaron mover su asiento al valle de Atemajac. Hizo la proposición Beatriz Hernández, quien para enfatizar que su única preocupación era el bienestar común, por encima de intereses parciales, inició y cerró su discurso con la frase ¡El rey es mi gallo! El 9 de octubre se hizo el empadronamiento para la asignación de solares: 16 castellanos, seis extremeños, 11 vizcaínos, 13 andaluces, nueve montañeses y ocho portugueses; o sea 63 hombres con sus familias.
En ese territorio ya existían los pueblos indígenas de Mezquitán, de tecuexes, y Mexicaltzingo, de mexicas, fundado éste por el virrey Antonio de Mendoza hacia mayo de 1540 en la margen izquierda del río de San Juan de Dios. Dos años después, junto con los colonos, se cambió al nuevo sitio fray Antonio de Segovia, que había ya puesto convento en Tetlán, llevándose a los otros franciscanos y a 500 indios, de suerte que fueron cuatro los núcleos que dieron origen a la nueva población. El 5 de febrero de 1542 fueron nombradas las primeras autoridades.
Hacia 1700 eran 500 los vecinos, otros tantos los esclavos negros y mulatos, e igual número los indios y mestizos sujetos a servidumbre. Por orgullo de raza, ningún español servía a otro: se dedicaban al beneficio de las minas en pequeña escala, a la cría y engorda de ganado y al cultivo del trigo y el azúcar; los pobladores de Analco, a su vez, se ocupaban en los oficios. La mayor parte de las construcciones eran de adobe y no había jardines; el agua dejó de escasear en 1740, cuando el padre Pedro Buzeta la introdujo desde el cerro del Colli; pero los drenajes, a cielo abierto, seguían siendo motivo de insalubridad. A mediados del siglo XVIII, los agustinos costearon los portales de la manzana que queda al suroeste de la plaza principal, y poco más tarde las monjas de Santa María de Gracia hicieron lo propio en la del poniente. En años posteriores, la ciudad se extendió al norte, gracias al hospital, al santuario y a las viviendas para gente pobre que el obispo fray Antonio Alcalde mandó construir por ese rumbo. Hasta entonces los tapatíos habían constituido una sociedad fundada en la modesta prosperidad del campo.
Al estallar la Guerra de Independencia, Guadalajara tendría 30 mil habitantes alojados en 300 manzanas. En pocos años llegó a 40 mil, pues los rancheros y los vecinos de las pequeñas localidades se refugiaron en ella para no sufrir las vejaciones de los partidos en pugna. En 1812 se cortaron los abastecimientos que provenían de la ciudad de México, y el gobernador realista José de la Cruz, al cabo de una campaña para limpiar de insurgentes el camino a Tepic, abrió el puerto de San Blas al comercio extranjero. Los mercantes de Inglaterra, Francia y Estados Unidos concurrieron con seguridad a ese fondeadero y dieron ocasión a una actividad económica inusitada: la capital novogalaica se convirtió en el gran centro de distribución del occidente, hubo amplias oportunidades para trabajar y la apariencia de sus calles y edificios fue cambiando al ritmo de la creación de nuevas fortunas. El segundo cuarto de siglo se significó por la construcción de la Escuela de Artes y Oficios, el Jardín Botánico, la Penitenciaría y el panteón de Belén; por la terminación del Hospicio Cabañas y por la adición del pórtico a la iglesia de Santo Tomás, que se pensó convertir en recinto del Congreso. En 1854 se terminaron las nuevas torres de la catedral.
Durante la Guerra de Tres Años (1858-1860) Guadalajara fue escenario de acontecimientos y combates decisivos para la vida de la nación. En 1858, del 14 de febrero al 20 de marzo, se hallaba en ella el presidente Benito Juárez, quien estuvo a punto de ser asesinado. Dos veces le puso sitio a la población el general Santos Degollado, en junio y en septiembre de ese año, hasta que logró conquistarla el 27 de octubre. En esa ocasión sobrevinieron los crímenes y el saqueo: el día 29 fueron ahorcados, uno en la plaza y otro en la puerta del Arzobispado, los conservadores Piélago y Monayo, y muerto a tiros, sin formación de causa, el general Jose María Blancarte. En los dos meses que dominaron la ciudad los liberales, se abrieron todas las calles que estaban cerradas por los conventos. Luego volvieron los contrarios, hasta el 30 de octubre de 1860, lapso en que ocurrieron algunos hechos extraordinarios: en 1859, el 10 de enero, la explosión del depósito de parque que había en Palacio y que dejó en ruinas todo el interior del edificio; en mayo, la coronación con laureles de oro del general Leonardo Márquez, y en septiembre, una aurora boreal. Y al año siguiente, en mayo, el destructor asedio del general José López Uraga; la construcción de una cadena de fortificaciones, en agosto y septiembre, y el despojo, en octubre, del oro y la plata de la catedral, para amonedarlos, perpetrado por el jefe conservador Severo del Castillo. El 27 de septiembre de 1860, el ejército de la República puso nuevo sitio a la ciudad: bajo un nutrido tiroteo se bloquearon los accesos, se cortó el agua y se demolió la mitad de la manzana contigua a Santo Domingo, para construir con esos materiales un terraplén y poner en alto algunas piezas de artillería. El 29 de octubre, tras una tregua para permitir el éxodo de la población civil, 125 cañones reiniciaron simultáneamente el fuego y bajo su protección emprendió el asalto la infantería. Se luchó palmo a palmo, muy a menudo a la bayoneta, hasta el día siguiente, cuando el primer obús disparado por los morteros fabricados en Ferrería de Tula dio en el blanco de San Francisco, donde los conservadores tenían su polvorín. El riesgo cierto de que al segundo impacto volara el viejo templo con el parque que almacenaba y los hombres que lo guarnecían, obligó a los conservadores a concertar la paz. Durante ese mes de batallas los liberales dispararon 7 500 proyectiles de artillería y 304 mil balas de rifle; los muros de las casas se horadaron, para eludir el poder ofensivo de los fortines; los muebles y enseres domésticos de cientos de viviendas sirvieron de parapetos; algunos edificios fueron minados y otros demolidos; las calles, rotas, en tareas de zapa, y los templos, bombardeados. En los baldíos se abrieron profundas zanjas para sepultar los cadáveres. En diciembre, las fuerzas de Jesús González Ortega y de Ignacio Zaragoza marcharon desde Guadalajara al centro del país, para consolidar en Calpulalpan la vigencia de la Constitución de 1857.
Los años siguientes fueron de reconstrucción. La mayor parte de los bienes inmuebles de la Iglesia fueron enajenados y la fisonomía de la ciudad cambió casi por completo con la construcción de jardines y nuevos edificios civiles. A principios de la década de los ochentas aparecieron los tranvías urbanos de tracción animal y en 1888 llegó el primer ferrocarril, símbolo de la modernidad y del progreso. En los noventas, Mariano Bárcena fundó el Observatorio Astronómico y el Museo Industrial, y el gobernador Luis C. Curiel mejoró el servicio de agua y construyó el drenaje.
Al iniciarse el siglo XX privaban en Guadalajara las heterogéneas manifestaciones del art nouveau, cuyas mejores muestras sobrevivientes son el edificio del Nuevo Mundo, con fachadas recamadas en los extremos, recuerdo de las labores de la mantelería; el Templo Expiatorio, de formas góticas, proyectado por Adamo Boari y continuado con extrema fidelidad por Ignacio Díaz Morales, y el Edificio Genoveva, almohadillado a la manera renacentista. De modo simultáneo a estos caprichos del tiempo, se adoptó la tendencia, muy norteamericana, de volver aparente la estructura de la construcción: el edificio y el hotel Fénix, ya modificados, obra de Guillermo de Alba, se opusieron a los últimos intentos de volver al pasado en aras del universalismo. El periodo de imitación cubrió las dos primeras décadas del siglo. En la tercera, después del conflicto armado revolucionario, se inició la búsqueda de una expresión local, esta vez bajo la influencia de la ciudad de México, donde el uso del tezontle y la cantera, muy a menudo reproduciendo alzados coloniales, se indentificaba con el nacionalismo. En los años treintas, la firma Barragán y Garibi, y los arquitectos Legarreta, Basave y Castellanos produjeron obras excelentes, en las cuales pudo ya expresarse un carácter propio y peculiar. De aquellos ejemplos parten las notas que siguen siendo características de la ciudad: la inscripción del funcionalismo en una composición recreada por patios y jardines; la prolongación de las dependencias domésticas hacia terrazas y corredores, para estar al aire libre y bajo techo; el uso de materiales locales, en especial el ladrillo, la cerámica y la cantera; el aprovechamiento de los árboles y las plantas para matizar la luz y la temperatura, y el apego a la exquisita tradición de poblar con rumores de agua viva la intimidad del espacio arquitectónico. En 1947 se fundó la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Guadalajara, y a partir de 1952 sucesivas generaciones de profesionistas han ido enriqueciendo con sus trabajos la naturaleza y las modalidades de la ciudad. Hoy son tantas las casas de mérito, desde las viviendas de interés social hasta las grandes residencias, que la suma de todas sus virtudes, asociada a la traza, al clima y a la limpieza del aire, confiere al conjunto de Guadalajara el rango inusitado de una urbe provinciana, en donde quisiera vivir quien la visita.
La ampliación de calles y la apertura de avenidas, para alojar en amplias vías el tráfico de vehículos, fue tarea que inició el gobernador J. Jesús González Gallo y que han continuado hasta la fecha sus sucesores. Estas obras se han hecho en el centro de la ciudad, para descongestionarlo; de un extremo a otro, para cruzarla sin demoras, y en la periferia, para expandirla. A diferencia de otras ciudades, donde las viviendas desbordan los límites urbanos, en Guadalajara los servicios preceden a las construcciones. La ciudad ha crecido a ritmo de los fraccionamientos, de los que ha llegado a haber 145 en momentos de máxima oferta. En las colonias residenciales no hay ostentación; en los barrios populares apenas en años recientes han aparecido los tugurios. De lo que es Guadalajara por su historia y sus monumentos, de lo que en ella se ha hecho en años recientes, y del espíritu invariable de progresar que ha normado su desarrollo, dan cuenta las principales zonas de la ciudad.
La zona del Centro se caracteriza por las plazas, de planta en forma de cruz latina, que parten de la catedral hacia los cuatro rumbos. La del Ayuntamiento llamada por el pueblo de Los Laureles, por los robustos ejemplares que exornan sus arriates aloja una gran fuente conmemorativa de la fundación de la ciudad, cuyo escudo, en bronce, descansa en un cilindro de mármol orlado por veneras. La de Armas, consagrada a magnificar las sedes de los poderes temporal y espiritual, tiene desde fines del siglo XIX un quiosco para las serenatas; el templete primitivo fue hecho por los soldados del 13° Batallón; el definitivo, por la Fundación de Arte Duval, de París. De hierro y con finos apoyos cariátides, jueves y domingos, al caer la tarde, es el escenario de los conciertos al aire libre que ejecuta la Banda del Estado. La Plaza de la Liberación recuerda a Miguel Hidalgo ahí presente en bronce y a los extremos de su heroísmo: la iniciación de la Independencia y la abolición de la esclavitud. El gran espacio con sólo dos fuentes, prados y árboles de flor está enmarcado por edificios a los que da unidad la cantera dorada con gabarros. En la de los Hombres Ilustres se construyó una rotonda para que en ella reposen los jaliscienses más distinguidos. Antes que de restos, la plaza se pobló de estatuas, a iniciativa del gobernador Agustín Yáñez, quien también añadió al círculo hipóstilo, el gabetario y el tetrápodo ceremonial. Las efigies representan a Valentín Gómez Farías, reformador; Pedro Moreno, insurgente; Enrique González Martínez, poeta; Manuel López Cotilla, educador; Manuel M. Diéguez, precursor revolucionario; Jacobo Gálvez, arquitecto; Clemente Aguirre, filarmónico; Luis Pérez Verdía, historiador; Leonardo Oliva, botánico; Agustín de la Rosa, benefactor; Ignacio Luis Vallarta, jurista; Agustín Yáñez, hombre de letras y gobernador ejemplar; el Dr. Atl y José Clemente Orozco, pintores. La mayoría son obra de Miguel Miramontes. Así, las cuatro plazas invocan la ciudad, sus potestades, sus gestas libertarias y el alma de sus muertos. Acaso ninguna otra comunidad mexicana haya expresado con tanta propiedad y orgullo los valores colectivos de la sociedad.
El Palacio de Gobierno antiguas Casas Reales se inició en 1643, según proyecto de Juan Francisco Espino, y se terminó en 1790. La fachada está resuelta, en general, con repisas y molduraciones rectas abajo y arriba de los vanos. La portada, en cambio, lleva en el primer cuerpo medias columnas de petatillo, dovelas alternadas entrantes y salientes y grandes roleos caracolados en las enjutas; en el segundo, estípites y una arquivolta adoselada, y en el tercero, el cubo del reloj, añadido hacia 1885 conforme al dibujo de Eduardo Villaseñor, donde todos los elementos anteriores fueron exagerados. Este barroco puramente formal aunque simbólico de las falsas apariencias con que se reviste la autoridad civil fue ridiculizado por José Clemente Orozco en un muro de la capilla del Hospicio Cabañas. Persuadido, además, el alarife colonial de que Si el Señor no custodia la ciudad, en vano vigilan los que la guardan, según la inscripción latina que corre a lo largo de la fachada (Nisi Dominus custodierit civitatem, frustra vigilat qui custodit eam), la fuerza pública está sólo aludida en los cañones de las gárgolas y en los petos y espaldares de piedra del almenado. En el periodo del gobernador Flavio Romero de Velasco (1977-1983) se remodeló el edificio y se pusieron al descubierto amplias galerías y estancias, patios y corredores que habían sido obstruidos por la desordenada multiplicación de oficinas a lo largo de muchos años. En la escalera del Palacio, Orozco pintó un Hidalgo monumental empuñando una tea, inspirado y amenazante, por encima de una masa humana víctima de la injusticia y poseída por la violencia. En contraste con el espíritu libertario, representó a un lado Las fuerzas tenebrosas el militarismo y el clericalismo y, al otro, el Circo político o Carnaval de las ideologías. En lo que fue la antigua capilla, reparada en 1872 por el gobernador Vallarta y convertida en recinto del Congreso, el propio artista exaltó la figura del cura de Dolores, esta vez como legislador y libertador de los esclavos. Desde 1982 el Poder Legislativo ocupa una finca del siglo XVIII en el lado norte de la Plaza de la Liberación. Originalmente, esa casa fue la residencia del obispo Juan Gómez de Parada. Sucesivas enajenaciones y distintos usos le causaron graves alteraciones. En 1980 la adquirió el gobierno del estado y la restauró por entero. Contigua a la sede del Tribunal Superior de Justicia y frontera a un costado del Palacio de Gobierno, su nuevo destino dio motivo para llamar Plaza de los Tres Poderes al gran espacio que brinda perspectiva monumental a los edificios circundantes.
Los frailes agustinos fueron los segundos que se establecieron en Guadalajara (1574). Su iglesia, a un costado del Teatro Degollado, tiene una torre en cuyo remate figura la mitra del santo de La Ciudad de Dios. Conserva la sacristía y el coro, con sillería muy modesta; todo lo demás fue modificado. El convento, que muchos años estuvo en ruinas, hoy aloja a la Escuela de Música de la Universidad del estado.
El 12 de diciembre de 1855, el gobernador Santos Degollado, reformista, decretó la venta de los ejidos de la ciudad para costear con su producto la construcción de un teatro en lo que era entonces la plaza de San Agustín. Cuatro meses después, la obra fue adjudicada, en concurso abierto, al arquitecto Jacobo Gálvez, y en mayo de 1859, cuando los conservadores dominaban la ciudad, se puso la piedra clave de la bóveda. El teatro iba a llamarse Alarcón, en recuerdo del dramaturgo; pero en junio de 1861, recién asesinado el Santo de la Reforma, se le puso el nombre de Degollado por decreto del liberal Pedro Ogazón. Y el 13 de septiembre de 1866, bajo el Imperio, se inauguró con la actuación de Ángela Peralta, interpretando, para la compañía de Annibale Bianchi, la ópera de Donizetti Lucia de Lammermoor. Gálvez, en colaboración con Gerardo Suárez, decoró la bóveda con escenas del Canto IV de La divina comedia. Cien años más tarde el edificio fue totalmente revestido de cantera, y sustituido por un relieve de mármol de Benito Castañeda, el mosaico veneciano Apolo y las Musas que en 1958 ejecutó Roberto Montenegro para el frontón del pórtico.
El Museo de Guadalajara ocupa, desde 1918, el edificio que fue sucesivamente Seminario Conciliar de San José a partir de 1701, cuartel varias veces y Liceo de Varones de 1861 a 1914. La fachada tiene columnas corintias, entablamento y perillones; un nicho con la imagen de San José y el águila en relieve que hasta 1939 estuvo en la portada de la vieja Universidad. El patio principal lleva arcos de medio punto y espadaña, con portadas bajo los corredores: unas barrocas y otra del siglo XVI, rescatada de una finca privada. La colección de pinturas que guarda es el mejor y mayor acervo de la institución: lienzos coloniales de José Aguilar, Diego de Cuentas, Francisco de León, Antonio Enríquez, José Ibarra, Manuel y Julián Montes, y Antonio Sánchez; 14 óleos alusivos a la vida de San Francisco, falsamente atribuidos a Murillo, y dos obras que al parecer son de Francisco de Zurbarán San Elías y San Jerónimo, las mejores pinturas que hay en Guadalajara, a juicio de Leopoldo I. Orendáin; cuadros decimonónicos de Félix Zárate y notables anónimos con escenas históricas y cotidianas; pero, muy especialmente, algunas de las primeras obras de David Alfaro Siqueiros, Carlos Orozco Romero, Xavier Guerrero, José Luis Figueroa y Gerardo Murillo (el Doctor Atl), así como producciones tempranas de los miembros del Centro Bohemio: José Guadalupe Zuno, Ixca Farías, Joaquín Vidrio, Carlos Sthal y Amado de la Cueva.
Un costado del edificio del viejo Liceo estuvo destinado a la Biblioteca Pública, fundada en 1861 para reunir los libros de los conventos recién extinguidos. El establecimiento se abrió al público en 1874, con 20 mil volúmenes. Hoy, en su nuevo local de la Casa de la Cultura, tiene 350 mil. Entre los más valiosos ejemplares que conserva se ecuentran las Comedias Latinas, de Plauto, impreso en Venecia en 1518; el cedulario que formó el oidor Vasco de Puga con el título de Provisiones, cédulas, instrucciones de S.M., hecho en México, en la casa de Pedro Ocharte, en 1563, y los Elogios fúnebres, de fray Antonio Alcalde, editados por Mariano Valdés Téllez Girón en 1793, el mismo año en que se estableció la imprenta en Guadalajara.
El Palacio del Ayuntamiento fue construido durante la administración del gobernador González Gallo en ese estilo extemporáneo que se denomina oficial. Más tarde Gabriel Flores pintó los muros de la escalera con escenas anecdóticas de la historia de la ciudad, y José Guadalupe Zuno hizo un retrato de Juárez en el salón de recepciones.
La zona del Agua Azul forma parte de la ciudad desde 1885, cuando la Legislatura la incorporó al municipio de Guadalajara y el gobierno del estado compró el potrero y los baños de ese nombre a Antonio Álvarez del Castillo, para aprovechar sus manantiales en el servicio público. Las siguientes administraciones desecaron la ciénaga de La Joya que ahí existía, sembraron árboles, formaron un lago cegado después, colocaron una puerta monumental más tarde demolida, trazaron calzadas una de ellas con esculturas, dedicadas a los músicos, cultivaron prados, levantaron frontones e hicieron albercas, hasta que al fin vino a quedar, bordeado y cruzado por calzadas, a medida que fueron fincándose sus inmediaciones, convertido en el parque de recreo popular por excelencia. Ahí se celebran conciertos dominicales al aire libre y un festival anual a beneficio de los desayunos escolares. En esta ocasión el pueblo come y se divierte en puestos atendidos por damas de la sociedad. Durante el gobierno de Juan Gil Preciado (1959-1965) se dispuso de fracciones del parque para alojar edificios de mérito: el multifamiliar Guadalupe Victoria y dos obras del arquitecto Eric Coufal. Una de ellas, el Teatro Experimental, está concebido a base de recios volúmenes escalonados cubos, pirámides truncadas, cilindros, hechos con piedra, cantera de La Experiencia y mármoles de Juchitlán; lleva en el vestíbulo una escultura en concreto de Olivier Seguin La Tragedia y la Comedia y en la sala de distribución un gran mural de Gabriel Flores. La otra es la Casa de las Artesanías, inspirada en la arquitectura tradicional tapatía, que ostenta una puerta cerámica de Jorge Wilmot, donde se exhiben y venden las mejores muestras de arte popular de Jalisco.
