¡En la tribuna los Cebolletas chillan locos de alegría!
—¡Ha hecho la bicicleta y la cafetera! —grita Nico.
—¡Y mi vaselina! —añade Champignon encantado, mientras se atusa el lado derecho del bigote.
Sara y Lara se abrazan.
—¡Capitán, eres un monstruo!
La madre de Tomi tiene los ojos llenos de lágrimas.
—¡Mirad! ¡Mirad! —grita Nico a sus amigos.
Tomi se ha quitado la camiseta rojinegra del Flamengo, ha salido corriendo hacia la tribuna donde sabe que están sus amigos y enseña la camiseta que llevaba debajo.
—¡Lleva la camiseta de los Cebolletas! —exclama Dani.
—¡Nuestra camiseta en el Maracaná!
Tomi solo la puede mostrar unos segundos, porque enseguida llegan los compañeros del Flamengo y se lanzan encima de él a abrazarlo. El invitado español ha sido el héroe del derby de los pequeños en Río de Janeiro.
En el vestuario, el entrenador Damião le estrecha la mano.
—¿Has visto qué bien he hecho en no sustituirte?
Luego Tomi da un abrazo a Rogeiro y le dice:
—Como jugaba en tu puesto, he pensado en usar tus golpes secretos…
Rogeiro y Carlos suben a la tribuna junto a los Cebolletas.
—Me doy una ducha y voy con vosotros —dice Tomi.
Damião le ha enseñado el recorrido que tiene que hacer para llegar hasta sus amigos en las gradas, pero los pasillos del Maracaná son un verdadero laberinto. Tomi sube un par de escaleras, abre puertas, camina un buen rato con su bolsa en la mano y al final se convence a sí mismo: «Me he perdido».
Está preocupado, porque el partido de los grandes está a punto de empezar y tiene unas ganas locas de ver a sus padres, a Champignon y a los Cebolletas, para comentar el gol que acaba de meter. Al final se encuentra con un hombre.
—Perdone —le pregunta, esperando que entienda el español—. ¿Sabe cómo puedo llegar hasta la tribuna central? Creo que me he perdido.
El hombre, que tiene una sonrisa muy amable, le indica el camino. Tomi se lo agradece y está a punto de irse cuando el señor le pregunta:
—¿Tú eres el español que ha jugado con los chicos del Flamengo?
Tomi sonríe con orgullo.
—Sí, y he marcado un gol.
—Lo he visto. Un gol precioso, de verdad —responde el señor—. ¿Sabes que una vez yo marqué uno también muy hermoso en este estadio y que los hinchas hicieron una placa para conmemorarlo?
A Tomi se le cae la bolsa al suelo de la emoción.
—¿Usted es el señor Pelé? ¿El que metió mil goles?
Pelé sonríe y choca la mano del capitán de los Cebolletas.
—Un placer, amigo. Espero que tú también metas mil goles. Pero ni uno solo más, si no la gente se olvidará de mí…
Tomi se echa la bolsa al hombro y llega a la tribuna corriendo, saltando los escalones de dos en dos. En cuanto lo ven, los Cebolletas se ponen a gritar de entusiasmo. El capitán abraza a todos, guiña el ojo a Gaston Champignon y, cuando ya está a punto de contar su encuentro con Pelé… ve a Eva.
—Al final has venido… ¿Cómo estás? —le pregunta.
—Mejor, mejor —responde la bailarina—. Quería verte jugar en este estadio tan grande, así que le rogué a la señora Sofía que me trajera. Llegamos al principio de la segunda parte.
—Y en la segunda parte —comenta el padre de Tomi—, tú has empezado a jugar bien. Como hacía Didi cuando llegaba al estadio su mujer Guiomar…
Todos se echan a reír.
Tomi tiene la cara tan roja como las rayas de su camiseta del Flamengo.