LIENZO - LIZALDE, EDUARDO
- LIENZO
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Lugar donde se efectúan juegos o suertes ecuestres, como colear, es decir, derribar a una res o a una bestia caballar en plena carrera, tirándola del rabo; jinetear, lazar, manganear, calar, torear, rejonear, pialar y florear. El lienzo tiene tres partes principales: a) corral de encierro; b) corredero o lienzo propiamente dicho, y c) la plaza, ruedo o redondel. En el corral se tiene a las bestias y dentro de él hay dos o tres vaqueros o charros que separan la que se ha de jugar, haciéndola salir corriendo por la puerta que comunica con el corredero. Esta debe ser amplia a fin de que los coleadores no tan sólo puedan esperar a los animales desde fuera del corral, como generalmente se hace al modo clásico, sino también desde dentro, para salir con ellos, lo cual resulta muy ventajoso porque así se puede colear muy pronto, sin que las bestias se escapen por atrás de los caballos. Los lienzos no deben tener más de 60 m de largo, 6 de ancho en el partidero (2.80 en la puerta) y 12 al final. Los muros son altos para evitar percances. El redondel, ruedo o plaza, donde termina la suerte de colear y se practican las otras, es circular y tiene un estrado o gradería para los espectadores.
Bibliografía: J. Álvarez del Castillo: Historia de la Charrería (1941); Carlos Rincón Gallardo y Romero de Terreros: El libro del charro mexicano (3a. ed., 1960).
- LIENZOS, MAPAS, PINTURAS Y PLANOS
- LIERA, ÓSCAR
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Nació en Culiacán, Sin., el 24 de diciembre de 1946. Estudió en la Escuela de Arte Teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes y letras españolas en la Universidad Nacional Autónoma de México. Actor, director y dramaturgo, ha escrito crítica de teatro y narraciones en El Gallo Ilustrado del periódico El Día y en Diorama de Excélsior. Es autor de: La piña y la manzana (siete obras en un acto, 1979), Las Ubarry (1979), La gudógoda (1980), La fuerza del hombre (1982), La piña y la manzana (12 piezas en un acto, 1982) y El lazarillo (1983). Otras de sus obras son: Las juramentaciones , Etcétera, La noña y El jinete de la Divina Providencia. En general, su teatro se centra en los mecanismos de la farsa, buscando una mezcla de tonos y situaciones que dan una atmósfera grotesca.
- LIEUWEN, EDWIN
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Nació en Harrison, Dakota, EUA, en 1923. Profesor de historia en la Universidad de Nuevo México (1957-), es autor de: Arms an politics in Latin America (1959-1961) y Mexican militarism, 1910-1949 (1968).
- LIFCHITZ, MAX
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Nació en México, D.F., en 1948. Obtuvo los grados en composición en la Juilliard School y en la Universidad de Harvard y frecuentó los cursos de verano del Centro de Música Berkshire y de la Escuela de Música Aspen. Fue discípulo de Luciano Berio, Leon Kirchnner, Bruno Maderna y Darius Milhaud. Su actividad como compositor ha sido subvencionada por instituciones norteamericanas. De 1968 a 1974 fue pianista del Ensamble Juilliard. En 1976 le fue otorgado el primer premio en el Concurso Gaudeamus, en Rotterdam, y se le pidió grabar para la Radio Nacional Holandesa. En 1980 fundó la North/South Consonance, organización dedicada a promover la música de compositores americanos y latinoamericanos, por lo cual fue distinguido en 1982 con la Medalla de la Paz de la Organización de las Naciones Unidas. En 1987 era profesor de composición en la Universidad de Columbia, en Nueva York. Es autor, entre otras, de las siguientes obras: Yellow ribbons (núms. 8, 9, 17 y 18; 1982 y 1983) y Expressions (1982), para orquesta; Tiempos (1969), Globos (1971), Sueños (1974), Exploitations (1975) y Night voices (1984), para orquesta de cámara; y Pieza (1968), Mosaicos (1971), Fantasía (1971), Canto (1972) y Episodes (1978), para diversos grupos instrumentales; además de piezas para piano, percusión y otros instrumentos solistas.
- LIGA DE ESCRITORES Y ARTISTAS REVOLUCIONARIOS (LEAR)
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La fundaron en 1933 Leopoldo Méndez, Pablo OHiggins, Juan de la Cabada, José Pomar, Luis Arenal, Makedonio Garza, Armen OHanian y un matemático de apellido Chargov. Su órgano, Frente a frente, fue ilustrado por Méndez, y Carlos Mérida diseñó la carátula definitiva. A mediados de 1934 la LEAR, lanzó el cartel 4 demandas (las cuales eran: regreso de los presos políticos desterrados en las islas Marías; respecto a la libertad de expresión; legalización del Partido Comunista; reanudación de relaciones diplomáticas con la URSS, interrumpidas durante el gobierno de Portes Gil), que tuvo un éxito completo e inusitado. En diciembre de ese año, al asumir Lázaro Cárdenas la Presidencia de la República, la LEAR definió su posición política con el lema Ni con Calles ni con Cárdenas. Al contingente inicial se sumaron los miembros de la Federación de Escritores y Artistas Proletarios (FEAP), creada en un principio como organización contendiente. Después el grupo se fortaleció con quienes pertenecían a la Asociación de Trabajadores de Arte (ATA), a la que se había sumado el Grupo Veracruz, formado por escritores José y Raymundo Mancisidor, Germán y Armando List Arzubide, Miguel y Carlos Bustos Cerecedo, Lorenzo Turrent Rozas, Mario Pavón Flores y Enrique Barreiro Tablada y un pintor, Julio de la Fuente, después notable antropólogo. En la sección de literatura de la LEAR militaban Ermilo Abreu Gómez, Luis Cardoza y Aragón, Julio Bracho, Ignacio Millán, Verna Carleton, Renato Molina Enríquez, María Luisa Vera, Blanca Lydia Trejo, Alberto Ruz Lhuillier, María del Mar, Lázara Meldiú, Emilio Cisneros Canto, José González Veytia, Martín Paz, Juan Campuzano, Silvia Rendón y otros; en la de pedagogía, Luis Álvarez Barret, Jesús Mastache y Miguel Rubio; y en la de historia, Luis Chávez Orozco y Vicente Casarrubias. En febrero de 1936, la Liga envió una delegación al Congreso de Artistas Norteamericanos en Nueva York; asistieron Orozco, Siqueiros, Tamayo, Luis Arenal, Antonio Pujol, Jesús Bracho y Roberto Guardia Berdecio. Tamayo triunfó y se quedó allá varios años. Poco después convocó a un concurso de carteles con premios donados por el Frente Popular Español; Juan Marinello presidió el jurado. Una de las mayores aportaciones de la LEAR fue la formación de un equipo de muralistas: Juan Manuel Anaya, Raúl Anguiano, Santos Balmori, Jesús Guerrero Galván, Fernando Gamboa, Leopoldo Méndez, Pablo OHiggins, Máximo Pacheco, Roberto Reyes Pérez y Alfredo Zalce. Este grupo realizó el mural Los trabajadores contra la guerra y el fascismo, al fresco, en los Talleres Gráficos de la Nación (Tolsá núm. 9). En 1937, la LEAR participó activamente en el Primer Congreso de Escritores, Artistas e Intelectuales Mexicanos. Los pintores hicieron un segundo mural en Morelia, Temas revolucionarios, al temple imitando fresco, en el local de la Confederación Revolucionaria Michoacana (plaza de San Francisco). Una delegación fue a España a solidarizarse con la lucha antifascista del pueblo español; la encabezó José Chávez Morado, uno de cuyos carteles contra el golpe franquista fue muy elogiado. La Liga mantuvo cordiales relaciones con los escritores mexicanos del momento: José y Celestino Gorostiza, Carlos Pellicer, Octavio Paz, José Rubén Romero, Antonio Acevedo Escobedo, Rodolfo Usigli y Martín Luis Guzmán; invitó como huésped a Langston Hugues, Antonin Artaud, Frida Kahlo, Marion y Grace Greenwood, Miguel Covarrubias, Fernando Leal, Guillermo Meza, Juan Soriano, Alberto Best Maugard, García Cahero, Francisco Díaz de León, Alvarado Lang, Martin Fuller, Paul Strand, Henri Cartier Bresson, Isabela Corona, Andrea Palma, Frances Toor, Alma Reed, Jaime y Abel Pien, Raúl Cacho, Enrique Yáñez, Juan OGorman, Ignacio Asúnsolo, Francisco Marín, Juan Olaguíbel y muchos más; y sostuvo correspondencia con los republicanos en España y en especial con Pablo Neruda, entonces cónsul de su país. En el local de la LEAR (Donceles núm. 100) se organizó una magnífica exposición de Goitia. También acogió fraternalmente a los visitantes distinguidos, entre otros Rafael Alberti y su esposa María Teresa León, Juan Marinello, Nicolás Guillén, Aníbal Ponce, Waldo Frank y en especial León Felipe, que se quedó en el país. En el curso de 1937 la sección de artes plásticas decidió independizarse y fundar el Taller de Gráfica Popular (véase), con lo cual la LEAR paulatinamente se fue desintegrando.
- LIGA NACIONAL DEFENSORA DE LA LIBERTAD RELIGIOSA (LNDLR)
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Fue fundada en 1925 como reacción contra el cisma de La Soledad y el recrudecimiento de la política antirreligiosa del gobierno del presidente Plutarco Elías Calles. El antecedente ideológico de la Liga fue el Partido Católico efímera agrupación política surgida después de que Francisco I. Madero asumió la Presidencia de la República, virtualmente transformado en el Partido Nacional Republicano. Antecedentes más cercanos fueron Acción Católica de la Juventud Mexicana, los sindicatos de obreros católicos y las agrupaciones estudiantiles confesionales. Aunque surgida en la coyuntura del conflicto religioso de 1925, la Liga aspiraba, al igual que la Acción Nacional de Charles Maurras en Francia, al establecimiento en el país de un gobierno de inspiración católica. Aunque podía considerarse organismo seglar, la Liga tenía asesores teológicos que eran sacerdotes, y en un principio fue alentada por la jerarquía eclesiástica. Debido a la persecución religiosa, sólo los dos primeros comités directivos de la Liga funcionaron públicamente; posteriores y la propia Liga trabajaron en la clandestinidad. Sus acciones más relevantes fueron las siguientes: a) la elaboración de un extenso y documentado Memorial dirigido al Episcopado Mexicano, en el que solicitaban de los prelados considerar lícita la rebelión en defensa de la libertad religiosa, ante la sistemática oposición de una tiranía, considerando que el pueblo católico de México se hallaba en tal situación; b) la presentación de dos millones de firmas ante las cámaras legislativas, pidiendo la derogación de las leyes y disposiciones reglamentarias en materia religiosa expedidas por el presidente Calles; c) la iniciativa de convocar a un boicot económico en 1926, que presionara al gobierno a la derogación de las mismas leyes y a cesar en su política antirreligiosa; d) la excitativa a que el 1° de enero de 1927 se iniciaran levantamientos armados en todo el país, como último recurso para recuperar la libertad religiosa y conseguir la reanudación de cultos; e) el nombramiento del general Enrique Gorostieta como jefe supremo del Ejército Cristero en junio de 1927. Hasta antes de ese año la Liga actuó con la tácita aprobación del Espiscopado; sin embargo, a partir del estallido del movimiento cristero las posiciones de la jerarquía de la Iglesia y las de la propia Liga fueron divergentes. Por ello, la Liga fue virtualmente desaprobada por la jerarquía (más tarde lo fue formalmente), que en su mayoría buscaba una solución pacífica a la contienda religiosa y que no deseaba, siguiendo en esto indicaciones de la Santa Sede, identificar a la Iglesia con ningún movimiento o partido político. Por otra parte, la Liga no constituyó una organización homogénea. Oficialmente, varias asociaciones de inspiración católica pasaron a depender de ella. Sin embargo, pronto se separaron: los Caballeros de Colón, no aceptaron la actitud beligerante; la Unión Popular, aunque aportó el principal contingente armado al movimiento cristero, actuó de hecho al margen de la Liga y desde sus orígenes fue un movimiento de arraigo rural sin aspiraciones de acceso al poder; y las Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco, se inconformaron con los dirigentes de la Liga. Ésta, en lo ideológico, parecía seguir los planteamientos de los conservadores mexicanos del siglo XIX, sobre todo el franco rechazo a la penetración norteamericana, entre otras razones por su protestantismo; sin embargo, no dudó en solicitar el apoyo al gobierno de Washington.
El primer comité directivo de la Liga estuvo formado por Rafael Ceniceros y Villarreal (presidente), René Capistrán Garza y Luis Bustos (vicepresidentes), quienes fueron aprehendidos por la policía en agosto de 1926. El segundo comité lo constituyeron Miguel Palomar y Vizcarra, Carlos F. de Landero y Luis Beltrán; y el tercero, ya en la clandestinidad, Ceniceros, Palomar y Bustos. En principio la Liga tuvo un importante número de adherentes en los medios urbanos, aunque la afiliación se limitaba a dar una firma, a leer los boletines de prensa o a contribuir con una cuota mínima. Al iniciarse el levantamiento cristero, esas muchedumbres urbanas poco o nada tuvieron que aportar a la guerra. Aunque la Liga reclutó y nombró al general Gorostieta para encabezar la lucha armada, pronto fue ostensible el distanciamiento entre una y otro, que no era sino el reflejo de las diferencias entre los guerrilleros y los dirigentes urbanos. Terminado el conflicto armado en 1929, la Liga tuvo una precaria supervivencia, desaprobada por las autoridades eclesiásticas; quienes procuraron sostenerla, sin conseguirlo, fueron Palomar y Vizcarra y Aurelio Acevedo. La solución del conflicto o modus vivendi a que llegaron los representantes de la Iglesia con el presidente Portes Gil, fue censurada por la Liga, que la consideró una traición e insinuó que, sobre esta materia, los obispos podrían haber malinformado a la Santa Sede. V. GUERRA CIVIL. La Rebelión Cristera.
- LIGUORI JIMÉNEZ, FRANCISCO
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Nació en Orizaba, Ver,. en 1917. Licenciado en derecho por la Universidad Nacional Autónoma de México, desde 1943 ha enseñado literatura, lógica y ética en las escuelas Nacional Preparatoria, Vocacional de Ciencias Económicas y Superior de Comercio. En 1966 fue designado director del Centro de Formación Administrativa de la Secretaría de Obras Públicas, y en 1971 jefe de Actividades Cívicas. Entre sus ensayos: El tema de Ausonio (1945); López Velarde y Díaz Mirón, en Letras Potosinas (núm. 112-113, 1954), El liberalismo y el problema agrario (1963), Semblanza de Renato Leduc (1966), Biografía de Gabino Barreda (1967), Ipandro Acaico a medio siglo de su muerte, en Ábside (XXXV-4, 1971), y Presentación de un disco (1971). A partir de febrero de 1973 presenta todos los sábados una Crónica rimada por el canal 13 de televisión. Desde sus años mozos combinó la investigación jurídica y literaria con una visión irónica y burlesca del mundo y de la vida. Ha cultivado la poesía satírica en coplas y epigramas, los cuales, en su gran mayoría, se han popularizado por tradición oral. De mediados de 1973 data el siguiente epigrama, donde el Jesús a que alude es el licenciado Reyes Heroles, entonces presidente del Partido Revolucionario Institucional:
Preocupados, cejijuntos,
y a ratos fuera de sí
rondando andan los presuntos
las antesalas del PRI.
¿Qué místicos arrebatos
sacuden su mente loca,
que andan los precandidatos
con el Jesús en la boca?
Liguori ha publicado, además, cuatro libros de Crónicas rimadas correspondientes a los años 1973, 1974, 1975 y 1976-1977, y el folleto Once sonetos orizabeños (1975; 2a. ed., 1987). Se le otorgó el Premio Nacional de Periodismo 1981 y el 24 de abril de 1987 el título de Hijo Predilecto de la ciudad de Orizaba, en donde una calle lleva su nombre.
- LIJA
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Reciben este nombre varias especies de peces marinos de la familia Monacanthidae, orden Tetraodontiformes. Son de talla pequeña o mediana (generalmente menores de 20 cm) y de cuerpo alto y muy comprimido. Exceptuando la región que se localiza por encima de las aletas pectorales, que presenta escamas normales, el cuerpo está cubierto por una piel delgada y sumamente áspera. Esta característica, de la que deriva su nombre vernáculo, resulta de la forma y disposición de un gran número de pequeñas escamas, difícilmente apreciables. El perfil de la cabeza es triangular, y la boca, pequeña y terminal, lleva seis dientes en la serie exterior de la mandíbula superior, y el mismo número, o menos, en la inferior. Las aberturas branquiales están reducidas a pequeñas ranuras oblicuas, localizadas por delante de la inserción de las aletas pectorales. Tienen dos aletas dorsales ampliamente separadas, la primera formada por dos espinas unidas por una membrana, la anterior muy fuerte y prominente, capaz de quedar asegurada en posición erecta por la otra; la segunda dorsal, la anal y las pectorales están constituidas exclusivamente por radios suaves no ramificados. Las aletas pélvicas son rudimentarias o están ausentes; en este caso, algunas especies presentan en su lugar un proceso espinoso formado por un grupo de escamas modificadas. La aleta caudal es redondeada, y la línea lateral inconspicua. Su coloración es variable, a menudo con patrones muy marcados y llamativos. Viven asociados a los fondos, ya sean rocosos o fangosos, y son comunes en los arrecifes coralinos, hasta los 90 m de profundidad. Se alimentan de invertebrados bentónicos, y de algas y otros vegetales que mordisquean con sus dientecillos. En ambos litorales están representados por Aluterus scripta (Osbeck); y en el Atlántico, además, por A. schoepfii (Walbaum), también llamado cochinita cimarrona, y varias especies de los géneros Cantherhines, Monacanthus y Stephanolepis. Se capturan incidentalmente durante las maniobras de pesca del camarón. No son importantes como alimento, pero los juveniles son muy apreciados por los acuariófilos.
- LILA
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Syringa vulgaris L. Arbusto o árbol ampliamente cultivado, que alcanza los 6 m de altura. Las hojas, opuestas, varían de forma acorazonada a oval, y de 5 a 15 cm de longitud. Las flores se hallan dispuestas en racimos de 15 a 20 cm de largo, muy vistosas y fragantes, y normalmente de color lila, aunque existen formas hortícolas de color blanco, rosado o púrpura. La floración comienza en la primavera y se extiende hasta principios del verano. El fruto es una cápsula oval y aplanada, de color moreno. Con el nombre vernáculo de lila se conocen también las especies S. vulgaris, S. persica y S. josikaea, del sureste de Europa y norte de Asia, que se importan para el desarrollo de la mayoría de las formas hortícolas más comunes en el país. Entre las formas con flores sencillas se encuentran: Vestale, blanca; Cavour, violeta; Decaisne, azul; Jacques Callot, lila; Macrostachya, rosada; Congo, magenta, y Morge, púrpura. Y entre las dobles: Edith Cavell, blanca; Lanes, violeta; Olivier De Serres, azul; Victor Lemoine, lila; Katherine Havemeyer, rosada; Paul Thirion, magenta, y Adelaide Dumbar, púrpura.
- LILIA ROSA
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Nació en Saltillo, Coah. Desde muy temprana edad escribió cuentos y artículos en periódicos y revistas de su entidad. Ya radicada en México, ha publicado las novelas La brecha olvidada (1949), Vainilla, bronce y morir (Premio Lanz Duret de Literatura, 1949), y Noche sin fin (1959). Las dos primeras sirvieron de tema para la tesis de maestría de Juliet G. Logan en la Universidad de Texas (Psychological religious elements in the works of Lilia Rosa). Ha colaborado en revistas de la provincia y en Humanismo, Casa de Coahuila, Madame y El Nacional.
- LILLE, JOSÉ DE
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Nació en Hidalgo del Parral, Chih., el 18 de febrero de 1906. Estudió y sirvió cátedras en la Facultad de Medicina y en la Escuela Nacional Preparatoria de la Universidad Nacional Autónoma de México, siendo también director en aquélla. Por varios años sirvió como investigador de tiempo completo en el Instituto de Biología. Escribió Elementos de biología general. Hacia 1960 se retiró a su pueblo natal. En 1988 radicaba nuevamente en la ciudad de México, aunque al margen del magisterio y de la investigación.
- LIMA, SALVADOR
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Nació en Autlán, Jal., en 1885; murió en la ciudad de México en 1954. Fue director de Educación Pública y jefe del Departamento Cultural de Jalisco, director de escuelas penales y correccionales en la ciudad de México y catedrático de la Escuela Nacional de Maestros. Autor de: La formación de los maestros, publicada en la revista Ideal, de Guadalajara, en 1921; de un proyecto para la creación del Tribunal de Menores, en 1926; de La supervisión escolar, en 1943, y de otras obras como Guía para los maestros rurales, El gobierno de los alumnos, Técnica de la enseñanza de la geografía y Técnica de proyectos.
- LIMA DULCE
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Citrus limetta Risso. Árbol pequeño de la familia de las rutáceas, de apariencia similar a la C. aurantifolia. Algunos botánicos la consideran como una variedad de esta última especie. El fruto es muy popular en las fiestas de fin de año y su jugo sustituye, en ocasiones, al de naranja.
- LIMA Y ESCALADA, AMBROSIO DE
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Nació y murió en la ciudad de México durante el siglo XVII. Fue catedrático de medicina y médico del virrey Gaspar de Sandoval Silva y Mendoza, conde de Galve. Logró demostrar, contra lo prevenido por el protomedicato de México, que el trigo albillo no era perjudicial a la salud, sino nutritivo y de fácil adaptación a los suelos del Altiplano. El virrey propició la siembra de esa variedad en la provincia de Puebla y se lograron abundantes cosechas. Escribió Spicilegio de la naturaleza y cualidades del trigo llamado albillo y respuesta de las razones con que se quiere persuadir de que es dañoso a la salud pública (1692) y Versos castellanos en elogio de la Concepción Inmaculada de la Virgen María (1694).
- LIMANTOUR MARQUET, JOSÉ IVES
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Nació en la ciudad de México en 1854; murió en París, Francia, en 1935. Estudió en las escuelas nacionales Preparatoria (1860-1871) y de Jurisprudencia (1872-1875), graduándose de licenciado en derecho (1876). Enseñó economía política en la Escuela Superior de Comercio y derecho internacional en la de Jurisprudencia. Fue propietario y redactor de la revista jurídica El Foro (1877-1882), al lado de Pablo y Miguel S. Macedo, Justo Sierra, Emilio Pardo (hijo) y otros jóvenes que integrarían más tarde el grupo de los Científicos. En 1886 estudió la baja de la plata, por encargo de la Secretaría de Gobernación. Fue vocal propietario de la Junta del Desagüe del Valle de México (1887-1895), presidente de la Junta de Saneamiento (1896) y de la de Provisión de Aguas Potables (1903), diputado al Congreso de la Unión (1892), oficial mayor de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (27 de mayo de 1892 al 7 de mayo de 1893) y secretario del ramo (8 de mayo de 1893 al 25 de mayo de 1911). Tanto para el desempeño de comisiones oficiales, cuanto para curarse de achaques y malestares, hizo viajes a Europa en 1875, 1889 y 1910-1911.
Iniciada la revolución maderista contra el presidente Díaz, fue llamado a Nueva York en marzo de 1911, donde celebró conversaciones con el doctor Emilio Vázquez Gómez y Francisco y Gustavo Madero, para tratar de detener el movimiento armado. Ya en la capital de la República, del 20 de marzo al 21 de mayo entabló negociaciones con Madero y Pino Suárez para suscribir los Tratados de Ciudad Juárez, en cuya virtud renunció el presidente Porfirio Díaz el 25 de mayo de ese año. Limantour se exilió en Francia.
Como secretario de Hacienda, creó nuevos impuestos a la producción, hizo economías y reducciones en los servicios administrativos, rescató de manos de los particulares las diversas casas de moneda establecidas en la República, arregló la deuda pública por ley del 29 de mayo de 1893 y reorganizó las instituciones de crédito (19 de marzo de 1897), estableciendo tres clases de bancos: hipotecarios, de emisión y refaccionarios. Emprendió la mexicanización así se le dijo entonces de los Ferrocarriles Nacionales (1902), logró la estabilización del peso con la reforma monetaria (1905) y abolió las zonas libres fronterizas (1905). Por primera vez en la historia hacendaria del país hubo una balanza comercial favorable. Tuvo personal influencia en el embellecimiento y afrancesamiento de la capital de la República, pues intervino en las obras del Bosque de Chapultepec, que se agrandó y embelleció con lagos, fuentes, casas y calzadas, el Palacio Postal, la que fue Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas, el Teatro Nacional (hoy Palacio de Bellas Artes), la Cámara de Diputados y el Palacio Legislativo (hoy Monumento a la Revolución). Tuvo en sus manos los destinos de México durante los dos últimos y críticos años del porfirismo; sacrificó a sus partidarios, los Científicos, a sí mismo y a todo el gabinete porfirista en aras de la paz que creyó amenazada.
Bibliografía : Manuel Calero: Un decenio de política mexicana (Nueva York, 1920); Carlos Díaz Dufoo: Limantour (1922); Toribio Esquivel Obregón: Mi labor al servicio de México (1934); José Ives Limantour: Apuntes de mi vida política (1965).
José Ives Limantour, en sus diferentes cargos públicos, ligados al gobierno de Porfirio Díaz, procuró el bienestar de la ciudad de México.
AEM - LIMILLA DE LA SIERRA
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Rhus microphylla Engelm. Arbusto densamente ramificado, de la familia de las anacardiáceas y de 1 a 2 m de altura; de hojas compuestas, con cinco a nueve foliolos oblongos a ovales, redondeados u obtusos en el ápice, de 5 a 10 mm de largo, mucronados, con pelos estrigosos y raquis alado. Las inflorescencias son cortas, densas y paniculadas, y las flores, pequeñas, con cinco sépalos y otros tantos pétalos imbricados, éstos últimos de 3 mm de longitud. El fruto es una drupa pilosa de 6 a 7 mm de diámetro y de color rojo. Se distribuye ampliamente de Sonora a Coahuila y de Durango a Zacatecas.
