Capítulo 38
EMBAUCADO
Lo que más preocupaba a Dodd durante su permiso era la sensación de que sus oponentes en el Departamento de Estado se volvían cada vez más agresivos. Se fue preocupando por lo que le parecía una sistemática revelación de información confidencial que parecía destinada a socavar su posición. La noche del sábado 14 de abril,[628] cuando salió para dirigirse a la cena anual del club Gridiron en Washington, ocurrió un incidente perturbador. Un joven funcionario del Departamento de Estado, a quien no conocía, se acercó a él e inició una conversación en la que discrepaba abiertamente de la evaluación que había hecho Dodd de las condiciones de Alemania, citando un despacho confidencial que el embajador había telegrafiado desde Berlín. El joven era mucho más alto que Dodd y se acercaba mucho a él, de una manera que Dodd encontró físicamente intimidatoria. En una furiosa carta que Dodd planeaba entregar personalmente al secretario Hull, describió el encuentro como «una ofensa intencionada».
Mucho más preocupante aún para Dodd, sin embargo, era la cuestión de cómo había conseguido el joven acceso a su despacho. «Mi opinión», decía Dodd en un escrito,[629] «es que existe en algún lugar del Departamento un grupo de personas que piensan en sí mismas y no en el país, y que ante el menor esfuerzo de cualquier embajador o ministro para economizar y mejorar, se alían para desacreditarlo y derrotarlo. Esta es la tercera o cuarta vez que una información totalmente confidencial que he entregado se ha tratado como puro cotilleo… o se ha convertido en cotilleo. Yo no estoy al servicio de ninguna ganancia personal o social o ningún estatus, y estoy dispuesto a hacer todo lo posible para trabajar mejor y cooperar, pero no deseo trabajar solo ni convertirme en objeto de constantes intrigas y maniobras. Sin embargo no dimitiré en silencio, si este tipo de cosas continúa sucediendo».
Al final, Dodd decidió no entregar la carta a Hull. Acabó archivada entre unos documentos que identificaba como «no entregados».
Lo que Dodd no sabía aún, al parecer, era que él y quince embajadores más habían sido tema de un artículo importante en el número de la revista Fortune de abril de 1934. A pesar de la importancia de aquel artículo y del hecho de que seguramente había suscitado virulentas conversaciones dentro del Departamento de Estado, Dodd sólo supo de su existencia mucho más tarde, después de su vuelta a Berlín, cuando Martha le llevó a casa un ejemplar que había encontrado durante una visita al dentista en Berlín.[630]
Titulado «Sus Excelencias nuestros embajadores»,[631] el artículo identificaba a los titulares e indicaba cuál era su riqueza personal situando unos símbolos de dólar junto a su nombre. Jesse Isidor Straus, embajador en Francia y antiguo presidente de R. H. Macy & Company, se identificaba como «$$$$ Straus». Dodd tenía un solo ¢ junto a su nombre. El artículo bromeaba con su tacañería en el ejercicio de la diplomacia, e insinuaba que al alquilar su casa de Berlín barata a un banquero judío había querido aprovecharse de los sufrimientos de los judíos alemanes. «De modo», continuaba el artículo, «que los Dodd han conseguido una bonita casa muy barata, y la llevan con pocos sirvientes». El artículo observaba que Dodd se había llevado su viejo y cansado Chevrolet a Berlín. «Se suponía que su hijo lo iba a acompañar por las noches», afirmaba el periodista. «Pero el hijo quiere salir por ahí y hacer las cosas que suelen hacer los hijos, y eso deja al señor Dodd sin chófer (aunque eso sí, con chistera) en su Chevrolet.» Dodd, aseguraba el artículo, tenía que pedir a los funcionarios de menor rango de la embajada que le llevasen, «al ser más afortunados y tener limusinas con chófer».
El periodista decía que Dodd era «una clavija académica cuadrada introducida en un agujero diplomático redondo», entorpecido por su relativa pobreza y su falta de aplomo diplomático. «Moralmente es una persona muy valiente, tan intelectual, tan divorciado de los seres humanos corrientes que habla en parábolas, como un caballero y un erudito a otro, de modo que los de las camisas pardas de sangre y acero no le entienden, y tampoco les importa, la verdad. De modo que Dodd se consume interiormente, y cuando intenta parecer duro, nadie le presta demasiada atención.»
Quedó claro inmediatamente a Dodd que uno o más funcionarios del Departamento de Estado e incluso de su propio despacho en Berlín habían revelado detalles minuciosos de su vida en Alemania. Dodd se quejó al subsecretario Phillips. El artículo, decía, «revela una actitud extraña, incluso antipatriótica, en lo referente a mi actuación y mis empresas.[632] En mi carta de aceptación le dije al presidente que debía entenderse que iba a vivir de los ingresos procedentes de mi salario. ¿Por qué y para qué tanta discusión por ese hecho tan obvio y sencillo para mí?». Citaba a diplomáticos históricos que habían vivido modestamente. «¿Por qué tanta condena por seguir tales ejemplos?» Le decía a Phillips que sospechaba que había gente dentro de su propia embajada filtrando información, y citaba otras noticias que habían provocado comentarios distorsionados. «¿Cómo es que todas estas falsas historias no hacen referencia alguna a los auténticos servicios que he intentado prestar?»
