FUENTES, ALMA DELIA - FUTBOL OLÍMPICO.
- FUENTES, ALMA DELIA
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Nació en la ciudad de México en 1937. Actriz, se inició en el cine con la película Los olvidados de Luis Buñuel (1950). Ese mismo año participó en Amor a la vida e Historia de un corazón; en 1951 en La loca; en 1952 en Carta a Ufemia, Secretaria particular, Martes 13, Las tres perfectas casadas y Canción de cuna; en 1953, en Mi novio es un salvaje; en 1961, en Herencia maldita; en 1962, en Contra viento y marea (originalmente La ingratitud de los hijos), El extra, La risa de la ciudad y Furia en el Edén; en 1963, en El río de las ánimas y Napoleoncito; en 1964, en Escuela para solteros, Los murciélagos, La cigüeña distraída, Los cuatro juanes, El fugitivo, Alias el rata, Cada oveja con su pareja (tres episodios) y Para todas hay; en 1965, en El indomable, Cargamento prohibido, El hijo del diablo, El secreto del texano y Vuelve el texano; y en 1966, en Doctor Satán, El ángel y yo, Adiós cuñado, La isla de los dinosaurios y Lauro Puñales. Después ha participado de modo esporádico en el cine, y con mayor frecuencia en la televisión.
- FUENTES, CARLOS
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Nació en la ciudad de Panamá el 11 de noviembre de 1928. Licenciado en derecho por la Universidad Nacional Autónoma, llevó cursos adicionales en el Instituto de Estudios Internacionales de Ginebra, Suiza. Durante algunos años trabajó en la Secretaría de Relaciones Exteriores, donde alcanzó el rango de embajador. Fue becario del Centro Mexicano de Escritores (1956-57). Ha hecho cine, como guionista, primero con Manuel Barbachano Ponce y después con cineastas de varios países. En 1955 fundó y codirigió con Emmanuel Carballo la Revista Mexicana de Literatura, que abrió nuevos caminos a las letras nacionales. Fue redactor de la revista El Espectador (1959-1960). Dirigió junto con Octavio Paz, la Colección Literaria Obregón. A partir de los años sesentas se ha convertido en un escritor que trabaja indistintamente en México, en Estados Unidos o en Inglaterra. Ha dado clases en distintas universidades norteamericanas y europeas y ha recibido distinciones de diversos gobiernos y organizaciones académicas. A los 26 años de edad se dio a conocer con un libro de cuentos, Los días enmascarados (1954). De entonces a 1987 ha publicado 11 novelas: La región más transparente (1958), Las buenas conciencias (1959), La muerte de Artemio Cruz (1962), Cambio de piel (1967), Zona sagrada (1967), Cumpleaños (1969), Terra nostra (1975), La cabeza de la hidra (1978), Una familia lejana (1980), Gringo viejo (1985) y Cristóbal Nonato (1987); una novela corta, Aura (1962); tres colecciones de cuentos: Cantar de ciegos (1964), Cuerpos y ofrendas (antología, 1972) y Agua quemada (1981); tres obras de teatro: El tuerto es rey (1970), Todos los gatos son pardos (1970) y Los reinos imaginarios (1971); y cinco libros de ensayos: París, la revolución de mayo (1963), La nueva novela hispanoamericana (1969), Casa con dos puertas (1970), Tiempo mexicano (1971) y Cervantes o la crítica de la lectura (1976). Entre sus obras posteriores destacan el ensayo El espejo enterrado (1992) y el libro de cuentos El naranjo o los círculos del tiempo (1992). Fuentes recibió en 1994 dos importantes premios internacionales: el Príncipe de Asturias de Letras y el Grizane Cavour.
- FUENTES, FERNANDO DE
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Nació en Veracruz, Ver., en 1895; murió en la ciudad de México en 1958. Una de las grandes figuras de la época de oro del cine mexicano. Fue realizador de El compadre Mendoza (1933) y Vámonos con Pancho Villa (1935); así como de Cruz Diablo, Allá en el Rancho Grande (primera versión, 1940), Doña Bárbara, Crimen y Castigo y Hasta que perdió Jalisco.
- FUENTES, JOSÉ BERNARDO
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Nació en Puebla, Pue., en 1824; murió en 1905. Fundador del Colegio San Bernardo, donde se educaron millares de jóvenes poblanos. Fue rector del Seminario Palafoxiano de 1884 a 1894.
- FUENTES, JUAN B
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Nació en Guadalajara, Jal., el 16 de marzo de 1869; murió en León, Gto., el 11 de febrero de 1955. Inició sus estudios musicales en la ciudad de México y los continuó en el Instituto Duplay de París. Regresó al país en 1883 y se empleó como catedrático de piano, armonía y canto en la Academia de Niñas de León y luego en el Colegio de San Nicolás de Hidalgo, en Morelia. Presidió la Unión Filarmónica de México. En 1889 publicó su primer libro Una teoría de la música. Formó parte de la comisión que organizó el Conservatorio Nacional, donde enseñó armonía, contrapunto, fuga y formas musicales. Intervino también en la fundación del Conservatorio Libre de Música. Entre sus obras musicales destacan: Suite para orquesta, Reveire, Poema sinfónico para orquesta y banda militar, Gaveta y museta, La primera balada, Cuarenta y seis pequeñas formas musicales para piano y Seis pequeñas formas musicales para canto. Es autor de: Sistema especial de intervalo y transposición (1909), Método de armonía (1920) y Fundamento científico de la armonía y técnica pianística moderna (1946).
- FUENTES, RUBÉN
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Nació en Ciudad Guzmán, Jal., el 15 de febrero de 1926. Se inició en la música como primer violín y arreglista del mariachi Vargas de Tecalitlán. Luego desempeñó la dirección artística de RCA por varios años. Ha compuesto unas 500 canciones, la mayoría grabadas por notables cantantes, y escrito fondos musicales para películas nacionales y extranjeras. Entre sus canciones más conocidas, con letras de diferentes autores destacan: Cien años, La verdolaga, Escándalo, ¡Que murmuren!, El pecador, Tres consejos, La Bikina, La del rebozo blanco y Tiempo.
- FUENTES DE LA GARZA, MARIO
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Nació en Cruillas, Tamps., el 27 de febrero de 1934. Egresado (1954) de la Escuela Nacional de Artes Plásticas, ha realizado seis exposiciones individuales de pintura y escultura, y participado en 28 colectivas. Es autor de dos murales en la ciudad de Monterrey, donde también se encuentran sus esculturas Diego Montemayor (1982), Plutarco Elías Calles (1982), Luis Carbajal y de la Cueva (1982), Miguel Hidalgo (1983), Lázaro Cárdenas (1984), Compositores e intérpretes de la música (1985) y Cristo (1986). En poblaciones del interior de Nuevo León, ha realizado: Monumento a la Madre en París (1968); Monumento al general Ignacio Allende (1970), en el pueblo homónimo; Cristo (1974), en San Nicolás de los Garza; Lázaro Cárdenas (1980), en Hidalgo; José María Morelos (ecuestre, 1984), en Cerralvo; Mariano Escobedo (1985), en Galeana; y La familia (1985), en Agualeguas.
- FUENTES DELGADO, MARIO
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Nació en Oaxaca, en 1904; murió en México, D.F., el 28 de mayo de 1985. Médico (1929) por la Escuela Nacional de Medicina, se especializó en psiquiatría. Fue director del antiguo manicomio La Castañeda y del Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino Álvarez (1968-1983), cuya construcción promovió. Publicó artículos en revistas especializadas.
- FUENTES DÍAZ, VICENTE
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Nació en Chilpancingo, Gro., el 6 de julio de 1920. Profesor (1939) por la Escuela Nacional de Maestros, ha ejercido el magisterio y el periodismo, éste en El Popular, ABC, El Universal y Excélsior. De 1964 a 1967 fue diputado al Congreso de la Unión por el distrito de Chilpancingo, y de 1970 a 1976 senador de la República por el estado de Guerrero. Ha sido presidente de la Comisión Nacional Editorial y secretario general del Partido Revolucionario Institucional. Participó en la edición de las obras Los presidentes de México ante la nación y Los derechos del pueblo mexicano (México a través de sus constituciones). Es autor de: La intervención norteamericana en México, Gómez Farías, padre de la Reforma, El problema ferrocarrilero de México, Los partidos políticos en México, Santos Degollado, La Revolución de 1910 en el estado de Guerrero, La intervención europea en México, Revaloración del general Vicente Guerrero, Ignacio M. Altamirano y El obispo Abad y Queipo frente a la guerra de Independencia.
- FUENTES MARES, JOSÉ
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Nació en Chihuahua, Chih., el 15 de septiembre de de 1919; murió en la misma ciudad el 9 de abril de 1986. Licenciado en filosofía (1942) y en derecho (1944) por la Universidad Nacional Autónoma de México, fue profesor en esa institución (1945-1956) y rector de la Universidad de Chihuahua (1958-1964). Colaboró en periódicos y revistas, y en 1980 fue director fundador del diario Novedades de Chihuahua.
Es autor de: La noción agustiniana de la guerra y de la paz, Meditaciones sobre la libertad, La filosofía kantiana del derecho, fórmula del liberalismo político (1944), Kant y la evolución de la conciencia sociopolítica moderna (1946), México en la hispanidad: ensayo polémico sobre mi pueblo (1949), Poinsett: historia de una gran intriga (1951), … Y México se refugió en el desierto. Luis Terrazas: historia y destino (1954), Santa Anna: aurora y ocaso de un comediante (1956), Juárez y los Estados Unidos (1960), Juárez y la Intervención (1962), Juárez: el Imperio y la República (1963), Juárez y la República (1963), Juárez y la República (1965), Las memorias de Blas Pavón (1966), La Revolución Mexicana. Memorias de un espectador (1971), Don Sebastián Lerdo de Tejada y el amor (1972), Miramón, el hombre (1974), Monterrey: una ciudad creadora y sus capitanes (1976), La emperatriz Eugenia y su aventura mexicana (1976), Génesis del expansionismo norteamericano (1980), Cortés, el hombre (1981), El crimen de Villa Alegría (1983), Biografía de una nación: de Cortés a López Portillo y Las mil y una noches mexicanas (t. 1, 1984; t. 2, 1985).
También dio a las prensas dos novelas: Cadenas de soledad (1958) y Servidumbre (1960); y cuatro obras de teatro: La emperatriz, La joven Antígona se va a la guerra, Su alteza serenísima y La amada patidifusa. Dejó inédito Intravagario, testimonio de carácter autobiográfico.
- FUENTES TRUJILLO, AURELIO
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Nació en Zapotlán (hoy Ciudad Guzmán), Jal., en 1902; murió en Guadalajara, de la misma entidad, el 9 de octubre de 1986. A la edad de siete años ya ofrecía conciertos de violín; a los 14 ingresó en el Conservatorio Nacional, donde fue discípulo de Ponce, Meneses y Carrillo. Con la Orquesta Típica recorrió Estados Unidos, vestido de charro. A fines de los años veintes estudió en la Escuela Superior de Música, en París, mientras se ganaba la vida tocando en los cafés; luego obtuvo una plaza de profesor de cámara en el Nouvel Institute Musicale de Neuvilly y fue primer violinista de la Orquesta Sinfónica de la Sorbona. Más tarde enseñó música y dio conciertos en Berlín. Durante la Segunda Guerra Mundial volvió al país y en 1942 fue uno de los fundadores del Seminario de Cultura Mexicana, junto con Salvador Azuela y Juan de Tercero (los tres mosqueteros). Formó parte del Trío Garnica Ascencio. En 1944 fundó la Sociedad de Música de Cámara de México. Dio clases en la Escuela Nacional de Música y en el Conservatorio Nacional. Dirigió el Cuarteto Clásico Nacional. Se le otorgaron varios reconocimientos, entre ellos: medalla de oro y diploma en el concurso Bach a que convocó la revista Sonido Trece (1924), primer premio en el concurso anual de la Asociación Leopold Bellan de París (1931) y primer premio de violín en la Escuela Superior de Música de aquella capital. Su ciudad natal lo declaró hijo predilecto por sus triunfos en el arte.
- FUENTES Y BETANCOURT, EMILIO
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Nació en Cuba en 1845; murió en Jalapa, Ver., en 1909. Hacia el año 1877 llegó al país y se radicó en Veracruz, Ver., para apoyar al pedagogo Rébsamen en sus estudios sobre la reforma educativa de aquella entidad. Fue catedrático y director de la Escuela Normal de aquel estado. Entre sus obras: Aparición y desarrollo de la poesía en Cuba (Jalapa, 1889) y Plácido y sus poemas (1890).
- FUERO
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(Del latín forum, recinto sin edificar, plaza.) Tiene diversas acepciones desde el año 931 hasta el siglo XX. En México ha significado, por razones históricas, privilegio concedido a los miembros del clero y del ejército para llevar sus causas a tribunales de los cuerpos de que eran individuos.
Los fueros existieron durante la Nueva España en favor de los grupos sociales o en beneficio de algunas profesiones o actividades administrativas; por ejemplo, el fuero de los ingenieros, el de hacienda para las cobranzas, el mercantil y otros. Así como la legislación eclesiástica, al decir de José María Luis Mora, era lo más embrollada que pudiera imaginarse, por la multitud de disposiciones, es igualmente difícil establecer cuáles y en qué condiciones fueron y podían ejercerse los fueros coloniales. El virrey Revillagigedo, en su Instrucción reservada (México, 1831) al marqués de Branciforte, sucesor suyo en el virreinato, afirmaba que eran 150 los tomos en folio de la colección de las leyes vigentes en aquel entonces, por lo cual era lenta, incierta y gravosa la administración de la justicia en la Nueva España. Si en los años que siguieron a la consumación de la Independencia los fueros desaparecieron de las actividades civiles, quedaron reconocidos los del clero y los militares. En la Constitución de 1824 se ordenaba, en el artículo 154: Los militares y eclesiásticos continuarán sujetos a las autoridades que lo están en la actualidad, según las leyes vigentes. Esta disposición, al confirmar los privilegios de que gozaba el clero y el ejército en la Nueva España, el de ser juzgado por sus propios tribunales así cometieran delitos o faltas penadas por las leyes comunes, y aun, como en el caso del clero, de poder intervenir en asuntos de la vida civil matrimonios, defunciones, imposición de diezmos tuvo graves consecuencias: Como en los estados una parte no muy corta de los habitantes escribió Mora son eclesiásticos y otra muy considerable pertenece a la clase militar, en razón de que el fuero de guerra se extiende no sólo a los que se hallan en actual servicio, sino también a los retirados, y éstos son muchísimos después de una guerra no interrumpida de veinticinco años (se refiere Mora a la revolución de Independencia, iniciada en 1810); los estados soberanos han visto y tolerado que una parte muy considerable por su número y más aún por su calidad, permanezca sustraída dentro de su territorio, de sus leyes y autoridades, y conspire unas veces abierta y otras solapadamente contra ellas. (México y sus revoluciones, 1950, I).
El segundo de los ocho principios políticos del partido del progreso expuesto por Mora, que la administración de Valentín Gómez Farías trató de aplicar de 1833 a 1834, decía 2° abolición de los privilegios del Clero y de la Milicia, por tratarse de una necesidad real, ejecutiva y urgente (Obras sueltas, 1963). El 9 de abril de 1833 se giró una circular a los comandantes y jefes militares, previniéndoles que se arreglaran, en los juicios criminales que les pertenezcan, a las leyes vigentes, sin disponer de la vida de ningún ciudadano, ni súbdito suyo, sino en los casos y con las formalidades prescritas en las mismas leyes. El 6 de junio, mediante otra circular se recordó al clero regular y secular que no tratara ni predicara sobre asuntos políticos, disposición dictada desde el 5 de mayo de 1823; el 8 de junio, que los religiosos no se mezclaran en cosas políticas; el 20 de agosto fue ordenada la secularizacion de las misiones de la Alta y Baja California; el 14 de octubre se dispuso la extinción del colegio de Santa María de Todos los Santos y el mismo mes el cese de la obligación civil de pagar el diezmo eclesiástico dejándose a cada ciudadano en entera libertad para obrar en esto con arreglo a lo que su conciencia le dicte; días después se derogaron las leyes civiles que imponían cualquier genero de coacción, directa o indirecta, para el cumplimiento de los votos monásticos; por último, el 16 de abril de 1834 se ordenó la secularización de todas las misiones de la República. (Legislación mexicana, II, 1876).
Ante la tentativa reformadora de Gómez Farías, se levantó en armas Vicente Escalada, el 26 de mayo de 1833. Sería la primera rebelión conocida como la de Religión y Fueros. El artículo 1° del plan de Escalada, decía: Esta guarnición protesta sostener a todo trance la santa religión de Jesucristo y los fueros y privilegios del clero y el ejército, amenazados por las autoridades intrusas. Santa Anna, declarado por Escalada protector de su causa, derogó él mismo en 1834 todas las circulares de la administración de Gómez Farías.
En las Bases y Leyes constitucionales de la República, decretadas en 1836, se reconocía, en el artículo 30, lo siguiente: No habrá más fueros personales que el eclesiástico y militar.
La supresión de los fueros, una vez derrocado Santa Anna por la Revolución de Ayutla, no fue conminatoria. Se procedió con prudencia. El artículo 42 de la Ley sobre administración de justicia, y orgánica de los tribunales de la nación, del Distrito y Territorios, decretada por el presidente Juan Álvarez el 23 de noviembre de 1855, siendo ministro del ramo Benito Juárez, disponía: Los tribunales eclesiásticos cesarán de conocer de los negocios civiles y continuarán conociendo de los delitos comunes de individuos de su fuero, mientras se expida una ley que arregle este punto. Los tribunales militares cesarán también de conocer de los negocios civiles, y conocerán tan sólo de los delitos puramente militares o mixtos de los individuos sujetos al fuero de guerra. El artículo 44 ordenaba: El fuero eclesiástico, en los delitos comunes, es renunciable. La cuarta disposición de los artículos transitorios, decía: Los tribunales militares pasarán igualmente a los jueces ordinarios respectivos, los negocios civiles y causas criminales sobre delitos comunes: lo mismo harán los tribunales eclesiásticos con los negocios civiles en que cesa su jurisdicción.
Estos artículos, de la que se llamaría Ley Juárez, provocaron de inmediato la protesta del arzobispo de México, Lázaro de la Garza y Ballesteros. En su carta a Juárez afirmó el Arzobispo: Consta a V.E. que el privilegio del fuero, tanto en lo civil como en lo criminal, no es un privilegio concedido singularmente a mí, ni a otro individuo cualquiera del venerable clero, que tampoco es un privilegio dado en lo particular a los eclesiásticos de esa Diócesis ni a los de otra cualquiera de las sufragáneas: que si este privilegio ha estado vigente y han disfrutado de él todas las iglesias de la República desde que se fundaron, fue y ha sido a virtud de que siendo un privilegio propio de todo el cuerpo eclesiástico, cuanto individuos lo componen han gozado de él por el solo hecho de pertenecer a este venerable cuerpo, sin otro requisito por su parte; que por no ser cosa propia de ningún individuo ni de diócesis alguna en particular, no ha quedado a su disposición lo perteneciente al fuero: que por esto las leyes generales de la Iglesia prohíben que de grado o por fuerza consienta alguna en la privación del fuero: que las penas que las mismas leyes imponen a los eclesiásticos que de cualquier modo den su consentimiento contra el fuero, manifiesten la estrechez de semejante prohibición; y por último, consta a V.E. que en mi consagración juré guardar estos mismos principios a disposiciones generales de la Iglesia.
Lo anterior lo decía el Arzobispo, en cuanto al artículo 42. Respecto del artículo 44 escribió a Juárez, en otro párrafo: De la misma manera, como prelado de esta diócesis y como metropolitano, declaro que el artículo 44 es contrario a lo dispuesto por la Iglesia: que la renuncia que cualquier individuo del clero haga del fuero, ya sea en lo civil, ya en lo criminal, es nula y de ningún momento aún cuando lo jure; y que ya sea la renuncia de grado o por fuerza, sobre ser de ningún valor quedará por lo mismo sujeto el que la haga a las penas que la Iglesia impone a los contraventores; protestando como protesto contra el dicho artículo.
A continuación afirmaba el arzobispo sobre el transitorio: Protesto asimismo, como prelado de esta diócesis y como metropolitano, contra el artículo 4° de los transitorios en la parte que toca a los tribunales eclesiásticos; prohibiendo, como prohíbo, la remisión de autos que el artículo dice por lo respectivo a los de esta diócesis, y esperando que los ilustrísimos señores mis sufragáneos, harán igual prohibición en la parte que les toca (J. Pérez Lugo, La cuestión religiosa en México, 1927).