- LIMNOLOGÍA
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Palabra proveniente de la raíz griega limne, que significa charco, pantano o lago. En 1892, el profesor suizo Forel introdujo esta palabra en su estudio monográfico del lago Léman (Ginebra, Suiza); por ello se le considera el padre de la limnología moderna. La primera definición fue oceanografía epicontinental; posteriormente, el italiano Edgardo Baldi la separó de otras disciplinas y la definió como la ciencia que trata de las interrelaciones de los procesos y métodos donde se transforman la materia y la energía en un lago. En 1922, la Sociedad Internacional de Limnología (SIL) señaló en sus estatutos que esta disciplina estudia el conjunto de las aguas dulces epicontinentales (no sólo lagos sino ríos, arroyos, presas y lagunas). Durante el XVIII Congreso de la SIL, el ruso Winberg (1963) concluyó que el objetivo principal de esta rama científica es el estudio de la circulación de materiales específicamente sustancias orgánicas en un cuerpo de agua. Para Thienemann (1965), la limnología es la ciencia de las aguas dulces; para Ruttner (1975), el estudio de las aguas interiores; para Reid y Wood (1976), el estudio de los sistemas acuáticos fluyentes y estancados; y para Vallentyne (1978), el estudio científico de las aguas continentales. En algunas de estas definiciones ya se habla de aguas continentales o epicontinentales, expresión que incluye cuerpos de agua salada. Otros limnólogos han propuesto conceptuaciones más precisas; por ejemplo: la limnología es la disciplina biológica que se ocupa del ambiente acuático continental y de la presencia, número, fluctuaciones, interrelaciones, periodicidad y sucesión de los organismos y comunidades que viven en él (Ringuelet, 1962). En términos amplios, la limnología es el estudio de las relaciones funcionales y la productividad de las comunidades biológicas dulceacuícolas según son afectadas por la dinámica de los parámetros ambientales físicos, químicos y biológicos (Wetzel, 1975). La ciencia de las aguas interiores, concerniente a todos los factores que influyen sobre las poblaciones vivientes dentro de esas aguas; actualmente incluye el estudio de las aguas fluyentes (habitat lótico) así como las estancadas (habitat léntico) (Cole, 1979). Y, finalmente, La Limnología es el estudio de toda clase de aguas continentales o epicontinentales, fluyentes o estancadas; estudia las características físicas y químicas y los organismos que viven en los lagos, ríos y embalses, encaminándose a conseguir una síntesis ecológica (Margalef, 1983). En 1952, el estadounidense P.S Welch había definido la limnología como la rama de la ciencia relacionada con la productividad biológica de las aguas continentales y con todas las influencias causales que la han determinado. La expresión productividad biológica incluye aspectos cualitativos y cuantitativos, actuales y potenciales; el término aguas continentales, las fluyentes o estancadas, dulces, saladas o de otra composición físico-química, que se encuentran total o parcialmente en las masas continentales; y el giro influencias causales, todos los factores físicos, químicos, biológicos y meteorológicos que determinen las características y la cantidad de producción biológica. Margalef y Welch son los autores que describen de manera adecuada y completa lo que la limnología es y persigue.
Desarrollo histórico. La limnología en México nació con los estudios taxonómicos a principios del siglo XIX (Agardh, 1824; Brulle, 1828; Chevrolat, 1833 y 1834; Ehrenberg, 1838; Wiegmann, 1836), aunque hay algunos trabajos anteriores como la primera mención del ajolote o axolotl (Ximénez, 1615). Los grupos inicialmente más explorados fueron las algas, los insectos y los crustáceos. En la segunda mitad del siglo se investigaron, aparte los anteriores, los anélidos, las plantas acuáticas y otros organismos (Bandelier, 1880; Clark, 1862; Cleve y Moller, 1877-1882; Hagen, 1861; Jiménez, 1865 y 1866; Kutzing, 1843 y 1849; Leydy, 1851; Mendoza y Herrera, 1865; Rabenhorst, 1864-1868; Saussure, 1858). Los naturalistas pioneros encontraron un sinnúmero de cuerpos de agua epicontinentales, enteramente desconocidos desde un punto de vista científico. Su trabajo tuvo un enfoque meramente taxonómico, o sea que se limitó a describir especies nuevas. A principios del siglo XX se emprendió la descripción faunística de la biota acuática (Seurat, 1900) y la explotación de lagos y estanques (Zipcy, 1901), esto último de gran relevancia porque anticipó el manejo racional de los recursos acuáticos (acuicultura). Los primeros investigadores, en su gran mayoría, fueron franceses, alemanes y estadounidenses que operaron en las zonas norte, sureste y sur de la República. Algunos estudios realizados en Centroamérica incluyen la porción meridional de México (Juday, 1916). Se trabajó también sobre algas (Tilden, 1908), plancton (Clark, 1908) e ictiofauna (Meek, 1908), y varias instituciones estadounidenses continuaron las investigaciones taxonómicas con el fin de conocer a fondo los organismos dulceacuícolas mexicanos (Ahlstrom, 1932; Brehm, 1932; Jaczewski, 1933; Creaser, 1936; Van Name, 1936; Wilson, 1936).
La limnología mexicana moderna realizada por científicos nacionales, surgió cuando fue creado, en 1930, el Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), cuya Sección de Hidrobiología impulsó el desarrollo de esta ciencia. En virtud del desconocimiento de los cuerpos de agua continentales, las primeras aportaciones tuvieron un carácter meramente descriptivo y comprendieron moluscos (Contreras, 1930), protozoarios ciliados (Sokoloff, 1931 y 1936), plantas acuáticas (Bravo, 1930; Blackaller, 1936), algas (Sámano, 1932, 1933 y 1934; Sokoloff, 1933) y peces (Beltrán, 1934).
En 1936 se creó la Estación Limnológica de Pátzcuaro, dependiente de los departamentos Autónomo Forestal y de Caza y Pesca, cuya principal tarea consistió en caracterizar el lago michoacano de ese hombre (Berriozával, 1936; Matsui, 1936 y 1937; Matsui y Hamashita, 1936; Quevedo, 1936; Yamashita, 1939), con el apoyo del Instituto de Biología (Ancona et al., 1940; Brehm, 1942; Ueno 1939; Zozaya, 1940 y 1941), que se había ocupado de otras localidades, principalmente en la cuenca de México (Ahlstrom, 1940: Gálvez et al., 1941; Orozco y Medinaveitia, 1941; Ramírez, 1939; Sámano, 1940). Fue asesor de aquella estación, en 1939, el doctor Fernando de Buen, procedente de la Universidad nicolaíta, quien intervino en la determinación de los parámetros físico-químicos (1941; y con Zozaya, 1942), la fauna (1941 y 1944), la historia (1943) y otros aspectos del lago de Pátzcuaro (1941 y 1944). y extendió sus estudios a los de Zirahuén y Chapala (1943 1945), interesado particularmente en la ictiofauna (1946). En la misma época, el doctor Bibiano Osorio Tafall investigó el fitoplancton (1941 y 1942), el zooplancton (1941 y 1942), la fauna acuática cavernícola (1942 y 1943) y, sobre todo, las relaciones tróficas y la biodinámica del medio dulceacuícola (1944) y la hidrología de la República Mexicana (1946, complementaria de la obra de Tamayo, 1946), con lo cual pasó de la descripción taxonómica a la consideración de la ecología de las especies. Bajo la dirección del doctor Enrique Rioja (1939), la Sección de Zoología del Instituto de Biología promovió aun más los trabajos de índole limnología (Ancona et al., 1940; Rioja, 1942-1950). Se hicieron también estudios generales (Cárdenas, 1948; Deevey, 1942; Llamas, 1947; Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, 1949) y sobre la flora ficológica (algas) de Oaxaca (Sámano, 1948).
Deseosa de proveer de proteína animal al pueblo a precios económicos, la Comisión para el Fomento de la Piscicultura Rural (CFPR), fundada en 1950, publicó pequeños artículos sobre la naturaleza de las aguas y la forma de utilizarlas (CFPR, 1951). En esa década, los investigadores extranjeros continuaron realizando principalmente recopilaciones de grupos zooplanctónicos (Comita, 1951; Lindberg, 1955; Schmitt, 1954; Tressaler, 1954) y de limnología general (Deevey, 1957). A su vez, el doctor José Álvarez del Toro, de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional (IPN), promovió los estudios hidrobiológicos (1959; y con Cortés, 1962) y compiló los trabajos limnológicos realizados en el país (1955 y 1961).
El Instituto Nacional de Investigaciones Biológico-Pesqueras, creado en 1962, se vinculó con los centros ya existentes para implementar la investigación y la explotación racional de los recursos dulceacuícolas, mediante el inventario de la ictiofauna nativa, la introducción de nuevas especies, el repoblamiento de cuerpos naturales y artificiales, y las prácticas de acuicultura destinadas a proveer de alimento a la población. En los años siguientes, los resultados de estas acciones fueron aprovechados por las comisiones del Sistema Lerma-Chapala-Santiago, del lago de Texcoco, de los ríos Balsas, Papaloapan, y El Fuerte, y del valle de México. Como respuesta a las necesidades de estos organismos se aceleró la creación de centros y la formación de personal técnicamente apto en la rama de la limnología. En 1987 trabajaban en este campo: la UNAM, el IPN y las universidades autónomas Metropolitana, de Sinaloa, de Sonora, de Chihuahua y del Estado de Morelos; los centros de estudios tecnológicos del Mar y de Ciudad Madero, dependientes de la Secretaría de Educación Pública; las secretarías de Pesca, de Marina, de Agricultura y Recursos Hidráulicos, de Desarrollo Urbano y Ecología, y de Salud; el Centro de Investigaciones Científicas y de Estudios Superiores de Ensenada, el Instituto de Ecología, la Comisión Federal de Electricidad, el Instituto Nacional de Recursos Naturales Renovables y Petróleos Mexicanos.
Temas de estudio. La limnología distingue los sistemas estancados (medios lénticos) de los sistemas fluyentes (medios lóticos), y divide su estudio en cuatro áreas principales: geológica, física, química y biológica. La primera comprende el origen de los cuerpos acuáticos y su morfología, los procesos de erosión y transporte de sedimentos, el tipo de éstos y su contenido de materia orgánica, y la naturaleza de las capas del fondo de los lagos (paleolimnología); la segunda, la naturaleza, estructura y propiedades del agua, la luz y la temperatura, los movimientos que se presentan (olas, corrientes, etc.) y el desarrollo de los aparatos de medición (fotómetros, termistores, etc.); la tercera, los componentes, la distribución y cuantificación de los elementos del agua (nitrógeno y fósforo, entre otros) y las interrelaciones sedimento-agua y agua-atmósfera; y la cuarta, los organismos que habitan en los cuerpos acuáticos (desde los virus y bacterias hasta los mamíferos) y las especies vegetales que crecen en ellos, para discernir los factores que intervienen en la productividad biológica de las aguas. Las principales herramientas de que se vale el limnólogo son los termómetros de mercurio, una red adaptada para capturar insectos en zonas someras y botellas muestreadoras de agua a diferentes profundidades (la Van Dorn, por ejemplo).
Aplicaciones. La limnología se interrelaciona con otras ciencias como la (ingeniería hidráulica, entomología, patología, etc.). El inventario de los recursos físicos, químicos, geológicos y biológicos de los cuerpos de agua epicontinentales remite a la prospección de recursos pesqueros, a la explotación racional de los organismos dulceacuícolas, al control de la contaminación, al reuso de aguas de desecho, al tratamiento de las residuales, y a la prevención y rehabilitación ecológica de las aguas continentales. La limnología interviene también en la determinación de las características del agua para consumo humano y en su utilización adecuada; en la regulación de las corrientes en depósitos o presas, para optimizar el aprovechamiento de los recursos hidráulicos (riego, generación de energía eléctrica, creación de zonas recreativas y producción de proteína animal); y en los calendarios y técnicas de la avicultura, en función de los ciclos biológicos de las especies de importancia económica, de su relación con el medio acuático y de los factores que determinan su crecimiento óptimo. (J.A.D.).
Bibliografía: J. Álvarez del Villar: Pláticas hidrobiológicas (1981); R. Margalef: Limnología (Barcelona, 1983); R.A. Ringuelet: Ecología acuática continental (Buenos Aires, 1962); J.R. Vallentyne: Introducción a la limnología (Barcelona, 1978); R.G. Wetzel: Limnología (Barcelona, 1981).
Los grandes cuerpos acuáticos mexicanos: 1. Laguna de Chapala, Jal.; 2. Presa La Angostura, Chis.; 3. Presa Vicente Guerrero (Las Adjuntas), Tamps.; 4. Presa Internacional Falcón, Tamps.; 5. Presa Miguel Alemán (Temascal), Oax.; 6. Presa Adolfo López Mateos (Infiernillo), Mich.-Gro.; 7. Lago de Cuitzeo, Mich.; 8. Presa Internacional de la Amistad, Coah.-EUA; 9. Presa Nezahualcóyotl (Malpaso), Chis.; 10. Presa Venustiano Carranza (Don Martín), Coah.; 11. Presa La Boquilla, Chih.; 12. Presa Álvaro Obregón, Son.; 13. Presa Marte R. Gómez, Tamps.-N.L.; 14. Presa Miguel Hidalgo, Sin.; 15. Presa Adolfo López Mateos, Sin.; 16. Lago de Pátzcuaro, Mich.; 17. Presa Plutarco Elías Calles, Son.
Mapa batimétrico y principales parámetros morfométricos del lago de Alchichica, Pue.
- LIMÓN
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Citrus aurantifolia Swingle. Arbusto de la familia de las rutáceas, de 3 m de altura y tronco revestido de corteza rugosa, terminado en amplia copa redondeada. Las hojas, de peciolo alado, son alternas, coriáceas, anchamente elípticas, con bordes crenados y ápice acuminado; las cubre una película resistente y brillante, y son verdes en la epidermis superior y amarillentas o verde blanquecinas en el envés. Las flores, blancas y dispuestas en cimas, tienen cáliz formado por cuatro o cinco lóbulos que envuelven de cuatro a ocho pétalos carnosos, y estambres hasta 20 por ejemplar concrescentes en la base e insertos en el disco del eje. Los frutos contienen de tres a cinco semillas ovales, que a menudo llevan un pequeño pezón que termina en punta, o achatado, de base generalmente lisa y en ocasiones elongada; amarillo verdosos cuando maduros; de cáscara delgada, lisa y de diversos tamaños según la variedad, por lo común de 25 a 37.5 mm en su eje menor. Las yemas, que nacen en las axilas de los peciolos, se hallan protegidas por espinas leñosas y agudas, que se extienden por el tronco y las ramas. La madera, dura, compacta, olorosa y de tonalidad rojiza, se emplea en ebanistería; las flores, aunque menos aromáticas, suelen sustituir a las del naranjo flor de azahar; y los frutos se usan para preparar bebidas y condimentar alimentos, y en la industria para obtener el aceite esencial, preferentemente, y de manera secundaria aprovechar la cáscara, el jugo y la pulpa. En medicina popular el jugo se recomienda como un magnífico desinfectante para llagas e irritaciones exteriores y, con bicarbonato, para hacer gargarismos. También se le considera útil para las enfermedades del hígado, la hidropesía y el reumatismo; como desinfectante de los ojos, especialmente en los recién nacidos, y para detener las hemorragias, absorbido por las fosas nasales. El cocimiento de la raíz se emplea para combatir los males biliares, y las pepitas machacadas con azúcar, como antihelmíntico.
El epicarpio contiene clorofila, xantofila y aceite; el mesocarpio, carbohidratos, sustancias pépticas y glucósidos; y el endocarpio, ácido cítrico, azúcares, vitaminas, enzimas, proteínas y huellas de grasas. Del aceite se logran varios elementos químicos que derivan en subproductos de aplicación industrial: el aguarrás, útil como solvente, abrillantador y elemento básico para la fabricación de resinas sintéticas; el nonil aldehído, con aplicaciones en perfumería; el ácido acético, utilizado en la producción de ésteres y acetatos, especialmente el acetato de vinilo, solvente y reactivo en la elaboración de plásticos, fibras de acetato, productos farmacéuticos y fotográficos, pinturas textiles, hule e insecticidas; y el dipenteno, usado en la preparación de resinas alquidálicas, oleorresinosas, como agente dispersante para aceite y en la producción de detergentes en polvo. La cáscara y la pulpa intervienen en la producción de vitaminas y forrajes balanceados; y el jugo, como materia prima del ácido cítrico, empleado en la elaboración de purgantes y bebidas efervescentes y como sustituto del vinagre. Existen en México 41 firmas productoras de aceite esencial de limón, con 110 alambiques y una capacidad teórica total de 390 t al año, agrupadas en la Unión Nacional de Productores de Aceite de Limón. Ésta realiza las ventas al exterior bajo una cuota de exportación que fija una comisión formada por representantes de los productores y de las secretarías de Comercio y Fomento Industrial, Agricultura y Recursos Hidráulicos, y Hacienda. El mercado interno consume el 7% del aceite esencial de limón nacional; la diferencia se exporta, principalmente a Estados Unidos. En el cuadro siguiente se presentan las cifras económicas del limón como fruto:
Año Superficie
(ha)Producción
(t)Valor
(miles de pesos)1970 19 000 171 000 171,000 1971 20 000 180 000 180,000 1972 18 500 170 200 192,326 1983 73 001 672 332 12 427 380 1984 69 875 826 658 26 824 156 Fuente: SARH: Dirección General de Estudios, Información y Estadística Sectorial.
- LIMÓN, GILBERTO R
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Nació en Álamos, Son., el 15 de marzo de 1895. En 1913 causó alta en el Ejército Constitucionalista y militó bajo las órdenes de Álvaro Obregón y Ramón F. Iturbe. Fue uno de los firmantes del Plan de Agua Prieta; jefe del estado mayor de la primera columna expedicionaria del noroeste en Chihuahua y de la Segunda brigada de Infantería en Sonora. Fue director del Colegio Militar (1931 y 1932-1934), secretario de la Defensa Nacional (1946-1952), inspector de agregadurías militares en Europa (1952-1964), asesor del secretario de la Defensa (1965-1986) y presidente de la Unión Nacional de Veteranos de la Revolución (1979-1984). Entre 1914 y 1929 participó en campañas contra huertistas, zapatistas, villistas, yaquis sublevados, cristeros y escobaristas.
- LIMONCILLO
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Se conocen con este nombre tres especies botánicas: Dalea citriodora Willd., Rheedia edulis (Seem.) Triana y Planch., y Zanthoxylum fagara (L.) Sarg. La primera es una planta herbácea, anual, de la familia de las leguminosas, de la subfamilia de las papilionadas, con frecuencia ramificada desde la base, glabra y de 10 a 40 cm de altura. Tiene hojas de 1.5 a 3 cm de largo compuestas de 13 a 23 foliolos; éstos son oblongos, de 3 a 5 mm de longitud, glabros y a veces tienen diminutas glándulas a lo largo de los márgenes y en dirección al ápice. Las inflorescencias espigas densas miden de 1 a 2 cm de largo por 6 a 8 mm de espesor y están situadas sobre pedúnculos terminales de 1 a 5 cm. Las flores tienen brácteas matizadas y de manchas púrpuras; cáliz de 2 a 2.5 mm y corola púrpura azulosa. El fruto es una legumbre membranosa, obovada, casi triangular y con una semilla indehiscente y pubérula por fuera. Huele a limón, sin serlo, y de ahí su nombre vernáculo. Se distribuye principalmente en Durango, San Luis Potosí, Valle de México, Guerrero, Oaxaca, y Chiapas.
2.R. edulis. Árbol de la familia de las clusiáceas que alcanza los 15 m de altura. Las hojas, opuestas, enteras, lanceolado-oblongas o angostamente oblongas, miden de 6 a 13 cm y presentan ápice obtuso y peciolos cortos. Las flores son axilares, aisladas, de 1.5 a 2 cm de lago, con dos sépalos y cuatro pétalos. Los frutos, de pulpa escasa, semejan aceitunas de 2.5 cm de longitud y tienen de una a dos semillas. Se ha registrado silvestre en el istmo de Tehuantepec, Oax.
3.Z. fagara. Arbusto o árbol de la familia de las rutáceas que alcanza los 10 m de altura y tiene olor penetrante. La corteza es delgada y grisácea, cubierta con gruesos abultamientos tuberosos y con ramas armadas de espinas ganchudas. Las hojas, alternas y compuestas, presentan un raquis con anchas alas, de cinco a 13 foliolos. Las flores, amarillento verdosas, se dan en racimos semejantes a las espigas. El cocimiento de las hojas se utiliza como medicina casera y la corteza como sudorífico, estimulante arterial y nervioso. Se localiza en ambas vertientes.
- LINALOE o XOCHICOPAL
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Bursera aloexylon. Árbol de 3.5 a 5 m de alto, de corteza gris con tonos rojizos; su aroma es intenso, agradable y dulce. Las hojas miden de 6.5 a 12 cm, con dos a cinco pares de foliolos elípticos de 1.4 a 2.5 cm de largo por 0.9 a 1.5 cm de anchura y el margen crenado. El fruto es una drupa bivalva de 0.9 a 1.1 cm de largo. Se distribuye a lo largo de la depresión oriental del río Balsas, en los estados de Morelos, Puebla, Oaxaca y Guerrero. Prospera a una altura entre los 500 y los 1 250 m sobre el nivel del mar, en bosques tropicales (Rzedowski) o selvas bajas caducifolias (Miranda y Hernández X.). El aceite esencial del linaloe se usa en perfumería; su exquisito aroma puede apreciarse en las cajas elaboradas por los artesanos de Olinalá, Gro. Fue un producto de exportación durante el siglo XIX y la primera mitad del XX; sin embargo, los productores mexicanos perdieron la exclusividad del mercado cuando los ingleses desarrollaron en la India plantaciones de una especies que tal vez sea Bursera glabrifolia, B. critronella o la propia B. aloexylon. La parte más apropiada para extraer el aceite es el fruto, pues evita la destrucción del árbol. En México esta operación se hace en el tronco, lo cual provoca un daño irreparable.
- LINARES, DIÓCESIS DE
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(Linarina.) Sufragánea de la arquidiócesis de Monterrey, se erigió por la bula Proficientibus cotidie de Juan XXIII del 30 de abril de 1962, ejecutada por el delegado apostólico Luis Raimondi, el 21 de agosto siguiente. Su titular en San Felipe Apóstol; su sede, Linares, N.L.; y su territorio, 33 435 km2 del sur y el oriente del estado de Nuevo León. Tiene seminario menor, 13 parroquias, 23 sacerdotes diocesanos, 78 religiosas y una población de 326 mil habitantes, de los cuales 299 mil son católicos. Obispos: 1. Anselmo Zarza Bernal (1962-1966), 2. Antonio Sahagún López (1966-1974) y 3. Rafael Gallardo García (1974-). La diócesis limita con las siguientes circunscripciones eclesiásticas: Ciudad Victoria, Saltillo, San Luis Potosí, Matamoros, Monterrey y Zacatecas; pertenece a la Región Pastoral del Noreste y está dividida para efectos de pastoral en tres decanatos. Además de la ciudad sede, la diócesis comprende los siguientes municipios: Los Aldamas, Aramberri, China, Doctor Arroyo, Doctor Goss, Galeana, General Bravo, General Terán, General Zaragoza, Hualahuises, Iturbide, Mier y Noriega, Montemorelos y Rayones. La ciudad de Linares es también cabecera del municipio del mismo nombre y está situada a 24° 51 34 de latitud norte, 99° 34 05 de longitud oeste y 684 m sobre el nivel del mar. Se encuentra en la margen izquierda del río Pablillo, afluente del Conchos, tributario éste del San Fernando. Dista de Monterrey 132 km por la carretera México-Nuevo Laredo y está comunicada con Monterrey y Tampico por el ferrocarril. El territorio de la diócesis tiene clima extremoso: mucho calor en verano e intenso frío en invierno. El Trópico de Cáncer pasa por los municipios de Mier y Noriega y Doctor Arroyo. La sierra Madre Oriental divide la circunscripción en dos regiones: al sur, la Altiplanicie o Mesa Central penetra a Nuevo León por los municipios de Zaragoza, Doctor Arroyo, Aramberri y Galeana, donde forma majestuosos cañones como el Potosí, Santa Rosa y Rayones, y altas cumbres como el pico de Potosí, en Galeana, con más de 3 mil metros de altura, y el cerro de Peña Nevada, en Zaragoza (3 600). La otra región, la Vertiente del Golfo, al norte y al oriente, se inicia en Linares, Montemorelos y China; por ella discurren los ríos Blanco, Ramos, Pilón, Conchos, Potosí, San Cristóbal o Hualahuises y Linares o Pablillo, cuyas aguas fertilizan las tierras de la zona productora de cítricos más importante del país: General Terán, Montemorelos, Hualahuises y Linares. Los municipios del sur producen abundantes cosechas de durazno, nuez, aguacate, manzana y otros frutos. Se cultiva trigo en Iturbide, Aramberri, Doctor Arroyo y Galeana, y en éste existen yacimientos de calcio, varita, fluorita y talco. La industria está poco desarrollada. Hay en Montemorelos un buen número de empacadoras de cítricos y jugueras, y Linares promente ser en breve un centro industrial. Toda la región cuenta con energía eléctrica, agua potable y medios de comunicación.
Historia. Según el mapa de grupos indígenas hecho por el profesor Wigberto Jiménez Moreno para el Museo Regional de Nuevo León, se advierte que en el oriente del estado se hallaban los borrados, y al sur los huachichiles, ambos dentro de la denominación general de chichimecas: multitud de pequeñas bandas nómadas de cazadores recolectores, belicosos, desnudos, hambrientos y crueles que vivían en un horizonte cultural comparable con el paleolítico del viejo mundo, al decir de Eugenio del Hoyo. Perduran pinturas rupestres y frontones cubiertos de petroglifos en la Ceja (China), loma del Muerto (General Terán) y Sabinitos y Trinidad (Linares). En la sede episcopal existe un pequeño museo arqueológico formado por Pablo Salce. Otros restos de la cultura prehispánica se han hallado en la cueva del Cordel (Aramberri) y San Isidro (Mier y Noriega). En este último sitio se han localizado los únicos vestigios de cerámica, de probable procedencia huasteca. Fray Andrés de Olmos penetró a la región de Linares hacia 1544; sus experiencias le sirvieron posteriormente a Luis de Carvajal. Es probable que también hayan pasado por esas tierras Andrés de Ocampo (1552) y fray Pedro de Espinareda (hacia 1566). Una vez consolidada la población de Monterrey y fundada la villa de Cadereyta, el capitán Martín de Zavala impulsó el desarrollo agrícola y económico de la región y el establecimiento de núcleos de población, especialmente San Mateo del Pilón (Montemorelos), en 1701; la villa de San Felipe de Linares, en 1712; y el valle de la Mota (General Terán), en 1730. El auge económico sirvió también para el sostenimiento de las misiones del sur, paso forzoso de los pastores.
La evangelización fue emprendida desde el convento de Charcas por los franciscanos de la provincia de Zacatecas. En 1626 fray Lorenzo Cantú se unió a los negritos y bocalos en una migración desde Matehuala hasta un punto que el religioso llamó San José del Río Blanco; les ofreció volver, pero no lo consiguió. En 1631 entró a esa zona fray Valverde, en 1633 fray Jerónimo Pangua y en 1648 lo hicieron los frailes Juan García y Juan Caballero. En ese año visitó la región Juan Ruiz Colmenero, obispo de Guadalajara; llegó el 2 de agosto y por ello se le impuso a la misión el nombre de Santa María de los Ángeles del Río Blanco (Aramberri). La entrada, casi simultánea, de fray Francisco Villaseñor y de fray Luis de la Parra, de la custodia de Río Verde, provocó diferencias entre las dos provincias religiosas. Descolló entonces por su labor apostólica fray José de San Gabriel. La misión recibió el impulso del general Fernando Sánchez de Zamora, poblador y misionero seglar extraordinario. En 1660 se erigió una iglesia de terrado, fuerte y muy linda, y celda de lo mismo. Al ser sometido otro grupo belicoso del sur, Martín de Zavala dispuso establecer la misión de San Cristóbal de los Gualagüises, en 1664. El gobernador marqués de San Miguel de Aguayo la visitó en 1685 y encontró en ella una iglesia pequeña techada de jacal, atendida por fray Juan de Menchaca. Repoblada con tlaxcaltecas en 1715, tuvo el carácter de pueblo. El avance evangélico por ese rumbo progresó al fundarse en 1678 la conversión de San Pablo de los Labradores (ciudad de Galeana), con indios guachichiles. Desamparada en 1710 por la provincia, estuvo abandonada hasta 1714, cuando el gobernador Mier y Torre ordenó rehabilitarla; conserva su templo, iniciado en 1752.
