CAPÍTULO 17

Judith nunca había tenido problemas en saber qué decir, pero ese hombre de pie, desnudo y bañado por la luz que se filtraba ya a través de la ventana le secaba la boca e incluso el cerebro.

Radu era un lobo en toda la extensión de la palabra, su posesividad, su magnetismo animal, esa natural dominación... todo ello salía a relucir cuando se despegaba de su parte humana, de su refinada educación y dejaba que su alma tomase el mando.

No era un hombre que se dejase manipular, sabía lo que quería y no tenía inconveniente en ir a por ello como había demostrado en las deliciosas horas que acababan de pasar juntos.

La conexión que había entre ellos se había intensificado, de un modo que no podía explicarse, sus almas se habían fusionado en una sola y eso hacía que se sintiese más cerca de él.

—Pareces estar perdido en tus pensamientos.

Se giró hacia ella y sonrió, su mirada la recorrió con desnuda hambre haciendo que su cuerpo reaccionase al momento. Parecía tener la clave para conseguir todo lo que deseaba de ella, incluso cuando pensaba que se moriría si no le daba un respiro.

Era un amante atento, entregado y muy pasional, había sido cariñoso, cuidadoso y la había mimado de tal forma que no podía imaginarse ya sin él.

—Intento mantenerlo al margen pero no siempre es fácil —comentó—, están pasando demasiadas cosas ahora mismo y... En cierto modo me siento dividido.

Sabía que era así, lo había sentido en él y visto en la turbulencia de su alma. Su abuela había estado en lo cierto una vez más, en la intimidad del lecho, las almas estaban más desnudas que nunca.

—Entiendo que las cosas no están bien por ese lado —comentó sabiendo que estaba preocupado por su gente, por su príncipe y lo que había ocurrido apenas el día anterior—. Si puedo ayudarte de alguna manera…

Caminó hacia ella, subió a la cama y la abrazó, tirándola sobre el colchón.

—Lo más importante ahora para mí eres tú —declaró clavando sus ojos en los de ella—, eres mi prioridad.

—Yo no soy la que está en peligro y tú necesitas estar en contacto con tu gente, especialmente ahora.

Enarcó una ceja, parecía divertido por su respuesta.

—¿Me echas ya de tu lado?

Negó con la cabeza.

—Es tu casa, en todo caso me echarías tú.

—Mi hogar es tu hogar —declaró y miró a su alrededor—. Esta casa se merece tener un poco de alegría por una vez.

Sus palabras la llevaron a pensar en él y todos esos oscuros lugares que todavía habitaban en su alma.

—¿No la tuvo con tu primera compañera?

La pregunta abandonó sus labios antes de poder evitarla e hizo que él se tensase durante un momento. Su aura fluctuó y empezó a perder un poco del cálido brillo que había ganado esas horas entre sus brazos.

—Lo siento, Radu, he hablado sin pensar...

Empezó a sentirse incómoda, desnuda bajo él. Acababa de estropear una bonita noche por su necesidad de saber, de buscar la forma de aliviar esa carga que parecía inmersa en su alma.

—No debería haber…

Lo oyó suspirar y, para evitar que pudiese abandonar la cama o a él, la besó en los labios para luego apoyar su frente en la de ella.

—Es alguien de mi pasado, alguien que ya no está y cuya partida causó mucho daño —confesó.

Esa era una respuesta que no se esperaba, especialmente no esperaba el rencor en su voz.

—Lo siento, no pretendía insinuar que...

Lo escuchó tomar aire, masculló algo ininteligible y la liberó. Saltó de la cama con pasmosa agilidad, atravesó la habitación desnudo y abrió el armario a su derecha de la que sacó un par de batas.

—Póntela, por favor —pidió mientras hacía lo propio.

El gesto hizo que se sintiese rechazada, sucia y más avergonzada que nunca de estar allí. Cogió la bata e intentó por todos los medios esconder su mirada de él, pero sus dedos se cerraron alrededor de su muñeca y en un abrir y cerrar de ojos la habían engullido sus brazos, su barbilla posándose sobre su cabeza.

—No te alejes de mí, Judith. —Era una súplica, el dolor en su voz la sacudió con fuerza—. No ahora.

Aflojó su agarre sobre ella y se encontró con sus ojos.

—Necesito que entiendas algo —le pidió mirándola a los ojos—. Sí, he tenido una compañera y la perdí. El destino quiso darme una nueva oportunidad y me envío una pequeña y preciosa pelirroja. He sido lo bastante afortunado para tener dos compañeras, pero en este momento tú eres la única en la que pienso, la única a la que deseo acariciar, eres mi presente, no un fantasma del pasado. Tú eres todo para mí, přítelkyně, mi compañera y quiero que te sientas como tal.

Sus palabras eliminaron un poco de la aprensión que vivía en su alma pero no era suficiente. Él seguía anclado en el pasado, podía ser que no de manera consciente pero algo ensombrecía su alma.

—Sé que no tengo derecho a preguntar y no quiero que pienses que deseo causarte daño con mis palabras pero, me gustaría saber qué ocurrió, saber por qué todavía pareces llevar luto por ella.