Deseoso el propio mandatario de rendir homenaje al presidente Benito Juárez en el centenario de las Leyes de Reforma (1960), dispuso la construcción de una gran plaza que llevara el nombre del Benemérito de las Américas, destinando para ello parte de los terrenos que ocupaban los patios de la antigua estación del ferrocarril. Esta obra, confiada al arquitecto Julio de la Peña, comprende un gran espacio de 230 por 60 m en cuyo extremo sur se colocó la estatua que por muchos años estuvo en la calzada Independencia, y una glorieta monumental, con fuente de planta elíptica, de 120 m en su eje mayor. En la plataforma que aloja, sobre un pedestal de granito negro, el bronce de Juárez, que así se quiso conservar y ennoblecer, se erigió una estela de 33 m de altura, revestida con cantera blanca de Jalisco, y más tarde, concéntrico al hemiciclo de las 21 banderas americanas, se puso un cancel escultórico de bronce, obra de José Chávez Morado, con alegorías patrióticas de la Guerra de Tres Años. La Plaza Juárez espacio total de 40 mil metros cuadrados, incluyendo las calles adyacentes vino a completar el conjunto formado por el Parque Agua Azul, la Casa de la Cultura Jalisciense y el Pabellón de Arqueología, cuyos edificios, proyectados también por Julio de la Peña, se hicieron a iniciativa del gobernador Yáñez. La Casa de la Cultura primera de su género en el país es toda de cantera de Huentitán y consta de un patio porticado, con la estatua de José María Vigil; aulas, cafetería, sala de exposiciones, auditorio y oficinas para 10 sociedades científicas y literarias, y de las instalaciones para la Biblioteca Pública del estado. José Servín pintó para esa institución un Prometeo, Mario Medina un mural transportable con el tema de las artes y las ciencias ya desaparecido, y Gabriel Flores una evocación de la imprenta y el Parnaso de Jalisco. Esta última pintura, realizada en la cúpula de la sala de lectura, cuando el artista tenía 23 años de edad, es una notable composición en trazos firmes y tonos suaves de las figuras de Vallarta, Severo Maldonado, López Portillo, Calderón, Gutiérrez Hermosillo, Vigil, Rivera, González Martínez, Bárcena, Plascencia, Azuela, Otero y López Cotilla.
El Pabellón de Arqueología es un pequeño y bajo edificio, con muros en talud, de muy nobles proporciones, hecho en dos meses para alojar las piezas rescatadas al saqueo y al comercio ilícito. Contiene muestras cerámicas del occidente Nayarit, Jalisco y Colima, algunas excepcionales, como El pensador, y los únicos objetos prehispánicos de oro y plata encontrados en territorio de la entidad. En los paramentos exteriores se hicieron labrar, por maestros canteros, algunas ilustraciones de códices. En el jardín que va de un edificio a otro se acomodaron en 1958 los ruinosos fustes de la columnata que fue retirada de la cúpula del Hospicio Cabañas, lo cual da un tono de melancolía al soto de tabachines, nochebuenas y jacarandas. Otra muestra de cómo la ciudad debe cuidar sus viejas piedras es la arquería del Colegio de Niñas que se colocó al extremo del prado.
Enmarcan el escenario de la plaza, por el poniente, algunos edificios convencionales, entre otros el del Instituto Mexicano del Seguro Social, con el amaneramiento de sus boveditas de concreto y sus plastones en la fachada; al sur, la impersonal estación de ferrocarriles, como telón de fondo, y al norte las dos altas torres del Hotel Sheraton y el Condominio Guadalajara, símbolos del funcionalismo escueto, obligado por los valores del suelo.
La zona de San Francisco. Fray Francisco de Segovia, que había ya puesto convento en el pueblo de Tetlán desde 1531, se cambió con todos sus hermanos al sitio de Analco al otro lado del río de San Juan de Dios cuando en 1542 los colonizadores españoles decidieron trasladar Guadalajara al valle de Atemajac. Junto a los frailes formaron pueblo 500 indios cocas y tecuexes; pero más tarde aquéllos se pasaron a la otra banda, donde los mexica que acompañaron al virrey Mendoza habían fundado Mexicaltzingo. Hacia 1611, las primitivas chozas de los religiosos eran ya instalaciones formales, con una iglesia de planta basilical y techo mudéjar artesonado; pero en 1655 se emprendieron modificaciones, de suerte que a fines del siglo XVII ya tenía otra apariencia: una sola nave, con torre, bóvedas y cúpula, cuya fachada, limitada por dos contrafuertes, lleva columnas salomónicas pareadas, con santos en las entrecalles, y una arquivolta en cuyo tímpano está la Purísima Concepción. Coexisten el águila bicéfala coronada, en la peana de la Virgen, y el águila nacional, bajo la ventana del coro. A fines del siglo XVIII, el neoclásico, impuesto por Carlos III, destruyó los retablos barrocos; durante la Reforma desaparecieron el atrio, la huerta y todas las casas de oración anexas, salvo la capilla de Aranzazú; en 1934 se vendieron en 11 mil pesos los últimos predios conventuales, y el 14 de abril de 1936 un incendio acabó con el resto, inclusive con Nuestra Señora de los Ángeles, una de las cuatro imágenes regaladas a la diócesis por Carlos V. El templo se reconstruyó en años posteriores y en 1970 se develó la arquería que había quedado oculta en un depósito de tequila.
Calle de por medio quedó la capilla de Aranzazú, desembarazada en 1970 de la Casa del Estudiante que tuvo adosada desde 1939. Es toda de sillería y tiene una sobria portada con elementos dóricos y una esbelta y fuerte espadaña; en su interior se encuentran los únicos retablos dorados sobrevivientes en Guadalajara.
Próximos a San Francisco están el edificio del Banco Internacional, proyectado por Eric Coufal, notable por la cúpula de concreto que cubre el área de servicio al público, con dos balcones circulares en cantilíber, que corresponden a las plantas superiores, y la estructura de triángulo esférico aparente; y el edificio de Sears Roebuck, obra de Teodoro González de León, donde por vez primera en la ciudad se usaron muros precolados de grandes dimensiones. Hacia 1959, el propio arquitecto ya había utilizado, en la Unidad José Clemente Orozco del cerro del Cuatro, techos de una sola pieza, prefabricados en planta.
La zona de San Juan de Dios. Cuando el 30 de diciembre de 1958 fue inaugurado el Mercado Libertad, cambió por completo la fisonomía del barrio de San Juan de Dios. Donde antes se hacinaban, cubriendo por entero el espacio público, barracas y puestos fijos y ambulantes, se amplió y abrió al tránsito la calle Javier Mina, que desahoga la ciudad hacia el poniente, y el gran centro de dos plantas que aloja a 1 500 locatarios. La mayor área bajo techo está cubierta por losas alabiadas, cuyos ángulos enhiestos dan al conjunto un perfil de feria. En las galerías, patios y plazas se expende todo lo imaginable: alimentos frescos y abarrotes, ropa y calzado, telas y cordobanes, artesanías, comida y bebidas, flores y frutas, pollos y pájaros, amuletos y yerbas medicinales. El proyecto fue la tesis recepcional del arquitecto Alejandro Zohn, quien aparte otras obras importantes construyó en 1969 la Plaza del Sol, centro comercial que se anticipó, al término de la calzada Mariano Otero, al crecimiento de la ciudad por ese rumbo. El mercado está unido por dos puentes para peatones a lo que resta del antiguo establecimiento de los religiosos de San Juan de Dios: la arquería que fue del claustro y la iglesia. La placita de Los Mariachis, adyacente y contemporánea, forma parte en temporada y por las noches del itinerario de la diversión tapatía.
El Hospicio Cabañas fue diseñado por Manuel Tolsá a fines del siglo XVIII, construido en su mayor parte por José Gutiérrez y terminado, hacia 1845, por Manuel Gómez Ibarra, con la edificación de la capilla. Salvo el periodo en que José de la Cruz, último gobernante virreinal, lo convirtió en cuartel situación que luego se prolongó hasta 1827, sirvió al mismo propósito hasta 1980: el cuidado de los niños huérfanos. Buen ejemplo del neoclásico, tiene pórtico con frontón triangular, extensos corredores, 23 patios y una multitud de dependencias. Lo ha hecho universalmente famoso la decoración pictórica de la capilla, hecha por José Clemente Orozco en los años treintas. En general, el tema desarrollado por el artista de Zapotlán es un resumen conceptual universalista de la fisonomía histórica de México: el sanguinario y tremendo mundo indígena; la inspiración heroica y religiosa de la Conquista, sólo equivalente a su violencia; la visión de los agredidos, premonitoria del maquinismo; los signos tutelares de la ciudad y las fuerzas que la amenazan; los extremos del servicio social y de la demagogia, y los riesgos de la enajenación y de la dictadura. En las pechinas, la Revolución; en el anillo, las actividades creativas, y en la cúpula, sobre las alegorías antropomorfas de la imaginación, la reflexión y la creación, el hombre de fuego, envuelto en llamas, consumiéndose en su propia necesidad de realizarse. El edificio es actualmente sede del Instituto Cultural Cabañas, el más importante de su índole en la ciudad.
El Centro Metropolitano. En 1982, el espacio de la Plaza de la Liberación o de los Tres Poderes se prolongó hacia el oriente, desde el Teatro Degollado hasta el Hospicio Cabañas. Para despejar esta superficie de 70 mil metros cuadrados, llamada Centro Metropolitano, tuvieron que demolerse las casas de nueve manzanas y partes considerables de otras tres. Se quiso acabar así con una zona de apariencia precaria y enriquecer a la vez el corazón de la ciudad con nuevas plazas, paseos y servicios. El área remodelada está limitada al norte por el eje Hidalgo-República, al oriente por la calle Cabañas, al sur por las de Dionisio Rodríguez y Morelos, y al poniente por la de Cruz Ahedo. Tres hectáreas, propiedad de particulares, se destinaron a la construcción de 70 nuevos edificios para comercios, oficinas, hoteles, restaurantes y cines; y las cuatro restantes, a circulaciones y espacios abiertos, con medio centenar de fuentes y juegos de agua, bancas y unos 1 500 árboles. Asociados a este proyecto se construyeron un túnel vehicular, dos grandes estacionamientos subterráneos para 4 500 automóviles, y un sistema de circulación que incluye los ejes Hidalgo, República, Vallarta, Juárez y Mina. El túnel dividió en dos la corriente de tránsito: por la superficie caminan quienes van al Centro y por abajo quienes únicamente lo cruzan. En el Centro Metropolitano se distinguen varias partes: la Plaza de los Fundadores, dispuesta en el sitio donde originalmente se asentó la ciudad; el Paseo del Degollado, a un lado del teatro; la Plaza Tapatía, sobre la calzada Independencia; el Paseo del Hospicio y la Plaza José Clemente Orozco. Los pasajes de los Jugueteros, los Alfareros, los Herreros y los Monosabios dan salida a jardines o calles de zonas aledañas. En la fachada posterior del Teatro Degollado se colocó una composición escultórica, de tres metros de alto por 21 de largo, que recuerda a los fundadores de la ciudad; en la fuente central, una alegoría de La Flama, de 22 m de altura, símbolo de la espiritualidad jalisciense; en la confluencia de las calles de Grecia y Morelos, una recreación en bronce del escudo de Guadalajara, de 6 m de altura; y en el lado sur del Hospicio, 14 caballos en estampida, fundidos en el mismo material.
La zona de fray Antonio Alcalde. A consecuencia de la epidemia de 1786, el obispo fray Antonio Alcalde promovió la construcción de un nuevo edificio para el Hospital de San Miguel de Belén, antigua fundación de capacidad insuficiente y medios precarios. En mayo de 1794 se terminó la obra, apta para alojar mil camas, cocinas, lavaderos y otros servicios. El edificio consta de siete grandes salas que concurren a una rotonda abovedada, máximo desarrollo de la planta cruciforme que introdujeron los Reyes Católicos a la arquitectura hospitalaria. La institución significó tan considerable progreso que casi 200 años después sigue siendo, en su género, el centro más importante del occidente del país. Años antes, en 1792, al establecerse la Real Universidad Literaria de Guadalajara, fueron creadas las cátedras de medicina y cirugía, y en 1796 se recibió el primer médico, Mariano García Diego. Desde un principio esta escuela funcionó anexa al hospital, de modo que mutuamente se complementaban y de manera conjunta cuidaban la salud del vecindario, antes confiada por el Ayuntamiento a un personaje múltiple, que hacía oficios de cirujano, enfermero, botánico y barbero. En 1956, para atender la demanda de una población en constante aumento, el gobierno local emprendió la edificación de un nuevo hospital general-escuela; aquél, de 15 pisos, para 500 camas, fue abandonado por las administraciones posteriores cuando sólo le faltaban equipos y acabados; ésta, en cambio, empezó a funcionar en 1961. El conjunto, de gran interés, es proyecto del arquitecto Enrique de la Mora.
Anexo al Hospital Civil, aunque con entrada por la calle de Belén, donde desemboca Sarcófago, se encuentra el panteón de Santa Paula, dedicado a esa matrona romana porque en el siglo IV mandó edificar dos monasterios en la ciudad de Cristo y de David. Se trata de una superficie cuadrada, en cuyos lados norte y poniente se dispusieron por Manuel Gómez Ibarra, entre 1848 y 1850, largos corredores porticados: la columnata, del orden jónico, con guirnaldas uniendo las volutas, y el muro, con gavetas, formando densa cuadrícula de lápidas, algunas con labrados de mérito. Ahí existieron, adosadas, coronas y flores de porcelana, que hoy adornan, al parecer sin rubor, no pocas salas de Guadalajara. El espacio abierto lo dominan los árboles y los remates apuntados de los monumentos, de inspiración gótica, algunos obra de Jacobo Gálvez, y otros, como el mausoleo central que fue Rotonda de los Hombres Ilustres, del propio Gómez Ibarra. Y como abandonados entre la maleza, símbolos amables de la muerte; relojes de piedra, detenidos; urnas con anclas echadas, columnas truncadas, libros abiertos e inconclusos, esculturas dolientes. La simbología funeraria ofrece un resumen en la fachada: el tiempo, por encima de todos los oficios y dignidades civiles y eclesiásticas. En 1968, este inestimable cementerio fue restaurado tan bien que nada advierte el observador. Desde entonces se le llama panteón romántico.
Una de las mayores obras del gobernador González Gallo fue la calzada Manuel Ávila Camacho, que comunica Guadalajara con Zapopan y parte de la glorieta donde culmina la avenida Alcalde. El gobernador Yáñez mandó levantar en ese sitio el nuevo edificio de la Escuela Normal de Jalisco, con dos grandes cuerpos de aulas dispuestas en ángulo, un teatro al aire libre, de corte romano, y locales anexos para jardín de niños y primaria. El proyecto es del arquitecto De la Mora; tiene un mural de mosaico de piedra que iba a ser de cerámica, en la fachada, obra de Chávez Morado, y otro en el auditorio, debido al pincel de Francisco Sánchez Flores. El monumento al magisterio cantera y bronce es de Miramontes. En la siguiente administración, el gobernador Gil Preciado hizo edificar el Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, dispuesto en círculo convexo, frente a la Normal, glorieta de por medio. Ahí pintó Gabriel Flores La ciencia y la filosofía, al exterior, bajo techo, con gran aliento. Próxima está la Casa de la Juventud, que también procede de esa época, ennoblecida por un mural de Jorge Martínez, el maestro de varias generaciones.
El Parque Alcalde, que desde 1960 comparte la popularidad del Agua Azul, haciendo sus veces en el norte de la ciudad, es una obra ejemplar de rehabilitación de un área insalubre y degradada. Cinco cuadras atrás del Santuario de Guadalupe, las manzanas terminaban en una depresión donde se acumulaban los desperdicios urbanos y las aguas negras, que después escurrían por un estrecho cauce. En ese sitio, un joven arquitecto, Alberto Arouesty, hizo por encargo del Ayuntamiento la remodelación de cerca de 150 mil metros cuadrados, donde aprovechó los desniveles para alojar una fuente monumental con centenares de surtidores, dispuesta en anfiteatro, bajo cuyo tazón central circulan las parejas; un lago, con isla y monumento; terrazas con hongos de cascarón de concreto, que eran entonces novedad en Guadalajara; parque infantil, jardines, arboretum y un pequeño invernadero.
La estatua de fray Antonio Alcalde está frente al Santuario de Guadalupe, que él mandó construir en 1777. La fachada del templo, muy a pesar de sus formas nada habituales, ha sido siempre familiar a los tapatíos porque sin duda recuerda, en los gruesos y moldurados machones que franquean la entrada, a los haces de columnas con entablemento de la catedral, y en las dos fuertes espadañas, a la que remata la capilla de Aranzazú. De planta de cruz latina, tiene una gran cúpula recubierta de azulejos. El Santuario dio nombre al barrio, y a éste han dado fama una pléyade de distinguidos intelectuales y hombres públicos. Cerca está el Santuario de San José, construido de 1880 a 1890 en el sitio donde estuvo Santo Domingo, completamente destruido durante la Guerra de Reforma. Una calle, una plaza, un muro, una placa y una lista de nombres recuerdan las batallas decisivas que ahi libraron los liberales.
Las Universidades. En 1585, en ocasión del Concilio III Mexicano, la Compañía de Jesús recibió autorización para establecerse en Guadalajara; en tal virtud, el padre Mateo de Illescas empezó a dar clases de gramática bajo un cobertizo, y en 1590 se fundó el Colegio de Santo Tomás de Aquino. El edificio se terminó en 1688 y de ahí salieron misioneros a toda la costa del Pacífico. En el siglo XVIII, su cátedra fue ennoblecida por Francisco Javier Clavijero. En 1767, los jesuitas fueron expulsados de todos los dominios de España. Años más tarde, el señor alcalde gestionó la creación de una institución de altos estudios, para cubrir la omisión de aquel colegio, y el 18 de noviembre de 1791 el rey Carlos IV mandó fundar la Real Universidad Literaria de Guadalajara, cuya inauguración formal, en las instalaciones de Santo Tomás, ocurrió el 3 de marzo de 1794. A las cátedras de teología y sagradas escrituras, que ya existían en el seminario jesuíta, se añadieron las de medicina y cirugía, origen de la escuela de esas especialidades, y las de leyes y cánones, embrión de la de jurisprudencia. A partir de entonces, tres veces fue suprimida la Universidad y otras tantas restablecida por los gobernadores del estado: en 1826, la cerró Prisciliano Sánchez, para crear el Instituto; en 1834, José Antonio Romero clausuró éste y reabrió aquélla; en 1890, Pedro Ogazón volvió a extinguirla, conservando los institutos de Medicina y Jurisprudencia; en 1925, la creó nuevamente José Guadalupe Zuno; en 1934 mandó clausurarla Sebastián Allende, y Everardo Topete la instituyó en definitiva, primero con el nombre de Instituto Socialista de Altos Estudios (1935) y luego con el de Universidad de Guadalajara en 1937. Los maestros y alumnos desafectos a las tendencias oficiales que privaban entonces, crearon la Universidad Autónoma de Guadalajara, en un clima de tensa lucha ideológica y de intensa violencia callejera.
En 1984, la Universidad de Guadalajara tenía 38 establecimientos; la Universidad Autónoma de Guadalajara, 28; la Universidad del Valle de Atemajac, cinco; el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, cinco; la Universidad Pedagógica Nacional, uno, y otro el Tecnológico de Monterrey. V. JALISCO, Educación.
Cuando era estudiante, José Guadalupe Zuno formó con Xavier Guerrero, Joaquín Vidrio, Alfredo Romo, Enrique Díaz de León, Amado de la Cueva y Juan Antonio Córdova, un grupo que postulaba ideas de vanguardia sobre el arte. De 1914 a 1918 convivió con ellos David Alfaro Siqueiros, entonces oficial del Estado Mayor del general Manuel M. Diéguez. De aquellos contactos juveniles nació el Centro Bohemio y luego la afiliación de todos ellos a la tesis del arte público y monumental, inspirado en el pueblo y dirigido a estimular sus luchas. La misma revolución que los había congregado acabó por dispersarlos; pero en 1924 volvió Siqueiros a Guadalajara para decorar, junto con De la Cueva, el aula mayor de la Universidad, recién creada por Zuno. En los muros de lo que fue la iglesia de Santo Tomás de Aquino, pintaron con trazos simples y firmes, esquemáticos, a la manera de Leger, al obrero, al campesino, al minero, al artesano, la unidad proletaria y los frutos de la tierra, y tachonaron con estrellas rojas las bóvedas de arista, con entonaciones de ascendencia teotihuacana. Ese recinto que por muchos años ocupó Telégrafos Nacionales, fue cedido recientemente a la Universidad de Guadalajara para que en él se realicen actividades culturales. En 1936, José Clemente Orozco estaba pintando el paraninfo del edificio de la rectoría. Las figuras de la cúpula no fueron dispuestas en anillos, como había sido tradicional, sino en gajos y sin atmósfera, para magnificarlas: el humanista y el técnico ahí representados acaso aludan a las alternativas de la formación profesional; pero el hombre pentafácico, que los comprende y los trasciende, sin duda significa la pluralidad del ser universitario. En el muro del fondo del proscenio el artista de Zapotlán dejó, como tema permanente de meditación para los jóvenes, una multitud de miserables iracundos que se alzan amenazantes frente a sus líderes en un escenario de fuego. Gabriel Flores (véase) ha pintado excelentes murales en otras dependencias de la Universidad.
La zona industrial propiamente dicha data apenas de 1957. Se encuentra al sur de la ciudad y tiene una superficie de 300 ha. Fue planeada en función de los accesos ferroviarios, los bajos valores de la tierra y las disponibilidades de agua y energía eléctrica, y promovida mediante una ley de impuesto a la plusvalía, expedida por el gobierno de Agustín Yáñez. En mayo de 1985 estaban en operación 392 empresas que empleaban a 28 mil trabajadores. La primera planta en establecerse fue Calfina, del ingeniero Ignacio González Díaz. Las más importantes son ahora la Cervecería Moctezuma, Industria Mexicana Borroughs, Conductores Guadalajara, Swecomex, Mexalit, Concreto y Precolados, Almidones Mexicanos, Válvulas Señkowski y Sánchez y Martín.