El 30 de noviembre, Benito Juárez, como ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos, dio respuesta a la carta del arzobispo de la Garza y Ballesteros en los siguientes términos: Di cuenta al Excmo. señor Presidente de la República con el oficio de V.S.I., fecha 27 del mes que finaliza en el que protesta contra los artículos 42 y 44 y 4° de los transitorios de la ley de 23 del mismo mes, que inhibe a los jueces eclesiásticos del conocimiento de los negocios civiles, autoriza a los individuos del clero para renunciar a su fuero en los delitos comunes y manda pasar a lo jueces ordinarios respectivos, los negocios civiles pendientes en los tribunales eclesiásticos. S.E. me ordena conteste a V.S.I., como tengo la honra de hacerlo, que antes de sancionar la mencionada ley, tuvo presente las razones en que V.S.I. apoya su protesta; pero que siendo más poderosas las que pesaron en su ánimo para adoptar las medidas que contienen los artículos referidos, está resuelto a llevarlas a debida ejecución, poniendo en ejercicio todos los medios que la sociedad ha depositado en sus manos, para hacer cumplir las leyes y sostener los fueros de la autoridad suprema de la Nación. S.E. está profundamente convencido de que la ley que ha expedido sobre administración de justicia, en manera alguna toca punto de religión, pues en ella no ha hecho otra cosa que restablecer en la sociedad la igualdad de derechos y consideraciones, desnivelada por gracia de los soberanos que, para concederla, consultaron los tiempos y las circunstancias. La autoridad suprema, al retirar las gracias o privilegios que alguna vez concede, usa de un derecho legítimo que a nadie le es lícito desconocer y mucho menos enervar. Recuerde V.S.I. el origen del fuero y, penetrado de esta verdad, no encontrará motivo para que el Soberano ocurra al Sumo Pontífice y acuerde y combine con Su Santidad un punto que es de su libre atribución, y respecto del cual no reconoce en la tierra superior alguno. Por todas estas razones que V.S.I. debe estimar en todo su valor y porque el deber mismo del Excmo. señor Presidente lo empeña en impartir a todas sus autoridades los auxilios necesarios para dar cumplimiento a la ley, en cuyo caso las disposiciones de V.S.I. quedarán sin efecto, S.E. se promete del sano juicio de V.S.I., de su amor al orden y, sobre todo, al acatamiento que debe a la autoridad suprema de la Nación, que sin trámite ulterior manifestará obediencia a la ley, sean cuales fueren las protestas que haga para salvar su responsabilidad, si en algo la encuentra comprometida; en el concepto de que las consecuencias del desobedecimiento de la ley serán de la exclusiva responsabilidad de V.S.I. (Benito Juárez, Documentos, discursos y correspondencia. Selección y notas de Jorge L. Tamayo, 2, 1964).
El 9 de diciembre de 1855 Juárez renunció al Ministerio de Justicia, y el día 11, Juan Álvarez, a la Presidencia de la República, ocupándola, como sustituto, Ignacio Comonfort. El 2 de diciembre se habían levantado en armas Antonio Montes Velázquez y Tomás Mejía, en Tolimán, Qro., proclamando el Plan de Sierra Gorda. El día 17 del mismo mes, exactamente al comunicar al presidente de la República el nuevo ministro de Justicia Ezequiel Montes, de la conducta escandalosa de algunos curas, que han convocado a sus feligreses para que en masa se rebelen contra las autoridades constituidas, dándoles el pésimo ejemplo de firmar las primeras actas de pronunciamiento, en Zacatlán, Pue., el sacerdote Venancio Gabino Vázquez y algunos vecinos lanzaron un manifiesto en el que anunciaban desconocer, en todas sus partes, al gobierno nacional. Demandaban que se restablecieran las Bases orgánicas de 1836. El 19 de diciembre los generales Francisco Guitián y Luis G. Osollo se rebelaban contra el gobierno proclamando, como principios jurídicos válidos, la vigencia de las mismas Bases orgánicas. La conspiración, aparentemente regional, fue extendiéndose. Los privilegios abolidos por la Ley Juárez provocaron un levantamiento que, en pocas semanas, presentó variantes insospechadas: aprehendidos Antonio Haro y Tamariz y otros generales, lograron evadirse y encabezar a los sublevados en Zacatlán y Teziutlán, Pue.; el general De la Llave, con sus tropas, se pasó al mismo campo rebelde; lo propio haría el general Severo del Castillo al frente de los 1 200 soldados, puestos bajo su mando por el presidente Comonfort para combatir a los rebeldes. En Morelia, Mich., Ignacio Vallejo dio el grito de 1834: ¡Religión y Fueros!. Severo del Castillo ocupó la ciudad de Puebla y el presidente Comonfort, al frente de 16 mil hombres, salió a batir a los sublevados. El 8 de marzo de 1856 los derrotó en el cerro de Ocotlán, el día 23 tomó Puebla y el 31 decretó la intervención de los bienes eclesiásticos de ese arzobispado. En sus consideraciones al decreto, decía Comonfort: …el primer deber del gobierno es evitar a toda costa que la nación vuelva a sufrir los estragos de la guerra civil: Que a la que acaba de terminar y ha causado a la República tantas calamidades, se ha pretendido dar el carácter de una guerra religiosa… (Código de la Reforma o Colección de leyes, decretos y supremas órdenes, expedidas desde 1856 hasta 1861, 1861).
El ministro de Gobernación, José María Lafragua, rindió un pormenorizado parte de la ocupación de Puebla por el presidente Comonfort ante los diputados constituyentes en 1856 (v. Francisco Zarco Historia del Congreso Constituyente 1856-1857, 1956).
El arzobispo de Puebla, Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, más tarde regente del imperio de Maximiliano, fue desterrado del país. El 15 de septiembre de 1856 brotó otra conspiración en el convento de San Francisco, en la ciudad de México, a consecuencia de la cual se ordenó que una calle atravesara su edificio. El 20 de octubre se iniciaba otra rebelión, acaudillada por los generales Joaquín Orihuela (fusilado el 1° de diciembre en San Andrés Chalchicomula, Pue.) y Miguel Miramón, quien logró fugarse.
El papa Pío IX se refirió a los fueros eclesiásticos en dos alocuciones suyas: la Acerbissimun, del 27 de septiembre de 1852, y la Numquam fore, del 15 de diciembre de 1856. Años más tarde, en el Syllabus Errorum (1864), se decía en la parte XXXI transcribiendo lo que era uno de tantos errores: El fuero eclesiástico, respecto de las causas temporales de los clérigos, ya sean éstas civiles, o ya sean criminales, debe ser absolutamente abolido, aun sin consultar a la Silla Apostólica, y sin tener en cuenta sus reclamaciones (Encíclicas pontificias. 1832-1959, 1, 1939).
La Constitución de 1857, en su Artículo 13, consagró definitivamente la supresión de los fueros: En la República mexicana nadie puede ser juzgado por leyes privativas, ni por tribunales especiales. Ninguna persona ni corporación puede tener fueros, ni gozar emolumentos que no sean compensación de un servicio público, y estén fijados por la ley. Subsiste el fuero de guerra solamente para los delitos y faltas que tengan exacta conexión con la disciplina militar. La ley fijará con toda claridad los casos de esta excepción (Felipe Tena Ramírez: Leyes fundamentales de México. 1808-1957, 1957).
El 16 de enero de 1861, Benito Juárez, como presidente interino de la República, decretó las leyes que debían regir el ejercicio del culto católico. En la Constitución de 1917, el artículo 13 recogió los principios legales por los que lucharan los liberales mexicanos desde 1833, respecto de los fueros del clero y los militares.
- FUERO, CARLOS
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Nació y murió en la ciudad de México (1844-1892). Tomó parte en las guerras de Reforma y de Intervención Francesa, distinguiéndose en el sitio de Querétaro (1867). Fue gobernador interino de Chihuahua.
- FUERO GÓMEZ MARTÍNEZ, FERMÍN
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Nació en Cañizares, España, en 1749; murió en Chiapas en 1800. Fue abogado de la Real Audiencia, rector del Seminario, luego de la Universidad y en 1795 obispo de Chiapas.
- FUERTES DE LORETO Y GUADALUPE
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Lugares estratégicos, próximos a la ciudad de Puebla, donde se desarrolló la batalla del 5 de mayo de 1862 entre los ejércitos de México y Francia. El Cuerpo del Ejército de Oriente, que cubría las dos rutas de acceso al Altiplano, retrocedió, conforme a un plan, hasta llegar a Puebla el 3 de mayo de 1862; allí el general republicano Ignacio Zaragoza eligió las llanuras al este de la ciudad como campo de batalla y en los cerros fortificados de Guadalupe y de Loreto esperó el ataque. Zaragoza venció al jefe francés conde de Lorencez y a Bernando Mallat y LHériller. V. PUEBLA, La Intervención extranjera.
- FULCHERI Y PIETRA SANTA, MANUEL
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Nació en México, D.F., el 18 de mayo de 1874; murió en la misma ciudad el 30 de junio de 1946. Luego de estudiar en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Academia de San Carlos, ingresó en el Seminario Conciliar de México y el 24 de noviembre de 1896 fue enviado a Roma, donde fue consagrado sacerdote el 17 de diciembre de 1898. Obtuvo el doctorado en teología un año después y el de derecho canónico en 1901. De regreso a México, fue profesor, vicerrector (1902) y rector (1907) del Seminario; canónigo honorario de la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe (1907), prebendado de la catedral (1909) y canónigo de gracia. El 6 de mayo de 1912 fue preconizado obispo de Cuernavaca por el papa Pío X, recibió la consagración episcopal en la Basílica de Guadalupe el 8 de septiembre y tomó posesión de la diócesis el 19 de diciembre del mismo año. Se ausentó de su sede mientras duraron los movimientos revolucionarios de Emiliano Zapata y Venustiano Carranza. Pudo regresar a Cuernavaca el 10 de febrero de 1919. El 21 de abril de 1921 fue promovido por el papa Pío XI a la diócesis de Zamora, la que gobernó hasta su muerte. Se conservan sus discursos y cartas pastorales.
- FULGURITA o TUBOS DE RAYO
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Espécimen mineral sílico que se presenta en forma de tubos vítreos, cuya superficie exterior es rugosa y parda, y que se compara con tallos vegetales muy contraídos por la resequedad. Cuando cae un rayo en lugares con arenas abundantes en cuarzo, se forman tubos que corren hacia abajo, desde la superficie de la tierra, disminuyendo en diámetro y ramificándose como lo haría una raíz vegetal; algunos ejemplares llegan a tener hasta 20 m de longitud. A estas formaciones se les llama fulguritas. Cuando un rayo golpea en la superficie desnuda de una roca, se producen costras vidriadas cuya forma ramificada tiene también apariencias vegetales, arborescentes, a las que se llama fulguritas rocosas. Las investigaciones que realizan mineralistas, geólogos y biofísicos intentan establecer los mecanismos de su morfogenia.
- FUMAR
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Los indios cachiqueles, del grupo mayanse, llamaban sio al cigarro y al tabaco; el verbo sigaj tu tiene, entre otros significados, el de fumar, producir humo; sigan ti es otra forma verbal que quiere decir fumar. La palabra cigarro procede del cacchiquel sigaj, zicar, zigar. El viajero John Cockburn (1735) la transcribió seegar; These gentleman gave us some seegars to smoke (Nicaragua). Fumar cigarros o pipas era un rito ceremonial importante en el México prehispánico. Sahagún (Hist., lib. 4, cap. 37) y Torquemada (XIII, 23) cuentan que los aztecas, después de un banquete, fumaban pipas en que se colocaban, además del tabaco, ciertas sustancias aromáticas, o bien puros en pitilleras de plata o de concha de carey. Inhalaban el humo y a veces lo tragaban, pero se apretaban las narices para no olerlo. Entre los mayas, fumar era un acto ritual pluviógeno y aparece así en su mitología. La asociación del cigarro y de la producción de humo con Ahpú, dios de la Lluvia, constituye el antecedente ejemplar de la creencia maya de que los dioses de la lluvia son grandes fumadores de cigarros. Por esta razón hacen ofrendas de cigarros al dios de la Tierra y de la Lluvia, réplica de Ahpú, el primer fumador mítico (R. Girard: Los mayas eternos).
José Corona Núñez, en su libro Mitología tarasca (1957), ofrece los siguientes datos del mayor interés: Que el Fuego era la primera deidad de los tarascos lo demuestra claramente el hecho de que toda la vida religiosa borda en torno de las hogueras. La principal dedicación del señor tarasco estaba en traer y hacer traer leña para las fogatas del templo. Como fogonero supremo y sacerdote mayor, era el encargado de encender el fuego, y por lo mismo se le nombraba teniente del Dios Curicaueri. De las hogueras sale el humo y sube a los cielos. El humo es el único contacto entre el hombre y los dioses del cielo. Todavía más, es el alimento de los dioses. Esta creencia permanece. Lumholtz observó en Michoacán, a fines del siglo XIX que en las casas ponían a la hora de la comida del mediodía, ante las imágenes de los santos, una cazuelita con incienso a guisa de alimento. Esto aconteció en la sierra de Paracho (Carl Lumholtz: El México desconocido, 1904). De este hecho se desprende, como cosa posible, que los tarascos hayan sido los primeros en fumar tabaco. Entre ellos, sólo los sacerdotes y los señores, es decir, los representantes de la divinidad, podían fumar, y lo hacían en grandes y largas pipas de barro, porque tenían que alimentarse con humo, como los dioses del cielo. En ningún documento antiguo se ve que la gente común fumara. La Relación de Cuitzeo de la Laguna, documento de 1579, dice que los indios de allí acostumbraban masticar hojas frescas de tabaco con polvo de cal, para tener fortaleza. Este sería el uso general de tabaco. En el idioma tarasco antiguo había el verbo qhuamuni que significa tener en la boca la yerba que se dice andúmuqua (tabaco). Con lo que se demuestra que esta costumbre era general y no estaba limitada a la región de Cuitzeo. El ofrendar al Dios del Fuego pelotillas de tabaco que arrojaban en la lumbre, era con el objeto de que el humo tuviera olores gratos para la divinidad.
Sacerdotes fumando en la fiesta Equata cónsquaro (Relación de Michoacán)
AEM - FUMARIA
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Fumaria parviflora Lam. Planta herbácea de la familia de las fumariáceas; con hojas multipartidas y con flores dispuestas en racimos. Se localiza en Hidalgo, Oaxaca, San Luis Potosí, Durango y México. Las hojas contienen una sustancia amarga de propiedades tónicas y el alcaloide llamado fumarina, o ácido fumárico. Se le conoce también como pajarilla.
- FUNCIONARIO PÚBLICO
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Persona que participa en el ejercicio de una función pública por disposición inmediata de la ley, por elección popular o por nombramiento de la autoridad competente. La distinción entre funcionario y empleado ha sido tema muy debatido en la doctrina. Sin embargo, se reconoce que son diferentes en uno y otro: la duración en el empleo; la retribución que reciben; la naturaleza de sus facultades; la relación jurídica que los vincula con el Estado; la fuente de sus facultades; y la vinculación con la ley.
La Ley Federal de Trabajadores al Servicio del Estado, reglamentaria del apartado B del Artículo 123 constitucional, divide al personal en trabajadores de base y de confianza, y excluye a estos últimos de las disposiciones relativas a los de base, de donde resulta que, en principio, la calificación de trabajador de confianza coincide con la categoría de funcionario público. El Artículo 128 constitucional ordena que sin excepción alguna todo funcionario público, antes de tomar posesión de su cargo, debe rendir la protesta de guardar la Constitución y las leyes que de ella emanen. Para Ignacio Pichardo Pagaza, los funcionarios son los encargados de las funciones de más alto nivel de supervisión, coordinación y administración; integran el nivel directivo dentro de la organización, y sobre ellos recae la responsabilidad de los programas de trabajo en las áreas de su competencia. Por la naturaleza de su actividad, los funcionarios son siempre personal de confianza; en esta clasificación se consideran los mandos intermedios, los técnicos calificados y los directivos de alto nivel. Estos últimos son los secretarios de estado, subsecretarios, oficiales mayores, directores, subdirectores generales y sus asesores. Los mandos intermedios corresponden a los subdirectores, jefes y subjefes de departamento, y técnicos de proyecto. Hasta donde se puede apreciar, no hay duda de que son funcionarios los senadores y diputados al Congreso de la Unión, los ministros de la Suprema Corte de Justicia, los secretarios de Despacho, los jefes de departamento administrativo, el procurador general de la República y el del Distrito Federal, los magistrados de Circuito, los jueces de Distrito, los magistrados y jueces del Fuero Común del Distrito Federal, los directores generales (o sus equivalentes) de los organismos descentralizados, empresas de participación estatal, sociedades y asociaciones asimiladas a éstas y fideicomisos públicos, los gobernadores de los estados, los diputados locales, los magistrados de los tribunales superiores de Justicia, y el presidente de la República (artículos 108 a 114 constitucionales).
Bibliografía: Gabino Fraga: Derecho administrativo (1985); Jorge Olivera Toro: Manual de derecho administrativo (1976); Ignacio Pichardo Pagaza: Introducción a la administración pública de México (1984); y Rafael de Pina y Rafael de Pina Vara: Diccionario de derecho (1985).
- FUNCK, NICOLÁS
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Naturalista belga comisionado por su gobierno para la exploración de la historia natural de América. Acompañado de Linden y de Griesbreght llegó a México en 1938, donde en compañía de Galeotti exploró Veracruz, Jalapa, Huatusco y el Pico de Orizaba. En 1939, ya sin Galeotti, marchó a Yucatán y Tabasco. Regresó a Europa con una colección de plantas que pasó al herbario Delessert.
- FUNERALES
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En el Diccionario Universal de Historia y de Geografía (1856) compilado y coordinado por Manuel Orozco y Berra, se contienen los siguientes párrafos respecto de los funerales en el antiguo México: En nada eran tan supersticiosos los mexicanos como en sus ritos fúnebres. Cuando alguno moría, se llamaba a ciertos maestros de ceremonias mortuorias, que eran por lo común hombres de cierta consideración. Éstos, habiendo cortado muchos pedazos de papel, cubrían con ellos el cadáver, y tomando un vaso de agua, se la esparcían por la cabeza, diciendo que aquella era el agua que se formaba durante la vida del hombre. Vestíanlo después de un modo correspondiente a su condición, a sus facultades y a las circunstancias de su muerte. Si el muerto había sido militar, lo vestían como el ídolo de Huitzilopochtli; si mercader, como el de Jacatecutli; si artesano, como el del protector de su oficio. El que moría ahogado, se vestía de Tláloc; el que era ajusticiado por adúltero, como el de Tlazoteótl; y el borracho, como el de Tezcatzoncatl, dios del vino. Así que, como dice Gómara, más ropa se ponían después de muertos, que cuando estaban en vida.
Poníanle después entre los vestidos un jarro de agua, que debía servirle para el viaje al otro mundo, y dábanle sucesivamente algunos pedazos de papel, explicándole el uso de cada uno de ellos. En el primero, decían al muerto: 'con éste pasarás sin peligro entre los dos montes que están peleando'. Al segundo: 'con éste caminarás sin estorbo por el camino definido por la gran serpiente'. Al tercero: 'con éste irás seguro por el sitio en que está el gran cocodrilo Jochitonal'. El cuarto era un salvoconducto para los ocho desiertos. El quinto para los ocho collados; y el sexto para el viento agudo, pues fingían que debían pasar por un sitio llamado Itzehecayan, donde reinaba un viento tan fuerte que levantaba las piedras, y tan sutil que cortaba como un cuchillo. Por lo mismo quemaban los vestidos del muerto, sus armas y algunas provisiones, para que el calor de aquel fuego lo preservase del frío de aquel viento terrible.
Una de las principales ceremonias era la de matar un techichi, cuadrúpedo doméstico semejante a nuestros perros, con el objeto de que acompañase al difunto en su viaje. Atábanle una cuerda al cuello, para que pasase al profundo río de Chiuhnahuapan, o de las nueve aguas. Enterraban el techichi, o lo quemaban con su amo, según el género de muerte que éste había tenido. Mientras los maestros de ceremonias encendían el fuego, en que debía quemarse al cadáver, los otros sacerdotes entonaban un himno fúnebre. Después de haberlo quemado, recogía en una olla todas las cenizas, y entre ellas ponían una joya de poco o mucho precio, según las facultades del muerto, la cual decían que debía servirle de corazón en el otro mundo. La olla se enterraba en una huesa profunda, y durante cuatro días hacía sobre ella oblaciones de pan y vino.