—¿Eso es lo que crees?

Negó con la cabeza.

—No lo creo, Radu, es lo que veo en ti.

Se la quedó mirando un poco, entonces asintió.

—Ekaterina fue mi compañera, de hecho, fue mi mejor amiga durante buena parte de mi infancia y adolescencia —empezó a relatar—, creo que ninguno se dio cuenta hasta más tarde que nos pertenecíamos, que estábamos destinados a estar juntos el resto de nuestras vidas y cuando por fin llegó ese momento, sencillamente nos unimos y empezamos nuestra vida en pareja.

»Vivimos juntos algo más de tres años, nos entendíamos, nos esperábamos y supongo que nos queríamos Como debíamos querernos. Todo fue bien hasta que mi hermano se emparejó y su compañera empezó a cambiar. Kata y ella se hicieron amigas, empezaron a llevarse como hermanas por ello nadie pudo sospechar lo que ocurría después.

Hizo una pausa y respiró profusamente.

—Mi antigua compañera fue asesinada por la persona a la que quería como una hermana, murió salvando la vida de una niña humana en la propia casa de mi hermano; le asestó cinco puñaladas antes de que pudiesen reducirla.

El horror se filtró en el rostro de Judith y sintió la necesidad de callar, pero ahora que las compuertas se habían abierto era difícil detenerse.

—Zuzanka había perdido la cordura, lo que durante todo un año parecían episodios aislados emergió en un brote de psicosis que costó demasiado a todo el mundo —continuó—. Mijaíl casi enloquece al mismo tiempo, cuando los encontré, Kata estaba muerta, su cuerpo ensangrentado en el suelo y mi hermano acunaba a una inerte Zuzanka en su regazo. El cuchillo todavía estaba a su lado, estaba herido también y no dejaba de repetir «perdóname» a su mujer.

Sacudió la cabeza y apretó los dientes.

—Si me hubiese escuchado, nadie habría muerto y él no tendría que haber ejecutado a su propia compañera.

—Oh Dios mío.

—Su propio egoísmo llevó a Ekaterina a la muerte, privó a una joven loba de la vida que todavía tenía por delante, de formar una familia... le arrebató la vida y terminó también con la suya.

Había rencor en su voz, dolor y ahora empezaba a ver de dónde venía esa oscuridad. No solo había perdido a la persona con la que se suponía que iba a compartir su vida, lo había hecho de la peor manera posible y en el proceso había perdido también esa otra mitad con la que había nacido.

Ignoraba si Radu se daba cuenta de ello, pero esa rabia que escuchaba en su voz no era por la pérdida de la mujer amada, sino por una amiga, alguien que había ocupado el lugar que antes había ocupado su mellizo. Su odio era hacia el destino, la oscuridad que veía en su aura era el dolor que le producía no poder solucionar sus problemas. Había decidido odiarle porque era mucho más fácil que compadecerse de él y de lo que la vida les había hecho a ambos.

—No esperaba tener una nueva oportunidad, no esperaba volver a emparejarme y desde luego no pensé que sería de esta manera.

Negó con la cabeza.

—Nada es como pensé que sería, todo es más... intenso contigo, eres... simplemente sé que eres lo que deseo, lo que no sabía ni que estaba buscando pero alguien sin la que no deseo vivir —le acarició con el pulgar—. Hay cosas que son difíciles de dejar ir, pero sé que ya es hora de que pase página, por ti y por mí mismo. Eres mi presente, pelirroja, eso es todo lo que me importa ahora mismo.

Sus palabras la dejaron sin aliento.

—Yo... ah... también estoy agradecida de tenerte en la mía —murmuró y se mordió el labio—. Aunque… podía haber sobrevivido sin el pedazo mordisco que me has metido en el hombro. Duele, ¿sabes?

Se inclinó sobre ella y deslizó la lengua sobre la fresca herida provocándole un breve estremecimiento.

—Me disculpo por mi efusividad, mi lobo te necesitaba también y, bueno, es la manera en que reclamamos a nuestras hembras —le aseguró al tiempo que le tendía la muñeca—. Muérdeme.

Parpadeó un par de veces.

—¿Qué?

Le acercó la muñeca a la boca.

—Es lo justo —comentó con voz ronca—. Te he mordido, así que puedes morderme a cambio.

—Yo no tengo colmillos, perro dentudo.

Se echó a reír, no pudo evitarlo, era el insulto más ingenioso que había oído nunca.

—No los necesitas —le acarició la mejilla con los nudillos—, no necesitas hacer nada más que lo que estás haciendo.

—¿Y qué es según tú?

Se acercó a sus labios.

—Mirarme como si no existiese nadie más para ti.

Vio cómo sus mejillas adquirían un tono rosado y la vergüenza burbujeaba en su interior.

—Um… en este momento, puede que sea así… ya que no hay nadie más en la habitación que…

—No hables, Judith, no hables.

La besó y la atrajo hacia él, disfrutando de su presencia, su aroma y de la mujer que empezaba a convertirse en todo para él.