Los abusos de los encomenderos y la secularización de los curatos, dispuesta en 1712 por el obispo de Guadalajara, Diego Camacho y Ávila, originó la despoblación de la zona. En diciembre de 1714, el virrey duque de Linares, no pudiendo acudir personalmente, envió a Francisco de Barbadillo Vitoria, quien acompañado de fray Juan de Lozada y del capitán Juan Guerra Cañamar, subió a la sierra de San Carlos, pacificó a los indios, repobló con ellos algunas misiones y fundó las de Purificación y Concepción en la ribera del Pilón. La fundación de la primitiva villa de San Felipe de Linares se llevó a efecto el 10 de abril de 1712, según decreto expedido por el virrey de la Nueva España, Fernando Alencastre Noroña y Silva. Los primeros pobladores fueron Sebastián Sandoval Villegas y 60 familias de origen hispánico. En febrero de 1715, la villa fue visitada por fray Antonio Margil de Jesús, quien por entonces se ocupaba de visitar las misiones del sureste del Nuevo Reino de León. Barbadillo intervino también en el conflicto que se suscitó con el pueblo de Hualahuises por la invasión de sus ejidos, al fundarse la villa de San Felipe de Linares. El 14 de noviembre de 1715 dispuso el cambio de la colonia a la ribera del río de Pablillo, hecho por el cual se le considera el fundador, pues aunque Sebastián Sandoval había establecido la villa primitiva en la hacienda del Rosario, donada por él y por su esposa Anastasia Cantú, y las nuevas tierras eran también suyas, Barbadillo hizo el traslado, los padrones, la nueva traza y la apertura de acequias. La región fue catequizada por los franciscanos Juan de Lozada, Francisco Castañeda, José Díaz Infante, Joseph Vergara, Joseph Meza y Agustín Gama. El primer cura de la parroquia de Linares fue el bachiller Santiago García Guerra y en ella se administraron los sacramentos desde el 17 de marzo de 1716. La recién fundada parroquia quedó comprendida en el obispado de la Nueva Galicia, con sede en Guadalajara, hasta el 15 de diciembre de 1779, cuando el papa Pío VI, por la bula Relata semper, erigió el obispado de Linares, sufragáneo de la arquidiócesis de México. El 28 de febrero de 1769, el licenciado José Osorio de Llamas había informado al rey Carlos III el estado de las colonias y propuesto la creación de una diócesis con sede en Linares, centro de un territorio que comprendía las provincias del Nuevo Reyno de León, Coahuila, Texas y Tamaulipas. Aceptada la proposición por el monarca español y por el pontífice, se nombró primer obispo a fray Antonio de Jesús Sacedón. Éste debía ejecutar la bula de erección del obispado y elevar la parroquia de San Felipe Apóstol al rango de catedral, dedicada a la Inmaculada Concepción, pero no alcanzó a llegar a su sede, pues murió en Monterrey el 27 de diciembre de 1779. Mientras tanto, Carlos III había dado título de ciudad a la villa de San Felipe de Linares. Los prelados que gobernaron el obispado prefirieron radicar en Monterrey, a donde se trasladó la sede y quedó instalado el primer Cabildo eclesiástico en 1791. En 1834 el gobierno nacional decretó la secularización de las parroquias, entre ellas las correspondientes a las villas de Hualahuises, Purificación y Concepción, atendidas hasta entonces por los franciscanos. El 23 de junio de 1891, por la bula Illud in primis, el papa León XIII decretó la extinción de la diócesis de Linares y la erección de una arquidiócesis con el mismo nombre, a la que quedaron adscritas las circunscripciones de Saltillo, San Luis Potosí y Tamaulipas. El primer arzobispo fue Jacinto López y Romo. Sin embargo, el 9 de junio de 1922 la Santa Sede, a proposición del arzobispo Herrera y Piña, aceptó cambiar el nombre de la metropolitana por el de Monterrey. Ésta, a su vez, fue dividida en 1962 para crear, con los pueblos del sur de Nuevo León, el nuevo obispado de Linares.
La catedral. Los cimientos de la antigua parroquia de San Felipe Apóstol se pusieron en 1776. El 1° de julio de 1779, el obispo Ambrosio de Llanos y Valdés dispuso que se activaran los trabajos, pues era necesario contar con un templo digno y a propósito para servir (eventualmente) de iglesia catedral. El edificio se terminó de construir en enero de 1828 y lo bendijo, el 30 de abril siguiente, el párroco Bernardo Tato. En enero de 1831, la iglesia fue dedicada a la Asunción de la Santísima Virgen María. Su patrono es San Felipe Apóstol. La catedral tiene planta de cruz latina. En las pechinas de la cúpula ostenta sendos medallones con pinturas al óleo de los cuatro evangelistas. En el crucero del lado derecho hay un altar con una imagen de la Virgen de Guadalupe y una media talla de San Martín de Porres; y en el de la izquierda, una escultura de la Virgen Inmaculada. Preside el altar mayor un Cristo muy antiguo, flanqueado por tallas de San Felipe Apóstol y San José. El piso del presbiterio, el guardapolvo de las paredes y el altar mayor son de mármol. La base del altar está adornada con medallones de metal dorado que representan panes, peces, racimos de uvas y espigas de trigo. El piso de la nave es de gransón y las bancas de cedro rojo. Los muros están decorados con óleos que muestran pasajes de la vida de San Felipe. La fachada está revestida de cantera rosa de Yahualica; la torre mide 35 m de altura y tiene cinco campanas en su primer cuerpo. La sacristía, al lado izquierdo del presbiterio, guarda grandes pinturas: La Ascención de Jesús al cielo, La Asunción de la Virgen, La Última Cena y Cristo en la cruz con la Virgen y San Juan a sus pies. El mobiliario es de cedro rojo.
Principales edificios eclesiásticos. 1. Parroquia del Sagrario en Linares. La primera piedra fue colocada, el 18 de junio de 1893, por el cura Darío de Jesús Suárez, en compañía de su vicario el presbítero José Guadalajara Ortiz, quien bendijo el templo ya terminado el 11 de junio de 1931, ya en calidad de arzobispo de Monterrey. El terreno donado por la familia Garza Benítez. Originalmente fue la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús. Tiene cinco bóvedas seguidas y dos laterales. En el crucero izquierdo está colocada una antigua pintura de la Virgen de Guadalupe; y en el derecho, un Cristo. Una escultura del Sagrado Corazón de Jesús preside el altar mayor, que es de mármol blanco, igual que el piso del presbiterio; la pared del fondo y el guardapolvo de las laterales están revestidas de mármol negro. Una media talla de San Judas Tadeo está en la entrada. La torre está apoyada sobre la primera bóveda. El bautisterio, donde hay un cuadro que data de 1718, tiene acceso a la casa parroquial, la cual cuenta con amplios patios y los anexos necesarios.
2. Capilla del Santo Cristo del Señor de la Misericordia. Se edificó en la segunda mitad del siglo XVIII en cumplimiento de una promesa hecha por María Agustina del Valle; se terminó en octubre de 1833. La nave tiene cuatro bóvedas y una cúpula. La imagen del Santo Cristo de la Misericordia, que preside el altar mayor, procede del siglo XVII. La barda atrial, en la que estaban colocadas las 14 estaciones del Via Crucis, fue demolida y reemplazada por un barandal de fierro.
3. Capillas de los barrios. Están dedicadas al Santo Cristo de Villaseca, San José, San Juan de los Lagos, el Roble, Nuestra Señora de Guadalupe y Nuestra Señora de los Dolores.
Imágenes y devociones. 1. Virgen de Guadalupe. Del 9 al 11 de diciembre se organizan peregrinaciones, y el día 12 una celebración solemne. La jura del patronato de la Virgen fue realizada en Linares, el 10 de noviembre de 1737, por fray Juan de Lozada, invocándola como protectora contra las pestes y enfermedades; y el 15 de diciembre de 1749, el Ayuntamiento la declaró patrona de la villa. 2. Santo Cristo del Señor de la Misericordia. Cuenta la leyenda que una mañana, a muy temprana hora, atravesó la plaza de armas una mula que nadie conducía, con un atado a su lomo; llegó al atrio de la parroquia y frente a la puerta se tiró al suelo y allí permaneció horas, sin que se viera enferma ni cansada. Los vecinos urgieron al animal a que se levantara, pero no habiendo conseguido que lo hiciera avisaron al cura y al alcalde. Estos abrieron el atado y encontraron la talla de un Cristo crucificado, que luego llevaron a la parroquia y colocaron en el altar mayor. La mula desapareció tan misteriosamente como había llegado. Posteriormente se edificó el santuario donde actualmente se venera. Esta imagen es sacada en procesión cuando la sequía se prolonga, a la vez que se hace lo mismo con la Virgen de los Dolores de Hualahuises, y en el momento en que las dos se encuentran se precipita la lluvia, al decir de los fieles.
- LINARES RIVAS, JOSÉ MARÍA
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Nació en Madrid, España, en 1901; murió en la ciudad de México en 1955. En 1941 llegó al país como emigrado político e ingresó como actor a la industria cinematográfica. Entre sus películas figuran: Las tres perfectas casadas, La hermana impura, Un divorcio y Ensayo de un crimen.
- LINATI, CLAUDIO
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Nació en Parma, Italia, en 1790; murió en Tampico, Tamps., en 1832. En 1825 solicitó al gobierno, por conducto de Manuel Eduardo de Gorostiza, agente en Bruselas, venir a México en compañía de su socio Gaspar Franchini. Se comprometió a establecer un taller de litografía, a enseñar gratuitamente ese arte y a rembolsar al gobierno las 160 libras esterlinas que costaba el transporte de la maquinaria. Él recibió el precio de los pasajes. Llegaron al país a mediados de aquel año, pero Franchini murió al poco tiempo. Linati trasmitió sus conocimientos a José Gracida y a Ignacio Serrano, este último oficial de estado mayor que aprendió a litografiar planos militares y topográficos. Hombre inquieto, se asoció con el poeta cubano José María de Heredia y el italiano Galli para fundar el periódico El Iris (4 de febrero a 4 de agosto de 1826), en el que no solamente aparecen dibujos suyos, sino también artículos de historia y política, comentando con regocijo los acontecimientos mexicanos de entonces. Esto disgustó a Heredia, quien se separó del grupo el 21 de julio. Estos escritos le valieron a Linati su expulsión del país. Partió a Nueva York en diciembre de 1826, y de allí a Bélgica. Trabajaba en la litografía Real de Jobard, en Bruselas, cuando publicó un libro con litografías y texto suyos titulado Costumes civiles, militaires et religieux du Mexique, desinées d'après nature (1828), reproducido con nuevo texto, traducción y estudio de Justino Fernández en 1956. Un dibujo claro y preciso y un fuerte colorido caracterizan a esas estampas, que son el primer monumento de la litografía mexicana y un importante documento sobre la vida social del primer tercio del siglo XIX.
Bibliografía: Manuel Toussaint: La litografía en México en el siglo XIX. Sesenta y ocho reproducciones en facsímil (4a. ed., 1934); Documentos para la historia de la litografía en México, recopilados por Edmundo O'Gorman. Estudio de Justino Fernández (1955).
- LINAZ, ANTONIO DE JESÚS MARÍA
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Nació en la villa de Asta, Mallorca, España, en 1653; murió en Madrid en 1693. Llegó a Nueva España, destinándosele a la provincia de Michoacán. Fue lector de teología en los conventos de Valladolid, Querétaro y Celaya. Custodio de la provincia de Michoacán, asistió al capítulo general celebrado en Toledo, donde promovió el proyecto de fundar en Querétaro un colegio de Propaganda Fide. Obtenidas las licencias y bulas pontificias, escogió en España a los religiosos de virtud comprobada y regresó con ellos a México, haciendo el viaje a pie desde el puerto de Veracruz. Una vez establecido el Colegio de la Santa Cruz en Querétaro, volvió a Europa para conseguir en Roma las bulas necesarias para establecer en otras provincias colegios semejantes. La muerte le impidió realizar la fundación de esos seminarios de propaganda del Evangelio, tarea que llevó a cabo fray Antonio Margil de Jesús en Zacatecas, México y Guatemala. Escribió Septenario devotísimo a la Preciosa Sangre de Jesús, nuestro Redentor y carta comendaticia de esta devoción al P. Fr. Miguel Roig (2a. ed., 1785) y Devoción de la Santísima Virgen María (2a. ed., 1795).
- LINCE
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Lynx rufus. Mamífero carnívoro félido conocido con el nombre de gato montés. Se distingue por su cola muy corta y su color dorsal amarillento, leonado o arenoso, con manchas notorias en los jóvenes y muy leves en los adultos. Los machos miden 1.20 m de longitud, sin incluir la cola (de 15 a 20 cm), y pesan hasta 25 kg. Las hembras son menos grandes. Se distribuyen en bosques de oyameles, pinos y encinos, y ocasionalmente en matorrales áridos, en altitudes superiores a los 1 500 m sobre el nivel del mar y no más al sur de las montañas de Oaxaca. Depredan animales de tamaño mediano o pequeño, especialmente conejos y ratones. De sorprendente agilidad, se les ha visto capturar murciélagos al vuelo. Observaciones recientes indican que no apetecen las aves, lo cual desacredita la creencia de que son un peligro para los gallineros; y demuestran que consumen carroña cuando la encuentran, circunstancia que contribuye a limpiar de cadáveres el campo. Las camadas de los linces se producen, en general, hacia el final de la primavera, después de una gestación cercana a los dos meses. El promedio de crías es de tres por camada, las cuales son destetadas al final del verano. A diferencia de lo que suele ocurrir con otros felinos silvestres, los linces soportan mejor la devastación que han sufrido sus ambientes naturales, y pueden sobrevivir en barrancas y otros sitios cercanos a los poblados.
- LINGA, CARLOS F
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Nació y murió en Alemania (1877-1963). En 1894 llegó a Mazatlán, Sin., y desde entonces hizo frecuentes viajes entre México y Europa promoviendo actividades comerciales. Formó una valiosa colección de obras sobre México y Centroamérica, que legó en 1957 a la ciudad de Hamburgo, donde se encuentra la Casa Iberoamericana.
- LINGÜÍSTICA
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Es la ciencia que tiene por objeto el estudio del lenguaje humano fonéticamente articulado. Tal especificación justifica que de esta ciencia se excluya el estudio de otros lenguajes, es decir, de otros sistemas de comunicación que con diversos medios y finalidades han desarrollado las distintas culturas (por ejemplo, las señales náuticas, telegráficas, de radio, de tránsito). Muy a menudo se habla también del lenguaje que se desprende de ciertos objetos y actividades humanas: de la pintura, del abanico, de las flores, de la música, de la moda, del cuerpo. Todos estos medios de expresión y las formas de comunicación que se han detectado entre ciertos animales (abejas, hormigas, delfines) quedan fuera del dominio de la lingüística. Una ciencia más general, la semiótica o semiología, tiene por objeto el estudio de toda clase de signos producidos por el hombre; la biología y la zoología, a su vez, se han ocupado de los llamados lenguajes animales.
El lenguaje humano fonéticamente articulado es tal vez la facultad más característica y acaso exclusiva del ser humano, y se realiza en lo que usual y tradicionalmente se han denominado lenguas o idiomas. Éstos son un complejo sistema constituido por un conjunto ilimitado de actos de habla (palabra, frase, oración, discurso), comunes a cierto número de individuos que integran así una comunidad lingüística o de habla (por ejemplo, la comunidad lingüística española conjunto de individuos de cualquier nacionalidad que se sirve del idioma español para comunicarse entre sí, distinta a las de habla inglesa, portuguesa, francesa o rusa). El objeto propio de la lingüística es el estudio del lenguaje humano en general (génesis, naturaleza, adquisición, funcionamiento, suspensión en determinados casos) y de su realización concreta en cada idioma. La lingüística también se ocupa de la representación gráfica de las lenguas, o sea la escritura, pero sólo en tanto que es reproducción del lenguaje oral.
Actualmente, la lingüística distingue tres niveles principales en el análisis de la estructura global de las lenguas: fonológico, morfológico y sintáctico. En el primero, el especialista analiza y describe en detalle los sonidos que encuentra en una lengua, con miras a establecer su sistema fonológico; esto es, cuáles de esos sonidos forman el conjunto funcionalmente significativo: vocales y consonantes, así como ciertos rasgos que imprimen a unas y otras determinados matices (acento, tono, entonación, aspiración, glotalización, etc.). Estos elementos, llamados técnicamente fonemas (segmentales, si se trata de vocales y de consonantes; suprasegmentales, si se trata de tono, acento o entonación), representan la base material del lenguaje. En el nivel morfológico se estudian las unidades mínimas de contenido, es decir, todos los elementos que intervienen en la formación de las palabras propiamente dichas: raíces de distintas clases y afijos en general, así como las partes que, aunque poseen un valor gramatical determinado, carecen de significado cuando se les considera aisladamente: las partículas. Las unidades de este nivel reciben el nombre de morfemas. En el nivel sintáctico se estudian las reglas de construcción de expresiones, es decir, las maneras como se enlazan los diferentes elementos gramaticales para formar frases u oraciones en un determinado idioma. Por otra parte, el lingüista puede abordar el análisis de cualquiera de los niveles señalados (o de todos a la vez, si su intención es la de ofrecer una descripción exhaustiva del idioma que le ocupa), adoptando alguno de estos dos posibles enfoques metodológicos: 1) sincrónico o estático y 2) diacrónico, dinámico o histórico. Si sigue el primero, analiza, describe y explica un sistema lingüístico tal como existe en un momento determinado; y si adopta el segundo, se ocupa de las transformaciones experimentadas por ese sistema a través del tiempo. Uno y otro de estos enfoques cuentan con numerosos practicantes en todas partes del mundo. Al igual que en otros campos del conocimiento, en la lingüística actual se observa el surgimiento constante de especializaciones o subdisciplinas, cuyo origen se debe principalmente a la variedad y complejidad de los fenómenos de que trata, pero también a los diversos enfoques teóricos y metodológicos que se adoptan para el análisis. Debido a esto, es raro encontrar el término lingüística sin que vaya seguido o precedido de algún adjetivo, de acuerdo a los siguientes aspectos: a) según el enfoque predominante: lingüística general, teórica, descriptiva, histórica, geográfica, matemática, antropológica, contrastiva, aplicada; b) según la colaboración con otras disciplinas: sociolingüística, etnolingüística, sicolingüística, neurolingüística; c) según la lengua o grupo de lenguas: lingüística indoeuropea, románica, germánica, hispánica, náhuatl, mayense; y d) según la concepción teórica: lingüística histórico-comparativa, estructural, funcional, generativa, transformacional, etc. Muy a menudo, además, los lingüistas se ocupan del estudio de cuestiones relacionadas con la teoría gramatical, la filosofía del lenguaje, la teoría de la traducción, el descifre de escrituras antiguas o la historia de la lingüística. Esta proliferación de campos, enfoques, teorías y métodos es el resultado del interés que suscita una cuestión tan ancestral como actual, tan cotidiana como insuficientemente conocida: el lenguaje humano.
Antecedentes generales. El estudio científico del lenguaje y de las lenguas data de las primeras décadas del siglo XIX. Su desarrollo fue asombrosamente rápido y lleno de logros importantes. Hacia finales del mismo siglo estaban ya perfectamente definidos sus intereses y delineadas las principales direcciones y tendencias que predominarían en la lingüística del siglo XX. El surgimiento de esta ciencia fue resultado de la reflexión que desde muy antiguo se había venido haciendo sobre el lenguaje, y de la tradición descriptiva de las lenguas, o sea la gramática. Tales antecedentes fueron ventajas incuestionables, pero también, en cierta forma, obstáculos para que la lingüística se erigiese más pronto como ciencia autónoma. En sus orígenes, se vio frenada por dos grandes obstáculos: uno, representado por la tradición de reflexiones sobre el lenguaje y las técnicas de descripción de las lenguas; y otro, por las concepciones de los humanistas europeos desde finales del siglo XVIII , para quienes la lingüística era una más de las técnicas al servicio de la historia y de la filología, es decir, un método auxiliar para explicar ciertos hechos relacionados con la historia de la cultura. El primer obstáculo fue el más difícil de superar, pues contaba con el prestigio de su antigüedad. El legado de estas tradiciones no fue sólo de aciertos, sino también de ideas, planteamientos, esquemas y modelos de análisis muchas veces erróneos o simplemente inadecuados. Fueron la filosofía, la lógica, la retórica y una ciencia gramatical sumamente rígida, las que monopolizaban todo el saber acerca del lenguaje y de las lenguas. Sin embargo, han sido muchos los sabios que desde tiempos remotos han emitido opiniones justas sobre estas materias: Aristóteles, Dionisio de Tracia, Marco Terencio Varrón, Marco Fabio Quintiliano, Dante Alighieri, Elio Antonio de Nebrija, Juan Luis Vives, Francisco Sánchez de las Brozas y los religiosos que desde principios del siglo XVI emprendieron el estudio de los idiomas indígenas de América.
Elio Antonio de Nebrija (1444-1522), cuyo verdadero nombre era Antonio Martínez de Cala, nació en Lebrija o Nebrija (escrito también Nebrija), pueblo de la provincia de Sevilla. Muy joven marchó a Italia a perfeccionarse en el estudio de las humanidades: historia, gramática, retórica y literaturas clásicas. A su regreso a España, tras 10 años de estancia en Italia, ocupó diversos cargos en las universidades de Salamanca y de Alcalá, principalmente la cátedra de gramática latina. Entre sus escritos lingüísticos destacan dos que le valieron gran notoriedad en su tiempo y posteriormente: Introducciones latinas (Salamanca, 1481) y Gramática de la lengua castellana (Salamanca, 1492). El primero es un breve compendio de gramática latina redactado en un estilo y con un método muy novedosos para su época, aunque en esencia parece estar inspirado en la obra Elegantiae linguae latinae (1444) del italiano Lorenzo Valla. Como quiera que sea, contribuyó grandemente al restablecimiento en España de los estudios del latín, base indispensable para el conocimiento de los autores clásicos y de las humanidades en general. La gramática castellana fue, a su vez, el primer trabajo en que se codificaron los elementos gramaticales de un habla vulgar con propósitos descriptivos y normativos. Antes de Nebrija, sólo Dante (1265-1321) había especulado acerca de la conveniencia de revalorar las hablas vernáculas, en un extenso ensayo que publicó en 1305: De vulgari eloquentia. Nebrija, por su parte, fue aún más lejos, pues no sólo se dio cuenta de la necesidad de elevar esas hablas populares a la categoría de lenguas de cultura, es decir, aptas para expresar, como las clásicas, todo tipo de saber, sino que llevó a la práctica el resultado de sus reflexiones. Las ideas de Nebrija pronto tuvieron efecto en los ambientes intelectuales de su época, al grado de que ellas mismas inauguraron una nueva tradición de enfoque y análisis de los hechos lingüísticos. Pocos meses antes del descubrimiento de América, Nebrija presentó a la reina Isabel el manuscrito de su tratado gramatical del castellano, en estos premonitorios términos: El tercero provecho deste mi trabajo puede ser aquel que… después que Vuestra Alteza metiesse debaxo de su iugo muchos pueblos bárbaros i naciones de peregrinas lenguas, i conel vencimiento aquellos ternían necessidad de recebir las leies quel vencedor pone al vencido i con ellas nuestra lengua, entonces por esta mi Arte podrían venir enel conocimiento della… Nebrija, sin saberlo con certeza pero acaso intuyéndolo, preparó el terreno y abrió la brecha por donde habrían de moverse, llegado el momento, quienes se enfrentarían a la realidad lingüística de todo un continente. El aparato teórico y metodológico estaba preparado para aproximarse a las naciones de peregrinas lenguas.
Surgimiento de la lingüística en México. Muy poco se sabe acerca de cuál era si lo hubo el pensamiento lingüístico de los indios que poblaban el actual territorio de la República Mexicana antes de la llegada de los españoles. Es posible que sí haya existido, por lo menos entre ciertos grupos étnicos, una tradición de reflexión acerca del lenguaje y de las lenguas, a juzgar por el avance cultural que en todos los órdenes lograron algunos de ellos. Dos hechos apoyan esta presunción: la pluralidad de idiomas que se hablaban, que acaso motivaría observaciones sobre la diversidad del conjunto y sobre la corrección, pureza, elegancia y eficacia de cada uno; y el conocimiento y práctica de la escritura técnica de registro gráfico de la palabra que ejercían los grupos más evolucionados. En este sentido, la condición básica para hacer posible la transcripción gráfica del lenguaje reside, primero, en el aislamiento concreto de cada idea o concepto bajo la forma de palabra individual y, en seguida, en un claro discernimiento de lo sistemático y funcional de la lengua.
El estudio de los idiomas aborígenes de México lo iniciaron en 1523 los tres primeros padres franciscanos: Pedro de Gante, Juan de Ayora y Juan de Tecto. La historia del surgimiento, desarrollo y práctica de los estudios lingüísticos en México comprende dos corrientes principales: una, la indigenista, consagrada a la descripción, análisis y clasificación de las lenguas autóctonas; y otra, la humanística, dedicada al estudio de idiomas no autóctonos, especialmente el español y el latín. En este artículo se reseña la lingüística de orientación indigenista (o antropológica), aunque para el periodo comprendido entre 1523 y 1850, se tratará del estudio de cuestiones relacionadas con el lenguaje y las lenguas que no tuvo la cientificidad que le sería exigible ahora. A juzgar por las crónicas coloniales, en el momento de la Conquista se hablaban alrededor de 150 lenguas indígenas (véase) tan sólo en el territorio que sería la Nueva España. La actitud manifestada por los españoles ante esa realidad mostró dos tendencias principales: una, la del conquistador, de marcada indiferencia, pues le interesaba la imposición de su propio idioma; y otra, la de los misioneros, quienes tal vez apoyándose en las enseñanzas de San Pablo, se comprometieron a evangelizar a los gentiles en sus propias lenguas. Pronto esos religiosos se revelaron expertos conocedores de los idiomas indígenas, y muchos de ellos elaboraron tratados gramaticales (artes) y diccionarios (vocabularios). No lo hicieron por simple ejercicio intelectual, sino para acelerar la evangelización y la aculturación de los indios. La actuación de los misioneros favoreció la conservación, si no todas, por lo menos de una buena cantidad de las lenguas indígenas del país, y durante los tres siglos coloniales fueron ellos casi los únicos que se ocuparon de estudiarlas.