Tales eran los ritos fúnebres de la gente ordinaria; pero en las de los reyes, y respectivamente en las de los señores y otras personas de alta jerarquía, intervenían otras particularidades dignas de notarse. Cuando el rey se ponía malo, dice Gómara, se ponían máscaras a los ídolos de Huitzilopochtli y Tezcatlipoca, y no se les quitaban hasta que sanaba o moría; pero lo cierto es que el ídolo de Huitzilopochtli tenía siempre dos máscaras. Al punto que el rey de México expiraba, se publicaba la noticia con gran aparato, y se avisaba a todos los señores, ora estuviesen en la corte, ora fuera de ella, para que asistiesen a las exequias. Entre tanto colocaban el cadáver real en primorosas esteras, y le hacían la guardia sus domésticos. Al cuarto o quinto día, cuando ya habían llegado los señores, con sus trajes de gala y hermosas plumas, y los esclavos que debían acompañarlos en la ceremonia, ponían al cadáver quince o más vestidos finísimos de algodón de varios colores; adornábanlo con joyas de oro, plantas y piedras preciosas; le suspendían del labio inferior una esmeralda que debía servirle de corazón; cubríanle el rostro con una máscara, y sobre los trajes le ponían las insignias del dios, en cuyo templo o atrio debían enterrarse las cenizas. Cortábanle una parte del cabello, y con otra que le habían cortado en su infancia, la guardaban en una cajita, para perpetuar, como ellos decían, la memoria del difunto. Sobre esta cajita colocaban su retrato, de madera o de piedra. Después mataban al esclavo que le había servido de capellán, o cuidado de su oratorio y de todo lo correspondiente al culto privado de sus dioses, a fin de que tuviese el mismo empleo en el otro mundo.
Hacían después la procesión fúnebre, llevando el cadáver, acompañado de los parientes, de toda la nobleza y de las mujeres del muerto, las cuales expresaban su dolor con llantos y otras demostraciones. La nobleza llevaba un gran estandarte de papel, y las armas e insignias reales. Los sacerdotes cantaban, sin acompañamiento instrumental. Al llegar al atrio inferior del templo, salían los sumos sacerdotes, con sus ministros, a recibir al cadáver, y sin detenerse, lo colocaban en la pira, que estaba dispuesta en el atrio, y se componía de leña olorosa y resinosa, con una gran cantidad de copal y otros aromas. Mientras ardía el real cadáver, con todas sus ropas, insignias y armas, sacrificaban al pie de la escalera del templo un gran número de esclavos, tanto de los del rey muerto, como de los que habían presentado para aquella solemnidad los señores. También se sacrificaban algunos hombres irregulares y monstruosos, de los que tenía en sus palacios, para que lo divirtiesen en el otro mundo, y por la misma razón solían matar algunas de sus mujeres. El número de víctimas correspondía a la grandeza del funeral, y según algunos autores, llegaban a veces a doscientas. No faltaba entre tantos infelices el techichi, pues creían que sin aquel conductor no era posible salir de algunos senderos que se hallaban en el camino del otro mundo.
Al día siguiente recogían las cenizas, los dientes que habían quedado enteros y la esmeralda que le habían puesto en el labio, y todo junto se guardaba en la cajita que contenía los cabellos, y ésta se depositaba en el sitio destinado para sepulcro. En los cuatro días siguientes hacían sobre él oblaciones de manjares. A los cinco días sacrificaban algunos esclavos, y el mismo sacrificio se repetía a los veinte, a los cuarenta, a los sesenta y a los ochenta. Desde entonces ya no se sacrificaban más victimas humanas: sino que cada año se celebraba un aniversario con sacrificios de conejos, de mariposas, de codornices y otros pájaros, y con oblaciones de pan, vino, copal, flores y unas cañas llenas de materias aromáticas que llamaban acayotl. Este aniversario se celebraba cuatro años seguidos. La mayor parte de los cadáveres se quemaban: sólo se enterraban enteros los de aquellos que morían ahogados o de hidropesía.
Época colonial. En su libro Las piras funerarias en la historia y en el arte de México (Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, 1946), el doctor Francisco de la Maza hace la siguiente descripción de las ceremonias fúnebres durante el virreinato: Cuando llegaba la noticia de la muerte de una persona real a la Nueva España, lo primero que se hacía era publicar los lutos, por medio de pregonero y música, con solemnes visitas de la Audiencia al virrey, del virrey al arzobispo, de éste a la Audiencia, etc. Se procedía luego a la preparación de las honras fúnebres, de las cuales se encargaban, casi siempre, algunos oidores, que llamaban al arquitecto o pintor más importante para que diseñase la pira, así como a los poetas y doctores universitarios para los versos, inscripciones y epitafios, pidiendo a las altas autoridades eclesiásticas eligiesen al predicador de los sermones y elogios de la real carroña. Si el ilustre personaje moría en México, se instalaba la capilla ardiente en su casa o en los respectivos palacios si era virrey o arzobispo, trasladándose después a la catedral o iglesia donde debían celebrarse las exequias. Como ejemplo del ceremonial en caso de muerte de un arzobispo, hago la glosa del efectuado a don Ildefonso Núñez de Haro y Peralta, que fue, a la vez, arzobispo y virrey.
Se nombraron dos 'comisarios' del Ayuntamiento para que se encargasen de todo lo relativo a las honras. Comenzaron por dar parte al virrey de la muerte del prelado; fijaron edictos llamando a los cleros secular y regular y congregaciones pías, así como a la Audiencia y al corregidor de la ciudad. A las nueve de la mañana comenzaron las cien campanadas de vacante, una cada cinco minutos, mientras en el palacio episcopal se procedía a vestir el cadáver. Dos lacayos llevaron primero en grandes charolas de plata la ropa interior, blanca y morada, es decir, 'camisa, calzoncillo, calceta y justillo' y 'medias, calzones y chupa'; después otros dos lacayos también en fuentes de plata llevaron las vestiduras sacerdotales, así como la 'mitra preciosísima', el anillo y el pectoral. Una vez dentro del ataúd, se puso sobre éste, en forma de equis, el báculo como obispo y el bastón de mando como virrey que había sido. Al día siguiente se reunieron en el palacio virreinal el virrey, la Real Audiencia, Tribunal de Cuentas, oficiales reales, nobilísima ciudad, Real y Pontificia Universidad, Real Tribunal del Consulado y Real Protomedicato, que en solemne y vistoso conjunto fueron a dar el pésame al Cabildo sede vacante reunido en el palacio del arzobispo. Allí se organizó la procesión que debía trasladar el cadáver, yendo por las calles del Seminario, primera y segunda del Reloj, la Encarnación, Santo Domingo y Empedradillo, hasta llegar a la puerta mayor de la catedral. Estas calles tenían el gran toldo usado en la procesión del Corpus. Abría paso a la procesión un destacamento de artilleros, con cuatro cañones de campaña sobre sus cureñas, que iban arrastrados por cuatro mulas enlutadas y seguidos de cuatro caballos despalmados con caparazones negros. Continuaba una compañía de granaderos del Comercio, capitaneándola a caballo con espada en mano, el coronel del Regimiento de Toluca, con su teniente coronel y sargento mayor. Según en su orden debido, y con sus respectivas insignias, parcialidades, cofradías, órdenes, terceras, sagradas religiones, cruces parroquiales, copiosísimo clero, congregación de San Pedro, curia eclesiástica, colegio de infantes, capilla de catedral, capellanes de coro, curas urbanos y algunos foráneos, cuatro pajes del virrey y otros tantos del difunto, todos con hachas de cuatro pabilos en mano y últimamente el Cabildo, con capuces de luto, entre cuyos individuos iba el cadáver. El Real y Tridentino Seminario, arrastrando beca, principiaba el numeroso cuerpo de duelo, que continuaba el Protomedicato, Consulado, Universidad con borlas y capelos volteados, nobilísima ciudad, caballeros, oficialidad, Tribunal de Cuentas, Real Audiencia y el virrey. Cerraban el acompañamiento el Regimiento Urbano de esta capital, un escuadrón de Dragones de México, la estufa del virrey y la que servía al difunto, enlatada con finísimo gusto, y con tal arte y primor, que se arrebató la común admiración. Ya en el interior de la iglesia, se procedía al ceremonial litúrgico, que describe de visu el diarista Antonio de Robles el día 27 de abril de 1701 en las honras de la condesa de Orizaba en el santuario de Guadalupe: 'Miércoles 27, por la mañana, fueron cantando sus misas las religiones en las capillas, y luego sus responsos en el túmulo, que era óvalo, sobre que estaban las armas reales, corona, cetro, espada y lábaro que dijeron sirvió en el entierro de Felipe IV. A las nueve, habiendo venido el virrey, audiencia, tribunales, religiones, ciudad y gran concurso, se comenzó la misa, que cantó el arzobispo, siendo diáconos los canónigos Domingo Bayón Bandujo y Juan Parcero, y habíéndolo acabado, predicó el doctor Rodrigo Flores, canónigo lectoral; y luego se cantaron los responsos en contorno el túmulo; el primero el deán, el segundo el maestrescuelas, el tercero el provisor, el cuarto y último el arzobispo, conforme al ceremonial romano'.
En el siglo XIX los funerales más sobresalientes fueron los del presidente Benito Juárez, cuya muerte ocurrió el jueves 18 de julio de 1872. Los homenajes póstumos duraron tres días. El periódico El Siglo XIX publicó el miércoles 24 la crónica que se reproduce a continuación: La muerte del C. Benito Juárez, presidente constitucional de la República, ha sido un suceso de primera magnitud, cuyo eco está repercutiendo en estos momentos hasta en los más remotos confines del país. También en el extranjero el anuncio de esta muerte producirá una gran sensación, porque hasta ahora ninguno de nuestros hombres de Estado, que han figurado en primera línea, había logrado como Juárez unir su nombre tan indisolublemente a los fastos de nuestra historia… Ayer, según lo dispuesto por la nueva administración, han tenido lugar los funerales del Sr. Juárez. Inmensa multitud circulaba desde muy temprano en toda la carrera que debía seguir el fúnebre cortejo. Las calles de Plateros, San Francisco, Santa Isabel y Avenida de los Hombres Ilustres, presentaban un imponente golpe de vista. Todas las casas de las calles del tránsito ostentaban cortinas con lazos de crespón y coronas de siemprevivas. Las banquetas, los balcones y las azoteas en todo ese largo trayecto estaban ocupados por millares de espectadores. A las nueve y media de la mañana comenzó a organizarse el acompañamiento en el Palacio Nacional y a las diez y cuarto la cabeza de la procesión fúnebre llegaba a la esquina de la calle de Santa Isabel. Conforme a lo dispuesto por el bando del gobierno del Distrito, abría la marcha una escuadra de batidores; seguían inmediatamente los niños de las escuelas municipales, los de las lancasterianas y los alumnos de las escuelas nacionales, precedidos de una gran bandera blanca en que se leían las siguientes palabras Gran círculo de obreros, marchaban cerca de trescientos ciudadanos, representantes de los artesanos de la capital. Seguían después los alumnos y profesores de la escuela de Jurisprudencia, los jueces, los empleados y los jefes de oficina, mezclados con los innumerables invitados, entre los que notamos muchos extranjeros, los jefes del ejército, los generales residentes en la capital y personal del gobierno del Distrito y los miembros del Ayuntamiento. Inmediatamente después de la corporación venía el carro fúnebre tirado por seis hermosos caballos, conducidos por cuatro lacayos a pie y todos descubiertos. Llevaban los cuatro cordones del féretro, el tesorero general de la nación, Sr. Izaguirre; el director de la Escuela de Jurisprudencia, Sr. Velázquez; el general de división Alejandro García; y el Sr. Chavero, miembro del Ayuntamiento de México. A los lados del carro marchaba la guardia de honor del finado ciudadano de crespón. Detrás, seguía el gobernador de Palacio, general Zérega, rodeado de los ayudantes del presidente. Después del carro fúnebre marchaba el coche enlutado de la presidencia y que era usado por el Sr. Juárez en las grandes funciones oficiales. Venían luego los miembros de la diputación permanente y todos los demás diputados al Congreso de la Unión, residentes en México, una comisión de la Suprema Corte de Justicia, otra del Tribunal Superior, y otra, muy numerosa, en representación del Colegio de Abogados. Seguían después los secretarios del despacho y oficiales mayores de los ministerios acompañados de los miembros del cuerpo diplomático. El ministerio de Fomento iba al lado del representante del imperio alemán, conde Euzemberg, que llevaba el uniforme de coronel de caballería bávara; el secretario de Guerra marchaba acompañado del plenipotenciario de España, Sr. Herreros de Tejada, que vestía riguroso uniforme, así como los demás miembros de su legación; el Sr. Nelson, ministro de los Estados Unidos de América y decano del cuerpo diplomático, llevaba a los lados a los secretarios de Relaciones y Hacienda. El Sr. Lerdo de Tejada, presidente interino de la República, venía al fin de este inmenso cortejo, acompañado de los Sres. Maza y Dublán, dolientes, que representaban a la familia del finado ciudadano presidente. Después del encargado del poder ejecutivo marchaba la columna de tropas en el orden siguiente: Colegio Militar, una batería de campaña de la primera brigada de artilleros, el primer batallón permanente, el 1° del Distrito y dos cuerpos de caballería. Cerraba la marcha una prolongada hilera de sesenta carruajes que ocupaban la longitud de cuatro calles.
Este extenso cortejo ocupaba casi todo el trayecto comprendido entre el panteón de San Fernando y la plaza de la Constitución. Llegaban los batidores al primer punto cuando la fila de carruajes se movía lentamente por las calles de Plateros y San Francisco, habiendo tardado cerca de dos horas en desfilar la procesión fúnebre. En el ángulo que forman la iglesia y la fachada del panteón de San Fernando se elevaba un elegante catafalco, adonde descansó el féretro antes de ser conducido al sepulcro de la familia Juárez. Al lado del catafalco se colocó la tribuna, que fue ocupada primeramente por el Sr. Lic. D. José M. Iglesias, orador oficial nombrado por el gobierno. Acto continuo subió a ella el Sr. diputado Silva, en nombre de la diputación permanente.
Después y por el orden que en seguida señalamos, hicieron uso de la palabra los Sres. D. Alfredo Chavero, en representación del ayuntamiento; D. Francisco T. Gordillo, a nombre de los masones mexicanos; D. José María Vigil, por la Prensa Asociada; D. José María Baranda, por la Sociedad Filarmónica; D. Roque Jacinto Morón, por la Sociedad Médica Pedro Escobedo; D. Victoriano Mereles, por el Gran Círculo de Obreros; D. José Rosas Moreno, que dijo una magnífica composición poética; D. Gumersindo Mendoza, en representación de la Sociedad de Geografía y Estadística, y los niños Antonio Álvarez y Salvador Martínez Zurita, alumnos del Tecpan de Santiago. Concluidos los discursos se verificó la inhumación en el sepulcro de la familia del Sr. Juárez, presidiendo el acto el señor presidente interino. Al depositarse el cadáver, se inclinó sobre él la bandera nacional y se dispararon veintiún cañonazos como solemne y postrera despedida. El acto concluyó a las dos menos cuarto de la tarde. Julio Zárate.
En seguida se transcriben los principales párrafos de los cinco primeros discursos pronunciados en el panteón de San Fernando:
José María Iglesias. Eran las cinco de la mañana del día 19 de julio de 1872. La ciudad de México, entregada a sueño tranquilo, despertaba al estampido de cuatro cañonazos, seguidos luego de otro cada cuarto de hora. Ese anuncio de un acontecimiento importante llenó pronto las calles de gente, y con la velocidad propia de las malas noticias, supo a poco la población entera la triste causa del ruido inusitado que había perturbado su reposo… En efecto, la noticia anterior, a las once y media, había fallecido el ilustre patricio Benito Juárez… Muerto Juárez á los sesenta y seis años, deja una memoria imperecedera, no sólo en la patria, sino en todo el mundo civilizado. Su historia, durante cerca de tres lustros que ejerció el poder supremo, es la historia de México. En ese periodo, breve si se computa su duración natural, inmenso si se consulta su importancia histórica, ha sido Juárez la figura prominente y heróica… La fe inquebrantable, la constancia a toda prueba, la firmeza de voluntad decidida a sucumbir, pero no a cejar, forman esa cualidad distintiva.
Ignacio Silva. El pueblo sabía muy bien que la república de 1821 a 1857, no era la de 1857 a esta fecha; el contraste es muy notable para que no se haya podido apreciar todo lo que han conquistado los gigantescos esfuerzos políticos del benemérito de América… Entre tanto, la patria no debe olvidar las elocuentes lecciones del más ardiente patriotismo que debemos a esta época feliz. ¡Ojalá que los partidos, inspirados por ese sentimiento, depongan sus odios para siempre, y que la muerte de Juárez, así como su vida, sea la regeneración de México!
Alfredo Chavero. Gloria es de varones ilustres triunfar de la muerte; pues mientras ésta cava a las generaciones la fosa del olvido, vencida y humilde abre la puerta de la inmortalidad a aquellos que por sus virtudes merecieron ceñir su frente con imperecedero laurel. ¡Hermoso destino el de esos hombres! Su vida es la lucha; su muerte es la victoria… La vida de Juárez fue la del viajero atrevido que escalara la cima del Popocatépetl. Subió desde su oscura base, con pie firme atravesó los senderos tortuosos, las pendientes peligrosas, los inestables arenales y los duros hielos; fue contemplado por el mundo en regiones de nívea blancura, más alta que las nubes, y cuando llegó a la cúspide, se hundió en ese cráter de la vida, que se llama la muerte.
Francisco T. Gordillo. Ha muerto el hombre de la época; ha dejado de existir el hijo predilecto de nuestra cara patria; ha bajado a la tumba el fundador de la Reforma y el redentor de esta nación; cumplida su obra, ha desaparecido del catálogo de los vivientes… La historia, fiel intérprete de los sentimientos que animaron a los hombres grandes, sobrepujando a la poesía, presentará a las edades venideras, como tipo de amor patrio, de abnegación y de liberalismo a Juárez, y si ha de ser imperecedera la obra humanitaria de la redención de un pueblo, sobre la tumba de nuestro héroe podrán ponerse las palabras pomposas de Horacio, porque sólo Juárez puede decir con verdad que ha levantado un monumento más duradero que el bronce, indestructible aun con la misma carrera de los siglos.
José María Vigil. Juárez ha legado a México dos bienes inestimables: la Reforma y la Independencia; México, a su vez, le debe una gratitud ilimitada, por haber sabido interpretar sus aspiraciones, satisfacer sus necesidades, defender su honra ante el extranjero. Ahora no falta más que conservar esa herencia inestimable, y el único medio de conseguirlo, es hacer que la paz extienda su sombra benéfica sobre esta patria desgraciada. La reconciliación sincera de los mexicanos sobre el respeto mutuo y el común acatamiento a la ley, es el solo camino que nos puede conducir a ese anhelado objeto: que el histórico nombre de Juárez logre realizar ese grandioso acontecimiento, y entoces el vale eterno que hoy le dirigimos con las lágrimas en los ojos y el luto en el corazón se convertirá en el himno de la prosperidad nacional, único homenaje adecuado a la gloria de los padres de la patria.
