Capítulo 2
Thomas el Viejo, Hans Thomas von Gall, muere el 11 de julio de 1934. Se arroja por la ventana de un inmueble, en Munich, desde un quinto piso. La única foto que subsiste hoy de él había sido tomada, sin él saberlo, por la Gestapo: es un hombre bastante alto, de una evidente distinción, que no parece tener sus setenta y siete años; detrás de él aparece la fachada de un establecimiento bancario de Zurich, en la Paradeplatz; él se dispone a subir al asiento posterior de un Mercedes-Benz, cuyo uniformado chófer, con la gorra en la mano, le abre respetuosamente la portezuela.
El cliché fue tomado seis días antes de su muerte.
Le secuestraron el 5 de julio, en territorio suizo, y le condujeron a Alemania para ser interrogado. Con una glacial cortesía al principio, durante las primeras horas: banquero de la octava generación, es amigo personal de personajes tan importantes como Krupp von Bohlen, Fritz Thyssen, Albert Voegler, Georg von Schnitzler, Otto Wolf y el barón Kurt von Schroeder, este último también banquero en Colonia. El tono del interrogatorio cambia con la entrada en escena, el día 6, de un tal Reinhard Heydrich, recientemente promovido a jefe del servicio de seguridad SS. Las amenazas son puestas en ejecución. Sin embargo, Thomas el Viejo no modifica por ello sus respuestas: si ha podido proceder a unas transferencias de capitales hacia el extranjero, lo ha hecho de acuerdo con la legislación alemana de la época, y a petición expresa de sus clientes; naturalmente, es indiscutible que no reveló nada sobre su identidad, ni sobre el destino de los fondos…, aunque, dicho sea de paso, la cifra de cien millones de marcos adelantada, o más bien «vociferada», por Herr Heydrich, es ridículamente falsa.
Y no, no hay nadie, entre todos los empleados de su banco de Colonia, que arroje la más mínima luz sobre esas operaciones de transferencia, que él ha llevado totalmente solo.
Thomas dice también que él ha previsto hace más de seis años que podría encontrarse un día en una situación como ésta; que, en consecuencia, ha tomado todas sus disposiciones, en aplicación de un plan largo tiempo madurado; que ya no vive en Alemania ningún miembro de la poca familia que le queda y con el cual podrían hacerle chantaje; que le pueden quitar su propia fortuna, su banco, e incluso su vida, pero que, a su edad, esas cosas ya no tienen apenas impor…
Se desmorona. Después de ciento diez horas de interrogatorio ininterrumpido. Durante las cuales le han obligado a permanecer de pie, desnudo. Le han golpeado en el bajo vientre y en los riñones sobre todo, con diversos tubos de goma. Por una razón oscura, Heydrich se ha empeñado absolutamente en saber si esos golpes van a ocasionar algunos derrames de sangre en la orina; de ahí que, después de cada sesión, le hayan presentado al anciano un cubo de metal. Como él pretende que no puede orinar, incluso le han administrado cada cuatro horas alrededor de dos litros de agua hirviente.
Se desmorona y, finalmente, se aviene a escribir, puesto que no puede hablar. Le dan papel y es autorizado a sentarse. Escribe durante cerca de dos horas, alinea unas columnas de nombres, de cifras y de códigos, y después se desvanece, al cabo de sus fuerzas. Le llevan a Heydrich las treinta y tres hojas que ha llenado y, entonces, cuando le creen inanimado, casi agonizante y absolutamente incapaz de moverse, se levanta, corre y se arroja a través de la ventana, para estrellarse cinco pisos más abajo, en un impresionante silencio que sigue a lo largo de la interminable caída…
Heydrich no necesita mucho tiempo para descubrir que ha sido burlado: ninguno de los nombres de la lista corresponde a individuos reales. El viejo banquero ha forjado los patronímicos más fantásticos con ayuda de las letras de las palabras dummkopf (imbécil) y blödsinnig (cretino), incansablemente repetidas según el principio del acróstico. Peor aún: justo antes de parecer derrumbarse, Hans Thomas von Gall ha añadido unos nombres muy auténticos, salidos de una apreciación personal. Los de Paul Joseph Goebbels (escritor fracasado), Gregor Strasser (alquimista), Ernst Roehm (homosexual alcohólico), Horst Wessel (chulo), Hermann Goering (gordinflón drogado), Adolf Hitler (pintor de oficio, histérico), Heinrich Himmler (criador de gallinas) y Reinhard Heydrich (pianista de alcoba).
Las últimas palabras trazadas antes del suicidio son: «La cifra exacta es de 724 millones de marcos»