Con anterioridad se habían instalado, entre los kilómetros 7 y 10 de la carretera a Tequila, la planta de Carburos, S.A., la termoeléctrica de la Nueva Compañía Eléctrica Chapala, la mezcladora de Guanos y Fertilizantes, Vidriera Guadalajara, una harinera y cuatro fábricas de aceites y grasas. Todas proceden de los años cuarentas, al igual que Cementos Guadalajara, situada en Las Juntas, y fueron resultado de la Ley de Fomento Industrial redactada en 1939. También al sur y siguiendo las líneas del ferrocarril, se han desarrollado en los últimos 20 años otras unidades. Si todas éstas son periféricas, las industrias del calzado y de la curtiduría ocupan predios de los sectores Libertad y Reforma, en pleno centro de la ciudad, donde al lado de las grandes fábricas coexisten multitud de pequeños y medianos talleres, de los cuales hay tres mil, solamente en el ramo de zapatería.
Antes de que la Reforma Agraria recibiera su mayor impulso (1934-1940), Guadalajara dependía de las actividades primarias y del comercio. La prosperidad agrícola y ganadera suscitó la demanda en gran escala de artículos elaborados y fue, a su vez, fuente de abastecimiento de materias primas para la industria. Aun cuando Alejandro de Humboldt señala que hubo en la ciudad fábricas textiles desde 1765 y que en 1802 se producían textiles de algodón y lana, jabones y cueros curtidos, debió tratarse de pequeños talleres, pues hasta la quinta década del siglo XIX se instalaron en las inmediaciones de la capital de Jalisco las primeras plantas formales: en 1841, La Escoba, en Zapopan, y en 1843, La Prosperidad Jalisciense, en Atemajac, ambas para manufacturar hilaza, pabilo, cordón y manta; en 1849, la de El Batán, productora de papel a partir de hilacha, y en 1851, La Experiencia, para hilaturas de algodón. Hacia 1863 se explotaban minas de hierro en Tesistán, de plata en San Sebastián y de plomo en Los Camacho, aquéllas en el valle de Atemajac y ésta en la barranca del río Santiago. Y cuando en 1880 Mariano Bárcena redactó su informe sobre La Segunda Exposición de Las Clases Productoras, ya se había fundado, en el ramo de tejidos, La Caja de Agua (1850) y La Productora, fabricantes de colchas de algodón y lana, tapetes, mantillas para caballos, alfombras, toallas y manteles; la de vidrio El Progreso (1875), precursora de la de Odilón Ávalos; la de almidón La Vencedora (1862), y las de cigarros y cigarrillos El Buen Gusto (1864), La Concha (1871), La Simpatía (1873), La Flor de Orizaba (1876) y La Esperanza (1880). Todo lo demás eran talleres de artesanías, unas de arte popular y otras de servicio.
Cinco años después de la construcción del ferrocarril México-Guadalajara, en 1893, la Compañía Hidroeléctrica e Irrigadora de Chapala instaló en el salto de Juanacatlán la primera turbina de la República para 375 kw. Se le hicieron ampliaciones sucesivas en 1895 y en 1900; en 1901 se instaló la planta de Las Juntas, y en 1912 la de Puente Grande, habiéndose ampliado ambas con posterioridad. En 1940, el Gobierno Federal adquirió la empresa y la denominó Nueva Compañia Eléctrica Chapala; en 1948 se montó la planta termoeléctrica de Guadalajara; en 1950 se construyeron la presa y la generadora de Colimilla, y en 1964, la Manuel M. Diéguez, en Santa Rosa. La capacidad instalada, en su conjunto, monta a 158 600 kw. En 1965 ocurrió una grave crisis en el suministro de energía a causa de la escasez de lluvias en la cuenca del río Lerma. Entonces se postuló, como solución definitiva, la interconexión de los sistemas, habiéndose construido desde luego la línea Carapan-Ocotlán para enlazar con El Cóbano, en Michoacán, y años más tarde las demás trasmisiones del sistema interconectado del occidente, que ha dejado a salvo de insuficiencias eléctricas a toda la región.
Contribuyeron decisivamente a la expansión industrial de Guadalajara la construcción del oleoducto (1954) y del gasoducto (1967), ambos de Petróleos Mexicanos, procedentes de Salamanca, y la conducción del agua del río Santiago a la ciudad, cuyo proyecto, formulado originalmente por Mariano Otero hacia 1840, fue realizado en 1955. Desde entonces se han ido ampliando las instalaciones al ritmo de crecimiento de la ciudad. El número de establecimientos registrados en el Ayuntamiento de Guadalajara, al 31 de mayo de 1987, era de 51 270: 11 agropecuarios, 7 371 industriales, 29 033 comerciales y 14 855 de servicios. La Cámara Nacional de Comercio de la ciudad tenía en la misma fecha 9 207 socios. (J.R.A.) V. GUADALAJARA, ARQUIDIOCESIS DE; JALISCO, ESTADO DE y ZAPOPAN, JAL.
Bibliografía:Diego Angulo Íñiguez: Historia del arte hispanoamericano (ts. I y II, Madrid, 1945, y 1950); Longinos Banda: Estadística de Jalisco (1873); Mariano Bárcena: La Segunda Exposición de Las Clases Productoras y descripción de la ciudad de Guadalajara (1880); Manuel Cambre: La Guerra de Tres Años (1949); José Cornejo Franco: Guadalajara (1945) y La calle de San Francisco (1945); Arturo Chávez Hayhoe: Guadalajara de antaño (1960); Ignacio Dávila Garibi: Apuntes para la historia de la Iglesia en Gudalajara (4 ts., 1957-1966), Gerard Decorme: La obra de los jesuitas mexicanos (2 ts., 1941); Enrique Marco Dorta: La Catedral de Guadalajara en Cuarto centenario de la fundación del Obispado de Guadalajara (1948); Salvador Echavarría: Orozco. Hospicio Cabañas, (vol. 1 de la colección Jalisco en el Arte, 1959); Justino Fernández: Orozco. Universidad de Guadalajara, (vol. 6 de la colección Jalisco en el Arte, 1960); Aurelio Hidalgo: El Teatro Degollado (1966); Ignacio Martínez: Pintura mural. Siglo XX, (vol. 4 de la colección Jalisco en el Arte, 1966); Fernando Martínez Reding: Guadalajara (1985); Leopoldo I. Orendáin: Pintura. Siglos XVI, XVII y XVIII, (vol. 7 de la coleccion Jalisco en el Arte, 1960), Luis Enrique Orozco: Iconografía mariana de la Arquidiócesis de Guadalajara (t. I, 1954); Luis Páez Brotchie: Guadalajara de Indias (1957); Julio de la Peña: La arquitectura contemporánea en Guadalajara, en El Occidental (5 de agosto de 1962); Luis Pérez Verdía; Historia particular del estado de Jalisco (3 ts., 1951); Ernesto Ramos Meza: La medicina en Jalisco (1954); Secretaría de Educación Pública: El maestro (núm, 7, octubre de 1969); Varios autores: Historia y geografía de Guadalajara, 2 vols., t. VII núms 1-6 del Boletín de la Junta Auxiliar Jalisciense de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (1942 y 1945); Varios autores: Guadalajara a través de los tiempos, relatos y descripciones compiladas por Juan B. Iguíniz, (2 ts., 1950); Varios autores: Guadalajara, núms. 94/95 de Artes de México (1967); Varios autores: Noticia de Jalisco 1953-1959 (1959); Víctor Manuel Villegas: El panteón romántico de Guadalajara (1969).
AYUNTAMIENTOS DE GUADALAJARA
1917-19881917. Presidente, Luis Castellanos Tapia. Vicepresidente, Manuel Bouquet Jr. Regidores: Jesús Delgadillo Araujo, Alfonso Emparan, José Rivera Rosas, Guillermo de Alba, Narciso D. Aceves, Modesto Barreto, Carlos Barba Carrasco, Eliseo Maciel de la Paz, Jesús Álvarez del Castillo, José de Jesús Aguilar, José Encarnación, José Rolón y Miguel Ochoa Escobedo. Secretario y síndico, J. Guadalupe Ruvalcaba.
1918. Presidente, José Rivera Rosas. Vicepresidente, Jesús Delgadillo Araujo. Regidores: Eliseo Maciel de la Paz, Jesús Álvarez del Castillo, Miguel Ochoa Escobedo, José Rolón, Narciso D. Aceves, Cástulo Martínez Gallardo, Teodomiro Araiza, Lucas L. Guevara, J. Vicente Negrete, José Vizcaíno, Alberto V. de la Peña y Esteban Loera. Secretario y síndico, Francisco H. Ruiz.
1919. Presidente, Salvador Ulloa. Vicepresidente, Cástulo Gallardo Rojas. Regidores: Elpidio Álvarez, José Cuervo, Agustín Basave, Esteban Loera, Alberto V. de la Peña, Modesto Barreto, José Vizcaíno, J. Vicente Negrete, Juan N. Córdova, Jorge Ochoa, Lucas L. Guevara y Martiniano Carvajal. Secretario y síndico, Miguel R. Martínez.
1920. Presidente, Salvador Ulloa. Vicepresidente, Carlos M. Durán. Regidores: Juan N. Córdova, Aurelio Aceves, Modesto Barreto, Margarito Figueroa, Juan José Gudiño, Esteban Loera, César González Madrid, Ignacio L. Martínez, Enrique C. Ruiz, Manuel Villanueva, Agustín Basave, Jorge Ochoa, Cástulo Gallardo Rojas y Víctor Silva. Secretario y síndico, Miguel R. Martínez.
1921. Presidente, Alfredo Romo. Vicepresidente, Jorge L. Suárez. Regidores: Francisco Gutiérrez Mejía, Aureliano Villaseñor, Ignacio Gómez Gallardo, Luis G. Castañeda, Manuel Hernández Leal, Victoriano Salado, Rosendo S. Álvarez, Ruperto García, Ignacio Bracamontes, Rafael Rodríguez Soriano, Luis C. Medina e Ignacio Álvarez García. Secretario y síndico, Clemente Sepúlveda.
1922 (1er. semestre). Presidente. Jorge L. Suárez. Vicepresidente, Luis C. Medina. Regidores: Luis Alatorre, Ignacio Álvarez García, Ruperto García, Benigno Palencia, Alberto Terán, Victoriano Salado, Rafael Rodríguez Soriano, José Radillo, Manuel Hernández y Hernández, Mariano García, Manuel Bouquet, Jr. y Margarito Figueroa. Secretario y síndico, Daniel Galindo.
1922 (2° semestre. Desde mayo 7). Presidente, José G. Zuno. Vicepresidente, Alfredo Romo. Regidores: Luis C. Medina, Rafael Rodríguez Soriano, Ruperto García, Everardo Díaz Flores, Ignacio Álvarez García, Manuel Íñigo, Manuel Hernández y Hernández, Ascención de la Cruz, José Radillo, Severiano Lozano y Rafael Gómez. Secretario y síndico, Juan Aviña López.
1923. Presidente, Gustavo R. Cristo. Vicepresidente, José Gómez Cano. Regidores: Francisco Vidrio Pérez, Mariano González, Longinos Casillas, René Híjar y Labastida, Basilio Rodríguez, José G. Zuno, Manuel Íñigo, Ascención de la Cruz, José Radillo, Rafael Gómez, Severiano Lozano y Manuel Hernández y Hernández. Secretario y síndico, Valentín Medina.
1924. Presidente, Narciso Corvera. Vicepresidente, Manuel Hernández Matute. Regidores: Maximiliano Reyes, Aurelio Ortega, Pedro H. Rodríguez, Francisco Quintero, Carlos Blanco, Enrique Álvarez del Castillo y Enrique Gómez Salcedo. Secretario y síndico, A.M. Sotomayor.
1924 (12 de febrero). Presidente, José María Cuellar. Vicepresidente, José U. Gómez Cano. Regidores: Francisco Vidrio Pérez, Longinos Casillas, René Híjar y Labastida, Esteban Loera, Miguel O. Hernández, Francisco Díaz, Fernando Martín del Campo, Mariano González, Gustavo R. Cristo y Basilio M. Rodríguez. Secretario y síndico, Carlos F. Meillon.
1925. Presidente, José María Cuéllar. Vicepresidente, Esteban Loera. Regidores: Everardo Díaz Flores, Constancio Hernández, Margarito Figueroa, Ruperto García, Antonio Romero Montero, Francisco C. Díaz, Fausto Cordero, J. Ángel Moreno, Miguel O. Hernández, Albino Corona, Alfonso Vidrio Pérez y Fermín Labastida. Secretario y síndico, Carlos F. Meillon.
1926. Presidente, Ramón Córdova. Vicepresidente, Constancio Hernández A. Regidores: Margarito Figueroa, Ángel Moreno, Albino Corona, Mariano González, José Ornelas Díaz, Alfonso Vidrio Pérez, Leopoldo Cuéllar, Roberto Arce, Fausto Cordero, Florencio Luna, Ruperto García y Longinos Casillas.
1927. Presidente, Luis R. Castillo. Vicepresidente, Ramón Córdova. Regidores: Raimundo Hernández A., Leopoldo Cuéllar, Fernando Martín del Campo, Mariano González, José Ornelas Díaz, Roberto Arce, Ramón Barba, Longinos Casillas, Andrés Flores Casillas, René Híjar y Labastida, Esteban Pérez y Antonio Serrato.
1928. Presidente, J. Manuel Chávez. Vicepresidente, Francisco Vidrio Pérez. Regidores: Margarito Figueroa, Fernando Martín del Campo, Darío Fajardo, J. Ángel Moreno, Aurelio Medina, Antonio Serratos, Andrés Flores y Ángel V. Ledesma. Secretario y síndico, Carlos F. Meillon.
1929. Presidente, René Celis. Vicepresidente, Margarito Figueroa. Regidores: Darío Fajardo, José Anguiano, Vicente Zepeda, Marcelino Barba González, Ángel V. Ledesma, Ramón Barba, Aurelio Medina y Conrado Romo. Secretario y síndico, Carlos F. Meillon.
1930. Presidente, Juan de Dios Robledo. Vicepresidente, Miguel Rábago Soto. Regidores: Manuel Vidrio Guerra, Esteban Loera, Manuel García de Alba, José Aviña, Quirino Navarro, Leopoldo Cuéllar y Justo González. Secretario y síndico, Napoleón Orozco.
1931. Presidente, Miguel Colunga. Vicepresidente, Ángel Montes. Regidores: Luis Álvarez del Castillo, Ernesto Corona R., José Sánchez Aldana, Manuel G. de Alba, Roberto Vargas Z., Filiberto Cuéllar y José G. Mata. Secretario y síndico, Gabriel Amezcua.
1931 (a partir de septiembre). Presidente, José G. Mata. Vicepresidente, José Sánchez Aldana. Regidores: Manuel García de Alba, Filiberto Cuéllar, Roberto Vargas Z., Juan B. Valencia, Luis Álvarez del Castillo, Ángel Montes y Ernesto Corona Ruesga. Secretario y síndico, Antonio Romero Montero.
1932. Presidente, Ramiro Diéguez. Vicepresidente, Ernesto Villaseñor Vidrio. Regidores: Filiberto Cuéllar, Cosme Sáinz, Roberto Vargas Z., José Aviña, Ángel Montes, José Sánchez Aldana y Ramón Madrigal. Secretario y síndico, Manuel Acosta Bayardo.
1933. Presidente, Eduardo G. González. Vicepresidente, Ramiro Diéguez. Regidores: Luis Ramírez Díaz, Ernesto Villaseñor Vidrio, Cosme Sáinz, Ramón Madrigal, Miguel Segovia, José Aviña y Marcial Sayavedra. Secretario y síndico, Manuel Acosta Bayardo.
1934. Presidente, Eduardo G. González. Vicepresidente, Luis C. Rojas. Regidores: Luis Ramírez Díaz, Pío V. González, Francisco Romero Gallardo, Justo González, Miguel Segovia, Andrés Chavira y Marcial Sayavedra. Secretario y síndico, Manuel Acosta Bayardo.
1935. Presidente, Francisco Romero Gallardo. Vicepresidente, Luis Ramírez Díaz. Regidores: Ventura Anaya, Rafael de la Torre, Pío V. González, Justo González, Miguel Segovia, Andrés Chavira y Marcial Sayavedra. Secretario y síndico, Manuel Acosta Bayardo.
1936. Presidente, Juan G. Chávez. Vicepresidente, Adolfo Diéguez. Regidores: Florencio Topete, Salvador González, Francisco González Gallo, Rafael D. Rubio, Antonio A. Ramírez, José G. Barocio y Ezequiel Lozano. Secretario y síndico, José G. Urzúa.
1937. Presidente, Manuel F. Ochoa. Vicepresidente, Enrique Ramos Romero. Regidores: Gabriel Amezcua, José G. Barocio, Rogelio Rubio, Ezequiel Lozano, Antonio A. Ramírez, Salvador González y Rafael D. Rubio. Secretario y síndico, Edmundo Villa Fregoso.
1938. Presidente, Manuel F. Ochoa. Vicepresidente, Enrique Ramos Romero. Regidores: Rogelio Rubio, José Chávez Hernández, Gabriel Amezcua, David Mendoza, Juan Godínez, Alfonso G. Ceballos y Lázaro Jiménez. Secretario y síndico, Gustavo Meillon.
1939-1940. Presidente, Luis Álvarez del Castillo. Vicepresidente, Lucio González Padilla. Regidores: Rubén R. Razo, Juan I. Godínez, David Mendoza, José Chávez Hernández, Alfonso G. Ceballos y Lázaro Jiménez. Secretario y síndico, Gustavo Meillon.
1941-1942. Presidente, Salvador González Romo. Vicepresidente, Francisco Torres Rojas. Regidores: Francisco Silva Romero, Juan Cisneros, Ramón Castellanos, Cecilio Álvarez Gutiérrez, J. Carmen Silva, Salvador Gutiérrez Orozco y Jesús Martín. Secretario y síndico, Gustavo Meillon.
1943-1944. Presidente, Jesús Landeros. Vicepresidente, Sebastián García Barragán. Regidores: Antonio Fernández, Mariano García, Florencio López Escobar, Francisco Pérez, Serapio Flores Roldán, Edmundo Larios Ceballos y Federico Servín Mesa. Secretario y síndico, Gustavo Meillon.
1945-1946. Presidente, Francisco Arana Hernández. Vicepresidente, José María Martínez Rodríguez. Regidores: Manuel Díaz Novoa, Alfonso Gómez Tejeda, Rodrigo Durán Madrid, Jesús Martínez Gómez, Antonio Rodríguez Chávez, Marcos Montero Ruiz y Edmundo Sánchez Gutiérrez. Secretario y síndico, Francisco Rodríguez Gómez.
1947-1948. Presidente. Heliodoro Hernández Loza. Vicepresidente, Saturnino Coronado. Regidores: Luis Pérez Rulfo, Sebastián García Barragán, José Parres Arias, Marcelino Barba González, Ricardo Aguilar, J. Trinidad Martínez Rivas y Heriberto Villaseñor. Secretario y síndico, Enrique Arámbula, Jr. y Rodolfo González Guevara.
1949-1952. Presidente, Ángel F. Martínez. Vicepresidente, Juan I. Menchaca. Regidores: Juan Mayagoitia, Fernando González Hermosillo, Esteban Gómez Mojarro, Mario Contreras Medellín, Braulio Gómez Ramírez, Ricardo Dueñas Urzúa y Alberto Velázquez. Secretario y síndico, Rodolfo González Guevara y José Andrade González.
1953-1955. Presidente, Jorge Matute Remus. Vicepresidente, Luis Alcaraz Peinado. Regidores: Ramona Aguilar, José Cornejo Franco, Roberto Godoy Luna, Armando Gutiérrez Vallejo, Rafael Morán de León, Francisco Pérez Díaz y Genaro Vega Salazar. Secretario y síndico, Arnulfo Villaseñor Saavedra.
1956-1958. Presidente, Juan Gil Preciado. Vicepresidente, José María Ramos. Regidores: Ignacio González Díaz, Benjamín Gómez Cárdenas, J. Trinidad Núñez Guzmán, María del Refugio Castillón, José Montes de Oca, Félix Zermeño y Ventura Flores. Secretario y síndico, Luis Organista Ordorica.
1959-1961. Presidente, Juan I. Menchaca. Vicepresidente, Jorge Agnesi. Regidores: Miguel Rábago Cornejo, Ricardo Dueñas Urzúa, Rodolfo Pérez Plascencia, Juan José Zaragoza, Genaro Vega Salazar, Jesús Ruiz Leos y Bernardino Velázquez Flores. Secretario y síndico, José Andrade González.
1962-1964. Presidente, Francisco Medina Ascencio. Vicepresidente, Dionisio Montelongo. Regidores: Luis F. Ibarra, J. Merced García García, J. Trinidad Núñez Guzmán, Roberto Godoy Luna, Carlos Hernández, Juan Alatorre y Ana Isabel Dueñas. Secretario y síndico, Eduardo Aviña Bátiz, y desde octubre de 1964, Fernando A. Gallo Lozano.
1965-1967. Presidente, Eduardo Aviña Bátiz. Vicepresidente, Jorge Contreras Bobadilla. Regidores: Eugenio Chávez Quiroz, Cecilio Álvarez Hernández, Óscar de la Torre Padilla, Carmen Lozano de Montes, Luis Chávez Saavedra, Manuel Ayala Pérez y Bernardino Velázquez Flores. Secretario y síndico, Fernando A. Gallo Lozano.
1968-1970. Presidente, Efraín Urzúa Macías. Vicepresidente, J. Trinidad Águila Zepeda. Regidores: Salvador Cárdenas Navarro, José Luis Covarrubias, José Martín Barba, Carlos Hernández Navarro, Ángel Romero Llamas, Marcos Montero Ruiz y José Lagos Anzar. Secretario y síndico, Fernando A. Gallo Lozano.
