CAPÍTULO 23

—Una niña… ¡Maldita sea! ¡Solo era una niña!

Radu guardó silencio, su lobo estaba tan frenético y horrorizado como el propio detective. El dolor por la pérdida de una criatura tan joven e inocente le laceraba el alma y lo convertía en un ser peligroso, pero el haber presenciado lo que habían presenciado ellos, no había mente que pudiese resistirlo. No podía quitarse de la cabeza lo que había visto nada más llegar, el grotesco cuadro que alguien había representado en su propia tierra y que hablaba de una maldad y una falta de compasión abrumadoras. No había sido una buena muerte, las señales de tortura, el sadismo y la locura impresa en cada centímetro de la escena del crimen había vaciado sus estómagos y los había dejado a todos en shock, incapaces de creer que alguien pudiese haber perpetrado tales acciones y en una niña de dieciséis años.

Y esto lo había visto su compañera. Sabía que Judith había experimentado la muerte, el horror de forma indefinida, las huellas que habían quedado impresas en ese lugar, eso solo le proporcionaba un vago consuelo ya que no había presenciado lo mismo que él.

El equipo de forenses se estaba encargando de llevarse el cuerpo, habían programado una autopsia que arrojaría un poco de luz sobre la hora y la causa de la muerte… Aunque no había dudas al respecto de lo que la había causado.

—¿Qué clase de monstruo ha podido hacer esto? ¿Qué clase de ser diabólico ha podido perpetrar una atrocidad semejante? —La furia de Damek equiparaba a la suya, pero en su caso había también un tinte de desesperación—. ¿Y dónde está Anezka? ¿Qué han hecho con ella?

Dos hermanas, dos jóvenes lobas sin conexión aparente con nadie que pudiese querer lastimarlas de esa manera, dos miembros de la manada de Praga y bastante cercanas a la familia de Damek.

—Judith dijo que Anezka seguía con vida, ¿pero dónde diablos está?

Miró a su alrededor con gesto inexpresivo a pesar de que por dentro estaba rabioso.

—Sabemos que ha estado aquí —murmuró apretando los dientes. La suciedad del lugar y los restos de la carnicería que se había llevado a cabo no habían podido disimular otros aromas, como tampoco el hecho de que la cámara que había contigua a la que habían utilizado para su fechoría, hubiese estado ocupada por alguien en algún momento de los últimos dos días—. Pero no hay un rastro claro que seguir, es como si de repente se hubiese esfumado en el aire.

Gruñó y no pudo reprenderle por ello, él mismo tenía ganas de gruñir y de aullar por lo que había visto.

—Hay que dar con ella. —Giró sobre sí mismo y salió a paso firme del almacén en el que habían encontrado a la menor—. Moviliza a quién haga falta, pero hay que dar con esa chiquilla antes de que corra la misma suerte que su hermana.

—Quiero la sangre de ese bastardo en mis manos… quiero bañarme en su sangre —masculló el policía con voz oscura—, quiero oírle gritar mientras muere.

No lo censuró, esas eran exactamente sus mismos deseos.

—Ese es un deseo que comparto, Damek, ahora, hagámoslo realidad.

 

 

 

Judith no podía dejar de pasearse de un lado a otro de la oficina, las voces en su cabeza eran más atronadoras que nunca, apenas le dejaban pensar y no conseguía entender lo que decían. Algo no iba bien, todo su ser gritaba que algo no iba bien pero no era capaz de dar con el motivo exacto de aquella urgencia.

—Maldita sea. —Se apretó la cabeza con las manos—, parad ya. Si tenéis que decir algo, hacedlo de manera que lo entienda.

El murmullo volvió a intensificarse haciéndola gemir, apenas podía mantener ya los ojos abiertos y el respirar empezó a costarle cada vez más. Se obligó a llegar hasta el escritorio y apoyarse en él, se frotó las sienes e hizo un esfuerzo para abrir de nuevo los ojos.

«¡AYÚDA! ¡POR FAVOR, QUE ALGUIEN ME AYUDE!».

Su mirada cayó sobre la carpeta con las fotos que seguía abierta sobre la mesa, evitó mirar la de la muchacha más joven sintiendo el dolor todavía presente en su alma y se concentró en la otra.

Tenía que haber alguna forma de dar con ella, de ayudarla.

—¿Dónde estás?

Se inclinó sobre la instantánea llena de angustia, con el corazón latiéndole a mil por hora y los pulmones ardiendo por la falta de aire. Le dolía el pecho, las piernas de correr… pero no era ella la que corría, era… esa niña.

«Abuela, necesito tu ayuda».

No podía hacer esto sola, no podía rastrearla sin un punto de partida y, desde el momento en que había visto las fotos sabía que en esta ocasión no bastaría con sus trucos de siempre. Esto era importante, peligroso… quién estaba detrás de ese velo de sombras era maldad pura, un asesino sin conciencia de ningún tipo.

Se obligó a respirar a través del dolor, a hacer a un lado las voces y encontrar ese lugar de soledad interior, el único en el que podía obtener respuestas.

«Compartes su alma, vnučka».

El eco llegó del más lejano pasado, de un lugar al que todavía no podía ir, el mismo en el que se encontraban sus antepasados.

«Deja que tu voz vuele dónde no puede llegar tu cuerpo».