Phillips esperó casi un mes para responder. «Con referencia a ese artículo del Fortune», decía,[633] «no pienso dedicarle ni un solo pensamiento. No puedo imaginar de dónde viene la información a la que usted se refiere, igual que tampoco me imagino cómo se entera la prensa de los cotilleos (normalmente erróneos) sobre mí mismo y sobre otros colegas suyos». Y le decía a Dodd: «No deje que este tema en particular le preocupe lo más mínimo».
* * *
Dodd consiguió dedicar un poco de tiempo a investigar en la Biblioteca del Congreso para su Viejo Sur y también pasar dos semanas en su granja, donde escribió y se ocupó de los asuntos de la granja, y también pudo viajar a Chicago como había planeado, pero no fue el agradable reencuentro que había planeado. «Una vez allí», escribió a Martha, «todo el mundo quería verme: teléfono, cartas, visitas, comidas, cenas todo el tiempo».[634] Respondió muchas preguntas sobre ella y su hermano, decía, «pero sólo una de tu problema en Nueva York», refiriéndose a su divorcio. Un amigo quería enseñarle «lo bien que han tratado este asunto los periódicos de Chicago», pero, añadía, «no me entretuve a leer los recortes». Pronunció conferencias y dirimió peleas de la facultad. En su diario anotó que también se reunió con dos líderes judíos con quienes había contactado previamente al cumplir la orden de Roosevelt de sofocar la protesta judía. Los dos hombres le dijeron «que ellos y sus amigos habían calmado a sus compañeros, y evitado cualquier manifestación violenta en Chicago, tal y como se planeaba».[635]
Se inmiscuyó una crisis personal. Mientras estaba en Chicago, Dodd recibió un telegrama que contenía un mensaje de su mujer. Después de sufrir el inevitable brote de ansiedad que suelen provocar los telegramas de los seres queridos, Dodd leyó que su viejo Chevy, icono de su embajada, había quedado totalmente destrozado por culpa del chófer. La guinda: «Por tanto esperamos que puedas traer un coche nuevo».[636]
De modo que a Dodd, mientras estaba de permiso supuestamente para recuperarse, le pedían en el lenguaje directo de los telegramas que comprase un coche nuevo y preparase su envío a Berlín.
Le escribió a Martha más tarde: «Me temo que Mueller conducía descuidadamente, como había observado muchas veces cuando yo me ausentaba».[637] Dodd no lo entendía. El mismo había recorrido el camino entre su granja y Washington D.C. innumerables veces, y viajado por toda la ciudad también, sin tener nunca un accidente. «Aunque esto no demuestra nada, sí que indica algo. La gente que conduce un coche que no es suyo tiene mucho menos cuidado que los propietarios.» A la luz de lo que iba a ocurrir al cabo de unos pocos años, los alardes de Dodd sobre lo bien que conducía no pueden hacer otra cosa que provocar un escalofrío. Quería un Buick, pero consideraba que el precio, 1.350 dólares, era excesivo para gastarlo entonces, dado el tiempo limitado que la familia iba a pasar en Berlín. También le preocupaban los 100 dólares que tendría que pagar para enviar el coche a Alemania.
Al final tuvo su Buick. Dio instrucciones a su mujer de comprarlo en un concesionario de Berlín. El coche, decía, era un modelo básico que los expertos en protocolo de su embajada despreciaban por ser «ridículamente sencillo para un embajador».[638]
* * *
Dodd pudo hacer una visita más a su granja, que le animó mucho, pero también hizo mucho más dolorosa su partida final. «Era un día muy bonito», escribía en su diario el domingo 6 de mayo de 1934.[639] «Los árboles con sus yemas y las flores del manzano resultaban muy atractivos, especialmente dado que tenía que irme.»
Tres días después, el barco de Dodd zarpó de Nueva York. Sentía que había obtenido una victoria al conseguir que los líderes judíos accedieran a disminuir la intensidad de sus protestas contra Alemania y esperaba que sus esfuerzos condujeran a una mayor moderación por parte del gobierno de Hitler. Esas esperanzas se vieron frustradas, sin embargo, cuando el sábado 12 de mayo, mientras estaba en medio del océano, oyó por la radio un discurso que acababa de pronunciar Goebbels en el cual el ministro de Propaganda llamaba a los judíos «la sífilis de todos los pueblos europeos».[640]
Dodd se sintió traicionado. A pesar de las promesas nazis de que habría órdenes de detención y se clausuraría la prisión de Columbia Haus, estaba claro que nada había cambiado. Ahora temía parecer un ingenuo. Escribió a Roosevelt hablándole de su consternación después de todo el trabajo que había hecho con los líderes judíos americanos. El discurso de Goebbels había revivido «todas las animosidades del invierno precedente»,[641] afirmaba, «y me dio la sensación de haber sido embaucado, que fue lo que ocurrió en realidad».
Llegó a Berlín el jueves 17 de mayo a las 10:30 de la noche, y encontró una ciudad cambiada. Durante aquellos dos meses la sequía había vuelto todo el paisaje marrón, hasta un punto que jamás había visto antes, pero había algo más. «Me sentí encantado de volver a casa», dijo, «pero una vez más se revelaba una atmósfera tensa».[642]