1971-1973. Presidente, Guillermo Cosío Vidaurri. Vicepresidente, Juan de Dios de la Torre. Regidores: Eugenio Ruiz Orozco, José G. Mata, María del Refugio Castillón, Genaro Vega Salazar, Justino Delgado Caloca, Bernardino Velázquez Flores y Antonio Chávez Anaya. Secretario y síndico, Enrique Romero González
.1974-1976. Presidente, Juan Delgado Navarro. Vicepresidente, Luis Enrique Williams. Regidores: María Dolores Díaz Zúñiga, José Guadalupe Covarrubias Ibarra, Salvador Orozco Loreto, Guillermo Ramón de Alba González, Heriberto García Medina, Gregorio Godoy Magaña, Benigno Aguilar Amante, Eduardo Zepeda Campos, Jorge Ramón Quiñones Ruiz y Francisco Camacho Gutiérrez. Secretario y síndico, Guillermo Reyes Robles; y de octubre a diciembre de 1976, Ricardo Villaseñor Morales.
1977-1979. Presidente, Guillermo Reyes Robles. Vicepresidente, Gustavo Martínez Güitrón. Regidores: Filemón González Ángel, Bernardino Velázquez Flores, Ramiro Plascencia Loza, David Sánchez González, Mario Rivas Souza, Laura Rosales Arreola, Graciela González de Miranda, Carlos Rivera Aceves, Ismael Orozco Loreto y Roberto Weeks López. Secretario y síndico, Vidal Magaña del Toro.
1980-1982. Presidente, Arnulfo Villaseñor Saavedra. Vicepresidente, Javier Sáinz Aldrete. Regidores: Fernando Locourtois Ramos, Reynaldo Dueñas Villaseñor, Miguel Nuño Casillas, Carlos González Guevara, Vidal González Durán, Juan Enrique Ibarra Pedroza, José Socorro Velázquez Hernández, Oralia Viramontes de la Mora, José Manuel Correa Ceceña y Alfredo Lujambio Rafols (PAN). Secretario, Heriberto Villaseñor Morales.
1983-1985. Presidente, Guillermo Vallarta Plata. Vicepresidente, Ignacio Montoya González. Regidores: Ricardo Dueñas Urzúa, Francisco Morales Aceves, Alfredo García Muñiz, Tito Padilla Lozano, Eduardo Arias Hernández, Tomás Vázquez Vigil, Antonio Álvarez Esparza, Jesús Herrera Lomelí, Héctor Rodolfo González Machuca, Héctor Pérez Plazola (PAN) y Horacio García Pérez (PSUM). Secretario, Enrique Romero González.
1986-1988. Presidente, Eugenio Rodrigo Ruiz Orozco. Vicepresidente, Javier Arroyo Chávez. Regidores: Alfredo Chávez Martínez, Nicolás González García, Salvador Orozco Fregoso, León de la Torre Gutiérrez, María Dolores Guzmán Cervantes, Luis Albino Reyes Robles, Filemón Peña Guzmán, José Socorro Velázquez Hernández, José Asunción Casillas Limón, Gildardo Gómez Verónica (PAN), Alfonso Díaz Morales (PAN) y Manuel Baeza González (PAN). Secretario, Gabriel Gallo Álvarez.
1992. Presidente, Jesús Alberto Mora López. Vicepresidente, Fernando Pérez jiménez. Regidores: Genaro Muñíz Padilla, Benito de Jesús Meza Pérez, Rafael Sánchez Pérez, Filemón Peña Guzmán, Eustolio älvarez Rodríguez, Ernesto Alfredo Espín, José Manuel Verdín, Reynaldo Dueñas Villa, Manuel Baeza González. Secretario, Rodolfo Eduardo Ramos Ruíz.Auditorio del Estado, Guadalajara
AEMCapilla del Hospicio Cabañas, notable edificio en Guadalajara, Jalisco.
AEMCostado de la iglesia de Santa Mónica, Guadalajara, Jalisco.
AEMEntrada del cuerpo expedicionario de Bazaine a Guadalajara
AEMFragmento de un mural de José Clemente Orozco en Guadalajara.
AEMFrancisco Orozco y Jiménez, arzobispo de Guadalajara entre 1912 y 1914.
AEMFuente de la Plaza de la Liberación del Arq. Ignacio Díaz Morales, en Guadalajara, Jal.
Héctor TorresGrabado de C. Nebel: Plaza mayor de Guadalajara
AEMGuadalajara en la época de la Independencia
AEMGuadalajara hacia 1888
AEMGuadalajara: Parque Alcalde
AEMGuadalajara: Plaza de la Liberación
AEMGuadalajara: Templo de la Compañía (1883)
AEMIglesia de El Carmen, en Guadalajara, Jal.
AEMLa catedral de Guadalajara se inició en 1561. En ella se combinan varios estilos arquitectónicos.
Luis MárquezAlegoría de la vida novohispana, mural de José Clemente Orozco en el Hospicio Cabañas de Guadalajara.
AEMNuño de Guzmán en Michoacán (Lienzo de Tlaxcala)
AEMPalacio de Gobierno y Plaza de Armas, Guadalajara, en 1883.
AEMPanorámica de Guadalajara
Foto Armando Salas PortugalSoldados franceses en el Puente de las Damas en Guadalajara
AEMVista aérea de Guadalajara en el momento de su expansión urbana
AEMVista de Guadalajara en 1883: Calle de S. Francisco
AEM - GUADALAJARA, JOSÉ RAFAEL
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Nació en México en 1863; se ignoran las circunstancias de su muerte. A los 19 años publicó sus primeros versos en el semanario La Familia, de Federico Carlos Jens. Más tarde fundó y dirigió El Fígaro Mexicano y El Mexicano. Su única novela conocida es Amalia (publicada en 1891 con el título de Sara. Páginas del primer amor), obra romántica.
- GUADALAJARA, NICOLÁS DE
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Nació y murió en la ciudad de Puebla (1631-1683). Entró en la Compañía de Jesús en 1648. Su Vida fue escrita por el padre Florencia y publicada en 1684. Allí consta que escribió unas Meditaciones y que con el deseo de volver familiares las verdades fundamentales en ellas contenidas, las iba reduciendo a versos. Ejemplo:
Ojos míos, que excusáis
por Dios el ver, no miréis,
que en el cielo os abriréis
por lo que agora os cerráis.
Lo que agora no gozáis
es la basura del suelo,
lo que veréis en el cielo
será con eterno gozo,
al mismo Dios sin rebozo
porque lo veréis sin velo.
- GUADALAJARA, TOMÁS
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Nació en la ciudad de Puebla hacia 1647; murió en Huejotitán, Chih., en 1720. Hacia 1680 fundó varias misiones en la sierra de Chihuahua y compuso vocabularios de las lenguas tepehuana y tarahumara.
- GUADALUPE, MUSEO DE
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Hacia 1701 llegaron a la ciudad de Zacatecas algunos padres apostólicos, procedentes de Querétaro, deseosos de establecer un Colegio de Propaganda Fide. Mientras se expedía la autorización real que al fin les fue concedida el 27 de enero de 1704 por Felipe V pasaron a ocupar el Santuario de Guadalupe en la vecina villa de ese nombre, donde permanecieron seis años bajo la dirección sucesiva de los frailes Francisco Estévez, Ángel García Duque, Jorge de Puga y José Guerra. En enero de 1707 se hizo la instalación canónica del colegio, habiendo sido sus fundadores Antonio Margil de Jesús, Joseph de Castro y Pedro Miguel de la Concepción Urtiaga y Salazar. El convento y el templo que luego se construyeron y que aún existen, fueron costeados por los vecinos más ricos de Zacatecas, en especial Ignacio Fernández, y dedicados el 4 de mayo de 1721. La extensión original del monasterio y de sus dependencias fue de 25 mil ha, hoy reducida a 3 600 m2. En 1859 fueron exclaustrados los religiosos.
La comunidad mantuvo dos hospicios: uno en Boca de Leones, Nuevo México, para misionar entre los infieles de Texas, y otro en Zacatecas; y las doctrinas de San Sebastián, Santa Catarina, San Andrés y Guadalupe, en territorio de los indios huicholes y coras. En siglo y medio pasaron por sus claustros 3 800 frailes, algunos tan distinguidos como Margil de Jesús, Apóstol de los gentiles; Cosme Borruel, autor de Fortaleza zacatecana; Antonio Frejes, que escribió la Historia breve de la conquista de los estados independientes del Imperio Mexicano y Memoria histórica de la conquista particular de Jalisco; y Urtiaga, Francisco Rousset y Francisco García Diego, que llegaron a ser, por su orden, obispos de Puerto Rico, Sonora y California.
La iglesia tiene una rica fachada labrada en cantera rosa, notable porque en la enjuta izquierda del arco de la portada aparece San Lucas pintando a la Virgen de Guadalupe. En el interior, a uno y otro lado, se hallan sendas capillas: una dedicada al Sagrado Corazón de Jesús y otra a la Purísima Concepción, cuya imagen fue donada por Isabel Farnesio. En el piso alto de la sacristía está la biblioteca, que llegó a tener 20 mil volúmenes. Ahí se conserva un Cristo de marfil, de los llamados de librería. El primer claustro del convento ya convertido en Museo está totalmente cubierto de pinturas al óleo, anónimas, que representan la vida de San Francisco (claustro bajo) y la vida de Cristo (claustro alto). Son obras de fines del siglo XVIII, tal vez de Antonio Enríquez, autor de un gran Via Crucis que se halla en el Museo de Guadalupe. En la escalera hay llamativos murales de factura académica, de lo mejor que se produjo en el siglo XVIII. Los lienzos monumentales son tres: La Virgen del Apocalipsis y San Francisco protegiendo a Orden, de Miguel Cabrera; y El triunfo del santo nombre de Jesús, del poblano Ríos Arnáez. Las escaleras de los conventos coloniales estuvieron siempre decoradas así, con grandes murales al óleo que les daban un majestuoso aspecto. Hoy se conservan unas cuantas y la mejor es, sin duda, la del monasterio de Guadalupe de Zacatecas, donde se aloja, además, el más bello San Cristóbal de la Nueva España, obra de Nicolás Rodríguez Juárez. En dos celdas del claustro alto se han colocado algunas muestras de primer orden dentro de la pintura colonial. Son tres obras de Villalpando, una de Correa, otra del afamado Basilio, que cita Betancourt como gran pintor de los claustros de San Francisco de México, y que parece ser lo único que resta de ese pintor del siglo XVII. Los cuadros de Villalpando son alegóricos, llenos de personajes, reales o imaginarios, ángeles, santos, retratos. Uno de ellos, el símbolo de la redención por medio del árbol de la cruz, contiene un Adán y una Eva casi insólitos dentro de la pintura novohispana. Pero lo más extraordinario que guarda en pintura el museo de Zacatecas es un retrato que representa a una niña vestida con el rico atuendo de la segunda mitad del siglo XVII. Está cuajada de joyas, perlas sobre todo, que se engarzan al traje, rodean su cuello, envuelven sus dedos y cuelgan en zarcillos de sus orejas. Esta pequeña dama criolla de la época de Sor Juana, junto con otros retratos del siglo XVIII, son de lo más auténtico y limpio que dejaron los pintores de la colonia. Además de obras de Alcíbar, Ibarra, Sainz y del magnífico mural de Antonio de Torres en la sacristía, se encuentra en un salón especial, de la parte alta, la obra de Gabriel de Ovalle, pintor zacatecano del siglo XVIII , muy poco conocido. Es un conjunto de 14 cuadros de la Pasión de Cristo, desde el beso traidor hasta el descendimiento.
Santuario de Guadalupe en la ciudad de Zacatecas.
INAH - GUADALUPE, ORDEN DE
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La instituyó el emperador Agustín I, en octubre de 1821. La Junta Provisional Gubernativa aprobó sus estatutos el 20 de febrero de 1822, y el Congreso el 11 de junio siguiente. Los caballeros condecorados se obligaban a defender las bases del Plan de Iguala y la persona del monarca, a obedecer las disposiciones del gran maestre y a practicar la íntima devoción a su patrona espiritual. Se atribuyó la gran cruz a los obispos de Guadalajara, Puebla y Oaxaca, a los arzobispos de Guatemala y Nicaragua, a los ministros, a los generales Guerrero, Negrete, Bustamante, Quintanar, Luaces, García Conde y Vivanco, a los tres individuos que fueron de la Regencia y al marqués de Aicinena, y las cruces de número y supernumerarias a los jefes más distinguidos del ejército (Filisola, Torres, Echávarri, Santa Anna, Garza, Barragán, Paredes, Parres, Cortázar y Arana), a varios eclesiásticos y magistrados, a muchos de los diputados que habían vuelto de las Cortes de España (Ramos Arizpe, Gómez Pedraza, Navarrete y Molinos) y a unos cuantos insurgentes (Bravo, Lobato, Epitacio, Sánchez, Borja y Alas).
La inauguración de la Orden se hizo el 13 de agosto, día de San Hipólito, en que con anterioridad se hacía el Paseo del Pendón, en recuerdo de la conquista de la ciudad por los españoles. Así la describe Lucas Alamán (Historia de Méjico, t. V.): Todos los agraciados se reunieron en la casa que habitaba el emperador, y de ella salieron en coches con una lucida escolta de caballería, dirigiéndose a la Colegiata de Guadalupe, estando la calzada adornada con arcos de flores. Recibida la comitiva por el cabildo a la puerta de la Colegiata, el emperador fue conducido desde allí, bajo palio, al presbiterio, y hecha una breve oración ante la santa imagen, pasó a colocarse en el trono que le estaba preparado… Después del evangelio y sermón que predicó el doctor Agustín Iglesias, el secretario leyó en voz alta la fórmula del juramento que todos prestaron, y el obispo gran canciller, sentado en un sillón y vuelto el rostro al pueblo, vistió las insignias al príncipe imperial, al de la Unión y a los príncipes mexicanos… y enseguida fueron a besar la mano al emperador; éste, al acercarse su padre, se adelantó a besar la suya y a abrazarlo con emoción, cuyo acto de respeto y amor filial fue muy celebrado. Por abreviar la ceremonia, sólo recibió las insignias de manos del gran canciller, un individuo por clase, y todos los demás se las pusieron ellos mismos en sus asientos. Prosiguió entonces la misa al fin de la cual se ordenó la procesión alrededor de la plaza de la villa, yendo en ella todos los caballeros con sus hábitos, y llevando en andas una imagen de su patrona.
Los mantos de los caballeros y sus sombreros con plumas y ala levantada, le parecieron a fray Servando Teresa de Mier estar inspirados en las danzas indígenas, por lo cual aplicó el apodo de huehuenches a los miembros de la Orden. Ésta se extinguió junto con el Imperio.
El 11 de noviembre de 1853, sin embargo, el general Antonio López de Santa Anna, llamado por decimoprimera y última vez al poder por la revuelta de Jalisco, decretó el restablecimiento de la Orden. La ceremonia de restauración se hizo en la catedral metropolitana. Conforme a su nueva versión, la Orden era jefaturada por el gran maestre, que lo era el presidente de la República, y constaba de tres clases: grandes cruces, comendadores y caballeros; y para su gobierno interior tenía cuatro dignidades y una asamblea. Eran las dignidades, el propio Santa Anna, el obispo de México, Lázaro de la Garza y Ballesteros (gran canciller), el obispo de Michoacán, Clemente de Jesús Munguía (procurador fiscal) y José María Cervantes (clavero o tesorero). La asamblea estaba constituida por estos mismos, más los generales Miguel Cervantes e Ignacio de Mora y Villamil, el abad de la Colegiata de Guadalupe, el dean de la catedral metropolitana y Lucas de Palacio y Magarola. Eran grandes cruces como si estuvieran vivos, para perpetuar su memoria Agustín de Iturbide, Juan ODonojú, Vicente Guerrero y Guadalupe Victoria. Eran comendadores José María Luciano Becerra, José Antonio Zubiría, Pedro Espinosa, José María Guerra, Pedro Loza, Francisco de P. Verea, Carlos María Colina, Joaquín Madrid, José de Jesús Belanzarán y Manuel José Pardío, obispos, por su Orden, de Puebla, Durango, Guadalajara, Yucatán, Sonora, Monterrey, Chiapas, Tenagra, Linares y Germanicópolis; los generales de división Juan Álvarez, Francisco de P. Pacheco, Lino J. Alcorta, Mariano Salas, Martín Carrera y Rómulo Díaz de la Vega, y los señores José Rincón Gallardo, José Ramón Malo, Manuel Díaz Moctezuma, Ignacio Aguilar, Joaquín Velázquez de León e Ignacio Sierra y Rosso. Y entre los 107 caballeros nombrados ese año se hallaban deanes, canónigos, prebendados, consejeros de Estado, magistrados del Tribunal de Justicia, funcionarios civiles y militares de alto rango, gobernadores y miembros del servicio exterior. La Orden volvió a desaparecer a la caída de Santa Anna, en agosto de 1854.
Maximiliano intentó darle vida por última vez. El 10 de abril de 1865 decretó que los caballeros debían ser 500; los comendadores, 200; los grandes oficiales, 100 y los grandes cruces, 30. Pero con el triunfo de la República, la Orden se extinguió definitivamente.
- GUADALUPE, PLAN DE
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Firmado en la hacienda de Guadalupe, Coah., el 26 de marzo de 1913, para desconocer el gobierno del general Victoriano Huerta, después del asesinato del presidente Francisco I. Madero. El Plan nombraba a Venustiano Carranza, entonces gobernador de Coahuila, primer jefe del Ejército y convocaba a elecciones en cuanto hubiese triunfado la Revolución. En las adiciones hechas al mismo Plan en Veracruz (1915), se estableció que éste subsistiría hasta la victoria completa del movimiento.
Lucio Blanco, uno de los firmantes del Plan de Guadalupe.
AEM - GUADALUPE, TRATADO DE
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Convenio que dio término a la guerra de Estados Unidos contra México (1846-1848). Fue firmado el 2 de febrero de 1848 en la sacristía de la Basílica de Guadalupe, en la villa homónima de la capital. Por el tratado, México perdió Texas, parte de Tamaulipas, Nuevo México y Alta California; en total, cerca de 2.5 millones de kilómetros cuadrados. Firmaron el Tratado, por parte de México, Bernardo Couto, Miguel Atristain y Luis G. Cuevas; por Estados Unidos, Nicholas P. Trist.
Bernardo Couto, en su Exposición dirigida al Supremo Gobierno por los comisionados que firmaron el Tratado de Paz con los Estados Unidos, señala:
El tratado firmado en Guadalupe, pone término a una guerra fatal que jamás debiera de haber existido; guerra emprendida norabuena por una parte sin títulos suficientes; pero aceptada por la otra con sobra de imprevisión. La sola circunstancia de ser nosotros dueños de remotas y apartadas posesiones (como California) que no podían conservarse, interrumpida la paz, sin una marina poderosa de que absolutamente carecíamos, debiera haber bastado para retraernos de probar la suerte de las armas: esas posiciones eran perdidas el día que se disparara el primer tiro. Por otro lado, nuestra situación, comparada con la del enemigo, estaba prediciendo el éxito del combate. Sin alianza ni apoyo alguno de fuera, en días de turbación y discordia interior, resintiéndose por todas partes la administración pública del desconcierto que es natural después de un largo periodo de anarquía, y cuando a los pueblos trabajados y fatigados por 36 años de revueltas civiles no era cuerdo pedir nuevos y grandes sacrificios. La guerra vino a hacerse toda dentro de nuestra casa; un bloqueo fácil y que no encontró, ni podía encontrar la menor tentativa de resistencia, cerró para el erario y para el comercio nuestros puertos, que unos tras otros cayeron luego en poder del enemigo: sus ejércitos de tierra se apoderaron no sólo de los territorios que el gobierno americano apetecía de nuestra abierta frontera norte, sino de estados de primera importancia en el corazón mismo de la República. V. FRONTERA CON ESTADOS UNIDOS.
Antonio López de Santa Anna, por Juan Cordero (1855)
Cortesía del señor Agustín Castro HaroManuel Gómez Pedraza, ministro de relaciones exteriores durante la presidencia de Guadalupe Victoria.
AEM - GUADALUPE, VIRGEN DE
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Una vez consumada la toma de México-Tenochtitlan en 1521, vino luego a planearse y a realizarse lo que tanto había anhelado la reina Isabel la Católica: la conversión de los indios al cristianismo. Aparte de los capellanes que fueron arribando con los conquistadores, llegaron los tres primeros franciscanos, a quienes siguió la misión de Los Doce, encabezada por fray Martín de Valencia en 1524, y el trabajo asiduo, incansable y casi siempre heroico de los misioneros tanto franciscanos, como dominicos y agustinos. Algunos autores han calificado a veces a esa primera evangelización como defectuosa y precipitada. Sin embargo, si bien es cierto que hubo después claros brotes de idolatría entre los neoconversos, ello no fue ni general ni profundo y menos permanente. Fray Jerónimo de Mendieta, en su Histora Eclesiástica Indiana, califica el resultado de la conversión de los nativos como una buena cristiandad de los indios.
