El Maracaná se cubre de banderas rojiverdes y se produce un estruendo ensordecedor.

El error de Tomi ha sido el origen de la jugada que ha hecho ponerse por delante a los adversarios.

Peor que eso, imposible.

Al final del primer tiempo, Tomi vuelve al vestuario desconsolado, con la cabeza gacha. Solo levanta la vista para mirar hacia la tribuna en la que sabe que están sus amigos. «Les he dejado en ridículo», piensa, mientras Leo pasa a su lado y le dice algo, que sin duda no es una felicitación…

—Lo siento, míster —dice a Damião—. Mejor que ponga a jugar a otro. Qué mal lo he hecho…

Está a punto de quitarse la camiseta, pero Damião se lo impide.

—Verás cómo en el segundo tiempo te va mejor.

Rogeiro se sienta a su lado y le dice:

—El que no juega es el único que no se equivoca. No le des más vueltas, Tomi. Si consigues estar tranquilo y jugar como te he visto hacerlo en la playa y en la favela, seguro que marcas. ¡Adelante, y prométeme que vas a derrotar al Fluminense!

Tomi se esfuerza por sonreír.

—Prometido.

Al salir del vestuario oye que lo llaman.

Se da la vuelta y ve a Gaston Champignon.

—Míster, ¿qué hace aquí?

—Quería recordarte la primera regla de los Cebolletas: ¡divertirse! —responde el cocinero—. Y no me parece que esa cara sea la de alguien que se está divirtiendo.

—A la fuerza —replica Tomi—. ¡Juego mal y perdemos!

—¿Y qué tiene que ver el resultado con la diversión? —le pregunta Champignon—. Si juegas mal es precisamente porque no te diviertes. Ese es el problema, mon ami. ¡Olvídate del Maracaná, de los compañeros y de los adversarios! Pon los ojos sobre el balón y basta. Y, cuando lo tengas entre los pies, intenta hacer lo más divertido que se te ocurra, como si estuvieras en el patio del Pétalos a la Cazuela. Acuérdate de que los Cebolletas están aquí contigo, en el estadio. No eres un pétalo, somos una flor. ¿Está claro, mon capitaine?

Esta vez Tomi sonríe con mayor convicción.

—¿Una flor o un pétalo? —le vuelve a preguntar el cocinero.

—¡Flor! —grita Tomi.

No ve el momento de que el árbitro pite el comienzo de la segunda parte.

Se quita la camiseta del Flamengo y saca otra de su bolsa. Se va hacia las duchas y se refresca la cara en el lavabo. Se pone la camiseta nueva y por encima la del Flamengo. Se mira al espejo y exclama sonriendo:

—¡No soy un pétalo, somos una flor!

Está listo para volver al campo.