En el transcurso de los siglos XVI al XVIII se redactaron en la Nueva España cerca de un centenar de obras de carácter lingüístico (cartillas, gramáticas, vocabularios) sobre náhuatl o mexicano, otomí, matlatzinca, tarasco, zapoteco, maya, huasteco, mixe, tzeltal, mazahua, ópata, heve o eudeve, cahita, cora, mixteco, popoloca, pame y totonaco, entre otros. Muchos religiosos con inclinaciones humanísticas se encargaron de despejar un campo virgen, en el que explayaron su talento de lingüistas precursores: Pedro de Gante, Alonso de Molina, Andrés de Olmos, Alonso Martínez, Alonso Rangel, Andrés de Castro, Maturino Gilberti, Domingo de Santa María, Diego de Basalenque, Francisco de Zepeda, Pedro de Feria, Francisco Toral, Juan de la Cruz, Juan de Córdoba, Antonio de los Reyes, Antonio del Rincón, Antonio de Ciudad Real, Pedro de Cáceres, Diego de Nágera Yanguas, Miguel Guevara, Carlos de Tapia Zenteno, Horacio Carochi y muchos otros, algunos de los cuales prefirieron el discreto anonimato. ¿Cuáles fueron los principios teóricos y metodológicos que permitieron a los misioneros el acercamiento a lenguas tan distintas a las que estaban acostumbrados, y que nunca antes habían sido sometidas a esquema gramatical alguno? En su gran mayoría estaban familiarizados con las obras de Nebrija: las Introducciones latinas, método para enseñar latín, y la Gramática castellana, descripción de una lengua no clásica. Estos modelos orientaron el análisis de las lenguas indígenas, pero sin sujetarse a ellos de una manera inflexible. Así, en la primera gramática del náhuatl, Arte para aprender la lengua mexicana (se escribió hacia 1547, circuló manuscrita y su primera edición se hizo en París en 1875), fray Andrés de Olmos, su autor, comienza diciendo: En esta lengua se hallan todas las partes de la oración, como en la latina…; pero advierte: En el arte de la lengua latina creo que la mejor manera y orden que se ha tenido es la que Antonio de Lebrixa sigue en la suya; pero porque en esta lengua no quadrara la orden que él lleva por faltar muchas cosas como son declinaciones…, por tanto no seré reprensible si en todo no siguiera la orden del arte de Antonio. Advertencias como ésta se encuentran en casi todos los trabajos de esta índole que se hicieron entonces. Muchos de estos prelingüistas llegaron a redefinir conceptos gramaticales con el fin de precisar la realidad estructural de cada idioma. Por ejemplo, en 1753 el padre Carlos de Tapia Zenteno, en su Arte novissima de la lengua mexicana, al referirse a una de las definiciones hechas por Nebrija (Nombre es una de las diez partes de la oración que se declina por casos, sin tiempos…, Gramática, lib. III, cap. II), dice con cierto aire de burla : Si nombre es el que se declina por casos, y no significa tiempo, podemos decir, que en este idioma (el náhuatl) no hai nombre, porque ninguno se declina por casos, pues todos son indeclinables. Pero confesando, que aquella es descripción gramatical del nombre latino, y no philosóphica definición de su esencia… Y así nombre es aquella voz, con que conocemos las cosas: y que tenga casos o no los tenga, es atributo o accidente… que no le pone, ni le quita cosa a su naturaleza.
Hacia finales de la Colonia hubo una sensible disminución en la producción de obras de carácter lingüístico, debido acaso al avance de la evangelización y de la castellanización de los indios, y a la acumulación de materiales de que ya se disponía. La expulsión de los jesuitas (1767) y el posterior estallido de la lucha por la Independencia, posiblemente influyeron también en esa merma. Sin embargo, a finales del siglo XVIII y principios del XIX aparecieron los primeros brotes de un interés científico por el estudio de las lenguas indígenas. Esta nueva corriente la inauguró el jesuita español Lorenzo de Hervás, quien durante su exilio en Italia redactó y publicó en 1784 su monumental Catálogo delle lingue conosciute e notizia della loro diversitá, cuya primera edición en español se hizo en Madrid, en 1800, con el título Catálogo de las lenguas de las naciones conocidas… En el capítulo VI del volumen I de esta obra, Hervás hizo la primera clasificación de las lenguas de México, basándose en los datos que obtuvo de los jesuitas que habían trabajado en Nueva España. Casi un siglo más tarde, el mexicano Manuel Orozco y Berra (véase) revisó, corrigió y amplió ese Catálogo, en su admirable Geografía de las lenguas y carta etnográfica de México (1864).
A mediados del siglo XIX varios eruditos europeos se interesaron por el estudio de las lenguas indígenas de México. El alemán Guillermo de Humboldt, basado en los datos que le proporcionó su hermano Alejandro, se sirvió de ejemplos tomados de algunas de las lenguas de México para fundamentar sus razonamientos teóricos; e inclusive escribió un tratado gramatical del náhuatl que aún permanece inédito. El francés Henri de Ternaux-Compans publicó Vocabulaire des principales langues du Mexique (1841); Ch.E. Brasseur de Bourbourg, Vocablos de la lengua huave… comparados con los equivalentes en las principales lenguas de América del Sur y en las lenguas vecinas de Oaxaca y Chiapas (1859); y H. de Charencey, Melanges sur différents idiomes de la Nouvelle Espagne (1816). En la segunda mitad del siglo, varios distinguidos hombres de ciencia mexicana se dedicaron a analizar, describir, clasificar y reunir materiales dispersos, siguiendo principios de la ciencia lingüística del momento. Se distinguieron, además de Orozco y Berra, Antonio Peñafiel (véase), quien reditó y comentó antiguos trabajos sobre lenguas mexicanas, y compiló toponímicos de origen indígena; Francisco Pimentel (véase), autor de una de las primeras síntesis clasificatorias, el Cuadro descriptivo y comparativo de las lenguas indígenas de México o filología mexicana (1862-1865); Francisco Belmar (1859-1915), el lingüista mexicano más completo de su tiempo, autodidacta, estudioso de las lenguas poco o mal conocidas (mazateco, chontal, huave, trique, chocho, amuzgo) de su natal Oaxaca, quien dejó inconclusa una obra de la cual únicamente se conocen los fragmentos publicados con el título Glotología indígena mexicana. Estudio comparativo y clasificación de las lenguas indígenas de México (1921); Nicolás León Calderón, editor de numerosos vocabularios indígenas raros o desconocidos y autor, entre otros muchos trabajos, de Bibliografía mexicana del siglo XVIII (7 vols., 1903-1909) y Familias lingüísticas de México… (1901); y Cecilio Robelo (véase), sobresaliente nahuatlato que dio a las prensas los resultados de sus investigaciones.
Práctica actual: aspectos docentes, de investigación, de difusión y aplicativos. Los estudios lingüísticos emprendidos en las postrimerías del siglo XIX fueron notablemente incrementados en las primeras décadas del siguiente, especialmente por los investigadores extranjeros que convirtieron al país en un gran laboratorio donde se ensayaron los más diversos enfoques teóricos y metodológicos. La mayoría de ellos buscaba esclarecer cuestiones pendientes o cuya solución era parcial o insatisfactoria. Así, por ejemplo, se volvieron a plantear los problemas de la agrupación de las lenguas, de sus interrelaciones, de su antigüedad en regiones determinadas, y de sus posibles relaciones con otras dentro y fuera del continente. En ello intervinieron los más destacados lingüistas, antropólogos e historiadores de la época, nacionales y extranjeros: A.L. Kroeber, E. Sapir, F. Boas, E. Seler, W. Lehman, B.L. Whorf, M. Silva y Aceves, O. de Mendizábal, W. Jiménez Moreno, N. McQuown, M. Swadesh y K. Pike, entre muchos otros. Las experiencias de todos ellos no tardaron en aprovecharse para la formación de investigadores en los campos de la antropología y la lingüística. Así, en 1920 se creó la Escuela Internacional de Arqueología y Etnología Americanas (antecedente de la actual Escuela Nacional de Antropología e Historia); en 1933, Mariano Silva y Aceves fundó en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) el Instituto de Investigaciones Lingüísticas; en 1936, W.C. Townsend logró establecer el Instituto Lingüístico de Verano (ILV); hacia 1940, se creó la carrera de lingüística en el Departamento de Antropología de la Escuela de Ciencias Biológicas del Instituto Politécnico Nacional, y en 1942, ese mismo Departamento se convirtió en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), dependiente del Instituto de esas especialidades. De esta escuela han egresado la mayoría de los lingüistas que actualmente estudian las lenguas indígenas de México: Moisés Romero, Evangelina Arana, Leonardo Manrique, Roberto Escalante, Juan José Rendón, Otto Schumann, Antonio García de León y Benjamín Pérez, entre otros. El interés que ha orientado a la lingüística antropológica no ha sido únicamente científico, sino también el de resolver en la práctica problemas de política cultural. A partir de la época cardenista, se ha intentado aplicar la investigación lingüística a programas de alfabetización y de educación bilingüe y bicultural, y más generalmente a los planes de incorporación de los indígenas al desarrollo nacional.
En 1987 eran varias las instituciones con programas de docencia y de investigación sobre lenguas indígenas. El enfoque antropológico sigue predominando en los planes de estudio de la carrera del lingüística de la ENAH y es también la orientación principal de la mayoría de las investigaciones que se realizan en el Departamento de Lingüística del INAH (dependencia creada en 1970), en el Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM y en el ILV. El mayor interés en el ejercicio de esta disciplina se centra en el rescate de las lenguas en peligro de extinción, en el diseño y puesta en marcha de programas dialectológicos, y en la elaboración de métodos más eficaces para la alfabetización en lenguas indígenas. El aporte principal a la lingüística en general, se ha producido en el campo de la lingüística antropológica. El rápido avance de esta disciplina se debe a que las lenguas indígenas han servido para probar la validez y eficacia de los múltiples enfoques, teorías y métodos que a ellas se han aplicado. Quienes desde hace mucho fijaron su atención en esos idiomas, han enseñado que cada lengua, por minoritaria que sea y por apartada que se halle, es un ejemplo único e irrepetible del lenguaje. (I.G.B.).
Francisco del Paso y Troncoso tradujo al español obras extranjeras y profundizó en el estudio del náhuatl.
AEMMisionero entrando en las selvas para adoctrinar y enseñar el castellano a los indígenas, grabado original de Fray Diego Valadés.
AEMSede de la Academia Mexicana de la Lengua
AEMÁngel Ma. Garibay, uno de los mayores estudiosos de la lengua y literatura indígenas.
Foto Hermanos Mayo - LINK, WENCESLAUS
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Nació en Neudek, Bohemia, el 29 de marzo de 1736; murió en Olmutz de la misma provincia, después de 1790. Entró a la Compañia de Jesús el 18 de mayo de 1754; cursó el noviciado en Brno y filosofía en Praga. Se trasladó a México y estudió teología en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo. Fue ordenado sacerdote en 1759 y terminó su formación en el Colegio del Espíritu Santo de Puebla, en el lapso 1760-1761. Este último año se trasladó a California y fue destinado a la misión de Santa Gertrudis en 1762. Después de aprender el idioma cochimí, en agosto de 1762 se estableció como el primer misionero residente en San Francisco Borja. En 1764 encabezó exploraciones hacia el norte de la Península. En 1765 reconoció la región de bahía de los Ángeles y la isla Ángel de la Guarda en compañia del teniente Blas Fernández de Somera, y exploró hasta la desembocadura del río Colorado, reafirmando la peninsularidad de California, redescubierta por los padres Kino, Ugarte y Consag. En 1766 exploró la sierra de San Pedro Mártir y la bahía de San Felipe, penetrando más al norte por el centro de la Península que cualquiera otra expedición terrestre (v. BAJA CALIFORNIA). Expulsado en febrero de 1768, regresó a Bohemia, donde enseñó en el colegio jesuita de Olmutz, hasta la supresión de la Compañía de Jesús en 1773.
- LINO
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Linum usitatissimum L. Planta herbácea anual de la familia de las lináceas, de 1 a 1.20 m de altura y con tallo erecto, delgado y liso. Las hojas, alternas, lineares o lanceoladas, agudas y trinervadas, miden 5 mm de ancho y un poco más de largo. Las flores, de 1 cm de diámetro, son azules o blancas; presentan cinco sépalos triangulares, persistentes, acuminados y otros tantos pétalos obovales, unguiculados y caedizos. El fruto, capsular, globoso o subgloboso, indehiscente o con dehiscencia loculicida y séptica, mide de 5 a 7 mm, y sus semillas son de color castaño o amarillo moreno, lustrosas, oblongas, aplanadas, lisas y oleaginosas. Es originaria de Asia, al parecer de la región caucásica. Se cultiva en México para obtener la fibra de sus tallos y aceite de linaza de las semillas. Aquélla tuvo notable importancia en el país y en el extranjero. Actualmente ocupa un lugar secundario frente a las fibras sintéticas y a las naturales de algodón, henequén, sisal, lechuguilla y yute. El aceite, en cambio, es aún importante en la industria del jabón y en la de pinturas, barnices y tintas.
Las fibras del lino se forman en la parte periférica del cilindro central del tallo, miden de 30 a 90 cm y tienen paredes gruesas, constituidas de celulosa, lo cual las hace suaves y flexibles. Se utilizan en la manufactura de telas finas, cordeles, sedales resistentes, materiales aislantes y papel de alta calidad. La semilla contiene 45% de aceite, predominando en él los ácidos linolénico, oleico y linólico; es de tipo secante y muy estimado para la producción de jabones suaves, ceras y cueros suavizados, como combustible y para propósito de alimentación. El material pastoso que queda como residuo después de los procesos de extracción del lino y el aceite, constituye un alimento de primera importancia para el ganado, pues de modo notable da mayor suavidad a las pieles y finura a los pelos. En Arandas y Jalostotitlán, Jal., en San Juan del Río, Qro., y en Mexicali, B.C., se obtiene magnifica fibra que se emplea en la elaboración de manteles, servilletas, pañuelos, blusas y otros objetos y prendas, deshilados y bordados. También se cultiva en los estados de Tlaxcala, Michoacán, Guanajuato y México. Comúnmente el lino se designa también como linaza, bien que se trate de la planta o de la semilla. Ésta, en polvo, se recomienda en medicina popular como emoliente.
- LÍQUENES
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Pocos organismos tienen tan amplia y variada distribución como los líquenes, que crecen en el suelo, sobre rocas, en árboles, paredes y tejados, sustratos aparentemente estériles en los que difícilmente se encuentran otros vegetales. Se dan en forma de costras, como hojas plegadas o simulando pequeños arbustos erguidos o colgantes. La denominación liquen deriva del latín lichen o leichen, que significa lepra o salpullido. En la antigüedad se les consideraba como producto de los troncos, rocas y paredes. Por mucho tiempo fueron considerados un solo organismo, hasta que en 1867 el botánico suizo Simón Schwendener demostró que eran la asociación de dos vegetales en una unidad biológica muy característica. El liquen es un hongo especial con algas en su interior, con las cuales se halla asociado para poder vivir. Su cuerpo talo lo integra el hongo, en cuyo interior, entremezclado con las hifas, se encuentran las algas. Éstas se alojan en la parte superficial del talo porque requieren de la luz solar para asimilar el bióxido de carbono y formar compuestos orgánicos azúcares y almidones que utiliza el hongo al alimentarse. Éste vive parasitando las algas que se desarrollan en su interior. La asociación liquénica no es una simbiosis, como se creyó por mucho tiempo, sino un caso especial de parasitismo en el cual el huésped no sufre aparentemente las consecuencias de este fenómeno. Las algas que viven entre las hifas, en un medio húmedo y resguardadas del ambiente exterior, se reproducen mejor que en el medio silvestre. La circunstancia de que varias algas sucumban bajo la acción del parasitismo del hongo no repercute significativamente en la población algal, manteniéndose indefinidamente un equilibrio entre aquél y ésta. La asociación biológica helotismo permite que los líquenes vivan de modo perenne en lugares adversos, así el hongo como el alga, que sólo necesitan luz, aire y agua, de manera que nada requieren, o casi nada, del sustrato en que se desarrollan. Son los pioneros en la formación del suelo. En un pedregal recién formado únicamente los líquenes se desarrollan: con el tiempo nacen los musgos, después las hierbas, más tarde los arbustos y finalmente aparece el bosque; y luego una capa de suelo, aquél que iniciaron los líquenes. Las pocas exigencias de éstos en cuanto al medio, favorecen su amplia distribución desde las zonas tropicales hasta las altas montañas. Sin embargo, se hallan fuertemente arraigados al clima: se dan especies típicas en bosques tropicales, de pinos y encinos, de zonas alpinas y áridas. Un ejemplo interesante de individuos tropicales son aquéllos que crecen sobre las hojas de los árboles, en forma de placas vermiformes verdosas, como ocurre con los del género Strigula.
Por sus requerimientos de humedad, los líquenes solamente crecen en sustratos con exposición directa hacia los vientos húmedos. Por esa causa, en gran parte del país es común verlos en las cortezas de los árboles con exposición al norte. La adaptación de los líquenes a un tipo especial de clima ayuda a la interpretación del medio climático de una región; por ejemplo, la presencia de Teloschistes chrysophtalmus o de Psora crenata indica aridez. Otros sólo prosperan en zonas con aire puro: su escaso o nulo desarrollo en la corteza de los árboles urbanos puede tomarse como índice para cuantificar la contaminación atmosférica. Candelaria concolor, vistoso liquen amarillo, es común en el sur de la ciudad de México y muy raro o ausente en la parte norte, debido al enrarecimiento del aire y a la sequedad.
La reproducción de los líquenes se efectúa vegetativa o sexualmente. La primera forma ocurre a través de pequeños soredios constituidos de hifas y algas gonidios, que al desprenderse del talo y difundirse a manera de polvo muy fino y arraigarse en otro lugar húmedo, forman un nuevo liquen. La segunda se realiza por medio de los apotecios, estructuras especiales que se desarrollan sobre la superficie del talo del hongo, en cuyo interior se producen esporas de origen sexual ascosporas, que al germinar en un sustrato y contaminarse con las algas de ese medio, producen otro liquen. Si germinan las esporas, forman el micelio, pero si no se contaminan con el alga, el liquen no nace. Los hongos que integran los líquenes son especies adaptadas a vivir exclusivamente de las algas y no se encuentran libres en la naturaleza. Sin embargo, no se puede asegurar lo mismo respecto de las algas. Algunas parecen ser las mismas que se hallan libres en el medio y otras probablemente sean especies adaptadas para vivir en asociación liquénica. En el laboratorio se ha conseguido aislar y cultivar en tubos de ensaye tanto al hongo como al alga; los cultivos se pueden mantener indefinidamente y si se les une se forma otra vez el liquen.
Las especies de este tipo de hongos son de varias clases; las más comunes pertenecen a los Discomycetes, que forman los apotecios. Son escasos los ejemplos que se pueden citar de otras clases: se conocen algunos Pirenomycetes y muy pocos Phycomycetes y Basidiomycetes. Las algas o gonidios de los líquenes pertenecen a las llamadas algas verdes y algas azules. Entre las primeras, también conocidas como clorofitas, son comunes los géneros Trebouxia, Protococcus; Chlorella y Chloroccum; y entre las segundas, llamadas cianofitas, Nostoc, Rivularia, Gloeocapsa y Chroococcus. Existen más de 16 mil especies liquénicas, de las cuales se conocen el 70% aproximadamente. Como el cuerpo del liquen lo forma el hongo, al menos los apotecios, y como aquél está adaptado para vivir liquénicamente, los nombres que se les da a los líquenes son propios de los hongos. Así, los géneros Parmelia, Usnea, Ramalia, Rocella y Cora son hongos exclusivos de los líquenes. Su identificación se hace con base en el estudio de la morfología del tallo y de sus reacciones químicas. La forma y estructura del talo varían significativamente: puede ser gelatinoso o coriáceo. El primero se halla en los líquenes con cianofitas, como Collema y Leptogium, en los cuales la forma, debida al talo del alga, es globosa o vesiculosa. Los segundos, más comunes y formados por los hongos, pueden ser costroso, folioso o fruticuloso: el primero, también llamado crustáceo, aparenta una costra adherida al sustrato, como Lecanora orosthea, agrupado en grandes conjuntos verdes sobre las cortezas de los pinos; el segundo adopta la forma de una hoja más o menos plegada sobre el sustrato, como en el género Parmelia; y el tercero, que semeja un pequeño arbusto erguido o colgante, presenta ramas planas o cilíndricas, como en el género Ramalia. El talo generalmente es verde, de tonalidad clara, grisácea o azulosa, y en algunas ocasiones gris, amarillo, anaranjado, rosado o rojo. El tono verde se debe a las algas, y cuando no se advierte, significa que está enmascarado por el pigmento del hongo. La cara inferior del talo suele ser más clara que la superficie de arriba, o blanca a grisácea; excepcionalmente, en el género Parmelia, la tonalidad es café o negra. La cara superior es lisa o con repliegues; cuando es polvorienta significa que tiene ya soredios. En ocasiones, en el borde o en la cara inferior del talo se presentan cilios o pelos blancos o negros. En los líquenes del género Sticta la superficie inferior es pruinosa, es decir, cubierta de diminutos pelos y con pequeñas oquedades o poros llamados cifelas. En el género Cladonia los apotecios se desarrollan sobre una estructura cilíndrica, ramificada o no, llamada podecio.
Las reacciones químicas también son importantes en la identificación de los líquenes. Se usan principalmente los reactivos a base de hidróxido de potasio al 5% parafenilendiamina en solución alcohólica al 5% y solución saturada de hipoclorito de calcio. Cuando las reacciones son positivas producen llamativos colores que varían entre diversos tonos de amarillo, verde, anaranjado y rojo, según la especie de liquen de que se trate. Xanthoria candelaria y Candelaria concolor son dos especies con talo de igual forma y color folioso-subcostroso y amarillo, que se diferencian sólo mediante la reacción con hidróxido de potasio: en la primera la reacción es negativa, y en la segunda, positiva, de color rojo oscuro.
El estudio de los líquenes obliga a disponer de herbarios, colecciones significativas de material preservado. Los más importantes que existen en el país pertenecen al Instituto Politécnico Nacional y a la Universidad Nacional Autónoma de México, ambos en la capital del país: el primero con más de 4 mil ejemplares y el segundo con 2 mil aproximadamente. Entre los trabajos clásicos sobre la liquenología mexicana destacan los de Bouly de Lesdain (1922-1933), Nylander (1858), Krempehuber (1876) y Ruiz Oronoz (1936). Entre las contribuciones modernas realizadas en el extranjero y que tratan sobre material mexicano, destacan Hale (1965, 1968), Wirth y Hale (1963), Wetmore (1960), Thomson (1963) y Kurkawa (1962). En los trabajos de Dávalos de Guzmán y Guzmán (1969), Dávalos de Guzmán, Brizuela y Guzmán (1970), y Brizuela y Guzmán (1971), se han estudiado diversos grupos de líquenes mexicanos, en una serie tendiente a conocer mejor estos organismos y acelerar su aprovechamiento como recurso natural renovable, útil para alimentar el ganado y como fuente de productos químicos y antibióticos. Se buscan también métodos para el control de las especies perjudiciales que deterioran paredes y cristales, o impiden el crecimiento de otros vegetales de interés económico u ornamental. (G.G.).
Bibliografía: . M. Bouley de Lesdain: Lichens du Mexique (Luisiana, EUA, 1929), y Anales Cryptogamicae Exotique, en Museum National dHistoire Natural (París, 1933); L. Dávalos de Guzmán y G. Guzmán: Clave para identificar algunos líquenes mexicanos, en Boletín de la Sociedad Mexicana de Micología (3, 1969); L. Dávalos de Guzmán, F. Brizuela y G. Guzmán: Estudios sobre los líquenes de México, en Anales de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas (19, 1972); F. Brizuela y G. Guzmán: Estudios sobre los líquenes de México, en Boletín de la Sociedad Mexicana de Micología (5, 1971); M.E. Hale: A monograph of Parmelia subgenus Amphigymnia, Contribution U.S. National Herbario, 36 (5): 193-358, 1965, A synopsis of the lichen genus Pseudevenia, en The Biologist (71, 1968); A. Krempehuber: Lichens mexicani quos legit 1875 R. Rabenhorst, en Hedwigia (15, 1876); S. Kurokawa: A monograph of the genus Anaptychia, en Nova Hedwigia (6, 1962); W. Nylander: Lichens collecti in Mexico a Fr. Müller, en Flora (41, 1858); M. Ruiz Oronoz: Contribución al conocimiento de los líquenes del valle del Mezquital, Hgo., en Anales del Instituto de Biología (UNAM, 7; 1937); J. W. Thomson: The lichen genus Physcia in North America Gramer, en Winheim (1963); C. M. Wetmore: The lichen genus Nephroma in North and Middle America, Universidad de Michigan, Publicación del Museo de Biología, series (1, 1960); M. Wirth y M. E. Hale: The lichen family Graphidaceae in Mexico, Contribution U.S. National Herbario (36, 1963).
- LIQUIDÁMBAR
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Liquidambar styraciflua L. Árbol grande o pequeño de la familia de las hamamelidáceas, que alcanza hasta 45 m de altura y 1.5 m de diámetro. La copa es ancha y la corteza, gruesa, con estrías grisáceas profundas. Las ramas, cuando jóvenes, tienen alas de corcho. Las hojas, verde brillante, miden aproximadamente 5 cm de ancho y presentan cinco lóbulos agudos. Las flores son unisexuales: las masculinas se dan en racimos, y las femeninas, en cabezuelas globosas. Aparte su madera y el tanino que contienen sus hojas, la planta es importante por la resina o bálsamo que de ella se obtiene. Éste es un líquido trasparente y amarillento, de olor agradable y de sabor ácido picante; cuando se expone al aire se endurece. El jarabe que se obtiene de su corteza se utiliza en medicina popular contra la diarrea y la disentería, especialmente en los niños. Los antiguos mexicanos usaban el bálsamo para curar afecciones de las vías respiratorias y del aparato digestivo, para aliviar dolores de cabeza y como estimulante.
- LIRA, MIGUEL N. (Nicolás)
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Nació y murió en Tlaxcala, Tlax., (1905-1961). Sobresalió por el hondo sentido poético de su obra; culto y a la vez profundamente popular, trasplantó los ritmos y las imágenes de la poesía española moderna, especialmente de García Lorca, Juan Ramón Jiménez, Alberti y Altolaguirre, pero dio a su obra un fondo localista, en que destacan los rasgos de la tradición indígena y de los personajes que lucharon por la tenencia de la tierra durante la Revolución. Su obra registra la vigorosa influencia de los maestros extranjeros, sin perder por ello sus raíces mexicanas, ha dicho uno de sus críticos. De tres elementos consta su obra: gracia espiritual andaluza, indigenismo y Revolución. Además de sus propias producciones, publicó en su Editorial Fábula numerosos libros de otros autores, que a menudo él mismo imprimía con un exquisito gusto tipográfico, que fue el distintivo de la editorial. Asimismo dirigió revistas literarias de renombre como Fábula (1934) y el Correo Amistoso (1954) de Lira y Crisanto Cuéllar Abaroa, donde hicieron sus primeras armas varios escritores que llegaron a ser grandes figuras de la literatura mexicana. Lira realizó todo esto sin descuidar sus actividades de abogado, que culminaron con su designación como juez de Distrito en Tapachula, Chis., y en su ciudad natal, ni sus ocupaciones de funcionario en los departamentos editoriales de la Secretaría de Educación Pública y de la Universidad Nacional, de cuya imprenta fue el fundador. En 1925 publicó su primer libro: Tú, con un prólogo de Francisco González León; poco tiempo después apareció La guayaba (1927) y más tarde el Corrido de Domingo Arenas (1932), Segunda soledad (1933), México-pregón (1933), Coloquio de Linda y Domingo Arenas (1934), Tlaxcala, ida y vuelta (1935), Retablo del niño recién nacido (1936), Música para baile (1936), Monterrey (primer lugar en Juegos Florales, 1937), Corrido-son (1937), En el aire del olvido (1937), Carta de amor (1938), Corrido del marinerito (1941), Romance de la noche maya (1944), Corrido de Manuel Acuña (1953) y Corrido de Catarino Maravillas (1960). Después de la poesía, lo más importante de su obra es el teatro; entre sus obras poéticas había realizado intentos de teatro para leerse, como Sí, con los ojos (1938), de donde pasó a representar y publicar obras más ambiciosas: Vuelta a la tierra (1940), Linda (1942), Carlota de México (1944), El diablo volvió al infierno (1946); y las siguientes que fueron puestas en escena: Tres mujeres y un sueño (1955), El camino y el árbol (1942) y en la especialidad de teatro infantil, La muñeca pastillita (1942). Su inconformidad con la forma dramática lo hizo transformar en 1947 su obra Una vez en las montañas en la novela Donde crecen los tepozanes. En el mismo año, obtuvo con La escondida el Premio Lanz Duret de novela; fue muy comentada Una mujer en soledad (1956) y su última novela, de escasa fortuna, fue Mientras la muerte llega (1958). En el ensayo, su producción fue reducida: una biografía breve de Andrés Quintana Roo (1936), Itinerario hasta el Tacaná (1958) y Yo viajé con Vasconcelos (1959). En colaboración con otros autores publicó dos libros de lecturas para escolares: con Antonio Acevedo Escobedo, Mi caballito blanco (1943), y con Valentín Zamora, Mis juguetes y yo (1959). La obra de Miguel N. Lira ha sido objeto de abundantes estudios y referencias en México y en el extranjero, entre los cuales destacan los de Raúl Arreola Cortés: La influencia lorquiana en Miguel N. Lira (Revista Hispánica Moderna; Nueva York, 1942), Notas sobre la obra poética de Miguel N. Lira (Universidad de Nuevo León, 1963) y Miguel N. Lira, vida y obra (1973).