La funeraria contemporánea es la empresa que se encarga de proveer las cajas, los objetos y los vehículos relacionados con las exequias y, por extensión, de correr los trámites jurídicos y administrativos a que obligan las defunciones y el traslado de cadáveres. Hasta mediados del siglo XIX estos quehaceres los ejecutaban los deudos o los vecinos del finado, con intervención de la Iglesia. Los enterramientos solían hacerse en los templos y en los atrios, de donde derivaron su nombre de camposantos, o bien en los conventos o en los jardines privados. El establecimiento de las funerarias en México fue consecuencia del decreto del 31 de julio de 1859, expedido por Benito Juárez, cuyos principales artículos establecen: Cesa en toda la República la intervención que en la economía de los cementerios, camposantos, panteones y bóvedas o criptas mortuorias ha tenido hasta hoy el clero así secular como regular. Todos los lugares que sirven actualmente para dar sepultura, aun las bóvedas de las iglesias catedrales y de los monasterios de señoras, quedan bajo la inmediata inspección de la autoridad civil, sin el conocimiento de cuyos funcionarios respectivos no se podrá hacer ninguna inhumación. Se renueva la prohibición de enterrar cadáveres dentro de los templos (Art. 1°). A petición de los interesados, y con aprobación de la autoridad local, podrán formarse campos mortuorios, necrópolis o panteones para entierros especiales. La adminstración de estos establecimientos estará a cargo de quien o quienes lo erijan; pero su inspección de policía, lo mismo que sus partidas o registro, estarán a cargo del juez del estado civil, sin cuyo conocimiento no podrán hacerse en ellos ninguna inhumación (Art. 3°). En todos estos puntos se dará fácil acceso a los ministros de los cultos respectivos, y los administradores o inmediatos encargados de todas estas localidades facilitarán cuanto esté en su poder para las ceremonias del culto que los interesados deseen se verifique en esos lugares (Art. 4°). Los gobernadores del Estado y Distrito, y el jefe del Territorio, cuidarán de mandar establecer, en las poblaciones que no lo tengan o que los necesiten nuevos, campos mortuorios, y donde sea posible panteones. Cuidarán igualmente de que estén fuera de las poblaciones, pero a una distancia corta; que se hallen situados, en tanto como sea posible, a sotavento del viento reinante; que estén circundados de un muro, vallado o seto, y cerrados con puerta que haga difícil la entrada a ellos; y que estén plantados, en cuanto se pueda, de los arbustos o árboles indígenas o exóticos que más fácilmente prosperen en el terreno. En todos habrá un departamento separado, sin ningún carácter religioso para los que no puedan ser enterrados en la parte principal (Art. 7°). Ninguna inhumación podrá hacerse sin autorización escrita del juez del estado civil o conocimiento de la autoridad local en los pueblos en donde no haya aquel funcionario. Ninguna inhumación podrá hacerse sino veinticuatro horas después del fallecimiento. Ninguna inhumación podrá hacerse sin la presencia de dos testigos por lo menos, tomándose de estos actos nota escrita por la autoridad local de los lugares donde no hubiera juez del estado civil y remitiéndose copia de esta nota al encargado del registro civil. Ninguna inhumación se hará, si fuere en terreno nuevo, sino a la profundidad, cuando menos, de 4 pies, siendo el terreno muy duro, y de 6 pies en los terrenos comunes; ni en sepultura antigua, sino después que hayan pasado cinco años; ni en fosa común, sino con un intermedio, cuando menos, de un pie de tierra entre los diversos cadáveres (Art. 14).
Niño muerto por Olga Costa
Foto: José Verde - FURIÓ, SONIA.
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Nació en Alicante, España, el 30 de julio de 1937. Llegó a México a los tres años de edad. Se dedicó a la actuación desde muy joven. Filmó unas 50 películas, entre las que destacan: Los desarraigados en Venecia, Cárcel de Cananea, El esperado amor desesperado, El negocio del odio y Amor sucio. En teatro ha representado: El desafío, La tierra redonda, El alcalde de Salamea, La vida es sueño, Te juro Juana que tengo ganas…, El péndulo y Las Troyanas. Innovó el Gran Espectáculo Poético con La palabra canta, Me llamo Barro y El hombre testigo del hombre.
Actriz de telenovelas, asistió como representante de México a los festivales internacionales de Cannes, Mar de Plata y San Francisco. Murió el 1 de diciembre de 1996 en Cuernavaca, Morelos.
- FURLONG, COSME
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Murió en 1861. Sucedió a su hermano Patricio en el gobierno del estado de Puebla en 1833. Se opuso a la política clerical de Santa Anna y en 1834 defendió la ciudad de Puebla contra las fuerzas del general Luis Quintanar. En 1853 fue nuevamente nombrado gobernador de esa entidad.
- FUSILAMIENTO
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(De fusil, arma de fuego portátil de los soldados de infantería; del italiano fucile, voz empleada desde el siglo XVII ). Acción y efecto de fusilar, ejecutar a una persona con una descarga de fusilería. Palabra usada desde el siglo XIX. Acaso los primeros fusilamientos ocurridos en México fueron los ordenados por Félix María Calleja, camino de Guanajuato, en noviembre de 1810. Citando el parte del capitán de dragones de Puebla, Francisco Guiazarnotegui, dice Carlos María de Bustamante: Al pasar por Granaditas oyó decir que allí estaban muertos a lanzadas todos los gachupines, expresión que lo irritó bastante, por lo que mandó echar pie a tierra a doce dragones para cerciorarse de la verdad y auxiliar a los que se hallasen vivos; mas sólo oyó decir que todos eran cadáveres, cogiendo a seis o siete hombres que hallaron allí, los cuales entraron a ver si había algún despojo que rapiñar, o quizás a ver la catástrofe en que se supusieron cómplices; por lo que bien asegurados, se los presenté al general en jefe, quien al oír mi razonamiento mandó en el momento matarlos, como así se ejecutó, ordenándose volviera a la ciudad tocando a degüello… (Cuadro histórico de la Revolución Mexicana, I, primera parte, carta sexta; 1961). El día 26 fueron pasados por las armas 23 individuos, también en Granaditas. Los fusilamientos alternaron con el ahorcamiento. El 21 de enero de 1811, al entrar Calleja a Guadalajara, después de su triunfo en Calderón sobre el ejército popular de Hidalgo, se prescindió de la horca y los sentenciados a la última pena murieron en improvisados paredones. Llevaba Calleja, escribió Bustamante, más de doscientos infelices tomados casi como los de Guanajuato, y a quienes reputó como prisioneros de guerra para diezmarlos, y fusilar, como lo hizo, a muchos de ellos: tuvo la inhumanidad de hacer sacar del hospital a un anglo-americano moribundo, y conducido en camilla, fue pasado por las armas (op. cit., carta sexta).
Las órdenes de Calleja fueron el antecedente de los fusilamientos de los caudillos de la Independencia y de que esa forma de matar se extendiera y aceptara como la ejecución oficial de los sentenciados por los tribunales. El 27 de julio de 1811 se dictó la sentencia de degradación de Miguel Hidalgo, en la entonces villa de Chihuahua; un día después se le despojó de sus vestiduras sacerdotales y se le arrancó la potestad de sacrificar, consagrar y bendecir, que recibiera con la unción de las manos y los dedos. Entregado a la curia civil, se dispuso su fusilamiento, cuyo relato se publicó en La Abeja Poblana en 1822. Se trata de una carta escrita por Pedro Armendáriz, jefe del pelotón de soldados que fusiló a Hidalgo el día 30 de julio de 1811, y remitida desde Santa Fe, Nuevo México, al editor de dicho periódico. El año de ochocientos once escribió Armendáriz me hallaba en Chihuahua de ayudante de plaza del señor comandante general Salcedo (Nemesio, quien tenía a su cargo las Provincias Internas); mi empleo era teniente de presidio, comandante del segundo escuadrón de Caballería de reserva, y vocal de la Junta de Guerra: como tal sentencié entre otros a muerte, a los señores Cura Don Miguel Hidalgo y Costilla, D. Ignacio Allende, Aldama, Jiménez y Santamaría; fui el testigo de vista más inmediato de sus muertes, con motivo a que a mi cuidado se fiaron en capilla, hasta que como principal verdugo los hacía pasar por las armas; siempre he oído hablar con variaciones de dichos señores acerca de los últimos momentos de su vida en términos que, según los acriminan, han creído muchos que eran herejes, y para sacar de dudas digo: que el señor Hidalgo luego que llegó a Chihuahua se puso preso con las seguridades necesarias en el cuartito número 1° del Hospital; muy a menudo se confesaba, se condujo con la mayor resignación y modestia, hasta que llegó el día horroroso, en que hallándose en otro calabozo se sacó para ser degradado. Salió con un garbo y entereza que admiró a todos los concurrentes, se presentó y arrodilló orando con cristiana devoción al frente del Altar que estaba al lado derecho de la puerta de la botica; de allí, con humildad, se fue donde estaba el juez eclesiástico; concluidos todos los pasos de la degradación, que con la misma humildad sufrió, se me entregó; lo conduje a la capilla del mismo Hospital, siendo ya las diez de la mañana, en donde se mantuvo orando a ratos, en otros reconciliándose, y en otros parlando con tanta entereza, que parecía no se le llegaba el fin de su vida, hasta las nueve de la mañana del siguiente día, que acompañado de algunos sacerdotes, doce soldados armados y yo, lo condujimos al corral del mismo Hospital a un rincón donde le esperaba el espantoso banquillo; la marcha se hizo con todo silencio; no fue exhortado por ningún eclesiástico en atención a que lo iba haciendo por sí en un librito que llevaba en la derecha y un Crucifijo en la izquierda; llegó como dije al banquillo, dio a un sacerdote el librito, y sin hablar palabra, por sí se sentó en el tal sitio, en el que fue atado con dos portafusiles de los molleros, y con una venda de los ojos contra el palo, teniendo el Crucifijo en ambas manos, y la cara al frente de la tropa que distaba formada dos pasos, a tres de fondo y a cuatro de frente; con arreglo a lo que previne, le hizo fuego la primera fila; tres de las balas le dieron en el vientre, y la otra en un brazo que le quebró; el dolor lo hizo torcerse un poco el cuerpo, por lo que se safó la venda de la cabeza y nos clavó aquellos hermosos ojos que tenía; en tal estado hice descargar la segunda fila, que le dio toda en el vientre, estando prevenidos que le apuntasen al corazón; poco extremo se hizo, sólo así se le rodaron unas lagrimas muy gruesas; aún se mantenía sin siquiera desmerecer en nada aquella hermosa vista, por lo que le hizo fuego la tercera fila que volvió a errar no sacando más fruto que haberle hecho pedazos el vientre y espalda, quizá porque los soldados temblaban como unos azogados; en este caso tan apretado y lastimoso, hice que dos soldados le dispararan poniendo la boca de los cañones sobre el corazón, y fue con lo que se consiguió el fin. Luego se sacó a la plaza del frente del Hospital, se puso una mesa a la derecha de la entrada de la puerta principal, y sobre ella una silla en la que lo sentaron para que lo viera el público que casi en lo general lloraba, aunque sorbiéndose las lágrimas (la orden de Nemesio Salcedo prohibía Dar muestras de una imprudente compasión); después se metió adentro, le cortaron la cabeza que se salvó, y el cuerpo se enterró en el camposanto. (En Últimos instantes de los primeros caudillos de la Independencia. Narración de un testigo ocular. Reimpresa con notas y documentos por Luis Gonzáles Obregón, 1896).
El 5 de enero de 1814, al derrotar al ejército insurgente de Morelos, en Puruarán, las tropas de Ciriaco del Llano y Agustín de Iturbide, fue hecho prisionero Mariano Matamoros. Su proceso, semejante al seguido a Hidalgo. se celebró en Puruarán y Valladolid, hoy Morelia. El 3 de febrero de ese año, según la Relación del teniente don Manuel Montaño (citada por José Herrera Peña en Proceso instruido en contra de don Mariano Matamoros, Biblioteca Michoacana, 1964; y Armando de María y Campos, en Matamoros, teniente general insurgente, 1964) la caballería realista cubrió las entradas de Morelia, retenes en las garitas y avanzadas en los caminos, para prevenir el asalto de los insurgentes a la ciudad. Tres mil hombres y una compañía de cien infantes al mando del fiscal de la causa, capitán Alejandro Arana, quien formó el cuadro para la ejecución, custodiaban la plaza. En el soportal, ahora llamado de Matamoros, se había levantado el patíbulo cubierto de paños negros y en el centro del cual, pegado a una de las pilastras, el pie de gallo que ocupó Mariano Matamoros. Poco antes de las diez de la mañana las campanas de catedral empezaron a tañer el toque de agonías, siguiéndoles las campanas de los otros templos. Al salir Matamoros de la Cárcel Correccional, donde estuviera confinado, se quitó los zapatos y marchó descalzo al patíbulo, del que sólo dista de la Cárcel Correccional unas dos cuadras hacia el sur; lo hicieron caminar rumbo al este, por las calles de la Amargura y el Reloj, siguiendo por las del Estudiante y la Aduana, y doblando a la derecha pasó por el frente del Portal de la Nevería, dejando a su izquierda el atrio de catedral; penetró a la plaza y la atravesó para llegar al lugar del suplicio. Las campanas seguían tañendo. Matamoros caminó con paso seguro, rezando sin cesar el Miserere. Le ordenaron que se arrodillara y él se negó. De pie lo ataron al madero del pie de gallo y le vendaron los ojos con un pañuelo. La primera descarga del pelotón de fusilamiento lo dejó con vida. Agonizante aún, Matamoros, con voz fuerte y serena, seguía rezando el Miserere. Los soldados hicieron otra descarga. Las campanas dejaron de tocar. Matamoros había muerto.
Aprehendido en Texmalaca por Matías Carranco, soldado del ejército de Manuel de la Concha, el 6 de noviembre de 1815 José María Morelos fue conducido a la ciudad de México, encarcelado en el antiguo edificio de la Inquisición, degradado y sentenciado a muerte. Cuando se le llevó a fusilar a San Cristóbal Ecatepec escribió Carlos María de Bustamante, se le preparó de comer en el cuerpo de aquella guardia; sentóse y lo hizo con serenidad. La conversación rodó, sobre el mérito de la fábrica material de aquella iglesia y de cosas indiferentes. Concluida la comida, le dijo Concha: ¿Sabe usted a qué ha venido aquí? No lo sé pero lo presumo… A morir Sí, pues tómese usted el tiempo que necesite. Dentro de breve despacho, dijo Morelos; pero permítame usted que fume un puro, pues lo tengo de costumbre después de comer. Encendiólo con tranquilidad; trajéronle a un fraile para que lo confesase… Que venga el cura dijo, pues no he gustado de confesarme con frailes; de hecho, vino el vicario, y encerrándose en una pieza recibió la última absolución. Oyó tocar cajas (tambores), vio desfilar la tropa y dijo… esta llamada es para formar; si la tropa aguarda no mortifiquemos más… Deme usted un abrazo señor Concha y será el último que nos demos: metió los brazos en la turca, se la ajustó bien y dijo: ésta será mi última mortaja pues aquí no hay otra. Quisieron vendarle los ojos y se resistió diciendo no hay aquí objeto que me distraiga. Sacó el reloj: vio la hora; pidió un Crucifijo y le dijo estas formales palabras: Señor, si he obrado bien, tú lo sabes, y si mal yo me acojo a tu infinita misericordia. Persistieron en que se vendase los ojos, y sacando su pañuelo lo hizo él mismo dándole vueltas por las puntas encontradas y se lo amarró. ¿Aquí es el lugar? preguntó. Más adelante, le respondieron. Dio unos cuantos pasos, y habiéndole dicho que se hincase lo hizo, y por detrás lo fusilaron duplicándole las descargas por no haber empleado bien los primeros tiros. Al caer dio botes contra el suelo, y un horrendo y herido grito… (Elogio histórico del general don José María Morelos y Pavón, 1822).
Agustín de Iturbide murió fusilado en Padilla, Tamps., el 19 de julio de 1824. Vicente Guerrero, presidente de la República, dejó el poder el 16 de diciembre de 1829 por la traición, con las tropas puestas bajo su mando, de Anastasio Bustamante, vicepresidente de su gobierno. Durante cerca de tres años Guerrero prosiguió la lucha en las montañas del Sur, hasta ser aprehendido y fusilado en la villa de Cuilapan, Oax., el 14 de febrero de 1831. Durante la guerra civil de aquellos años, en que se perdió Texas por la sublevación de los colonos, se resistieron varias invasiones de España y Francia, y se perdió más de la mitad del territorio por la guerra de conquista de los Estados Unidos, las sentencias de muerte fueron ejecutadas mediante fusilamientos. Vuelta la paz transitoriamente, subió al poder, en 1853 por sexta y última vez, el general Antonio López de Santa Anna. Durante los dos años y meses que duró en la presidencia, ocurrió un proceso dictatorial en el que hubo, como consta en los actos revisados por el Constituyente de 1856, fusilamiento, prisiones, torturas y destierros de quienes se opusieron a su gobierno. Los constituyentes de 1856 discutieron, conforme al Proyecto de Ley, el Artículo 33, que prevía la abolición de la pena de muerte. En el Artículo 23 de la Constitución de 1857 se abolió para los delitos políticos, aplicándose, tan sólo, a los traidores a la patria en guerra extranjera, al salteador de caminos, al incendiario, al parricida, al homicida con alevosía, premeditación y ventaja, a los delitos graves del orden militar y a los de piratería que definió la ley.
La Guerra de Reforma (1857-1860) favoreció las ejecuciones de muerte mediante fusilamiento. No obstante, el Partido Liberal se abstuvo de ejecutar a sus enemigos cuantas veces los tuvo prisioneros. Durante la rebelión de los militares al grito de Religión y fueros, en 1856, fueron perdonados no pocos jefes. Sólo fue fusilado Orihuela (Joaquín) diría Manuel Payno por el general (Manuel García) Pueblita, el 10 de diciembre de 1856, en San Andrés Chalchicomula. El 11 de abril de 1859, sin embargo, los jefes del Partido Conservador, Félix Zuloaga, Miguel Miramón y Tomás Mejía, ordenaron y ejecutaron a 53 personas en Tacubaya. Francisco Zarco, escondido en la ciudad de México durante aquellos días, escribió un folleto que editó sin su firma y que, al decir de Guillermo Prieto, valió para la causa liberal como una legión… (que) año por año deja percibir sus ecos entre recuerdos sangrientos. Zarco hizo una oportuna reflexión política sobre los actos del gobierno de Zuloaga, y pasó a narrar los sucesos en los cuales los fusilamientos alcanzan el punto extremo de su aplicación en manos de soldados. Desde el 10 de abril trabóse una lucha en las lomas de Tacubaya, y el general Degollado resolvió emprender una retirada, señalando una corta sección que resistiera el empuje de los soldados de la guarnición de México. Esta sección combatió con valor hasta agotar sus municiones; la villa fue invadida, el palacio arzobispal ocupado por los soldados de la reacción, que viendo vencido a sus enemigos les hicieron fuego y los lancearon en todas partes, sin hacer distinción entre los heridos. Algunos jefes y oficiales quedaron prisioneros al terminar la acción del 11. Los heridos no pudieron seguir la retirada, y quedaron en hospitales improvisados en el arzobispado y algunas casas particulares. Con ellos quedó el jefe del cuerpo médico militar del ejército federal y tres de sus compañeros, que creyeron inhumano y desleal abandonar a los hombres cuyas vidas podrían salvar, cuyas dolencias podrían mitigar. Un día antes de la acción se supo en México que eran muy pocos los profesores que venían en el ejército federal, y esta escasez podía hacer mucho más funestos los resultados de una batalla. Esta noticia hizo que algunos jóvenes estudiantes formaran y llevaran a cabo el noble proyecto de ir a Tacubaya para ayudar gratuitamente a los facultativos, y para curar y operar a los heridos de los ejércitos… Miramón reunió en San Diego a Márquez, Mejía y Orihuela, y decretaron muerte de todos los vencidos y de cuantos se encontrasen en su compañía. En el jardín del arzobispado sucumbió la primera víctima, el general Marcial Lazcano, antiguo militar, que acababa de batirse con valor admirable. Inmediatamente corrieron la misma suerte el coronel Genaro Villagrán, el coronel José María Arteaga (escribano), el capitán José López y el teniente Ignacio Sierra. Los cuatro fueron fusilados por la espalda. Los médicos oyeron los tiros, conocieron lo que pasaba, y sin embargo seguían haciendo vendajes y practicando amputaciones. Los soldados llegaron hasta las camas de los heridos, arrancaron a los médicos y a los estudiantes de las cabeceras de los pacientes, y un momento después caían acribillados de balas Ildefonso Portugal, Gabriel Rivero, Manuel Sánchez, Juan Duval (súbdito inglés) y Alberto Abad. Junto con éstos, los estudiantes Juan Díaz Covarrubias (véase) y José M. Sánchez. También se fusiló, por una falsa denuncia, al señor Agustín Jáuregui, que no tenía la menor relación con los constitucionalistas; a Manuel Mateos, combatiente liberal, y a los vecinos Teófilo Ramírez, Gregorio Esquivel, Mariano Chávez, Fermín Tellechea, Andrés Becerril, Pedro Lozano Vargas, Domingo López, José María López, Ignacio Kisser y Miguel Dervis, estos dos últimos italianos. El número total de víctimas fue de 53, entre ellos dos jóvenes de apellidos Smith, hijos de un norteamericano, que se detuvieron en Tacubaya por no poder entrar en la capital (véase Manuel Galindo y Galindo: La matanza de Tacubaya, en La gran década nacional o Relación de la guerra de Reforma, intervención extranjera y gobierno del archiduque Maximiliano: 1857-1867, 1904).