La aparición de Nuestra Señora de Guadalupe. Con ese fondo de cristiandad elemental, pero suficientemente sincera y no poco arraigada, aparecen ya las familias indígenas de las cercanías de la ciudad de México en el segundo decenio de la Colonia. Entre esas familias se hallaba la de Juan Diego, originario de Cuautitlán; es decir, que ahí había nacido y vivido sus primeros años. Hacia 1531 se encontraba viviendo, según parece, en Tulpetlac con su mujer y su tío Juan Bernardino. No había aún abundancia de iglesias; por eso tenían que ir a oír misa hasta el templo de Santa Cruz de Tlatelolco, en la orilla norte de la ciudad. El sábado 9 de diciembre de 1531 Juan Diego se encaminaba hacia Tlatelolco. Al pasar cerca del cerro del Tepeyácac, oyó un canto que no era de esta tierra. Se detuvo a gozar de él y a ver qué podría significar. Vió arriba como un sol resplandeciente y enmedio a una Señora en actitud de oración. Se le acercó la Señora; y después de saludarla, le dijo que era su deseo que se le labrase un templo en ese llano. Le encomendó también que le comunicase ese deseo al señor obispo. Fue Juan Diego a verle; con dificultad lo logró; pero no lo tomó en serio y le dijo que volviese otra vez. Regresó desconsolado Juan Diego. La Santísima Virgen se le apareció otra vez y le dijo que volviese el domingo a ver al señor obispo. Así lo hizo Juan Diego, pero esa vez le pidió una señal comprobatoria de la voluntad de la Virgen. La Señora se le apareció de nuevo y le dijo que volviese al día siguiente. El lunes se enfermó de cuidado su tío Juan Bernardino, y hasta el martes fue rumbo a la ciudad a traer un sacerdote que le diese los auxilios espirituales. Ese día, martes 12, al pasar por el Tepeyácac se le apareció la Santísima Virgen y le preguntó qué le pasaba. Juan Diego le contó la enfermedad de su tío y le dijo que iba por un sacerdote. Ella le dijo que no se preocupase, que su tío ya estaba sano (a Juan Bernardino se le apareció también, lo sanó y le dijo que su nombre era Santa María de Guadalupe). Le dijo luego que subiese al cerro a recoger unas flores. Fue Juan Diego y en efecto encontró muy bellas y frescas rosas, que ni se daban ahí ni era su tiempo de florecer. Ya con ellas en su ayate, la Santísima Virgen le dijo que las llevase al señor obispo, pero que no desplegase su ayate ni mostrase lo que llevaba a nadie más. Así lo hizo Juan Diego. Después de conseguir entrar en el obispado, le dijo al señor obispo que ahí le llevaba la prueba que le había pedido. En ese momento soltó su ayate y apareció en él grabada la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe.
La imagen de la Virgen de Guadalupe, a simple vista, aparece como una pintura nada común, y mucho menos como si se hubiese pintado por un principiante o un inexperto. Quienes la han conocido la consideran extraordinaria por su finura y colorido. La tela o ayate no tiene preparación, lo que la hace todavía más admirable. Los pintores, que conocen ese arte, siempre han mostrado sorpresa y entusiasmo, pues encuentran en ella algo que no hallan cómo definir. Es notable el juicio que dio Miguel Cabrera en la época colonial. La imagen se conserva en buen estado, a pesar de la humedad a que ha estado expuesta. Tampoco ha perjudicado su buena condición el hecho de haber sido cambiada de lugar varias veces a lo largo de más de cuatro siglos.
Los testigos de las apariciones. Según los documentos históricos, Juan Diego era de convincente normalidad y prudencia. Tenía, pues, las cualidades para ser testigo digno de ser creído. Era veraz; quería decir solamente la verdad de lo que vió y oyó. Conocimiento suficiente también lo tuvo, puesto que él mismo en persona fue quien vió a la Señora y llevó el mensaje y la prueba comprobatoria al obispo Zumárraga. Como segundo testigo puede considerarse Juan Bernardino (tío de Juan Diego) a quien supuestamente también se apareció la Señora. Poseedores de esas dos cualidades, los reconocieron después los declarantes tanto en las Informaciones de 1557 como en las de 1666. Fray Juan de Zumárraga, primer obispo de México, fue el tercer testigo de la aparición de la imagen estampada en el ayate de Juan Diego al caer las rosas en la sala del obispado. Existen dos testimonios de que Zumárraga dejó una declaración sobre la misión de Juan Diego y otra sobre la aparición de Nuestra Señora. De los familiares de Zumárraga sólo se sabe que el padre Juan González (intérprete en el diálogo entre el obispo y Juan Diego) dejó una narración sobre los orígenes guadalupanos, que ya se ha publicado. Se sabe también la gran admiración de quienes fueron los primeros en contemplar la imagen y rendirle culto, inicialmente en la capilla del obispado y en la Iglesia Mayor, y luego en la más temprana ermita, llamada de Zumárraga, en el lugar indicado por la misma Señora.
Las pruebas indígenas de las aparaciones. La primera es la relación de Antonio Valeriano conocida con el título de Nicam mopohua, escrita en lengua náhuatl entre 1558 y 1570. Valeriano tenía unos 15 años de edad en 1531. Fue primero alumno y después maestro y rector del célebre Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco. Los datos que aquí constan sobre las apariciones están tomados de este testimonio. El padre Angel María Garibay afirmaba que Valeriano no había escrito él solo esa relación, sino que fue compuesta por un grupo de indígenas del que formó parte este cronista. Decía Garibay que se descubrían ahí varios estilos y no uno solo. Si así fuera, tendría todavía más autoridad histórica la exposición de su contenido. Esa relación ha sido considerada como el Evangelio de las Apariciones. La mayor parte de los datos que contiene coinciden con los que se hallan en los otros documentos contemporáneos y con los que más tarde dieron los testigos de las Informaciones de 1556, 1666 y 1723. Hay también once anales y dos mapas. Todos ellos proceden del siglo XVI. Los Anales de Tlaxcala dicen: 1510 (debe decir 1531), Año Pedernal. Fue cuando vino Presidente nuevo a gobernar en México; también en este año se dignó aparecer nuestra amada Madre de Hualalope; se signó aparecerle a un indito de nombre Juan Diego. El subgrupo de Anales Catedral, Noticias curiosas, Bartolache, dice así: Tecpatl. 1548: murió Juan Diego a quien se apareció la Señora de Guadalupe en México. Granizó en el Iztactepetl. Lo mismo dicen los Anales de Chimalpain y de Juan Bautista y los que poseyó el padre Baltazar González, SJ. En el mapa que fue de Fernando de Alva Ixtlixóchitl estaba figurada la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe. El otro mapa, que poseyó Boturini, ahora perdido, también tenía alguna información guadalupana. El Testamento de Cuautitlán de 1559 dice: A los pocos días después, mediante este joven (Juan Diego, que menciona antes) se verificó una cosa prodigiosa allá en Tepeyácac, pues en él se descubrió y apareció la hermosa Señora Nuestra, Santa María, la que nos pertenece a nosotros los de esta ciudad de Cuautitlán. Además de todos estos documentos citados, existen los cantares y coloquios de los mismos indígenas en los que se hacen no pocas alusiones a Nuestra Señora de Guadalupe.
Las pruebas españolas de las aparaciones. La primera es el testimonio del obispo fray Juan de Zumárraga. Existen dos constancias de que este prelado escribió, tanto en México como en España, una declaración autorizada sobre el milagro de la imagen y sobre las apariciones al indio Juan Diego. El padre Miguel Sánchez (primero que difundió la relación de Valeriano) se basó en la palabra del licenciado Bartolomé García y del deán Alonso Muñoz de la Torre para afirmar que el arzobispo de México, fray García de Mendoza, por el año 1601 tuvo en su poder los autos y el proceso de Zumárraga sobre las apariciones. Esos documentos debieron ser los que dejó el primer obispo de México cuando viajó a España en 1532. El padre franciscano Pedro de Mezquía aseguró haber visto y leído una relación semejante en el convento de Victoria, en España, pero después declaró no haberla encontrado al intentar llevar una copia a México, acaso porque se hubiera perdido en el incendio que destruyó el archivo de ese convento. Aunque físicamente no se tienen todavía las copias de esas dos relaciones de Zumárraga, sí consta que las escribió con el fin de dar a conocer los hechos que relatan. Los historiadores guadalupanos confían en dar con ellas en algún archivo conventual de España o de México. En las Informaciones de 1556, tomadas después del sermón antiguadalupano del padre Bustamante, se hallan no pocos testimonios de españoles que confirman expresamente la tradición substancial de las apariciones y de la devoción consiguiente a la Guadalupana. Otro testimonio, aunque más general, es el de Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España. En los capítulos 150 y 210 se ocupa del tema; en éste dice: Y miren las santas iglesias catedrales… y la santa iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, questá en lo de Tepeaquilla (Tepeyácac) … y miren los santos milagros que hace cada día. En 1570 el capellán de la ermita Montúfar, padre Antonio Freyre, dijo en un informe que la ermita de Nuestra Señora de Guadalupe Tepeaca está a media legua de esta dicha ciudad (México) hacia el norte, la cual puede haber catorce años que fundó y edificó el Ilmo. Sr. Arzobispo con las limosnas que dieron los fieles. Noticias semejantes constan en escritos de fray Diego de Santa María y del virrey Martín Enríquez de Almanza. El alcalde de Cuautitlán, Juan Suárez de Peralta, autor del libro Descubrimiento de las Indias (1589), dice al hablar de la llegada del virrey Enríquez de Almanza: Y así llegó a Nuestra Señora de Guadalupe, que es una imagen devotísima questá de México como dos legüechelas, la cual ha hecho muchos milagros. Aparecióse entre unos riscos y a esta devoción acude toda la tierra.
La ermita guadalupana de Zumárraga (1531-1556). La Virgen María había dicho a Juan Diego: Ve al palacio del obispo de México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo mucho que deseo que aquí, en el llano, me edifiquen un templo. Ese templo, como dijo el padre Bravo Ugarte en uno de sus libros, moralmente uno, ha sido materialmente múltiple, no sólo por el constante crecimiento del culto, sino también como consecuencia de la condición demasiado húmeda y blanda del terreno sobre el cual se han edificado las varias construcciones que se han ido haciendo a lo largo de cuatro siglos y medio. Los primeros recintos que acogieron la imagen fueron la capilla particular del obispado y luego la Iglesia Mayor de México. Desde luego se pensó en hacerle a la Santísima Virgen una construcción propia en el lugar por ella escogido. Zumárraga le dijo a Juan Diego que le mostrase el lugar indicado por la Señora. Así lo hizo y luego se construyó lo que se llamaba la primera ermita o ermita Zumárraga. El lugar indicado por Juan Diego parece haber sido lo que hoy es la sacristía de la parroquia llamada de los Indios, que se halla cerca de la iglesia del Pocito. Allí la localizó el canónigo Luis T.Montes de Oca en sus investigaciones de 1932 y 1933. Después de que Juan Diego le indicó a Zumárraga el lugar preciso del templo solicitado, le pidió licencia de irse, dice Valeriano. Zumárraga lo hospedó en su casa a él y a su tío Juan Bernardino hasta que se erigió el templo de la Reina en el Tepeyácac, donde la vió Juan Diego. La fábrica de la ermita se comenzó a raíz de las apariciones y se concluyó en poco tiempo. Si se le llamaba ermita, es de creer que no fuese sino una modesta capilla de cortas dimensiones y de material pobre y sencillo. La imagen debió llevarse allá a fines de 1531 o principios de 1532. Parece lo más probable que Zumárraga haya sido quien la llevó el 26 de diciembre siguiente, o sea 15 días después de su aparición en el ayate. En mayo del siguiente año Zumárraga se fue a España. La primera ermita fue desde un principio centro de atracción y devoción tanto para los indígenas como para los españoles.
La ermita guadalupana de Montúfar (1557-1622). A causa del continuo crecimiento de la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe, hubo necesidad de otra ermita más amplia. El nuevo arzobispo, fray Alonso de Montúfar, se interesó por erigirla. Para ello se ocupó el espacio de la anterior y se amplió un poco, pues se quería conservarla en el sitio preciso señalado por Juan Diego. El virrey Enríquez de Almanza escribió al rey en 1575: Lo que comúnmente se entiende es que el año 1555 o 56 estaba allí una ermitilla (la de Zumárraga) en la cual estaba la imagen que ahora está en la Iglesia. Le pareció al virrey mucho mejor la nueva ermita de Montúfar y por eso la llamó iglesia. Antonio Freyre, que era allí capellán, decía en su informe del 10 de enero de 1570 que la ermita Montúfar estaba a media legua de la ciudad de México, hacia el norte, la cual puede haber catorce años que fundó y edificó el Ilustrísimo Señor Arzobispo con las limosnas que le dieron los fieles cristianos. Pronto se fundó allí una capellanía. Más tarde hubo dos clérigos y se pensó en poner otro más. Se fundó también una cofradía que llegó a tener 400 socios. Con ese crecer de la vida religiosa se construyó la vicaría parroquial; el libro de bautismo comienza en 1596 y el de matrimonios en 1598. El inglés Miles Philips, quien en 1568 estuvo prisionero en la Nueva España por piraterías, dejó la siguiente narración: A otro día de mañana caminamos para México, hasta ponernos a dos leguas de la ciudad, en un lugar donde los españoles han edificado una magnífica iglesia dedicada a la Virgen. Tiene allí una imagen suya de plata sobredorada, tan grande como una mujer de alta estatura, y delante de ella y en el resto de la iglesia hay tantas lámparas de plata como días tiene el año; todas las cuales se encienden en fiestas solemnes. A esta imagen llaman en español Nuestra Señora de Guadalupe. Esa imagen de plata era una copia de bulto donada por Alonso de Villaseca y llevada allí el 15 de septiembre de 1556, más tarde transformada en blandón. El relator no hace referencia a la imagen original que ahí estaba.
El templo guadalupano de 1622. El 20 de agosto de 1600 el Cabildo de la catedral de México, sede vacante, resolvió construir un nuevo santuario a Nuestra Señora de Guadalupe. El acta respectiva dice que los capitulares se reunieron para tratar de mudar la Iglesia de Na.Sa. de Guadalupe del sitio donde ahora está, llevándola a la calzada y camino real (la Calzada de los Misterios). Y habiendo conferido lo que se debía hacer, quedó acordado que en la parte y lugar que los Srs. y el Dr. Rivera y Alonso de Arias determinasen, se empezase conforme al modelo y pinturas que para la dicha obra hicieron… y el domingo que se contaran diez del mes de septiembre, se haga la fiesta de la Natividad de Na.Sa. en la dicha ermita, por ser su advocación. Y que este día se ponga la primera piedra para dar principio a la reedificación de dicha casa. Se pregonó el acto y se invitó al virrey conde de Monterrey para que asistiese a la ceremonia. Se puso, en efecto, la primera piedra el 10 de septiembre de 1600, pero por ciertas dificultades y retardos posteriores se repitió la ceremonia inaugural en 1609. Así consta por una inscripción que se encontró al demoler esa iglesia (la de 1622) para construir la de 1709, o sea la actual (ahora desocupada). En 1614 se celebró contrato con el maestro Juan Pérez para que techara la nueva iglesia y por fin fue solemnemente dedicada en noviembre de 1622 por el arzobispo Pérez de la Serna. El 10 de febrero de 1635 los maestros Diego Ramírez y Bartolomé de Mendoza se comprometieron a dejar terminado el magnífico retablo dorado en el plazo de un año. El padre Florencia dice que este templo era de bastante capacidad y de hermosa arquitectura, tenía dos puertas, una al poniente, que daba a un espacioso cementerio, y la otra puerta al sur, que tiene casi enfrente a México. A ese lado tenía la portada y dos torres. El techo era de media tijera. A la capilla mayor la llama una piña de oro, y en ella había más de 60 lámparas de plata. El altar mayor, al norte, tenía su retablo de tres cuerpos con escultura de buen arte, dorado y estofado de todo primor. En medio estaba un tabernáculo de plata maciza de más de 350 marcos de peso, cuya materia por ser tanta y preciosa, cede a los primores del arte con que está labrada. En éste está colocada la Santa Imagen debajo de puerta y llave. Este tabernáculo fue costeado en gran parte por el virrey conde de Salvatierra. Con motivo de la gran inundación de 1629, la imagen fue llevada a la catedral de México. Ahí estuvo cinco años hasta el 14 de marzo de 1634, en que fue regresada a su santuario.
La ermita guadalupana (iglesia, parroquia) de los Indios (1649). Después de construido el templo de 1622 la ermita Montúfar quedó abandonada. El padre Francisco de Florencia, en su Estrella del Norte de México, cuenta lo siguiente: Estuvo mucho tiempo (la ermita Montúfar) con sólo unos paredones viejos, reliquias de ella, y que sólo servían para acordarnos que allí había estado la Santa Imagen y dado en él la Soberana Virgen principio a su maravillosa pintura; hasta que el licenciado Luis Lasso de la Vega (vicario de Guadalupe de 1647 a 1657)… labró a costa de los indios y a diligencias suyas en él una capilla o iglesia pequeña, hermosamente acabada, con su altar y retablo dorado, en que hizo pintar de buena mano a la Soberana Reina de los Ángeles entregando a Juan Diego las flores que había de llevar por señal al obispo, y puso en ella otras pinturas y arreglos necesarios para una iglesia. Y sigue diciendo Florencia que ese es uno de los puestos que visitan los que van a la iglesia de la Virgen. Por devoción a ese lugar, quiso ser enterrado ahí el padre Miguel Sánchez, para estar también cerca de los sepulcros de Juan Diego y de Juan Bernardino. Conforme a una nota que se conserva en la biblioteca de la Basílica de Guadalupe, se sabe que la fecha en que se terminó esa iglesia de los Indios fue el 19 de diciembre de 1649. Unos años después, en 1679, se estableció ahí una Cofradía Guadalupana de Indios. Cuando en 1694 se resolvió erigir una nueva iglesia, mayor que la de 1622, los constructores pidieron que la imagen se pasase a la ermita de los Indios, que está inmediata a la dicha iglesia (la de 1622), en donde alargaremos lo suficiente decían y se le pondrá coro y sacristía, que tendrá la ermita más de 20 varas. Las obras se hicieron rápidamente y el 30 de diciembre inmediato, pudo ser colocada en la ampliada ermita la Santísima Virgen . Hasta el 30 de abril de 1709 volvió la imagen a su nuevo templo, dejando el provisional alojamiento de la ermita de los Indios. La parroquia no se erigió sino hasta 1702. Cuando en 1965 se llevaron a cabo unos trabajos de remodelación en la zona oriental de la Basílica de Guadalupe, el edificio de esa iglesia de los Indios quedó también restaurado, pero se resolvió dejarlo sin techo. Entonces se pasó la parroquia a la iglesia de Capuchinas, anexa a la Basílica, y más tarde a la iglesia del Pocito.
El templo guadalupano de 1709. Sin otra razón, al parecer que el hacerlo más grande tal y como la Soberana Señora se lo merecía, se pensó en hacerle un nuevo templo. El licenciado Ventura de Medina y el capitán Pedro Ruiz de Castañeda le pidieron permiso al arzobispo Aguilar y Seijas para demoler el templo dedicado en 1622, y levantar allí mismo otro digno de tan Soberana Señora. Les dio el permiso y fue trasladada la imagen a la iglesia vieja de los Indios. Se empezó la demolición del antiguo santuario, poniéndose la primera piedra de los cimientos del nuevo, el 25 de marzo de 1695. Medina y Castañeda ofrecieron 30 y 50 mil pesos respectivamente para los gastos de la construcción, pero como eso no era suficiente (su costo total llegó a los 800 mil) se acudió a la caridad pública, especialmente por el arzobispo Juan de Ortega y Montañés. Gracias a todos esos esfuerzos, pudo dedicarse solemnemente la nueva iglesia el 27 de abril de 1709 y tres días después fue llevada a su nuevo templo la imagen. El aspecto de esa nueva construcción era de notable severidad. En los ángulos se le pusieron cuatro pequeñas torres, que fueron hechas así para que resaltase la cúpula. La proporción de las portadas con el conjunto no parecía muy aceptable. El material empleado fue la cantera y el tezontle rojo. El edificio, en servicio hasta 1976, tenía tres puertas (al frente, al poniente y al oriente) y tres naves con 15 bóvedas. En el gran retablo central estuvo la imagen de Nuestra Señora. El 27 de abril de 1737 se la declaró Patrona de la ciudad de México y el 18 de diciembre de 1747 de toda la Nueva España.
La Guadalupana, bandera de los insurgentes. El 16 de septiembre de 1810, al llegar los insurgentes al pueblo de Atotonilco, el cura Miguel Hidalgo y Costilla, que los encabezaba tomó la imagen de la Virgen de Guadalupe que se hallaba en la sacristía del santuario y la puso en manos de sus improvisados soldados, para que la llevara como estandarte delante de la gente que lo seguía. De ahí vino en palabras del propio caudillo que los regimientos que se fueron después formando, igual que los pelotones de la plebe que se reunió, tomaran la misma imagen de Guadalupe por armas. Después de la toma de Guanajuato (28 de septiembre) y de Valladolid (17 de octubre) las fuerzas insurgentes derrotaron a los realistas en el Monte de las Cruces (30 de octubre), desistieron de acercarse aún más a la ciudad de México, regresaron hacia el Bajío y fueron derrotados y diezmadas en Aculco (7 de noviembre) por el ejército virreinal. Recogió el campo, por parte de los vencedores, el justicia Manuel Perfecto Chávez, quien halló 85 muertos, 53 heridos, cuatro fusiles, cuatro pedreros y una bandera. Ésta era el estandarte de la Virgen de Guadalupe, que luego remitió el brigadier José de la Cruz al virrey Venegas por conducto de su ayudante Agustín de Iturbide. También lleva dicho oficial dice el oficio fechado en Huichapan el 7 de diciembre de 1810 el estandarte oficial de los rebeldes, que se reduce a un cuadro al óleo de la Virgen de Guadalupe con las expresiones favoritas de la insurrección. Este cuadro ha sido arrancado de un marco, según manifiesta por sus extremos. El virrey dispuso que la imagen se colocara en la parroquia de la Villa de Guadalupe, donde permaneció muchos años, aún después de consumada la Independencia. En 1853 el presidente Antonio López de Santa Anna mandó que el lienzo se llevara al salón de la Cámara de Diputados, pero el 12 de diciembre de ese año lo reintegró a la Villa para que se restaurase, se fijara en una tela más grande y se le pusiera marco. Una vez hechas estas operaciones, se escribió al reverso de la siguiente leyenda: Esta santa imagen fue el estandarte con que proclamó la Independencia, en el año de 1810, el señor cura Hidalgo. Se colocó en ésta el 12 de diciembre de 1853 con la mayor solemnidad, con asistencia del S.Arzobispo D.Lázaro de la Garza, el señor Presidente de la República, los señores ministros, el venerable Cabildo y esta Colegiata y comunidades religiosas y corporaciones. La repuso (por estar muy maltratada) el Sr.Dr. don Mariano Orihuela, mayordomo de las limosnas que se colectan para el culto de Ma. Sma. de Guadalupe. Enero 20 de 1858. Hacia 1895, al fundarse el Museo Nacional de Artillería, se llevó la pieza a esa institución, no sin antes haber comprobado su autenticidad. Testificó, entre otros, Cenobio Acevedo, antiguo soldado insurgente que contaba entonces 107 años de edad. Más tarde el estandarte pasó al Museo Nacional de la calle de Moneda y de allí al Museo Nacional de Historia de Chapultepec, donde se conserva.