- LIRA NÚÑEZ, ENRIQUE
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Nació en el estado de Guanajuato en 1901; murió en México, D.F., en 1983. Fotógrafo, fue hijo de Enrique Lira Mora, último propietario del Parque Lira, e industrial en la rama textil. Lira Núñez fotografió las bellezas naturales mexicanas. Expuso en Madrid, en 1950, y dos veces en el Palacio de Bellas Artes, en una ocasión con tema libre, en 1941, y otra con tópicos de Europa, en septiembre de 1951.
- LIRA ORTEGA, MIGUEL
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Nació en Tlaxcala, Tlax., en 1827; murió en Puebla, Pue., en 1882. Abogado y militar, alcanzó el grado de coronel. Luchó en la Guerra de Reforma. Fue gobernador de Tlaxcala. Escribió poemas, editó en Puebla el periódico La Paloma Azul, y escribió Diccionario geográfico, histórico, estadístico y biográfico del estado de Tlaxcala, Una historia de la erección del estado de Tlaxcala, Memorias o herencia política, y varios dramas, entre ellos La pesadilla y Mariana Pineda.
- LIRA Y SERAFÍN, MOISÉS
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Nació en Zacatlán, Pue., el 15 de septiembre de 1893; murió en México, D.F., el 25 de junio de 1950. En 1911 ingresó en el Seminario Palafoxiano de Puebla, donde cursó humanidades, y en 1914 conoció al padre Félix de Jesús Rougier, prefecto espiritual del plantel, con quien acordó iniciar la fundación de la congregación de los Misioneros del Espíritu Santo, la cual se efectuó el 24 de diciembre de ese año en la capilla de Las Rosas en la Villa de Guadalupe. Fue Moisés el primer candidato y novicio de la naciente institución. En octubre de 1920 inició la fundación de la comunidad y casa de Morelia, y allí concluyó los estudios de teología. Fue ordenado sacerdote el 14 de mayo de 1922, y el 25 de diciembre siguiente emitió los votos perpetuos en la ciudad de México. En 1923 contrajo la viruela negra en el Lazareto de Tlalpan, donde asistía a los enfermos. Restablecido, en 1926 fue enviado a Italia para fundar la casa de la congregación en Roma. Regresó en 1928 y en 1934 fundó la de las Misioneras de la Caridad de María Inmaculada, cuya erección canónica se hizo el 1° de mayo de 1949 por decreto pontificio del 21 de febrero anterior. Fue superior de las casas de Celaya (1936-1938), Morelia (1944-1948), Puebla (1948-1950) y desde 1938 ecónomo general del instituto. Misionó en Baja California y por un tiempo estuvo de párroco en Tijuana (1943). Fundó también un colegio en Pichucalco, Tab.
- LIRIO
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Lilium longiflorum Thunb. Planta herbácea de la familia de las liliáceas, de 1.5 m de altura y con raíces fasciculadas y carnosas que, cuando adultas, se tornan rugosas, para contraerse o bajar lo necesario en busca de agua y sales minerales. El tallo, subterráneo, está representado por una cebolla esférica-ovoide que se forma por escamas flojas hojas transformadas, agrupadas alrededor de una yema, que forman un receptáculo leñoso cuya parte inferior corresponde a un rizoma truncado. El escapo floral, que se integra a la roseta de hojas basales y parte del centro de la cebolla, mide de 1 a 1.5 m de largo y está provisto de numerosas hojas con nervaduras longitudinales, de color verde brillante y lanceoladas. Las flores, grandes y amarillo brillante, con delicioso perfume, se dan agrupadas en umbelas terminales o en racimos. Es originaria de Japón y en México se le cultiva con fines ornamentales.
- LIRIO ACUÁTICO
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Eichornia crassipes Salius. Planta acuática de la familia de las pontederiáceas, fija o nadante; en este último caso tiene raíces en fascículos abundantes, de color azul. Las hojas filodios presentan peciolos cortos, hinchados hasta ser casi esféricos, esponjosos y sin articulaciones. Las plantas fijas miden 30 cm de altura, tienen haces formadas por varias hojas que emergen del agua, largamente pecioladas y con dos articulaciones: una abajo del limbo y la otra en la parte superior. La inflorescencia central es una espiga de 7 cm de longitud, con escapo hasta de 15 cm, envuelto en la base por las vainas de los filodios. Las flores, alternas, con el tubo floral arqueado, verdoso y levemente pubescente, miden 5 cm de longitud. Los frutos se dan encerrados en los tubos periánticos que se abren por lóculos cuando las cápsulas maduran. Florea en julio y agosto y es común en los cuerpos de aguas, principalmente en el lago de Pátzcuaro, Mich., donde constituye verdadera plaga que dificulta el transporte y la pesca. También se observa el mismo fenómeno en los lagos de Xochimilco y Míxquic, y en el artificial del Bosque de Chapultepec. Se le conoce también como lirio de agua, jacinto, cucharilla y huauchinango. V. FLOR DE HUAUCHINANGO.
- LISA
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Mugil cephalus Linnaeus. Pez de la familia Mugilidae, orden Mugiliformes. Se le llama también lisa macho, cabezona y churra. Es de cuerpo robusto y elongado, de hasta 60 cm de longitud; cabeza ancha y ligeramente deprimida; y boca pequeña, terminal y de labios delgados, provista de dientes dispuestos en hileras. El labio inferior presenta una protuberancia central, y los ojos están parcialmente cubiertos por un párpado adiposo. Posee dos aletas dorsales: la primera, que se origina un poco adelante de la mitad del cuerpo, está constituida por cuatro espinas delgadas unidas por una membrana, y la segunda, ubicada por detrás del origen de la anal, lleva una espina y ocho radios suaves. La anal está compuesta por tres espinas y ocho radios; la caudal es emarginada, las pélvicas abdominales y las pectorales cortas. El cuerpo está cubierto de escamas grandes (de 38 a 42 en una serie lateral) que se extienden hasta la base de las aletas anal y segunda dorsal; en la región axilar de las aletas pélvicas y pectorales se aprecian sendas escamas notablemente más largas. La lisa es de color verde olivo en el dorso, blanco en el vientre y plateado en los costados, con siete bandas pardas longitudinales y una gran mancha azul en la base de las pectorales. Es una especie cosmopolita de mares cálidos y templados, muy abundante en las regiones costeras, estuarios y lagunas de ambos litorales de México. Su gran tolerancia a los cambios de salinidad le permite remontar los ríos a considerables distancias de la costa, o vivir en ambientes hipersalinos. Durante la temporada de reproducción, hacia finales del otoño, suele formar grandes cardúmenes que nadan cerca de la superficie saltando con frecuencia fuera del agua. Se alimenta de pequeñas algas y materia orgánica que se acumulan sobre los fondos blandos, ya sea de limo o arena. Su área de distribución comprende, en el Atlántico, desde cabo Cod hasta Brasil; y en el Pacífico, desde California hasta Chile. La lisa se pesca con redes agalleras o chinchorros playeros y se vende fresca o salada. Su carne se considera de muy buena calidad, al igual que su hueva (ovario maduro), que es muy cotizada en el mercado nacional. La producción mexicana de lisa se ha incrementado durante los últimos años de 4 791 t en 1974 a 11 473 en 1985.
- LISA BOBO
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V. BOBO o LISA BOBO.
- LIST ARZUBIDE, ARMANDO
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Nació en la ciudad de Puebla en 1901. Hizo la carrera de profesor normalista, especializándose en pedagogía para anormales. Colaboró en las revistas Resurgimiento (Puebla, 1917-1922) y Horizonte (Jalapa, 1927-1929). En 1935, junto con su hermano Germán, escribió una serie de lecciones dramatizadas sobre historia de México que fueron trasmitidas durante cinco años por Radio Educación. De 1947 a 1955 fue director del Centro de Recuperación para Débiles Mentales, habiendo publicado cuatro cuadernos sobre rehabilitación de ciegos, sordomudos y lisiados del aparato locomotor. De 1944 a 1969 fue, además, profesor de escuelas posprimarias. En 1940 obtuvo el primer y segundo premios del certamen de Teatro Escolar Revolucionario con sus obras Visión de México y La guerra de España, y un galardón del Departamento del Distrito Federal por la pieza Muerte de Emiliano Zapata. En colaboración con su hermano Germán, escribió los folletos La huelga de Río Blanco, El 1° de mayo, Emiliano Zapata y Ricardo Flores Magón. Son obra suya los cuentos: La aurora, El cojo Damián, Apuntes sobre la prehistoria de la Revolución (1958), Mensajes de los grandes maestros a la juventud (1970) y La voz de los sometidos. Historia sintética de la esclavitud en México (1973).
- LIST ARZUBIDE, GERMÁN.
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Nació en la ciudad de Puebla, en 1898; murió el 17 de octubre de 1998 en el Distrito Federal. Estudió en la Escuela Normal. En 1913 se incorporó al batallón Paz y Trabajo, formado por obreros y campesinos, al mando del coronel Gabriel Rojano, del que fue secretario particular. En 1920 acompañó al presidente Carranza hasta Aljibes, donde cayó prisionero. Separado del ejército, volvió a Puebla en 1921: fundó las revistas Vincit y Ser, consagradas a divulgar a los maestros del modernismo, la primera, y la otra a los poetas del simbolismo. Se afilió al movimiento estridentista y lanzó el Manifiesto núm. 2 junto con Maples Arce, Gallardo y Aguilón Guzmán (2 de enero de 1923). En 1924 trabajó al lado del gobernador Lombardo Toledano y combatió a la sublevación delahuertista. En 1926 se trasladó a Jalapa, enseñó en las escuelas Preparatoria y Normal, y fundó la revista Horizonte. En 1927 tuvo a su cargo la Oficina de Extensión de la Universidad Nacional. En 1929 Augusto César Sandino le pidió que llevara al Congreso Antiimperialista de Frankfurt del Main la bandera que el general nicaragüense arrebató a los intervencionistas norteamericanos: List la envolvió en su cuerpo y atravesó con ella el territorio de Estados Unidos. Por ese acto compartió la dirección de la asamblea con Henry Barbusse, madame Sun-Yat-Sen, San Katayama y Nehru. Fue luego invitado de honor de los sindicatos soviéticos y permaneció en la URSS todo 1930. En 1932 viajó con Leopoldo Méndez a Estados Unidos y a su regreso denunció la discriminación de que eran víctimas los mexicanos. En 1934 fue jefe de inspectores de escuelas particulares en la Secretaría de Educación Pública (SEP) y luego (1935) subjefe de la Oficina de Radio. Ese año creó el Teatro Infantil de la SEP, junto con Germán y Lola Cueto, Méndez, Angelina Beloff y Elena Huerta, y escribió, en colaboración con su hermano Armando, 60 dramatizaciones históricas, desde Quetzalcóatl hasta Cárdenas. En 1936, mientras trabajaba en la Secretaría de Hacienda, formó el Ala Izquierda de Empleados Federales, antecedente de los sindicatos de trabajadores al servicio del Estado. De 1941 a 1953 fue redactor de la revista Tiempo. Dio lecciones de historia a los obreros, por encargo del secretario López Mateos, y de literatura a los maestros en el Instituto Federal de Capacitación. En 1957 participó en la fundación de la Academia Mexicana de la Educación; y de entonces a la fecha ha realizado múltiples viajes al extranjero, siempre representando organismos populares o invitado por ellos. Asistió, entre otros, a los congresos de la paz en Bruselas (1936) y Wroclaw (1946). Ha publicado: Esquina (poemas, 1924), Plebe (poemas, 1925), ¡Mueran los gachupines! (1926), Emiliano Zapata. Exaltación (1927 y siete ediciones posteriores), El movimiento estridentista (1927), El viajero en el vértice (poema, 1927), La lucha contra la religión en la URSS (1931), Tres comedias revolucionarias (1931), Práctica de educación irreligiosa (1934), Hombre sin tierra. Homenaje a Emiliano Zapata en el XVI aniversario de su muerte (1934), La huelga de Río Blanco (en colaboración con Armando List Arzubide, 1935), El 1° de mayo (1936), Tres comedias de teatro infantil (1936), Cinco comedias del laboratorio teatral (1936), Troka el poderoso (teatro, 1939), Pushkin romántico y realista (1955), Hidalgo héroe civil (1955), Es la revolución (1955), Giussepe Garibaldi. Héroe de dos mundos (1960), La batalla del 5 de mayo de 1862 (1962), El México de 1910. El maderismo (1963), La gran rebelión de los constituyentes de 1917 (1963), Visión de Venecia (1964), Polonia en mi cariño (1964), Apuntes sobre la historia de la minería en México (1970), Lenin en la literatura (1971), Cantos del hombre errante (poemas, 1972) y El robo de la mujer de Rubens. Cuentos de viaje (1976). Algunos de sus cuentos y poemas han sido traducidos al inglés, al ruso, al catalán y al francés. En 1987 tenía inéditos: Arcoiris de cuentos mexicanos, El libro de las voces insólitas (poemas) Teatro para niños, Nuestro amigo el gato y La Revolución en el norte de México (crónica, 1879-1910). Le fue otorgado el Premio Nacional de Periodismo Cultural 1983.
- LITERATURA
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La literatura producida en México antes de la llegada de los conquistadores españoles conjuga las visiones cosmogónicas y la crónica de los hechos históricos. El pensamiento mítico y el registro de las convulsiones políticas y sociales (migraciones, guerras, conquistas territoriales) se dan la mano en la mayoría de los escasos textos que legó la anterioridad histórica. Algunas muestras de exquisita poesía notable por la exactitud de su lirismo se deben a los poetas aztecas cuya obra ha sido posible rescatar. Pero sin duda los monumentos literarios más importantes que el pasado prehispánico ofrece son el Libro del Consejo, llamado Popol-Vuh, especie de Biblia maya; y el Chilam Balam de Chumayel, también obra de la civilización maya. Fueron plasmados por medio de procedimientos pictográficos en materiales especiales (corteza de amate, piel de venado o papel vegetal hecho con maguey), o bien, trasmitidos oralmente a través de las generaciones.
La teogonía, el génesis y los orígenes míticos inician el relato del Popol-Vuh. Los seres divinos dioses y semidioses, gigantes y animales se traban en una lucha que prepara la leyenda, la cual a su vez preludia el primer esbozo de historia de las tribus mayas. Impregnada por un poderoso aliento sobrenatural, la cosmogonía se desarrolla entre guerras y cataclismos, dando marco a la pugna de los magos luminosos y los demonios sombríos. El rey de los Cereales (el maíz) da la primera nota de explicación histórica e introduce al lector en el trabajo agrícola, que vendrá a ser la base de sustentación de toda esa cultura. Los conflictos de tribus y la acción de los guías-héroes civilizadores constituyen el cierre de esa relación de los orígenes. Según Alfonso Reyes, en la lengua del Popol-Vuh celebran sus nupcias lo maravilloso y lo grotesco.
El códice de Chilam Balam fue descubierto a mediados del siglo XIX y está considerado por los especialistas como el documento más importante de la antigüedad maya; está abundantemente ilustrado con dibujos alusivos a los hechos (históricos y mitológicos) que el texto contiene. En él se cuenta lo ocurrido en algunos grandes periodos de tiempo denominados katunes. Las migraciones a través del territorio donde florecerían la cultura y la civilización mayas son su tema fundamental. Pero, además, se acumulan en él la crónica, numerosas noticias sobre el estilo de vida y la descripción de las actividades productivas de los mayas.
La heterogeneidad de los textos antiguos, sin embargo, se vio mitigada por los descubrimientos que contribuyen a aclarar (desde diversos puntos de vista: antropológico, arqueológico, social, económico, histórico) las ideas que los poetas-relatores, o bien los cronistas, plasmaron en esas obras que son, en una misma integración, historia, mitología, testimonio lírico, épica; en suma: expresión de una sensibilidad colectiva a través de la palabra y del lenguaje articulado.
La producción literaria en el Altiplano de México se centró en los géneros (si de tales se puede hablar, entendidos con criterios modernos) de la épica y la lírica. Los relatores de Sahagún iniciaron, de hecho, durante el siglo XVI, la laboriosa reconstrucción de esas expresiones verbales. El gran Poema de Quetzalcóatl, proveniente de Texcoco, y el Poema de Ixtlilxóchitl, especie de relato de gran elocuencia acerca del soberano chichimeca, son ejemplos mayores de lenguaje literario. En Tenochtitlan se produjo otro Poema de Quetzalcóatl; un Poema de Mixcóatl y un Poema de Huitzilopochtli. Numerosos fragmentos y piezas menores fueron rescatados del olvido en versiones castellanas no siempre totalmente confiables.
Cabe señalar aquí la minuciosa y meritísima labor filológica emprendida por los frailes españoles (Motolinía, Sahagún, Molina, Durán y otros), que en buena parte ha permitido conservar la tradición literaria prehispánica, que de otro modo se hubiera perdido irreparablemente. Complementaria y paralelamente a esa actividad de los misioneros, el testimonio de los historiadores indígenas y mestizos permitió establecer el carácter más o menos general de la cultura literaria del México antiguo. V. HISTORIOGRAFÍA.
Las cuatro fuentes principales de la voluminosa poesía náhuatl (se han encontrado, reconstruido y traducido casi 3 mil composiciones) son las siguientes: los Veinte poemas rituales, recogidos por fray Bernardino de Sahagún en Tepepulco en el siglo XVI; los Cantares mexicanos, manuscrito dado a conocer hasta 1906; el Manuscrito de los romances de los señores de la Nueva España y, por último, el Manuscrito de los cantares. Casi todos esos textos tienen una sustancia y un sentido claramente religiosos, de celebración de las fuerzas divinas y sobrenaturales. El canto heroico, asimismo, tiene un lugar destacado en la literatura antigua.
Los centros principales de la lengua náhuatl fueron Texcoco, Tenochtitlan y Tlaxcala. De cada uno proceden los diferentes ciclos mitológicos e históricos que documentan la visión del mundo de los antiguos mexicanos a través de la expresión literaria y poética.
La ciencia filológica, entendida como análisis e interpretación de los textos es decir: en el sentido clásico, ha sido el instrumento fundamental en la tarea de desentrañar y revivir la literatura mexicana prehispánica. La sabiduría lingüística de hombres como Del Paso y Troncoso, Icazbalceta, Peñafiel, Seler y otros, ha permitido estudiar y valorar, con probados instrumentos científicos, el pasado histórico tal y como se expresa en los textos de los antepasados. Dos especialistas, sin embargo, destacan por encima de todos aquellos dedicados ya sea en el pasado o en la época contemporánea a los arduos menesteres de la reconstrucción filológica: el padre Ángel María Garibay K., hombre de una erudición asombrosa, y el doctor Miguel León-Portilla.
El padre Garibay K., humanista que abarcó el helenismo y la hebreología, fundó de hecho los estudios modernos de la literatura mexicana antigua. Su Historia de la literatura náhuatl (2 ts., 1954) es una fuente de consulta insustituible en su campo. La abundancia de la documentación, la seriedad de la enorme investigación que supuso (pesquisa que se desarrolló en terrenos prácticamente vírgenes del conocimiento histórico y filológico), y el exhaustivo acopio de datos, la convierten en un libro clave para la cultura nacional. El doctor León-Portilla es el editor de la Visión de los vencidos (1959) relaciones indígenas de la Conquista que fueran traducidas por el padre Garibay y ha trabajado varios años en el Seminario de Cultura Náhuatl de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). A él se debe uno de los libros más bellos de la literatura mexicana de todos los tiempos: Trece poetas del mundo azteca (1967), que incluye a Tlaltecatzin, Nezahualcóyotl, Cuacuahtzin, Nezahualpilli, Cacamatzin, Tochihuitzin Coyolchiuhqui, Axayácatl, la poetisa Macuilxochitzin, Temilotzin, Tecayahuatzin, Ayocuan Cuetzpaltzin, Xicohténcatl y Chichicuepon. De la figura central de este grupo, el rey de Texcoco, Nezahualcóyotl (1402-1472), ha dicho José Luis Martínez (Nezahualcóyotl, vida y obra, 1972): En él se unían de manera excepcional las aptitudes a menudo irreconciliables del guerrero, el gobernante, el constructor, el sabio de las cosas divinas y el poeta…
El idioma fue uno de los elementos más eficaces para instaurar el orden sobre el caos que significó para los pueblos aborígenes la Conquista española; y, por añadidura, un vínculo entre la multiplicidad de elementos dispersos y aun antagónicos con los que tuvieron que enfrentarse los recién llegados. Pero el castellano sobrepasó muy pronto estos niveles puramente utilitarios vehículo para entenderse, instrumento para evangelizar y colonizar y se convirtió en el material con el que iba a crearse una literatura. Ésta, derivada de la peninsular, nació en el preciso momento en que aquélla alcanzaba su más alto grado de esplendor: el Siglo de Oro. En estas condiciones las letras mexicanas tuvieron que guardar, desde el principio, un difícil y delicado equilibrio entre la sumisión a los modelos establecidos y prestigiados, y la necesidad de obedecer a los imperativos del objeto que trataba de mostrarse por medio de las palabras; un objeto original, irreductible a las fórmulas imperantes.
El primer género que se cultivó en la Nueva España fue la crónica. Ante la novedad del paisaje, los enigmas propuestos por las culturas descubiertas y la magnitud de las hazañas que contemplaban o protagonizaban, los hombres europeos, en sus contactos iniciales con América, sintieron la urgencia de rendir un testimonio que sirviera, al mismo tiempo, de asombro a sus contemporáneos y de fuente de información a las generaciones posteriores. Así, la mano del cronista, no movida por una intención estética, fue trazando signos que han perdido mucho de su vigencia científica o de su valor histórico, pero que conservan, inmarcesible, la frescura del estilo, la vivacidad en la evocación de lo maravilloso, la fuerza épica, el arrebato de protesta, el ímpetu polémico, la candidez de las observaciones, el fervor religioso. Los historiadores de las letras mexicanas sitúan, en la base de este edificio, las cinco Cartas de relación de Hernán Cortés, redactadas entre 1519 y 1526 para dar cuenta al emperador Carlos V de las vicisitudes de la Conquista. De allí surgieron importantes emuladores: el Conquistador Anónimo, Andrés de Tapia y Bernardino Vázquez de Tapia; Nuño de Guzmán, Gonzalo López, Juan de Sámano, Pedro de Carranza, Cristóbal Flores, García del Pilar, Francisco de Arceo, Pedro de Guzmán y algunos otros, anónimos, que escribieron sobre el occidente del país; y Alvar Núñez Cabeza de Vaca, cuyos Naufragios (1542) informan de las tierras septentrionales.
Entre los cronistas peninsulares destacan Pedro Mártir de Anglería, autor de las Décadas del Nuevo Mundo (1530); Gonzalo Fernández de Oviedo, que dedicó el libro XX de su Historia general y natural de las Indias (1552) a los temas de México; y Francisco López de Gomara, que escribió ese mismo año su Historia general de las Indias. Ellos y sus seguidores se caracterizaron por servirse de testimonios y referencias indirectos y por recurrir a la lógica cuando el documento era incompleto, ambiguo o no existía. En cambio, los cronistas testimoniales se auxiliaron de su memoria, atestiguando lo que relataron. Entre todos sobresale Bernal Díaz del Castillo con su Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España, concluida en 1568 y aparecida en 1632 con el quijotesco afán de desfacer un entuerto contraponiendo a la exaltación, hasta entonces universal, de los héroes, la importancia de la tropa, del soldado anónimo como factor determinante para la realización de los hechos memorables que se narran. Alonso de Aguilar escribió hacia 1560 la Relación breve de la Conquista de la Nueva España y Francisco Cervantes de Salazar, insigne humanista, su Crónica de la Nueva España, sus Diálogos y Túmulo imperial (exequias de Carlos V).
Los historiadores religiosos fueron quienes mayor empeño pusieron en reconstruir el pasado indígena. Hasta 1545 se habían escrito, redactadas seguramente por religiosos auxiliados por indígenas, la Relación de la genealogía y el Origen de los mexicanos, la Historia de los mexicanos por sus pinturas, atribuida a fray Andrés de Olmos, y la Relación de Michoacán, redactada por fray Martín de la Coruña en colaboración con Pedro Panza, descendiente de los señores tarascos. Entre 1536 y 1541 Motolinía formó su Historia de los indios de la Nueva España. Fray Bernardino de Sahagún fue prototipo de objetividad, de ciencia y paciencia, de método. Cuando en 1566 dio a la luz su Historia general de las cosas de la Nueva España, estaba poniendo las bases para una disciplina que siglos más tarde habría de alcanzar la plenitud de su desarrollo: la antropología. Los textos de fray Bartolomé de las Casas, en cambio, llamean de indignación, alzan protestas, suscitan apasionadas adhesiones o rechazos. El propósito de fray Bartolomé en su Brevísima relación de las Indias, aparecida en 1552 y en su Historia de las Indias, publicada hasta 1875-1876, no se detuvo en lo especulativo, sino que se dirigió hacia lo práctico; no trató de divulgar sus conocimientos, sino de modificar las estructuras en las que iba cuajando la Colonia. Su influencia iba a reflejarse, más bien, en el espíritu de las leyes que regirían la convivencia de los hombres en el Nuevo Mundo. Apóstol de los indios, fray Bartolomé sirve de ejemplo aún a todos los que se yerguen como adalides de los desposeídos, de los desheredados, de las víctimas. Las obras de los padres Diego Durán (Historia de las Indias de la Nueva España), Juan de Tovar (Relaciones) y José de Acosta (Historia natural y moral de las Indias), escritas a fines del siglo XVI, parecen derivar de la misma fuente, la hipotética Crónica X postulada por Robert Barlow. Otros relatos de gran importancia son la Historia de Tlaxcala de Diego Muñoz Camargo, escrita hacia 1576; la Historia eclesiástica indiana de fray Jerónimo de Mendieta, terminada en 1597; y la Historia de la fundación y discurso de la provincia de Santiago de México de fray Agustín Dávila Padilla, publicada en 1596. Mención particular, por tratarse de una historia de la Conquista de México escrita en verso, merece El peregrino indiano, de Antonio Saavedra Guzmán, editada en Madrid en 1599.
Los historiadores indios fueron quienes, por la nobleza de su ascendencia aborigen y por la importancia de las alianzas de sangre que establecieron con los españoles, recibieron en ambos aspectos del mestizaje una esmerada educación. Así fueron capaces de tener acceso a las fuentes de la tradición prehispánica y, al mismo tiempo, manejar con soltura la lengua castellana para consignarlas. Resultan particularmente interesantes las obras de Hernando de Alvarado Tezozómoc, que terminó hacia 1598 su Crónica mexicana; y las de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, que dio cima a su Historia chichimeca hacia 1616.