Desatada la guerra civil después del Plan de Tacubaya (1857), roto el orden constitucional por una parte del ejército, el único fusilamiento que no se llevó a cabo fue el de Benito Juárez: Estaba el gobierno en Guadalajara cuando recibió el 13 de marzo (1858), la noticia de la derrota de Salamanca… Juárez estaba en la junta con sus ministros ese día cuando le avisaron que el coronel Antonio Landa se había pronunciado en su cuartel por Zuloaga (Félix). Juárez, sin interrumpir la junta ni inmutarse, dio órdenes al general Núñez para que fuese a apaciguar aquel motín. Núñez se arrojó solo sobre la guardia de los pronunciados y contuvo el movimiento retirándose lastimado de un golpe contuso sobre el corazón, producido por una bala disparada a quemarropa que quedó encasquillada en su reloj. La junta proseguía cuando llegó el parte de la derrota de Salamanca, con horribles pormenores; todos quedaron en profundo silencio. Juárez, sin titubear, dijo: 'Han quitado una pluma a nuestro gallo', y dio instrucciones a Prieto (Guillermo) para que redactase un manifiesto, diciendo la resolución del gobierno de seguir luchando, y que en tal virtud era de poca importancia lo sucedido. A pocos momentos, hora del relevo de la guardia, el pronunciamiento de la fuerza fue en Palacio, reduciendo a prisión al presidente, sus ministros y cerca de ochenta personas… Guillermo Prieto, que salía en esos momentos a la casa del licenciado López Portillo, que era donde se retiraba a estudiar y escribir, solicitó a Landa seguir la suerte de sus compañeros, y lo llevaron, maltratándolo, a donde estaba Juárez. Cundió en la ciudad la noticia del atentado; Miguel Cruz Ahedo y un médico Molina arengaron al pueblo y se dirigieron a San Francisco, donde el general Díaz reunía a los adictos al gobierno. De San Francisco se desprendió una gruesa columna que se dirigió a Palacio en medio de un fuego horroroso. En esos momentos, los oficiales Pegaza, Morett y Filomeno Bravo, con una compañía del 5°, penetraban a son de caja en el salón de los prisioneros para fusilarlos. Estos se refugiaron en un cuarto pequeño a la puerta del salón. Los soldados avanzaron y formaron semicírculo frente a los prisioneros. Juárez estaba en la puerta del cuarto como una estatua. Bravo dio las voces de mando para hacer fuego; a esa palabra, Guillermo Prieto cubrió con su cuerpo a Juárez y grito a los soldados: '¡Levanten esas armas; los valientes no asesinan!' y siguió hablando con suma vehemencia hasta contener a la tropa, reducida y convertida en su defensa. (véase Guillermo Prieto: Lecciones de historia patria, 1886).
El 1° de enero de 1861, entró a la ciudad de México Benito Juárez. El 22 de diciembre, el ejército nacional había derrotado a los conservadores en Calpulalpan. El nuevo Congreso declaró presidente constitucional a Juárez. El partido reaccionario escribió Guillermo Prieto, testigo de aquellos sucesos llevó a su colmo el despecho con este nombramiento, y auxiliado eficazmente por el clero, hizo estallar en todas direcciones pronunciamientos proclamando Religión y Fueros. (op. cit.). Una de las primeras víctimas de las partidas que asaltaban y merodeaban las poblaciones indefensas, fue Melchor Ocampo. Capturado en su hacienda de Pomoca por Lindoro Cajiga, de las fuerzas de Leonardo Márquez, fue llevado por los caminos de Michoacán. En Tepeji del Río los forajidos que llevaban a Ocampo hicieron alto. El relato de lo ocurrido lo narró, años después, Ángel Pola: Como si obedeciese al propósito de extremar la crueldad con el señor Ocampo, la soldadesca que le condujo, complaciéndose en forzar la marcha, llegó bien pronto a Tepeji del Río. Era lunes 3 (junio de 1861). La entrada fue triunfal por la ostentación que hacían de su preciada víctima y la comedia que representaba, jugando Zuloaga el papel de presidente y Márquez el de general en jefe de la República.
Hospedadas las fuerzas en distintos mesones, Márquez dispuso que el de las Palomas, en la calle real, sirviera de capilla al señor Ocampo. Ocupó el cuarto número 8, hoy (1900) convertido en fábrica de jabón. A las dos de la tarde, hora santa, vióse salir al señor Ocampo, jinete en caballo mapano, entre filas, en camino de la última estación de su calvario, con la serenidad del justo. Recorrido el largo trayecto, del mesón de las Palomas a Caltengo, hizo alto la tropa a solicitud del mártir, para agregar una cláusula a su testamento. No se oreaba aún la adición testamentaria, cuando emprendieron otra vez la marcha. A muy corta distancia, el comandante mandó hacer alto. Formó cuadro la tropa y señaló a Ocampo su lugar. Firme e imperturbable lo ocupó, distribuyendo entre sus ejecutores algunas prendas. Al vendársele, habló: 'Puedo ver la muerte. Mi única recomendación es que no me tiren al rostro'. En seguida se oyó una descarga y entre el humo apareció el cuerpo, presa de las convulsiones de la agonía. El tiro de gracia consumó el crimen. Presuroso el grupo de verdugos pasó por las axilas del cadáver las cuerdas que preparó de antemano, para suspenderlo del árbol de pirú, que se yergue sobre el montículo del ángulo de los dos caminos (véase En peregrinación de Pomoca a Tepeji del Río, en Melchor Ocampo. Obras completas, vol. III, 1901).
El fusilamiento de Maximiliano, Miramón y Mejía, sobre todo el primero suscitó una abundante literatura. El proceso es voluminoso; las cartas de Víctor Hugo, José Garibaldi y el emperador Francisco José, pidiendo la absolución de Maximiliano, han sido reditadas desde el siglo XIX. En el volumen XII de Benito Juárez. Documentos, discursos y correspondencia (selección y notas de Jorge L. Tamayo, 1967) se ofrece una amplia información al respecto. La ejecución de la sentencia de muerte es sucinta. En el cerro de las Campanas, sito a 700 m de la orilla occidental de la ciudad de Querétaro a las siete y cinco minutos de la mañana del 19 de junio de 1867, yo, el infrascrito escribano, doy fe, que en virtud de la sentencia pronunciada por el Consejo ordinario de Guerra y confirmada con el decreto, asesorado del ciudadano general en jefe del Cuerpo del Ejército del Norte (Mariano Escobedo), de ser pasados por las armas los reos Fernando Maximiliano de Austria, llamado Emperador de México y sus generales Tomás Mejía y Miguel Miramón, se les condujo con segura custodia al punto citado; donde se hallaban situadas las tropas para la ejecución de la referida sentencia, mandadas por el general Jesús Díaz de León y habiéndose publicado por dicho señor el bando de ordenanza, fueron simultáneamente ejecutados los precitados reos a la hora y en el lugar referidos y para constancia, el ciudadano Fiscal mando se pusiera por diligencia que firmó conmigo el presente escribano González. Félix G. Dávila.
Poco antes de su fusilamiento, Maximiliano envió una breve carta a Juárez, en la cual le decía: Querétaro, junio 19 de 1867. Sr. Benito Juárez. Próximo a recibir muerte, a consecuencia de haber querido hacer la prueba de si nuevas instituciones políticas lograban poner término a la sangrienta guerra civil que ha destrozado desde hace tantos años este desgraciado país, perderé con gusto mi vida, si su sacrificio puede contribuir a la paz y prosperidad de mi nueva patria. Íntimamente persuadido de que nada sólido puede fundarse sobre un terreno empapado de sangre y agitado por violentas conmociones, yo conjuro a usted, de la manera más solemne y con la sinceridad propia de los momentos en que me hallo, para que mi sangre sea la última que se derrame y para que la misma perseverancia, que me complacía en reconocer y estimar en medio de la prosperidad, con que ha defendido usted la causa que acaba de triunfar, la consagre en la más noble tarea de reconciliar los ánimos y de fundar de una manera estable y duradera la paz y tranquilidad de este país infortunado. Maximiliano.
Justo Sierra esclareció las razones de la sentencia de muerte: Maximiliano, juzgado conforme a una ley anterior a su aceptación a la corona, debía legalmente morir; sus jueces militares, llamados a aplicar una ley terminante a un caso evidente, no podían hacer otra cosa que lo que hicieron; tocaba al gobierno de Juárez el acto político supremo: el indulto. Lo negó: hizo bien; fue justo. Es terriblemente triste decir esto cuando se trata de un hombre que se creyó destinado a regenerar a México y de los valientes que fueron sus compañeros de calvario. La paz futura de México, su absoluta independencia de la tutela diplomática, su entrada en la plena mayoría de edad internacional, la imposibilidad de atenuar el rigor de la ley si no se descabezaba para siempre el partido infidente, obligaron al gobierno de Juárez a ser, no inhumano, pero inflexible, como, a pesar de su bondad, se creyó obligado a serlo Maximiliano con las víctimas de su decreto del 3 de octubre del 65. Se consumó el acto solemne de justicia republicana en Querétaro… (véase Evolución política del pueblo mexicano, 2a. ed., 1957).
A pesar de que en la Constitución de 1857 se repudió la pena de muerte y, por tanto, la ejecución por fusilamiento, las recomendaciones expresas de los legisladores fueron olvidadas. En 1869, por ejemplo, Juárez ordenó fusilar a Julio López Chávez, líder agrarista, en Chalco, Méx. El propio Código Penal del Distrito Federal y Territorio de la Baja California el de Quintana Roo no se declaraba todavía como tal expedido por el Congreso de la Unión el 1° de abril de 1871, ordenaba, respecto de la pena de muerte, en el Artículo 248, que no se ejecutara en público sino en la cárcel o en otro lugar cerrado; ni en domingo ni en otro día festivo, concediéndose al penado un plazo de tres días y no menos de 24 horas para que se le ministren los auxilios espirituales que pida, según su religión. La ejecución debía, además participarse al público por medio de carteles en los sitios en que, habitualmente, se fijaran las leyes, en el lugar de la ejecución y en el domicilio del reo, expresando su nombre y su delito. El cuerpo del fusilado debía sepultarse sin pompa alguna. La contravención de lo anterior sería causa de arresto, mayor o menor según las circunstancias del caso. Estos ordenamientos, no siempre cumplidos respecto de los fusilamientos en público fueron aplicados durante los 33 años del gobierno de Porfirio Díaz. Los rurales ejecutaron a campesinos al borde de los caminos o en los cementerios, en las cárceles de los pueblos y las ciudades, o en la prisión de Belén, descrita con minuciosidad por Ángel de Campo, Micrós, en su novela La rumba. El patio de ejecución, en Belén donde más tarde se levantó la Escuela Revolución, en la ciudad de México era una especie de corral sembrado de pedruscos cubiertos por enanas y anémicas hierbas, de trecho en trecho dormitaban los soldados y se alzaba al frente un alto paredón; dibujos azules, una cruz y el rastro de las balas tapizaban su musgosa superficie. Sacaban a los reos a la madrugada y los galeros gritaban: Fulano de tal … sale a su destino. Esto lo van repitiendo de galera en galera. Los presos cantaban, mientras el reo caminaba al paredón, el Alabado. José Guadalupe Posada dejó en magistrales grabados el instante en que eran ejecutados los sentenciados a muerte. Con frecuencia, soldados. Como se sabe, la mayoría de éstos procedían de la captura que el propio ejército hacía en campos y calles durante el gobierno de Díaz. Otros soldados procedían de las cárceles y muchos de ellos de los campos donde eran enviados a servir a filas por leves faltas a los hacendados. Como lo dijo Zarco, un ejército así era como una prisión ambulante. Ello daba lugar a frecuentes protestas y faltas a la ordenanza, las cuales, para servir de escarmiento y someter a la voluntad de los oficiales a los soldados, eran castigadas con la pena de muerte. El 18 de marzo de 1891, por ejemplo, fue ejecutado en los llanos de San Lázaro, sitio público que congregaba al vecindario los días de fusilamiento, el soldado Rosendo Ramírez. Al pie del grabado de Posada, Antonio Vanegas Arroyo, el editor de aquellas gacetas populares, publicó lo siguiente: A las seis de la mañana salió de Santiago (Tlatelolco, prisión militar durante muchos años) el reo y conducido en un carruaje llegó al sitio de la ejecución a las seis y media. El cuadro estaba formado hacia el lado de la Escuela de Tiro. El desgraciado Ramírez se mostró tranquilo hasta sus últimos momentos. Una de las balas de la descarga le fracturó el brazo derecho y lo hizo caer boca arriba. Hubo un incidente curioso en esta ejecución. Un oficial se acercó después de efectuada la descarga y levantó el inanimado cuerpo de Rosendo y se inclinó sobre él asegurando algunos que le dio un beso en la frente. Según se decía este oficial fue el agraviado por Ramírez.
En los corridos se han narrado, cantando, no pocos fusilamientos. El de Benito Canales dice casi al final:
Los rurales lo apresaron
llevándose a Surumuato,
y al despedirse de su padre
envió a Isabel su retrato.
Luego formaron el cuadro
y no quiso ser vendado;
a la derecha del padre
quedó al fin bien fusilado
Decía Benito Canales
cuando se estaba muriendo:
Mataron a un gallo fino
respetado del Gobierno
Los fusilamientos han sido tema de algunas páginas perdurables de la literatura mexicana. José Vasconcelos, en El fusilado; Los fusilados, de Cipriano Campos Alatorre, y Martín Luis Guzmán, en El águila y la serpiente, han narrado ejecuciones diversas. La de David Aguirre Berlanga, acaso sea la página más intensa de cuantas describen esa forma bárbara de aplicar la última pena. Durante la Revolución, en su periodo de lucha popular, de 1913 a 1926, ocurrieron numerosos fusilamientos, muchos de los cuales, en sus instantes más drámaticos, se consevan en las fotografías del Archivo Casasola.
El coronel Alfonso Aguilar despidiéndose antes de la ejecución.
Archivo CasasolaFusilamiento en la cárcel de Belén, 1908, de unos falsificadores de moneda.
Archivo CasasolaFusilamientos, grabado de Posada
AEM - FUSTE
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Parte fundamental de la silla de montar; hecho de madera, consta de dos planos inclinados con una abertura en medio. Se completa con la cabeza y con la teja.
Paremiología: Refiriéndose a él, se dice: Al que no le guste el fuste que lo tire y monte en pelo, o también maliciosamente: Mujer de buen fuste.
- FUSTER, ALBERTO
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Nació en Tlacotalpan, Ver., hacia 1870; murió en Austin, Texas, E.U.A., en enero de 1922. Pintor desde muy joven, el gobernador Teodoro Dehesa le otorgó una beca para que se perfeccionara en Italia. Expuso su obra en Europa y recibió buena acogida. Al regresar a México dio clases en algunas instituciones, pero a causa de la Revolución decidió irse a Estados Unidos. En Nueva York hizo algunas decoraciones murales. Fuster se afilió a la escuela espiritualista que representaban en la Europa de fin de siglo los pintores Puvis de Chavannes, Burne-Jones, Maurice Denis y otros. Sin apartarse del prototipo de belleza helénica, deformaba la realidad para crear expresiones sintéticas y de contenido simbólico, pues le interesaba expresar ideas. El Museo Nacional de Artes Plásticas guarda de él: Alegoría de la paz, Alegoría del canto, Soñador, Poeta, Prometeo, Retrato de Fernando Gamboa y Culto a la belleza. El gobierno de Veracruz le encargó un cuadro llamado El progreso, que fue obsequiado al presidente Díaz. José Clemente Orozco dijo de Fuster que fue pintor de grandes concepciones con un gran dominio de la técnica.
- FUSTER, VICENTE
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Nació en Alcañiz, Zaragoza, España, en 1742; murió en San Juan de Capistrano, California, el 21 de octubre de 1802. Vistió el hábito de San Francisco en Zaragoza, el 19 de febrero de 1759. Cuando residía en Balbastro se unió a un grupo de 29 misioneros que se habían agregado al Colegio Apostólico de San Fernando de México. Llegó a Nueva España en febrero de 1770. Al año siguiente fue enviado a Baja California. Allí atendió las misiones de Santa María de los Ángeles y Velicatá. En 1773 pasó a San Diego, en la Alta California, donde prestó sus servicios hasta 1777. En ese tiempo presenció el ataque de los indios insurrectos y la muerte heroica de fray Luis Jaime. Escribió la relación de estos acontecimientos el 8 de diciembre de 1775 y la remitió a fray Junípero Serra. Tuvo dificultades con el capitán Rivera y Moncada porque éste violó el derecho de asilo que el propio fray Vicente concedió a un indio. Más tarde sirvió en las misiones de San Gabriel (1778) y San Juan de Capistrano (1780), donde permaneció largos años y cooperó a la construcción de la nueva iglesia (1798). El 7 de marzo de 1797 escribió una carta al gobernador Pablo Solá sobre las manufacturas textiles.
- FUTBOL
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Es difícil precisar cuando se inició en el hombre el gusto por impulsar con el pie los objetos esféricos. Es posible suponer, sin embargo, que el juego, en sus más diversas manifestaciones, tuvo un importante papel en la sociedad desde las épocas más primitivas. La historia ha recogido, si bien no con la exactitud deseada, un buen número de deportes que fueron practicados en la antigüedad. Varios de ellos son citados como los posibles orígenes del futbol. En China se acostumbró un juego llamado tsu chu (de tsu, debe patear; y chu, pelota de cuero rellena), que se remonta al siglo VI a.C. Se ejecutaba el día del cumpleaños del emperador y consistía en una pugna entre dos equipos: delante del palacio real se levantaban dos postes de bambú, de más de 8 m de altura, adornados con sedas de brillantes colores; entre ellos se tendía una red con una abertura de poco más de 30 cm por la que los jugadores trataban de pasar el balón relleno de pelo o de crin; se utilizaban únicamente los pies y los tiros se hacían por turno. En el Japón se practicó un juego llamado kemari, desde antes del año 611 a.C. Éste consistía, fundamentalmente, en un ceremonioso pasarse la pelota unos a otros. El jardín en donde actuaba el grupo tenía una extensión aproximada de 14 m2 y en sus cuatro ángulos estaban colocados un cerezo, un pino, un sauce y un arce. En el siglo II a.C., surgieron en Grecia el harpaston y el episkyros, que contribuían a distraer y adiestrar a las tropas. El balón era una vejiga de buey llena de arena o de aire, y el juego consistía en que un grupo trataba de rebasar una línea y el otro intentaba evitarlo. Los romanos tuvieron un juego casi con las mismas características y finalidades al que denominaban harpastum. En Bretaña y Normandía los pobladores de dos comunas vecinas se ejercitaron durante muchos años con un juego de pelota llamado soule. El objetivo esencial consistía en perseguir a la pelota de cuero o de madera por doquiera que marchase. A veces era preciso correr varios kilómetros para llevar el balón al campo contrario. Ej juego medieval florentino llamado calcio, practicado todavía en la actualidad, se realizaba en la Plaza de la Señoría para festejar diversas fechas, entre ellas la de San Juan Bautista, patrono de la ciudad, o bien en terrenos de aproximadamente 137 m de largo por 50 de ancho, limitándose el campo por unos postes de 1.17 m que servían de porterías. Los equipos estaban divididos, cada uno, en 15 puestos y cuatro líneas: ocho delanteros, dos medios, cuatro zagueros medios y un zaguero. Había seis árbitros distribuidos en diferentes zonas del campo, pero instalados en las tribunas. La pelota se jugaba con pies y manos. Todavía en la actualidad los italianos denominan el futbol con el nombre de calcio e incluso su Federación Nacional ostenta la denominación de Federazione Italiana di Gioco di Calcio. Los naturales de América también practicaron deportes. Prueba de ello son la infinidad de campos de juego cuyos restos todavía existen en diversas zonas arqueológicas de Mesoamérica. Los de Chichén Itzá y Tula presentan la particularidad de que tienen casi las medidas reglamentarias de las actuales canchas de futbol. El padre jesuita José Manuel Peramás, que vivió en América en 1755 y que escribió en Europa tres años después el libro La República de Platón y los guaraníes, hace la siguiente referencia a los indios: En los días festivos, por la tarde, solían jugar también a la pelota, la cual aunque de goma maciza, era tan liviana y ligera que, una vez recibido el impulso, seguían dando botes por un buen espacio, sin pararse. Los guaraníes no lanzaban la pelota con la mano, como nosotros, sino con la parte superior del pie descalzo, enviándola y devolviéndola con gran ligereza y precisión.