Allí también se guarda otro estandarte de tela de algodón, que tiene pintada la imagen de la Virgen de Guadalupe, los escudos de España y de la Provincia Franciscana de San Pedro y San Pablo de Michoacán y la leyenda Viva María Santísima de Guadalupe. Esta pieza fue enviada por el gobierno de la República al Museo Nacional en 1830, junto con las pruebas de que había pertenecido a las fuerzas comandandas por el cura Miguel Hidalgo. Cuando por disposición del archiduque Maximiliano el Museo se cambió de la vieja Plaza del Volador a la Casa de Moneda, se perdieron aquellos documentos, pero en 1896 varios peritos, entre ellos el pintor José María Velasco, confirmaron su carácter genuino. Este lienzo debió ser tomado por los insurgentes de alguna capilla administrada por los franciscanos. Fuente: Jesús Romero Flores: Banderas históricas mexicanas (1958).
Reparaciones y renovaciones (1802-1975). A un lado del santuario guadalupano se construyó de 1782 a 1787 el convento y el templo de Capuchinas. Este edificio perjudicó gravemente la firmeza del templo de Nuestra Señora, cuyos muros y bóvedas se resintieron. Con este motivo el Cabildo de la Colegiata dispuso las reparaciones que se efectuaron de 1802 a 1836. Su costo fue de 381 mil pesos. Se construyó un nuevo altar mayor de estilo neoclásico; al frente, en un templete en forma de baldaquino con cuatro columnas, se colocó la imagen de Nuestra Señora. Se hizo una nueva obra de reconstrucción de 1887 a 1895, no sólo por haberse agrietado sus bóvedas y estar sus torres en muy mal estado, una de ellas totalmente desprendida del resto del edificio, sino también con motivo de la proyectada coronación pontificia de la imagen. Se ahondaron y afianzaron los cimientos; se cincharon muros, torres y bóvedas con soleras de hierro de cuatro pulgadas de espesor; el coro, que estaba enmedio del templo, se puso atrás del altar mayor; se erigieron nuevas capillas, para lo cual se derribó el ábside y se reconstruyó 20 m atrás; y se abrieron otras dos puertas en el frente. La obra la dirigieron los arquitectos Emilio Dondé y Juan Agea, ayudados por el sobrestante Manuel Gutiérrez. La ornamentación también tuvo cambios. En los huecos de los muros se colocaron cinco grandes pinturas con temas guadalupanos: El primer milagro, La vocación de los indios a la fe, No hizo cosa igual con otra nación (Benedicto XIV), La jura del patronato capitalino y Las informaciones de 1666. Se ejecutó el proyecto que habían hecho para el altar mayor José Salomé Pina y Juan Agea, en mármol de Carrara, labrado por el arquitecto Carlos Nicoli, y a sus lados se pusieron de hinojos a fray Juan de Zumárraga y a Juan Diego.
En 1929, después del conflicto religioso durante el cual se suspendieron los cultos y ya próxima la celebración del IV Centenario de las Aparaciones, se pensó nuevamente en reparar y embellecer la Basílica de Nuestra Señora. Las obras se emprendieron bajo la dirección del arquitecto Luis G.Olvera y con la protección del arzobispo de México, Pascual Díaz. Se volvieron a reforzar los cimientos; el altar mayor se retiró hasta el fondo, donde estaba el coro de los capitulares, y se amplió el presbiterio; se revistieron con tezontle grandes espacios de la fachada y se agrandaron las ventanas; y en el frontón central se colocó un gran reloj alemán de la Casa B.Grueninger Hnos., cuyo carillón va repitiendo No, nunca te alejes y Mexicanos, volad presurosos. Su costo fue de 37 mil pesos y fue obsequiado por el clero nacional. El decorado interior fue realizado por Bartolomé Galotti. En las veinte pechinas y en la cúpula se aplicaron mosaicos venecianos: se embutieron en los muros cuatro confesionarios que obsequió la Tercera Orden Franciscana; se cambió el pavimento de madera por otro de mármol de variados colores; se fijó el mural que representa la entrega del breve de la coronación pontificia; se puso una tribuna de mármol en el sitio del antiguo púlpito y se instaló un órgano monumental de la casa Wurlitzer que costó 30 mil dólares. También se renovaron la capilla del Sagrario y la Sacristía; se construyeron la nueva Sala Capitular, la Biblioteca, el Salón del Tesoro artístico, el Salón de los Obispos y el Colegio de Infantes. El gasto total pasó de los 2 millones de pesos. Tal como quedaron en 1932 la Basílica y sus anexos, así se conservaron en lo general hasta 1975. Sólo se añadieron después la Gran Plaza Monumental con sus dos corredores frontales de arquería de medio punto, construída en tiempos del presidente Miguel Alemán y del arzobispo Luis María Martínez, y las columnas de concreto que cubrieron las antiguas para reforzarlas. (L.M.A.).
La nueva Basílica. El 12 de diciembre de 1974 el Arzobispo de México, cardenal Miguel Darío Miranda y Gómez, bendijo la primera piedra del que sería quinto templo en honor de María Santísima de Guadalupe, y el 11 de octubre de 1976 él mismo, delegado especial del Papa Pablo VI para esa ceremonia, hizo la dedicación del nuevo edificio en compañía de todo el Espiscopado Mexicano y de representantes de los otros países del continente. El día 12, a las 11 de la mañana, en una solemnísima procesión se trasladó la tilma del indio Juan Diego donde se conserva la imagen de la Virgen María; y a las 12, en un mensaje dirigido a toda América desde el Vaticano, el Papa transfirió el título de Basílica al nuevo templo. Éste se hizo porque el anterior presentaba problemas estructurales imposibles de reparar por el culto diario a la Virgen y por ser insuficiente para recibir la gran afluencia de peregrinos.
La planta de la nueva Basílica es un círculo que recuerda a la divinidad, pues por tener todos sus puntos equidistantes del centro da una idea del ser perfectísimo. De frente, la cubierta evoca el manto de la Virgen que cubre a sus hijos. Desde cualquier sitio del interior es visible la reliquia del ayate de Juan Diego junto a una cruz que polariza todas las miradas sin ser el centro del círculo, pues el apoyo de donde pende la cubierta y se encuentra el retablo está desplazado hacia el oriente, dejando libre para el culto todo el espacio de la única nave. Los muros del fondo, convergentes hacia el retablo, sugieren que María abre sus brazos para estrechar a sus hijos y llevarlos a su regazo y a Jesús. La cruz, sin la imagen del crucificado, simboliza la resurreción de Jesús: No está ahí, ha resucitado y permanece en su cuerpo místico, en los fieles congregados en asamblea. Sobre el presbiterio, un conjunto de lámparas recuerda la nube del Antiguo Testamento que señalaba la presencia del Señor entre su pueblo. El coro está entre el altar y los fieles, en un pequeño rehundimiento, indicando su función de animador de la comunidad y formando parte, sin ostentación de la asamblea. La forma de la nueva Basílica resultó de una serie de líneas concurrentes que fija la atención de los fieles en la imagen de la Virgen. Cada año llegan a la Basílica 1 500 peregrinaciones y un promedio diario de 20 mil personas, o sea 20 millones de personas que participan en la liturgia. En las capillas altas a menudo se imparten los servicios religiosos a varios grupos simultáneamente, sin que unos interrumpan a los otros. Para facilitar el mensaje mariano guadalupano a los visitantes se dispuso un pasillo entre el pie del retablo y la parte posterior del altar. Otros servicios propios del culto a María se realizan en la capilla del Santísimo, que sirve de trono a Jesús en el sagrario. En el lado opuesto está la capilla dedicada a San José. Así se forma un conjunto que significa la predicación constante de la Sagrada Familia. Las banderas de los países del continente indican que María es madre de los mexicanos y reina de toda América. La capilla abierta que domina el atrio brinda la oportunidad de atender a unos 40 mil fieles que no podrían estar dentro del templo de modo simultáneo. Sirve también de base a una cruz monumental. Contribuye a la luminosidad del recinto un vitral de 1 500 m2 de superficie y 227 t de peso, primero en el mundo que se construye exclusivamente con cristal de plomo. Los colores oro, azul y rojo confieren una belleza especial al diseño de prismas. Las siete puertas frontales rememoran los siete signos sensibles que Cristo instituyó como ayuda para penetrar en la Jerusalén celestial e indican el término de la peregrinación a María, símbolo a su vez del discurrir en este mundo. Corona toda la construcción el monograma de María. En resumen, la nueva Basílica satisfizo varios requerimientos y propósitos: facilidad de acceso, circulación normal y extraordinaria, máxima capacidad, integración y respeto al entorno arquitectónico, adecuación al subsuelo, signo de nuestro tiempo.
Para levantar la nueva Basílica se escogió un lugar dentro de la misma plaza, pero suficientemente lejos del cerro para evitar los deslizamientos del terreno. La cubierta sin apoyos centrales exigió materiales ligeros. Las cargas se ditribuyeron en un apoyo central y en otros perimetrales. En la cimentación se utilizaron 344 pilotes de control; se vació una porción de terreno y se procedió a cargarla antes de vaciar otra, modo de evitar alterar las condiciones propias del suelo con cargas excesivas; se extrajeron 50 mil m3 de tierra, cuyo peso es inferior al de la construcción terminada. El desnivel del terreno se aprovechó para construir un estacionamiento con capacidad para 900 automóviles. La estructura se hizo de concreto, con armadura de acero para la cubierta. Esta es una placa de concreto de 7 cm de espesor, revestida con teja de lámina de cobre oxidada artificialmente para darle una pátina de color verde. La torre de 10 pisos situada en la parte posterior del edificio aloja la colecturía, las habitaciones de los sacerdotes, las oficinas y la biblioteca. En los sótanos están los talleres, la cocina, los comedores y la subestación eléctrica. El órgano, fabricado por una empresa canadiense, tiene un dispositivo que compensa la diferencia de tiempo entre la pulsación del mecanismo y la llegada del sonido al ejecutante, fenómeno natural en un recinto tan grande. La maquinaria del instrumento ocupa tres pisos. El mármol que se utilizó en la nave es de Santo Tomás, y el del presbiterio, de Carrara. Diseñaron la obra los arquitectos Pedro Ramírez Vázquez, Alejandro Schoenhofer, fray Gabriel Chávez de la Mora y Javier García Lascuráin. Los pilotes de control son invención del ingeniero Manuel González Flores. Los principales miembros del comité que promovió la nueva Basílica fueron el cardenal Miguel Darío Miranda, Guillermo Schulenburg, José Barroso y José T.Mata. (E.R.S.).
Los Patronatos Guadalupanos. En agosto de 1736 apareció la peste llamada matlazáhuatl en la ciudad de México. Atacaba de un modo especial a los indígenas. Pronto llegó el número de víctimas a 40 mil. Se estuvieron haciendo oraciones, triduos y procesiones públicas, pero la epidemia continuaba. Se pensó entonces en invocar a la Virgen de Guadalupe y declararla patrona de la ciudad. El 27 de abril de 1737 se hizo la solemne Jura del Patronato de Nuestra Señora sobre la ciudad en el palacio virreinal por el arzobispo-virrey Juan Antonio de Vizarrón y Eguiarreta y ese mismo día comenzó a disminuir el número de afectados. A causa de que la peste se había extendido también a las provincias de la Nueva España, con la aprobación de todas ellas se hizo la solemne Jura del Patronato Nacional de Nuestra Señora de Guadalupe el 4 de diciembre de 1746 por el mismo señor Eguiarreta, cuando el número de víctimas era ya de 192 mil. Con motivo de la coronación de la Virgen de Guadalupe en 1895, el obispo de Cleveland, monseñor Houslmann, propuso que se le proclamara Nuestra Señora de América. Hacia 1907 Trinidad Sánchez Santos y Miguel Palomar y Vizcarra quisieron que se la proclamara Patrona de la América Latina. Sin embargo, no fue sino hasta abril de 1910 en que varios obispos mexicanos dirigieron una carta a los obispos latinoamericanos y anglosajones proponiéndoles proclamar a la Virgen de Guadalupe como Patrona de todo el Continente, pero la Revolución de 1910 y el conflicto religioso de 1926 a 1929 no permitieron continuar las gestiones. En abril de 1933, luego de haber escrito nuevamente a los obispos de Latinoamérica, ya se habían recibido contestaciones favorables de un cardenal, 50 arzobispos y 190 obispos, de modo que el 15 de agosto el Espiscopado Mexicano pudo ya publicar una carta pastoral colectiva en la que anunciaba la proclamación del Patronato Guadalupano sobre toda Iberoamérica para el 12 de diciembre siguiente en Roma. El día 10 el cardenal Pacelli coronó en la iglesia del Gesú la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, pintada por Cabrera, que se venera en la iglesia de la Visitación en Roma; y el 12 se celebró en San Pedro la solemne misa pontifical presidida por el arzobispo de Guadalajara, Francisco Orozco y Jiménez. Quiso asistir a esa función el papa Pío XI; también estuvieron presentes un cardenal, cinco nuncios, 40 arzobispos y 142 obispos. En el ventanal del fondo, llamado Gloria de Bernini, se colocó una gran imagen de la Guadalupana y por la noche de ese día se iluminó la cúpula de San Pedro. El día 13 el Papa concedió audiencia especial a los prelados latinoamericanos y a los demás peregrinos. Así quedó proclamada la Virgen de Guadalupe como Patrona de América Latina.
La coronación guadalupana (1895). El arzobispo de México, Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, coronó la imagen de Nuestra Señora de la Esperanza de Jacona y de ahí surgió la idea de la coronación pontificia de Nuestra Señora de Guadalupe. Una vez conseguida la aprobación de Roma, se fijó para este acto la fecha del 12 de octubre de 1895. El arzobispo le encomendó la preparación de esa ceremonia al presbítero Antonio Plancarte y Labastida, cura de Jacona que tanto se había distinguido en la festividad anterior. El nombramiento de abad de la Basílica le fue otorgado después por el Papa León XIII. En la madrugada del 12 de octubre de 1895 miles de peregrinos se dirigían a la Villa de Guadalupe desde todos los rumbos de la ciudad de México, entre ellos no pocos norteamericanos y centroamericanos. Al amanecer la gente se entretenía subiendo y bajando las rampas que llevan a la capilla del Cerrito; las bandas de música tocaban sin cesar, grupos de personas entonaban cantos y otros lanzaban cohetes. En la capilla del Pocito, en la iglesia de Capuchinas y en la parroquia de los Indios muchos devotos oían misa y comulgaban. Las puertas de la Basílica se abrieron a las 8 de la mañana. Pronto se llenó todo el recinto, profusamente engalanado, y la mayor parte de la multitud quedó fuera. Los diplomáticos y los invitados se colocaron en sitios especiales. Una comisión de damas llevó la corona hasta el altar. En éste, cerca del baldaquino, se puso una plataforma, y al lado del evangelio se hallaba el dosel para el arzobispo oficiante. Estaban presentes 38 prelados nacionales y extranjeros. Después del canto de nona, principió la misa pontifical presidida por el arzobispo Próspero María Alarcón. Actuó el Orfeón de Querétaro dirigido por el padre José Guadalupe Velázquez. Se ejecutó la misa Ecce ego Joannes de Palestrina. En procesión fueron llevadas al altar las dos coronas: una de oro y otra de plata. El señor Alarcón, una vez arriba de la plataforma, besó la mejilla de la imagen y en seguida él y el arzobispo de Michoacán, Ignacio Arciga, colocaron la corona de oro sobre la cabeza de la Virgen, suspendiéndola de las manos del ángel que se hallaba sobre el marco. En ese instante los fieles lanzaron gritos de ¡Viva!, Madre, ¡Sálvanos! y Patria!, clamorasamente coreados dentro y fuera de la Basílica, mientras repicaban las campanas y se hacían estallar cohetes. Al final se cantó el Te Deum en acción de gracias y los obispos fueron poniendo sus báculos y mitras a los pies del altar de la Virgen de Guadalupe, consagrándole así sus diócesis y poniéndolas bajo su protección.
El IV Centenario Guadalupano (1931). Desde los arreglos de junio de 1929 se habían ido tranquilizando los ánimos. Todavía con la impresión de los aciagos días del conflicto religioso, monseñor Pascual Díaz, arzobispo de México, después de haber recibido de parte del cabildo de la Villa el juramento de defender la tradición del milagro, declaró que del 12 de diciembre de 1930 al mismo día de 1931 sería considerado Año del IV Centenario Guadalupano. Durante esos 12 meses fueron realizando su peregrinación las distintas diócesis de la República, las asociaciones de trabajadores y las organizaciones católicas. El novenario final, del 3 al 11 de diciembre de 1931, tuvo mayor solemnidad. Esos días se repartieron entre las varias arquidiócesis de la República. En la misa del día 11 predicó el obispo de Tabasco, Vicente M.Camacho. Dijo un cronista que su pieza resultó plena de luminosas figuras, de giros majestuosos y de hondo sentimiento. El texto que escogió fue de San Juan: No me elegisteis vosotros; sino yo soy el que os he elegido. A nombre de 80 millones de católicos latinoamericanos, monseñor Camacho ofreció a Nuestra Señora un fervoroso tributo de veneración y de fidelidad. Al terminar la misa, los diplomáticos extranjeros fueron poniendo sus banderas al pie del altar de la Virgen. El sábado, día 12, se inició con el repique de las campanas, el tronar de los cohetes y la música de Las Mañanitas tocada por las bandas. La misa pontifical dio principio a las 9 de la mañana. Fue presidida por el arzobispo Díaz. El Orfeón de Querétaro interpretó la Misa Ave María del padre José Guadalupe Velázquez. El sermón estuvo a cargo de monseñor Luis María Martínez, auxiliar de Morelia. Describió el idilio entre la Virgen y el indio Juan Diego, representante del pueblo mexicano, a quien ella le dio como prueba de amor su sagrada imagen. Al terminar la misa se leyó el mensaje del papa Pío XI a la nación mexicana. Después de la bendición con el Santísimo y de la procesión, los obispos depositaron sus báculos y sus mitras a los pies del altar de Nuestra Señora. El suelo de la Basílica quedó cubierto de pétalos de rosas. En diciembre de ese año pasaron ante el altar de la Virgen dos millones de peregrinos, se repartieron 70 mil comuniones y se celebraron dos mil misas por los sacerdotes visitantes. Del día 5 al 10 de diciembre de ese año se celebró un Congreso Nacional Guadalupano en el que se presentaron buenos estudios teológicos e históricos.
El L Aniversario de la Coronación (1945). De 12 de octubre de 1944 a igual día de 1945 se declaró Año Jubilar Guadalupano. En ese lapso se fue desarrollando un programa nacional que incluyó cultos especiales los días 12 de cada mes, comuniones generales, entronizaciones, concursos históricos y congresos. Ya en octubre de 1945, el día 8 le tocó la fiesta a España; el 9, a Canadá; el 10, a Estados Unidos; el 11, a América Latina; y el 12, a toda América. El Papa nombró legado suyo para esas fiestas al cardenal de Quebec, José María Rodrigo Villenueve, el primer eclesiástico de ese rango que visitaba México. Más de medio millón de personas le dio la bienvenida en la capital de la República. Eso lo hizo exclamar: México es la realización del milagro de la fe. Nuestro espíritu se siente reconfortado al ver cómo el pueblo católico de toda la República (viajó en automóvil desde Nuevo Laredo), con su fe sin igual, reverencia a la Madre de Dios.(Dicen las crónicas que cuando después fue a Roma y el Papa le preguntó cómo lo habían tratado los mexicanos, el cardenal le respondió: Santo Padre, cuando vuelva a enviar a otro legado a México, que no sea uno sino nueve, porque uno solo no basta para el desborde de amor de los mexicanos hacia la Sede Apostólica). Después del canto de tercia, a las 9:45 comenzó la misa pontifical presidida por el cardenal Villenueve. El sermón lo dijo monseñor Luis María Martínez, arzobispo de México. Al terminar la misa, el papa Pío XII transmitió por radio un mensaje a la nación mexicana. Después siguieron la bendición de la corona y el cetro, el ofrecimiento de éstos a la Virgen, la bendición de las rosas, la procesión por la Basílica, la colocación de las mitras y los báculos a los pies del altar, el desfile de las banderas y el canto de los himnos pontificio, guadalupano y Nacional.