España envió a América maestros de las Órdenes religiosas, casi todos doctores de Salamanca, Alcalá o París, y pasada la efervescencia de la Conquista y el asombro de los primeros hallazgos, comenzó a trasplantar las instituciones culturales de la metrópoli a la Nueva España. La Real y Pontificia Universidad de México, creada en 1551 a imagen y semejanza de la de Salamanca, formó letrados cultos, al tanto de las modas y los modos peninsulares, y aptos para lograr imitaciones perfectas. El entusiasmo de los novohispanos por la literatura se manifestaba en certámenes poéticos, en representaciones teatrales y en las reuniones de los monasterios y colegios. Una de las primeras formas poéticas, entonces muy en boga, fueron las composiciones dedicadas a los autores de los libros, puestas al frente de sus obras, de las cuales son buen ejemplo los Dicolon Icastichon de Cristóbal Cabrera. Con poemas se exornaban también las piras funerarias erigidas en ocasión de la muerte de los monarcas, y con poemas se exaltaban las fiestas religiosas. Francisco Cervantes de Salazar reprodujo los dedicados a Carlos V en su Túmulo imperial… (1560) y Juan Pérez Ramírez, a su vez, recogió en Desposorio espiritual entre el pastor Pedro y la Iglesia mexicana (1574), los que se recitaron con motivo de la consagración del arzobispo Pedro Moya de Contreras. Otros poetas de la época, todos a la manera española, fueron Fernando Córdoba Bocanegra, Juan Adriano, Juan Arista, Catalina Eslava la primera escritora novohispana que registra la historia, Francisco Terrazas y Salvador Cuenca. Baltasar Dorantes hizo versos satíricos y Juan de Gaona se distinguió como prosista. En Eugenio Salazar es evidente la imitación de Garcilaso.
El mimetismo formal, sin embargo, no agotó la actividad literaria. Pronto fueron ganando terreno los motivos autóctonos. Bernardo de Balbuena (1561-1627) conoció y practicó los mecanismos de la poesía épica resucitada por el Renacimiento. Pero los usó para ensalzar la Grandeza mexicana, en cuyo texto pretendió abarcar la topografía, la flora, la sociedad y las costumbres del virreinato. Según la crítica, el tono ponderativo, el estilo brillante, la abundante información, el recurso ornamental y la riqueza de elementos hicieron de esta obra la mejor realización de la poesía descriptiva de su tiempo.
Varios fueron los frailes que escribieron poesías en lenguas indígenas, con el propósito de difundir entre los aborígenes las nociones de la fe. Francisco Pimentel (Obras completas, t. IV, 1903) consigna, entre otras, Diálogo o coloquios en lengua mexicana entre la Virgen María y el Arcángel San Gabriel, por fray Luis de Fonsalida; Varias canciones en verso zapoteco, sobre los misterios de la religión, para uso de los neófitos de la vera-paz (manuscrito), por fray Luis Cáncer; Poesías sagradas de la Pasión de Jesucristo y de los hechos de los apóstoles, en idioma kachiquel (manuscrito), por fray Domingo Vico; Varios cantares sagrados para uso de los indios de Chilapa, por fray Agustín de la Coruña; y Tres libros de comedias en mexicano, por fray Juan Bautista. Caso de excepción fue el indígena Francisco Plácido, príncipe tecpaneca, quien recitó los Cánticos de las apariciones de la Virgen María al indio Juan Diego, obra suya, en 1535, cuando se colocó la imagen de Guadalupe en su primitiva ermita.
En la lírica y en la mística se presentaron menos oportunidades para que se expresara la sensibilidad de los criollos y de los mestizos que todavía no acababa de plasmarse, pero que ya mostraba rasgos diferentes a los peninsulares. En estos géneros se emplearon los metros y los motivos tradicionales. Lo importante, para los poetas novohispanos de entonces, era el alarde de virtuosismo, el dominio de una técnica que no debía ser patrimonio exclusivo de quienes la habían creado. A su manera, esta fue una afirmación de igualdad que, aunque constreñida a los límites del fenómeno literario, implicaba un pronunciamiento en el orden político.
El teatro fue uno de los medios más eficaces con que contaron los evangelizadores para desarrollar su labor. La Representación del fin del mundo, auto sobre el juicio final escrito por fray Andrés de Olmos, se puso en escena en Santiago Tlatelolco en 1533. Fue el inicio de una actividad en la que predominaba el interés didáctico, al que se sacrificaban las bellezas del estilo o la coherencia de la trama, e iba dirigida a un público ingenuo al que había que enseñar divirtiendo. Los escritores de teatro culto, en cambio, no tenían más limitación que la de sus capacidades y la de los convencionalismos dramáticos inexorables de esa época. Los Coloquios espirituales y sacramentales y canciones divinas de Fernán González de Eslava, publicados en 1610, son el mejor ejemplo novohispano de este género; corresponden al teatro prelopista, heredero y continuador del medieval, y tienen gran interés literario, histórico y lingüístico.
Entre los demás nombres y títulos que podrían citarse merece un sitio aparte, por su importancia excepcional, el de Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza. Nacido en México en 1581 y licenciado en ambos derechos por la Real y Pontificia Universidad, sintió desde muy joven la atracción de los escenarios madrileños, entonces poblados por las criaturas de ficción de esos monstruos de la naturaleza que fueron Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca. Parecía imposible añadir nada a lo ya escrito por estos dramaturgos ni colocarse frente a ellos en plan de igualdad. Aun en un plano secundario era preciso alternar con famas tan altas y tan bien ganadas como las de Quevedo, Vélez de Guevara y Mira de Amescua. Sin embargo, Ruiz de Alarcón tuvo la osadía, siendo indiano, padeciendo deformidades físicas y no teniendo el apoyo ni de un linaje, de una fortuna ni de un valimiento poderoso, de pretender explorar campos no frecuentados por los autores en boga. Tal osadía despertó contra el advenedizo una hostilidad que no se detuvo ante el exceso de impedir la representación de sus comedias arrojando bombas pestilentes entre el público. Retirado de lides que tan poco tenían que ver con el arte, Ruiz de Alarcón se consagró, a solas, al perfeccionamiento de su obra en la que se coronó con el laurel de creador del teatro de caracteres. Al vértigo de la acción, desencadenado por Lope y sus émulos, opuso la reflexión; al impulso vital, el raciocinio lúcido; a los abstrusos problemas teológicos, los planteamientos de una moral concreta, no de predestinado ni al cielo ni al infierno, sino de hombre de este mundo en sus relaciones con otros hombres. Estos rasgos hacen de sus personajes un espejo en el que se reconoce sin dificultad el lector moderno. La novedad de la perspectiva y la sobriedad del lenguaje se atribuyen a su origen y a su formación intelectual y así, aunque no haya en sus obras alusiones importantes a México, es tan mexicano por su nacimiento como por su estilo. De los 27 títulos que se han comprobado como auténticos suyos destaca por su perfección La verdad sospechosa, agudo análisis de una personalidad patológica y de las situaciones que engendra, asunto que parafrasea Corneille en Le manteur y que de aquí pasa al teatro de Molière. Las paredes oyen, Mudarse por mejorarse, El tejedor de Segovia, Los pechos privilegiados siguen gozando del favor del público, que se solaza aún en la justeza de las apreciaciones, en el preciso dibujo de los protagonistas, en la trabazón de los episodios y en la actualidad de los conflictos.
El siglo XVII trajo consigo un cambio en el gusto estético. En la larga lucha librada en la Península entre concepcionistas y culteranos acabaron por prevalecer estos últimos y por instaurar la corriente barroca. El escritor era un hombre de ingenio, capaz de combinar, de mil modos diferentes, los vocablos al parecer más remotos y de alambicar las frases hasta tornarlas oscuras o de revestirlas de tan espesa capa de erudición que sólo resultaran accesibles a un muy selecto grupo de iniciados. El barroco, que se presta a la exageración y al fraude, proliferó en la Nueva España con tal exceso que la habilidad retórica acabó por confundirse con el talento, al punto de que cualquiera que se atreviese a poetizar o prosificar de modo gracizante y latinoso, como decía Quevedo, sentaba plaza de Caballero del Parnaso. Poetas latinos fueron Juan Muñoz Molina, Francisco Samaniego, fray Juan Valencia, Francisco Deza y Ulloa, Mateo Catroverde y Bernardino Llanos. Este último se distinguió como autor de juegos y caprichos literarios, tales como anagramas, acrósticos, centones, emblemas, laberintos y símbolos, formas que suelen apostillar los periodos de decadencia. Practicaron la poesía lírica Luis Sandoval y Zapata, Juan de Guevara el más apreciado de su tiempo, el padre Nicolás de Guadalajara, Pedro Muñoz de Castro y Francisco Ayerra y Santa María; la narrativa, Arias Villalobos autor de la Historia de México en verso castellano desde la venida de los acolhuas hasta el presente (1623), Francisco Corchero Carreño, Gaspar Villagrá y Antonio Morales Pastrana; la descriptiva de la naturaleza y del arte, Diego Rivera; y la dramática, Juan Ortiz de Torres, Jerónimo Becerra, Antonio Medina Solís, Agustín Salazar y Torres, y Alonso Ramírez y Vargas. De las biografías en verso, entonces muy apreciadas, es buen ejemplo la de fray Payo Enríquez, escrita por José López Avilés (Debido recuerdo de agradecimiento leal). La Canción a la vista de un desengaño, de Matías Bocanegra, era muy popular, y en las ceremonias civiles y religiosas se preferían las versificaciones de María Estrada Medinilla y de sor Teresa de Cristo, religiosa del convento de la Concepción de México.
De tantos y tantos nombres como éstos que ha devorado el tiempo, sobrevive, íntegro, el de Sor Juana Inés de la Cruz, llamada la Décima Musa por sus contemporáneos. Pasma por su precocidad, pues antes de cumplir los tres años aprendió a leer y a los ocho compuso una loa en honor del Santísimo Sacramento. Versificaba tan espontáneamente que había de esforzarse por advertir que no es éste el modo común de hablar. Admira por la universalidad de su cultura de autodidacta, pues nada humano le fue ajeno: ni las ciencias, ni la teología, ni el arte. Compuso tratados, averiguó leyes, citó autoridades. Conmueve por lo excepcional de su condición, pues fue una mujer cuya cabeza era erario de sabiduría y que no aspiraba a otra corona que a la de espinas. Su vida fue breve y ejemplar. Nació en 1651 en el pueblo de Nepantla, una comunidad mexicana tan humilde que su nombre sólo quiere decir en medio, como alusión a otras dos que le son equidistantes; a los 13 años fue recibida en Palacio, después de haber sido rechazada por motivo de su sexo en la Universidad, con el título de muy querida de la Señora Virreina. Ingresó en 1667 en el convento de San José de las Carmelitas Descalzas, el cual abandonó por no soportar su salud el rigor de la regla. Después de un breve intervalo en el mundo profesó en una comunidad de monjas jerónimas. En su celda escribió poemas, villancicos, autos sacerdotales y comedias. Lo profano y lo sagrado se mezclaron en sus letras y poco a poco fue dando acogida a la multitud de su pueblo a la que prestó su voz. Así habla el indio con las dulcísimas cláusulas del mexicano lenguaje; el negro, balbuciente como un niño; el bachiller hinchado de pedantería; el poeta pobre; el campesino inocente. Y la dama y el galán de la aristocracia y los criados socarrones y las dueñas cómplices y la soldadesca borracha. Allí está el reflejo de la vida cortesana, tan complicadamente frívola. Allí se cava el curso de la preocupación teológica y del afán de aleccionamiento. Del entrañable conocimiento de lo suyo, Sor Juana transita con facilidad a la conciencia de que existe algo radicalmente distinto ya entre lo novohispano y lo español. Ella misma se proclama paisana de los metales y se define con una serie de características que son las de la incipiente nacionalidad. Ese libre tuteo con el mundo, ese interés solícito por las criaturas, esa curiosidad por las cosas, esa cortesía, esa amistad, ese amor por las personas no eran actitudes que se considerasen compatibles con lo que entonces se entendía como la vida religiosa. Llovieron las amonestaciones, los reproches de sus superiores jerárquicos. Juana se defendió argumentando, pero los reproches adquirieron tono de amenaza. Cedió al fin, no se sabe si convencida o desfalleciente y renunció a los estudios humanos. Repartió los libros de su biblioteca y los aparatos que ayudaban a sus meditaciones. Un año después murió a los 44 de su edad.
Amigo, colaborador de Sor Juana, fue Carlos de Sigüenza y Góngora, cuya fama principal es la de erudito, pero que ha de situarse aquí como el autor del primer relato ficticio (género prohibido por la Inquisición) cuando hace la Relación de los infortunios de Alfonso Ramírez. Escribió también Primavera indiana (1662), poema sacro-histórico sobre la Virgen de Guadalupe, por el cual la Décima Musa lo llamó Dulce, canoro Cisne Mexicano.
El siglo XVIII repudió a medias el barroquismo y le opuso una nueva escuela, el neoclasicismo, que pretendió recuperar el equilibrio por las vías del rigor gramatical y lógico. Mientras el padre Diego José Abad (1727-1779), latinista, autor de Heroica de deo Carmina, procuraba destruir las sutilezas escolásticas en filosofía y el gongorismo en literatura, Francisco Ruiz de León hacía una ampulosa exaltación lírica de la Conquista en La Hernandisa y daba a sus 330 décimas sobre los dolores de la Virgen María al pie de la cruz, el título barroco de Mirra dulce para aliento de pecadores (1790). El presbítero José Manuel Sartorio (1746-1828), a su vez, caía en el prosaísmo, género así llamado porque trataba en verso de objetos comunes, materia de la prosa, y no de la representación sensible del bello ideal, sustancia de la poesía. En contraste con sus contemporáneos, fray José Manuel Martínez de Navarrete (1768-1809) fue ejemplo de sencillez y naturalidad clásicas, de espontaneidad, de objetivismo; religioso y humanista a la vez, no dudó en asociar en sus poemas la teología con la mitología. Poeta latino de gran aliento fue el jesuita Rafael Landívar (1731-1793), quien describió en su Rusticatio mexicana (Módena, 1781) la geografía, la historia, la flora, la fauna, los minerales y los juegos de Nueva España.
A fines del siglo XVIII y principios del XIX brillaron también, aunque con menores luces, Luis Antonio Aguilar, de pesada erudición teológica; Manuel Zumaya, que hizo teatro de circunstancias; José Antonio Pérez Fuentes, y Manuel Santos Salazar y Francisco Soria, escritores indo-hispanos; Pedro Reinoso, latinista; José Rafael Larrañaga, traductor en versos castellanos de todos los poemas de Virgilio; Francisco Javier Alegre, que vertió al latín La Ilíada y al español cuatro sátiras y una epístola de Horacio; José Bernández de Rivera, conde de Santiago de la Laguna, que incursionó en la didáctica religiosa; Luis G. Zárate, epigramista, llamado el Marcial Mexicano; José Mociño, que describió la erupción del volcán del Jorullo en versos latinos; Manuel Gómez Marín, autor de El currutaco por alambique (1799), sátira contra los jóvenes que se precian de elegantes; y Juan Francisco Azcárate y Lezama, de cuya pluma salieron unos Breves apuntes para la historia de la literatura de Nueva España.
El siglo XIX fue el de la Guerra de Independencia. Los sobresaltos políticos, si dificultaban por una parte la redacción, la impresión y la circulación de los libros, por la otra sirvieron de catalizadores para que el escritor se consagrase a su tarea no como a un pasatiempo sino como a un sacerdocio. Literatos que vivieron la transición entre el virreinato y la República fueron Anastasio María Ochoa (1783-1833), dramaturgo traductor de Las Heroidas de Ovidio, epigramista y excelente poeta satírico; Manuel Sánchez de Tagle (1782-1847), redactor y firmante del Acta de Independencia, imitador de las formas greco-latinas, pero sustituyendo en ellas los argumentos clásicos por asuntos originales de la época, expresados con el fuego de sus sentimientos personales, con la gravedad de su carácter; y Francisco Ortega (1793-1849), autor de una prosodia española en verso, de un apéndice a la Historia antigua de Veytia, de himnos religiosos, de poemas patrióticos y del melodrama México Libre, representado en ocasión de la jura de la Independencia en el Teatro Principal de la capital el 27 de octubre de 1821.
En la prosa influyó la picaresca, de honda raigambre castellana. El pícaro, hombre marginado de una sociedad que no acierta ni a satisfacer sus necesidades ni a servirse de sus potencialidades, se encontró en las mejores condiciones para ejercer la crítica sobre una organización que tan poco le favorecía, que tantos contrastes absurdos mostraba, que se asentaba sobre postulados que sólo la cobardía, la inercia o la falta de examen hacía perdurables. Por eso José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827), El Pensador Mexicano, periodista, revolucionario activo, escogió como personaje de la primera novela americana, propiamente dicha, a un pícaro: El Periquillo Sarniento. En sus páginas, que se publicaron en 1816, aparte de hacer una minuciosa y detallada descripción de las costumbres, instituciones y tabúes que rigieron la vida colonial, pretende ofrecer una nueva tabla de valores que remedie los males padecidos hasta entonces y que inaugure una nueva era de prosperidad y de justicia. Aparte de este libro, que es el más logrado y famoso de los suyos, Fernández de Lizardi posee una extensa bibliografía en la que destacan La Quijotita y su prima y la Vida y hechos del famoso caballero don Catrín de la Fachenda, publicada en 1832, después de su muerte. Son también importantes sus poesías El unipersonal de Iturbide (1823), monólogo en versos endecasílabos; El negro sensible (1825), melodrama; y La tragedia del padre Arenas (1827), pieza alegórica en cuatro actos.
Antes de Fernández de Lizardi habían escrito novelas en México, aunque sin ningún mérito, Juan Piña Izquierdo, castellano avecinado en Puebla (Novelas morales, Madrid, 1624); José González Sánchez (Fabiano y Aurelia, manuscrito, 1760); Jacobo Villaurrutia (Memorias para la historia de la virtud, Alcalá, 1752) y Anastasio María Ochoa, autor de una narración costumbrista.
El romanticismo, que había tenido ya sus momentos de mayor esplendor en Europa, fue acogido en América con entusiasmo. Afiliarse a él permitió a los escritores de estas latitudes descubrir su paisaje, exaltar y mistificar el pasado indígena, afirmar las peculiaridades de lo autóctono y contraponerlo a lo extranjero, de manera que resultara preferible dar rienda suelta a los sentimientos, atropellando para ello si fuere necesario las reglas de la composición y la retórica. En suma, el romanticismo fue, en las letras, la ruptura de las cadenas, el grito de libertad y autonomía.
Ignacio Rodríguez Galván (1816-1842) pasa por ser el introductor del romanticismo en México: describió con realismo las formas exteriores e idealizó el mundo interior, pues la belleza, a diferencia de los clásicos, creía encontrarla en el espíritu y no en la materia. Desde los 16 años de edad publicó poemas y dramas con temas amorosos, patrióticos y religiosos, entre otros El visitador de México y Profecía de Cuatímoc. José Joaquín Pesado (1801-1861) fue ecléctico, pues reunió en sus poesías la sencillez de los clásicos y la delicadeza y melancolía de los románticos. Manuel Carpio (1791-1860), en cambio, desarrolló de una manera propia viejos temas cristianos y se complacía, llevado por un ánimo descriptivo, más en observar que en sentir. Manuel Eduardo de Gorostiza (1789-1851), militar, diplomático y dramaturgo, dejó buen número de piezas teatrales que aún se siguen representando, en especial Contigo pan y cebolla (Londres, 1833), si bien sólo escribió en México Las costumbres de antaño (1833). Fernando Calderón (1809-1845) produjo dos dramas caballerescos, una pieza de tema histórico y una preciosa comedia de costumbres. Escribieron novelas el conde de la Cortina: Leona y Euclea o la griega de Trieste (1845); Fernando Orozco y Berra (1822-1851): La guerra de treinta años; Juan Díaz Covarrubias (1831-1859): La clase media, El diablo en México y Gil Gómez el insurgente o la hija del médico; Justo Sierra O'Reilly (1814-1861): El mulato, Un año en el Hospital de San Lázaro y La Hija del Judío; y Florencio María del Castillo (1828-1863): Hermana de los ángeles.
De 1810 a 1885 ensayaron la poesía, entre muchos otros, Juan N. Troncoso (murió en 1830), fabulista; Andrés Quintana Roo (1787-1851), gran impulsor de las letras, acaso el primero que se empeñó en la observancia de las reglas prosódicas; los yucatecos Wenceslao Alpuche (1804-1841), José A. Cisneros (1826-1880) y Ramón Aldana (1832-1882); el cubano José María Heredia (nació en 1803), Juan Nepomuceno Lacunza (1822-1843); Francisco González Bocanegra (1824-1861), autor de los versos del Himno Nacional; Marcos Arroniz, ultrarromántico; Francisco Granados Maldonado; Juan Valle, sentimentalista; la española Isabel Prieto de Landázuri, la duranguense Dolores Guerrero, la tabasqueña Teresa Vera y la tapatía Juana Ocampo y Morán; el presbítero Miguel G. Martínez y Manuel Pérez Salazar, en Puebla; Manuel Acuña (1849-1873), de quien Menéndez Pelayo dijo que era áspero materialista, talento descarriado; José María Lafragua (1813-1875), Pantaleón Prieto (1828-1876), José María del Castillo y Lanzas (1801-1878), Antonio Plaza (1833-1882), José Rosas Moreno (1838-1883), Francisco de Paula Guzmán (murió en 1884), Manuel M. Flores (1840-1885), Gabino Ortiz (1819-1885), Alejandro Arango y Escandón (1821-1883) y José Sebastián Segura (1822-1879).
Sin embargo, Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto e Ignacio Manuel Altamirano fueron los escritores más importantes de esa época. Hombres de acción, intervinieron decisivamente en la vida política. Las novelas que gozaron de más amplia popularidad son Los bandidos de Río Frío de Manuel Payno, Astucia, el jefe de los Hermanos de la Hoja, o los charros contrabandistas, de Luis G. Inclán y La linterna mágica, título bajo el que coleccionó sus obras José Tomás de Cuéllar. Las aventuras y la descripción de las costumbres fueron el meollo de los relatos hasta que el romanticismo dejó de corresponder a las circunstancias históricas y fue sustituido por otras escuelas que no sólo privaban en los círculos literarios europeos sino que se avenían mejor a la actualidad mexicana de fines del siglo XIX.
El realismo y aun el naturalismo se desarrollaron y llegaron a su culminación durante el porfiriato. Treinta años de estabilidad, de paz y de progreso aparente permitieron que la literatura se despreocupara del mensaje ideológico y se ocupara de la experimentación formal. La calma exterior permitió a los escritores la frecuentación de los textos que querían ser asimilados para que su imitación resultara fructífera; y la observación del ambiente, para reproducirlo con una exactitud fotográfica. Pese a tan favorables condiciones, la de escribir no era todavía una profesión tan lucrativa como para que pudiera excluir a cualquier otra. Era una afición, un lujo que sólo se daban quienes contaban con ingresos seguros y decorosos. Así, no es raro que en los nombres que se citan a continuación se vea cómo la literatura era capaz de aliarse con la diplomacia, la jurisprudencia, la política, la burocracia. Emilio Rabasa, autor de La bola (1887); José López Portillo y Rojas, de La parcela (1898); Heriberto Frías, de Tomóchic (1892), y Federico Gamboa, de Santa, constituyen la pléyade de novelistas que junto con los poetas precursores del modernismo: Manuel Gutiérrez Nájera, Salvador Díaz Mirón, Manuel José Othón y Amado Nervo, vieron derribada su torre de marfil por la vorágine revolucionaria de 1910.
Coincidiendo con el final del régimen porfirista y del modernismo, se fundó la Universidad Nacional de México y nació el Ateneo de la Juventud. Justo Sierra y Pedro Henríquez Ureña, animadores de una y otro, aspiraban a suscitar en los jóvenes el conocimiento y el estudio de la cultura mexicana dentro del cuadro general del pensamiento universal. La amplitud de la tarea hizo mudar aun el estilo de vida de los escritores, quienes pasaron de la bohemia al gabinete casi sin gradaciones. Fueron ateneístas, en sus años mozos, Antonio Caso, siempre inscrito en el campo de la filosofía; José Vasconcelos y Alfonso Reyes, que unieron las preocupaciones filosóficas y aun científicas con las literarias; Enrique González Martínez, Rafael López, Roberto Argüelles Bringas, Manuel de la Parra, Alfonso Cravioto, Ricardo Gómez Robledo, Jesús T. Acevedo y Julio Torri, en cuya obra, fundamentalmente de creación literaria, priva el vigor intelectual, el espíritu crítico y el interés por los temas nacionales; Carlos González Peña, que cultivó los estudios gramaticales, la crónica y la historia literaria; Genaro Fernández MacGregor y Eduardo Colín, dedicados fundamentalmente a la crítica, y Alejandro Quijano, entregado a la defensa y al mayor lustre del idioma.
De 1912 a 1914, en plena época de confusión e inestabilidad política, desaparecido ya el Ateneo y dispersos sus miembros, Francisco González Guerrero, Rodrigo Torres Hernández y Gregorio López y Fuentes publicaron la revista Nosotros, consagrada a recoger la obra de sus predecesores, a buscar ellos mismos su lenguaje poético y a suscitar nuevas vocaciones.
El grupo de Los Siete Sabios corresponde a la generación de 1915: Alfonso Caso, Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez Morín, Alberto Vázquez del Mercado, Teófilo Olea y Leyva, Jesús Moreno Vaca y Antonio Castro Leal se formaron bajo la influencia filosófica de Antonio Caso y la literaria de Henríquez Ureña; pero todos ellos derivaron en la madurez hacia las más contrastantes direcciones ideológicas, llegado a significarse en la vida del país, cada uno en su campo, de modo preminente. Sólo Castro Leal siguió cultivando la literatura: ensayista y crítico, ha reunió antologías y escribió ensayos, cuentos y poemas.
Son de la misma época Francisco Monterde, poeta, dramaturgo, novelista y crítico de la literatura mexicana; Julio Jiménez Rueda, que pasó del teatro y la novela a la historia literaria y a la investigación; Ermilo Abreu Gómez, especialista en letras y escritores coloniales, sobre todo en Sor Juana, y autor de dramas, en su juventud, y de lecciones y juicios en su edad adulta; y Manuel Toussaint, que abandonó el relato y los estudios literarios para consagrarse de lleno a la investigación, la difusión y la enseñanza del arte colonial. Distinta fue la corriente colonialista, en boga de 1917 a 1926, que trató de revivir los modos de expresión virreinales. Monterde, Jiménez Rueda, Abreu Gómez, Cravioto y Manuel Horta escribieron novelas y ensayos en ese estilo, pero muy especialmente Artemio del Valle Arizpe, quien habría de consagrar toda su obra a novelar y reseñar con gran éxito ese periodo.