El futbol en Inglaterra. Según la tradición, la primera pelota de futbol utilizada en Inglaterra fue la cabeza de un soldado romano muerto en combate al ser expulsadas las tropas de Julio César. Pero hay otras versiones fuera de la leyenda: unos afirman que este deporte derivó del harpastum romano; otros, que provino de la soule que los soldados de Guillermo El Conquistador importaron de Francia; y los más, que descendió del calcio, introducido a la isla por algunos florentinos emigrados. Sí se sabe, de fijo, que el conde de Albermale regresó a Inglaterra en 1681, muy entusiasmado por el juego del calcio que había visto practicar en Italia. Por entonces estaba prohibida, incluso bajo pena de prisión, la práctica del futbol primitivo y salvaje, heredado posiblemente de los romanos. El conde consiguió que el rey Carlos II accediera a celebrar, bajo nuevas reglas, un partido. En él se enfrentaron los equipos del rey y del conde. Las dimensiones del campo fueron de 120 por 80 m y se clavaron dos postes en el terreno a los que se denominó goal, que significa meta. Ganó el bando del conde Albermale y el rey, que tuvo que pagar 10 escudos de oro por la derrota, gustó de las nuevas reglas y levantó la prohibición que existía. Ese juego, mezcla sin duda del harpastum, de la soule, y fundamentalmente del calcio, conservó el nombre inglés de foot (pie) y ball (balón), aun cuando realmente se trataba de otro diferente. Y el futbol, ya libre de la prohibición y atemperado el salvajismo, se popularizó de tal manera en Inglaterra que lo que en un principio fue un deporte exclusivo de la clase baja, se extendió a todas las esferas sociales y fundamentalmente a los centros de enseñanza. Sin embargo, los partidos entre los diferentes equipos eran difíciles de concertar, pues por lo regular cada conjunto se ajustaba a su propio reglamento. El juego, si bien similar, era disímbolo. Un día de 1823 las cosas empezaron a aclararse: los alumnos del Colegio de Rugby fundado por Thomas Arnold para suscitar la iniciativa de los jóvenes decidieron coger el balón con las manos, volverlo oval en lugar de esférico y correr con él hacia la meta. Así nació el rugby, diferenciándose del futbol. Años después, en 1869, un chiquillo de 17 años, Gerrit Smith Miller, creó en una escuela de Boston, Estados Unidos, el futbol americano.
Las reglas del juego. Para evitar confusiones, varias universidades inglesas decidieron reunirse y elaborar las leyes del futbol soccer. En octubre de 1848 se formularon las Reglas de Cambridge, que contienen 14 puntos y que son, con ligeras modificaciones, las que actualmente rigen. En la redacción de esas normas intervinieron alumnos de Eton, a quienes se les atribuye haber propuesto el número de 11 jugadores por cada equipo; y estudiantes de Cambridge, Oxford, Harrow, Westminster y Winchester. La codificación de las normas futbolísticas permitió que el juego se practicara con más intensidad. Los cambios que han ocurrido en esas reglas se mencionan a continuación: en 1865 se introdujo la cuerda como límite superior de la meta; en 1867 se reglamentó el fuera de lugar, en 1871 se reconoció la intervención de un guardameta por bando y se le facultó para usar las manos con ciertas restricciones; en 1873 se aceptó el tiro de esquina; en 1874 se sustituyó la cuerda por un travesaño de madera y se dispuso el cambio de campo sólo al medio tiempo pues con anterioridad esto ocurría después de cada gol; en 1881 se estableció el arbitraje; en 1882 se dieron las normas al saque de banda a dos manos; y en 1890 se instituyó el penalty y su área, y se añadieron las redes en las metas. A partir de este último año las innovaciones han sido mínimas: por ejemplo, la puntuación extraoficial de la Asociación de los Estados Unidos; los cambios de jugadores, que ya pudieron efectuarse en el Campeonato del Mundo de 1970; la obligación de guardar distancias en los tiros libres; las nuevas reglas del fuera de lugar, que datan de 1925; y las normas sobre obstrucción y algunas relativas al juego del guardameta.
El 6 de diciembre de 1882 en Manchester, en donde el futbol fue prohibido en 1608 y en donde los jugadores fueron considerados personas de malos instintos, tuvo lugar un gran suceso relacionado con las reglas de juego: la creación de la International Board. Desde entonces y hasta la fecha este es el único organismo con facultades para modificar las normas del futbol. La célebre reunión constitutiva del IB estuvo presidida por el comandante Marindin y contó con la presencia de delegados ingleses, escoceses, galeses e irlandeses.
La primera asociación. En 1857 nació el primer club de futbol del mundo: el Sheffield Club. Y años después, el 26 de octubre de 1863, un grupo de entusiastas, reunidos en la Free Masons Tavern, en Londres, decidieron crear una asociación que se encargaría de supervisar los encuentros y de aplicar, levemente modificadas por ellos, las Reglas de Cambrigde. En 1871, los simpatizadores del rugby se separaron de esa asociación y formaron la suya, pues pensaban que si se privaba al futbol de su auténtica rudeza británica, unos cuantos franceses, con una semana de práctica, podrían ridiculizarlos. El cisma del rugby no afectó al futbol. Ese mismo año se llevó a cabo la primera competencia oficial, la Copa de Inglaterra, ideada por Alcock, secretario de la Asociación de Futbol Inglés. Se inspiró en el campeonato de la escuela de Harrow, donde el bando que perdía era eliminado. La idea de una challenge cup, abierta a todos los clubes de la Asociación, fue patrocinada por el periódico Sportsman. El premio era una copa de plata en un plinto de ebonita. Costó 20 libras y fue realizada por los joyeros Martin, Hall & Co. La competencia empezó en Kennington Oval, al sur de Londres, y el primer vencedor fue el Wanderers, que habría de ganar el trofeo cinco veces en los primeros siete años. La copa fue robada en un escaparate en Birmingham en 1900 y no fue encontrada nunca. El primer partido internacional se celebró el 30 de noviembre de 1871 en Glasgow: Escocia e Inglaterra empataron a 0.
El profesionalismo y la liga. En 1885, debido a los esfuerzos de Alcock, se implantó el profesionalismo en el futbol inglés. Los primeros jugadores de paga que registra la historia fueron dos escoceses: Love y Suter, miembros del Darwen, un club de artesanos de Lancashire. Muchos gentlemen, a quienes horrorizaba la idea de que se remunerara a alguien por la participación en un juego, dieron la espalda durante unos años al futbol. En las zonas industriales, en cambio donde se concedían los mejores empleos a los jugadores que se distinguían por su habilidad, el futbol creció en popularidad. El 20 de julio de 1885 los clubes aprobaron el profesionalismo, por 35 votos contra 15, y surgió el futbol como espectáculo. Los clubes, con sus planteles profesionales, necesitaban ingresos estables, que no garantizaba la Copa, pues en ella siempre se corría el azar de una eliminación. Y surgió así la competencia de liga copiando los métodos del beisbol. William Mc Gregor, representante del Aston Villa, fue quien propuso la creación del Campeonato de Liga que inició en 1888: agrupó a 12 equipos y el Preston North End fue el vencedor.
El futbol rumbo a América. Los británicos invadieron el mundo con su juego. Estudiantes, marinos, comerciantes y ejecutivos de ultramar fueron quienes propagaron el futbol a la Europa continental Suiza, Bélgica, Francia, España y muchos otros países y luego a América. El nuevo continente, rico en juegos de pelota que asombraron por su belleza y destreza a los conquistadores, fue incorporándose poco a poco, con el auxilio de los británicos que ejecutaban y enseñaban el juego, a la práctica del futbol. En Brasil, donde no se permitía jugar a los negros, relegados a sólo devolver a sus señores los balones que salían del campo, la clase menospreciada practicó en las playas hasta que su habilidad superó a la de sus amos. El futbol llegó a ser una devoción entre los brasileños y los equipos populares se multiplicaron. Su práctica dejó de ser exclusiva de las colonias británicas y de los clubes de regatas de las ensenadas de Río de Janeiro. En todo el territorio surgieron fenomenales jugadores. El futbol llegó a las márgenes del Río de la Plata en un barco inglés. En los baldíos de la zona portuaria en la ribera del Riachuelo y en las planicies de Palermo, se celebraron los primeros partidos. Alejandro Watson Hutton fue su más decidido impulsor. Había sido jugador de la Universidad de Cambrigde y su nombre quedó ligado para siempre al de Alumni, una oncena argentina de gran fama. En 1888 fue designado titular de Educación Física y dos años después organizó, entre los alumnos del Colegio Nacional de Corrientes y el personal del ferrocarril y del empedrado, el primer encuentro en tierras argentinas, el cual terminó en la comisaría a donde fueron llevados los jugadores por pretender actuar con pantalones cortos.
En Uruguay el futbol tuvo también un enorme éxito popular. La pasión se manifestó entre los espectadores y surgió el primer hincha: Prudencio Miguel Reyes, talabartero, encargado de hinchar la pelota del club de sus simpatías, el Nacional de Montevideo, quien recibió ese apodo por sus gritos de aliento. El vocablo se extendió rápidamente y hoy tiene sus equivalentes en el torcedor brasileño, el porrista mexicano, el tifosi italiano, el supporteur francés. Y al juego que los ingleses denominaron foot ball, los alemanes lo llaman fussball, los brasileños futebol, los checoslovacos fottballova, los daneses boldspil, los españoles balompié o fútbol (con acento), como en Suramérica; los estonios, jalg pall; los finlandeses, palloliitto; los griegos lo pronuncian podosferiki, los holandeses voetball, los húngaros labdarugok; los italianos, celosos de su origen, lo nombran calcio. En México se dice sin acento: futbol y se escribe como suena.
Creación de la FIFA. A principios del siglo XX el futbol se había universalizado y los partidos internacionales se concertaban cada vez con mayor frecuencia. El holandés Hirschmann, a nombre de la asociación de su país, propuso a los ingleses, en 1902, la creación de una Federación Internacional de Futbol Asociación, pero Frederick Wall, secretario de la Football Association no dio importancia al asunto. Dos años después, el 21 de mayo de 1904, se fundó la Federación Internacional de Futbol Asociación (FIFA), sin la presencia de los ingleses. En la sesión inicial, llevada a cabo en París, se encontraban presentes Mulhinghaus, de Bélgica; Hirschmann, de Holanda; Schneider, de Suiza; y Espir, del Real Madrid de España. Las primeras federaciones que se afiliaron fueron, sin embargo, las de Bélgica, Alemania, Dinamarca, Holanda y Suiza. Pronto se fueron agregando otras: en 1905, Italia, Hungría y Austria; en 1907, Suecia; en 1908, Noruega y Finlandia; en 1910, Francia, Luxemburgo y Portugal; en 1912, Argentina; en 1913, Chile y Estados Unidos; en 1914, España; en 1923, Brasil, Yugoslavia, Polonia, Uruguay, Checoslovaquia, Egipto y Turquía; en 1924, Bulgaria, Perú e Irlanda; en 1925, Tailandia y Paraguay; en 1926, Bolivia y Ecuador; en 1927, Grecia y Costa Rica, en 1929, Surinam, México, Japón, Israel, Islandia y Cuba; en 1930, Filipinas; en 1931, Rumania y China; en 1932, Antillas y Albania; en 1934, Haití; en 1936, Líbano y Colombia; en 1938, Venezuela, Panamá y El Salvador; en 1946, Inglatera, Escocia, Irlanda del Norte, Gales, URSS, República de Corea, Siria, Honduras y Guatemala; en 1948, Sudán, Pakistán, Irán, Nueva Zelandia, Ghana, Burma, India, Afganistán y Canadá; en 1952, Vietnam del Sur, Singapur, Laos, Indonesia, Etiopía, Alemania Occidental, Ceilán, Nicaragua e Iraq; en 1954, Malasia, Hong Kong, Taiwán y Camboya; en 1956, Australia, Jordania y Arabia Saudita; en 1958, Corea del Norte y República Dominicana; en 1960, Marruecos, Túnez, Kenia, Sierra Leona, Nigeria, Uganda, Puerto Rico y Malta; en 1962, Bermudas, Somalia y Guinea; en 1964, Argelia, Camerún, Basutolandia, África Central, Chad, República del Congo Kinshasa, Dahomey, Fidji, Costa de Marfil, Kuwait, Liberia, Libia, Malí, Madagascar, Mauricio, Níger, Senegal, Tanzania, Togo, Trinidad, Alto Volta, Vietnam del Norte, Zambia, Jamaica y Rodesia; y en 1966, Gabón y Papúa-Nueva Guinea. En junio de 1987 había un total de 116 países afiliados a la FIFA: de la UEFA 34; de Oceanía, 16; de CONMEBOL, 10; de CONCACAF, 24; de África, 47; y de Asia, 35. El primer presidente de la FIFA fue el francés Roberto Guerin, quien ocupó la presidencia del 22 de mayo de 1904 al 4 de junio de 1906; lo sustituyó Woolfall, quien permaneció en el cargo hasta el 14 de agosto de 1918. El tercero fue el francés Jules Rimet, del 14 de agosto de 1918 al 21 de junio de 1954, a quien se debe el mayor impulso a la organización. El suizo Seeldrayers presidió la FIFA hasta el 7 de octubre de 1955, fecha en que murió, siendo sustituido por el inglés Arthur Drewry, quien fue reemplazado, a su vez, el 25 de marzo de 1961 y con carácter de interno, por Ernest B. Thomonen. Le siguieron sir Stanley Rous, del 28 de septiembre de 1961 a mayo de 1974, y el doctor Joao Avelange, desde entonces hasta la actualidad (1987).
El Torneo Olímpico de Futbol fue hasta antes de la creación del Campeonato Mundial, el máximo certamen en este deporte. En 1914, la FIFA, a proposición de Hirschmann, acordó que La Federación Internacional reconocerá el Torneo Olímpico de Futbol como un Campeonato del Mundo Amateur si éste es organizado conforme a sus reglamentos. Sin embargo, al sobrevenir la guerra pocos días después, ese convenio quedó sin efecto.
En 1900, durante los Juegos de la II Olimpiada, Inglaterra venció fácilmente a Francia por 4-0 en un partido de exhibición. Luego, al incluirse el futbol en los Juegos Olímpicos, ganó la medalla de oro en 1908 y 1912. En 1920, en Amberes, Bélgica obtuvo el primer lugar al abandonar Checoslovaquia el campo por la expulsión de uno de sus jugadores. En 1924, en París, y en 1928, en Amsterdam, Uruguay sorprendió al mundo al obtener la victoria. Ese fue el último Torneo Olímpico de Futbol considerado como el máximo certamen en esa rama del deporte. El Campeonato Mundial de Futbol iba a relegarlo a un segundo término. En 1932 no se incluyó el futbol en la Olimpiada de Los Ángeles. En 1936 Italia conquistó el primer lugar y luego vino un largo receso a causa de la Segunda Guerra Mundial. En 1948 ganó Suecia; en 1952, Hungría; en 1956, la URSS; en 1960 Yugoslavia; en 1964 y 1968, otra vez Hungría; en 1972, Polonia; en 1976, la República Democrática Alemana; en 1980, Checoslovaquia; y en 1984, Francia.
La Copa del Mundo. Desde los primeros años de la FIFA se planeó la celebración de un torneo mundial. El holandés Hirschmann, quien desempeñó durante 25 años las labores de secretario en esa federación, redactó el reglamento de un primer Campeonato del Mundo que debía realizarse, no con selecciones nacionales, sino con los campeones de cada asociación nacional. Suiza solicitó la sede y le fue concedida para 1906, pero el certamen no pudo llevarse a cabo por falta de participantes. La ejecución de la idea fue aplazada durante muchos años. Cuando Jules Rimet asumió la presidencia de la FIFA renació el interés por realizar el Campeonato del Mundo, pues un rango de tal naturaleza no parecía prudente atribuirlo al Torneo Olímpico. En la reunión de Zurich de 1928 se estableció que la Federación Internacional organizaría cada cuatro años, a partir de 1930, una competencia denominada Copa del Mundo, abierta a los equipos representativos de todas las asociaciones nacionales afiliadas a la Federación, disputable por encuentros eliminatorios. En mayo de 1929, en la reunión de la FIFA en Barcelona, se presentaron las candidaturas de España, Holanda, Hungría, Italia, Suecia y Uruguay para organizar la primera Copa del Mundo. Antes de iniciarse el debate, Holanda y Suecia se desinteresaron en favor de Italia; y poco después los demás países retiraron sus demandas al escuchar las palabras del doctor Bocca-Varela, delegado de la Asociación Argentina, quien recordó las victorias uruguayas en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928, el relevante papel de los charrúas en la difusión del futbol en América, y el hecho de que esa nación festejaría en 1930 el centenario de su independencia. Así, Montevideo fue la primera sede.
Pocos objetos en el mundo son tan ambicionados como la Copa Jules Rimet. Quien obtiene el título de Campeón del Mundo, y con ello el derecho de custodiar el trofeo hasta que pase a ser propiedad del país que logre conquistarlo tres veces, ostenta la supremacía futbolística durante los cuatro años siguientes y hasta que el equipo de otra nación se lo arrebate. La Copa del Mundo, a partir del congreso de la FIFA en Luxemburgo, en 1946, ostenta por decisión unánime el nombre de su máximo impulsor: Jules Rimet. Copa Jules Rimet es el subtítulo del Campeonato del Mundo de Futbol. El propio presidente de la FIFA donó la copa y otro francés, Abel Lafleur, fue el escultor del trofeo: representa un victoria, llevando en sus dos manos levantadas, sobre la cabeza, a modo de cariátide, un vaso octagonal; tiene 30 cm de altura, es de oro macizo 1 800 gr y pesa 4 kg., incluyendo la peana. En su tiempo, costó 50 mil francos.
Se han celebrado 13 campeonatos del mundo: en Uruguay (1930), Italia (1934), Francia (1938), Brasil (1950), Suiza (1954), Suecia (1958), Chile (1962), Inglaterra (1966), México (1970), Alemania Federal (1974), Argentina (1978), España (1982) y México (1986). En 1942 y 1946 se suspendieron a causa de la guerra. Los triunfadores han sido, en ese mismo orden: Uruguay, Italia, Italia, Uruguay, Alemania, Brasil, Brasil, Inglatera, Brasil, Alemania Federal, Argentina, Italia y Argentina. Dos países han ganado el trofeo para siempre: Brasil en 1970 e Italia en 1982.
El futbol en México. Aunque en el México prehispánico ya se usaba cierto juego ritual con una pelota de hule deporte que, con el nombre de hulema, se practica todavía el futbol actual y su reglamento proviene de Inglaterra. Con el tiempo, el futbol se volvió el deporte más popular del país, como ha ocurrido en todo el mundo. En el curso de 1900, los técnicos y mineros británicos de la Compañía Real del Monte fundaron el Pachuca Athletic Club, primer equipo de futbol que se formó en la República. Le siguieron, en la capital, el Reforma Athletic Club, el British Club ambos constituidos en 1901 y el Mexico Cricket Club, todos integrados exclusivamente por ingleses. El Orizaba, organizado en la ciudad veracruzana de ese nombre y contemporáneo de aquéllos, congregó en cambio, a un grupo de escoceses. En 1902 se celebró la primera competencia entre estos cinco equipos y el Orizaba fue el primer campeón de futbol en México. El Orizaba A.C. desapareció y fue sustituido por el Pueblo, A.C., que en 1904-1905 venció al Pachuca. Se disolvió el Mexico Cricket Club, se creó el San Pedro Golf Club y en 1905-1906 triunfó el Reforma; en 1909-1910 dominó nuevamente éste y se formó el grupo llamado Popo Packing Company. Quienes dieron más impulso al futbol en México fueron Percy C. Clifford y Robert J. Blackmoore; éste trajo las normas del juego y los primeros balones reglamentarios. El inglés Alfredo C. Crowle, que desde 1908 jugó con el Pachuca, tuvo también bastante influencia en este deporte.