La Virgen de Guadalupe, Reina del Trabajo. A fines de 1945 apareció un cartel con la imagen de la Virgen de Guadalupe en el acto de ser coronada por un obrero; en la parte superior decía Reina del Trabajo. Este mismo título era usado por los participantes en la Peregrinación Nacional del Trabajo. El 12 de diciembre de 1950 una imagen de la Guadalupana fue coronada en una empresa embotelladora del Distrito Federal por monseñor Araiza, en representación de patrones y obreros. Al año siguiente se editó el Manual de la Asociación Nacional Guadalupana de Trabajadores Mexicanos (ANGTM) en el cual se atribuye a la Virgen semejante dignidad mayestática. De ahí se siguió una serie de entronizaciones de la imagen de la Inmaculada Concepción, aunque con frecuencia se pensaba en la Guadalupana. Por ese tiempo el padre Eduardo Iglesias, SJ, insistía en la solución cristiana de los problemas de orden social, fundada en la unión y el compromiso de los trabajadores con la imagen de la Virgen de Guadalupe. La idea de la proclamación fue extendiéndose. A principios de 1955, Alfonso Franco Guerrero, presidente de la ANGTM, y Antonio Martínez Rivas, presidente de la Unión Patronal Guadalupana, entregaron al obispo José Villalón Mercado sendos documentos en que se pedía al arzobispo de México, Luis María Martínez, que la Virgen de Guadalupe fuera coronada en el Tepeyac por un patrón y un obrero como Reina del Trabajo el 11 de diciembre de ese año, y que se promoviera un acto semejante en todos los santuarios guadalupanos de la República. Al enterarse de la proposición, monseñor Martínez exclamó con entusiasmo: Ésto yo lo apruebo y lo bendigo. El Episcopado y el Secretariado Social Mexicano aceptaron también la iniciativa. Desde las 4:30 de la mañana del 11 de diciembre de 1955 se inició la Peregrinación Nacional Guadalupana del Trabajo, en la que marcharon obreros y patrones desde la glorieta de Peralvillo hasta la Basílica de Nuestra Señora. Por enfermedad de monseñor Martínez, la misa solemne fue oficiada por el arzobispo de Guadalajara, José Garibi Rivera, y el sermón estuvo a cargo del obispo de Tulancingo, Miguel Darío Miranda. Éste dijo que la nueva coronación de la Virgen de Guadalupe simbolizaba los principios cristianos del trabajo y de la vida social, incluyendo la armonía entre el capital y el trabajo. A la 1:25 de la tarde un grupo de damas de la Congregación de Nuestra Señora de Guadalupe llevó en hombros la corona, la cual entregaron, al llegar al presbiterio, a un grupo de caballeros de la Corte de Nuestra Señora de Guadalupe, quienes la colocaron sobre el altar mayor. El delegado apostólico, Guillermo Piani, la bendijo. Luego un representante del sector patronal, Pablo Díez, y un delegado de los obreros, Raúl Chávez López, subieron por las escaleras y sostuvieron la corona frente a la imagen mientras monseñor Garibi fue pronunciando las palabras de la fórmula de la coronación, que repetía devotamente el pueblo asistente. Al terminar, los representantes de los obreros y de los patrones dejaron en su sitio la corona y se dieron un caluroso apretón de manos ante la Reina del Trabajo, proclamando así la cooperación y la armonía de las clases sociales.
El LXXV Aniversario de la Coronación (1970). Para facilitar una mayor asistencia de peregrinos, en 1970 se construyó una Basílica efímera en la Plaza Monumental, enfrente del templo antiguo. Cubierta con paraboloides de plástico color bugambilia, tenía 100 metros de longitud, 50 de anchura y un presbiterio de 24. Fue diseñada por los arquitectos Héctor García Olvera y Gabriel Chávez de la Mora, OSB. Se recomendó a los fieles que adornaran sus casas con colores rosa y azul. Todos los días de las fiestas hubo juegos pirotécnicos, se ejecutaron danzas típicas de cada región y se dieron conferencias sobre temas marianos y guadalupanos en el Teatro del Ferrocarrilero. Del 30 de septiembre al 11 de octubre se recibieron peregrinaciones procedentes de todas las provincias eclesiásticas. El programa de cada uno de esos días fue el siguiente: la víspera, bienvenida por el abad, a las 6 p.m., y paraliturgia a las 6:30; y en la fecha, misa solemne concelebrada a las 11 a.m. El 12 de octubre se ofició la misa de clausura presidida por los cardenales Miranda y Garibi y por el nuevo delegado apostólico, Carlo Martini. La imagen original de Nuestra Señora fue llevada el 11 a la Basílica efímera, estuvo el 12, y el 13 en la madrugada fue reintegrada a la Basílica antigua. El 30 de octubre siguiente, a iniciativa del padre Lauro López Beltrán, se rindió un homenaje a Boturini y a Plancarte y Labastida en el Instituto Cultural Hispano Mexicano, durante el cual hablaron Alfredo Borboa Reyes, Alfonso Junco y los padres Aureliano Tapia y Gregorio Aguilar.
La devoción guadalupana y el clero. Una de las primeras instancias ante la Santa Sede en favor de la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe consistió en solicitar la concesión de indulgencias para la ermita Montúfar, las cuales fueron otorgadas antes de 1575, probablemente por el papa Pío IV. En ese año los padres jesuitas gestionaron en Roma la renovación de las gracias e indulgencias para el santuario. La idea de que se reiterasen esos privilegios nació de los miembros de la Cofradía de Nuestra Señora de Guadalupe que ya existía en esa ermita (v.I Encuentro Nacional Guadalupano. 1976, Ed.Jus, 1978). Si ya con las Informaciones de 1666 el canónigo Siles trató de obtener de la Santa Sede la concesión de oficio y misa propios de la Virgen, fue hasta 1754 cuando de hecho se consiguieron. El padre Juan Francisco López, SJ, fue el intermediario en Roma para lograrlo. Al interés de los obispos mexicanos y latinoamericanos se debe la jura de los patronatos de Nuestra Señora de Guadalupe; y a la intervención de los arzobispos de México la elevación del santuario al rango de Colegiata, con su Cabildo propio, el otorgamiento del título de Basílica al templo del Tepeyac. El 22 de octubre de 1750 se dio posesión del santuario de Guadalupe al primer abad, Antonio de Alarcón y Ocaña, y a los canónigos del primer Cabildo. El arzobispo de México, Manuel Rubio y Salinas, confirmó ese acto el 25 de octubre del año siguiente. La bula y la real cédula correspondientes tenían fecha de 1725 y de 1748 respectivamente. La elevación de la Colegiata al título de Basílica la hizo el papa León XIII el 9 de febrero de 1904, a petición del arzobispo de México, y la ejecutó el 24 de mayo siguiente el propio monseñor Alarcón, con asistencia del delegado apostólico Ridolfi y de muchos otros prelados mexicanos. Han visitado la Basílica de Nuestra Señora los cardenales Villenueve, Gonfalonieri y Tisserant. En enero de 1979 visitó México el papa Juan Pablo II, con motivo de la reunión del Episcopado Latinoamericano en Puebla. Entre los actos de su permanencia en la capital del país, se celebró una misa en la Basílica de Guadalupe. En esa ocasión como en todas las demás del programa, el entusiasmo de los fieles fue desbordante. La colaboración del Gobierno para guardar el orden y garantizar la seguridad fue inestimable. El pueblo, a su vez, dio una prueba evidente de su madurez cívica y social.
La devoción guadalupana de los gobiernos. Fue costumbre que los virreyes visitaran el santuario de Guadalupe al llegar a la capital o al salir de ella. También cooperaron no pocas veces en la construcción y en las reparaciones de ese templo, y participaron en las juras del patronato de la ciudad de México y de la Nueva España. El 12 de octubre de 1821 se celebró en el santuario guadalupano la solemne acción de gracias por la consumación de la Independencia. El 3 de julio de 1822, al discutirse el Reglamento Interior del Congreso, se aprobó por unanimidad el Artículo 8° que decía: En uno de los lienzos o lados del salón se colocará una imagen de la poderosa patrona del Imperio María Santísima de Guadalupe. Para que se cumpliese ese artículo, el 11 de julio siguiente el Cabildo de la Colegiata de Nuestra Señora de Guadalupe envió como regalo al Congreso Constituyente una imagen de la Virgen del Tepeyac tomada del original, la cual fue colocada en un solio especialmente diseñado al efecto. Se le hizo luego un acto de veneración por todos los diputados. El 13 de de agosto siguiente se fundó en el santuario la Orden de Guadalupe por Agustín de Iturbide. El general Guadalupe Victoria fue recibido solemnemente en el santuario como primer Presidente de la Repúbica, el 12 de octubre de 1824. En 1825 se puso a los pies de la Virgen Guadalupana la bandera española de San Juan de Ulúa, después de la rendición de ese castillo. Allí mismo fueron llevadas por Santa Anna las banderas arrebatadas a Isidro Barradas en 1829. El mismo general Santa Anna reinstaló la Orden de Guadalupe en 1853. Al ser despojada la Basílica de la crujía de plata y de varias alhajas por el gobierno del Distrito Federal el 4 de marzo de 1861, el presidente Benito Juárez ordenó expresamente que se devolvieran. El emperador Maximiliano y su esposa Carlota visitaron la Basílica el 11 de junio de 1864. Después de 1867 ha sido solamente el pueblo mexicano el que sigue concurriendo a la Basílica. De fuera del país la han visitado, entre otros, los presidentes de Estados Unidos Truman y Kennedy, y el presidente de Francia Charles de Gaulle.
La devoción popular guadalupana. Entre las varias manifestaciones espontáneas de devoción a la Virgen de Guadalupe por parte del pueblo católico mexicano, destacan las siguientes: 1. Las danzas indígenas que se ejecutan en las principales fiestas de Nuestra Señora. Se dice que no pocos de sus diálogos, conservados durante siglos con todo cuidado, fueron escritos por los misioneros; algunos aluden a las obras realizadas en común por españoles e indios o recuerdan las guerras entre unos y otros. 2. Las imágenes de Nuestra Señora de Guadalupe puestas en las salidas de los pueblos, en los cruceros de los caminos, en las portadas o nichos de esquina de los edificios y en fábricas, talleres, autobuses y casas particulares. 3. El cementerio de la Basílica, atrás de la iglesia del Cerrito, donde los miembros de no pocas familias católicas desean ser sepultados. Ahí reposan los restos del historiador Manuel Orozco y Berra, del general Antonio López de Santa Anna y del obispo de Tabasco Vicente M.Camacho, entre muchos otros. 4. La Archicofradía de las Damas de Nuestra Señora de Guadalupe y la Organización de los Caballeros de la Corte de Honor de Santa María de Guadalupe, una y otra con afiliados en la mayoría de las ciudades de la República. 5. El cumplimiento de las mandas o promesas. Aunque se discute si la costumbre de recorrer de rodillas desde el comienzo del atrio hasta el altar de Nuestra Señora está o no conforme con el espíritu del tiempo, semejante sacrificio no puede menos de ser admirado porque se considera muestra de fortaleza y profundidad de la fe.
Las peregrinaciones guadalupanas. Alguien ha dicho que en la Basílica de Guadalupe no hay peregrinaciones, sino una sola peregrinación constante e incalculable de todos los mexicanos. La asistencia es mayor los domingos y días festivos. Esto ocurre desde el día en que se trasladó la imagen de la Iglesia Mayor a la ermita Zumárraga. Suárez de Peralta observó: Aparecióse entre riscos y a esta devoción acude toda la tierra. Según parece, hacia febrero de 1887 se iniciaron las peregrinaciones por diócesis. Primero fue la de Puebla, luego la de Querétaro y después las demás. El promotor de ellas fue el padre dominico Benito Paredes, párroco de Azcapotzalco. Pronto cada una tuvo su fecha fija dentro del año. Cada vez más numerosas, las encabeza el prelado del lugar y a menudo incluyen el coro y el organista de sus propias catedrales. Otros grupos notables de romeros están formados por obreros, empleados y campesinos. Comenzó a promover estas peregrinaciones la ANGTM, más tarde llamada Asociación de Trabajadores Guadalupanos. En 1949 llegó a movilizar 300 mil peregrinos, de modo que en los años siguientes, para evitar las dificultades que ocasionaba ese crecido número, se han organizado por ciudades y por centros o lugares de trabajo. En 1911 se realizaron 130 peregrinaciones; y en 1982, 2 500 de las grandes, además de otras 3 500 pequeñas. Cada vez ha ido creciendo más el entusiasmo y el fervor guadalupano, a pesar de la crisis religiosa y moral contemporánea.
La Santa Sede y Nuestra Señora de Guadalupe. Para la declaración del grado de la fiesta litúrgica de Nuestra Señora (misa y oficio o liturgia de las horas) y su obligatoriedad para los clérigos y el pueblo cristiano, se fue necesitando acudir a la Santa Sede en solicitud de las correspondientes concesiones. El papa Gregorio XIII (1572-1585) prorrogó la indulgencia que ya se había concedido a la ermita Montúfar. La reina de España, María Ana de Austria, por medio de su embajador en Roma, le pidió al papa Clemente X (1670-1676) la concesión del rezo y de la fiesta especial de Nuestra Señora de Guadalupe. En esa solicitud se decía que la Aparición… se sabía por noticias bien fundadas. Los papas Inocencio XI (1676-1689) e Inocencio XII (1691-1700) erigieron y confirmaron la Congregación Guadalupana de la ciudad de Querétaro. El papa Benedicto XIII (1724-1730) agregó esa congregación a la Archicofradía Lateranense y otorgó indulgencias plenarias a quienes visitasen el santuario o invocasen a Nuestra Señora de Guadalupe a la hora de la muerte. Esta concesión fue confirmada por Clemente XII (1730-1740). Según el padre Mariano Cuevas, SJ, la frase Non fecit taliter omni nationi (No hizo cosa igual con otra nación) no la dijo Benedicto XIV (1740-1758) al contemplar la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, sino Alejandro VII (1655-1667), 99 años antes. El papa Pío VII (1800-1823) agregó a la iglesia de San Juan de Letrán de Roma la Colegiata de Nuestra Señora de Guadalupe, en 1805. El papa Pío VIII (1829-1830) concedió indulgencia a quienes visitasen las iglesias del Cerrito y del Pocito, en la zona de las aparaciones guadalupanas. El papa Pío IX (1846-1878) aprobó, bendijo e indulgenció la Orden Imperial de Nuestra Señora de Guadalupe y aportó dinero para la capilla guadalupana de la iglesia de San Nicolás in carcere de Roma. El papa León XIII (1878-1903) le dedicó a Nuestra Señora de Guadalupe unos dísticos latinos, que traducidos dicen así: En admirable Imagen,/ ¡Oh Santa Madre Nuestra!/ el Pueblo Mexicano/ gozoso te venera/ y tu gran patrocinio/ con gozo y gratitud experimenta./ Feliz y floreciente,/ por ti así permanezca/ y mediante el auxilio/ que benigna le prestas/ la fe de Jesucristo/ inmutable conserves con firmeza. Al referirse a la historicidad de las apariciones, el propio pontífice dice que se sostiene por una antigua y constante tradición. En 1910 el papa Pío X (1903-1914) aprobó el patronato guadalupano para toda la América Latina. Su sucesor, el papa Benedicto XV (1914-1922), confirmó ese patronato y concedió indulgencia a quienes visitasen alguna iglesia o capilla dedicadas a Nuestra Señora de Guadalupe el día 12 de octubre en toda América Latina. El papa Pío XI (1922-1939) hizo levantar en los jardines del Vaticano un monumento a fray Juan de Zumárraga y a Juan Diego; la escultura representa el momento de la aparición de la imagen en la tilma del indio y lleva una inscripción que alude a los aciagos tiempos del conflicto religioso. en 1945 el papa Pío XII (1939-1958) hizo una referencia solemne al acontecimiento guadalupano: Sucedió al sonar la hora de Dios para las dilatadas regiones de Anáhuac… A orillas del Lago de Texcoco floreció el milagro; pinceles que no eran de acá abajo dejaban pintada una imagen dulcísima que la labor corrosiva de los siglos respetaría maravillosamente (1945). Los siguientes papas no han sido menos amantes de la Virgen del Tepeyac, especialmente Juan Pablo II.
Coronación fuera de México. Copias de la imagen de la Virgen de Guadalupe han sido coronadas en los lugares y fechas que se indican: en Arsoli, Italia, el 31 de agosto de 1891; una pintura de Juan Correa, en la iglesia de San Ildefonso de la Vía Sixtina, en Roma, el 12 de octubre de 1895, por concesión especial del papa León XIII; un óleo sobre lámina de cobre, pintado por Gonzalo Carrasco, SJ, llevado por el obispo Ramón Ibarra y González, en Jerusalén, el 16 de julio de 1926, actualmente en el Colegio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas; en Santa Fe, Argentina, el 22 de abril de 1928, cuyo santuario dedicó en 1910 monseñor Juan Agustín Boneo después de haber proclamado patrona local a la propia Virgen; una copia pintada por Miguel Cabrera, en la iglesia del Gesú, en Roma, el 10 de diciembre de 1933, acto que ofició el cardenal Eugenio Pacelli, entonces cardenal secretario de Estado del papa Pío XI; la copia que se venera en el Colegio Guadalupano, en la catedral de San Salvador, el 12 de octubre de 1943, por el arzobispo Luis Chávez González; la copia llevada en el siglo XVIII por fray Margil de Jesús, OFM, en la catedral de Managua, el 12 de diciembre de 1944, por el arzobispo José Antonio Lazcano y Ortega; una copia hecha en mosaicos venecianos, obsequio del Cabildo de la Basílica de Guadalupe, en la catedral de Nuestra Señora de París, el 26 de abril de 1949, por el cardenal arzobispo Manuel Celestino Suhard; en San Jerónimo el Real en Madrid, el 28 de mayo de 1950, por el obispo Leopoldo Eijó Garay; en el Campo Mariano de la Avenida del Puerto en La Habana, el 11 de enero de 1953, por el cardenal arzobispo Manuel Arteaga y Bentacourt; en Nueva York, el 12 de diciembre de 1952; en Newark, Nueva Jersey, el 23 de agosto de 1959; en Chu Kuan, Formosa, el 12 de diciembre de 1971; en Jerusalén, Israel, el 9 de abril de 1977; y en Canelones, Uruguay, el 12 de octubre de 1979.
Los himnos guadalupanos. El primero se cantó en la Colegiata de Guadalupe el 12 de diciembre de 1831, en ocasión del III Centenario de las Apariciones. La letra fue del canónigo Luis Mendizábal y Zubialdea y la música del presbítero Francisco de P.Andrés. Dice el coro: ¡No! ¡Nunca te alejes,/ no faltes jamás;/ si somos tus hijos,/ oh Madre, piedad!/. Y de las 12 estrofas, la novena reza así: Tus manos al pecho,/ templado mirar,/ sereno tu rostro,/ modesto ademán:/ en todo descubres/ candor y bondad,/ dulzura predicas, anuncias la paz. El otro himno, al que suele llamarse Patriótico Guadalupano, lo compuso José López Portillo y Rojas (1850-1923) con música de Tiburcio Saucedo Garay. Pudo ser hecho para la coronación de 1895 o para el Centenario de la Independencia en 1910. La letra del coro dice: ¡Mexicanos, volad presurosos/ del perdón de la Virgen en pos,/ y en la lucha saldréis victoriosos/ defendiendo a la Patria y a Dios!. La primera estrofa reza así: De la santa montaña en la cumbre/ pareció como un astro María,/ ahuyentando con plácida lumbre/ las tinieblas de la idolatría. Y la tercera: En Dolores brilló refulgente,/ cual bandera, su Imagen Sagrada,/ dando arrojo al patriota insurgente/ y tornando invencible su espada. Este himno se ha venido cantando en las grandes ceremonias desde las fiestas del IV Centenario de las Apariciones.
Modernos encuentros guadalupanos. El Centro de Estudios Guadalupanos, fundado en 1975 en lugar de la Academia Mexicana de Santa María de Guadalupe, se propuso celebrar anualmente un encuentro nacional con el fin de presentar las pruebas históricas de las apariciones y tratar otros temas conexos. Las memorias de los cuatro primeros fueron ya impresas. En el primero (septiembre de 1976) destacaron los trabajos La Virgen de Guadalupe, emblema de la nacionalidad mexicana, por Ernesto de la Torre Villar; Iconografía Guadalupana, por Gonzalo Obregón; y La nueva Basílica, por el arquitecto Gabriel Chávez de la Mora, OSB. En el segundo (1977) y en el tercero (1978) se enfocó la atención sobre las Fuentes históricas de la devoción Guadalupana. Los puntos expuestos fueron los siguientes: La imagen (poética) guadalupana del siglo XVI, La visita de los virreyes (a la imagen), El guadalupanismo: constante histórica de México, Los franciscanos en las cercanías de la ciudad de México, Las ermitas guadalupanas y La casa de Zumárraga. En el cuarto (1979) se estudiaron los antiaparicionistas: Bustamante, Juan B.Muñoz, Mier e Icazbalceta; y entre los modernos, Lafaye, autor de Quetzalcóatl y Guadalupe. El padre Ernest J.Burrus, SJ, presentó el trabajo ¿Dónde está la colección de Sigüenza y Góngora?. En el quinto (1980) se dieron a conocer algunas investigaciones, todavía discutibles, sobre La imagen de Nuestra Señora de Guadalupe: Examen pictórico de la imagen, por J.Ignacio Ramírez L.; Los ojos de Nuestra Señora, por José Aste Tonsmann; y Estudios modernos sobre la imagen, por Jody Brant Smith. También se leyeron los siguientes textos: Examen de los protomédicos de 1666, Estudios del Dr.Bartolache y La imagen vista por Miguel Cabrera. En 1981 se suspendió el encuentro por haber preparado la Basílica de Guadalupe un Congreso Mariano Mariológico en ocasión de los 450 años de las apariciones.