En esos mismos años González Martínez convocaba a una profunda comprensión poética de la vida, como reacción ante las apariencias formales exaltadas por el modernismo; y Ramón López Velarde descubría para los propios mexicanos el continente poético de la provincia y luego, en La suave Patria, escrita en ocasión del primer centenario de la consumación de la Independencia, les entregaba un resumen lírico y épico de la nación, que a pesar de sus audacias y caprichos verbales y conceptuales, o acaso por ello, todos sintieron como propio. En cuanto se hizo público el primer libro de poemas de López Velarde, La sangre devota (1916), surgieron los continuadores de sus temas aparentes: Manuel Martínez Valadez, en Guadalajara, publicó Visiones de provincia (1918) y Alma solariega (1923); Enrique Fernández Ledesma, zacatecano, Con la sed en los labios (1919); Francisco González León, de Lagos de Moreno, que ya había dado a las prensas Megalomanías (1912), reunió su producción en Campanas de la tarde (1922) y De mi libro de horas (1937); Severo Amador, zacatecano, escribió Cantos de la sierra (1918) y Las baladas del terruño (1931, póstumo); y Alfredo Ortiz Vidales, moreliano, En la paz de los pueblos (1923). Pusieron nota de exotismo a los primeros años veintes el japonismo de José Juan Tablada y Efrén Rebolledo; y de solidaridad continental, las revistas El Maestro (1921-1923), La Falange (1922-1923) y La Antorcha (1924-1925), inspiradas por Vasconcelos.
La lucha armada tuvo como principal protagonista al pueblo, pero a su entusiasmo se sumaron también los intelectuales, quienes aparte de la influencia que pudieron ejercer sobre la mentalidad de los caudillos para dar mayor lucidez a su doctrina, convirtieron los sucesos en los que tomaron parte en temas de sus obras. Así surgió una corriente vigorosa, que no respetó los viejos cánones de la narrativa porque estaba en posibilidad de imponer unos nuevos, que se atenía a la visión directa de los hechos sin el intermediario de una teoría previa, concebida y practicada en otros países y en diferentes circunstancias. A esta corriente se le ha llamado de la novela de la Revolución y fue Mariano Azuela el que la inició con Los de abajo, publicada en 1915 en El Paso, Texas, y la cual, con una admirable concisión, retrata los móviles, las conductas, los caracteres y los resultados de las acciones de quienes se lanzaron a la lucha armada para cambiar la fisonomía social, económica, política y cultural de su país. Los de abajo, pese a su brevedad, logra el balance de un acontecimiento histórico que el autor declara negativo. La nota pesimista se mantiene a lo largo de toda la producción de Azuela, entre cuyos títulos más significativos se encuentran, además, La malhora, El desquite y La luciérnaga.
Más ponderado, más lúcido, más terso y cuidado en el estilo, Martín Luis Guzmán evoca una figura fascinante en las Memorias de Pancho Villa (1938-1940) y en El águila y la serpiente (1928). En La sombra del caudillo (1929) pretende ir más allá de las apariencias para captar los mecanismos del poder y analizar unos procesos que hasta entonces parecían ser impenetrables para la razón. Rafael F. Muñoz, José Rubén Romero, Gregorio López y Fuentes y Mauricio Magdaleno contribuyeron, cada uno con sus características peculiares, a mantener la vigencia de esta corriente ante la cual todas las otras tentativas (colonialismo, estridentismo, sicologismo) permanecen en un segundo término, si no en el juicio de la crítica, que siempre reconoce su valor, sí en el favor del público para quien estos géneros se hacen menos accesibles. Han escrito también relatos, cuentos y novelas inspirados o enmarcados en la Revolución: Martín Gómez Palacio, Francisco L. Urquizo, Jorge Ferretis, Cipriano Campos Alatorre, Bernardino Mena Brito, el Doctor Atl, Francisco Rojas González, Hernán Robleto, José Mancisidor, José C. Valadés, José Guadalupe de Anda y Nellie Campobello.
La literatura de contenido político y social, proletaria, indigenista y popularista fue también consecuencia de la Revolución. Destacaron en estos géneros, sobre todo en la década de los cuarentas, Miguel Ángel Menéndez, Xavier Icaza, César Garizurieta, Juan de la Cabada, José Revueltas, Carlos Gutiérrez Cruz, José Alvarado, Antonio Mediz Bolio, Andrés Henestrosa, Héctor Pérez Martínez, Miguel N. Lira, Daniel Castañeda y Margarita Gutiérrez Nájera. En esos años Ángel María Garibay K. y Miguel León-Portilla empezaron a estudiar y a divulgar la literatura náhuatl, y Vicente T. Mendoza emprendió la investigación del folclore.
Hijo menor de la palabra se llamó a sí mismo Alfonso Reyes, cuya figura arroja una sombra venerable sobre ésta y otras generaciones sucesivas, con las que se une por el tiempo y de las que se separa por la perspectiva que le proporciona una cultura universal, una personalidad polifacética que iba desde el más riguroso ensayo literario hasta la gracia de la poesía de circunstancias.
Figuras aisladas de gran mérito fueron los poetas Joaquín Méndez Rivas y José D. Frías, uno de robusta inspiración, el otro conturbado por las confesiones y frustraciones de la bohemia; José de J. Núñez y Domínguez y Luis Castillo Ledón, ensayistas e historiadores; y Francisco González León y Enrique Fernández Ledesma, cantores de la provincia. En 1922-1923 surgió el movimiento estridentista, versión mexicana del ultraísmo, cuyo principal animador fue Manuel Maples Arce, al que se unieron después entre otros, Arqueles Vela y Germán List Arzubide. En aquella época publicaron textos y poemas y las revistas Horizonte e Irradiador. Maples Arce escribió sus memorias (Soberana juventud, 1971) y List Arzubide varios libros de cuentos, en un estilo del todo diferente.
Carlos Pellicer, Bernardo Ortiz de Montellano, Octavio G. Barreda, Jaime Torres Bodet, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia y Salvador Novo fueron los principales miembros del grupo Contemporáneos, así llamados por el nombre de la revista en cuyas páginas coincidieron. Preocupados por introducir a la literatura mexicana las corrientes vanguardistas europeas, especialmente francesas, consumaron, cada quien a su manera, la renovación estilística que había iniciado López Velarde. Años antes, en 1918, habían publicado en la Escuela Nacional Preparatoria la revista San-Ev-Ank, donde se hallan sus primeras producciones.
Carlos Pellicer es el cantor de las grandes gestas heroicas de la América hispana, el que mueve sus enérgicas piernas de caminante de un ámbito a otro de estas enormes latitudes para alabar el paisaje y revivir los mitos. A partir de 1914, en que empezó a publicar sus poemas, una larga evolución lo ha conducido de la sensualidad exuberante hasta la mística. La recolección de su Material poético (1962) permitió a los lectores apreciar un don verbal casi inagotable, una capacidad de fruición que la edad no atempera y que la sabiduría sólo aquilata. Ortiz de Montellano trató de expresar el diálogo constante entre la vida y la muerte y de penetrar al reino de los sueños. A José Gorostiza, que en 1925 había dado a las prensas Canciones para cantar en las barcas, le bastó para consagrarse Muerte sin fin (1939), poema metafísico que se propone explicar la sustancia y el destino de la existencia humana, en un afán esclarecedor omnicomprensivo cuyo único antecedente en la tradición de las letras castellanas sería el Primer sueño, de Sor Juana. Torres Bodet, educador, diplomático y varias veces ministro, ha trasmitió en sus poemas, relatos, novelas, discursos y memorias, las experiencias radicales del hombre, vividas y discernidas desde la altura de su noble humanismo y su heroísmo moral. Barreda aplicó su mayor dedicación a descubrir y estimular nuevos valores, cuyas primicias dio a conocer en revistas por él fundadas, entre otras Letras de México (1937-1947) y El Hijo Pródigo (1943-1946). Villaurrutia, que meditó con una desesperada lucidez sobre la inanidad de la vida, y Salvador Novo, que recata el desgarramiento de su sensibilidad bajo un velo de humor, siguen a su vez representando, al igual que sus otros compañeros de generación, un ejemplo de trabajo sostenido y una influencia perdurable. Otros escritores del mismo grupo, o que florecieron en esa época, son Jorge Cuesta, Enrique González Rojo, Enrique Asúnsulo, el nicaragüense Salomón de la Selva, Gilberto Owen, Carlos Díaz Dufoo Jr., Rubén Salazar Mallén, Renato Leduc, Bernardo J. Gastélum, Eduardo y Carlos Luquín, Eduardo Villaseñor, Samuel Ramos (v. FILOSOFÍA), Elías Nandino, José Martínez Sotomayor y Alfonso Gutiérrez Hermosillo. Rodolfo Usigli (Premio Nacional de Letras 1972) se ha distinguido como dramaturgo: satiriza las costumbres privadas y públicas en sus Comedias impolíticas y en El gesticulador y recrea tres momentos estelares de la historia mexicana en Corona de fuego, cuyo protagonista es Cuauhtémoc; Corona de luz, que propone una interpretación audaz y novedosa acerca de la Virgen de Guadalupe; y Corona de sombra, que contrapone las figuras de Maximiliano y de Juárez.
Hacia 1940 eran ya conocidos, o iniciaban su obra, en la prosa: Teodoro Torres, Guillermo Jiménez, Alfredo Maillefert, Antonio Acevedo Escobedo, José Gómez Robleda, José María Benítez, Aurelio Robles Castillo, Rosa de Castaño, Asunción Izquierdo, Guadalupe Marín, María Elvira Bermúdez, Magdalena Mondragón, María Luisa Ocampo, Judith Martínez Ortega, Leopoldo Zamora Plowes, Rodolfo González Hurtado, Luis Enrique Erro, Alejandro Núñez Alonso, José Meana, Ricardo Cortés Tamayo, Raúl Ortiz Ávila, Rodolfo Benavides, Armando Chávez Camacho, Guillermo Zárraga, Rafael Bernal y Francisco Tario, estos tres últimos dedicados al género fantástico; en la lírica: Alfonso Junco, Alfredo R. Placencia, Leopoldo Ramos, Alfredo Ortiz Vidales, Rafael Lozano, José Muñoz Cota, Jesús Zavala, Francisco Orozco Muñoz, Clemente López Trujillo, José López Bermúdez, J. Jesús Reyes Ruiz, Vicente Echeverría del Prado y Roberto Guzmán Araujo; en el teatro: José Joaquín Gamboa, Víctor Manuel Díez Barroso, José F. Elizondo, Ricardo Parada León, Adolfo Fernández Bustamante, Ladislao López Negrete, Juan Bustillo Oro, Carlos Noriega Hope, Catalina D'Erzell, Amalia Caballero de Castillo Ledón, Teresa Farías de Issasi, Margarita Urueta y Concepción Sada; en los estudios humanísticos: Gabriel y Alfonso Méndez Plancarte y Octaviano Valdés; en filología: Pablo González Casanova y J. Ignacio Dávila Garibi; en estudios bibiliográficos: Juan B. Iguíniz y Felipe Teixidor; en investigación y crítica literaria: Andrés Iduarte, José María González de Mendoza, Rafael Heliodoro Valle, José Rojas Garcidueñas, Salvador Ortiz Vidales y Baltazar Dromundo; en ensayo político y social: Daniel Cosío Villegas, Jesús Silva Herzog y José E. Iturriaga; en filosofía: Antonio Gómez Robledo, Edmundo O'Gorman y Adolfo Menéndez Samará; y en crítica de arte: Salvador Toscano, Justino Fernández y Francisco de la Maza.
La generación de la revista Taller (1938-1941) estuvo formada por poetas y novelistas a quienes sólo inicialmente unió una actitud de rechazo al esteticismo de los Contemporáneos. El más ilustre de todos ellos es Octavio Paz. En un ensayo que ya se considera clásico sobre lo mexicano (El laberinto de la soledad, 1950) sostiene que, en el terreno estrictamente intelectual, la Revolución tuvo la virtud de acabar con muchos prejuicios obsoletos para sustituirlos con imágenes más adecuadas de una realidad que ya tiene perfiles propios, que ya se afirma, con decisión, frente a otras en las que hasta entonces se había confundido, o a las cuales había aspirado a emular. Esta toma de conciencia lo ha llevado a enjuiciar, en textos políticos de alto valor literario, situaciones recientes de México. Otros miembros de ese grupo fueron los poetas Efraín Huerta, Alberto Quintero Álvarez, Neftalí Beltrán, Rafael Vega Albela, Octavio Novaro, Enrique Gabriel Guerrero, Carmen Toscano, Mauricio Gómez Mayorga, Manuel Lerín y Vicente Magdaleno; el narrador Efrén Hernández, el polígrafo Rafael Solana y el ensayista político Enrique Ramírez y Ramírez.
La generación de la revista Tierra Nueva (1940-1942), a su vez, se propuso conciliar la tradición y la modernidad. Fueron sus exponentes más distinguidos Alí Chumacero y Jorge González Durán, poetas, el ensayista e historiador Leopoldo Zea y el crítico José Luis Martínez, cuyas antologías, monografías, prólogos y notas son indispensables para la comprensión histórica del fenómeno literario. Fuentes de primera importancia son sus libros Literatura mexicana siglo XX (2 vols., 1949-1950), La expresión nacional. Letras mexicanas del siglo XIX (1955) y El ensayo mexicano moderno (2 vols., 1958). Contemporáneos a esta promoción han sido Antonio Magaña Esquivel, Alberto T. Arai, Juan R. Campuzano, Miguel Bustos Cerecedo, Manuel Calvillo, Bernardo Casanueva Mazo y el costarricense Alfredo Cardona Peña; en Guadalajara, Adalberto Navarro Sánchez y Arturo Rivas Sainz; y en Saltillo, Rafael del Río y Héctor González Morales.
A partir de 1940 ocurrió un considerable aumento en la actividad literaria, manifiesto en la proliferación de revistas y en el surgimiento de nuevos valores: Rueca (1941-1952), donde escribieron María del Carmen Millán, Margarita Michelena, Rosario Castellanos y Guadalupe Amor, entre otras; Tiras de Colores (1943-1947); Espiga (1944-1945), medio de expresión de Fedro Guillén, Wilberto Cantón y Bernardo Jiménez Montellano; Vórtice (1945-1947), Firmamento (1945-1946), Suma Bibliográfica (1946-1950), Fuensanta (1948-1954) y Prometeus, en la ciudad de México; y en la provincia: Eos (1943), Pan (1945-1946), Ariel (1949-1953), Xalixtlico (1950-1953) y Et Caetera (1950-), en Guadalajara, donde se dieron a conocer Juan José Arreola, Juan Rulfo, Adalberto Navarro Sánchez y Emmanuel Carballo; Umbral (1949), en Guanajuato; Letras Potosinas (1943-) y Estilo, en San Luis Potosí, entre cuyos animadores destacan Luis Chesal, Jesús Medina Romero y Joaquín Antonio Peñalosa; Armas y Letras (1944-) y Trivium (1948-1951), en Monterrey, asociadas a los nombres de Alfonso Rangel Guerra, Agustín Basave Fernández del Valle, Alfonso Reyes Aurrecochea y Alfonso Rubio y Rubio; Viñetas de Literatura Michoacana (1944-1947), Trento (1944), Gaceta de Historia y Literatura (1947-) y La Espiga y el Laurel (1947), en Morelia; El Reproductor Campechano (1944-), en Campeche; Cauce (1945-1946), en Puebla; Letras de Sinaloa (1947), en Culiacán; Cauce (1948), en Torreón; Hojas de Literatura (1948), en Veracruz, y algunas otras.
En la quinta década del siglo XX iniciaron su producción los poetas Rubén Bonifaz Nuño, Jaime García Terrés, José Cárdenas Peña, Miguel Guardia, Roberto Cabral del Hoyo, Celedonio Martínez Serrano, Miguel Castro Ruiz, Francisco Alday y José Medina Romero; y las poetisas María Luisa Hidalgo, Dolores Castro, Margarita Paz Paredes, Concha Urquiza, Enriqueta Ochoa y Gloria Riestra.
Cuando ya la novela de la Revolución parecía haber agotado sus posibilidades, apareció en 1947 Al filo del agua, de Agustín Yáñez, quien enfocó el asunto desde la perspectiva del realismo crítico, lo cual le permitió sobrepasar lo anecdótico para llegar a niveles más profundos y complejos. Antes había publicado evocaciones y relatos de gran riqueza imaginativa; después emprendería la magna tarea a menudo interrumpida por sus obligaciones de gobernador y de secretario de Estado de caracterizar a la sociedad de su tiempo en una serie de novelas: La creación (1959), Ojerosa y pintada (1960), La tierra pródiga (1960), Las tierras flacas (1962) y Las vueltas del tiempo (1973).
Otros dos jaliscienses advinieron en esos años al magisterio de las letras: Juan José Arreola, cuya divisa es la perfección, construyó un nuevo tipo de cuentos, inspirados en sus lecturas y no en la realidad, publicados en Varia invención (1949) y en Confabulario (1952). Más tarde manejó símbolos poéticos (Bestiario, 1959) y reunió en La feria (1963) sus recuerdos de Zapotlán, arrebatados al olvido gracias al poder de la palabra. Juan Rulfo, a su vez, sacó a luz el mundo interior de los pobladores rurales en los 15 cuentos de El llano en llamas (1953) y aun consiguió penetrar al universo metasíquico en la novela Pedro Páramo (1955), obra maestra del realismo mágico. También empezaron a escribir cuentos en esa época: Ricardo Garibay, Carballo, Jiménez Montellano, Salvador Calvillo Madrigal, Héctor Morales Saviñón, Ángel Bassols Batalla y Sergio Magaña.
En los años cincuentas cobraron notoriedad las novelas de Ramón Rubín, Ricardo Pozas y Carlo Antonio Castro, de inspiración indigenista, y las de Luis Spota; las obras de teatro de Luis G. Basurto, Cantón y Edmundo Báez; los ensayos de interpretación filosófica de Emilio Uranga, Luis Villoro, Jorge Portilla y Ricardo Guerra; los textos sociológicos de Pablo González Casanova (hijo); los estudios literarios de Antonio Alatorre, Alfonso de Alba, Luis Noyola Vázquez, Henrique González Casanova, Porfirio Martínez Peñalosa, Clementina Díaz y de Ovando y Ernesto Mejía Sánchez; y los vehementes reportazgos y ensayos de Mario Gil, Fernando Jordán, Fernando Benítez, Luis Suárez y Antonio Rodríguez.
La suma y réquiem de la Revolución, como telón de fondo de un relato, iba a lograrlos Carlos Fuentes en La región más transparente (1958), novela de tema urbano cuyo género no se había explotado hasta entonces con tanto éxito, y en La muerte de Artemio Cruz (1962), donde narra, recogiendo las evocaciones de 12 horas de agonía, el inicio circunstancial, el ascenso, la riqueza y el fin de su personaje, que bien puede identificarse con la burguesía. A partir de entonces la narrativa mexicana parece inclinarse cada vez más hacia la disección de los procesos introspectivos en los que el hombre se concibe como un ente aislado: sus estados de ánimo ya no coinciden con las circunstancias exteriores, su lenguaje resulta ambiguo para el nebuloso destinatario y sus acciones no trascienden. Este desolado mundo está reproducido con preciosismo formal, con la elección cuidadosa de los vocablos y los giros, con la audacia que se requiere para utilizar técnicas trasplantadas ya no sólo de Europa, sino también de Estados Unidos.
Han escrito asimismo novelas de tema urbano: Alberto Ramírez de Aguilar, Maruxa Villalta, Sergio Galindo, Sergio Fernández y Josefina Vicens; y de ambiente rural: Jorge López Páez, Rosario Castellanos, María Lombardo de Caso, Armando Ayala Anguiano y Alberto Bonifaz Nuño; obras de teatro: Luisa Josefina Hernández, Emilio Carballido, Juan García Ponce, Sergio Magaña, Héctor Mendoza, José Ignacio Retes, Jorge Ibargüengoitia y Héctor Azar; cuentos y relatos: Gastón García Cantú, José de la Colina, Edmundo Valadés, Carlos Valdés, Salvador Reyes Nevares, Antonio Souza, Carmen Rosenzweig, Raúl Prieto, Alberto Monterde, Carmen Báez, Beatriz Espejo, Guadalupe Dueñas, Elena Garro, José Emilio Pacheco, Tomás Mojarro, Emma Dolujanoff, Amparo Dávila, Eglantina Echoa Sandoval, Luis Antonio Camargo, Eraclio Zepeda y Xavier Vargas Prado; poesía: Antonio Montes de Oca, Jaime Sabines, Manuel Durán, Tomás Segovia, Rafael Ruiz Harrel, Víctor M. Sandoval, Homero Garza, Jesús Arellano, Fernando Sánchez Mayans, Raúl González Valle y Raúl Rodríguez; y crítica literaria: Huberto Batis y César Rodríguez Chicharro, aun cuando todos ellos, en mayor o menor medida, han producido en los otros campos de la literatura.
A partir de la década de los años sesentas, la literatura mexicana se ha diversificado considerablemente. El país entró de lleno a la modernidad y ello se reflejó en la expresión literaria. El ambiente se cargó de signos novedosos, de velocidades imprevistas; al mismo tiempo, se hicieron más patentes las desigualdades sociales y el escritor se sensibilizó, en mayor o menor medida, frente a esos contrastes que hacen de México un país según la terminología en uso en vías de desarrollo. Los temas urbanos sobre todo después de la primera obra de Carlos Fuentes adquirieron dentro de la narrativa una preminencia casi absoluta. La poesía resintió menos esa transformación; pero de cualquier modo, la intensa circulación cultural afectó a la lírica mexicana, que amplió el espectro de su mundo temático y abandonó no, sin embargo, definitivamente el tono menor que desde el siglo XIX la había asediado y (aun a pesar de poderosas obras individuales) definido. En el teatro, la literatura mexicana sufrió en esos años una baja sensible de producción, y sólo contados autores destacan por el valor notable de sus piezas; a cambio de eso, las puestas en escena se multiplicaron y el público acudió con regularidad a las salas. En acusado contraste, el periodismo literario se practicó con intensidad, y el ensayo, si bien cultivado todavía por escritores aislados, apareció como un medio cultural cuya puesta en práctica se volvió cada día más apremiante. Empezaron a proliferar, en los años sesentas, los talleres literarios, y el interés por la literatura se registró palpablemente en la asistencia de gran número de personas a conferencias, mesas redondas y cursos colectivos. La prosa mexicana de ficción, o bien el relato más o menos testimonial, encontraron o mejor dicho, rencontraron una de sus más antiguas vocaciones: la de la sátira, la de la picaresca, géneros ahora expresada con el código lingüístico del habla juvenil el llamado lenguaje de la onda, según expresión de Margo Glantz.
En la narrativa que de uno u otro modo surgió de o en los años sesentas, destacan: Gustavo Sainz (Gazapo, 1965, y Obsesivos días circulares, 1969), José Agustín (De perfil, 1966, e Inventando que sueño, 1968, entre otros volúmenes), Héctor Manjarrez (Acto propiciatorio, 1970, y Lapsus, 1971), Jorge Aguilar Mora (Cadáver lleno de mundo, 1971), Luis González de Alba (Los días y los años, 1971), Hugo Hiriart (Galaor, 1972), Juan Tovar, Esther Seligson, Gerardo de la Torre, René Avilés Fabila, Carlos Montemayor, Ulises Carrión, Fernando Curiel, Manuel Echeverría, Parménides García Saldaña, Roberto Páramo, Manuel Capetillo, Joaquín Armando Chacón y Orlando Ortiz y sobre todo, Fernando del Paso.
Todos estos narradores reflejan en sus escritos la eclosión, más o menos accidentada, de lo que José Luis Martínez dio en llamar una nueva sensibilidad; si bien la mayoría resiente y testimonia los cambios en la manera de vivir del mexicano medio (sobre todo del habitante de la gran capital), algunos cultivan una suerte de preciosismo-perfeccionismo estilístico que debe mucho a la corriente francesa del nouveau roman u objetivismo, y a la retórica de los literatos franceses de los años treintas, postvalerianos o postsurrealistas (cuyos equivalentes mexicanos son, quizá, los verdaderos modelos, es decir, la generación reunida alrededor de la revista Contemporáneos). La mayoría lee con interés la obra de Carlos Fuentes, quien cataliza y difunde las tendencias de la vanguardia europea, al tiempo que incorpora usos recientes de la novelística extranjera, sobre todo de los narradores norteamericanos (Faulkner, Dos Passos) y del británico Malcolm Lowry.
En otro plano, se definen alternativas que abarcan una amplia gama de posibilidades temáticas: el vigoroso realismo social de José Revueltas, el realismo mágico de Juan Rulfo, la exquisita sintaxis de Juan José Arreola. Escritores más jóvenes, como Salvador Elizondo y Juan García Ponce, han explorado, respectivamente, las posibilidades de los enigmas metafísicos-eróticos y el complicado tejido de las relaciones amorosas. Unos y otros ejercen una influencia variable, a veces errática, sobre los nuevos narradores.
La poesía mexicana, a diferencia de la narrativa, mantiene una mayor continuidad de desarrollo. Octavio Paz, en el prólogo a la antología Poesía en movimiento (1966), advierte los cambios cíclicos que configuran lo que él llama, con una expresión paradojal, tradición de la ruptura. Además de esa antología (en cuya elaboración trabajaron, además de Paz, José Emilio Pacheco, Homero Aridjis y Alí Chumacero), apareció en 1966 La poesía mexicana del siglo XX, selección preparada por Carlos Monsiváis. Cinco años más tarde, Gabriel Zaid publicó Ómnibus de poesía mexicana, compilación heteróclita que fue presentada como una bien lograda selección de poemas y tipos de poesía, tanto o más que de poetas.
De la generación anterior a las promociones más jóvenes de poetas mexicanos, cabe mencionar a Marco Antonio Montes de Oca (Poesía reunida, 1971), Gabriel Zaid (Práctica mortal, 1973), José Emilio Pacheco (Irás y no volverás, 1973), el grupo de La Espiga Amotinada (Jaime Labastida, Juan Bañuelos, Óscar Oliva, Jaime Augusto Shelley y Eraclio Zepeda), José Carlos Becerra (muerto prematuramente en 1970; El otoño recorre las islas, su obra poética completa, publicada póstumamente, apareció en 1973), Francisco Cervantes, Isabel Fraire, Guillermo Fernández, Thelma Nava y dos figuras solitarias y excéntricas: Gerardo Deniz (Adrede, 1970) y Eduardo Lizalde (El tigre en la casa, 1970). Manuel Durán y Tomás Segovia (ambos nacidos en España) han contribuido a la historia de la poesía mexicana con poemas valiosos; y Ulalume González de León, uruguaya residente en México, ha producido también uno de los libros más originales de la poesía moderna hecha en el país (Plagio, 1973).
Entre los poetas mexicanos más jóvenes he aquí algunos de los nombres más significativos, además de los títulos de algunas de sus obras: Jaime Reyes (Salgo del oscuro, 1971), Alejandro Aura (Alianza para vivir, 1969), Ignacio Hernández (No era cuestión de nombres, 1971), Eduardo Hurtado (La gran trampa del tiempo, 1973), Mariano Flores Castro (El don del aire, 1972), José Joaquín Blanco (Ludibrios del día, 1972), Evodio Escalante, Mario del Valle, Carlos Islas, Javier Molina, Víctor Kuri, Leopoldo Ayala, Raúl Garduño, José de Jesús Sampedro, Ricardo Yáñez, María Eugenia Gaona, Francisco Serrano, Antonio Leal, Víctor Manuel Toledo, Elsa Cross, Guillermo Palacios, Jaime Goded, Marco Antonio Campos, Juan José Oliver, Orlando Guillén y Miguel Ángel Flores.