Al estallar la Primera Guerra Mundial, la mayor parte de los ingleses regresaron a su país de origen. Antes, sin embargo, habían propagado la afición por el nuevo deporte: en 1906 se fundó en Guadalajara el Union Football Club, integrado exclusivamente por mexicanos, que dos años más tarde dieron a su equipo el nombre de su ciudad; en 1908 se creó el Club México, primero de carácter nacional en la capital; y luego otros promovidos por las colonias extranjeras: el Amicale Francáise, en 1911; el Rovers y el España, en 1912; el Centro Deportivo Español, en 1914; el Germania, en 1915; el Cataluña, en 1917; el Club Asturias en 1918; y el Aurrerá, en 1919. En la provincia, al igual que en la ciudad de México, fueron los españoles quienes mayor impulso dieron al futbol a partir de 1912. En ese año se creó la Asociación de Aficionados de México. El 12 de octubre de 1916, al fusionarse los equipos Record y Colón, surgió la primera oncena mexicana de importancia: el América. Fueron tal su calidad y tantos sus triunfos iniciales, que al siguiente año obtuvo su ingreso a la Liga, de la cual llegó a ser campeón en la temporada 1924-1925. Este título lo conservó por otros tres años, proeza que sólo había realizado, de 1913 a 1917, el España. El primer campeonato jalisciense lo ganó el equipo Colón que se había fusionado al Atlas en 1917. Este grupo ganó en las posteriores tres temporadas y sólo en la de 1921-1922, el título pasó al Guadalajara, que lo mantuvo hasta 1925. En 1917-1918 surgieron más grupos en el estado de Veracruz: el Club Sporting, el Cruz, el Iberia y el A.D.O. de Orizaba. La afición al nuevo deporte se extendió por la República: en León, Irapuato, Monterrey y Puebla se organizaron nuevas ligas. En el Distrito Federal se formaron el Sinaloa, el Lusitania, el Condesa y el U53, que juntos dieron origen al Atlante (1916-1917), cuyos componentes eran de extracción proletaria; sus dirigentes fueron los hermanos Trinidad y Refugio Martínez, alias El Vaquero. Entre 1918 y 1920 surgió el Esparta, que tuvo su origen en los Cuenta y Administración, Guerra y Marina y Son-Sin, así llamada porque la mayoría de sus miembros eran de Sonora y Sinaloa . El Esparta engendró al Marte, equipo brillante que nunca llegó a ser popular. La primera competencia nacional, el Campeonato del Centenario, ocurrió en 1921, dentro del programa de festejos conmemorativos de la consumación de la Independencia. Participaron los equipos de la capital Germania, España Asturias, México, Deportivo Internacional, Amicale Francáise, Luz y Fuerza y Morelos; y los foráneos Sporting de Veracruz; Iberia, de Córdoba; Atlas y Guadalajara, de Jalisco; y Pachuca, del estado de Hidalgo. El España resultó vencedor. El Necaxa nació el 21 de agosto de 1923, por fusión de los equipos Luz y Fuerza, y Tranvías. Con el patrocinio de la compañía abastecedora de energía eléctrica, construyó un parque propio de futbol, que fue inaugurado el 14 de septiembre de 1930. Antes de esa fecha sólo existía en la ciudad de México el Parque España, en la calzada de la Verónica hoy Melchor Ocampo, que entró en servicio el 2 de mayo de 1925. En la década de los veintes habían surgido nuevos equipos, como el Pino, el Alianza, el Morelos y el Oriente. En 1926 se formó el equipo Oro y al mismo tiempo empezó sus actividades la Federación Deportiva de Occidente de Aficionados, que contaba con ocho equipos, y entre éstos, el Guadalajara, el Atlas, el Latino, el Colón, el Marte y el Oro.
En 1937, entre los refugiados de la Guerra Civil Española, llegó la casi totalidad de los mejores jugadores de la península, grupo que se llamó Selección Vasca. Su influencia ayudó a definir el tipo del futbol mexicano, sustrayéndolo al estilo seco y rudo de los ingleses y adaptándose a la personalidad mexicana. Con la inclusión de los jugadores españoles en los equipos locales se produjo un gran avance. Sin tener ni la habilidad de los suramericanos en el manejo del balón, ni su rapidez, y sin la fortaleza física de los europeos, el futbol del país se adaptó a las dos diferentes técnicas: la de la habilidad y la de la fuerza. Un año antes, en 1936, se inauguró el Parque Asturias, en la calzada del Chabacano, lo cual también fue un poderoso estímulo a este deporte.
Durante muchos años la Federación Mexicana de Futbol, que se había constituido en 1927, estuvo tratando infructuosamente de organizar un campeonato nacional de primera división. Esto fue al fin posible en 1940, aunque de manera muy precaria, cuando se incorporaron a la temporada el Moctezuma y la Selección Jalisco. Mientras tanto, el futbol se había ido profesionalizando: a unos jugadores se les pagaba abiertamente, a otros se les atribuían ventajas excepcionales en sus centros de trabajo y muy pocos eran en realidad aficionados. El 8 de abril de 1943, la Federación sancionó oficialmente lo que era ya una situación de hecho y le atribuyó al futbol profesional el carácter de espectáculo de masas. La temporada 1943-1944 marcó el inicio de una nueva etapa. El campeonato se extendió, con nuevos estímulos, a otras plazas; y junto con los equipos Asturias, España, Atlante, América y Marte, de la capital, compitieron el Moctezuma y el A.D.O. de Orizaba, los tapatíos Atlas y Guadalajara, y el Veracruz. El Necaxa se desintegró entonces porque sus directivos no aceptaron el profesionalismo; pero volvió a constituirse a partir de 1950, año en el que desaparecieron el Asturias y el España. Por esa época fueron incorporándose a la primera división el Puebla, el León, el Tampico, el Oro, el Monterrey y el Zacatepec.
Salvo el Guadalajara, todos los demás conjuntos incluían jugadores extranjeros en proporción excesiva. El 9 de noviembre de 1943 la Federación limitó a cuatro el número de futbolistas no nacionales por equipo. A causa de que muchos de los afectados empezaron a naturalizarse, el presidente de la República, general Manuel Ávila Camacho, decretó que para la temporada 1945-1946 cada equipo debería participar con un mínimo de seis mexicanos por nacimiento; y, para la siguiente, con siete cuando menos. Esa disposición presidencial no ha sido modificada, pero desde hace varios años los equipos acordaron incorporar a sus filas un mínimo de ocho jugadores nacidos en el país.
La Federación Mexicana de Futbol Asociación. Antecedentes: en 1902 se formó la Liga Mexicana de Futbol Amateur Asociación; su primer presidente fue David Islas (1902-1908). Posteriormente se llamó Liga Inglesa de Futbol Mexicano (1912), Asociación de Aficionados Mexicanos de Futbol (1912), Liga Mexicana de Aficionados de Futbol Asociación (1916) y Liga Nacional de Futbol (1920). En 1922 se fusionaron las ligas Nacional Mexicana, y nació la primera Federación Mexicana de Futbol, cuyo presidente fue Ulises Garza Ramos, del equipo México. Ese mismo año se fundó la Liga Spandling de Aficionados; en 1925, la Liga Nacional; y en 1927, la Federación Mexicana de Futbol Asociación, presidida por Enrique Gaval (1928-1929), quien la afilió a la Federación Internacional de Futbol Asociación; en 1930 lo sucedió Jesús Salgado, organizador del primer campeonato amateur. También en 1930 se creó la Federación Central de Futbol; en 1931, la Liga Mayor; al año y en 1932 se fusionaron las federaciones Central y Mexicana, que aunque separadas en 1935 volvieron a unirse definitivamente en 1948, dando origen a la actual Federación Mexicana de Futbol Asociación (FMF). Han sido sus presidentes: Ernesto Casillas (1948), José Luis Canal (1949-1950), Salvador Barros Sierra (1950-1952), Pedro Pons (1952-1954), Salvador Guarneros (1954-1956), Ignacio Gómez Urquiza (1956-1958), Moisés Estrada (1958-1960), Guillermo Cañedo (1960-1970), José Luis Pérez Noriega (1970-1974), Alfredo Estrada y García Laviada (interinos, 1974), Juan de Dios de la Torre (1974-1979), Guillermo Aguilar Álvarez (1979-1980), Jesús Reynoso (1980) y Rafael del Castillo (1980-1988), Rafael Castellano (interino, 1988), Marcelino García Paniagua (1988-1989), Jesús Reynoso (1989-1990), Francisco Ibarra (1990-1992), Gerardo Gil (interino, 1992), Marcelino García Paniagua (1992-1994), Juan J. Leaño Alvarez del Castillo (1994-1998).
La FMF es una asociación civil con jurisdicción en todo el territorio de la República. Su principal objetivo consiste en el fomento, desarrollo y ejercicio de ese deporte. El congreso nacional es el órgano supremo de la Federación y sus resoluciones son cumplidas y hechas cumplir por un comité ejecutivo. Las reuniones del congreso tienen el carácter de asamblea general y se efectúan cada dos años. El comité ejecutivo dirime los conflictos que se suscitan y dicta las medidas para el desarrollo y superación del futbol en todos sus aspectos. Las ramas profesionales son autónomas en su régimen interno y tienen a su cargo la organización y administración de las competencias oficiales, así como los interclubes de carácter amistoso, locales o internacionales. Las ramas profesionales son cuatro. Todas ellas funcionan mediante el sistema de ascenso y descenso automático; es decir, el campeón de la división inferior asciende a la siguiente, y el que ocupa el último lugar de la división superior desciende a la inmediata inferior. La Primera A comenzó a jugarse a partir de la temporada 1994-95.
Primera división. En el campeonato de Verano de 1998 tenía 446 jugadores registrados, distribuidos en 18 equipos: América, Atlante, Atlas, Atlético Celaya, Cruz Azul, Guadalajara, León, Monterrey, Morelia, Necaxa, Puebla, Santos-Laguna, Toluca, Toros Neza, UAG, UANL, UNAM y Veracruz.
Primera A. Durante el torneo deVerano de 1998 tenía 545 jugadores registrados y 21 equipos: Bachilleres, Colima, Correcaminos, Cuautitlán, Curtidores, Chivas Tijuana, Cruz Azul Hidalgo, Irapuato, La Piedad, Marte, Mexiquense, Pachuca, Querétaro, Saltillo, San Francisco, Real San Luis, Tigrillos de la UANL, Real Sociedad de Zacatecas, Tampico, Yucatán y Zacatepec.
Segunda división. Se intentó crearla el 2 de septiembre de 1947, pero se constituyó oficialmente hasta junio de 1950. El primer campeón fue el Zacatepec. En 1997 constaba de 26 equipos y 963 jugadores registrados. Los equipos que jugaban en la temporada de Verano de 1998 eran los siguientes, divididos en 4 zonas. Centro: Leones del Zacatepec, Potros del Atlante, Calates de Ixtapan, U. A. de Hidalgo, Rambox Ecatepec y Tenancingo. Bajío: Apatzingam, Cabadas, Club Cañada CTM, Salamanca, San Miguel de Allende y Santos Club de SLP. Occidente: Arandas, Tecos UAG, Iguaneros de Tecomán, U. de G. de Tepatitlán, Valle del Grullo y Cihuatlán. Noreste: Dorados de Chihuahua, San Fernando, Halcones de Saltillo, Atlético de Nazas, Matehuala, Correcaminos UAT, Xicotencatl y Santos Laguna S. C.
Tercera división. Se inició el 9 de julio de 1967, bajo la dirección de Arturo Iturrarán, con 16 equipos; el primer campeón fue el Deportivo Zapata. En 1971 la coordinó Jorge Romo Fuentes y en 1972 se nombró al primer presidente, Jorge Vargas. En 1998 los equipos eran 110 con 2 928 jugadores registrados.
La rama amateur fomenta y organiza las actividades futbolísticas de los aficionados de todo el país. Está constituida por 35 asociaciones, de las cuales 4 se encuentran en el D.F. Congrega cerca de 100 000 jugadores. Fue presidida por Joaquín Soria Terrazas hasta 1971. Más tarde entró en un proceso de reestructuración y en 1998 estaba dirigida por un Comité, cuyo comisario era Juan Enrique Silva Terán.
La FMF tiene otros organismos específicos: las comisiones de Penas, de Arbitraje, de Hacienda, las Auxiliares y Técnicas y la Organizadora de la Selección Nacional; y el Colegio de Árbitros. Y para el óptimo desempeño de sus funciones, la FMF está afiliada a la FIFA, al COM, a la Confederación Deportiva Mexicana, a la Confederación Panamericana de Futbol, y a la Confederación Norte, Centroamericana y del Caribe de Futbol (Concacaf). En 1998, dos equipos mexicanos, el América y el Guadalajara, ingresaron al torneo de Campeones de Sudamérica, eliminándose, respectivamente, con el subcampeón y el campeón venezolanos.
Los campeones de futbol mexicano. Durante la época amateur, fueron los siguientes: 1902-1903, Orizaba; 1903-1904, Mexico Cricket Club; 1904-1905, Pachuca; 1905-1906, Reforma; 1906-1907, Reforma; 1907-1908, British; 1908-1909, 1909-1910, 1910-1911 y 1911-1912, Reforma; 1912-1913, Club México; 1913-1914, 1914-1915, 1915-1916 y 1916-1917, España; 1917-1918, Pachuca; 1918-1919, España; 1919-1920, Pachuca; 1920-1921, España (Liga Nacional) y Germania (Liga Mexicana); 1921-1922, España; 1922-1923, Asturias; 1923-1924, España; 1924-1925, 1925-1926, 1926-1927 y 1927-1928, América; 1928-1929, Marte; 1929-1930, España; 1930-1931, no hubo competencias, y 1931-1932, Atlante.
Primera división. A partir de la temporada 1932-1933, se añadió al Campeonato de Liga, el Torneo de Copa, con los resultados que se expresan en seguida; y en la de 1941-1942, el partido para dirimir el título de Campeón de Campeones:
Temporada Campeón
de LigaCampeón
de CopaCampeón de
Campeones1932-33 Necaxa Necaxa 1933-34 España Asturias 1934-35 Necaxa No hubo 1935-36 España Necaxa 1936-37 Necaxa Asturias 1937-38 Necaxa América 1938-39 Asturias Asturias 1939-40 España Asturias 1940-41 Atlante Asturias 1941-42 España Atlante Atlante 1942-43 Marte Moctezuma Marte Estos tres campeonatos, en la primera división, durante la época profesional, se indican a continuación:
Temporada Campeón
de LigaCampeón
de CopaCampeón de
Campeones1943-44 Asturias España Asturias 1944-45 España Puebla España 1945-46 Veracruz Atlas Atlas 1946-47 Atlante Moctezuma Moctezuma 1947-48 León Veracruz León 1948-49 León León León 1949-50 Veracruz Atlas Atlas 1950-51 Atlas Atlante Atlas 1951-52 León Atlante Atlante 1952-53 Tampico Puebla Tampico 1953-54 Marte América Marte 1954-55 Zacatepec América América 1955-56 León Toluca León 1956-57 Guadalajara Zacatepec Guadalajara 1957-58 Zacatepec León Zacatepec 1958-59 Guadalajara Zacatepec Guadalajara 1959-60 Guadalajara Necaxa Guadalajara 1961-62 Guadalajara Atlas Atlas 1962-63 Oro Guadalajara Oro 1963-64 Guadalajara América Guadalajara 1964-65 Guadalajara América Guadalajara 1965-66 América Necaxa Necaxa 1966-67 Toluca León Toluca 1967-68 Toluca Atlas Toluca 1968-69 Cruz Azul Cruz Azul Cruz Azul 1969-70 Guadalajara Guadalajara Guadalajara A partir de la temporada de 1970-1971 únicamente se celebra el Campeonato de Liga:
Temporada Campeón
de Liga1970-1971 Cruz Azul 1971-1972 América 1972-1973 Cruz Azul 1973-1974 Cruz Azul 1974-1975 Toluca 1975-1976 América 1976-1977 UNAM 1977-1978 Universitario de N.L. 1978-1979 Cruz Azul 1979-1980 Cruz Azul 1980-1981 UNAM 1981-1982 Universitario de N.L. 1982-1983 Puebla 1983-1984 América 1984-1985 América 1986-1987 Guadalajara 1987-1988 América 1988-1989 América 1989-1990 Puebla 1990-1991 UNAM 1991-1992 León 1992-1993 Atlante 1993-1994 UAG 1994-1995 Necaxa 1995-1996 Necaxa Invierno 1996* Santos Laguna Verano 1997 Guadalajara Invierno 1997 Cruz Azul 1 A partir de esta fecha dejó de jugarse un torneo a dos vueltas y visita recíproca, y se dividió en dos campeonatos, uno de invierno y otro de verano.
El Guadalajara ha sido el equipo más brillante de los últimos años en el futbol mexicano. En la temporada 1956-1957 obtuvo su primer título de Liga y, desde entonces, lo ha vuelto a ganar en otras nueve ocasiones, cuatro de ellas en forma consecutiva. Además, conquistó seis veces el título de Campeón de Campeones y dos el torneo de Copa. Fue el primer equipo mexicano que realizó una gira por Europa, del 30 de abril al 27 de mayo de 1964: de un total de 10 juegos, ganó dos, empató cuatro y perdió cuatro. En la temporada 1969-1970, el Guadalajara ganó los campeonatos de Liga y de Copa, y debió ser, conforme a las normas tradicionales, Campeón de Campeones. La Federación, sin embargo, dispuso que ese título se dirimiera entre el Guadalajara, campeón de Copa y el vencedor del torneo denominado México 1970; en esta ocasión también ganó.
La Selección Mexicana ha participado en 11 de los 15 campeonatos mundiales, con los siguientes resultados:
Fecha Estadio Equipos y resultados Anotadores por México URUGUAY, 1930 Julio 13 Pocitos Francia, 4
México, 1Carreño Julio 16 Central Chile, 3
México, 0Julio 19 Centenario Argentina, 6
México, 3Rosas, 2
Gayón, 1ITALIA, 1934 Mayo 23 Nacional E.U., 4
México, 2Alonso y
MejíaBRASIL, 1950 Junio 24 Maracaná Brasil, 4
México, 0Junio 29 Porto Alegre Yugoslavia, 4
México, 1Ortiz Julio 2 Porto Alegre Suiza, 2
México, 1Casarín SUIZA, 1954 Junio 16 Charmilles Brasil, 5
México, 0Junio 19 Charmilles Francia, 3
México, 2Balcázar y
LamadridSUECIA, 1958 Junio 8 Solna Suecia, 3
México, 0Junio 11 Solna Gales, 1
México, 1Belmonte Junio 15 Sanviken Hungría, 4
México, 0CHILE, 1962 Mayo 30 Sauzalito Brasil, 2
México, 0Junio 3 Sauzalito España, 1
México, 0Junio 7 Sauzalito Checoslovaquia, 1
México, 3A. Del Águila,
Isidoro Díaz y
Héctor HernándezINGLATERRA, 1966 Julio 13 Wembley Francia, 1
México, 1E. Borja Julio 16 Wembley Inglaterra, 2
México, 0Julio 19 Wembley Uruguay, 0
México, 0MÉXICO, 1970 Mayo 31 Azteca URSS, 0
México, 0Junio 7 Azteca El Salvador, 0
México, 4J.I. Basaguren,
J. Fragoso y
J. Valdivia (2)Junio 11 Azteca Bélgica, 0
México, 1Gustavo Peña Cuartos de final: Junio 14 Toluca Italia, 4
México, 1J.L. González ARGENTINA, 1978 Junio 2 Rosario Túnez, 3
México, 1Arturo Vázquez Junio 6 Córdoba Alemania Federal, 6
México, 0Junio 10 Rosario Polonia, 3
México, 1Víctor Rangel MÉXICO, 1986 Junio 3 Azteca Bélgica, 1
México, 2Hugo Sánchez y
Fernando QuirarteJunio 7 Azteca Paraguay, 1
México, 1Luis Flores Junio 11 Azteca Irak, 0
México, 1Fernando Quirarte Junio 15 Azteca Bulgaria, 0
México, 2Manuel Negrete y
Raúl ServínJulio 21 Universitario
de MonterreyAlemania, 4
México, 1Manuel Negrete ESTADOS UNIDOS, 1994 Junio 19 Washington
(RFK)Noruega, 1
México, 0Junio 24 Orlando México, 2
Irlanda, 1Luis García Junio 28 Orlando Italia, 1
México, 1Marcelino Bernal Julio 5 Nueva York
(JFK)Bulgaria, 4
México, 2Alberto García Aspe
y Claudio Suárez* 1-1 en el tiempo reglamentario, gol anotado por García Aspe, también de penal.
Los directores técnicos de la Selección Mexicana en Copa del Mundo han sido: Juan Luque de Serralonga (español, 1930 y 1934), Octavio Vial (1950), Antonio López Hernández (1954 y 1958), Ignacio Trelles (1962 y 1966), Raúl Cárdenas (1970), José Antonio Roca (1978), Bora Milutinovic (servio, 1986), Miguel Mejía Barón (1994) y Manuel Lapuente (1998). Han actuado los siguientes árbitros mexicanos en la Copa del Mundo: Gaspar Vallejo (1930), Blat Garay (1950), Fernando Buergo (1962), Héctor Ortiz (1966), Abel Aguilar, Diego de Leo y Arturo Yamasaki (1970), Alfonso González Archundia (1974 y 1978), Antonio R. Márquez, Edgardo Codesal y Joaquín Urrea (1986), Edgardo Codesal (1990) y Arturo Brizio Carter (1994).