La Colegiata y Basílica de Guadalupe. Desde 1531 se estuvo pensando en honrar más solemnemente a Nuestra Señora de Guadalupe con la erección de algún convento cercano a ella o con la elevación del santuario a la dignidad de colegiata. A mediados del siglo XVI se proyectó la fundación de un monasterio de Guadalupe, pero el virrey Martín Enríquez se opuso aduciendo que el local no era a propósito ni había necesidad de más monasterios. Sin embargo, al morir en 1707 Andrés Palencia, rico vecino de México, dejó una herencia de cien mil pesos para fundar en la villa de Guadalupe cualquiera de aquellos dos establecimientos. El gobierno autorizó la colegiata, pero nada se hizo para erigirla de inmediato, de modo que para 1747 el fondo de Palencia ascendía ya a 500 mil pesos. Con esta cantidad fueron dotadas una abadía y 10 canongías y el arzobispo Manuel Rubio y Salinas hizo la erección de la colegiata en Madrid el 6 de mayo de 1749, en cumplimiento de la bula pontificia del 15 de julio de 1746 y de las correspondientes cédulas reales. El abad y los canónigos solicitaron y obtuvieron que la colegiata estuviera exenta de la jurisdicción ordinaria, como lo estaba la iglesia de Córdoba en España, a cuyo modelo procuró ajustarse la de Guadalupe. El arzobispo de México se opuso a la ejecución de semejante gracia, se siguió un ruidoso pleito en el que la mitra obtuvo una decisión favorable y la concesión fue anulada por el rey. Así, el arzobispo dio posesión a los provistos el 25 de octubre de 1751 y solicitó la aprobación de las constituciones formadas por su cabildo, la cual se obtuvo hasta 1778. Para el servicio del nuevo cabildo se hicieron en el santuario y en los edificios anexos algunas obras, entre otras el coro cerrado que estaba debajo de la cuarta bóveda de la nave central. Entre 1780 y 1787 se construyeron la iglesia y el convento de las religiosas capuchinas a un lado de la colegiata, pero como el terreno era pantanoso, el progresivo hundimiento de esos edificios dañó notablemente a los anteriores. Se determinó que la colegiata se rigiera por los estatutos de Granada y Antequera y que se le diera el título de insigne por ser la primera que se fundaba en la Nueva España. La iglesia está agregada a la basílica de San Juan de Letrán de Roma, goza de los mismos privilegios y tiene indulgencia plenaria todos los días 12, en la octava de la aparición y en las festividades de la virgen. La colegiata de Guadalupe fue elevada a basílica menor el 24 de mayo de 1904. Con motivo de la Coronación Pontificia de 1895, se le hicieron ampliaciones y se le decoró con esplendidez.
Las Guadalupanas de España y de México. La devoción a la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de Cáceres (Extremadura) debió pasar en el siglo XVI a varias partes de América. Por ese tiempo la Santa Sede había concedido a los padres jerónimos el privilegio de reclamar como suya cierta parte de las limosnas y mandas testamentarias donadas a la imagen de la península, de modo que al saber que se había difundido su devoción en la Nueva España enviaron a fray Diego de Santa María para que investigara acerca de los santuarios erigidos a su santa patrona. El 12 de diciembre de 1572 este comisionado informaba a Felipe II haber hallado en la ciudad de México una ermita de la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe, media legua de ella, donde concurre mucha gente, aunque el culto rendido en el Tepeyac había hecho olvidar el debido a la imagen extremeña. También menciona la Cofradía Guadalupana del Tepeyac, cuyos miembros, en su opinión, resultaban defraudados por no tener nada que ver con la antiquísima de España. Pero como fray Diego se dio cuenta de que las rentas y limosnas del Tepeyac eran considerables, pidió que se estableciese en México una casa filial del monasterio de Cáceres y que se cambiase la ermita del lugar malsano y salitroso en que estaba en una granja en Chapultepec, más cerca de la capital del virreinato. Añadía que de no ser aceptada su proposición, se le quitase a la ermita del Tepeyac el nombre de Guadalupe, para evitar confusiones. Por lo que se sabe, nada de lo que solicitó fray Diego se hizo.
La imagen de Guadalupe de España. Conforme a una antigua tradición, la imagen que se venera en el santuario de los padres jerónimos de Guadalupe en Cáceres, Extremadura, perteneció originalmente al papa San Gregorio Magno, quien la tuvo en su oratorio particular. El pontífice se la obsequió a San Isidoro y éste se la envío a San Leandro, obispo de Sevilla. En esta ciudad fue venerada hasta el año 711 en que invadieron la península los sarracenos. Unos clérigos sevillanos ocultaron la imagen en las montañas de Guadalupe para que no fuera a ser profanada y allí permaneció escondida hasta una fecha próxima a 1327, en que un pastor de Cáceres, llamado Gil Cordero, la encontró y le levantó una humilde ermita. Pronto se fue haciendo famosa en toda España por los milagros que se realizaban por su intercesión. El rey Alfonso XI mandó construir la iglesia de la Guadalupana hacia 1337 y encargó al cardenal Pedro Barroso su administración, la cual pasó a los padres de la Orden de San Jerónimo en 1389. Estos la fueron convirtiendo en un gran centro de piedad, de cultura y de arte, y en el siglo XVI establecieron allí su colegio seminario. Más adelante, con objeto de atender a sus hospitales, fundaron en ese lugar su Escuela de Medicina y de Cirugía. (L.M.A.).
Bibliografía: Esteban Anticoli, SJ: Historia de la Aparición de la Sma. Virgen María de Guadalupe en México (2 vols., 1897); José Ignacio Bartolache: Manifiesto Satisfactorio (1790); Luis Becerra Tanco: Felicidad de México… (1780); José Bravo Ugarte: Cuestiones históricas guadalupanas (1946); Miguel Cabrera: Maravilla Americana… (1756); Cayetano Cabrera y Quintero: Escudo de armas de México… (1746); Centro de Estudios Guadalupanos, Primer Encuentro Nacional Guadalupano: 7 y 8 de septiembre de 1976 (1978), Segundo Encuentro Nacional Guadalupano: 2 y 3 de diciembre de 1977 (1979), Tercer Encuentro Nacional Guadalupano: 5, 6 y 7 de diciembre de 1978 (1979) y Cuarto Encuentro Nacional Guadalupano: 4, 5 y 6 de diciembre de 1979 (1980); Colección de obras y opúsculos pertenecientes a la Milagrosa Aparición… de Nuestra Señora de Guadalupe… (Madrid, 1785); Mateo de la Cruz: Relación de la milagrosa aparición de la santa imagen de la Virgen de Guadalupe de México (3a. ed., 1781); Mariano Cuevas: Álbum Histórico Guadalupano del IV Centenario (1930); Francisco de Florencia: Estrella del Norte de México (2a. ed., Barcelona, 1741) y Zodíaco Mariano (1755); Jesús García Gutiérrez: Primer Siglo Guadalupano: documentación indígena y española (1531-1648) (1931) y Apuntamientos para una bibliografía crítica de historiadores guadalupanos (1940); Joaquín García Icazbalceta: Carta acerca del origen de Ntra. Señora de Guadalupe de México, en Investigación histórica y documental… (1952); Ángel María Garibay: Historia de la literatura náhuatl (2 vols., 1953-1954); Información que el Arzobispo de México D. Fray Alonso de Montúfar mandó practicar con motivo de un sermón que… (8 de septiembre de 1556) predicó… Fray Francisco de Bustamante, acerca de la devoción y culto de Nuestra Señora de Guadalupe (Madrid, 1888); Informaciones sobre la milagrosa aparición de la Santísima Virgen de Guadalupe recibida en … 1666 y 1723, publicadas por el Presbítero Fortino Hipólito Vera… (Amecameca, 1889); Alfonso Junco: Un radical problema guadalupano (3a. ed., 1971); Luis Lasso de la Vega: Hvei Tlamahvizoltica (incluye el Nican Mopohua de Antonio Valeriano y el Nican Motecpana del mismo Lasso), en Un radical problema guadalupano de A. Junco; Lauro López Beltrán: La historicidad de Juan Diego (1977) y La protohistoria guadalupana (1966); José de Jesús Manríquez: Quién fue Juan Diego (Cuernavaca, 1943); Memorias del Congreso Nacional Guadalupano. Discursos, conclusiones, poesías, 1531-1931: Anastasio Nicoselli: Relación histórica de la admirable aparición… de Ntra. Sra. de Guadalupe (1871); Mario Rojas: Nican Mopohua: Dn. Antonio Valeriano (nueva traducción al español) (Huejutla, 1978); Agustín de la Rosa: Defensa de la aparición de Ntra. Sra. de Guadalupe y refutación de la carta en que la impugna un historiógrafo de México (Guadalajara, 1896) y Dissertatio historico-theologica de Apparitione B. M. V. de Guadalupe… (Guadalajara, 1887); Miguel Sánchez: Historia de la Virgen de Guadalupe de México (Cuernavaca, 1952); Primo Feliciano Velázquez: La aparición de Santa María de Guadalupe (1931); Fortino Hipólito Vera: Contestación histórico-crítica en defensa de la maravillosa aparición de la Santísima Virgen de Guadalupe… (Querétaro, 1892), La milagrosa aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, comprobada por una información levantada en el siglo XVI (Amecameca, 1890) y Tesoro Guadalupano. Noticia de los libros, documentos, inscripciones, etc., que tratan, mencionan o aluden a la aparición y devoción de Nuestra Señora de Guadalupe (Amecameca, 1887-1889).
En el municipio guanajuatense de Allende se encuentra la iglesia de la localidad de Atotonilco, de la que Hidalgo tomó el estandarte de la Virgen de Guadalupe.
AEMNuestra Señora de Guadalupe, litografía del siglo XIX que muestra la antigua basílica de la ciudad de México.
AEMSantuario de N. S. de Guadalupe, de Pedro Gualdi
AEMVista de La Compañía y el Santuario de Guadalupe, Guanajuato.
Foto Armando Salas Portugal - GUADALUPE YANCUITLALPAN
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(Del náhuatl yancuic, nuevo, reciente; tlal.li, tierra, y pan, sobre: sobre la tierra nueva). Pueblo del municipio de Tianguistenco, estado de México. Llamado comúnmente Gualupita, tiene unos 5 mil habitantes y se encuentra en la ladera de una pequeña loma distante un kilómetro de la cabecera del municipio, donde tradicionalmente se celebra, el martes de cada semana, el tianguis (mercado) más importante de la entidad. Tiene la localidad dos templos: uno de 1679, según la fecha que tiene inscrita, construido en la cima del cerro y dedicado a la Virgen de Guadalupe, y otro más pequeño, abajo, llamado La Capillita, con portada barroca y torres posteriores, en cuyo cuadrante se conserva una cajonera colonial de gran mérito. Ambos dependen de la parroquia de Santiago, sin que hayan contado nunca con sacerdote propio. La fiesta anual se inicia el 12 de diciembre en el templo principal, y durante los siguientes ocho días siguen la feria regional, las carreras de caballos, los fuegos artificiales y una rica gama de danzas Negros, Arrieros, Apaches y Moros, hasta culminar en La Capillita con una misa solemne a la que denominan La Octava.
Ha dado fama nacional a Gualupita la artesanía de tejidos de lana. Ahí se elaboran, desde hace más de 200 años, sarapes y gabanes, en telares primitivos de madera, y quechquémeles confeccionados a mano. La lana ha de ser de borrego corriente para que el grueso de la fibra facilite el trabajo; los tejedores la adquieren sucia en el mercado de Tianguistenco; la remojan y la limpian golpeándola con trozos de madera burda, aunque pulida, hasta que han salido todas las basuras e impurezas; la tienden a escurrir en arena, y vuelven a lavarla con tequesquite; la cardan a mano, con gran paciencia, y finalmente la hilan en torno o redina, fabricado por ellos mismos. Delgado aún, el hilo se tiñe de azul, café, amarillo y negro, con tinturas químicas, que lo fueron vegetales y animales en el pasado. Aquellos colores, al volver a hilar para obtener un mayor grueso, se van mezclando con el blanco, lográndose así los diversos tonos. La lana preparada de ese modo se lava con jabón neutro, se seca en garrochas y se teje. Los telares son hechos por los mismos artesanos, o bien por carpinteros de Santiago, donde se distingue en su manufactura el señor Adolfo Casas. Para un gabán de 1.20 m de ancho, se colocan normalmente en el telar 384 hilos torcidos, sobre los cuales se va tejiendo mediante el uso simultáneo de 95 carretes, que denominan cadejos, o de 140 si es un sarape de 1.60 m. Los dibujos y grecas que forman los tejedores de Gualupita son excepcionalmente originales, pues resultan de su inspiración momentánea, al igual que las combinaciones de colores que emplean. Hay por eso una variedad inagotable de decoraciones, aunque todas con gran influencia indígena. En las sucesivas operaciones de esta artesanía interviene por lo común toda la familia, hasta los niños de tres y cuatro años, a quienes es frecuente ver paleando la lana durante el lavado, moviendo la redina o tratando de enrollar los hilos en las madejeras, hechas también en casa. A la edad de 10 o 12 años empiezan a manejar el telar y a tejer el estambre con gancho y con aguja. Son principalmente ellos y las mujeres los encargados de anudar y torcer las puntas de los sarapes y gabanes para evitar que se destejan. Ya terminada, una prenda de tamaño normal pesa de 2.5 a 3 kg, empleándose en su elaboración poco más de 40 días, de los cuales 20 son de tejido. Radican en Gualupita, entre otros, 11 tejedores de primerísima categoría: Juventino López, Gabino Pérez, Onésimo Beltrán, Miguel López, Cecilio Barrera, Miguel Ortiz Pérez, Antonio Vara, Julio, Fidel y Andrés Nava, y el mayor maestro de ese arte, el señor José Pérez.
- GUADALUPES, LOS
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Nombre de la sociedad secreta que los partidarios no beligerantes del movimiento de Independencia organizaron en varias ciudades de Nueva España, para prestar a los combatientes toda índole de auxilios. Ernesto de la Torre Villar pudo reconstruir parte de las actividades de esta asociación gracias a sus investigaciones en los archivos General de la Nación, Histórico de la Secretaría de Hacienda y General de Indias en Sevilla. Aun cuando la correspondencia que sostenían Los Guadalupes y los insurgentes era por lo general destruida una vez que se recibía, se conservan la que fue interceptada y las cartas que obraban entre los papeles de José María Morelos, que le fueron tomados por los realistas en la acción de Tlacoatepec y enviados al virrey como trofeo. Las cartas a Ignacio López Rayón son de 1811, y las de Morelos, de 1812 a 1814. Aparte otros nombres, están firmadas por Los Guadalupes, Serafina Rosier o Número 12 (por el 12 de diciembre), formas todas ellas de aludir a la Virgen de Guadalupe, símbolo nacionalista por excelencia que adoptaron como suyo los insurgentes y sus partidarios.
Las primeras noticias sobre la sociedad proceden de un informe de Juan Roldán, receptor de la Sala del Crimen y auxiliar de la Junta de Seguridad, formulado en 1812, en el cual señala, a propósito de las conspiraciones de abril y agosto del año anterior, que cuantas providencias y pasos se toman por el gobierno, tantas han sabido y saben los cabecillas de donde se infiere que algunos de Los Guadalupes formaban parte de la administración del Virreinato. En una carta a Morelos se definieron a sí mismos del siguiente modo: Somos verdaderos americanos, nos animan iguales sentimientos que a V.E., sin embargo que nuestras fuerzas y talentos no son tan gigantes como los que la Divina Providencia ha dispensado con mano franca a V.E.; pero hemos hecho y seguimos haciendo los servicios que son compatibles con nuestras actuales circunstancias.
Los medios de que se valían Los Guadalupes para mantener el contacto con los insurgentes fueron múltiples. Cuenta Lucas Alamán que un grupo de damas de la capital, pretextando un día de campo en San Agustín de las Cuevas (hoy Tlalpan), llevó a los sublevados, en canastas de mimbre, toda una pequeña imprenta. Carlos María de Bustamante dejó noticia, a su vez, de Felipe Lailson, maestro de equitación y el primero que planteó un circo de este ejercicio en México, en octubre de 1808, a quien detuvieron los realistas en el Monte de las Cruces porque llevaba una valija con documentos secretos. Otros emisarios eran arrieros o comerciantes, y algunos de ellos ocultaban la correspondencia en sus zapatos.
Así se les hacía llegar a los caudillos la Gaceta, el Diario de México, El Pensador Mexicano, El Juguetillo, El Español de Londres y los Diarios de las Cortes de España, pero especialmente el Diario que editaban los propios conspiradores y en cuyas páginas recogían todas las noticias políticas, militares y económicas que podían ser de interés para los insurgentes. También les enviaban obras impresas y manuscritas, y con frecuencia a expertos tipógrafos. En una carta del 24 de octubre de 1812 le decían a Morelos: El impresor sale de ésta de mañana a pasado mañana. Va ganando ciento treinta pesos mensuales que nosotros nos obligamos a darle; el 17 siguiente, que ya habían encontrado al mejor que hay en el día en México, el cual irá a reunírsele con la posible brevedad; y el 3 de septiembre de 1813, que ya había salido de la ciudad un sujeto digno y útil, experto en la fabricación de letra y proyectista sólido, hombre virtuoso civil y moralmente. Remitían asimismo noticias sobre los espías del gobierno y solicitaban informes sobre la salud de algunos combatientes, a cuyos familiares sostenía la sociedad. Con frecuencia recomendaban a personas perseguidas o libraban salvoconductos a simpatizantes que deseaban pasar al campo insurgente. Y aun llegaron a realizar acciones heroicas, como la liberación de Leona Vicario, a quien lograron sacar del Colegio de Belén, donde estaba detenida, ocultarla durante semanas en El Pensil Mexicano de San Juanico, y conducirla después a la zona rebelde.
A menudo consiguieron que los soldados virreinales cambiaran de bando, o bien que les proporcionaran información sobre los puntos débiles del gobierno. El 6 de marzo de 1813, fundados en una confidencia, pidieron a Morelos que incendiara el tabaco que se hallaba en Orizaba y Córdoba, pues era ese el único recurso con que entonces contaban los realistas para subsistir. Dos días antes Félix María Calleja había sido nombrado virrey de Nueva España, con lo cual vio satisfechas sus ambiciones y canceló todo contacto con Los Guadalupes, con quienes estuvo en conversaciones para iniciar un movimiento. Dice Anastasio Zerecero, en sus Memorias para la historia de las revoluciones en México, que aunque Calleja conocía el secreto de la asociación de Los Guadalupes y a muchos de sus individuos, no abusó de él.
A la muerte de Morelos (22 de diciembre de 1815), la sociedad disminuyó sensiblemente sus actividades, las cuales volvieron a renacer, ya inscritas en la fuerza más vasta de la masonería, en 1817, en ocasión de la presencia en México de Francisco Javier Mina. V. MASONERÍA.
El propio De la Torre Villar incluye en el libro ya citado una nómina de Guadalupes, de la cual se transcriben los nombres principales. Nobles: condes de Medina, de Valenciana, de la Presa de Jalpa, de Regla y de San Juan de Rayas, y marqueses de Valle Ameno, de San Miguel de Aguayo y de Guardiola. Propietarios y comerciantes: Antonio Velasco, Francisco Manuel Sánchez de Tagle, Juan Anteparan, Juan Vicente Gómez Pedroso, José Ignacio Adalid, Francisco Villanueva Cáceres y Obando, Juan Orellana, José María Prieto de Bonilla, Juan Ignacio González Vértiz de Guerra, Ramón Alarcón, Tomás Castillo, Anacleto Gama y Leona Vicario. Gobernadores de indios: Francisco Galicia, de la parcialidad de San Juan; José Santos Vargas Machuca, de la parcialidad de Santiago, y Ángel Vargas Machuca. Eclesiásticos: José María Alcalá, Alejo Norzagaray, Tomás Ximénez Caro, José Manuel Sartorio, Dimas de Lara, Pedro Primo, Juan Jáuregui, el padre Belaunzarán y los frailes Luna Lozano, Abad y Gil, de Querétaro. Letrados: Tomás Salgado, Rafael Márquez, Antonio López Salazar, Carlos María de Bustamante, Wenceslao Sánchez de la Barquera, Jacobo de Villaurrutia, José María Fagoaga, Manuel Cortázar, José Marradón, Juan Guzmán y Raz, Félix López de Vergara, Manuel Sabino Crespo, Antonio López Matoso, José Ignacio Espinosa, Bernardo González Angulo, Ignacio Adalid, Manuel Díaz, Domingo González Díaz, Ignacio Aranda, Mariano Mexía, Diego Manilla, Vicente Espinosa, Nicolás Becerra y José María Llaves. Y entre los muchos otros, Martín Ángel Michaus, Josefa Ortiz de Domínguez, Margarita Peimbert, Dionisio Cano y Moctezuma, Benito José Guerra, Juan de Dios Martínez, Ignacia Iturriaga, Dolores Morales, Miguel Guridi y Alcocer, Antonio Ruiz, Pedro Ortega, Ángel Payade, Thomas Murphy, Manuel Argüelles, Gertrudis Castillo, Felipe Lailson, Joaquín Torres Torija y Mariano Angulo. V. INDEPENDENCIA.
- GUADARI
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Goldmania foetida (Jacq.) Stand., de la familia de las leguminosas. Arbusto o arbolito que alcanza 12 m de altura; las hojas son obovadas o casi circulares, con un diámetro de 3 cm; las flores, de color verde amarillento, están dispuestas en espigas y despiden un olor desagradable; el fruto es una vaina corta, gruesa, áspera, de color moreno rojizo, encorvada, indehiscente y dura, y de 1 a 2 cm de ancho. Se localiza principalmente en Sinaloa, Nayarit, Jalisco, Colima, Michoacán, Guerrero, Puebla y el valle de México. Se le conoce también como coyacate, pinzanguarimbo, yóndiro, huizache y cusá.