En la narrativa, a partir de la década de los ochenta se puede hablar de la búsqueda de nuevas formas estilísticas y temáticas y de un mayor cuidado en el uso literario del lenguaje. Existe una clara tendencia por dejar atrás el habla de la onda. También se explora el propio discurso; el novelista es parte de su obra y, dentro de ella, analiza su trabajo literario. La conflictiva realidad del mexicano se refleja en la elaboración de tramas fragmentadas, casi despedazadas. Los autores más significativos de este lapso son Carmen Boullosa (Antes, 1989), María Luisa Puga (La forma del silencio, 1987), Agustín Ramos (Ahora que me acuerdo, 1985), Margo Glantz (Síndrome de naufragios, 1984), Arturo Azuela (Manifestación de silencios, 1978) y Marco Antonio Campos (Hemos perdido el reino, 1987).
Las indagaciones sobre la existencia desembocan en pesquisas históricas como Gonzalo Guerrero (1981) de Eugenio Aguirre, Juan Cabezón (1985) y Memorias del Nuevo Mundo (1988) de Homero Aridjis, así como Noticias del Imperio (1987) de Fernando del Paso. En la década de los noventa los textos más sobresalientes en este género son La guerra de Galio (1991) de Héctor Aguilar Camín, Guerra en el paraíso (1991) de Carlos Montemayor, La lejanía del tesoro (Premio Joaquín Mortiz/Planeta 1992) de Paco Ignacio Taibo II, Tragicomedia mexicana 1 y 2 (1990-92) de José Agustín, Tinísima (1992) de Elena Poniatowska, De los Altos (1992) de Guillermo Chao, El secuestro de William Jenkins (1992) de Rafael Ruiz Harrel, En defensa de la envidia (1992) de Sealtiel Alatriste.
La diversificación de temas y la exploración de la realidad desde diferentes perspectivas hace difícil unificar las letras nacionales. Además de la tendencia histórica existen otras manifestaciones importantes en temáticas como la del erotismo. En este terreno, además de Juan García Ponce, el iniciador, posteriormente figuran autores como Andrés de Luna, con Erótica (1992), y las polémicas obras de José Agustín, con La miel derramada (1992), Sara Sefchovich, con Demasiado amor (1991), y Eusebio Ruvalcaba, con Un hilito de sangre (1991).
Una sorpresa fue Como agua para chocolate (1989), de Laura Esquivel. La obra, intimista y mágica, tiene una estructura difícil de clasificar en los géneros literarios. El libro vendió en cuatro años más de 20 mil ejemplares, fue traducido a 18 idiomas y fue llevado al cine con premios y reconocimientos de la crítica especializada.
Otros géneros que merecen mención son la literatura de ciencia ficción y la policiaca, cuyos representantes más destacados son Paco Ignacio Taibo II (Sombra de la sombra, No habrá final feliz y La vida misma), Rafael Ramírez Heredia (Junto al río, 1983, y Muerte en la carretera, 1985), y Mauricio Schwarz (Sin partitura y Escenas de la realidad), en ciencia ficción.
La literatura infantil, casi olvidada por los autores mexicanos, ha registrado esfuerzos aislados a cargo de Juan Villoro (El profesor Zíper y La fabulosa guitarra eléctrica, 1992), Bárbara Jacobs (Las siete fugas de Saab, alias el rizos, 1992), José Agustín (La panza del Tepozteco, 1992), y Francisco Hinojosa, pionero en el género (Una semana en Lugano, 1992).
En ensayo, la celebración del Quinto Centenario del descubrimiento de América produjo El espejo enterrado (1992), de Carlos Fuentes, donde el autor hace un análisis de las corrientes étnicas que conforman el ser de los países de la América hispana, con un llamado a la unidad del continente con base en su herencia cultural común.
Es notable la labor de algunas instituciones del país para fomentar la creación literaria mediante la publicación de obras originales, la promoción con estímulos económicos y reconocimientos públicos. En el sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) se creó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA), cuya Dirección General de Publicaciones se dedica específicamente a editar las mejores obras nacionales y mundiales de la literatura infantil, ensayos, narrativa y poesía, así como la obra de escritores y narradores de diversos grupos indígenas del país. Las universidades públicas también tienen un papel importante en la promoción de la creación literaria. En este ámbito destacan la Universidad Nacional Autónoma de México, directamente a través de su Dirección de Literatura, y a través de la promoción de la lectura y del encuentro de escritores con editores en la Feria Internacional del libro de la Facultad de Ingeniería, que se lleva a cabo anualmente en el Palacio de Minería de la ciudad de México. A esta tarea también contribuye la Universidad de Guadalajara, con su Feria Internacional del Libro. También deben mencionarse el Centro Nacional de Información y Promoción de la Literatura, dependiente del Instituto Nacional de Bellas Artes, el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios del Colegio de México, el Centro Mexicano de Escritores, la Sociedad General de Escritores de México y la Asociación de Escritores de México.
A pesar de todos estos esfuerzos de apoyo y de que la oferta editorial es amplia y variada, al grado que es difícil mantenerse al día, el problema central de este sector de nuestra vida cultural es que el mercado editorial mexicano es muy pequeño y se ha restringido aún más con la crisis económica del país. Con la excepción ya mencionada de las obras más destacadas del género novelístico, es difícil que una editorial pueda colocar en el mercado, con un tiempo y margen razonable de recuperación, tres mil ejemplares de cualquier edición normal. La paradoja de la comunicación impresa es que, en cambio, al mes se consumen aproximadamente 400 millones de ejemplares de cómics, folletines sentimentales, novelas de vaqueros y policiacas.
Agustín Yáñez, escritor y gobernador de Jalisco de 1953 a 1959.
AEMAgustín Yáñez, escritor y gobernador de Jalisco de 1953 a 1959.
AEMAlfonso Junco compuso sus primeros versos a los nueve años de edad. Destacó como poeta, polemista e historiador. Publicó poesía.
Foto MayoEl humanista mexicano Alfonso Reyes fue presidente de El Colegio de México de 1940 a 1959.
AEMAntonieta Rivas Mercado, escritora, inspiradora y mecenas de numerosos artistas.
AEMAntonio Alatorre publicó entre otras obras Las Herodias de Ovidio y su huella en las letras españolas (1950), Los romances de Hero y Leandro (1956) y Los 1001 años de la lengua española (1979).
Foto Hermanos MayoMás que un historiador, Artemio del Valle Arizpe fue un literato elegante y mordaz, lleno de ocurrencias. El 1º de febrero de 1942 fue nombrado cronista de la ciudad de México. Dos años después se dio su nombre a la calle donde vivía.
AEMCarlos Pellicer, uno de los mayores poetas mexicanos del siglo XX.
Foto Hermanos MayoCarlos de Sigüenza y Góngora
AEMEdmundo Valadés, autor del célebre relato La muerte tiene permiso y fundador de la revista El cuento.
Foto Hermanos MayoEl poeta Jaime Sabines
Archivo de la revista ProcesoEligio Ancona, destacado periodista y gobernador de Yucatán. Se le considera precursor de Altamirano porque propuso la creación de una literatura nacional.
AEMErmilo Abreu Gómez, autor de Canek.
Foto Hermanos MayoEsther Tapia de Castellanos. Durante la Intervención Francesa dio recitales poéticos para recaudar fondos y escribió versos en defensa de la soberanía nacional.
AEMFederico Gamboa, novelista y dramaturgo mexicano, autor de Santa.
AEMFernando Benítez, autor de la novela El agua envenenada.
AEMFrancisco Sosa. Cultivó la poesía, el cuento y la leyenda; dentro del campo de la historia, se distinguió como biógrafo.
AEMEl escritor afincado en México Gabriel García Márquez (der.), guionista de El año de la peste, fotografiado durante el rodaje. Al centro, Felipe Cazals. A la izq. Juan Arturo Brenan.
Cortesía de Felipe CazalsGuadalupe Amor, autora de una importante obra poética.
Foto Hermanos MayoHeriberto Frías, autor de la novela Tomóchic, publicada en 1894.
AEMIgnacio Manuel Altamirano
Archivo Ángel PolaJesús Echáiz, autor de la novela La envenenadora (1875) y de los libros de poesía Horas perdidas, Poesías mexicanas, El paladín extranjero y Crónicas de la Independencia.
AEMJorge Ibargüengoitia, fino humorista, autor de Estas ruinas que ves, Las muertas y Clotilde en su casa.
AEMEl escritor José Emilio Pacheco, miembro de El Colegio Nacional desde 1986 y autor de Las batallas en el desierto y Morirás lejos.
Foto: Enrique BostelmanJosé Ma. Roa Bárcena. En 1875 fundó la Academia Mexicana de la Lengua, correspondiente de la Española.
AEMJosé María Vigil, magistrado de la Suprema Corte de Justicia (1875), director de la Biblioteca Nacional (1880-1909) y cuarto presidente de la Academia Mexicana de la Lengua.
AEMJosé Peón y Contreras. A los 17 años de edad se inició en las letras con La cruz del perdón, leyenda fantástica.
AEMJosé Revueltas, autor de El apando y El luto humano.
Foto Hermanos MayoJosé Rubén Romero escribió La vida inútil de Pito Pérez (1938), novela famosa por su profundo sentido popular.
Foto Hermanos MayoJosé Joaquín Fernández de Lizardi.
AEMJuan García Ponce, uno de los autores más atractivos de las letras mexicanas del siglo XX.
Foto Héctor GarcíaJuan José Arreola, autor de Confabulario.
AEMJuan Rulfo, autor de Pedro Páramo y El llano en llamas.
Foto Hermanos MayoJuan de Dios Peza, autor de una amplia obra poética inspirada en cánones europeos.
AEMJusto Sierra Méndez. En 1948 la Universidad Nacional Autónoma de México lo declaró Maestro de América y editó sus Obras completas, en 15 tomos.
AEMLuis Cardoza y Aragón, autor guatemalteco afincado en México, por José Clemente Orozco.
Archivo de Luis Cardoz y AragónLuis Gonzaga Urbina, editor de El tesoro de la juventud.
AEMLuis González Obregón, autor del volumen Leyendas de las calles de México.
Foto Ernesto DuránManuel Acuña
AEMManuel Payno y Flores
Archivo Angel PolaMargarita Michelena, poetisa y crítica literaria.
Foto: Hermanos MayoMariano Azuela fundador de la Novela de la revolución mexicana (óleo de Gabriel Flores, 1973)
AEMMariano de Jesús Torres, escribió poesía sacra, heroica, erótica, descriptiva, elegiaca, encomiástica, filosófica y burlesca.
AEMMartín Luis Guzmán, autor de La sombra del caudillo, ácida crítica literaria del sistema político mexicano.
Comisión Nacional de Libros GratuitosMiguel Bueno, profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.
AEMOctavio Paz, autor de Águila o sol.
Foto Hermanos MayoPortada del Diccionario autobiográfico de conquistadores y pobladores de Nueva España de Francisco A. de Icaza.
AEMRafael F. Muñoz, autor de Se llevaron el cañón para Bachimba.
AEMRamón López Velarde, autor del poema La suave patria.
AEMRenato Leduc, poeta, autor de canciones y primer marido de la pintora Leonora Carrington.
Foto Hermanos MayoRodolfo Usigli, autor de El gesticulador y amigo personal de George Bernard Shaw.
AEMRosario Castellanos, una de las escritoras más destacadas en la historia de la literatura mexicana. Balún canán es su obra fundamental.
Foto: Hermanos MayoSede de la Academia Mexicana de la Lengua
AEMSergio Magaña, autor de Los signos del zodiaco, drama en tres actos.
Foto Hermanos MayoSor Juana Inés de la Cruz
AEM (INAH)Vicente Riva Palacio, autor de las novelas Calvario y tabor, Monja y casada, virgen y mártir y Martín Garatuza.
AEMÁngel Ma. Garibay, uno de los mayores estudiosos de la lengua y literatura indígenas.
Foto Hermanos Mayo - LITERATURA DE CIENCIA FICCIÓN.
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Género narrativo en novela o cuento denominado así en Latinoamérica, ficción o fantasía en España, science-fiction o scientifiction en Estados Unidos y fantasciencia en Italia, y definido como transposición de la vida humana a otro plano, o como nueva visión del mundo que nos rodea. Surgió en países como la ex URSS, Estados Unidos e Inglaterra y se expresó en historietas y relatos estimulados directamente por el avance científico y técnico que abrió más tarde la posibilidad de los vuelos espaciales. En 1911 se publicó en Moscú la primera revista, El Mundo de las Aventuras, que se anticipó a recoger narraciones de este tipo, aun cuando la primera especializada totalmente en el tema, Amazing, fue editada en 1926 por el norteamericano Hugo Gernsback. Se reconoce como antecesores remotos y próximos del género a Luciano de Samosata, Ludovico Ariosto, Johannes Kepler, Francis Godwin, John Wilkins, Cyrano de Bergerac, Julio Verne y el más cercano y definitivo H.G. Wells. Lo elevan a la categoría de creación literaria, fundamentalmente, Ray Bradbury, y científicos como Arthur C. Clarke, Fred Hoyle e Isaac Asimov. En México es género nuevo, pues sus primeros brotes datan de los años cincuentas, cuando empezaron a interesar y a ser traducidos y conocidos autores como Bradbury (suplemento México en la Cultura, 1955); y otros, de modo más constante, en la revista Ciencia y Fantasía (1956), habiéndose intentado una publicación especializada, Crononauta, en 1964. La revista El Cuento, fundada y dirigida por Edmundo Valadés, ha incitado, estimulado y dado a conocer a nuevos autores en la rama que hoy también se designa como literatura de anticipación. Destacan muy especialmente Manú Dornbierer de Ugarte y Luis Adolfo Domínguez. El más prolífico y constante narrador es René Rebetez, colombiano radicado en México, quien es, además, erudito en la materia, al igual que Carlos Monsiváis, Alejandro Jodorowsky y Eleazar Canale. Otros nombres de cultivadores del género son Juan José Arreola, Alfredo Cardona Peña, Manuel Felguérez y Ramón Rivera Caso, a los que se podrían agregar los de jóvenes que se iniciaron en la revista universitaria Punto de Partida y en El Heraldo Cultural.
- LITOGRAFÍA
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(del griego lithos, piedra, y graphein, grabar). La litografía es el arte de grabar en piedra. Inventada en Praga por el checoslovaco Aloys Senefelder en 1796, fue introducida a México por Claudio Linati (véase) en 1826. La nueva técnica se expandió rápidamente, tanto porque se prestaba a expresar el espíritu de la época, tanto porque hubo excelentes dibujantes y caricaturistas que pronto hicieron gala de sus talentos, sátiras y buen humor. La litografía se utilizó en periódicos, partituras, álbumes, planos, estampillas postales y timbres fiscales, paisajes, retratos e invitaciones para las ceremonias públicas. En 1827 el viajero y artista checoslovaco Juan Federico Maximiliano Waldeck (1766-1875) litografió en el que había sido taller de Linati, la Colección de las antigüedades mexicanas que existen en el Museo Nacional doce láminas con texto explicativo y la invitación oficial para las fiestas de la Independencia de ese año que aparece en el original del Diario Histórico (t. XI, fols. 85-86) de Carlos María de Bustamante. En 1831 se estableció un pequeño taller de litografía en la Academia de San Carlos, a instancias de su director, el escultor Pedro Patiño Ixtolinque, y bajo la dirección de Ignacio Serrano. Éste tuvo como dibujantes a Vicente Montiel, primero, y a Diódoro Serrano e Hipólito Salazar a partir de 1832.
El primer taller público fue el de Rocha y Fournier, en 1836, quienes a mediados de 1839 se asociaron con Mariano Jimeno y compraron el equipo traído de París, en 1838, por los franceses Miahe y Decaen. De esa casa salieron numerosas litografías, entre las que sobresalen las estampas de la obra Historia de México (1830), de José Mariano Veytia, el retrato de Agustín de Iturbide que aparece en el Ensayo literario de Puebla (1838) y los primeros periódicos ilustrados: El Mosaico Mexicano (1837-1840) y el Recreo de las familias (1838). En 1840 Agustín Masse se asoció con Decaen, formando la razón social Masse y Decaen, de cuyas prensas salieron numerosas estampas que ilustraron famosos libros: El Quijote (1842), Gil Blas de Santillana (1843), Historia de Napoleón (1843) y, sobre todo, Monumentos de México, tomados del natural y litografiados por Pedro Gualdi, pintor de perspectiva (1841). V. GUALDI, PEDRO.
Separado de Masse, Decaen trabajó solo hasta 1864 y luego asociado con Víctor Debray hasta 1868. La obra que le dio más fama fue el álbum México y sus alrededores (1855-1856), que lleva litografías de Casimiro Castro, José Campillo, L. Anda y C. Rodríguez. El viñola de los propietarios y artesanos (1858), del propio Decaen, es importante por la nitidez y precesión de sus 80 láminas. De 1869 a 1877 la casa V. Debray y Cía., continuó haciendo trabajos que respondían a la fama adquirida desde los tiempos de Decaen, entre otros el Álbum del ferrocarril Mexicano, por C. Castro y A. Signone, con textos de Antonio García Cubas. Después nació la empresa Debray Sucesores, cuyo jefe fue C. Montauriol, la cual publicó el Álbum mexicano, con litografías de las ciudades de la República hechas por C. Castro, A. Gallice, M. Mohar, E. Pérez y J. Álvarez; y un Plano anónimo de la ciudad de México (1885). Parece que Montauriol se quedó al fin con ese afamado taller, pues así se lee en varias láminas, piezas de música y planos de la ciudad de México (1886, 1889, 1891, 1893). De 1900 a 1907 aparecen litografías firmadas por la Compañía Litográfica y Tipográfica, Antigua Casa Montauriol.
Ignacio Cumplido, el célebre impresor (1811-1887), tuvo también taller de litografía. Fue editor, entre otros periódicos, de El Mosaico Mexicano (1837-1840), El Museo Mexicano (1843), El Álbum Mexicano (1849) y La Ilustración Mexicana (1850), ilustrados con litografías. El precioso libro El Gallo Pitagórico (1845), salido de sus prensas con láminas de Hesiquio Iriarte, Castro, Plácido Blanco y Joaquín Heredia, es representativo de la litografía mexicana de la época: caricaturesca, costumbrista y satírica. Muchos otros libros, calendarios y folletos fueron impresos por Cumplido e ilustrados con litografías: en 1845, por ejemplo, las novelas El solitario, del vizconde D'Arincourt, y Buy Jargal de Víctor Hugo.
En 1847 se fundó la editorial de M. Murguía, después continuada por su viuda, hijos y sucesores. En ella se hicieron calendarios con ilustraciones costumbristas (posadas, Día de Muertos, Semana Santa, alegorías y retratos de personajes históricos y santos). Gráficas semejantes aparecen también en los calendarios de Juan R. Navarro (1848), de Cuevas (1865), de J.M. Rivera (1863), en el Caricato (1856), en el de los Polvos de la Madre Celestina (1857), el Burlesco (1862), el Popular (1860) y el Fantástico de los niños.
El impresor Vicente García Torres utilizó la litografía para enriquecer con ella varios de sus periódicos: Diario de los Niños (1839-1840) y El Ateneo Mexicano (1844), y en el álbum Viaje Pintoresco y Arqueológico de México (1840) aprovechó litografías hechas en París por Nevel. De su casa salió la cuarta edición de El Periquillo Sarniento (1842) y el hermoso libro de Bossuet Vida de Jesucristo (1843). Lara utilizó igualmente la litografía en numerosos libros, nítida y bellamente impresos: por ejemplo, en Pablo y Virginia (1843), reproducción de la edición francesa de 1838, y Los ciento uno Roberto Macario (1860), con texto de Maurice Alhoy y Louis Huart, ambas con dibujos hechos por H. Salazar. Otros editores que utilizaron ese sistema de reproducción fueron J.R. Navarro, Llano y Compañía, Ireneo Paz y la Litografía de Michaud y Thomas.
Hipólito Salazar, quien desde 1840 fundó su propio taller, produciendo litografías de diferente carácter como las que aparecen en Iconología o tratado de alegorías y emblemas de H. Gravelot, traducida por Luis G. Pastor (1866); o los planos incluidos en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística (1849-1852); y las obras reproducidas en los periódicos El Semanario de las Señoritas Mexicanas (1841), Panorama de las Señoritas (1842), La Cruz (1855-1858) y El Artista (1873-1874). Hesiquio Iriarte, quien empezó a grabar en la imprenta de M. Murguía desde 1847, aparece como dueño de la Litografía de Iriarte y Compañía hacia 1854. Ilustró El Libro Rojo (1869-1870) de Vicente Riva Palacio, según dibujos de Primitivo Miranda, e hizo los retratos de la colección El Parnaso Mexicano y las Memorias de Zerecero (1869) y algunas láminas del periódico El Artista (1874). Asociado con Santiago Hernández, otro gran dibujante que colaboró también en El Artista, realizó trabajos notables para La Llorona de J.M. Marroquí (1887), Los ceros de Riva Palacio (1882) y El Episcopado Mexicano (1887) de Francisco Sosa. De Casimiro Castro son las estampas de México y sus alrededores y las de la novela Antonino y Anita o los nuevos misterios de México (1851). Plácido Blanco hizo las estampas del libro Apuntes para la historia de la guerra entre México y los Estados Unidos (1848) y algunas de El Gallo Pitagórico y del Año nuevo (1848). Constantino Escalante y José María Villasana, caricaturistas notables, ilustraron La Orquesta (1861-1874), periódico de combate que dirigió Riva Palacio; y solamente el segundo dibujó en piedra para La Historia Danzante (1873), El Ahuizote (1874-1875), México Gráfico y El Mundo Ilustrado, donde ganaron gran popularidad sus Cuadros de costumbres. Buenos litógrafos fueron los toluqueños Tomás del Moral y Pedro Riberoll y sus discípulos Tapia y Trinidad Dávalos, quienes hicieron cartas geográficas y vistas del camino ferroviario de México a Veracruz.
A fines del siglo XIX decayó la enseñanza de la litografía; el huecograbado y el offset la relegaron. En 1923, sin embargo, Emilio Amero y Jean Charlot hicieron vagos esfuerzos para resucitarla; pero en 1930 el primero de ellos, de regreso de una prolongada estancia en Estados Unidos, estableció en la Escuela Central de Artes Plásticas un taller litográfico, en el que Francisco Díaz de León, Carlos Mérida, Alfredo Zalce, Francisco Dosamantes, Carlos Orozco Romero, Gabriel Fernández Ledesma y otros se familiarizaron con esa técnica. Simultáneamente José Clemente Orozco y Diego Rivera utilizaron la litografía con gran éxito, e igual hicieron Roberto Montenegro, Raúl Anguiano, Pablo O'Higgins, Juan Soriano, Castro Pacheco, Leal Mendoza, Chávez Morado y Guerrero Galván. El mayor estímulo al viejo arte se lo dio el Taller de Gráfica Popular, destacándose Leopoldo Méndez, su director, como gran litógrafo y grabador (v. GRÁFICA POPULAR, TALLER DE ). Entre las nuevas generaciones de artistas, destacan José Luis Cuevas, Flavio Salamanca, Ignacio Manrique y Leo Acosta, estos últimos del Taller Experimental de Fray Servando.
Todas las tendencias han quedado plasmadas en la litografía, gracias a la limpieza, fuerza y expresividad del dibujo: desde el realismo objetivo hasta el surrealismo, pasando por el romanticismo sensualista, el dramatismo con sentido político, social e histórico, y los inagotables temas de la vida cotidiana y la fantasía lírica.
Bibliografía: Francisco Díaz de León: Cien años de litografía Mexicana (1830-1930) (1931); Justino Fernández: Arte moderno y contemporáneo de México (1952); Edmundo O'Gorman: Documentos para la historia de la litografía en México (1955); Ida Rodríguez Prampolini: El surrealismo en México (1968); Manuel Toussaint: La litografía en México en el siglo XIX, sesenta y ocho reproducciones en facsímil con un texto de… (4a. ed., 1934).
Bahía de Campeche según litografía del s. XIX
AEMBarcos en la bahía de Acapulco (litografía del siglo XIX)
AEMDibujo de Chapultepec de Eduardo Rivière, litografiado por Casimiro Castro.
AEMDibujo sobre tela (1971) de Fernando Castro Pacheco
Archivo de Fernando Castro PachecoEl tapado, grabado de H. Iriarte.
AEMEx convento de Churubusco según litografía del siglo XIX
AEMLa Catedral de México, litografía de Pedro Gualdi tomada de Los Hombres Prominentes de México, por Ireneo Paz (1888).
Laguna de Cuitzeo, calzada del lago. Litografía de Murguía. Tomada de México pintoresco, artístico y monumental, por Manuel Rivera Cambas.
Litografía antigua del puerto en Campeche, Camp.
AEMMiguel Hidalgo y Costilla (litografía del siglo XIX)
AEMMuerte de Ignacio Comonfort(litografía de Hernández)
AEMParroquia de Dolores Hidalgo (litografía).
AEMSagrario Metropolitano, por Casimiro Castro
AEMVicente Guerrero (litografía del siglo XIX)
AEMVista general de Veracruz, litografía de Ernesto García Cabral.
AEM - LITORALES
- LITVAK, KING JAIME
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Nació en México, D.F., el 10 de diciembre de 1933. Arqueólogo (1963) por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y maestro y doctor en antropología (1970) por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), con estudios de posgrado en las de Indiana, Pennsylvania y Cambridge, ha sido profesor en instituciones de enseñanza superior, jefe del Instituto de Investigaciones Históricas, director del de Investigaciones Arqueológicas (1973-1985) y director general de proyectos académicos de la UNAM, y jefe del Departamento de Antropología de la Universidad de las Américas (1986). Es autor de: Cihuatlán y Tepecoacuilco, El valle de Xochicalco, Arqueología y derecho, Todas las piedras tienen 2000 años: una introducción a la arqueología, y de trabajos publicados en revistas especializadas del país y extranjeras.
- LIVAS, PABLO
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Nació en Marín, N.L., en 1873; murió en Laredo, Texas, EUA, en 1915. Destacó por su actividad docente en la capital de su estado; colaboró en El Progreso, de Laredo, Texas, y en El Pobre Valbuena, Claro Oscuro y El Espectador de Monterrey. Escribió varios libros pedagógicos, entre otros: La física infantil, Gramática, Lecciones de fisiología e higiene, Lecciones de moral, Cosmografía, Geografía, Guía metodológica para la enseñanza de la aritmética, Lecciones orales de pedagogía y Geografía de Nuevo León.
- LIZALDE, EDUARDO
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Nació en México, D.F., el 14 de julio de 1939. Llevó cursos de filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Con Enrique Gonzáles Rojo y Marco Antonio Montes de Oca, creó un movimiento literario al que dedicó una evocación sarcástica: El poeticismo, historia de un fracaso. De 1954 a 1957 colaboró en la Revista de la Universidad de México; también publicó en México en la Cultura de Novedades, La Cultura en México de Siempre!, Metáfora, Letras Nuevas, Revista Mexicana de Literatura y El Gallo Ilustrado de El Día. Fue director de la Casa del Lago y de Radio Universidad, jefe del Departamento Editorial y secretario de la Escuela de Verano, todas ellas dependencias de la UNAM. Dirigió con Julio Pliego documentales de cultura en general, y ha hecho crítica cinematográfica por radio y televisión. Sus libros publicados, en su mayoría de poemas, son: La furia blanca (1956), La mala hora (1956), La tierra de Caín (con Raúl Leiva y Enrique Gonzáles Rojo, 1956), Odesa y Cananea (1958), La sangre en general (1959), La cámara (cuentos y relatos, 1960), Cada cosa es Babel (1966), Luis Buñuel, odisea de un demoledor, El tigre en casa (1970), La zorra enferma (1974) y Caza mayor (1979). Se reunió su poesía en el volumen Memoria del tigre (1982).