El silencio empezó a ahogar todo lo demás permitiéndole encontrar solaz en ese íntimo lugar, dejó ir las voces, dejó ir cada uno de sus sentidos y se concentró en buscar a alguien, alguien que la necesitaba, que gritaba pidiendo ayuda.

«POR FAVOR. QUE ALGUIEN ME AYUDE. LA HAN MATADO. ME LA HAN QUITADO. MI HERMANA. POR FAVOR. QUE ALGUIEN ME AYUDE».

Su desesperación se hizo presa de su propio ánimo, de su alma y su corazón, buscó esa conexión que traía su voz y gritó con todas sus fuerzas.

«¡Corre!».

Su voz se hizo eco en la inmensidad de la nada, proyectándose hacia esa presencia aterrada y horrorizada que alcanzó su mente.

«Están detrás de mí. Sé que viene. Quiere que sea la siguiente. Dios mío. La mató. La he oído gritar, pedir ayuda y no pude hacer nada. No he podido hacer nada más por ella».

Su dolor y desesperación se unía a un horror inimaginable, a algo que ahora habitaba en su alma y que dudaba que pudiese erradicar algún día. Horror. Culpabilidad. Muerte. Rabia. Sus emociones eran crudas, demasiado para un ser humano. Su lobo. Había tomado las riendas y era el que la guiaba hacia la libertad.

Judith se obligó en seguir esa estela, en ver más allá del velo que protegía su mirada.

«Corre, por favor, no dejes de correr».

Un sollozo en su mente, una presencia tan palpable que le recordó la presencia de Radu.

«¿Quién eres? Por favor, ayúdame. Necesito ayuda. Él la ha matado, ha matado a Cora. Lo que le ha hecho. Dios mío. No puedo recordarlo, no quiero. Mi pobre Cora».

Su voz se hizo más presente, casi podía ver su imagen atravesando… ¿qué?...

«¿Dónde estás? Necesito que me digas dónde estás».

«No lo sé, no conozco este lugar».

Los sollozos se traslucían en sus palabras, en su desesperación, pero era incapaz de ver más allá y sin más datos no podía hacer otra cosa que acompañarla.

«Dime lo que ves, qué hay delante de ti».

La respuesta llegó tras unos momentos de silencio en el que pensó que la había perdido.

«Árboles, bosque, montañas en la lejanía».

Asintió para sí e insistió. Necesitaba más datos, necesitaba saber dónde estaba exactamente.

«El sol, ¿puedes ver su posición? ¿Está delante de ti? ¿Detrás?».

Un nuevo sollozo y la amarga desesperación volvieron a penetrar en su mente a través de la de ella.

«No lo sé, Dios mío, no lo sé».

Apretó los dientes y luchó por respirar a través del dolor que no era suyo, del miedo y la desesperación.

«No van a dejar que huya. Él no dejará que me vaya. Seré la siguiente. Me lo dijo».

Sacudió la cabeza negando mentalmente. No podía perderla ahora, no podía dejar que pensara en lo que quiera que venía detrás, tenía que hacerla correr, obligarla a huir, ganarle todo el tiempo que podía.

«Corre, hagas lo que hagas no dejes de correr».

Su mente empezaba a alejarse por momentos.

«Va a matarme. Me matará como lo hizo con Cora. Lo siento, oh dios, dile a mamá y a papá que lo siento mucho. Es todo culpa mía».

«No voy a dejar que te haga daño, te lo prometo, Anezka, no se lo permitiré».

No podía permitir que le hiciesen daño, solo era una niña asustada, como lo había sido ella misma hacía mucho tiempo cuando el mundo le había dado la espalda y su único apoyo la había dejado para siempre.

«Babička, necesito que me ayudes, necesito saber qué puedo hacer para llegar a ella, necesito encontrarla».

«Sus ojos son tus ojos».

Apenas terminó de comprender sus palabras cuando se encontró viendo ante ella un paraje lleno de árboles, matorrales y naturaleza, pero no de una forma humana, sino desde otra perspectiva, la de un lobo. Sintió la fuerza de sus patas galopando sobre la tierra, el aire golpeándole el pelo a la velocidad terminal a la que corría y también como sus reservas de energía se iban agotando.

Y entonces lo vio, una luz en medio de la oscuridad, el reconocimiento de un lugar conocido.

—El bosque Český.

Se encontró mirando las fotos, la sala a su alrededor seguía como siempre, solo su corazón, latiendo a un ritmo frenético daba cuenta sobre lo que acababa de pasar.

«¿Judith?».

La intensidad de la voz de Radu en su mente la hizo llevarse la mano a la cabeza.

«Český. Es el bosque Český». Respondió en su mente. «La están persiguiendo, no podrá seguir corriendo durante mucho tiempo. Por favor, ayúdala, Radu, le prometí que él no la tocaría».

«El bosque Český. Sí, sé dónde está». Escuchó su confirmación. «Mi gente se ocupará de ello, no te muevas de ahí».

Sacudió la cabeza y se giró como un relámpago hacia la puerta.

—Y una mierda que lo haré.

Sabía que eran al menos dos horas de viaje por autopista, no había forma humana en la que pudiese estar allí en forma corpórea, pero todavía tenía trucos en la manga y cualquier zona que estuviese dominada por la naturaleza, estaba conectada a ella.