Campeonatos mundiales en México. En 1956 se celebró en la ciudad de México el II Torneo Panamericano de Futbol Profesional, cuyo buen éxito sirvió de antecedente a los torneos internacionales que con el nombre de cuadrangulares, pentagonales y hexagonales han venido efectuándose desde 1957. El largo adiestramiento en la organización de esta índole de competencias movió a los directivos del futbol nacional a solicitar la sede del Campeonato Mundial de 1970. Pero la misma idea tuvieron los argentinos, quienes esgrimían, entre otros, los siguientes argumentos: contar en la ciudad de Buenos Aires con grandes estadios que hacían innecesario recurrir a subsedes alejadas del centro de la República; y practicar uno de los mejores futboles del mundo. Y añadían que a México se le había ya concedido la sede de los Juegos de la XIX Olimpiada y que nunca los dos máximos eventos deportivos se habían otorgado al mismo país. Los mexicanos, a su vez, con el apoyo del entonces presidente de la República, Adolfo López Mateos, enviaron delegados a todas las demás federaciones e invitaron a los ejecutivos del futbol mundial a que conocieran las instalaciones deportivas mexicanas y asistieran a los Juegos Olímpicos. Otros dos hechos robustecieron la posición mexicana: la planeación del Estadio Azteca, cuya maqueta fue exhibida en Santiago de Chile, y la creación de la Confederación Norte, Centroamericana y del Caribe (Concacaf) que agrupó a todas las naciones de esa extensa zona. México y Argentina solicitaron oficialmente la sede del Campeonato Mundial en el Congreso de la FIFA de 1962, en Santiago de Chile; pero el acuerdo debía adoptarse, por votación, el 8 de octubre de 1964 en el Congreso de Tokio. Votaron a favor de México 55 delegaciones, y de Argentina 32. A partir de entonces y para evitar posibles fricciones el Comité Ejecutivo de la FIFA decidió abolir la votación y atribuirse el derecho de señalar las próximas sedes. Así la de 1974 fue otorgada a Alemania Occidental; la de 1978, a Argentina; la de 1982, a España; y la de 1986, nuevamente a México.
El XIII Campeonato Mundial se celebró en México del 31 de mayo al 29 de junio de 1986. Participaron 24 equipos, 22 de los cuales surgieron de la competencia entre 123 países; los restantes fueron México, en su calidad de anfitrión, e Italia, campeón de 1982. Los partidos se celebraron en nueve ciudades: México, Guadalajara, Irapuato, León, Monterrey, Nezahualcóyotl, Querétaro y Toluca, y en 12 estadios; cuyo aforo se indica entre paréntesis: Azteca (114 008) y Olímpico de Ciudad Universitaria (72 449), en la capital de la República; Jalisco y 3 de Marzo (30 015), en Guadalajara; Irapuato (31 712), en la ciudad de ese nombre; Nou Camp (33 930), en León; Tecnológico (38 622) y Universitario (43 861), en Monterrey; Neza (30 mil), en Ciudad Nezahualcóyotl; La Corregidora (38 904), en Querétaro; Cuauhtémoc (46 412), en Puebla; y La Bombonera (32 612), en Toluca. Participaron 24 países: Alemania Federal, Argentina, Argelia, Bélgica, Brasil, Bulgaria, Canadá, Corea del Sur, Dinamarca, Escocia, España, Francia, Hungría, Inglaterra, Iraq, Irlanda del Norte, Italia, Marruecos, Paraguay, Polonia, Portugal, URSS, Uruguay y México. El campeón fue Argentina.
Comentarios y reflexiones. Emmanuel Carballo, en su libro Los dueños del tiempo, escribió acerca del futbol: Me interesa la gente que, sabiéndolo o ignorándolo, ve el futbol como un drama. Gente que traspasa la categoría del enterado e ingresa en el compartimiento irracional de los hinchas. Gente que, en cierto sentido se despersonaliza y se enajena, gente que se conduce a base de intuiciones y desecha, por inoperantes, las certezas. Gente que toma partido, que participa, desde su involidad aparente, en las acciones que ocurren en el campo de juego. Gente inhibida que desfoga en ese espectáculo las energías que no tiene ocasión de consumir en la vida diaria.
El futbol soccer genera la misma expectación en el público y aborda los mismos temas que los mitos milenarios de la humanidad: la lealtad en la arena, el dolor del cuerpo y la pericia, el estrellato y la soledad. El Tiempo y el Otro. El equipo, cada uno de los once de la tribu, enfrenta un adversario que es una distorsión onírica de sí mismo en el sentido que su debilidad, el riesgo de fracasar, incluso de ser gravemente herido, sus cálculos mentales, todo ello puede considerarse como poderes que pertenecen al Otro. Los parámetros de su propio ser no son más que afirmaciones. Son las fronteras con el yo del Otro. Cuando el espíritu de un equipo ha sido socavado en la cancha no significa una simple mutilación o una vana humillación. Significa, mientras ingresan por el túnel hacia los vestidores, que han sido puestos fuera de combate en el Tiempo. Los últimos 15 minutos del segundo periodo, al igual que la cuenta de los 10 en el boxeo, la marca de los 2 minutos en el futbol americano y la cuenta llena en el beisbol, constituyen cierto paréntesis metafísico a través del cual debe internarse el boxeador en la lona, la oncena atrás en el marcador si esperan cristalizar su yo y reflejarlo en el Otro. Continuar antes de que se agote el Tiempo. En el vacío, vale la pena recordar el siguiente diálogo entre el escritor mexicano Juan Villoro y uno de los grandes cronistas mexicanos de futbol de todos los tiempos, Angel Fernández: «¿Es el futbol una imagen de otro mundo posible?», pregunta Villoro. «Es el mundo irreal que gozamos durante 90 minutos en los grandes días», responde Fernández.
Sin embargo, no debemos engañarnos. Si a veces parece que los escritores sienten una atracción particular por los deportistas, es simplemente porque están en una posición tal que pueden difundir sus pensamientos; cualquier semejanza entre ambas ocupaciones es un acto de pura imaginación premeditada. «La soledad de cada uno al ponerlo todo en juego», «la ostentación del ego al desnudo» y otras frases como estas, que tratan de relacionar la suerte del escritor con la del deportista, contienen juicios más del deseo que de la realidad de sus respectivos propósitos. Es precisamente la condición del escritor sobre el insalvable abismo que existe entre su profesión y las contiendas deportivas lo que impulsa estas comparaciones.
El futbol no es un encuentro estético o una danza erótica; es un trabajo riesgoso, como el del gladiador. Un encuentro es un encuentro, y en los mejores la habilidad de los protagonistas, su coraje y gracia pueden hacernos olvidar por momentos el fin hacia el que están siendo arrojados. He ahí, si no, el ejemplo del «carnicero» Toni Schumacher, arquero de la selección alemana que materialmente destrozó la delantera de Francia en una de las semifinales de la Copa del Mundo en España (1982). El drama, la exaltación entre los contendientes y la patente ansiedad de los dueños de los equipos y directivos de escuadras nacionales, todo está a la vista de todos los espectadores. Una cosa los une: los gestos de cansancio y la sensación de alivio después de sentir el agua fría en el rostro, cuando todo ha pasado.
El futbol y la literatura han estado unidos mucho tiempo atrás. A principios del siglo XVII, el novohispano Juan Ruiz de Alarcón ponía en boca de Beltrán en Las paredes oyen: «¿Que haya juicio/ que del cansancio haga vicio,/ y tras un hinchado cuero,/ que el mundo llama pelota,/ corra ansioso y afanado?/ ¡Cuánto mejor es, sentado,/ buscar los pies a una sota/ que moler piernas y brazos!/ Si el cuero fuera de vino,/ aun no fuera desatino/ sacarle el alma a porrazos./ Pero, ¡perder el aliento/ con una y otra mudanza,/ y alcanzar, cuando se alcanza,/ un cuero lleno de viento; y cuando, una pierna rota, brama un pobre jugador, ver al compás del dolor ir brincando la pelota!» A ello, don Juan responde: «El brazo queda gustoso/ si bien la pelota dio». Beltrán remata: «Séneca la comparó al vano presuntuoso:/ y esa semejanza ha dado/ sin duda al juego sabor,/ porque no hay gusto mayor/ que apalear un hinchado./ Mas si miras el contento/ de un jugador de pelota,/ y un cazador que alborota/ con halcón la cuerva al viento,/ ¿por dicha tendrás la risa/ viendo que a presa tan corta/ que vencida nada importa,/ corre un hombre tan de prisa,/ que apenas tocan la yerba/ los caballos voladores?/ !Válgaos Dios por cazadores!/ ¿Qué os hizo esa pobre cuerva?»
Al igual que en la literatura de todos los tiempos, en la clásica o contemporánea, en la nacional o tribal, en cada juego de futbol hay una partida reservada: Quién expresa mejor, quién evoca con verdadera maestría y embrujo: ¿la poesía o la prosa? En una versión del experto en literatura italiana, Guillermo Fernández, el cineasta y futbolista amateur Pier Paolo Passolini habla del asunto: El futbol es un sistema de signos, es decir, un lenguaje. Tiene todas las características fundamentales del lenguaje por excelencia, el que de inmediato nos planteamos como término de confrontación, o sea el lenguaje escrito-hablado. En efecto, las palabras del lenguaje del balompié se forman exactamente como las palabras del lenguaje escrito-hablado. Así, puede haber un futbol como lenguaje fundamentalmente prosístico y un futbol como lenguaje fundamentalmente poético.
Y precisamente por razones de cultura y de historia, el futbol de algunos pueblos se da sobre todo en prosa; prosa realista o prosa estetizante (esta última es el caso de Italia), mientras el futbol de otros pueblos es fundamentalmente poético, como en Latinoamérica. En el futbol hay momentos que son sólo poéticos; los momentos del gol´. Cada gol es siempre una invención, es siempre una subversión del código. Cada gol es ineluctabilidad, fulguración, estupor, irreversibilidad. Igual que la palabra poética. El líder goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año. También el dribbling es de suyo poético (aunque no siempre´ como la acción del gol). En efecto, el sueño de cada jugador (compartido por cada espectador) es el de avanzar desde medio campo, burlar y anotar. Realizada dentro del reglamento, ésta es la cosa más sublime que pueda uno imaginar en el futbol. ¿Quiénes son los más grandes dribladores y anotadores del mundo? Los brasileños. Por eso mismo su futbol es un futbol poético, porque realiza fundamentalmente el dribbling y el gol. El catenaccio y la triangulación es un futbol en prosa, basado en la sintaxis, un juego colectivo y organizado; es decir, la razonada ejecución del código. Su único momento poético es el contragolpe coronado con el gol que, como ya hemos visto, no puede ser sino poético.
Un momento poético de gran intensidad fue la exhibición de la escuadra colombiana ante el representativo argentino en la misma Buenos Aires, durante las eliminatorias de la Copa celebrada en Estados Unidos (1994). Al igual que la poesía brasileña derrotó a la prosa estetizante de Italia en la Copa del Mundo México 1970, Colombia dio una lección esa tarde a la escuadra argentina en dodecasílabos encabalgados sobre las piernas del Tren Valencia, Asprilla, Freddy Rincón y el Pibe Valderrama.
Por desgracia, Passolini no pudo vivir para admirar la transformación de la prosa estetizante en los botines de Johan Cruyff, Bernard Schuster, Paul Gascoine y Hugo Sánchez. En El miedo del portero ante el penalty, el afamado novelista alemán Peter Handke ve al hombre profundamente solo (el portero es el más solitario de los once), quien está obligado a tomar una decisión: mirar a los ojos del tirador o ponerlos en el balón. «Cuando se patea la pelota para anotar, es demasiado tarde para pensarlo. Todo está en su lugar, se es sólo uno con el balón, se es puro músculo» dice el escritor francés Paul Fournel.
El poeta mexicano Antonio Deltoro se refiere al «Balón» así: "Más que la pelota/ que parte de la mano/ me maravilla el balón/ que sale del suelo disparado./ Todos lo vimos atravesar/ el ángulo preciso y cruzar el espacio/. Nunca ni el globo, ni el avión,/ ni el pájaro o la flecha/ partirán tan llenos de milagro./ Todavía lo siento en el pie:/ ya está entre esas redes/ creadas por dos piedras." Con una voz igualmente totalizadora y llena de sutiles evocaciones, como solía tejer en la media cancha Zico, el poeta José de Jesús Sampedro nos hace llegar su letanía y el eco en la montaña permanece: «El aire azul de Vavá; de Moore; la luz; el (leal) ciclo de Giggia; el gran fluir de Gilmar; de Rahn; el sol; la fiera audacia de Puskas: el (diurno) vale de Meazza; de Stiles; el break; la afable flor de Garrincha; el raudo caos de Vogts; el fiel ayer de Liedholm; la (ubicua) voz de Batista; el alto vuelo de Zoff; de Brehme; el viable lirio de Gullit; el fasto humor de Pelé; de Yashin; la red; el ruin spleen de Scirea; el verde sur de Sotil; el ruido (el alma) de Cruyff; la luz; el fiable signo de Zico. Irradia (exhala), el oboe. Irradia (exhala) la esfera".
La literatura, como el billar en que puede transmutarse el futbol, tiene una evidente obsesión con el cuerpo. Horas antes de saltar a la cancha se lleva a cabo un ritual destinado a elevar el espíritu y calentar cada uno de los músculos y huesos. Según el novelista Agustín García Pavón, quien cuenta en Epígonos del mar las andanzas de un futbolista latinoamericano desempleado en Europa: "En el transcurso del tiempo, aquella temporada podría considerarse una hora incierta en mi vida. Los días de receso los había pasado en la Lisboeta con otros jugadores de América, sobre todo argentinos y chilenos, algunos colombianos y un solitario mexicano. Sólo que esa vez no hubo rizotto de mariscos ni langosta rociada con un poco de vino verde, y el fado que se había colocado detrás de las enaguas del post rock apenas nos dejó imaginar cómo habría sido el fetichismo marítimo allí mismo, sobre esas estrechas banquetas de piedra blanca cuya inocencia había ido desapareciendo como las alas de una mariposa mal disecada. Pacientes, hicimos una prueba junto a una veintena de sudacas y africanos. El pasto era denso y alto en las orillas, incipiente y quemado al centro: eamun. Nobis optio non datur. Jalar, estirar, un poso que se adhiere a los tacos, la energía ilimitada y pura que se origina en los núcleos estelares se volcaba sobre nuestros diminutos cuerpos masivos; detener con el empeine, retardar con la cara interna del pie, violentar a través del fascia lata, del recto anterior, distender el sartorio como se proyecta la luz original sobre el horizonte inviolado. Todo fue nada. Bastó con que alguno de los africanos hiciera el mismo trabajo en el acarreo de balones o en la contención para que, gracias a las ventajas de la doble nacionalidad, éste fuera tomado por el equipo y no un bohemio de La Plata o un melancólico mexicano. En nuestras cabezas se perdieron por algún pliegue contratos, consignas y el viento del mar. Deambulamos por la ciudad blanca y no acercamos a la estación de autobuses. Regresamos al futbol de salón". (C.Ch.)
FUTBOL OLÍMPICO
GANADORES DE MEDALLASAño Oro Plata Bronce 1908 Inglaterra Dinamarca Holanda 1912 Inglaterra Dinamarca Holanda 1916 Se suspendió por la guerra 1920 Bélgica España Holanda 1924 Uruguay Suiza Suecia 1928 Uruguay Argentina Italia 1932 No se incluyó el futbol 1936 Italia Austria Noruega 1940 Se suspendió por la guerra 1944 Se suspendió por la guerra 1948 Suecia Yugoslavia Dinamarca 1952 Hungría Yugoslavia Suecia 1956 URSS Yugoslavia Bulgaria 1960 Yugoslavia Dinamarca Hungría 1964 Hungría Checoslovaquia Alemania Federal 1968 Hungría Bulgaria Japón 1972 Polonia Hungría Alemania Dem. 1976 Alemania Dem. Polonia URSS 1980 Checoslovaquia Alemania Dem. URSS 1984 Francia Brasil Yugoslavia Nota: La sede designada para 1988 es Seúl, República de Corea.
FUTBOL
CAMPEONES DE GOLEO INDIVIDUAL
Primera divisiónTemporada Campeón Número de goles Equipo 1925-1926 Kurt Frederich 11 España 1926-1927 Pedro Amaya 13 América Miguel Ruiz 13 Necaxa 1927-1928 Jorge Lota 16 América 1928-1929 Hilario López 9 Marte Juan López 9 Marte 1929-1930 Jorge Lota 12 América 1930-1931 No hubo campeonato oficial 1931-1932 Juan Carreño 20 Atlante Julio Lares 20 Necaxa 1932-1933 Julio Lares 8 Necaxa 1933-1934 José Pacheco 12 Asturias 1934-1935 Hilario Lopez 17 Necaxa 1935-1936 Jorge Álvarez 10 América 1936-1937 Julio Lares 7 Necaxa 1937-1938 Efraín Ruiz 10 Asturias 1938-1939 Miguel Gual 20 España 1939-1940 Alberto Mendoza 15 Atlante 1940-1941 Octavio Vial 15 América 1941-1942 Rafael Meza 20 Moctecuma 1942-1943 Manuel Alonso 16 Marte 1943-1944 Isidro Lángara 27 España 1944-1945 Roberto Aballay 40 Asturias 1945-1946 Isidro Lángara 40 España 1946-1947 Adalberto López 33 León 1947-1948 Adalberto López 36 León 1948-1949 Adalberto López 28 León 1949-1950 Julio Allyon 30 Veracruz 1950-1951 Horacio Casarín 17 Necaxa 1951-1952 Adalberto López 16 Oro 1952-1953 Tulio Quiñones 14 Necaxa 1953-1954 Juan Carlos Cabrera 21 Oro Adalberto López 21 León Julio María Palleiro 21 Necaxa 1954-1955 Julio María Palleiro 19 Necaxa 1955-1956 Héctor Hernández 25 Oro 1956-1957 Crescencio Gutiérrez 19 Guadalajara 1957-1958 Carlos Lara 19 Zacatepec 1958-1959 Eduardo Palmer 25 América 1959-1960 Robeto Rolando 22 Tampico 1960-1961 Carlos Lara 22 Zacatepec 1961-1962 Carlos Lara 21 Zacatepec 1962-1963 Amaury Epaminondas 19 Oro 1963-1964 Alberto Estcheverry 20 UNAM 1964-1965 Amaury Epaminondas 21 Oro 1965-1966 José Alves (Zague) 20 América 1966-1967 Amaury Epaminondas 21 Toluca 1967-1968 Bernardo Hernández 19 Atlante 1968-1969 Luis Estrada 24 León 1969-1970 Vicente Pereda 20 Toluca 1970-1971 Enrique Borja 20 América 1971-1972 Enrique Borja 26 América 1972-1973 Enrique Borja 24 América 1973-1974 Oswaldo Castro 26 América 1974-1975 Horacio López Salgado 25 Cruz Azul 1975-1976 Evanivaldo Castro (Cabihno) 29 UNAM 1976-1977 Evanivaldo Castro 34 UNAM 1977-1978 Evanivaldo Castro 33 UNAM 1978-1979 Evanivaldo Castro 26 UNAM 1979-1980 Evanivaldo Castro 30 UNAM Hugo Sánchez 30 UNAM 1980-1981 Evanivaldo Castro 29 Atlante 1981-1982 Evanivaldo Castro 32 Atlante 1982-1983 Norberto Outes 22 América 1983-1984 Norberto Outes 28 Necaxa 1984-1985 Evanivaldo Castro 23 León 1985-19861 1986-1987 José Luis Zalazar 25 UAG 1987-1988 Luis Flores 24 UNAM 1988-1989 Sergio Lira 29 Tampico Madero 1989-1990 Jorge Lomas 26 Veracruz 1990-1991 Luis García 26 UNAM 1991-1992 Luis García 24 UNAM 1992-1993 Ivo Basay 27 Necaxa 1993-1994 Carlos Hermosillo 27 Cruz Azul 1994-1995 Carlos Hermosillo 35 Cruz Azul Invierno 1996 Carlos Muñoz 15 Puebla Verano 1997 Lorenzo Sáez 12 UNAM Gabriel Caballero 12 Santos Invierno 1997 Luis García 11 Cruz Azul 1 No hubo campeonato regular. En su lugar se realizaron dos torneos: Prode 85 (campeón: Sergio Lira, del Tampico Madero), con ocho goles y México 86 (campeones: Javier Cruz, del Monterrey, J. Lira (Tampico Madero) con 14 goles cada uno).
México vs. URSS durante el IX Campeonato Mundial de Futbol
Foto Mayo - FUTBOL OLÍMPICO.
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La participación del balompié nacional en los certámenes olímpicos ha sido irregular. Cuando fue selección anfitriona (1968), perdió en cuartos de final con Japón, en un decepcionante partido. Sin embargo, la selección que compitió en Montreal (1976) ha sido la más brillante en la historia, aunque tampoco alcanzó una medalla. El equipo nacional que perdió con Nigeria, en la segunda ronda de Atlanta (1996), demostró la competitividad que ha alcanzado este deporte en el país.